lunes, 5 de agosto de 2019

LA MAFIA EN EL PODER(1), Por León Pomer(") para Vagos y Vagas Peronistas

              

El capital financiero internacional, en su instancia norteamericana y con la complacencia generalizada del gran capital europeo y de los mayores poderes económicos de nuestro país, ha delegado en un grupo mafioso (ver Benvenutti a Macriland, de Rocco Carbone, en El Cohete a la Luna, 21-7-19) la tarea de reducir la argentina a la degradación de todas sus estructuras vitales. El sistema mundial dominante quiere un país postrado, mutilado y doliente, entregado al saqueo inmisericorde y poblado por una enorme falange de figuras sombrías. La tierra de las vacas y la soja tendrá un pueblo miserabilizado, sin populismos pretensiosos e insolentes que espantan a las almas nobles, porque tiene la osadía de distribuir parte de la riqueza nacional (que quieren solo suya) entre la inmensa mayoría de la población. Es así como lo conciben y lo dicen con total crudeza los González Fraga de la vida y el tránsfuga Pichetto. 

En el país soñado por los que siempre se sintieron sus dueños, los sindicatos serán residuos descascarados, los trabajadores se convertirán en una masa inestable, fluctuante, fragmentada y uberizada, entregada a la ignorancia, roída por las ratas y las pestes que infestarán sus tugurios, absolutamente desatendida de sus dolencias físicas y psíquicas. El pueblo tendrá vedado el ingreso a los centros de enseñanza más allá de los primeros grados elementales; estará destituido de todos los derechos, excepto el de morirse de frio, tener la calle por morada y ser baleado por la espalda sin previo aviso. Los hospitales públicos languidecerán. Como graciosa retribución a una vida de trabajo y sufrimiento, eso que hoy llaman jubilación se habrá transformado en una breve indigencia: los años de vida hambreada se habrán reducido al mínimo y, eso sí, los entierros serán gratuitos. La sociedad no precisará viejitos, y mucho menos viejitos ambiciosos de ingerir diariamente algo para calentar las tripas. Los niños pobres (la inmensa mayoría) crecerán subalimentados. Habrá llegado el momento que la clase dominante descansará tranquila, respirará, lanzará suspiros de alivio, y con ella, acaso lo que sobre de lo que hoy llamamos clases medias. Finalmente, los pobres habrán cerrado sus bocas, y en lugar de andar reclamando por las calles, plazas y avenidas, no se atreverán a circular allí donde sus tareas no lo exijan. Las personas estarán, definitivamente, en el lugar de donde nunca debieron salir. 

El capitalismo ya no puede soportar la institucionalidad y los códigos legales que se dio para defenderse y prevalecer. ¿Señales de una grave crisis o decisión de mostrar su índole sin eufemismos ni espejitos de colores, en una circunstancia histórica que lo permite? El tiempo dirá adónde conducen los enormes, vertiginosos y ominosos avatares que hoy exhibe impúdicamente. 

Que todo lo anterior no es fruto de la imaginación calenturienta del autor de estas líneas lo anticipa con elocuencia ese hijo entrañable del capitalismo que es la mafia macrista; lo anticipa y lo evidencia para quien aún tenga ojos para ver, sensibilidad para estremecerse y no esté cargado de odio hacia la subhumanidad popular. Los que por pérfido interés de clase o por tener el cerebro obturado niegan la realidad, allá ellos: no serán pocos a los que el maremágnum los disolverá en la nada. 

Para evitar que el mundo de lo siniestro triunfe, es necesario comenzar por profundizar el conocimiento sobre un orden de recursos intelectuales utilizados por el Poder que las fuerzas de la vida han descuidado, subestimado y hasta ignorado. Sabemos de guerras, maldades, mentiras de toda índole e inescrupulosidades que aterran. No es suficiente. 

Para comenzar: en el sistema de dominación subyacen, se imponen y hegemonizan modos de conocimiento de la realidad que constituyen la entraña misma de su cultura, el caldo del cual se alimentan inevitablemente y se modelan los cerebros humanos que padecen el sistema. En el estado actual, las alternativas que buscan escapar a esta encerrona son fundamentalmente inocuas frente al Poder que enfrentan: jamás logran doblegarlo, vencerlo categóricamente, o sea, mudar a su opuesto polar, a un sistema epistemológico global donde no prevalezca la mentira y la deformación sistemática de lo real social. Es inherente a la dominación estar divorciada de una visión comprensiva de la realidad (estoy hablando de la realidad social): sus víctimas lo demuestran a diario. Incluso en sus momentos más placenteros y dadivosos, el sistema filtra, interpreta y acomoda a su gusto mediante los recursos implícitos en su cultura. Para entender las aberraciones que se escuchan en personas, la mayoría simples y honestas, es necesario partir de este hecho: han sido modeladas para el error, la perplejidad, la confusión, lo aberrante. Con este cerebro enfrentan los mensajes que el Poder les endilga, particularmente cuando trata de infernizar enemigos (el Poder no tiene adversarios) y convertirlos en polvo. 

El órgano extraordinariamente maleable que es el cerebro humano es organizado (redes y circuitos neurales) por la sociedad. Lo biológico se somete a lo social, dentro de límites propios de lo biológico. Bajo la dominación, el cerebro es “educado” por los influjos y corrientes culturales compuestas por las más heterogéneas mezclas, todas ellas impregnadas y tributarias de la epistemología básica general y dominante. La vida del sujeto humano es construida por el cúmulo de circunstancias que no domina y por la cultura que absorbe como el aire que respira. Su cerebro no piensa libremente, no tiene vuelos propios, no es autónomo. (filósofos como Adorno identifican libertad con autonomía) El cerebro carga consigo la facultad de pensar. No surge al mundo simplemente para pensar en abstracto: la sociedad le enseña una manera de hacerlo, una entre otras posibles. De ahí se sigue que la facultad de pensar será dotada de ciertos atributos que el mundo le proporciona por la mediación de un largo proceso educativo. Así, por ejemplo, no se nace sabiendo pensar lógicamente, a analizar, a sintetizar, a interrogar, a inquirir, a averiguar, a saber más, a corroborar, etc.,etc. Hay que aprender. La sociedad enseña (o niega: más bien niega) la aptitud de extraer consecuencias de los datos de la realidad. AL cerebro del común de los humanos solo se le permiten los interrogantes requeridos por sus faenas cotidianas. No mucho más. El pensamiento confuso, con frases no consumadas y desarticuladas una de otras lucirá en opiniones marcadas por la más flagrante arbitrariedad. El cerebro incorporará los relatos que le serán prodigados desde su tierna infancia, y hará de ellos verdades indiscutibles. De hecho, visiones de la realidad le serán inoculadas sin que el sujeto que lo lleva sobre sus hombros advierta que su persona está siendo modelada. Lo que se llama cultura, o sea todo lo que el sujeto adquiere en el curso de su vida y lo constituye como ser singular, será proporcionado por un sistema que lo quiere inane, corto de vista, boquiabierto de perplejidades. 

Se instalará el sentido común, o sea el conjunto de prácticas, hábitos e ideas convencionales que constituyen lo “normal” y hacen al “orden” social. El cerebro estará encerrado entre invisibles muros que se configuran como barreras, atractores y repulsores. Estará poblado por ideas preconcebidas, algunas de ellas verdaderas alucinaciones no necesariamente patológicas. (Colón veía sirenas en el Caribe, y el padre Gaspar de Carvajal juraba haber visto mujeres amazonas en las orillas del Orinoco. Un cartonero que arrastra su deplorable carruaje, ve en Cristina el mal absoluto, y el historiador que adhiere a la reelección de Macri cree (¿realmente cree?) que Mauricio es un ardiente defensor de las libertades). 

El cerebro es “educado” para aceptar las jerarquías y las ignominias sociales como inherentes a una supuesta condición humana. Las “cosas son así”, “el humano es malo”, excepto aquellos privilegiados por la genética y por eso dotados para mandar, planificar y vivir como señores que son por nacimiento. 

La ciencia capitalista del cerebro descubrió hace ya muchos años (probablemente desde 1928) que “pronunciar una palabra es como tocar una tecla: provoca un sonido” (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, Gredos, Madrid, 2014, pág.23) Agregaremos que cuando esa palabra se repite insistentemente, día y noche, la representación a que está asociada surge inevitable y automáticamente. Así, en el lenguaje macrista, palabras como chorra y yegua remiten a Cristina. Por un mecanismo cerebral que está en la base del aprendizaje del habla, se introduce en los cerebros palabras, adjetivos, nominaciones ignominiosas y eventualmente elogios desmedidos que funcionan con una automaticidad de que la voluntad no es parte. Y el cerebro “piensa” bajo una dirección absolutamente heterónoma. 
León Pomer

Una política que enfrente el oprobio de consentir la dominación que heteronomiza a las personas (y hoy las conduce a una degradación superlativa) debe prestar la debida importancia a la manera como la dominación penetra en ellas hasta el tuétano y les roba toda autenticidad posible. Ello exige pensar en una contracultura, dirigida fundamentalmente a gente joven, cuyas deformaciones de pensamiento aún pueden ser enfrentadas exitosamente gracias a la extraordinaria maleabilidad del cerebro, y a que la maduración del mismo se consuma en torno de los treinta años de edad. En la medida en que conozcan y aprendan a utilizar otros recursos del pensar, precisamente los reprobados por la dominación, enfrentarán la realidad mediante una permanente interrogación y discusión: incluso desconfiarán de lo que superficialmente aparece como incontestable. No aceptarán sin más ni más afirmaciones, enseñanzas y arterías varias que el Poder utiliza como su arma cotidiana; buscarán explicaciones que rompan el cierre categórico que suponen ciertas supuestas verdades, que el pensamiento convencional hará inadmisibles de ser objetadas. De los hechos extraerán lecciones, consecuencias, alicientes para hundir más hondamente el escalpelo de la crítica. Y de nuevo: para llegar a ese nivel de inteligir la realidad hay que utilizar los recursos que la dominación repele. Hay que aprender un nuevo “cómo” pensar. 

El Poder que es necesario asaltar y derrotar es el que la dominación posee sobre los cerebros. La lucha de calles, las manifestaciones masivas, la naturaleza de las reivindicaciones, los gritos de protesta duplicarán su valor cuando constituyan riquísima materia prima para la discusión, el análisis, el argumento fundado en lo concreto. 

Es preciso crear antídotos contra las mafias y las altas esferas socio – económicas locales e imperiales que las inspiran, apoyan y defienden. Aquí no cuentan alharacas revolucionarias ni osados desplantes. Una contracultura no es una mera oposición: es entrenarse para aprender a ejercer una relación interpersonal interpretativa y evaluativa de la realidad social que ponga en acción lo que la cultura de la dominación prohíbe. Una contra cultura sólo puede ser producto de un trabajo colectivo. En la medida que esto se realice, se irán forjando en los cerebros nuevos y más promisorios circuitos y redes neurales. La tarea es ímproba. Requiere la elaboración de estrategias específicas. Aprender a pensar como lo exige la hoy maltrecha condición humana es la apertura a subjetividades desintoxicadas.

(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.

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