viernes, 16 de noviembre de 2018

PODER SIMBÓLICO (CAPÍTULO TERCERO DEL LIBRO INÉDITO: DE LA DOMINACIÓN CONSENTIDA -PRIMER FRAGMENTO-), Por León Pomer (") para Vagos y Vagas Peronistas

"Para ser comprendido", -dice Pomer- "todo lo que se muestra al animal humano debe aparecer envuelto en un cúmulo de conceptos, categorías y principios. Lo no simbolizado es la mudez enigmática, lo no descifrado, lo real en silencio ominoso".


La función simbólica… 

es la base de la cultura, sostiene Charles S. Pierce (1978:215). “Hay función simbólica cuando hay signos. Un signo es algo que está en lugar de otra cosa, la designa y la identifica: sustituye a la realidad. El signo es la asociación de un significante y un significado. El significante es la imagen acústica; el significado, el concepto, el sentido. Toda variación de significados es variación de estructuraciones. Los significados estructuran la comprensión del mundo. Los signos del lenguaje posibilitan una representación convencional de la realidad y permiten transmitirla (”) El símbolo representa lo ausente: reenvía a un algo material o abstracto (…) Para representar una cosa, anota Cassirer (1975:72), no es suficiente saber manipularla, como suele hacerse en la pura práctica. Es necesario tener una concepción general del objeto y considerarlo bajo ángulos diferentes, con el fin de descubrir las relaciones que mantiene con otros objetos. Hay que situarlo, determinar su posición en un sistema general (…) La representación trasciende la esfera de la vida práctica concreta del hombre”. 

El lenguaje humano, califica Bertalanffy (1992:35), es el “más espléndido sistema de símbolos”. Pero puede ser el más nefasto, decimos. Con palabras se envenena, con palabras se ensalza. Necesarias a la más noble de las causas, no se niegan a la más perversa. Bajo la dominación vehiculan la mentira, se mueven al ritmo de la falsedad y de la burla. En el extremo opuesto son el instrumento de la verdad, de la frente despejada de escombros y miasmas. Preguntémonos siempre, quien las utiliza y para qué. 

Los primates sapiens precisan que su experiencia, para realizarse como tal, esté mediada por un tejido invisible y atrapante, cuya trama varía en razón de los hilos inmateriales que la constituyen y de los significados que transmiten. Bourdieu advierte (2011: 96):” casi todo aquello con que nos relacionamos en el mundo social (…), no podría existir, si no fuese por un sistema simbólico que le da existencia: la lealtad nacional o local, el dinero, las asociaciones, las promesas, los partidos políticos”. No hay, ni puede haber sociedad humana sin un complejo simbólico. “Toda ciencia se basa en el hecho, anota Bertalanffy (1992:35), de que la realidad se asocia a un sistema de símbolos conceptuales que pueden manipularse teóricamente”. Para ser comprendido, todo lo que se muestra al animal humano debe aparecer envuelto en un cúmulo de conceptos, categorías y principios. Lo no simbolizado es la mudez enigmática, lo no descifrado, lo real en silencio ominoso. 

Lo simbólico, centro de la vida imaginativa, es una marca distintiva de la vida humana: “un nuevo método de adaptación al medio. Entre los sistemas receptor y emisor propio de toda especie animal, expone Cassirer (Id., Id.), existe en la criatura sapiens un tercer elemento: el sistema simbólico. El humano no sólo vive en una realidad más vasta que los otros seres vivos, vive, por así decirlo, en una nueva dimensión de la realidad (…) El lenguaje, el mito, el arte, la religión se aglomeran en ese universo. Todo progreso en el pensamiento complica la enmarañada tela de la experiencia. El hombre ya no se encuentra en presencia inmediata de lo real. La realidad material parece retroceder a medida que progresa la humana actividad simbólica (…), tan rodeada de formas lingüísticas, de imágenes artísticas, de símbolos míticos, de ritos religiosos que no ‘puede ver ni conocer sin interponer ese elemento mediador artificial (…) El universo práctico del hombre no es más un universo de hechos brutos en que viviría, según sus deseos y sus necesidades inmediatas. El ser humano vive en un mundo de emociones imaginarias, en la esperanza y el temor, con ilusiones y desilusiones, con fantasías y sueños” (Id., Id.,43-44) 

“Todos los procesos y categorías que construyen el mundo como representación son formas simbólicas (…) Lo son todas las figuras intelectuales o representaciones colectivas, gracias a las cuales los grupos humanos proveen una organización conceptual al mundo social o natural, construyendo así su realidad aprehendida y comunicada” 

“Tomar en cuenta lo simbólico no es tomar en cuenta la realidad, sino su representación”, insiste Bourdieu (2011: 192–199-200). La enorme vastedad de la cultura (todo lo creado por la especie humana) gira en el interior del universo simbólico: los mitos, la religión y el arte, las mentiras y las omisiones deliberadas, las tradiciones, el imaginario histórico y las teorías. Siempre, prosigue Bourdieu (2013:13), el universo simbólico constituye “un poder de construcción de la realidad que tiende a establecer un orden de conocimiento”; entraña, pues, una epistemología, una teoría del saber que acompaña y envuelve los productos verbales y conceptuales que incluyen la memoria y el olvido, y un complejo emocional selectivamente organizado. Agrega Bourdieu: “el objetivo es obtener la correspondencia entre las estructuras sociales y las estructuras mentales o cognitivas que rigen las acciones y las representaciones con que se construye la realidad social”. 

Geertz (1989:57-58) apunta que “las fuentes simbólicas de iluminación permiten al hombre encontrar sus apoyos en el mundo, porque la cualidad no simbólica constitucionalmente grabada en su cuerpo lanza una luz muy difusa”. Sostiene que los patrones culturales (sistemas organizados de símbolos significantes) dirigen el comportamiento humano: sin ellos virtualmente ingobernable, pura manifestación emocional. Sistemas de significados creados históricamente nos permiten dar forma, orden, objetivo y dirección a nuestra vida; pero cabe interrogarse: ¿en qué dirección, en qué orden, en qué forma y bajo qué iluminación? ¿Bajo qué influencia decisiva? 

Representaciones simbólicas antiguamente validas, están abandonadas, reducidas a palabras sin consistencia o a meros guiñapos. ¿Qué significa hoy la patria, el país natal, el terruño, la querencia, el río y la montaña para quienes viven aquerenciados en el exclusivo (y excluyente) interés mercantil – dinerario, señor de las más decisivas prácticas comportamentales escoltadas por el egoísmo y la ciega indiferencia hacia el prójimo y su vida? ¿Qué significa hoy la astrología, surgida como representación mágico-mítica, divina y demoníaca, ejemplifica Cassirer? “La astronomía sucedió a la astrología cuando el espacio geométrico sustituyó al espacio mítico y mágico. Una forma inicial de pensamiento simbólico abrió las vías a un verdadero simbolismo, el de la ciencia moderna”. 


El Poder Simbólico… 

o el símbolo devenido Poder, se une al Poder físico, brutal y contundente: ambos se complementan, se potencian recíprocamente. El símbolo es Poder cuando impone significaciones que pretende legítimas y disimula las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza. En el ejercicio de la dominación, prosigue Bourdieu (2013. 370),” ningún poder puede contentarse con existir en cuanto fuerza desnuda, desprovista de significación (…); debe pues justificar su existencia y lograr que se desconozca lo arbitrario que reside en su fundamento, y se le reconozca como legítimo”. 

Arropado de inocencia, lo simbólico se absorbe como el aire: no reprime con balas de goma ni disuade con gases asfixiantes; no rompe huelgas, pero sabe amenazar con los fuegos del infierno. Con palabras, con ideas, con razones, argucias y sinrazones implanta en las subjetividades las estructuras cognitivas, de apreciación, de percepción y de clasificación que convienen al sistema. El Poder Simbólico ejerce una “violencia simbólica”, silenciosa y artera: no martiriza el cuerpo, si la mente. No coacciona físicamente: ingresa en las consciencias a través de los procesos de socialización y adquisición del lenguaje, de la nominación de lo abstracto y lo concreto. Es violencia: fortalece la desigualdad social y cultural entre las clases, privilegia a unos, degrada a los más. 
León Pomer

Toda sociedad encuentra su representación en un complejo simbólico en que se refugian los significados que gobiernan las conductas, las acciones y las resignaciones, las indiferencias y las sensibilidades. La inapelable contradicción entre “civilización – barbarie”, tan conocida en la historia argentina, habitualmente denigra, a lo que llama barbarie, o bárbaros, visión de la clase dominante que intenta imponerse como verdad incuestionable: ha tenido y tiene en la historia y la vida nacional dolorosos efectos sociales, culturales y políticos. “Cuando la gente define una situación como real, tiende a volverse real en sus consecuencias” (Bauman,2011:231). Lo simbolizado tiene la propiedad de conducir al campo de la acción desde el campo de las imágenes y las ideas. Violencia blanda: mentes obnubiladas no la sospechan como Poder ni la conocen como violencia. 

El Poder Simbólico es el instrumento universal de la política de la mente, el conjunto de recursos que hoy ocupan la vida entera del sujeto. Que no le dan tregua. Que lo persiguen día y noche. Que pervierten su tiempo libre con entretenimientos descerebrantes. La cultura que instaura (que instaura la entera dominación) reposa en la disonancia entre lo real despojado de falsedades y lo real transformado en una suerte de gelatinoso piélago que no se deja navegar por los escuálidos recursos racionales que aun respiran agónicamente en el sujeto. 

El Poder Simbólico, fundamental instrumento en la exitosa consecución del proceso dominador, trabaja en el ámbito de las imperceptibles persuasiones (algo como quien no quiere la cosa) naturalizadas en los cerebros; se vale de las malversaciones semánticas y conceptuales, de los significados adulterados propinados hasta el hartazgo; y así el sujeto, cuyos oídos están asediados por sonidos que reclaman ser la verdad, asumirá como propio, sin reflexión y semi hipnotizado, todo el bagaje que hará de él un aquiescente de la dominación, un repetidor maquinal de lo que le ha sido imbuido. 

La sujeción con grilletes inmateriales son el sinuoso instrumento de ese Poder; a él le son confiadas las siembras de confusiones en una realidad social que nunca debe ser descifrada y que acaba adquiriendo una suerte de sustancialidad metafísica, fuera de toda voluntad humana. La vida cotidiana, fundada en el sentido común de la dominación, inunda el órgano pensante con las neblinas del error y la ignorancia, visiones de una realidad inquietante e incomprensible para los desventurados que la pueblan. El sujeto invadido por una imagen desoladora del mundo humano sentirá que una letalidad físicamente indolora e inodora le impide respirar normalmente: forma deletérea de la violencia. Hay en el acervo del Poder Simbólico convenciones ajenas al escrutinio de conciencias cuidadosamente despreparadas para el ejercicio de la desconfianza, precisamente ahí donde deberían desconfiar. 

El Poder Simbólico cancela la potencial autonomía del sujeto, pero le permite (cruel ironía) no abdicar de la ilusión de ser el exclusivo generador de sus razones. En sus prácticas relacionales con la realidad que lo circunda, el sujeto intelectualmente mutilado y permanentemente agredido percibe las realidades sociales y naturales a través de una lente cuidadosamente teñida por la cultura dominante, realzada por los significados que esta vehicula en un proceso que culmina (se repite) en maquinal e irreflexivo. 

El universo simbólico genera una visión y un sentido que consagran el existente social como el único ámbito de vida posible. En tanto Poder, su callada violencia consuma lo que no logra la escasamente atractiva violencia física. Siendo el símbolo una convención, o sea un acuerdo o conformidad que se mimetiza con lo real, Bourdieu alerta: debe ser descubierto donde menos se deja ver, “donde es más completamente ignorado y por lo tanto menos reconocido”. 

El Poder simbólico es un Poder casi mágico, dice Bourdieu (Id., Id.:14 - 15: permite obtener el equivalente de aquello que es obtenido por la fuerza, física o económica: Poder de las palabras, de las imágenes. Los sistemas simbólicos, “instrumentos estructurados y estructurantes de comunicación y de conocimiento, cumplen su función política de instrumentos de imposición y legitimación de la dominación (…) contribuyen a asegurar la dominación de una clase sobre otra” (Id., Id,:11). 

“El Poder Simbólico está basado en dos condiciones: debe estar fundado en un capital simbólico, o sea el Poder de imponer a otras mentes una visión, antigua o nueva de las divisiones sociales (…) El Poder Simbólico es un crédito, es el Poder atribuido a aquellos que obtuvieron reconocimiento suficiente para tener condiciones de imponer reconocimiento. Es el Poder de hacer cosas con palabras (Id.,Id.:166-167).


REFERENCIAS 

Bauman, Zygmunt, Memorias de Clase, Nueva Visión, Buenos Aires, 2011 

Bertalanffy, Ludwig, Perspectivas en la Teoría General de Sistemas, Alianza, Madrid, 1992 

Bourdieu, Pierre, Las Estrategias de la Reproducción Social, Siglo XXI, Buenos Aires, 2011 

-Los Poderes y su Reproducción, en La Nobleza de Estado, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013 

Cassirer, Ernst, Essai sur l´Homme, Les Éditions de Minuit, Paris, 1975 

Chartier, Roger, A Historia Cultural, Difel, Lisboa, 1990 

Geertz, Clifford, A Interpretacao das Culturas, LTC, Rio de Janeiro, 1989 

Pierce, S. Charles, Ecrits sur le Signe, Paris, 1978 


(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido oportunamente en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura. 

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