miércoles, 26 de diciembre de 2018

LENGUAJE, Por León Pomer para Vagos y Vagas Peronistas-Primero de cuatro fragmento en que se ha dividido el capítulo LENGUAJE, del libro inédito: De la Dominación Consentida. Las referencias bibliográficas irán al final del cuarto fragmento.





LENGUAJE 

León Pomer 


Nombramos los objetos del mundo con símbolos sonoros: los llamamos palabras, esos “signos vicarios que representan otra cosa, que están en lugar de algo diferente a ellos” (Sartori, 2007:35) Con palabras ejercemos en lo innominado un primordial bautismo que nos permite hablarlo. Con su auxilio decimos nuestros sueños y vigilias, los infinitos asombros que la realidad nos obsequia, los espantos y deslumbres. La palabra no es el mapa de un territorio, pero opera milagros: extrae de la nada e identifica lo que fue una fracción de realidad indiferenciada. 


Con símbolos sonoros articulados en una singular coherencia lógica formamos un lenguaje, designamos y comunicamos, evaluamos y expresamos sentires y deseos, nos damos a conocer al prójimo, nos descubrimos como seres singulares. Las palabras son convenciones imaginadas: precisamos de ellas para ser humanos. En su ausencia, somos pura animalidad. 


”Antes de que pueda iniciarse la actividad intelectual de conceptuar y comprender, observa Cassirer (1989:101), tiene que ir por delante y haber avanzado hasta determinado punto la actividad de denominar; es esta actividad la que transforma el mundo de las impresiones sensibles (…), en un mundo espiritual de representaciones y significados. Todo conocimiento teórico arranca de un mundo ya conformado por el lenguaje”. Este, como se advirtió, ofrece la materia prima que ha de ser conceptualizada. 

“Aquello que en algún sentido aparece como significativo para el deseo y la voluntad, para la esperanza y la angustia, para el esfuerzo y la actividad, sólo a ello le es impreso el sello del “significado” lingüístico” (Id., Id.:108) Pero deseos, voluntades y todo el resto reciben la impronta de situaciones sociales, naturales y culturales específicas, en nuestro caso, propias de la sociedad de desiguales. Prosigue Cassirer (Id.;87):” la articulación del mundo en cosas y procesos, no es, como hecho dado, fundamento de la constitución del lenguaje, sino que este, es el que primero implanta dicha articulación, hasta consumarla por su parte”. Por obra del lenguaje se opera una construcción mental de los objetos y las conductas; en él se resuelve la transformación del cachorro humano en un sujeto cultural: “los símbolos del lenguaje ordinario penetran y dominan la consciencia que percibe y piensa” (Habermas, 1986:28). 

En el territorio constituido por la lengua, gigantesco depósito que ha ido recibiendo las experiencias e invenciones de sucesivas generaciones sapiens, yacen erguidos o en somnoliente letargo fuertes presencias y desvaídos escombros; en los oscuros recintos del recuerdo laten antagonismos y sueños y frustraciones que supuran heroísmos olvidados, que aún nos hablan(literalmente: nos hablan) de seres que construyeron el mundo y el mundo les devolvió indiferencia. 

Suprema realización humana, el lenguaje no reproduce, traduce: abre espacios para la razón que logró derrotar la castración que la acecha, que no se satisface observando y pretende penetrar el objeto y averiguar su entraña. Cuando el obrar peca por recurrente, pocas serán las palabras necesarias para enfrentar la devoradora monotonía: lo cerrado y lo neblinoso poco las precisan. El enfrentar problemas e intentar develarlos exigen más y nuevos vocablos, inéditos significados, nominaciones originales. Matices que aparecen, atributos que muestran su existencia reclaman una luz que los ilumine y los destaque, que les permita decir: aquí estamos. 

El idioma hablado tiene una enorme influencia en el pensar, en el cómo y en el qué, en cómo abordar la realidad. Todo vocabulario supone limitaciones, advertía Wittgenstein, (1983:17), “que acaban por modelar el aparato sensorial y el mecanismo psíquico de las percepciones: el espíritu humano no concibe ni se representa nada más que aquello que sabe decir”. Los que poco saben decir, viven la condena de lo múltiple indecible. Un dominio pobre de la lengua no es el mejor vehículo para vuelos que intenten despegarse del suelo cognitivo representado por el sentido común. 

Alfredo Korzybski (1933:89), fundador de la Semántica General, decía que la estructura de una lengua “nos esclaviza a través del mecanismo de las reacciones semánticas; que la estructura del lenguaje, que este nos inculca inconscientemente, es automáticamente proyectada sobre el universo inmediato y mediato”. Al señalar Korzybski lo que importa la lengua para el pensar, (la palabra estructura nos dice de algo muy fuerte) habrá que destacar su importancia sobre el obrar. Estructura y sentido común (del que más adelante se hablará extensamente), dos dimensiones muy diferentes, son poderosos a prioris culturales de que el sujeto no es consciente. El sujeto habla, pero ignora los grilletes, limitaciones y direcciones a que está sometida su expresión, verbal y escrita. 

Quien adviene a la modelación de su humanidad en el sistema de dominación, no sospecha que se somete a la coerción de los significados, a la visión de mundo que traen consigo. La realidad será leída (captada, entendida) a través de los atributos semánticos naturalizados, insertos en los recursos idiomáticos a que cada situación individual permite acceder. ”El individuo, cita Cassirer (1989:85) a Wilhem von Humboldt, “vive con los objetos, en gran medida (y aun exclusivamente, toda vez que su sensación y acción dependen de sus representaciones) tal como le son presentados por el lenguaje”. Agregaba Humboldt que” cada lenguaje traza alrededor de quienes lo hablan un círculo del que sólo es posible salir, si es para entrar en otro”. El sabio alemán ya hablaba de los grilletes que arriba mencionamos. 


Martinet (1938:16) también apunta a los condicionantes; observa que “Cada lengua corresponde a una determinada organización de los datos de la experiencia”. Aprender una lengua no consiste apenas en poner nuevas etiquetas a objetos conocidos, sino en habituarnos a analizar el objeto de otra manera. Por añadidura, una lengua, no es precisamente el mejor vehículo para vuelos que intenten despegarse del suelo cognitivo representado por el sentido co 


A propósito de la subjetividad, decía el filósofo Richard Rorty (1987), que hasta tal punto está comprometida, que “cualquier término empleado para describir a los seres humanos deviene de inmediato un juicio de valor” Y el lingüista Oswald Ducrout sostenía que no se puede trazar una línea demarcatoria entre la descripción y lo argumentativo del lenguaje. No existiría contenido descriptivo neutro. Nuestra subjetividad deja su marca en la más inocente enunciación verbal. Lo corrobora un biólogo:” nombrar la cosa observada es interpretarla” (Cyrulnik, 1984:180) Pero la subjetividad, una de las propiedades que definen lo humano (y al parecer de algunos de nuestros parientes primates), es conformada por la sociedad, y dentro de ella por la incidencia de múltiples factores, entre los cuales los arriba mencionados. 

Gregory Bateson, sabio de múltiples sabidurías, es categórico: hablar una lengua es compartir una epistemología subyacente que decide cómo se aborda la adquisición de conocimientos: “hay una elección que precede a nuestras elecciones”. El ya mencionado a priori. Lo que significa que hablamos con palabras saturadas de condicionamientos, de ninguna manera desgobernadas, libres de cuerpo y alma. 

El sistema socio - cultural de la dominación crea una peculiar singularidad epistémica, señalada por Bateson, que no pretende informar sobre la realidad existente, sino sobre una que construye a gusto del sistema. No necesariamente triunfa en todos los casos, pero lo logra en demasiados. En la modalidad del idioma de la dominación interiorizada por el sujeto, hay además una manera de abordar el conocimiento del mundo que se particulariza en cada posición social y se personaliza en cada individuo. La lengua es emisaria de una visión de mundo que se nos impone desde que para humanizarnos y socializarnos debemos adoptarla, sin peros ni alternativas; en consecuencia, aceptamos los campos de significación de que está dotada. Los contenidos semánticos que la habitan, y que en conjunto componen un patrón semántico general, dictan una manera de situarse en la realidad y de vivirla. La manera como la dominación usa la lengua hace de ella el instrumento de la conformidad, pero también de la confusión, no un instrumento válido para penetrar en los laberinticos fenómenos sociales. 
León Pomer


La apropiación socialmente diferenciada de los recursos que posee el idioma, precisa convivir con un acuerdo básico sobre conceptos y significados que permitan que desiguales en situación social, en saberes y en aptitudes se entiendan. En palabras de Searle: porque tenemos instituciones lingüísticas compartidas, es posible conectar voluntades humanas. Pero esas conexiones padecen de desigualdades insalvables, y en los más destituidos de los dominados reducen, simplifican y empobrecen la parte que les cabe en la conexión. 


En la sociedad de desiguales, “los intercambios lingüísticos son también relaciones de poder simbólico en las que se actualizan las relaciones de fuerza entre los locutores o sus respectivos grupos; los agentes del habla entran en comunicación en un campo donde las posiciones sociales ya se encuentran objetivamente estructuradas. El oyente no es el tú que escucha al Otro como elemento complementario de la interacción, sino que se enfrenta con el Otro en una relación de poder que reproduce la distribución desigual de poderes a nivel de sociedad global” (Bourdieu,2014:12). ”La semiología pragmática, advierte Paul Veyne (1988:21), nos enseña que en la comunicación, el pensamiento que cada locutor quiere expresar pesa menos que los diferentes papeles previamente fijados de los locutores” Y el sociolingüista William Labov (1969:23) advertía que la inserción específica en la red jerárquica – relacional es la determinante más poderosa del comportamiento verbal. Pero en la dominación, todas las jerarquías sociales están inficionadas de no verdades, creadas por los dominadores y vehiculadas por sus medios de difusión. 


El discurso de la dominación no admite objeciones; su lenguaje ordena, se cierra en lo inobjetable. Cuando define, se mueve entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo equivocado; abusa de las tautologías,” frases terriblemente efectivas que expresan el juicio de una forma prejuzgada, que pronuncian condenas” (Marcusse.,1971: 127 – 128). Sus afirmaciones tienen la contundencia del sentido común. ¿Quién se atreve a desafiar el sentido común? EL lenguaje autoritario procura que el lector o el oyente tengan siempre la misma reacción[LP2] : algo como un reflejo condicionado. Sabemos que la sola mención de ciertos nombres propios provoca el insulto: ladrón, corrupto, traidor, antipatriota: lenguaje intimidante que nada demuestra ni nada explica, ni podría probar lo que proclama. La clase dominante no tiene rivales, tiene enemigos: a ellos, toda la ignominia. 

Palabras maquinalmente repetidas son aceptadas como expresivas de algo verdadero, por eso “pierden su auténtica representación lingüística”: el discurso queda clausurado, “la funcionalización del lenguaje contribuye a rechazar los elementos no conformistas de la estructura y movimientos del habla” (Id.;id.:118). 

Puede ser particularmente útil el lenguaje personalizado: el hipócrita “en todo estás vos”. Aunque el aludido, ser anónimo, sabe que en realidad “no está”, el carácter personal del mensaje, no diluído en lo colectivo, parece atribuirle alguna eficacia. La exhortación a la conciliación, a la colaboración constructiva, a la secundarización de las diferencias: otra artimaña. Las contradicciones reales de la sociedad de clases se soslayan, son encubiertas, ignoradas, calificadas de artificiales, transformadas en incidentes puntuales, en desavenencias y rivalidades inherentes a la “condición humana”. En la prédica del sistema, los opuestos deben reconciliarse, la patria está por encima de los intereses personales: argumento de quienes hacen de la patria una fuente de negocios y saqueos. 


Las palabras imponen sentidos cristalizados: “desde la infancia estamos aprisionados por nuestra sumisión forzada a las fórmulas acabadas del lenguaje establecido” (Gusdorf ,Id: 46 - 47); “los lugares comunes que se repiten con tanta facilidad asumen el papel de la personalidad”(Id.,Id.:71)“La mayor parte de los hombres cambian impresiones sin nunca dialogar sus ideas, “compuestas de lugares comunes” que “ocupan el lugar de los valores” (Id.,Id.:91). El pensamiento gira en torno de la experiencia: siendo recurrente en el ser humano común, no solicita del individuo ningún esfuerzo innovador. El ejercicio monotemático y el mariposeo frívolo son obstáculos poco menos que insalvables para atisbar otras tierras y otros cielos, para ingresar en el estimulante mundo de los por qué y de indagarlos: “los lugares comunes y las conversaciones banales no representan el éxito supremo, sino la caricatura del entendimiento entre los hombres (…) No comunico en cuanto no me esfuerzo para liberar el sentido profundo de mi ser (…) (Id., Id.,Id.) Por eso, sugiere Gusdorf, “es preciso deshabituarnos de la existencia geometrizada por el sentido común para coincidir con el sentido de inspiración vital que nos habita…” 















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