sábado, 27 de febrero de 2016

El otro demoníaco, Por José Pablo Feinmann ( Fuente:Pagina 12 28/02/16)



Por José Pablo Feinmann

Las decenas y centenas de despidos fueron calificados como necesarios. El neoliberalismo siempre busca achicar el Estado. Uno puede argumentar: se comprende, el Estado, por ejemplo, de la Alemania de Bismarck y el kaiser Guillermo I, fue en sus inicios liberal pero de inmediato proteccionista. Porque el proteccionismo le sirvió para desarrollar la gran industria. El canciller de hierro –Bismarck– derrota a Francia en la guerra –precisamente llamada– “franco-prusiana” y logra, en 1871, la unidad de Alemania. En Francia estalla la Comuna de París. Y Alemania les devuelve a Thiers y Napoleón III todos los prisioneros que les ha tomado para que ahoguen esa revolución obrera, de la que Nietzsche (que esto no oblitere la necesaria lectura que se le debe al loco de Turín) y Marx dirán cosas muy diferenciadas. El primero, en carta al barón Carl von Gersdorff del 21/06/1871, dirá: “Sobresaliendo por encima de la lucha de las naciones, nos asustó la espantable cabeza de la hidra internacional” (Friedrich Nietzshe, Epistolario, Biblioteca Nueva, Madrid, 1999, p. 95). Marx, en La Guerra Civil en Francia, escribe: “Este ejército (el de Thiers) habría sido ridículamente ineficaz sin la incorporación de los prisioneros de guerra imperiales que Bismarck fue entregando de a plazos (...) para tener al gobierno de Versalles en abyecta dependencia con respecto a Prusia”. A plazos o no, Francia pudo aplastar a los revolucionarios de la Comuna por los prisioneros que Bismarck le devolvió para esa tarea esencial que lo involucraba a él mismo, pues lo nacional unía a la burguesía de los dos países enfrentados y lo internacional (la lucha del proletariado) les producía un escozor intolerable: la visión de un mal que amenazaba a las clases dominantes de todos los países. Así, anota Marx, se produce, ante la Comuna, un hecho sin precedentes: “El ejército vencedor y el vencido confraternizan en la matanza común del proletariado (...) La dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional: todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el proletariado” (Marx escribe este texto entre abril y mayo de 1871). La represión de Thiers, al frente de 45.000 soldados franceses y también alemanes, fue de tal brutalidad, de tal ensañamiento, como jamás la ciudad de París había presenciado. Se calculan treinta mil muertos, cuarenta y cinco mil detenidos que continuaron siendo masacrados en las mazmorras y decenas de miles condenados al destierro o a trabajos forzados. (Vos, Lopérfido, musa: son cifras de Eric Hobsbawm y otros historiadores serios. Además, estas cifras se consolidan con un valor simbólico. Expresan el sadismo de los matarifes. Decir que fueron más o menos, desmerece el valor de cada vida. Por ejemplo: si los nazis mataron cuatro en lugar de seis millones de judíos, ¿qué se busca demostrar? ¿Qué, al fin y al cabo, no eran tan malos?)

Aquí, en nuestro país, se presenta un problema. Si se achica el Estado, si se despide a la gente, se crea la desocupación. La desocupación lleva a la protesta social. Si se la criminaliza hay que reprimir. Y cuidado: la policía “tiene hambre”. Tiene bronca. Le han impedido actuar durante doce años y –para colmo– durante las manifestaciones se la injuriaba con insultos y escupitajos. Ahora quiere tener las manos libres para cobrarse esas (no tan) viejas deudas. Lo mismo sucede con el neoliberalismo en el resto del mundo. En Francia, muy especialmente. Ahora son los sumergidos, los inmigrantes indeseados los que salen a pedir comida, cobijo, un país. Ya no son los jóvenes rebeldes de la pequeña o la alta pequeña. Ya no son los que creaban magníficas consignas. Los que escribían: “Debajo de los adoquines está la playa”. Estos, los de hoy, no creen ser la poesía. Para ellos debajo de los adoquines están los adoquines. No quieren tomar el poder. Quieren afirmar su presencia en una sociedad que los niega. Francia es el espejo en que el occidente capitalista debe mirarse. Es su inevitable futuro. Los monstruosos, los negados, los escondidos salen a la luz. Sus modales no son buenos porque nadie les enseñó modales. Nadie les enseñó nada.
José Pablo Feinmann

¿Cómo se atreven? ¿Acaso es posible que salgan de sus madrigueras y escupan en el centro o en los arrabales de la ciudad destellante? Los bárbaros se han despertado y actúan como bárbaros. No saben hacerlo de otro modo, y cualquier otro modo, hoy, les parecería sospechoso. Los buenos modales son los de los imperios que los han explotado. Las buenas costumbres. Las buenas vestimentas. La cultura del hombre occidental. Africa y Oriente han vivido humillados por esa cultura. Hoy, en el actualísimo 2016, los matutinos publican en letras catástrofe: “Alarma en Europa por el caos en Francia”. Europa no sólo hace agua, tiene miedo. Los monstruos salieron de las catacumbas.

Caída la bipolaridad, el capitalismo se ha desbocado. Nada lo frena. Entregado a su codicia infinita (y a su infinita torpeza y a, insistamos, su no menos infinita falta de sensibilidad, de humanitas), el capitalismo nuevo milenio concentra la riqueza en manos cada vez más escasas y hunde en la miseria a la mayor parte del planeta. Esto lo saben todos. Lo que hoy ocurre en Francia no es fruto de las malas políticas de asimilación. La asimilación es imposible. Los hambreados, antes de morir, invaden la casa de los amos. Los amos no saben recibirlos, no saben qué hacer con ellos. Europa acabará por encerrarse como los ricos de la Argentina se encierran en sus countries, con custodios armados y armados ellos mismos.

El capitalismo crea exclusión y no puede sino crearla. Si no la creara no sería el capitalismo de mercado. El mundo de las corporaciones es de las corporaciones. Y las corporaciones se devoran todo. Devastan la tierra y abandonan a los hombres al hambre y la exclusión. Europa no puede asimilar porque el capitalismo nuevo milenio impide toda asimilación. Saquea la periferia. ¿Qué hace la periferia, qué hacen sus sobrevivientes? Emigran al Centro para sobrevivir. Aceptan cualquier cosa. La humillación. El racismo. Sólo se trata de subsistir. Hasta que un día (estos días) todo estalla. Se hartan. Dicen: no. Un no que no tiene ideología. No saben cómo superar lo que hay. No sueñan con un mundo mejor. Querrían vivir y trabajar en éste. Pero este mundo (el del capital, el del mercado) no da trabajo, impide vivir. Entonces sólo resta destruirlo. Salen como locos a quemar autos y destruir propiedades. Si un europeo con buenas intenciones saliera a hablar con ellos no lo escucharían. Si yo (que escribo estas líneas en las que intento abrir una hendija de comprensión) me apareciera entre ellos me escupirían. Soy, como todos nosotros, un blanquito de mierda, con trabajo, casa, derechos. La sociedad nos da un lugar. A ellos no. Para ellos, los márgenes. Todo incluido es un enemigo porque ocupa un lugar que podría ser de ellos.

“Alarma en Europa”, se lee. ¿Y no- sotros, y los argentinos de la culta Buenos Aires? Lo que hoy pasa en París sea acaso el espejo del peor de nuestros rostros futuros. Cuando los “zurdos” o los tontos progres como nosotros pedimos equidad social, democratización de la riqueza, distribución del ingreso, no sólo lo hacemos porque somos incurablemente idiotas y amigos de las buenas causas. Francia ha descubierto la cara del Otro demonizado. Siempre se niega lo Otro. Siempre se tapa la alteridad. El lenguaje del lacanismo tiene una expresión para esto. Cuando habla de “forclusión” quiere decir eso. La forclusión es la negación de la alteridad. No queremos ver lo Otro, lo negamos. De ahí, en los sujetos, estalla la psicosis. Bien, el capitalismo es psicótico. Niega lo Otro. Primero lo saqueó, lo explotó. Ahora lo niega. No sabe cómo asimilarlo. No sabe y no puede. Entonces lo demoniza.

La alarma que vive Europa debe hundir sus raíces entre nosotros. ¿Acaso no es Buenos Aires la París de América latina? ¿No fue ese título el que orgullosamente asumió esa oligarquía nuestra que, en lugar de un país, sólo construyó una ciudad? Una ciudad hermosa, como hermosa es París. ¿Cuántos excluidos esperan a las puertas de Buenos Aires? No son los piqueteros. Los piqueteros queman neumáticos y tienen una previsibilidad fatigosa. Son los que habitan el subsuelo de los piqueteros. Los que están en silencio, esperando o no. Los que se mueren de hambre. Los que miran las luces de la gran metrópoli desde las sombras de la alteridad, de la lejanía. No habrá Protocolo que los frene. ¿Cómo habrían de expresar en cinco minutos la interminable tragedia de sus vidas?

La crisis de la izquierda latinoamericana. Por Emir Sader (Fuente:Pagina 12, 27/02/16)



Por Emir Sader

Se puede decir que hay dos izquierdas en América latina y que ambas padecen de crisis, cada una a su manera. Una es la que llegó a los gobiernos. Empezó procesos de democratización de las sociedades y de salida del modelo neoliberal y hoy se enfrenta a dificultades –de distinto orden, desde afuera y desde adentro– para dar continuidad a esos procesos. La otra es la que, aún viviendo en países con continuados gobiernos neoliberales, no logra siquiera constituir fuerzas capaces de ganar elecciones, llegar al gobierno y empezar a superar el neoliberalismo.

La izquierda posneoliberal ha tenido éxitos extraordinarios, aun mas teniendo en cuenta que los avances en contra de la pobreza y la desigualdad se han dado en los marcos de una economía internacional que, al contrario, aumenta la pobreza y la desigualdad. En el continente más desigual del mundo, cercados por un proceso de recesión profunda y prolongada del capitalismo internacional, los gobiernos de Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador han disminuido la desigualdad y la pobreza, han consolidado procesos políticos democráticos, han construido procesos de integración regional independientes de Estados Unidos y han acentuado el intercambio Sur-Sur.

Mientras tanto las otras vertientes de la izquierda, por distintas razones, no han logrado construir alternativas a los fracasos de los gobiernos neoliberales. Los casos de México y de Perú son los dos más evidentes, mostrando incapacidad, hasta aquí, de sacar lecciones de aquellos otros países, para adaptarlas a las condiciones específicas de los suyos.

¿En qué consiste la crisis actual de las izquierdas que han llegado al gobierno en América latina? Hay síntomas comunes y rasgos particulares a cada país. Entre aquellos están la incapacidad de contrarrestar el poder de los monopolios privados de los medios de comunicación, aún en los países en que se han aprobado leyes y medidas concretas para quebrar lo que es la espina dorsal de la derecha latinoamericana. En cada uno de esos países, en cada una de las crisis enfrentadas por esos gobiernos, el rol protagónico ha sido de los medios de comunicación privados, actuando de forma brutal y avasalladora en contra de los gobiernos, que han contado con sus éxitos en el gobierno y con un amplio apoyo popular.

Emir Sader
Ellos han escondido los grandes avances sociales en cada uno de nuestros países, los han censurado, han tapado las vidas nuevas que los procesos de democratización social han promovido en la masa de la población. Por otro lado, destacan problemas, aisladamente, dándole proyecciones irreales, difundiendo incluso falsedades, con el propósito de deslegitimar las conquistas logradas y la imagen de sus líderes, ya sea negándolas, ya sea intentando destacar aspectos secundarios negativos de los programas sociales.

Los medios han promovido sistemáticamente campañas de terrorismo y de pesimismo económico, buscando bajar la confianza de las personas en su propio país. Como parte específica de esa operación están las sistemáticas denuncias de corrupción, tanto a partir de casos reales a los que han dado proporción desmesurada, como en los casos de denuncias inventadas, por las cuales no responden cuando son cuestionados, pero los efectos ya han sido producidos. Las reiteradas sospechas sobre el accionar de los gobiernos produce, especialmente en sectores medios de la población, sentimientos de crítica y de rechazo, a los que pueden sumarse otros sectores afectados por esa fabricación antidemocrática de la opinión pública.

Sin ese factor, se puede decir que las dificultades tendrían su dimensión real y no serían transformadas en crisis políticas, movidas por la influencia unilateral que los medios tienen sobre sectores de la opinión pública, incluso de origen popular.

No es que sea un tema de fácil solución, pero no considerarlo como un tema fundamental a enfrentar es subestimar la mayor debilidad de la izquierda: la lucha de las ideas. La izquierda ha logrado llegar al gobierno por el fracaso del modelo económico neoliberal, pero ha recibido, entre otras herencias, la hegemonía de los valores neoliberales diseminados en la sociedad. “Cuando finalmente la izquierda llegó al gobierno, tenía perdida la batalla de las ideas,” dijo Perry Anderson. Tendencias a visiones pre-gramscianas en la izquierda han acentuado formas de acción tecnocráticas, que creyeron que hacer buenas políticas para las personas bastaría para producir automáticamente una conciencia correspondiente de apoyo a los gobiernos. Se ha subestimado el poder de acción en la conciencia de las personas de los medios y de los efectos políticos de desgaste de los gobiernos que esa acción promueve.

Otro factor condicionante, en principio a favor, después en contra, fue el relativamente alto precio de las commodities durante algunos años, de que los gobiernos se aprovecharon, pero no para promover un reciclaje en los modelos económicos para que no dependieran tanto de esas exportaciones. Para ese reciclaje habría sido necesario formular y empezar a poner en práctica un modelo alternativo basado en la integración regional. Se ha perdido un período de gran homogeneidad en el Mercosur, sin que se haya avanzado en esa dirección. Cuando los precios bajaron, nuestras economías sufrieron los efectos, sin tener como defenderse, por no haber promovido el reciclaje hacia un modelo distinto.

Habría que haber comprendido también que el período histórico actual está marcado por profundos retrocesos a escala mundial y que las alternativas de izquierda están en una posición defensiva. De que lo que se trata en este momento es de salir de la hegemonía del modelo neoliberal, de construir alternativas apoyándose en las fuerzas de la integración regional, en los Brics y en los sectores que dentro de nuestros países se suman al modelo de desarrollo económico con distribución de renta, priorizando las políticas sociales.

En algunos países no se ha cuidado debidamente el equilibrio de las cuentas públicas, lo cual ha generado niveles de inflación que han neutralizado en parte los efectos de las políticas sociales, porque los efectos de la inflación recaen sobre los asalariados. Los ajustes no deben ser trasformados en objetivos, pero sí en instrumentos para garantizar el equilibrio de las cuentas públicas y eso es un elemento importante del éxito de las políticas económicas y sociales.

Aunque los medios hayan magnificado casos de corrupción, no se puede negar que no hubo control suficiente de parte de los gobiernos respecto al uso de los recursos públicos. El tema del cuidado absoluto de la esfera pública debe ser sagrado para los gobiernos de izquierda, que deben ser los que descubran eventuales irregularidades y las penalicen, antes que sean los medios opositores quienes lo hagan. La ética en la política tiene que ser un patrimonio permanente de la izquierda. La transparencia absoluta en el manejo de los recursos públicos tiene que ser una regla de oro para los gobiernos de izquierda. El no haber actuado siempre así hace que los gobiernos paguen un precio caro, que puede ser un factor determinante para poner en riesgo la continuidad de esos gobiernos, con daños gravísimos para los derechos de la gran mayoría de la población y para el destino mismo de nuestros países.

Otro problema de esos gobiernos es que el rol de los partidos oficialistas no ha sido bien resuelto en prácticamente ninguno de esos países. Como los gobiernos tienen una dinámica propia, incluso de alianzas sociales y políticas, de centroizquierda en varios casos, esos partidos debieron representar el proyecto histórico de la izquierda, pero no han logrado hacerlo, perdiendo relevancia frente al rol preponderante de los gobiernos. Así se debilita la reflexión estratégica que va más allá de las coyunturas políticas, la formación de cuadros, la propaganda de las ideas de la izquierda y la misma lucha ideológica.

Nada de eso autoriza a hablar de fin de ciclo. Las alternativas a esos gobiernos están siempre a la derecha y con proyectos de restauración conservadora, de carácter netamente neoliberal. Los gobiernos posneoliberales y las fuerzas que los han promovido son los elementos más avanzados de que los que dispone la izquierda latinoamericana actualmente. Funcionan también como referencia para otras regiones de mundo, como España, Portugal y Grecia, entre otros.

Lo que estamos viviendo es el final del primer período de la construcción de modelos alternativos al neoliberalismo. Ya no se podrá contar con dinamismo del centro del capitalismo, ni con precios altos de las commodities. Las clave del paso a un segundo período tienen que ser: profundización y extensión del mercado interno de consumo popular; proyecto de integración regional; intensificación del intercambio con los Brics y su Banco de Desarrollo.

Además deben ser superados los problemas apuntados anteriormente. Antes que nada se impone crear procesos democráticos de formación de opinión pública y dar la batalla de las ideas, cuestión central en la construcción de una nueva hegemonía en nuestras sociedades y en el conjunto de la región.

Hay que construir un proyecto estratégico para la región, no solo de superación del neoliberalismo y del poder del dinero sobre los seres humanos, sino también de construcción de sociedades justas, solidarias, soberanas, libres, emancipadas de todas las formas de explotación, dominación, opresión y alienación.

Escribe Iciar Recalde (Fuente: Facebook de Iciar Recalde)


Iciar Recalde
Qué joda: mientras día a día en política concreta en nuestra Patria y en la América profunda se postula la desaparición del nacionalismo y de un Modelo Nacional de Desarrollo para afirmar en su lugar (OTRA VEZ, OTRA MALDITA VEZ) los intereses particulares de las potencias postulados como universales, esto es, el derecho del imperialismo a imponernos su sistema social, destruyendo el Estado, transfiriendo soberanía económica, política y cultural a los titulares de las empresas y gobiernos extranjeros, demoliendo la industria nacional y las pymes a través de la apertura y la desregulación económica, bajando salarios y echando laburantes, reprimiendo la protesta social, puertas adentro de nuestra casa se corre tras la preocupación, pareciera ser, fundamental de la hora política, por el Partido Justicialista. Afiliar, afiliar, afiliar es la tarea. Una ayudita memoria para los tantos desmemoriados que, para colmo de males, no más ayer jugaron la de cuánto peor, mejor, invirtieron el ordenamiento de primero la patria, después el movimiento, luego los hombres, hoy predican que le andan naciendo traidores a diestra y siniestra (INFAMES) y postulan la del PJ como madre de todas las batallas. Decía Juan Perón en Modelo Argentino que el Partido Político: “para que ejerza una acción eficiente, REQUIERE NO SOLAMENTE DEL VALOR NUMÉRICO DE SUS INTEGRANTES, SINO TAMBIÉN DE UNA BASE IDEOLÓGICA EXPLÍCITAMENTE ESTABLECIDA. TAL ASPECTO PODRÁ EVIDENCIARSE A TRAVÉS DE UNA CLARA PLATAFORMA POLÍTICA, QUE NO SERÁ OTRA LO QUE EL PARTIDO CONCIBA COMO PROYECTO NACIONAL.” A secas: para que el PJ exprese al movimiento, ante todo el movimiento debe expresar los intereses y anhelos del Pueblo que sólo pueden encarnar en un Proyecto Nacional que enfrente a la oligarquía y de lugar al surgimiento de liderazgos genuinos, no de recauchutajes liberales como hasta ahora. La recomposición del movimiento nacional acontecerá más temprano que tarde en el seno del pueblo que organizará la Comunidad Nacional fortificada por vínculos de solidaridad y conciencia social a través de las organizaciones libres del pueblo que apuesten a un PJ que no sea cáscara vacía sino espacio de participación plena para la elaboración del Proyecto Nacional y su instrumentación en la tarea de emancipación del país

viernes, 26 de febrero de 2016

Peronismo: esquema de adecuación, Por Horacio González (Reproducimos este texto publicado en La Tecl@ Eñe)



Capítulo 8. El folletín argentino

Peronismo: esquemas de adecuación


En la octava entrega de El folletín argentino, Horacio González propone un análisis histórico y semántico del peronismo, movimiento social de vastos alcances y creador de identidades que atravesaron ciclos heterogéneos de la política argentina. La aspiración a la unidad nacional que supone un antagonista externo y los intentos de hacer del peronismo un frente transversal, son otros de los puntos que González aborda. La reflexión final queda para el concepto de autocrítica como una mirada que examine lo que ocurrido durante los últimos doce años bajo la manera de un método de extrañamiento que lejos de desentenderse de una interpretación profunda, se aparte de los “conversos”, “nuevos pluralistas” y “ortodoxos de la vendetta”.



Por Horacio González*

(para La Tecl@ Eñe)


La atracción que ejerce el peronismo es que fue preparado como un conjunto de astucias que de alguna manera u otra terminan siendo un conjunto de tragedias. Por otra parte, su aspiración a la unidad nacional, siempre se ve impedida por su propia configuración enunciativa: al afirmar su deseo de universalizarse, queda automáticamente convertido en una parcialidad que se realiza fronteras adentro y deja un fuerte resto afuera. Ese exterior sobrante o antagónico, según los momentos históricos, es juzgado como incapaz de comprender las intenciones de instituir la unidad extensa, y merece el apelativo de “gorila”. Esta expresión es muy profunda, y por mera complementación lo es también decir peronismo. Se trata de conceptos pre-categoriales, vinculados a un modo de comprensión donde es habitual postular un tipo de identidad “bebida en las fuentes”. Se escuchó muchas veces decir “esto lo mamé en mi casa”. El peronismo como desprendimiento iniciático de una voz maternal, una heredad que apela a las primeras huellas emotivas que se inscriben en una conciencia lactante.



Esos criterios hacían del peronismo un linaje genético, y si bien su doctrina está articulada como un texto de saberes patriarcales, un marxismo mucho más que ocasional también imprimió otra veta en su verba, lo cual convivió bien con una épica extraída de una crónica de ascensos y caídas. De modo que lo “heredado” podía conciliarse muy bien con lo “adquirido”, y en la imaginación más cotidiana del peronismo, lo habitual es menos lo “mamado” que lo adoptado, lo que no impide en éste último caso, que pasado un ligero período de tiempo, se invoquen alusiones originarias. Siempre se es “peronista originario”. El nombre pesa tanto, que está a disposición de todos. Es una inmensa paradoja. Pero el que cree que con este requisito tan fácil se arregla todo, no sabe aún lo fundamental. Que en su cuerpo interno de límites imprecisos, hay un gatillo siempre montado en su lengua interna, que traza ahora sí una frontera de apariencia inapelable: traidores y leales. En vida de Perón, la única facultad que se arrogaba era la de ser el autor (sigiloso, tácito, pues nunca lo decía sino a través de un elaboradísimo sistema de signos y de notables implícitos gestuales). Pero una vuelta de tuerca más tenía este rasgo crucial de trazar la “línea”. Estaba escrito en la doctrina: el peronista que se cree más de lo que es, se convierte en oligarca. (Cito de memoria). Esto convertía potencialmente a todos en candidatos a atravesar la línea. ¿Era grave? No, para el Perón exilado, o para el Perón anterior a la aparición de Montoneros. La “línea” era sumamente porosa, se salía de ella en medio de estridencia, pero se podía volver con los debidos recaudos, pues si todo leal podía ser traidor, todo traidor podía ser leal.



El núcleo final de estos vaivenes estipulados, era un concepto agrupado en un lema sucinto de Perón, que de tan enigmático parecía tener la más fácil de las interpretaciones: la única verdad es la realidad. En nuestras épocas de estudiantes que iniciábamos el largo contacto con el peronismo –con Perón exilado, con el atractivo de la proscripción y la resistencia, con la fascinación del “Gordo Cooke”-, nos reíamos de la coincidencia de uno de los conceptos magnos de Hegel –la “realidad efectiva”-, con una línea de las estrofas de la marcha peronista. Pero en esa época, no era inadmisible pensar en un hegelianismo peronista –el Hegel de la Filosofía del Derecho- que podía encarnar Guardia de Hierro, y un sartrismo peronista, que por supuesto, encarnaba Cooke, quien había conocido a Sartre, y toda su teoría del “hecho maldito” no era sino una variante de la idea de la “mala fe” del autor de El Ser y la Nada. Queda muy poco hoy de eso, como debate o como rastro que late en un presente dado. Desde luego, el peronismo cuyo nombre vale la pena conservar, es el de los perseguidos, los caídos, los que fueron torturados, los que la soportaron sin “cantar”, los fusilados… Esta historia fue muchas veces contada, y en libros célebres de la literatura argentina, y tiene un fuerza tal, que incluso subyace aun en pócimas reducidas en el trasfondo último de la conciencia de los funcionarios peronistas, burócratas o edecanes, senadores, sindicalistas o diputados, mandaderos o transfuguistas, pues en todas las trapisondas en que se empeñan, hay siempre un rasguido último, un quejido casi inaudible, que los lleva a una tan vaga como indeclarable culposidad. Allá ellos. Perdónenme que ahora no hable de las numerosas excepciones, que como es lógico, abundan en un movimiento social de tan vastos alcances y creador de identidades que atravesaron ciclos heterogéneos de la política argentina.



Un dilema por el que hoy se atraviesa es el de afiliarse o no al Partido Justicialista. Personalmente, me duele en mi pequeño memorial, en los puntazos de intimidad reminiscente que me asaltan, que jóvenes militantes que esperaban tan otra cosa de las zozobras de la vida nacional, terminen afiliados a esa armazón artificiosa, gobernada por una clase política cuyo único arte es el de la adecuación a los poderes de turno en el mejor de los casos, o a las proclamas libremente expresadas de un antiintelectualismo o un anticomunismo propio de la “guerra fría”. Néstor Kirchener sospechó dos veces esta situación. Una cuando lanzó la transversalidad y propuso configurar –sobre la base del peronismo- un gran frente de centro izquierda nacional. Otra, cuando fundó la Cámpora, poniéndole al grupo juvenil un nombre que sería determinante. Por un lado, de una “ala izquierda” definida por el propio Perón en la persona de quien era su delegado en la Argentina. Por otro, arriesgándose a que con ese nombre, varias décadas después, se reprodujera el episodio de enfriamiento de las relaciones de Perón con su Delegado, que de la “lealtad” había comenzado a bordear la “traición”. Siempre, el peronismo recurre a su validación arcaica, y está realmente formado de los distintos afluentes que lo alimentan cíclicamente en nombre de la “realidad efectiva”. Su maquinaria real se compone de ventosas adaptativas que en su recóndita sabiduría, espera a los nuevos conversos. ¿Qué los aguarda? El credo realista de cuño adaptativo: la única verdad es la realidad. Enigmático aforismo que puede preanunciar un examen realmente crítico de las condiciones de lo real, o una adaptacionismo que siempre encontrará su justificativo oportuno. Mientras, muchos jóvenes podrán cotejar ese futuro destino, protegidos de las inclemencias que durante un tiempo deberán soportar por el solo hecho de que provisoriamente sigan considerándose los “herederos de la gloriosa resistencia”.






No quiero ocultar mi pesimismo ante las afiliaciones masivas de los jóvenes que llenaron el Patio de las Palmeras, ente los discursos agonales y autoafirmativos de la Presidenta; me basta para alimentar esa desesperanza cualquiera de las fotos que veo de los pelucones del justicialismo, gobernadores en actividad o retirados, operadores de “todo terreno”, ex insurgentes setentistas absorbidos ahora por la “única verdad”. El peronismo es una masilla adaptativa cuyo mimetismo se realiza en la espera del “próximo turno”, frase balbinista por excelencia, solo que ahora no ocurrió un episodio de alternancia, sino de cataclismo. La diferencia de tres por ciento de votos era mínima desde el punto de vista cuantitativo, pero cualitativamente, fue como la caída de Constantinopla. Había algo mal ensamblado en el kirchnerismo, una debilidad constitutiva que no se sabía declarar como tal, mientras se encaraban gestas comunicacionales –que sin duda acompañamos- que se presentaban como “la crítica al poder real”. En efecto, aunque un gobierno no suele decir eso, el kirchnerismo se caracterizó por sus rasgos contingencialistas, acentuados por tener una única y absorbente voz enunciativa, pero también muchos pigmentos que combinaban la tolerancia disidente con el control despreocupado de la diversidad.



¿Qué cosa no les gustaban a las ortodoxias del viejo Movimiento de estos rasgos kirchneristas? ¿Qué cosa causó la ruptura con Moyano, con Pichetto, con Smith? Las rupturas con la derecha justicialista ya estaban instituidas, preanunciadas. De la Sota, Urtubey, Massa, eran y son evidentemente la derecha oceánica que existe desde siempre en la Argentina, forjada al calor de su geografía política, su reconversión de las almas, su enclave de clase (aristócratas del noroeste, algunas patronales empresarias, son figuras permanentes de los aparatos del Estado, son “peronistas”) con la hipótesis –hoy en pleno curso en el macrismo- de que hay una “pata peronista” en el proyecto de situar al país en el bloque mundial del Capitalismo Global, servicialmente ubicado, con sus cuadros de situación en torno a temas de “derechos humanos”, “seguridad”, “narcotráfico”, “terrorismo”, etc., ya absorbidos por los grandes Configurados mundiales, ideología central de su Banco de Datos. La subsunción del peronismo por su intermediación macrista está casi hecha. Le siége est fait.



El programa de Kirchner que se insinuaba, en sus primeros pasos, junto a Torcuato Di Tella (el único testimonio escrito más completo de los inicios de esta experiencia) nunca pudo ser consumado, y muy pronto se convenció que la “transversalidad” (un frente social potencial, que contara con una viga peronista capaz de replantear su historia), no era posible. Las sustituciones de este programa originario, a pesar de que el Presidente Kirchner no guardaba grandes esperanzas en relación al Mamut petrificado, recubierto de medallas y canciones, testifican que sin embargo no podía privarse de él. Esta discusión nunca se hizo pública de un modo en que, necesariamente, debía ser asumida como un tema vital para miles de personas vinculadas a la memoria nacional. Lo que estaba destinado a despertar grandes polémicas fundamentales, se hablaba en sordina y formaba parte de la mayor incógnita para los militantes del “pan-peronismo” de la época.



Una, fue la Convergencia Plural –muy pronto fracasada, pero nótese que ya se invocaba el concepto de “pluralismo”- y otra, “La Cámpora”, cuya heterogeneidad como grupo de gobierno ligado al primer círculo presidencial, también incluía fervor militante, adopción inmediata de la fascinación simbológica, una tesis sobre la continuidad de las grandes epopeyas argentinas y palabras-salmo como “modelo” y “proyecto”. De algún modo sigue representando la dialéctica soterrada de todo grupo político, entre el funcionario que tributa al conjunto, la militancia barrial activa, y la hipótesis magna de la historia del peronismo transferida al siglo XXI: “la relación líder masas”. No hablo con sorna ni suficiencia, aunque sí con dudas espirituales. Era imposible escuchar los cánticos de la Plaza o del interior de la Casa de Gobierno, sin que se suscite el perseverante recuerdo y la nerviosa ansiedad por las recurrencias históricas que siempre precisan de un balance específico, pero que con ese balance nunca reaparecerían desde los caudales remotos de la memoria. ¿Qué es lo mejor? No pertenece a los dominios de la política la posesión exacta de ese saber.

La expresión la “pata peronista” –en verdad, esta catacresis era empleada por todo aquel que pensara en una política de remiendos rápidos y oportunos-, fue aceptada por el propio peronismo, en la confianza de su ubicuidad (podía alimentar y participar de las experiencias más diversas o antagónicas a lo que es o cree ser). El macrismo tiene desde hace casi una década, una “pata peronista”, pero la cosa va mucho más allá. Una vieja figura de la retórica, tomada de la medicina, es el quiasma. El entrecruzamiento por pares de diversos elementos antagónicos que se turnan para forjar pseudo-antagonismos o antagonismos que tienen un plano efectivo, pero con napas internas de fuertes intercambios e interrelaciones. Creo que la estructura semántica profunda de la política argentina, incluyendo de Alfonsín en adelante, es ese quiasmo, resumido en: el neoliberalismo “en” el peronismo y el peronismo “en” el neoliberalismo. Con Alfonsín, empezó la búsqueda de la “pata peronista”, mientras muchos sectores de la entonces renovación, éramos la “pata alfonsinista” del peronismo. Sé algo de eso. El Chacho, cuyo ascenso y caída es parte de esta tragedia, no sólo lo sabe, sino que fue una víctima propiciatoria de esta situación, una “convergencia plural” fracasada. En su sentido general, como primer destituido de una alianza de centro derecha que declaraba un improbable progresismo, su caso destiló escenas injustas hacia un político ingenioso, audaz, pero con irresolubles vacilaciones.


Estos entrecruces se acentuaron con Menem, que ya había asumido plenamente el programa económico neoliberal, con ministros de esa orientación, aunque ratificando la “cultura peronista”, ocasión en que surgieron teorizaciones diversas respecto a que el peronismo era precisamente “una cultura” que podía ser adosado al programa económica que cada época recomendara, por más caprichosamente diferentes entre sí que fueran. Papilla banal. La historia en remate, la biblia junto al calefón. El signo del menemismo bañó al conjunto del peronismo y fue apenas una antesala de la experiencia en curso que no sabemos cómo llamar: apelemos para señalizarla al mero nombre de superficie: Macrismo, pues.



En el macrismo actúa un peronismo pleno –han puesto la estatua de Perón en la ciudad-, y en el peronismo hay un macrismo más que adulatorio, sobre todo a nivel gobernadores, que concurren a la Casa Rosada sin el enojo, era evidente, que les provocaba Cristina. No será en vano que se investigue al macrismo, politológicamente hablando, como cierta fase superior de lo más ambiguo y pregnante del modismo asociativo básico peronismo. Basta ver rostro, estilos, declaraciones, astucias. El kirchnerismo problematizó a las Corporaciones, sobre todo las mediáticas, que en todo el mundo se han convertido en fábricas de subjetividad, lenguajes y deseos, y ubicó a Clarín como su enemigo esencial (en un capítulo anterior comentamos largamente esta situación); mantuvo rasgos de independencia en la política exterior; sostuvo con los tenedores de la deuda que no entraron en el canje (los fondos buitres) una actitud digna; el Banco Central asumió políticas sociales además de las tradicionales en torno a la moneda; el programa económico acentuaba las demandas efectivizadas en el mercado interno; y se dedicaban fuertes partidas presupuestarias al sostenimiento de universidades suburbanas, investigación científica, con resultados tecnológicos ostensibles en la ocupación de órbitas satelitales, además de construir una infra-estructura cultural que antes nunca existió de esta manera tan copiosa. Por supuesto, todo esto cae ahora bajo el fuego granado del gobierno macrista, que percibe esta conjunción de hechos como parte de una Gran Corrupción, incluso de latrocinios personales, lo cual provoca la secreta satisfacción de los peronistas ortodoxos y quizás de los nuevos pluralistas, algunos de los cuales con actuación implícita en el kirchnerismo, que han pasado a la posición de inquisidores en los medios masivos, participando de tribunales sumarios a los antiguos funcionarios del “régimen caído”.


Ante este delicado panorama, surgen voces que reclaman “autocríticas”. En verdad, no tengo nada contra quienes las anuncian e incluso avanzan en señalar ciertos temas enojosos, pero en lo que no creo es en ese concepto tan complaciente, autocrítica, originado en una de las formas más rígidas de la dialéctica. En los ámbitos de antiguas izquierdas, cualquier tropiezo no se tornaba casi nunca un hecho de la historia que producía aperturas inesperadas y muy desafiantes hacia situaciones nuevas, sino que apenas exigía una autocrítica, un perdón por lo actuado –la Iglesia tiene ese equivalente, pero lo usa con más ambigüedad- que permitía salir fresco hacia el próximo segmento de actuación, tan previsible como el anterior. Por supuesto, luego de un resultado tan abrumador –como dije, menos electoral que abismal- no es posible quedarse mudo en la afirmación a-crítica de todo lo actuado. No obstante, la crítica no es de índole literal, rutinaria, equivalente a una rápida expurgación que sirve para comprar otro boleto de tren para reiniciar otro viaje en dirección contraria. Hay que estar muy intranquilo para conocer a fondo las razones de un derrumbe, de este desplome con tantas dimensiones a ser examinadas, internas y externas. Y esa intranquilidad proviene de lo que se venía originando en las grandes escenas internacionales, donde las lógicas financieras asociadas a nuevas formas de consumo –del poder, de las guerras territoriales y religiosas, de las nuevas militancias sacrificiales, de las nuevas acciones del capitalismo ya fusionado a todas las “formas de vida”- arrasaban con los tejidos existenciales de vastos núcleos humanos.



Pero también el gobierno de Cristina transitaba por difíciles cornisas, que mezclaban valentías inusuales en foros internacionales con proclamas sobre el “capitalismo serio” que no se condecían con la crítica a las “corporaciones”. Muchas veces, un genuino fervor sostenido en grandes leyendas nacionales, ocupaba el lugar entero que debía compartir con análisis más realistas de la situación. Por otro lado, las políticas económicas no se sometían a miradas más agudas que alertaran que se estaba transitando por el filo de la navaja –resalto, no obstante, la sensatez decidida con que Kicillof tomó los delicados asuntos de los deudores recalcitrantes que impiden ya no las soberanías nacionales sino las formas existenciarias colectivas más elementales-, y si bien el Estado era desacralizado (desburocratizado) para hacerlo admitir comportamientos militantes que lo reactiven, no pocas veces esto permitió desprolijidades, que hoy exaltadas al extremo por la prensa oficial que ocupa todos los espacios del lenguaje informativo, configuran las bases de una situación genéricamente persecutoria basada en la interpretación hiperbólica de ese u otros errores.



La “autocrítica” no es un ritual o un protocolo cargado de axiomas. Es principalmente la búsqueda de una forma para hablar de lo que pasó. Especialmente, esa forma requiere cierta distancia para los que de alguna manera u otra, tomamos el compromiso de actuar en el apoyo del gobierno –o como es mi caso- aceptando ser sus funcionarios en distintos niveles de responsabilidad. Y esa distancia no es un apartamiento de lo político y los compromisos que de allí emanan, o una negación de aquello que aceptamos, sino la creación de una mirada que examine lo que ocurrió al estar cerca, bajo la manera de un método de extrañamiento que lejos de desentendernos de una interpretación profunda, nos aparte de los “conversos”, “nuevos pluralistas”, “inquisidores que pasan la factura” y “ortodoxos de la vendetta”. Pero que nos acerque con más sensibilidad a explicar lo que vivimos. El extrañamiento es un modo de la objetividad en antiguas críticas literarias, pero es la objetividad del comprometido.

Asistimos ahora a una nueva persecución bajo la forma de la difamación, que nunca cesó. Es pre y post gobierno de Cristina. Como tantos opinan, se trata ya no de destruir una estructura sino de demoler un recuerdo. Debe haber entonces una reflexión que acentúe formas éticas –no debe ser problema llamarlas resistentes, todo resurgir futuro implica una forma óntica de tipo resistente – y después una oposición política –parlamentaria, social, y en ámbitos urbanos abiertos- que ate los puntos de protesta más elocuentes y no rociados de un costumbrismo sin capacidad de convicción o persuasión, y que así nos vaya acercando a la configuración de un frente social novedoso, aglutinante, convergente.

Una y otra vez en la historia se ha presentado esta disyuntiva. Estamos recién en los comienzos de reconocerla y pasar lista de los infinitos nombres que llenarán lo casilleros donde se inscriban las voluntades que ya estaban y las que se sumarán.


(Escrito el 22 de febrero de 2016, a la noche. Leo en Clarín una nota sobre una asamblea de Carta Abierta, donde el comentario del periodista sobre una intervención mía no es totalmente exacto. No puse a Holland a la misma altura que la presencia de Obama en la Ex Esma. Ambos son hechos complejos de distinta significación. El periodista pone entre paréntesis su opinión, refutando al parecer al orador, que sería tan necio que no sabe que Holland viene a recordar a los desaparecidos franceses. Creo que es el periodismo de combate de Clarín, que entre líneas sabe cómo ridiculizar todo lo que digamos los del “período anterior”. Reafirmo que el problema es la fecha en que vienen. Si hubiera venido Mitterand, seguro que no se prestaba a la confirmación de una nueva versión de los “derechos humanos”, ya convertidos en una pieza de la globalización y un canje con la situación venezolana y cubana. Es claro que festejo que Holland recuerde a los desaparecidos franceses, pero no me diga el periodista Héctor Pavón –que sigue gozando de mi simpatía, en este caso crítica- que no se abre un dilema trascendente respecto a la fecha. Eso es lo que tendría que haber informado, pues eso fue el corazón de lo que se dijo. De ahí también mi observación de que la invitación a Estela Carlotto adquiere una gran importancia, porque sobre ella reposará la responsabilidad de devolver la atención pública sobre el tradicional acto de Plaza de Mayo de las organizaciones de derechos humanos y sociales del país. Estela conoce suficientemente bien a todos estos personajes de la política mundial, como para salir muy airosa del desafío al que es sometida). 





Buenos Aires, 22 de febrero de 2016



*Sociólogo, ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional

martes, 16 de febrero de 2016

CONCIENCIA AL NATURAL, Por Horacio González (Fuente: Página 12, 15/02/16)

Charly García dice en una de sus grandes canciones “prendí un faso para disimular”. He allí una descripción formidable del modo en que el macrismo ha instado a la gran disimulación, un faso disimulante lleno de grasa moral (o sea, que finge moralidades o escenas prístinas) para crear un tipo de conciencia que en su aparente inocencia sin historia, ahonde los estropicios colectivos que están en curso. Horacio González







Entre las tantas notas “costumbristas” que se leen sobre Mauricio Macri –en verdad, dentro de una voraz campaña adulatoria–, una muy reciente en un específico matutino pasa revista a ciertas particularidades: él entra a su despacho recién salido del baño, con el cepillo de dientes aun introducido en la boca. (¿Hablará sin sacarse nunca ese aderezo bucal?) También recomienda a sus ministros que estén antes de las ocho de la noche en su casa, para “no perderse el crecimiento de sus hijos”, evitando entonces hacer política en un ámbito rodeado de sospechas: “la madrugada”. El comentarista de tales épicas de la cotidianidad no se priva de decir que hasta parecen recomendaciones de Durán Barba. Nunca sabremos si es así, o si el discípulo superó al maestro. Pero estos detalles de cotidianidad merecen observaciones que no pierdan de vista la manera en que van diseñando una forma de la política y de la historia. En general se tratan de hechos degradantes, donde se pierde una nota existencial que es irreversible de todo acontecimiento humano: en éstos hay varios conceptos terminados en “ad”. Historicidad, tragicidad, cotidianidad, subjetividad. Podríamos agregar muchos más encadenados a estas declinaciones tradicionales, que revelan una cualidad persistente y esencial de las cosas que mencionan: así, la historia, habiendo historicidad, pierde su aparente naturalismo. Hay que investigar entonces qué es. Cuando una palabra termina en “dad”, parece forzada, pero ya no es posible fijarla con una chinche al telgopor, y comprenderla de inmediato. Se inicia la implícita averiguación de un sentido. Pero esto se halla ausente en lo que hoy se llama macrismo. Hay una “macreidad”, entonces, como equivalencia a la falta de esencia de las cosas, como una búsqueda de lo meramente aparencial como forma de vida.

Sería esta una supuesta conciencia al natural, transparente a las cosas, despojada de otra intencionalidad que no sea su impenetrable visibilidad entera y exhaustiva. Es todo lo contrario a las visiones trágicas, quizás dramáticas del vivir sin más, y en especial, de las que ven todo acontecimiento como una suma constituida de planos entrecruzados, mediados por ambigüedades, por mapas implícitos e invisibles. Nada más obvio. Pero esta “obviedad” no conjuga con el macrismo, porque se pretende “natural”. Serlo, equivale a una reflexología inmediata de lo cotidiano. Siguiendo con la línea del Cepillo Dental en la Boca del Presidente (no se vio así en Davos) podríamos pensar en otras escenas cotidianas que en su extremo, no alcanzarían estatuto social de convenientes. Pero como los colaboradores se sorprendieron favorablemente con la espumosa boca presidencial, y al parecer festejaron la escena odontológico profiláctica, podríamos esperar otras de mayor intimidad relacionadas con el baño, esa parte siempre problemática del habitar, palabra que en nuestro idioma menciona una actividad higiénica ostensible: bañarse. Pero no elige otras más comprometedoras, hundiendo más la navaja en el habla, respecto a las póstumas significaciones del mencionado recinto. Aunque el lenguaje más íntimo e “irreproducible” las contiene. No nos internaremos en estas consecuencias del neo naturalismo, fase superior del neoliberalismo.

En los tiempos de Kirchner se decía que ese momento era caracterizado, en toda Latinoamérica, por el hecho de “que los presidentes se parecían cada vez más a sus pueblos”. Confieso que la frase no me gustaba del todo, a pesar de tener un contenido apreciable. ¿Cómo apartarse de una definición que populariza al gobernante e introduce potestades muy altas para la opinión y participación en el pueblo? Ese cruce es totalmente plausible, pero potencialmente encerraba la pepita de su precipitación en un juego de espejos muy limítrofes, en al abismo de la apología de la desaparición del rastro humano –déjenme decir esta dramaticidad– que define siempre lo inherente a lo político. No obstante, con esa frase, que tenía una legítima contextura, lo que pertenece sin más a la condición humana, se implantaba en la arena política, haciendo quiméricamente inmediato lo mediato. Es grave, pues el espectáculo que ahora nos proporcionan, ya consta de esta cuestión desarrollada “a full”, como vulgarmente se dice. ¿Cómo expresarlo de un modo más preciso? Acepto la pregunta sobre si la recomendación tan comprensible y festejable de “no perderse el crecimiento de los hijos”, entra asimismo dentro de esta cartillas del naturalismo disolutorio de las evidentes rugosidades del existir. Pues claro, no tenemos objeciones a aquella frase del acervo común, inscripta desde siempre en la emotividad del vivir íntimo y justo. Pero la frase enlazada a no hacer “política de madrugada” aporta ya a una toma de partido sobre los tiempos y momentos horarios, frase estrictamente de campaña: madrugada, igual a turbiedad, corrupción, vidas opacas. Apuesto a que el macrismo y su personal estable tienen madrugadas activas y por cierto, nada tenemos contra ello. Desde luego, el crecimiento de los hijos está en nuestro libro de deseos, conmemoraciones y probables fracasos. Tema para meditar. Pero ese mismo tema, en la frase del presidente y sus comentaristas del naturalismo aplicado y épico, significa lo contrario a una reflexión sobre el tema. Es una expectativa meramente fotográfica, icónica, una representación aparentemente casual. La redacción de tales acontecimientos , con Macri pintando con acuarelas junto a su hijita, tirado en la cama con el núcleo familiar, esto es, un descenso al rango último de lo espontáneamente doméstico de la mirada (dicho en académico: lo escópico de la intimidad), forma parte de una gran escena que enrarece todos las formas de convivencia con un nuevo estilo de dominación. La presumida naturalidad escénica, hace que su carácter teatral sea suprimido en su fase preparatoria y aparezca como una imagen revelada en su instantánea casualidad. No en vano se emplea la frase “fue sorprendido”. La esposa del presidente “sorprendida” en un supermercado. La ministra de Relaciones Exteriores “sorprendida” en otro supermercado. El macrismo podríamos definirlo como un gran simulacro llamado “sorpresas”. Pero es el reino absolutista de la Sorpresa Planificada. Debieran crear un ministerio con ese nombre, anexo al de “racionalización”. Entienden sorpresa como naturalidad. Ser sorprendido quita gravedad a la densa teatralidad de la hora. La gobernadora Vidal puede ser “sorprendida” en una reunión con docentes. No, pero allí sabemos que hay la latencia de un conflicto. Sabemos también que la gobernadora irá a vivir a la Villa de los Brigadieres en la Base Aérea de Morón. Será “sorprendida” viviendo en un recinto militar. Justificaciones puede haber muchas. Pero aquí tropieza este naturalismo basado en la casualidad de la intromisión de lo infinitamente cotidiano en la levedad del ser político. Ya en esta expresión “Base-aérea-militar” hay otra significación, cierta pesantez de la historia que roza con su rusticidad la pasta dental, el cepillo de dientes, las acuarelas, la tinta china, la plasticola y el lecho matrimonial repleto de inocencia. Lo que lo roza es lo impronunciable.

Es que el macrismo trabaja también con lo impronunciable; sus amenazas son administrativas, encuadradas en reglamentos, leyes, memorándum. ¿Pero por qué llamarlas amenazas si es la administración de la vida, o la vida administrada? Equivalente a la supresión de la grasa como haría cualquier simpático tallerista con lo que sobra del aceite de un árbol de leva o del cigüeñal. Lenguaje automotriz, idioma tuerca, sabihondo en tipos de grasas. ¿Pero el Estado continúa con su libre albedrío cuando la lengua naturalizada pronuncia la grasa como un complejo artilugio que encubre el despido de sus trabajos de miles de personas? Los naturalistas no saben bien cómo hablan y qué implica lo que dicen. Charly García dice en una de sus grandes canciones “prendí un faso para disimular”. He allí una descripción formidable del modo en que el macrismo ha instado a la gran disimulación, un faso disimulante lleno de grasa moral (o sea, que finge moralidades o escenas prístinas) para crear un tipo de conciencia que en su aparente inocencia sin historia, ahonde los estropicios colectivos que están en curso. Lo mismo cuando viste ponchos de los pueblos originarios, o cuando cruza los Andes en el itinerario sanmartiniano. La conciencia natural llega a un ritualismo desnutrido y escuálido, que reviste acontecimientos de gravísima entidad, no portadores de otro que nombre que los infinitos sinónimos que tiene el agravio moral y material. Pero con cepillo de dientes, incluso espumita rodeando la boca, porque aun así se percibe guturalmente las palabras pronunciadas: despídase, échese, aprésese, reprímase (and other words ending in “ese”). En la etapa anterior del kirchnerismo se vio algo de esto, la colocación en términos de vida privada y alusiones a la domesticidad para comentar o comunicar hechos de profunda significación colectiva. Las diferencias de épocas y significados las conocemos muy bien. Ahora es preciso saber cómo revisar en nuestras propias actuaciones los modos que también, preparatoriamente, prendiendo fasos más bien candorosos, nos hicieron llegar a esta fase extrema del “faso para disimular”. La supuesta conciencia al natural es uno de los modos posibles de deterioro de la vida pública, de los símbolos de convivencia –que nunca son transparentes del todo, no son cándidas acuarelas–, y de la existencia comunitaria cuyas raíces efectivas pueden cambiar realmente, sólo cuando no confunden política con exhibicionismo “al natural”.

* Sociólogo, ensayista.

VENEZUELA: LOS MILITARES ENTRE LA ESPADA Y LA PARED, Por Heinz Dieterich


Heinz Dieterich


Heinz Dieterich 7.2.2016

Venezuela: los Militares entre la espada y la pared

1. Venezuela sin negociación

Pese a que la política de Miraflores y de la MUD empujan el país cada vez más hacia un estallido social y la instalación de un régimen militar abierto, no realizan negociaciones serias para evitar tal catástrofe. La razón de esta paradoja radica en la esencia de la negociación. Negociaciones serias sólo se realizan cuando las estrategias de lucha presuntamente exitosas, que en términos lógicos son hipótesis sobre el futuro, han sido derrotadas en la práctica. Es decir, cuando los adversarios han llegado a la conclusión, que no pueden imponer su agenda y sus intereses al otro y, por lo tanto, tienen que negociar un compromiso. Este punto no ha llegado en Venezuela, porque tanto la fracción socialpopulista como la neoliberal de la clase política están convencidas, que con su estrategia actual prevalecerán en la conquista del Estado y el botín real, la renta petrolera.

2. La Madre de todas las negociaciones

El mejor modelo didáctico para explicar la conflictividad en una sociedad de clase, es la guerra. Mientras un Mariscal de Campo está convencido que ganará terminantemente en el campo de batalla, no ve razones para negociar un quid pro quo (algo por algo) con el enemigo. Por este motivo, Obama negoció una frágil “paz caliente” con Cuba e Irán. O, cuando el imperialismo inició su gran campaña militar (Plan Colombia) contra las FARC, se le dijo a un oficial yanqui, que no podían destruir militarmente a la guerrilla. “Lo sabemos”, contestó. “Sólo queremos causarles 5000 muertos a las FARC, para que acepten que no pueden ganar la guerra y que tienen que negociar un arreglo.” En Venezuela, ambos adversarios mantienen la ilusión de que van a ganar la “guerra” con las estrategias empleadas. Ambos están equivocados. Pero, mientras no hayan vivido la experiencia de su derrota relativa, no negociarán en buena fe. El resultado inevitable de su ceguera ---un creciente caos social y político--- será un régimen militar abierto.

3. Cambio cualitativo en el papel de los militares venezolanos

Los Estados Mayores del Comando Sur (SOUTHCOM), de la Fuerza Armada colombiana y de la Fuerza Armada venezolana ya tienen preparados sus “planes de contingencia”, para el caso de la toma del poder por las FANB. La situación (teatro de operaciones) más compleja se presenta para los militares bolivarianos. Para los compañeros en armas de Hugo Chávez no es una cuestión de querer asumir formalmente el poder del Estado, sino de estar obligados por los políticos a hacerlo. No quieren tomar el poder públicamente, porque la forma institucional en que lo ejercen ahora es idónea para ellos. Sustituyen la austera, disciplinada y monótona vida castrense de los cuarteles por las prebendas de altos ejecutivos de empresas transnacionales o burócratas estatales, sin ser responsables del desastre oficialista. Y sus esposas, un vector fundamental en la institución, pueden abandonar los feos y aburridos casinos de oficiales y los confesionarios de los curas (otro vector de poder importante), para vivir “adecuadamente”. En fin, disfrutan de las dulces mieles del poder (Fidel), sin cargar con la corona de espinas de la responsabilidad pública.

Y tomar formalmente el poder, significaría hacerse cargo de un problema, que es prácticamente insoluble para ellos. No tienen el know how económico, ni el equipo humano, ni el apoyo social, ni el internacional para hacerlo. Será una misión tipo kamikaze (de inmolación). Y, a pesar de esto, tendrán que hacerlo, porque las dos facciones de la clase política ---la cretina y la idiota--- implacablemente empujan al país hacia tal desenlace.

4. Maduro no es el problema

La incapacidad del gobierno para resolver cualquier problema y los exabruptos del Presidente han hecho nacer en las redes sociales la hipótesis, de que Maduro “no es apto para gobernar”. Pero, el hecho es, que Maduro no “gobierna”. Maduro no es más que el vocero de la camarilla dominante del PSUV, que controla Cabello. Maduro sólo juega el papel que se le ha asignado en la división política del trabajo de la camarilla. Quien realmente gobierna es Cabello. Y Cabello es una peligrosa combinación de objetivos claros y una gravitación natural hacia los métodos de la guerra sucia. La “errática” política del gobierno no se debe a la ineptitud de Maduro, sino al objetivo estratégico de la gobernanza oficialista: una intervención militar abierta. Incapaz de desarrollar cualquier estrategia racional de superación de la crisis, la toma del poder por los militares dejaría el paquete de la salvación nacional en manos del Estado armado, no del partido y del Estado civil. Esto explica, porque el bloque de los militares ---que ahora es el único poder real detrás de Miraflores, con unos 25 militares como ministros y gobernadores en servicio militar activo o reserva--- no ha intervenido decididamente en el catastrófico curso del Titanic; excepto el bloqueo del desconocimiento oficialista del resultado electoral. Está entre la espada y la pared. Si acepta el desenlace del proceso actual se le aplicará la receta de Macri, la destitución de toda la cúpula castrense actual. (En Argentina, 25 generales.) Si toma el poder formalmente, fracasará y se vuelve insignificante.

5. El papel de la MUD y Washington

Queda por explicar, porque la MUD también participa alegremente en esa ruleta rusa. La política de la oposición contribuye a esa dinámica, porque sabe que, debido a la correlación de fuerza nacional e internacional, ganará la batalla, tanto dentro de un escenario civil como en uno militarizado. ¿Y qué ganaría con la instalación de un régimen militar abierto? La respuesta es obvia. Para llevar a cabo la estrategia continental del “roll back” del desarrollismo socialdemócrata, debe destruir no sólo el “bolivarianismo” civil y de masas ---objetivo, ya casi logrado--- sino destruir su baluarte real: la Fuerza Armada bolivariana. Ante una tarea insoluble, la idea y las fuerzas reales del “bolivarianismo”, quedarían aniquilados por mucho tiempo.

6. La Nación sin cabeza o ¿qué resuelve un régimen militar?

Un régimen militar ---aunque pensado como transitorio hacia elecciones generales--- no resolvería la situación actual. En primer lugar, porque las elecciones las ganaría la oposición con creces. Y, en seguida, vendría el Thermidor ---la contrarreforma neoliberal oligárquica de Macri--- con el descabezamiento de las FANB y la destrucción de las pocas conquistas sociales que han quedado. Ninguna persona sensata va a querer sustituir un mal por otro. En segundo lugar, la economía y el tejido social dañado no aguantarían los tiempos de proceder institucionalmente. La solución debe implementarse de inmediato, con las drásticas medidas económicas necesarias, una narrativa creíble de salvación nacional y un nuevo liderazgo que puede convencer a las masas. El problema es, que no se ve ninguno de esos tres elementos en la MUD, ni en el gobierno, ni en las Fuerzas Armadas. La nación se encuentra hundida en una crisis nacional, y sin cabeza. Y, de corto a mediano plazo, las elecciones se volverán ineludibles, para todos los actores. ¿Qué hacer, entonces?

7. ¿Que hacer?

Bajo los supuestos de que la cúpula militar pueda mantener la cohesión de la Fuerza Armada ante la deteriorante situación socio-económica y las continuas estupideces económicas del gobierno ---ver propuesta de default de Salas y su mentor español en el país de los cuys (Ecuador)--- así como lo ineludible de nuevas elecciones en un periodo de tiempo relativamente corto, no hay otra solución progresista al impasse, que la creación de un Nuevo Partido pragmático del Centro. Para la transición necesaria hacia una economía autosustentable, Venezuela requiere de una especie de Deng Hsiao Ping tropical. ¿Habrá alguien en el país que pueda asumir ese formidable papel, crear un colectivo y salvar al país? Si no, el caos, la oligarquía y el FMI se lo van a tragar vivo.