miércoles, 30 de noviembre de 2016

POPULISMO: UN NOMBRE AMBIGUO (II), Por Jorge Luis Cerletti, para Vagos Peronistas



“Pues bien, nuestra impugnación fundamental deviene de desentrañar la naturaleza del capital y del Estado, raíces estructurales de distintas formas de explotación y dominación. Pareciera que esto nos exime de mayores comentarios pero, por lo mismo  que se denuncia, por ahora se levanta un muro insalvable. Surge de la hegemonía mundial del capitalismo y de la irresuelta preeminencia del Estado para organizar la macro actividad social. Y aquí, ante semejante obstáculo, se abre un espacio que supone un desafío común para nuestra política y la del denominado “populismo”. La búsqueda de condiciones sociales sostenibles que mejoren la calidad de vida de los de abajo, en marcha hacia una sociedad más justa e igualitaria”, dice Cerletti, en voz audible, rayana con el grito persistente en instalar en el movimiento nacional y popular, la tarea de trastocar la reproducción del capital, y el Estado, como procesos e instituciones de  dominación  y disciplinamiento; “Nuestra apuesta por la  emancipación hoy resulta tan irrealizable a nivel macro como es imprescindible seguir impulsándola a nivel micro. Vale decir, desarrollar un tejido político-social nuevo cual una red que entrame las luchas por la emancipación”, finaliza.





POPULISMO: UN NOMBRE AMBIGUO.  (II) Por Jorge Luis Cerletti, para Vagos Peronistas 


Jorge Luis Cerletti
La crítica a la ambigüedad del nombre “populismo” trasciende lo semántico y se liga a su significación política indiferenciada. Aquella crítica es más evidente ahora porque  resulta muy común que abarque a movimientos de signo opuesto o a experiencias disímiles. Antes, los fascistas remitían al fascismo; los nazis al nazismo, los comunistas al comunismo y los movimientos de liberación nacional a su anticolonialismo y antiimperialismo.  

Hasta buena parte del siglo pasado, los nombres se correspondían con las políticas que los identificaban y diferenciaban a unos de otros, por más lazos que existieran entre algunos de ellos. Luego, el significante no dejaba mayores dudas acerca de su significado político. La palabra, entronizada por el posmodernismo después, denotaba entonces el lugar político del emisor y, por extensión, el sentido de las disputas y los antagonismos. Es que las contradicciones y distorsiones aún no esfumaban lo invocado por su nombre. Aquí no aludo a las crisis y rupturas internas que se dieron en distintas coyunturas sino a los grandes escenarios políticos de la época precedente.

En la actualidad, los sectores que oponen resistencia a los dictados del establishment, según diferentes modalidades y sin romper con lo sistémico, se los incluye bajo el nombre de “populismo”. Denominación indeterminada que utiliza la derecha, vocera del gran capital, para denigrar a sus opositores. Paralelamente, pero con ideas contrarias, también es asumida por un amplio espectro político que incluye a reconocidos intelectuales como Ernesto Laclau y Jorge Alemán.

Descartados los aviesos embates de la derecha, me parece pertinente reflexionar y debatir en torno a aquella denominación que debiera aludir a los de abajo o, si se prefiere, al campo popular. Y a propósito, el triunfo electoral de Trump engendró el hábito recurrente de exhibirlo como un exponente del  “populismo”. (1)

La ambigüedad, ¿a quién favorece?


Ahora bien, con el paso del tiempo se puso en evidencia la erosión de las aristas más agudas de las  luchas y formulaciones de carácter anticapitalista. El ejemplo mayor devino de la implosión del campo comunista. En nuestro continente, después de la 2ª guerra mundial, además de la revolución cubana y la nicaragüense, surgieron  movimientos nacionales que se opusieron al poder económico concentrado. Pero hoy, fortalecidos los grupos dominantes internos y externos, descalifican a sus opositores con el nombre de populismo que unifica diferencias y matices. Y en lo que va del siglo, englobaron también al llamado Socialismo del siglo XXI, proclamado en Venezuela, y a los gobiernos que no responden cabalmente a sus intereses.

De lo expuesto  se infiere  que el rótulo  sirve de muy poco   para definir  las diferencias políticas entre las distintas experiencias que se desarrollaron en Sudamérica desde comienzos de este siglo. Y  si  tildamos  de  “populista de derecha”  a  Trump  o  a  los  pronazis actuales,  se  llega  al  extremo  de  perder  el  sentido  del  término.  Porque se mezcla la captación  de  importantes   masas   humanas  de  la sociedad  con  los  fines  e  intereses reales de quienes   generan   tal captación.  Según ese criterio  podríamos  sostener  que Margaret Thatcher era populista.
Asimismo, referenciar el término a las masas empobrecidas de nuestro subcontinente, si bien delimita el campo, con ello aún no se supera la ambigüedad. Es que tal delimitación nada dice de las características propias constitutivas de las diversas políticas. Por ejemplo, no diferenciar al gobierno de Lula del de Chávez o del de Evo,  mimetiza lo que es asistencialismo con políticas nacionales más radicalizadas.

Al mencionar las diferencias entre las distintas variables agrupadas como pertenecientes al “populismo”, tocamos un punto clave irresuelto. ¿Cuáles son los límites de su oposición al gran capital? ¿Hasta dónde se puede desarrollar una política independiente en este período hegemonizado por las grandes corporaciones? Referente a la segunda pregunta pensemos que el gobierno de Macri desmanteló la “herencia populista” de 12 años K. en unos pocos meses.

Lo anterior viene a cuento de una idea que expone Jorge Alemán y que transcribo:
“… pienso que    el populismo  es  el  modo radical   de pensar  los  antagonismos   que
instituyen políticamente lo social frente al orden dominante del neoliberalismo.”
(Ver Página12 del 13/11/16, artº. “Trump: ¿existe un populismo de derechas”)

El orden social dominante es el del capitalismo cuyo proceso de concentración se manifiesta en el poder de las grandes corporaciones ligadas a la gravitación de las naciones hegemónicas. En tanto que el “neoliberalismo” es el nombre ideológico-político con que se identifica tal dominación mundial. Hecha la aclaración, reflexionemos acerca del “modo radical de pensar los antagonismos” que Alemán adjudica al pensamiento inherente al populismo.

En los países periféricos el populismo, fundamentalmente, remite a lo nacional y a su lugar en el mundo. En ese plano, la soberanía nacional se sostiene en la independencia económica y ambas deben garantizar la justicia social (las tres banderas históricas del peronismo). La reivindicación de la soberanía nacional, reconoce distintos momentos con diverso grado de radicalidad. En general se negocia con lo organismos internacionales y las potencias hegemónicas sin llegar a someterse. En lo económico, plantea e impulsa  una política desarrollista. La misma no es antagónica al capital sino que pretende regularlo desde el Estado. A la vez, promueve la creación de empresas estatales en sintonía con la expansión de la industria privada a cargo de la “burguesía nacional” pero que desde hace décadas brilla por su ausencia.

El derrotero histórico del “populismo” en el gobierno se muestra declinante y sin necesidad de considerar la irrupción proimperialista  del Menemismo. Tampoco escapa a la tendencia el resurgimiento k alcanzado en los 12 años de sus gobiernos, lo más rescatable del período post dictadura. ¡Cuán lejos está del primer gobierno de Perón! Claro, hoy han cambiado las circunstancias y la hegemonía mundial del capitalismo es indiscutible y asfixiante. En cambio, aquella época admitía la 3ª Posición…

Partiendo de ese fenómeno, retorna la pregunta sobre la ambigüedad que supone la bandera del populismo.  La mezcla de intérpretes y de posturas es funcional a la derecha porque, el unificar las diferencias, facilita su prédica que desacredita al bloque en su conjunto. Así, mientras magnifica las taras de lo más retrógrado, oculta o distorsiona lo que le preocupa, la política de los sectores que se le oponen. Y aquí se presenta el nudo de la cuestión. ¿Qué márgenes tiene lo nacional dentro de la llamada globalización? ¿Se puede “combatir al capital” aceptando las reglas del capital?
Combatiendo al capital.”

De mi artículo “Alcances del desarrollo nacional” (2) se infiere mi escepticismo acerca de las propuestas tradicionales del desarrollismo. Pero la cuestión alcanza una dimensión compleja si, acertada o no mi opinión, pensamos qué hacer.

Ciñéndonos a nuestro país, se puede apreciar que desde el nacimiento del peronismo (simbólicamente el 17 de octubre de  1945), las luchas populares más importantes giraron a su alrededor. Tanto en  momentos de alza de las luchas políticas y reivindicativas como en las conquistas gubernamentales, con sus retrocesos y traiciones. Es que su heterogénea composición incluye a un amplio abanico que va desde sectores revolucionarios hasta la peor resaca reaccionaria. Mas, lo que representa una significativa particularidad del peronismo, es la resonancia de su legado histórico en el sentimiento y el imaginario de amplias masas populares. Y esa característica, en su aspecto negativo, favorece a la parafernalia de políticos, sindicalistas, oportunistas, etc. que negocian en su nombre mientras usufructúan de sus prebendas.

Ahora dejemos en suspenso el lado fácil del diagnóstico, la miserabilidad señalada y encaremos la prédica de los sectores kirchneristas y antimacristas en general. Diría que el eje principal de su discurso gira en torno a lo económico que se traslada a lo social. Actualmente prevalece una reiterada exposición estadística sobre la repercusión negativa para el país de las principales variables económicas, una radiografía del actual gobierno reaccionario de los CEO. Empezando por el brutal crecimiento de la deuda externa, siguiendo por el desempleo, el desmantelamiento de los organismos nacionales del Estado, la inflación, etc. Obviamente, son críticas justas y necesarias. Sin embargo, la paradoja anida en la pregunta de si esto significa combatir al capital. Y si lo es, ¿en qué medida y cuáles son sus proyecciones?

Aquellas críticas plantean  una cuestión de grado en el cuestionamiento al capital. En términos económicos, tal enfoque implica revertir el proceso vigente lo cual redundaría en el bienestar de la población. Esto supone una redistribución más equitativa de la riqueza que es donde el “populismo” hace hincapié y en el que obtuvo sus mejores logros. Podría aceptarse que en esta etapa “combatir al capital” significa fortalecer al Estado mientras esté bajo control de gobiernos populares fieles a su legado. Sin embargo, como vimos, esos logros fueron desmantelados en un corto lapso, fenómeno que tiende a reproducir la historia del peronismo. Ergo, “combatir al capital” sin adentrarse en la naturaleza del capitalismo, en su racionalidad interna y el carácter de sus ciclos, resulta un combate muy limitado. Esos temas son básicos e insoslayables, dignos de reflexión y del debate que nos debemos, amplio y plural.

Si trasladamos la problemática señalada a la construcción de la subjetividad social, emergen las contradicciones. Basta con mencionar la exaltación del consumo para tomar conciencia de la subjetividad individualista y egoísta que estimula. “Casualmente”, el consumo configura una insustituible prioridad para la realización del capital. Sumemos otra muestra de condicionamiento psico-social: la vigencia de “los mercados” y del rol del dinero, teórico equivalente para el intercambio de mercancías. En verdad, resulta el potenciador de ambiciones personales y colectivas y el emperador del capital financiero que, en sus múltiples formas, domina el escenario mundial. Éstas sustantivas objeciones retoman la pregunta sobre el combate al capital, aunque dirigida ahora a quienes sostenemos una posición definidamente anticapitalista.
Pues bien, nuestra impugnación fundamental deviene de desentrañar la naturaleza del capital y del Estado, raíces estructurales de distintas formas de explotación y dominación. Pareciera que esto nos exime de mayores comentarios pero, por lo mismo  que se denuncia, por ahora se levanta un muro insalvable. Surge de la hegemonía mundial del capitalismo y de la irresuelta preeminencia del Estado para organizar la macro actividad social. Y aquí, ante semejante obstáculo, se abre un espacio que supone un desafío común para nuestra política y la del denominado “populismo”. La búsqueda de condiciones sociales sostenibles que mejoren la calidad de vida de los de abajo, en marcha hacia una sociedad más justa e igualitaria.

Cerrarse al diálogo y al intercambio de ideas sólo favorece a los amos del poder y del capital. El aislamiento y el sectarismo perjudican la causa de los de abajo, hoy preñada de interrogantes. Pienso y siento que es necesario el concurso, amplio y desprejuiciado, de todos aquéllos que defienden dicha causa y actúan honestamente en su campo. Cada cual sostiene sus convicciones y razones, lo cual es válido. Esto no debe impedir escuchas atentas y receptivas a otros aportes. Los obstáculos para alcanzar una sociedad más justa e igualitaria son tan grandes que requieren, más que nunca, derribar barreras e instalar un intercambio colectivo que fomente la creatividad.

Nuestra apuesta por la  emancipación hoy resulta tan irrealizable a nivel macro como es imprescindible seguir impulsándola a nivel micro. Vale decir, desarrollar un tejido político-social nuevo cual una red que entrame las luchas por la emancipación. Mientras que el “populismo”, frente al poder dominante, debe cuestionarse el que sus logros, en el corto o mediano plazo, se derrumben en cuanto dicho poder controla sus crisis y recompone su gravitación estructural.------   

Jorge Luis Cerletti
28 de noviembre de 2016

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Notas:
(1) Sin entrar al análisis del “fenómeno Trump”, considerarlo populista enmascara tanto como rotular así a Hitler. En cualquier caso, lo importante es el análisis de las condiciones socio- políticas de la sociedad que generó tales emergentes. Al respecto, es encomiable el análisis que hizo Michael Moore en julio de 2015 (!!) previendo el triunfo del magnate rubio. [Ver Página 12 del 10/11/16 el artº  “Las razones por las que ganó”]
 (2)  Ver “Alcances del desarrollo nacional” (artº de setiembre de 2015; J.L.C.) Aquí cito a Aldo Ferrer, quizá el principal teórico-político del desarrollismo, quien señala el fin de la clásica sustitución de importaciones.
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Post  scriptum: El fallecimiento de Fidel Castro (25/11/16), enluta la memoria de la revolución más importante de Latinoamérica, décadas atrás, “el faro de América”. Fidel fue un símbolo de revolucionario consecuente e incorruptible que ganó nuestra admiración y fervor militante y cuyo ejemplo sobrepasó distintas fronteras del mundo.