martes, 29 de marzo de 2016

UN ESTADO QUE SE SUBORDINA, Por Javier Ortega (Fuente: Página12, 29/03/16)

Jean Bodin


Jean Bodin conceptualizaba a la soberanía como aquel Poder que no reconocía instancia superior. Tal Poder es propio del Estado Nación que encuentra sus límites solo en la Constitución, los tratados internacionales con pares soberanos y las leyes que se da a si mismo.

Los nueve principios básicos para reestructuración de deudas de Estados (derecho de cada país a reestructurar su deuda, imparcialidad de agentes involucrados, trato equitativo, inmunidad soberana, sostenibilidad del acuerdo) aprobados en septiembre de 2015 por la Asamblea General de Naciones Unidas es fuente de Derecho y apunta a dar razonabilidad a negociaciones donde una de las partes es un Estado soberano. Consideraciones al margen, es un papelón internacional que la Argentina sea la primera en haber promovido estos principios y ahora sea la primera en desoírlos. Con esto si que no generaremos “confianza”.

El juicio NML Capital y otros vs. República Argentina (y el preacuerdo de pago a los fondos buitre que de él nace) navega en la incertidumbre cambiante. Eso es lo único que pueden ofrecer sus demandantes y los tribunales neoyorquinos que deciden. ¿Y esto por qué? ¡Porque ninguno de ellos son entidades soberanas! Ninguno tiene la potestad de la última palabra. Y la Argentina, Estado soberano, se está subordinando a las contradicciones que inevitablemente tendrán los múltiples demandantes con intereses distintos. Y a las resoluciones contrapuestas que pueden ir dictando los diferentes tribunales que intervienen, a saber el juzgado Griesa, arriba la Cámara de Apelaciones de NY y eventualmente Corte de EE.UU. Así la judicatura norteamericana pueden decir algo un día y revocarlo al siguiente.

Esto lo demuestra el reciente fallo de la Cámara de Apelaciones de Nueva York que deja sin efecto lo dictado por su tribunal inferior, el juzgado de Griesa. Este establecía (con más ínfulas que nuestros propios poderes constitucionales) que si Argentina derogaba las leyes de pago soberano y satisfacía luego los reclamos de los buitres con NML Capital de Singer a la cabeza, se levantaban las cautelares que están impidiendo hoy el pago al 93 por ciento de los acreedores que entraron al canje. Y así se salía del “default técnico”. Pero ahora la Cámara de Apelaciones contradijo a Griesa y estableció (acogiendo el planteo de otros acreedores de los muchos que andan dando vuelta) que por más que nuestro Congreso y nuestro poder Ejecutivo hagan lo que dice Griesa, las cautelares no se levantan y seguiremos de default técnico. Tanto trabajo para nada.

Esto demuestra lo que pasa cuando Argentina, Estado Soberano, se subordina al payaso. Luego viene el malabarista y echa todo para atrás. Y no sabemos si después aparecerán los domadores diciendo otra cosa, porque nunca estamos tratando con el dueño del circo que es quien tiene soberanía. Y en cualquier momento el público del 93 por ciento de acreedores que adquirieron la entrada al espectáculo aceptando los canjes 2005-2010, invadirán la pista en protesta por los buitres que se colaron sin pagar.

En un litigio con múltiples partes, con potenciales litigantes que aún no se presentaron y con distintos tribunales, si la Argentina no se asume como el actor soberano que es, cedamos lo que cedamos, jamás podremos cerrar el pleito. Y la función continuará por siempre.

* Doctor en Derecho Público. Docente Universidad de Avellaneda. Coordinador Frente Profesionales Movimiento Evita.

INTERROGANTES SOBRE EL KIRCHNERISMO, Por Jorge Alemán (Fuente: Página12 29/03/16)


Jorge Alemán

En distintas ocasiones, los compañeros españoles me preguntan por cuál fue el posible error en la “construcción hegemónica” del kirchnerismo. Después de la prudente observación sobre el 49 por ciento obtenido y dado que se me insiste en una reflexión crítica, reformulo la cuestión en los siguientes términos: ¿Hubo realmente un proceso hegemónico? Sí, siempre y cuando diferenciemos “poder” de “hegemonía”. Tal como lo vengo sosteniendo, el poder neoliberal es homogéneo, constante y dispone de distintos dispositivos mediático-corporativos de captura y producción de la realidad. La hegemonía, sin embargo, es un hecho político inestable, contingente y siempre expuesto a los procedimientos del Poder. Un éxito mediático de la derecha neoliberal argentina fue tratar al proyecto hegemónico, siempre inacabado y en permanente construcción, como si se tratara de un poder absoluto y omnímodo. Ese fue su triunfo ideológico, lograr que un sector de la población percibiera la construcción política como un cuasitotalitarismo, lo cual es un espejismo delirante, ya que el kirchnerismo, si se destaca por algo, es por haber vertebrado en la tradición popular una extensión notable de los derechos civiles y republicanos. Como ya es sabido, las experiencias nacionales y populares se encuentran con obstáculos mayores en la creación de “una nueva institucionalidad” así como en la generación de un nuevo modelo de acumulación distinto al subordinado a la exportación de las materias primas. No obstante, la redistribución de la riqueza fue suficiente como para ofuscar seriamente a los sectores del Capital concentrado y financiero.

Esa fue su fuerza y su fragilidad. Dos términos que nombran lo mismo cuando se trata de proyectos populares con vocación hegemónica.

Por esta articulación, siempre inestable pero de gran calado histórico, el gobierno gerente del poder neoliberal está más preocupado por destruir la experiencia kirchnerista que por gobernar.

Por supuesto que la misma debe ser revisada, pero no de un modo idealista donde siempre parece que se hubieran tenido todas las posibilidades del mundo. El kirchnerismo jugó su gran partida en el campo del neoliberalismo, como no podía ser de otro modo, por razones históricas. La crítica y su dimensión autocrítica no valen de nada si no se reconocen los límites estructurales en los que se realizó nuestra experiencia política.

Por ello, aún teniendo una comprensión absoluta de la catarsis que implica la difusión de los desastres del gobierno actual con el lema acusatorio “Vos los votaste”; me parece que no conduce a nada desde la perspectiva de volver hacia la tarea de nuestra nueva articulación hegemónica.

En primer lugar, porque las verdaderas construcciones políticas nunca son catárticas, exigen la fría lógica de la delimitación del adversario, en función del antagonismo que se va a desplegar.

Cuestión que concierne, a mi juicio, al peronismo postkirchnerista donde ha quedado definitivamente obsoleto el viejo chiste de “peronistas somos todos”. La célebre sentencia “el peronismo será revolucionario o si no, no será nada”, se traduce actualmente por su capacidad de participar en una construcción hegemónica que trate antagónicamente al neoliberalismo en cualquiera de sus formas y manifestaciones. Y, lógicamente, el adversario es el gobierno y el sistema de complicidades que lo sostiene.
 
*Psicoanalista y escritor

jueves, 24 de marzo de 2016

CRISIS Y DEPENDENCIA EN EL PAÍS DE LOS ARGENTINOS. A CUARENTA AÑOS DEL INICIO DE LA ULTIMA DICTADURA MILITAR OLIGÁRQUICA, Por Javier Azzali (Fuente: Señas Populares N°47)



A cuarenta años del inicio de la dictadura oligárquica de 1976, ¿es posible afirmar que los argentinos hemos superado completamente sus consecuencias o aún perduran los efectos más graves de su política impuesta por la fuerza? La dictadura de 1976 fue esencialmente parte de la imposición de la recolonización de Latinoamérica por parte de los Estados Unidos y el poder financiero mundial. Con sus medidas de desregulación de los mercados, endeudamiento externo, fuga de capitales, libre importación y destrucción de las industrias locales, con sus efectos de desocupación, recesión, caída del ingreso de los trabajadores, y por sobre todo su política de represión planificada y terrorista que golpeó salvajemente en la clase trabajadora, destruyó los pilares sobre los cuales se construye un proyecto de nación. Su legado fue el de la más grave dependencia y la crisis destructiva de las bases nacionales en todos los aspectos de la vida social: la economía, la política y la cultura.
Todo esto se hizo en nombre de la unidad de los argentinos, la misma unidad a palos que el mitrismo impuso a los pueblos del noroeste en el s XIX, para consolidar el orden oligárquico y dependiente de Inglaterra, bajo la falsa consigna de la libertad económica de comercio, cambio y de ingreso de capital extranjero. Con la dictadura quedaba así enterrado el proyecto de autonomía nacional y productiva de Perón intentado en 1974, y se imponía un modelo de sumisión al capital financiero y una grave derrota para el pueblo argentino y su clase trabajadora. 
La clase dominante y el colonialismo cultural.
Los bancos y el capital extranjeros se colocaron en el centro del poder económico del país, mientras que la vieja oligarquía terrateniente se reacomodaba dentro del bloque dominante. Desde la Sociedad Rural Argentina a los bancos y el capital industrial concentrado como el caso del ingenio Ledesma en Jujuy, y Ford, Acindar, Astarsa y Mercedes Benz, en cuyas fábricas los militares montaron centros de detención. Techint, Pérez Companc, Macri, Fortabat, Rocca, Roggio, Pescarmona, Soldati, Bunge y Born, nombres de la elite empresarial local, pasaron a ser parte del nuevo poder económico, tan concentrado como dependiente del capital financiero internacional. Se le atribuye al alto empresariado, con razón, complicidad con la dictadura, pero lo cierto que es más adecuado destacar que su rol ha sido mucho más activo y protagónico en el diseño de las relaciones de producción sumisas.
Martínez de Hoz pregonaba la necesidad de modernizar la Argentina mediante la “liberación de las fuerzas productivas” y anunciaba su programa económico el 2 de abril de 1976 como la “adopción de una política de sinceramiento de la economía a fin de eliminar las trabas y distorsiones creadas por el dirigismo estatal”. Un liberalismo dogmático, fundamentalista y economicista, de raíz antinacional y con origen en la escuela estadounidense de los Chicago Boys, se irradió hacia el sentido común de los argentinos mezclándose como veneno con los viejos mitos del país semicolonial. Desde entonces y con idas y venidas, la Fundación Mediterránea, la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) y el Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (CEMA) serían los centros de formación de cuadros que, con la orientación de universidades de los Estados Unidos, aportarían sus cuadros más fundamentalistas a la dirección económica del país, como en el caso del Banco Central y el Ministerio de Economía. 
Entre la indiferencia, la apatía, el individualismo, la resignación y el miedo, se impuso a sangre, fuego y con la prensa tradicional, una colonización cultural que llevó a nuestro pueblos a su alienación y desnacionalización. Tesis sin sustento real como que “el país es el campo” y “achicar el estado es agrandar la nación”, o el consejo vecinal de “mejor no te metas” y “algo habrá hecho para ser perseguido”, forman parte de la mitología autoritaria legada. Ese colonialismo cultural persiste en buena medida aún, en continuidad de los mitos elitistas del país del centenario y como expresión de la alianza de poder económico afianzada en la última dictadura, y con apoyo del centro financiero mundial e imperialista. 
La Asociación Empresaria Argentina (AEA), fundada en el medio de la crisis más grave de la historia, el 28 de mayo de 2002 (unos días antes del crimen de Kosteki y Santillan), reúne actualmente al empresariado con mayor rentabilidad del país, con el fin de analizar las políticas públicas en función de asegurar un sistema económico basado en la libertad de mercados Un país integrado y abierto al mundo, tanto en su comercio de bienes y servicios como en el campo de los capitales para financiar inversión y consumo. Esta visión es promovida desde el centro del poder mundial como el caso de la Fundación Heritage y The Wall Street Journal que informan que Argentina es uno de los peores países del mundo en materia de libertad económica por culpa de la intervención del estado en el mercado…junto con Cuba y Venezuela. 
Pese al tiempo transcurrido desde el 10 de diciembre de 1983 y la experiencia transitada por el pueblo, no hemos podido darle a la democracia el contenido nacional y popular que exige para no ser un sistema político vacío y abstracto, sujeto a las crisis sociales impuestas por necesidades de los centros mundiales de las finanzas. Tal vez, algunos opten por una alternancia política nominalmente cierta pero ilusoria en el fondo y en la opción rifen la patria, o bien prefieran su pequeñito y modesto lugar bajo el sol de la semicolonia ante el pavor provocado por el posible ascenso de las clases populares, y ese miedo pueda más que el espinoso camino de la liberación nacional, sin advertir que la elite dominante no distingue matices y desde su visión todos somos parte de "la negrada". La memoria colectiva tendrá que jugar su partido a favor de la formación de la conciencia nacional. 
Señales Populares nro. 47, Febrero 2016.

miércoles, 23 de marzo de 2016

LA POLÍTICA DEL MIEDO, Por María Pía López (Fuente: Página12, 23/03/16)




María Pía López



Intelectuales, escritores, artistas, lectores se pronunciaron. Se dirigieron al actual gobierno pidiendo cuidado con la Biblioteca Nacional. Respetuosos de lo hecho en esta última década, en la que la institución resurgió como lugar activo culturalmente, plural políticamente, moderno en términos tecnológicos y capaz de cuidar lo que atesora, supieron señalar que todo eso fue creado y sostenido por un amplio conjunto de trabajadores cuyos derechos deben ser preservados, y cuyo esfuerzo y saberes son imprescindibles para el funcionamiento de la Biblioteca. Intelectuales, escritores, artistas, lectores, de muy variada inscripción ideológica, tendencias estéticas, posiciones públicas, intereses, le pidieron algo al Ministerio de Cultura. Ministerio que tendría a llevar adelante políticas que quedarían en meras intentonas burocráticas y escuálidas representaciones si no cuentan con las obras y el quehacer de esas personas que firman. Pero el Ministerio dio la espalda a ese pedido y respondió, provocativamente, emitiendo telegramas de despido, unos 250, y enviando prestos carteros a esparcir el miedo. El Ministerio dijo: no nos importa qué piensen y pidan los intelectuales, escritores, artistas, lectores. Ese desdén con la palabra pública y con los agentes que efectivamente constituyen la vida cultural se corresponde con el desprecio a los trabajadores que hacen día a día las instituciones culturales. En este caso, la Biblioteca Nacional.

El ministro parece experto en estas lides. Es un CEO. O sea, alguien que piensa lo que ve en términos de rentabilidad, que actúa con cálculos de costos y cuya única invención cultural es la escritura de telegramas de despido. Pero no es el único. Los telegramas que buscan a la gente para cortarle su destino laboral están firmados por una entidad: Biblioteca Nacional. Actualmente la dirige quien antes fue subdirectora y que manifestó quedarse para proteger las tareas y a los trabajadores que las hacen. Declaró quedarse con la renuncia presta para usar en una situación de ostensible arbitrariedad y de injusto cercenamiento del personal de la BN. Esto ocurrió hoy y con la firma abstracta de la institución que ella dirige: ¿es la suya la firma en tinta limón de esos telegramas o es la que se hará explícita en la renuncia en repudio a un avasallamiento sin precedentes ni lógica? Un avasallamiento que es también a su trayectoria, su peso en el mundo bibliotecario, su condición de profesora de la universidad pública. Los telegramas llegan -entre muchos otros- a egresados y estudiantes de Filosofía y Letras, de la misma facultad en la que ella es docente. ¿No avasallan esos envíos su propia posibilidad de dar clase, de mirar al rostro de los estudiantes, de hablar sin temblor al repudio? Incluso avasalla su derecho a caminar tranquila por la sala de profesores y los pasillos y congresos de Bibliotecología, donde se encontrará con colegas que firmaron el pedido al Ministerio y que fueron desdeñados. Esos telegramas de firma abstracta acorralan a la actual directora, que tendrá que decidir entre su propia trayectoria y el rostro que le pide el Ministerio: el de una gestora de arbitrariedades y exclusiones.

Pero también lo pone en aprietos al lejano Alberto Manguel. Que estuvo, como se sabe, en la Biblioteca Nacional entrevistando gente. Que organiza muestras a la distancia. Que da indicaciones: frena, ordena, suspende. Que dice que es director para todo eso y no lo es para resolver la cuestión fundamental: qué sucede con los trabajadores. ¿Por qué un escritor se privará de considerar el problema de la responsabilidad? ¿Por qué no se hace la pregunta por la ética intelectual que debe acompañar cualquier intervención en la vida pública, sea un escrito o la asunción de una gestión? El legado de una cultura humanista, ¿no exige el cuidado de los hacedores de la cultura? ¿Con qué rostro va a dar conferencias en el mundo cuando los asistentes sepan que dejó el camino libre para que centenares de trabajadores que crearon una biblioteca potente y hermosa fueran despedidos? ¿Cómo va a afrontar los públicos universitarios y la prensa extranjera? ¿Y no temerá encontrarse, en sus conferencias en Argentina, con el reclamo omnipresente de los despedidos? Hoy su nombre es usado para dejar las manos libres a un gerente reestructurador de empresas al que se nombró Ministro de cultura. También queda acorralado: debe elegir entre su condición de intelectual y ser el prestanombres del ajuste.

Manguel vuelve al país convocado por un Ministerio de cultura cuyo mayor aporte es instalar una política del miedo, listas negras y policías en las puertas de las sedes, y que es parte de un gobierno que no se privó de balear murgas infantiles y cerrar teatros y centros culturales. Vuelve a la Argentina no en el esplendor de su cultura sino en el páramo del cierre de los espacios culturales. Tenía la oportunidad de preservar la Biblioteca como lugar activo y pulmón de una cultura libre, pero los telegramas cierran la posibilidad de que ello ocurra, desguazando la Biblioteca. Y lo hacen tomando a Manguel como mascarón de proa. Si él no asume su obvia responsabilidad sobre los hechos, se convierte en cómplice de los mismos. No lo absolverá la historia en ese caso. Y si eso no le interesa a un ministro-CEO, sí le importa a un escritor respetado, que pasará a ser el blanco de una invectiva persistente. Cada trabajador despedido se lo recordará. Cada lector, cada visitante, cada escritor, cada activista cultural, le recordará que antes había una biblioteca viva, hospitalaria y creativa. Será imputado. Ética y políticamente. Como funcionario y como escritor.

* Ex directora del Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional.

CULTURA DEL TELEGRAMA DE DESPIDO, Por Horacio González (Fuente: Página12, 23/03/16)


Horacio González

¿En qué difiere un Ministerio de Modernización de un Ministerio de Propaganda o un Ministerio de Automatismo de las Conciencias? ¿Quiénes lo componen? ¿Dónde se reúnen? ¿Cómo hablan? ¿Qué horarios frecuentan? Algo, muy poco, sabemos de ellos. Porque en verdad, ofrecen un espectáculo nuevo. Despiden científicamente a empleados públicos, con un procedimiento que tiene varios pasos, que cumplen con rigor profesional y con la fatídica fe racional de los Cruzados. Primero generan un pánico indefinible, disgregan a la comunidad laboral con acusaciones groseras, en cuyo centro colocan injurias como las que pocas veces recibieron los trabajadores en este país. Luego, en medio de la tensión insoportablemente creada, mandan los telegramas, las sentencias y epigramas del Moloch ministerial, con su cabeza de ternero y sus fauces abiertas esperando devorar carne de empleado público. Acaba de ocurrir en la Biblioteca Nacional, a pesar de los recientes, numerosos y valiosos testimonios públicos sobre la tarea innovadora allí desarrollada en los últimos años. Tareas de creación de lectores, investigaciones internas y externas, digitalización y actualización del patrimonio, indagaciones precisas sobre la lengua nacional, presencia activa en el interior del país, exposiciones originales, edición de libros, reposición de la memoria publicística argentina, recopilación de archivos, creación de escuelas internas y talleres para el público general, convenios multiplicados con toda clase de instituciones y bibliotecas internacionales. ¿Quiénes son los dirigentes que tomaron decisiones que afectan a tantos trabajadores a los que primero insultaron para después sacrificar? Se dicen técnicos, pero es el nombre que prefieren como módicos sacerdotes depuradores, educados en cultos correccionales de refinada crueldad. Ahora entran a los establecimientos públicos con guardaespaldas. Estos también son técnicos.

Los despidos masivos crean parias sociales, destruyen instituciones, corroen el espíritu público, generan odio y confieren oscuros poderes a quienes luego se ofrecen para “negociar reincorporaciones”. Y todo ello contribuye, y ya lo han logrado, a vaciar la Biblioteca Nacional, a despellejarla viva, a convertirla en un shopping de la globalización y a vanagloriarse de reeducarnos sobre la lectura de Borges, repuesta por la anterior administración que representábamos, desde las formas más originales de las que dispone la crítica argentina. Creíamos que venía un comprensible relevo, en una institución que iba a ser respetada y dirigida por un escritor que ha elaborado una obra bien considerada en los ambientes intelectuales de otros países. Pero no sabemos de qué central sigilosa de fallos y dictámenes sobre la vida de los otros, salieron los telegramas. Si fueron de la misma máquina de escribir con la que Alberto Manguel escribe sus delicadas investigaciones, es grave, no deja indemne su figura. Que esté a 15.000 kilómetros de distancia empeora el hecho, pues el estilo de los distraídos que llegan después de la tempestad, está bien analizado y repudiado en la literatura universal que sin duda él conoce. Si salió de alguna autoridad transitoria local, en cambio, es igualmente innoble, pero afecta al gremio de Bibliotecarios del país y a la Universidad, dos instituciones de las que esa supuesta autoridad vicaria forma parte. Porque una medida así no tiene solo como responsable a la Razón Modernizadora Abstracta. Hay firmas, decretos, resoluciones, acuerdos explícitos o implícitos, y sigilosas reuniones. Una obtusa inteligencia decidió que había sobras, sebo, chicharrón o lubricantes excesivos en el Estado.

Ante ello el Ministerio de Cultura tomó una medida bien cultural, la única que hasta ahora se le conoce: creó la Cultura del Telegrama de Despido. Los envía con la firma de la “Biblioteca Nacional”. Podemos afirmar que este Ente, en toda su historia, que es conocida, compleja y necesaria bajo la forma activa que ahora había adquirido, fruto del esfuerzo de muchísimas personas –trabajadores, lectores, espectadores, investigadores–, no envía telegramas desde la sequedad de sus gruesas paredes de cemento. No cuenta con ese Protocolo en tanto Edificio. Esos telegramas están sostenidos en rostros agrios, necias convicciones y funcionarios desmañados que creen estar autorizados para convivir con su propia conciencia fallida. O no leen a Borges o no saben leerlo. Borges educa sobre una conciencia irónica, paradojal y complementaria de su propia revocación. Con ávidos cálculos, estadísticas groseras y excusas insensibles, los panfleteadores de Telegramas coronan así la paralización del Estado y el desconocimiento de los derechos laborales. Lo que es más difícil decir es cómo podrán subsistir sus pobres certezas ante el examen al que tarde o temprano los someterá la conciencia democrática del país. Han despedido personas, han despedido a la Biblioteca misma en su dignidad laboral y de su lugar en la historia cultural argentina.

* Sociólogo y escritor, ex director de la Biblioteca Nacional.

sábado, 19 de marzo de 2016

BARAJAR Y DAR DE NUEVO PARA ORGANIZAR EL MOVIMIENTO NACIONAL, Por Norberto Galasso (Fuente: Señales Populares-Enero/Febrero de 2016)

Norberto Galasso


(EDITORIAL DE NORBERTO GALASSO EN SEÑALES POPULARES)

Barajar y dar de nuevo para organizar el movimiento nacional.


Estamos asistiendo al retorno de aquellos que condujeron a la Argentina a lo que se llamaron “Décadas infames”, aunque ésta se halla muy lejos de alcanzar una década por la incapacidad manifiesta de los hombres del gobierno. Pero el panorama general resulta altamente preocupante para el campo popular. Quienes apoyamos a los gobiernos kirchneristas desde una perspectiva independiente y no dejamos de observar vacilaciones y errores, confiamos, sin embargo, en la posibilidad de profundización de las transformaciones iniciadas, en la misma línea que se producían en otros países de América Latina. No imaginamos, en el 2011 (con el 54% de los votos, y el segundo sólo el 18%) que nos íbamos a encontrar con este 2016 y que muchas conquistas logradas se empezaban a perder, como si el reloj de la historia, de improviso y ante nuestra perplejidad, hubiera enloquecido y empezado a mover sus agujas en sentido contrario, retrotrayéndonos a luchar por conquistas que estimábamos sólidas, por no decir, definitivas. Ahora nos encontramos con un panorama imprevisto: los gerentes de distintas expresiones del imperialismo ocupan todos los ministerios, con ruidoso festejo de las agencias periodísticas internacionales y de los gobiernos más reaccionarios del mundo. Aquello que parecía haberse desterrado -por “zoncera”- de la sociedad, liquidado por las más amplias mayorías con sus banderas nacionales y populares, aparece una y otra vez en las pantallas televisivas, en boca de periodistas mercenarios
y en las declaraciones de los más altos funcionarios. No estamos para bromas pero es cierto que la represión está en manos de Patri-CIA Bullrich y que la posibilidad de juicios –que van a una Justicia integrada, en gran parte por jueces y fiscales del viejo régimen– proviene de una servidora de la embajada norteamericana para la cual tuvo que dictarse una ley especial que la habilitase dada su carencia, no sólo de antecedentes, sino hasta de título profesional. A la Argentina ha vuelto “lo pérfido” del pasado y este Lopérfido de ahora es tan coherente que viene del brazo de su esposa, Esmeralda Mitre, descendiente del padre de la Argentina oligárquica. Ex CEOS de las principales empresas imperialistas del mundo están manejando las áreas desde donde negociarán, en nombre de la Argentina, con las empresas donde fueron gerentes ayer mismo. En pocas semanas se ha producido una fabulosa redistribución de ingresos hacia los sectores oligárquicos y en perjuicio de los sectores populares. Economistas del más acendrado liberalismo conservador dominan los distintos lugares donde se juega el destino de la Patria. Antes, requeríamos para la política económica, haber leído a Scalabrini Ortiz o por lo menos, a Keynes, ahora es suficiente haber sostenido una manija del féretro de Amalia Fortabat y tener la bendición del J. P. Morgan para adoptar decisiones económicas trascendentales o se requiere haber sido procesado por el megacanje para presidir el Banco Central. Ahora, se va a negociar el saldo de la deuda externa pendiente y de los dos lados de la mesa de negociación estarán los mismos representantes del neoliberalismo que produjeron esa deuda y acordarán seguramente porque responden a un mismo patrón internacional. Pero lo más grave aún es lo que estamos viendo en el escenario político. De aquel viejo radicalismo conspirativo que conducía Yrigoyen en 1905, 1916 o 1930 quedan apenas un reducido grupo de veteranos del comité –que se expresa en Leopoldo Moreau– tambien Leandro Santoro y la gente de la nueva FORJA, y por su origen, podríamos decir que en Carlos Raimundi, mientras aquellos furibundos muchachos de la Coordinadora alfonsinista se integran amablemente al nuevo régimen. Pero más grave aún es lo que ocurre en gran parte de la dirigencia del peronismo (llamémosle PJ o kirchnerismo, es en definitiva el peronismo, aquel del 17 de octubre, de la resistencia, de los Jotapé, de las banderas fundamentales de Perón y Evita). Nadie puede dudar que el peronismo como sentimiento nacional, antiimperialista y popular, sobrevive en millones de corazones pero no nos hagamos trampas: el peronismo, según lo dijo el propio Perón debería ir “con sus dirigentes a la cabeza o en su defecto, lo harían las bases llevando la cabeza de sus dirigentes”. Ese peronismo, como también lo dijo Perón, debía tener como columna vertebral del frente de liberación a la clase trabajadora. Hoy hay cinco CGTs, hay sindicalistas amables y conciliadores –por no usar términos más graves– y se ha perdido la elección en zonas industriales como el conurbano bonaerense o Córdoba, que si bien tiene muchos chacareros también tiene muchos obreros por lo que resultan inexplicables las cifras de la última elección. Esto no se reemplaza con una organización juvenil –por más simpatía que nos provoque– ni en las urnas ni en la capacidad para “inmovilizar” el país si el enemigo continúa destruyendo las conquistas logradas. Celebramos el ingreso al campo nacional de “los nuevos”, generalmente jóvenes –ajenos a las trapisondas y conciliaciones de algunos viejos dirigentes– pero su aporte no es suficiente si no viene del brazo de los trabajadores. No se trata de discutir si kirchnerismo o PJ. Ni tampoco si las autoridades se designan por voto directo o por arreglos de cúpula. Se trata de reconstruir el Frente de Liberación Nacional y eso no lo puede lograr el kirchnerismo si no se entronca con las bases obreras y tampoco los viejos dirigentes del PJ que en muchos casos se encuentran hoy reviviendo su menemismo de ayer. Desde ambos sectores parece haberse olvidado que el campo popular contó con figuras cuyas enseñanzas son fundamentales: desde Jauretche, Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui y Cooke hasta Amado Olmos, Germán Abdala y Di Pascuale, y por supuesto Perón y Evita, nombres que no se enarbolan en las tétricas e inútiles discusiones de “Intratables”o de otros sainetes televisivos. Así como asistimos a la agonía del radicalismo, hay indicios de que asistiremos al olvido de las viejas banderas en el que se fundó el movimiento popular más importante de América Latina, desde 1945 y durante décadas.
No hay autocríticas, no hay recupero de viejas enseñanzas y eso ocurre a menudo en la historia. Pero más allá de los nombres –en un país donde la izquierda tradicional continúa en el mundo de la luna y le da lo mismo Scioli que Macri, es urgente reconstruir el Frente de Liberación Nacional, juntar a los dispersos, reanimar a los deprimidos, echar a los corruptos y traidores, dar forma organizativa a esa fuerza que revelan los autoconvocados en las plazas, recuperar lo mejor de los distintos sectores para enfrentar esta arremetida de la derecha, bendecida por el imperialismo. Es necesario echar en saco roto las pequeñas disidencias, los antiguos roces y reunificarse poniendo por delante, como siempre, la Liberación Nacional en un camino de cambios revolucionarios. Son tantas las barbaridades que comete el gobierno actual que ello facilita el realineamiento de las fuerzas populares, de todos aquellos que más allá de las formas o las denominaciones, estén dispuestos a dar lucha por una Argentina liberada en una América Latina que también está dando su pelea. El que fue un día el más poderoso movimiento antiimperialista de América Latina debe regresar al escenario en la plenitud de su fuerza y de su conciencia, sin supuestas “masas” ni gritones “bárbaros”, ni gobernadores e intendentes sólo preocupados por la coparticipación ni el régimen tributario. En una sola negociación, “los buitres” se llevan a la Argentina, es decir a las mayorías argentinas que le dan vida día a día con su trabajo. “Seamos libres” proclamó San Martín. “Barajar y dar de nuevo” enseñó Jauretche. “América Latina libre, unida e igualitaria” reclamó Manuel Ugarte

jueves, 17 de marzo de 2016

Operación Condor II en América Latina; Donald Trump y Adolf Hitler; el mundo sin Izquierda, por Heinz Dieterich, para Vagos Peronistas


Heinz Dieterich
Heinz Dieterich 15.3.2016

Para Alexis Ponce, cuyos derechos humanos están siendo violados vergonzosamente por el gobierno de Rafael Correa

Operación Condor II en América Latina; Donald Trump y Adolf Hitler; el mundo sin Izquierda

1. El Nuevo Plan Condor
El secuestro policiaco del expresidente brasileño y líder emblemático del desarrollismo socialdemócrata criollo, Ignacio Lula da Silva; la pronta destrucción del gobierno de Dilma Roussef; la persecución y amenaza de encarcelamiento de la expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner; la creciente “revolución de color” en Nicaragua; el inicio de la fase subversiva armada y violenta en Venezuela y el retorno de los métodos de terror de Estado y social bajo el gobierno Macri ---tiroteados los locales del kirchnerismo “Nuevo Encuentro” y “La Cámpora” en Buenos Aires y Mar del Plata--- evidencian, que la Operación Condor II en el hemisferio ha sido iniciada por las oligarquías y Washington.

2. Condor II y el “cancer” de Roosevelt
La razón de la nueva operación de “limpieza política” hemisférica es obvia. La ola de desarrollismo socialdemócrata burgués, desatada por el bolivarianismo de Hugo Chávez, es vista por el monroeismo local e imperial como un cáncer, que hay que extirpar. El probable asesinato político de Hugo Chávez fue la “operación quirúrgica” que inició el proceso. Ahora sigue el equivalente de la quimioterapia, para “limpiar” por completo el corpus (cuerpo) de los intereses oligárquico-imperiales. Ni siquiera las atenuadas versiones del New Deal de Roosevelt ---que practicaron Chávez, Kirchner, Lula y Evo, con escrupuloso apego a los límites constitucionales del sistema burgués--- son aceptables, hoy día, para el régimen monroeista criollo que plaga a la Patria Grande. Por eso, el imperio y sus sátrapas quieren una nueva moratoria de treinta años de la lucha popular, semejante a la que les proporcionó la matanza de la Operación Condor I, concebida y operacionalizada desde Washington en los años 70-80. En el Condor II la “limpieza” no requiere de dictaduras militares, porque no hay oposición social, política o popular latinoamericana, que tenga capacidad o voluntad antisistémica de actuación real. Sin embargo, Condor II utilizará todo el arsenal de la guerra sucia para lograr su objetivo: desde la violencia callejera al asesinato político, la ridiculización y aislamiento de proyectos nacionales y sociales alternativos, hasta el control de los intelectuales y universidades críticas. La brutalidad que se empleará se revela en el caso de Brasil. La misma justicia y clase política, que durante cincuenta años han sido cómplices de los asesinos y torturadores de la dictadura militar ---impidiendo su enjuiciamiento penal--- ejecutan ahora de manera draconiana el nuevo mandato imperial contra los líderes del desarrollismo democrático burgués, que se atrevieron a empoderar a los pueblos, reivindicar a la Patria Grande y entrar en alianza estratégica desarrollista con China. Vae victis!

3. ¿Es fascista Donald Trump?
Trump es un protofascista, que se convertirá en fascista, cuando el sistema lo requiera y las circunstancias objetivas le permitan crear un movimiento y Estado totalitario. La actual correlación de fuerzas entre las diferentes fracciones (power elites) de la clase dominante hace poco probable tal escenario. La plutocracia imperante no tiene la necesidad histórica de instalar un fascismo abierto, porque no hay amenaza real alguna para su tiranía. Si la hubiese, Trump sería un candidato idóneo, debido a su constitución protofascista: su cínico desprecio a los derechos humanos de los demás; su deliberada y carismática manipulación mentirosa y demagógica de las masas; su glorificación y gravitación natural hacia la violencia y el socialdarwinismo vulgar; la sistemática reprogramación ideológica paranoica (Weltanschauung) de sus seguidores, al estilo de los Nazis, etc. La lista de sus atributos protofascistas es interminable. Sin embargo, ninguno de estos atributos lo distingue cualitativamente de los demás miembros de la oligarquía que viven de la explotación y dominación del ser humano. Y, tampoco, de los demás candidatos republicanos como Cruz y Rubio, que son meros plagiarios de quinta categoría del Fuehrer estadounidense. “Lying Ted and little Mario” (Trump) procuran subirse a la ola protofascista de los blancos desclasificados, en cuya cresta surfea The Donald; pero no tienen su vinculación orgánica con ese sector ni su capacidad de liderazgo demagógico. Son patéticos y peligrosos loosers (perdedores) de la lumpen-clase política que controla el Partido Republicano y que, desde hace treinta años, ha generado las condiciones del protofascismo masivo, que aprovecha Trump hoy día.

4. Donald Trump y Adolf Hitler
Trump es un Lumpen orgánico de la plutocracia capitalista mundial que destruye al planeta y a la humanidad. Hitler era un Lumpen orgánico de la plebe (Lumpenproletariat), que se prestó al Gran Capital para destruir a su enemigo de clase y a la democracia. Hitler sobrevivió con el dinero del Gran Capital alemán. En la fase más crítica de la República, 1931-32, el aparato de terror nazi (NSDAP, SA) estaba económicamente quebrado. Los fondos de un sector de la oligarquía alemana (Rhein-Ruhr-Club) lo rescataron. Trump tiene todos los fondos que necesita. Hitler actuaba por razones ideológicas: destruir la alternativa anticapitalista. Trump no actúa por razones ideológicas, sino por un narcisímo enfermizo que compulsivamente le obliga a demostrar que él es el mejor, y que puede derrotar a la elite de la clase política. No quiere destruir el sistema. Lo usa como trampolín en una competencia de poder. Es un Heróstratus moderno que aprovecha la destrucción de la clase media estadounidense, causado por el nuevo modelo de acumulación del capital y el neoliberalismo. Pero, tiene cuatro debilidades estructurales que lo derrotarán: ha dividido a la oligarquía dominante, con una poderosa fracción de generales en su contra; es poco previsible en sus acciones futuras (¡armas nucleares!); se ha convertido en whistleblower, es decir, en revelador de la brutal y amoral realidad de la clase dominante. Y la cuarta razón, la más importante: la power elite (C.W. Mills), la fracción gerencial de la oligarquía, y el imperialismo estadounidense, no necesitan ahora un Hitler para realizar sus intereses. Hillary Clinton, que, al igual que los candidatos republicanos, no es más que un títere del complejo militar-industrial y financiero ---semejante a otros payasos políticos de la burguesía global, como Cameron y Hollande--- ejecutará fielmente las instrucciones de sus amos, sin riesgo nuclear. ¿Y Bernie Sanders? Los planteamientos de Sanders son castillos en el aire, parecidos a los de Tsipras-Varoufakis en su momento en Grecia. Castillos hechos fuera de la realidad del poder. Por eso, tampoco va a llegar. Tendremos, pues, la continuación de la política Bush-Cheney-Obama, independientemente de la figura que pongan a ejecutarla. Nada nuevo bajo el sol. No haven in illusion.

5. La Patria Grande sin Izquierda
Desde la caída de la URSS, América Latina y el mundo no tienen una izquierda política que merezca el nombre. Lo que existe es una “disidencia perfumada” de la intelligentsia; tolerada y, en gran parte, financiada por los dueños del circo global. Aparte de esta disidencia castrada que predica a la mosca como escapar del vaso ---manteniéndose lejos del vaso--- existe una desesperada resistencia casuística popular: sin horizonte estratégico, ni organización orgánica. El reciente Seminario Internacional del Partido del Trabajo (PT) en México, “Los Partidos y una Nueva Sociedad”, proporcionó nueva evidencia dolorosa al respecto. Escuchando las exposiciones de delegaciones de Uruguay, Argentina y Brasil, entre otras, quedó clara la absoluta incapacidad de “la izquierda” para entender la realidad actual del Condor II; y de tener una respuesta adecuada de defensa estratégica y de ofensiva hacia el Socialismo del Siglo 21.

6. Ganar la guerra sin Clausewitz, con la revolución bonita
En gran medida, esta calamidad tiene que ver con la hegemonía política de treinta años de los presidentes desarrollistas. Estos nunca hicieron ningún esfuerzo serio, para crear un paradigma de emancipación latinoamericano estratégico posible, combinando el desarrollismo y el Socialismo del Siglo 21. Lo que relata el compañero “Toro” de Argentina es sintomatica. Al morir Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner despidió a los dos ministros que auspiciaban el trabajo de formación política seria: Garré y Taiana. E inició un giro hacia discusiones sobre Laclau con su populismo, y tonterías diversas. Todavía hoy el ya exdirector de la Biblioteca Nacional Horacio González, pero todavía comisario político de los intelectuales K., tiene la estupidez de decir en una "autocrítica" que debimos ser más "filósofos" que "clausewitzianos". Mientras que la derecha marcha a paso de vencedores y todavía se permite citar en su diario de vanguardia La Nación que: como decía Salvador María del Carril, un mentor ideológico de la oligarquía; “si tenemos en nuestras manos la vida de los vencidos, por qué no disponer de ella”.

7. Los militares venezolanos: novela a cuatro manos
Esta es la triste realidad. Una izquierda sin cabeza, fuera de la realidad, sin Clausewitz: lo que significa sin Newton, Lenin, George Washington, Bolívar y sin ciencia. Por lo tanto, sin futuro. Las consecuencias concretas de esta situación se ven en Venezuela, en la inoperancia estratégica del Bloque de Poder Militar (BPM). El único actor capaz de salvar el legado de Chávez, actúa a cuatro manos. Concede la validez de las elecciones a la oposición, y la validez del TSJ al gobierno. Con el proceso nacional ya entrando en su fase violenta, los militares pronto tendrán que decidir, si abrirán fuego contra una protesta social masiva, o si aceptan el colapso del régimen. El cálculo costo-beneficio que hacen deja claro, lo que va a pasar. Le garantizarán a la derecha elecciones libres y, con eso, la toma del poder. Y la derecha les garantizará, en contrapartida, que no habrá remoción de generales ni persecución penal de la alta oficialidad. No hace falta la teoría de juegos para entender este final del proceso. Sólo sentido común y conocimiento histórico.










martes, 15 de marzo de 2016

CAMBIOS POLÍTICOS Y SUBJETIVIDAD SOCIAL, POR Jorge Luis Cerletti, para Vagos Peronistas.

Jorge Luis Cerletti

CAMBIOS POLÍTICOS  Y  SUBJETIVIDAD SOCIAL.

“La Cancillería está en manos de Telecom e IBM. El Ministerio de Hacienda en manos de JP Morgan. El Ministerio de Energía, Shell. La Secretaría de Finanzas, Deutsche Bank. El Directorio del Banco Central, JP Morgan y Goldman Sachs. Y así  sucesivamente. Las empresas son: Thomson Reuters, Morgan Stanley, Exxon-Esso, Axion, General Motors, Techint, Coca Cola, Banco de Galicia, Edesur y Edenor, Pan American Energy y muchas más.” (en Página 12, del 14/02/16 (artº de J.P. Feinmann “La nueva globalización”).

En menos de 45 días el gobierno de Macri barrió con las mejores conquistas del  período kirchnerista  y ya en los diez o quince días iniciales había tomado las medidas más sustanciales y retrógradas. Lo que transcribo del artículo de Feinmann desnuda claramente las mentiras de su campaña electoral que disfrazó su esencia PRO gran capital y de sus principales corporaciones.
Cabe decir que por primera vez en nuestra historia la derecha explícita gana una elección nacional sin apelar al fraude ni a las proscripciones. Fenómeno que se suma a la ofensiva que sufren los gobiernos populares de Sudamérica.
La nefasta trascendencia de ese grave desmantelamiento para el país y los sectores populares ofrece diversos ángulos de abordaje. Aquí no entraré a detallar los descabezamientos institucionales y la consiguiente ola de  despidos pero sí esbozaré someramente los alcances políticos de la nueva situación que se abrió. Veamos.
** La velocidad con que descabezaron los principales organismos del Estado controlados por el kirchnerismo presenta diversos escorzos. Uno, muy sustantivo, vuelve a mostrar la diferencia entre Estado -principal construcción histórica sistémica de las clases dominantes- y los gobiernos que son expresiones sectoriales de las luchas políticas por la hegemonía y el control de aquél.
** Ratifica el poder de las grandes corporaciones y de los Estados hegemónicos que dominan el mundo y se afanan por someter a los pueblos y naciones que se les resisten.
** La fisura político-económica que produjo el Kirchnerismo se fue cerrando al quedar inmerso en la legalidad sistémica capitalista que no cuestionó y que terminó desembocando en el triunfo actual de la derecha. Es que las corporaciones siguieron manteniendo su poder y haciendo buenos negocios (en particular las transnacionales) a pesar de las limitaciones que quiso imponerles el gobierno K.
** La durísima gestión que imprimió la derecha en estas primeras semanas, en todos los niveles, mostró su notoria distancia con los logros positivos del kirchnerismo en sus  doce años de gobierno. A la vez, exhibió la vulnerabilidad de su construcción y volvió a plantear los alcances de lo nacional en este período y en perspectiva.
Dando por sentada la naturaleza de la derecha y la coherencia de las medidas que implementa, el eje de la cuestión se desplaza a la problemática que concierne al campo popular y, en particular, para quienes planteamos una perspectiva emancipatoria. Desde ese lugar aventuraré algunas ideas.

¿ Dónde estamos parados ?

La experiencia kirchnerista fue favorable a las mayorías populares a partir del control relativo de algunas instituciones del Estado y de su política redistributiva de corte nacional. Empero, esa política tropezó con el poder económico concentrado que lo condicionó y con sus propias limitaciones. Dentro de ellas, su construcción  piramidal que le rindió frutos tan dulces como amargas resultaron las derivaciones conocidas.
En rigor, tal verticalidad es otra expresión de lo que se puede considerar una constante histórica. Los cambios socio-políticos que cuestionaron el orden establecido, en mayor o menor grado, cristalizaron bajo la conducción de líderes y vanguardias. Esto se aplica  también a las variadísimas luchas por el poder de cualquier signo pero aquí, el asunto espinoso tiene que ver con los movimientos populares y las luchas de los sometidos. El problema remite a la deconstrucción de los procesos liberadores (revolucionarios o no) a posteriori de sus triunfos logrados bajo similar praxis de poder.
Hasta ahora la humanidad no ha zafado de semejante contradicción. La cual se verifica  en lo macro cuyo mejor testimonio proviene de la organización institucional de los Estados. Ahora bien, si enfocamos los niveles micro, aparecen distintas expresiones que tienden a la participación activa y a la circulación de poder. Pero aún no se han constituido alternativas emancipatorias que muevan el amperímetro nacional y ni qué decir del internacional. En mi opinión, lo más rico y avanzado en ese espacio es la experiencia zapatista a pesar del cerco que vienen padeciendo.
Aquí emerge la cuestión de las bases materiales y la subjetividad que alcanza a todos los ámbitos de la sociedad. En ambas entra en juego la idea de racionalidad que, a su vez, se desdobla entre la que emana del sistema y la que lo rechaza.  
El capitalismo ha desarrollado extraordinariamente la producción y generación de riqueza a punto tal que hoy se puede decir que las bases materiales de la humanidad alcanzan holgadamente para satisfacer sus necesidades. En ese sentido la notable Revolución Científico-Tecnológica en curso ha engendrado un verdadero salto en las bases materiales del capitalismo lo que ha potenciado su reinado. Al mismo tiempo, ha acentuado las injusticias y desigualdades en torno al reparto de la riqueza a favor de la concentración económica y de poder. Luego, para una racionalidad que comprenda a toda la población mundial, representa una verdadera irracionalidad. Pero si nos atenemos a la lógica interna del capitalismo, esto se transforma de raíz porque las leyes que lo gobiernan se basan en la propiedad privada, la ganancia que se realiza mediante la explotación y el desarrollo del proceso de acumulación que deviene concentración y centralización del capital, poder y hegemonía.
Por eso si se lo cuestiona y no se rompe con la lógica del capital, tropezamos con serias dificultades e incongruencias. En cambio, si se lo hace desde una lógica independiente se pone en evidencia su irracionalidad. Sin embargo, los argumentos y la generación de alternativas distan tanto como una de otra racionalidad. Luego, la generación de alternativas supone una problemática clave pues plantea la creación de políticas transformadoras del orden capitalista. En el largo proceso que ello implica, se entrelazan diversas instancias, económicas, sociales, culturales, etc. Ahora voy a enfocar el tema de la subjetividad pues atraviesa a aquéllas y gravita fuertemente en la lucha política.

Importancia de la subjetividad en la creación de alternativas.

La subjetividad está condicionada por las bases materiales que produce el orden existente y es catapultada por su “fábrica de conciencias afines”. En lo que sigue me centraré en los candentes sucesos actuales. A tal fin, tomaré a nuestro país como caso testigo considerando el triunfo de la derecha y el carácter de las otras fuerzas empezando por el kirchnerismo-peronismo dada su relevancia.
El gobierno K gestó el período de mayores logros, post dictadura genocida contradiciendo los designios de la derecha. Pero siempre portó un verdadero caballo de Troya, su adscripción al capitalismo. Apelando a un término histórico del peronismo, propició la “humanización del capital” que Néstor Kirchner, en su momento, llamó capitalismo serio. Esto, referido a la producción de subjetividad, significa cabalgar sobre dos racionalidades contrapuestas. La sistémica y la que, confusa o no, apelaba a lo nacional y popular. Ergo, convivieron la fiebre del consumo y el interés individual con lo solidario y las medidas que favorecían a los sectores de menores recursos.
Respecto de la valoración ideológico-política del gobierno K., desde el campo popular, prevalecieron dos posturas antitéticas: a) descalificación lisa y llana; b) justificación basada en la hegemonía mundial del capitalismo. La primera, con sus matices, propia del sectarismo de la izquierda en general; la segunda, refleja la visión “nacional y popular” que alega dicha situación mundial capitalista como barrera insoslayable. Verdad a medias que nada dice de la doble racionalidad que contiene y que obtura, en su hibridez, la búsqueda y promoción de aperturas antisistema.
El triunfo electoral de Macri y cia., entre otras cosas, puso sobre el tapete el tema de la subjetividad: ¿cómo puede ser que mucha gente haya votado a quien, por su trayectoria y claros antecedentes, los iba a perjudicar? Además del peso de lo mediático que no es ninguna novedad, emergió la doble racionalidad que interiorizan gran parte de los sectores populares, al margen de si es conciente o no. Lo que viene a ser un terreno fértil para la imposición del imaginario dominante y la cooptación de vastos sectores vulnerables al discurso del amo, vale decir, de los grupos concentrados con poder real.
Enfoco ahora la articulación bases materiales-subjetividad social lo cual se asocia a la potencialidad de la producción y sus efectos sociales. Exteriorización de ello es el consumo, atributo fundamental del sistema porque resulta imprescindible para la realización del capital y la consecución de su finalidad mayor, la obtención de ganancias. Obvio que la gran burguesía, sin distingos, lo impulsa con todo y emplea a fondo su aparato mediático de propaganda para acrecentarlo ilimitadamente exacerbando el deseo de posesión.
La seducción y estimulación del deseo opera directa y/o subliminalmente sobre las personas fomentando la mixtura de codicia y egoísmo que provoca la multiplicidad de mercancías apetecibles. Y aparece una de ellas tan singular que reina sobre el resto, “el poderoso caballero don dinero”. Sus distintas formas son otras tantas manifestaciones de la cosificación y la mercantilización de la vida que caracteriza su imperio. Es que el capitalismo ha potenciado increíblemente esa histórica forma equivalencial de la mercancía transformada en un monstruo de las cien cabezas por el capital financiero.
A partir de lo apuntado, se puede tender un puente con otro factor gravitante que interviene  en la subjetividad de la sociedad, la relación salarial. En palabras de Frédéric Lordon: “En la economía monetaria con división del trabajo del capitalismo, no hay nada más imperioso que el deseo de dinero, y por consiguiente no hay influencia más potente que la del enrolamiento salarial.” Y líneas más arriba dice: “La puesta en movimiento de los cuerpos asalariados `al servicio de´, extrae su energía de la fijación del deseo……sobre el objeto dinero cuyos únicos proveedores establecidos por las estructuras capitalistas son los empleadores.” (…) “Ahora bien, por una parte la intensidad de la dominación es directamente proporcional a la intensidad del deseo del dominado, cuya llave detenta el dominante.”   (1)
Lo anterior responde escuetamente a la pregunta que subrayamos más arriba pero por supuesto, sin agotar el tema que integra los variados desafíos que deberemos ir resolviendo colectivamente. Por ejemplo y mirado desde otro ángulo, el salario en el capitalismo es el recurso del que depende la mayoría de la población para satisfacer sus necesidades, desde la supervivencia vital hasta los ingresos de los ejecutivos.
Semejante gravitación presenta una fuerte contradicción. Por un lado, potencia la capacidad de extorsión de la patronal y por el mismo motivo, fomenta la resistencia de los sectores asalariados, lo cual determina el variable escenario de las disputas laborales que se extiende a toda la complejidad de los diversos conflictos sociales.
Este breve recorrido nos sitúa frente a múltiples desafíos que confluyen hacia la necesidad de la construcción de nuevas alternativas emancipatorias.

Construcción de nuevas alternativas, ¿cómo?

Quienes sostenemos la emancipación, cualquiera sea su ubicación en el campo popular,  convivimos con ese interrogante que, por supuesto, trasciende lo individual. Como se desprende de lo que apunté al principio, la hegemonía mundial del capitalismo es indiscutible y por ahora absoluta. A partir de esta realidad se disparan las cuestiones y dentro de ese escenario no se visibilizan alternativas. Aquí brotan dos preguntas; ¿la historia se congeló? y ¿las transformaciones sólo dependen de procesos estructurales al margen de la praxis política?  Respondo con dos negativas pero poco se avanza. Entiendo que es necesario reformular la cuestión comenzando por la articulación entre lo macro y lo micro. Previamente hay que clarificar el último concepto, sus ambigüedades, escalas y alcances. Ahora tomo partido y delimito. A nivel internacional surgen manifestaciones locales (y lo nacional sería una de alto rango) que señalan emergencias complejas dentro de lo macro sistémico que, sin cambiarlo, pueden perturbarlo. Mientras que lo propiamente micro remite a lo local y a la vastísima gama de lo grupal, nivel en que la fuerza de las ideas y de las experiencias pueden hallar ecos universales (por ej., el zapatismo).
Esta breve digresión habla de la necesidad de enfocar experiencias donde se desarrollen cambios en  contradicción con lo sistémico sin qué éste los anule o los borre de la memoria. O sea, constituyen luchas y ensayos en busca de sembrar brotes de lo nuevo y de crear distintas fisuras al orden existente. Metafóricamente hablando, abrir picadas.
Con lo dicho sólo esbozo lo que para mí representa un campo que abarca desde las llamadas experiencias nacional populares hasta las políticas grupales donde la emancipación y el anticapitalismo son determinantes. Y no lo hago por eclecticismo sino porque creo que vivimos un período oscuro que exige romper barreras sectarias y desarrollar una amplitud de miras que contribuya al intercambio colectivo y a restarle al enemigo los frutos de la división. Hay tantas preguntas sin respuestas como demandas que las requieran, lo cual  conspira contra el imperio de los dueños de la verdad…
Abordar los cómo es una tarea colectiva que, mínimamente, comprende dos niveles: el situacional y las posibilidades que de él emana. El primero remite al carácter concreto de las contradicciones y conflictos en juego y supone la toma de partido. El segundo, incluye al primero dentro de la praxis política que lo actúa en función de la construcción de las alternativas que se impulsan.
Creo que aquí se debe superar una falsa disyuntiva que exacerba equívocas diferencias.  Hablo de la contraposición entre dos muletillas, “el mal menor”  o “a cuanto peor, mejor”. Voy a ilustrar esta idea con un ejemplo propio del remanido catálogo que enumera los más y los menos de la política K. Para ésta, sus debilidades y contradicciones resultan el mal menor frente a “la imposibilidad” de transformaciones mayores. En cambio, la cerrada oposición de sectores de “izquierda” de hecho adscriben al 2º lema que, traducido, revela su aspiración a reemplazarlo. Semejante diálogo de sordos, ¿a quién favorece y cuánto contribuye al enriquecimiento de las ideas?
Las consecuencias post electorales no dejan mayores dudas. Pero lo que sí se potencia es la inconsistencia política de la apertura K al mismo tiempo que resalta el vacío de alternativas anticapitalistas. Ambas visiones, sin desmerecer sus diferencias, no deben ignorarse recíprocamente si se pretende reflexionar desde el campo del pueblo.
Se impone debatir en torno a los alcances de lo nacional y popular y desde una concepción anticapitalista, pensar las grandes dificultades que conlleva la gestación de opciones paralela a la debilidad en la creación de alternativas. Es que los cómo atraviesan cantidad de cuestiones teórico-políticas no saldadas. Y entre ellas, surge la subjetividad social  a la que, mínimamente, ya me referí. Mas, antes de cerrar, quiero aludir a dos categorías que parecen antagónicas y que se asocian a la generación de alternativas: revolución y democracia representativa. La última en plena vigencia, la otra, fuera de cartel cuando no demonizada. Ambas, en buena medida, testimonian el cambio de los tiempos político-ideológicos que vivimos.
Revolución remite a los procesos que promueven transformaciones de fondo del orden social establecido. En general y dada la magnitud de lo que se juega, devinieron grandes enfrentamientos en los que prevaleció la violencia explícita. Mientras que democracia representativa alude a una forma de gobierno, de ejercicio del poder, que  articula dos                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              conceptos. Democracia como gobierno del pueblo (de la mayoría) y representativa que delega dicho gobierno a la gestión de sus representantes. Empero, esta definición es tergiversada toda vez que el discurso dominante la trastoca para adecuarla a sus fines de control político y de formación de subjetividad social. En cuanto a la revolución, su desnaturalización se vincula a su demonización a raíz de las graves derrotas populares del siglo XX y de las distorsiones que convivieron con su puesta en práctica. Obviamente no planteo revivals fuera de tiempo y de lugar, sencillamente señalo que dicho concepto forma parte de una larga historia y quienes pretenden borrarla de la memoria y del léxico debido a su “horrorosa violencia”, son las mismas minorías que siempre la generaron con su despótica dominación. Hoy es una categoría que, como tantas otras, requiere un examen crítico con vistas a nuevos procesos emancipatorios.
A propósito, vienen a colación dos ejemplos contrastantes para ilustrar los cambios simbólicos que portan las palabras. Después del golpe de la Libertadora en 1955 y en particular en los 70, el término revolución sobresalía en la lucha política de entonces cuyo trágico final es por demás conocido. Más tarde, autoderrotada la dictadura genocida en el 83, se instala la democracia representativa que pasa a ser el símbolo por antonomasia de un gobierno legítimo. Hoy repensar la revolución para clarificar sus  falencias, contradicciones internas y sus alcances, semeja una herejía. A la vez, objetar la democracia representativa real por su funcionalidad sistémica y enfocar el irresuelto tema de la representación, configuran herejías mayores que descalifican todo pensamiento crítico. Vale entonces el proverbio africano: “Cuando la palabra está enferma, que los oídos estén sanos.”
Lo anterior es un escorzo más que plantea los cómo en busca de respuestas dentro del horizonte de la emancipación que demanda el concurso de quienes participan del mismo. Esto nos sitúa ante una tarea de intercambios en la que los interrogantes deben resultar estímulos para un proceso de construcción de alternativas que asuma insoslayables principios éticos, libertad de pensamiento y que sirva para sumar los esfuerzos de las distintas experiencias colectivas. Con ese fin, cierro este artículo invocando a las aperturas de pensamiento y a la creatividad de las ideas.-------

Jorge Luis Cerletti   (marzo de 2016)

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(1) “Capitalismo, deseo y servidumbre – Marx y Spinoza” de Frédéric Lordon  (Ed.. Tinta Limón).

sábado, 12 de marzo de 2016

La Argentina como plusvalía, Declaración de Carta Abierta ante el debate sobre la deuda (Fuente: Página12 12/03/16)



La historia de un país, como ninguna otra historia, no puede resumirse en una serie de imágenes fijas y repetitivas. Pero en el caso de la deuda externa argentina hay una genealogía, si podemos emplear este término, que puede seguirse desde el siglo XIX hasta hoy. Hay una gran bibliografía al respecto, de todas las corrientes historiográficas, hay sentencias de muchos jueces, hay una conciencia pública mayoritariamente condenatoria, cuya historia también es posible hacer. No era la misma esa conciencia en la época de Rivadavia, que en la de Roca, que en la de Kirchner, y ahora, en que se lo conmina al país a iniciar un ciclo nuevo de endeudamiento como quien podría decir “se inicia el nuevo año escolar”. Hacia 1822 había una conciencia ingenua, la deuda eran garantizada por las tierras de la propia Provincia de Buenos Aires. Cuando se terminó se pagar, varias décadas después –sin que se hubiera recibido prácticamente nada, deducidos los intereses y las comisiones– la conciencia era otra, más parecida a un país donde la deuda se manifestaba en infraestructuras –financieras, ferroviarias, comunicacionales– ya controladas por gerentes ingleses y vernáculos, que iban a las mismos clubes de golf en los terrenos aledaños al Ferrocarril, donde fue muy fácil, como con las minas de Famatina en el siglo anterior, desplazar al débil capitalismo criollo, si aceptamos decirlo así. Aun no se llamaban CEO, pues la tradición británica les exigía al menos que leyeran algo –Kipling, por ejemplo– y que no se pusieran nombres de fantasía. El Pacto Roca-Runciman, de 1933, lo hicieron hombres serios, que al igual que Rivadavia –que se carteaba con Jeremy Bentham y conocía los libros de Destutt de Tracy–, no creían que hubiera otra salida para el país a fin de no perder sus cuotas de exportación de carne, como más directamente podían pretender Canadá u otras regiones vinculadas al inmediato alcance mundial de la Corona británica.

La denuncia de este pacto que convertía al país en una sucursal frigorífica es sabido que tuvo la participación de las plumas argentinas más calificadas, la del senador Lisandro de la Torre entre ellas, y de un modo más riguroso la de Raúl Scalabrini Ortiz. Se sobre entiende que lo que Federico Pinedo, el ministro de Justo de apellido repetitivo, presentaba como una exigencia vital para la subsistencia nacional (con la creación del Banco Central en el contexto de ese mismo Pacto, a modo de garantía de cumplimiento), era, al contrario, una prueba de que la crisis mundial se cobraba la autonomía de las naciones. Lo que hoy llamaríamos una crisis global –ayer era el nombre de Swift o Armour, y los de hoy salen todos los días en los diarios–, hizo que hayan cambiado varias denominaciones y circunstancias aunque muchos aspectos se asemejan. Sin embargo la situación que llevaba a considerar al país como una mercancía, podía ser tratada con otros criterios de soberanía (política, financiera y técnica) que implicaran alternativas posibles de movilización del ahorro y el capital público, y la soberanía de su mercado y nivel de actividad económica. Una fuerte mentalidad probritánica lo impedía, aunque no fuera la de técnicos empresariales sin historia, tal como los que aparecieron ahora, luego de ser sazonados en criterios de refinamiento servil que, de tan graves que son los actuales, no siempre los tuvieron sus antecesores. Entrenados por “couchers del imperio”, son nuevos dirigentes formados en serie por lo que hace décadas se llamó “pensamiento único”, luego “hegemonía invisible del mercado” y ahora expertos en convertir a las naciones en actos de plusvalía genérica de un nuevo estilo especulativo cuyo nombre y teoría más rigurosa (y condenatoria), no se tardará en encontrar desde la capacidad de perplejidad de los economistas más sensibles del mundo. Es que se deberá responder con nuevos argumentos a estos miembros fantasmales de los que se llaman a sí mismos “equipos”, integrados por partidarios de una facciosa e inhumana racionalidad financiera, y también por algunos que remontan su alcurnia a viejas familias que vivieron dentro de las estructuras clásicas del poder nacional. Una módica aristocracia siempre es necesaria para cubrir a las nuevas tecnocracias. La reconversión de la conciencia es una forma precavida de la ética globalizada, su égloga declinante y –como se decía antes– francamente entreguista.La historia más a mano, refiere una muerte con que la resistencia política pagó estas limitaciones de grupos políticos y el necio empecinamiento de personas concretas. El acuerdo Roca-Runciman se cobró la vida del senador Bordabehere, que murió por el otro, que tiempo después acabaría suicidándose quizás en una medida no desatendible, debido a aquel asesinato en el Senado de la Nación: el ya mencionado Lisandro de la Torre.

En el siglo XX, el único tramo en que el país tuvo deuda externa cero fue en 1948, durante el primer gobierno de Perón, que además nacionalizó el comercio exterior con el IAPI. En 1952, se inician contactos con el Eximbank y con la Standard Oil de California, lo que implicaba inversiones extranjeras que por un lado chocaban con aspectos doctrinarios de la “tercera posición”, pero otro lado eran temas de la creciente oposición al gobierno de Perón, donde coincidían en la crítica tanto sectores nacionalistas como los que luego de derrocado Perón sumarían al país al Fondo Monetario Internacional (adjudicable a la política de Krieger Vasena). Por su parte, el Plan Prebisch hizo cesar al IAPI, no obstante lo cual se mantenían las visiones negativas que los financistas norteamericanos tenían ante las posiciones de la recientemente creada Cepal, con sus públicas manifestaciones de crítica al “deterioro de los términos de intercambio”. En años posteriores Jauretche, fuerte adversario de Prebisch, reconsideraría muchas de sus posiciones.

Es que no eran éstos nudos fáciles de desatar. Son también los tiempos donde se inicia la deuda con el llamado Club de París y los tiempos en los cuales el frondizismo revierte su política petrolífera restrictiva de la inversión externa por una apertura sin limitaciones que ensalzaba el efecto benéfico del capital extranjero en todos los sectores de la economía. Los años más recientes nos traen palabras nuevas que no tienen muy distintos significados a los endeudamientos anteriores, pero hacen todo más abstracto y grosero, como “megacanje” y otras, que ya significan un escalón más en la pérdida de acciones autodeliberativas de las economías nacionales. Hay funcionarios permanentes de esta noción de “mega canje”, que se convierte en una forma de gobierno, casi una categoría epistemológica, no solo hoy presente en el gobierno de Macri –con los mismo funcionarios que tuvieron estas prácticas en las gestiones de Cavallo, donde el Estado absorbió la deuda privada– sino que se la eleva a una categoría casi equivalente a la de plusvalía gubernamental. Ya no una mera plusvalía proveniente de la deuda y la sobre deuda sobre la sobre deuda, con el consiguiente productividad de los intereses, sino de un modo ideológico profundo de gobierno, estructuralmente ilegal si tomamos en cuenta acepciones tradicionales. Todo el país se convierte en una forma de plusvalía, no solo sus tierras, como en la época casi inocente de Rivadavia o en el caso de los ferrocarriles, frigoríficos, compañías eléctricas y tranvías en la década del 30 del siglo XX, sino que la aparición del unánimemente aceptado concepto de “fondos buitre” nos hace entrar en otra etapa más grave y catastrófica. Hablar de “Chicago Boys”, con lo grave que aquello era, parece hoy una página amarillenta del pasado, pero antecedente inevitable de lo que ahora ocurre.

Entramos a una situación en que ya hay una mimetización completa en el pensamiento de los detentores de cupones de la deuda con los funcionarios que deben aceptar las condiciones más arbitrarias de pago, distintas a las que ya se habían negociado “in extremis” durante el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner. Un núcleo “global” de especuladores especializados en quiebras masivas de territorios imaginarios del Capital (pero que son partes concretas del habitar y del vivir de núcleos humanos en todo el mundo), aliados a secciones colonizadas y fundamentales de tribunales de justicia que “se dan su propia ley”, y medios de comunicación masivos con lógicas de control de audiencias que tratan como a “silobolsas” (como commodities que se retienen o se exportan, o se liquidan según tiempos financieros propios, esto es, ven al público como un “público transgénico”) consiguen deteriorar hasta consecuencias inimaginables la vida nacional, llamando éxito en las negociaciones a lo mismo que llaman “éxito” estas nuevas formas del capitalismo mundial, que saben que sus deudores serán “serios” sin mantener ellos ninguna obligación de serlo, cualquiera sea el contenido que le demos a la palabra serio. El éxito del negociador es el megaéxito del deudor.

Siendo un peligro que han denunciado muchos países –para seguir siendo países, naciones, comunidades autogobernadas–, en la Argentina tenemos por fin –luego de una larga historia que seguramente puede ser mejor contada– la coincidencia total entre el pensamiento de los holdouts y los que detentan el gobierno, los HoldGobernment, también con mentalidad de bonistas. Han convertido a nombres como Griesa, Pollack, Singer, en ciudadanos comunes de este país, buenos muchachos, abuelitos que caminan por la city pidiendo ayuda y mirando ansiosos hacia el Banco Central. En su mirada de águila, ellos saben que salvo en un período reciente de su historia, el Banco Central fue fundado con una supuesta independencia de los gobiernos, solo para custodiar los intereses de los pactos de sumisión financiera del país. La respuesta ante esta situación excepcional y de gravísimas consecuencias para el país, debe ser enérgica. Se reinicia el ciclo del endeudamiento nacional y en este caso, con el conjunto de la vida económica, política y cultural como siendo la plusvalía de esta anomalía económica mundial, causa estructural de la pobreza colectiva. En ese caso, el Congreso de la Nación debe contar con la dignidad suficiente para impedir que se voten esos acuerdos, que bajo el pretexto de que “se acabó el default” reiteran antiguas vergüenzas que la política del presente y las generaciones futuras sabrían condenar.

viernes, 11 de marzo de 2016

Borgismo, jauretchismo y pluralismo: astillas de una política cultural, Por Horacio González (Fuente: La Tecl@ Eñe,28/02/16)

Horacio González


"Capítulo 9 El folletín argentino"

Borgismo, jauretchismo y pluralismo: astillas de una política cultural


"En este capítulo de El Folletín Argentino, Horacio González examina algunas alternativas de la política cultural de las tres presidencias Kirchner que a través de las diferentes secretarías y ministerios generó una gran infraestructura cultural dedicada a públicos específicos o masivos: Tecnópolis, el Centro Cultural Néstor Kirchner, el museo del Bicentenario, los espacios de la Memoria, por ejemplo. También realiza precisiones sobre su dirección en la Biblioteca Nacional y sobre las intenciones del macrismo de continuar con el desguace de todo aquello que remita al kirchnerismo y su "pesada herencia". El nuevo director, Alberto Manguel, quien todavía no se ha hecho cargo físicamente de la dirección de la BN debido a sus compromisos en Princeton, deberá afrontar este dilema que se propone entre un modelo cancelatorio y revanchista, basado en la auditoría, y otro, el anterior, de puertas abiertas, que creció en personalidad cultural porque creció en indagaciones culturales y territoriales, en lectores y en espectadores, que tomó jóvenes que se integraron a una instancia educativa y pedagógica, pues así también estuvo concebida la BN (hay cuatro escuelas diferentes en su interior) y con todo eso, se lanzó a recuperar la joya perdida, el edificio de Calle México."



Por Horacio González*

Para La Tecl@ Eñe


En este capítulo vamos a examinar rápidamente algunas alternativas de la política cultural de las tres presidencias Kirchner, tarea que siempre resultará complicada por las esferas superpuestas que abarca el propio concepto de cultura. No alcanzan las definiciones que a diario suelen facilitar un conjunto de funcionarios internacionales, que han creado su lenguaje operativo y no cesan de promulgarlo con arrebato. “Cultura material”, “cultura inmaterial”. Preparada esta sucinta dicotomía, ya estarían los organismos púbicos en el vertedero fundamental de sus políticas: desde la memoria colectiva, los cacharros arqueológicos, los autores consagrados, las fiestas populares, las conmemoraciones estatales o costumbristas.



No obstante, no se resuelven con esto las decisiones en torno a los apoyos económicos que deben tener las áreas. Aquí se presenta enseguida la cuestión de los mecenatos de empresas privadas –no avanzó mucho este tema en nuestro país, a diferencia de lo que ocurre en Brasil-, que en caso de substituirse con ellos alguna parte (a veces sustanciales) del presupuesto público destinado a cultura, inevitablemente el control o “agenciamiento” de las acciones culturales, pasará a formar parte del halo reconocible con que los grandes emporios económicos y financieros les gusta revestir sus actividades específicas: un gran concierto de alguna consagradísima pianista, la presencia de algún ballet internacional, la exposición itinerante de Marc Chagall, los pentimentos de Vermeer, fotografiados con lentes infrarrojos especiales, etc. Doy estos ejemplos sin rastro de disconformidad; me gusta que cada una de esas cosas ocurra. Me gusta también que podamos ver bajo qué condiciones se producen. 



Durante el período del gobierno anterior se generó una gran infraestructura cultural. Aunque hay algo incómodo en esa expresión, podrá comprenderse que me refiero a construcciones y edificios que albergan actividades culturales para públicos específicos o masivos. Cada una exigiría una reflexión en particular: Tecnópolis, con su nombre de fantasía, tomó a su cargo grandes espectáculos y exposiciones, siendo su origen una suerte de parque ligeramente museificado sobre la historia de la ciencia y la técnica en la Argentina. Personalmente, discutí este nombre, salido de las fáciles gavetas con las que el administrador cultural atiende el encargo de interesar a grandes públicos, pues no me convencía una denominación demasiado extraída de las tiras de ciencias ficción.



Detrás de la apología de la técnica suele abrigarse la denegación de un examen más agudo de la expresividad cultural, y esto lo demuestran, incluso inversamente, las parques de diversiones: son grandes construcciones basadas en aparatos de la técnica (incluso más vinculados al procedimiento normal de una fábrica industrial), pero sin embargo ellos viven de generar sentimientos culturales primigenios: la alegría, el temor, el azar, el goce, el choque, la utopía del viaje espacial, etc. Considerando todo esto, la evolución que tuvo el lugar –en el que la Biblioteca Nacional, a través del Museo del Libro participó numerosas veces- me pareció una gran experiencia, pues recobró muy fácilmente su carácter de espacio lúdico donde se presenta con calidad la cultura popular masiva. El actual gobierno habla ahora de Tecnópolis como si lo hubiera creado, conforme a su política de borrar todos los signos del pasado y atribuirse rápidamente autorías cuyo origen no reconoce…, so pena de malquistarse con el juez Bonadío.



Con el CCK ocurre algo parecido. Mientras alegan que con el costo de la reconstitución de esa joya arquitectónica que albergó el Correo Argentino desde la década del 20 se podrían haber hecho “numerosos centros culturales en el interior”, no encuentran mal que allí se hagan agasajos al presidente Hollande -ciertamente, portador inadecuado del nombre de socialismo, ya nada tiene que ver con Jean Jaurés o con Mitterrand, le interesaba más patear un penal en la cancha de Boca que las nuevas penalidades a las que son sometidos los manifestantes que se oponen al gobierno-, con lo que cometen desaciertos múltiples. Los centros del interior también se han construido y son más numerosos de los que ellos suponen –les basta preguntar o viajar- y el CCK recién comenzaba a funcionar, no de apuro, como alegan, sino con una programación muy cuidada, que estaba en elaboración. ¿Y la restauración? Que debe haber sido cara, no hay duda. Y que siempre permanece un toque de solemne frivolidad en estas cosas, es probable. ¿Pero había que dejar en la ruina esa reliquia de la Buenos Aires de Gardel, Martínez Estrada e Yrigoyen? En su intimidad, saben que no. Mientras tanto se dedican a criticar el órgano alemán importado, que por su complejidad aún no está totalmente afinado.



¿Y el nombre? Quizás podía no habérsele puesto el de Néstor Kirchner. En este tema, siempre hubiera sido mejor seguir el consejo de Jauretche a Perón. “Su nombre es parte del paisaje; si se convierte en abrumador, solo por esto usted puede llegar a caer”. Pero siendo esto una lección para los gobiernos populares, no se justifica ni la fácil refutación de una obra por vía del odio a los nombres, ni la hipócrita condición del que usufructúa astutamente lo mismo que critica por causas cuya importancia no es mayor que lo que reciben como herencia. Pesada herencia: sin duda lo es, porque se trata de un edificio que equivale a 10 manzanas, con posibilidades de intervenir renovadoramente en el conjunto de la vida cultural argentina con resonancias que aún ni imaginamos. Pero no es la misma y misteriosa “pesada herencia” que a diario alegan, para justificar sus torpezas y poder cometerlas con mayor amplitud, encima disfrutando de lo realizado por otros. La cultura real no son metros cuadrados de nada, pero mejor que haya metros cuadrados. La cultura, en esencia, es la transfiguración inesperada de los “metros cuadrados”, sea en poesía, música o literatura o “en otra cosa”. Siempre un oculto sistema métrico es afirmado o negado. Aquí sí lo material e inmaterial se entroncan y se desestabilizan mutuamente. Provisoriamente, definimos así el arte. 



Un breve recuento de los secretarios y ministros de cultura de la Administración Kirchner –con todos los cuales he convivido-, nos permite visualizar una heterogeneidad de estilos, una serie de dilemas irresueltos, tanto como de logros y experiencias muy valorables. Torcuato Di Tella quiso crear un museo de la industria en Jujuy (descentralización, federalización y un estímulo cultural para repensar la industria nacional). De algún modo, una parte de Tecnópolis, no en Jujuy sino en el conurbano, también se fundamentó en ese anhelo. José Nun se acercó a formulaciones gramscianas sobre el significado dramático de la cultura: se la entendía como forma de vida y obras formalizadas. Se excluía el concepto de “bellas artes” –no estoy seguro que eso deba ser así- y había una inclinación hacia la educación popular, siguiendo la tradición argentina de la ilustración: libros y casas, café-cultura, fueron decisiones bien recibidas.


Por su parte, Jorge Coscia provenía de una tradición diferente a la de Nun: la Izquierda nacional. Le atribuía a la cultura un poder de iniciativa muy amplio para redefinir el complejo sentido de la Nación. Éste concepto lo refería especialmente a un “proyecto cultural”, en el centro de las acciones políticas y económicas. Durante su gestión creció el interés por las industrias culturales, y como compensación, la reanudación de los Premios Nacionales. Se creó una oficina de cine experimental anexa a la Secretaría. Coscia había sido, además de diputado nacional, presidente del Incaa, instituto que financió toda clase de obras cinematográficas, acusado de gastar dinero en obras de poco público. Durante las tres presidencias Kirchner, el Incaa tuvo una gestión, siempre acusada de “populista”, que dejó obras singulares de alta concepción estética. Menciono, por ejemplo, el film “Lumpen”, de Luis Ziembrowski, película extraña y sutil, reforzada por alegorías que se ensamblan en un espacio atemporal y mitologizado. Cuestionar esos filmes que sólo pueden financiarse con presupuesto estatal es dejar, como en todo el mundo, la producción cinematográfica en manos de un sentido unidireccional del gusto colectivo.



Con la gestión de Teresa Parodi maduró el tan reclamado Ministerio de Cultura, que sus antecesores –secretarios nacionales- siempre habían demandado. Se reforzaron las actividades musicales en todo el país y se iniciaron las difíciles decisiones que implicaban poner en marcha un nuevo Ministerio. No hubo carencia de problemas y discusiones, pero la Ministra exhibió firmes convicciones en su tarea, sorteó obstáculos numerosos e inauguró el CCK con una programación diversificada que para aplicar la palabra que luego cundiera como “motto” fetichista, fue absolutamente pluralista. Cualquiera que revise lo actuado en torno a ese Centro Cultural percibirá el modo que en él se unían un flujo de lo popular (las entradas eran gratuitas, lo que de por sí entraña una gran discusión) con experiencias capaces de recoger todos los vanguardismos y clasicismos posibles, por decirlo así. La ex-ministra Parodi no sólo es conocida por su actividad de autora y cantante de canciones de vasta repercusión, sino por sus vinculaciones con los grupos poéticos más importantes de la Argentina del último medio siglo, como la revista “Poesía Buenos Aires”, dirigida por Raúl Gustavo Aguirre y Edgar Bayley. Aunque corro el riesgo de extenderme demasiado, diré una palabra sobre el Instituto Dorrego, que fue intervenido durante esta última gestión ministerial y disuelto por el nuevo ministro de Macri. Evidentemente, no parecía ser una decisión acertada su fundación. No formulo esta opinión bajo ningún tipo de reserva con sus integrantes, a quienes conozco casi en su totalidad, sino por el tipo de polémica que enseguida sobrevendría, y no por saberse ahora el conjunto de inconvenientes que se presentaron, me animo a decir que una decisión de esa magnitud en torno al pasado argentino debería haber contado con más prevenciones.



Dorrego es una figura fundamental de la historia de nuestro país, y sin duda, era necesario dotar de mayores recaudos un estudio renovado de su memoria, que sigue siendo ahora tan o más necesario que antes. Aquella decisión, indudablemente fue tomada por la Presidenta al calor de sus intereses historiográficos, que pasaban por clásicos del revisionismo histórico, los autores siempre citables de las izquierdas nacionales de décadas atrás –Jauretche, sobre todo-, y por la necesidad de una evidente renovación del elenco nacional-popular, pues también solía incluir no sólo a Belgrano sino a los (de alguna manera u otra) considerados “jacobinos argentinos”: Moreno, Castelli y Monteagudo.



Del mismo modo, generó otro tipo de polémica la Secretaría de Estado confiada a Ricardo Forster. Basadas en una interpretación desfavorable del nombre de esa Secretaría (que efectivamente, debió ser otro), se dirigieron numerosas críticas a una experiencia que será recordada en la historia del polemismo argentino como la forjadora de grandes eventos internacionales sobre temas de teoría política, situación latinoamericana, estudio de autores clásicos y modernos, ámbito de encuentro de las más diversas expresiones del pensamiento crítico. Todo esto frente a una dimensión que cobraba la industria cultural (no la que impulsaba el gobierno entre pequeños y medianos productores de obras de todo tipo) sino una de signo poderosamente empresarial: la que permitía un gigantesco giro en la cinematografía –“Relatos salvajes” es un complejo buceo en las relaciones cotidianas, con un humor ácido e ideologías pseudo-críticas a la sociedad postindustrial- y también en la televisión de masas, con festejados usos del lenguaje injuriante y desaprensivo, modelos de conflictos interpersonales más o menos neurotizados y fuerte propensión a construir un estilo de interpelaciones desmanteladoras del patrimonio idiomático corriente, exportable al campo de la expresión política, cada vez más disminuido cultural y sensitivamente. Cualquier política cultural lo es si desafía ese aparato disciplinante con alternativas capaces de disputar con las propias fauces del Gran Moloch.


De las tantas alternativas mencionables, prefiero recordar los programas auspiciados por la Biblioteca Nacional que tuvieron lugar en una emisión seriada del Canal Público, a cargo de Ricardo Piglia. Eran programas literarios lanzados al viento, al margen de los cálculos habituales de las programadoras, y son hasta hoy parte de la ejemplificación vigorosa de lo que puede hacerse con los medios públicos. Abundan otros ejemplos, bien conocidos, que se sabrán recordar adecuadamente. Y dicho esto, propongo al lector que me acompañe con algunas consideraciones sobre la Biblioteca Nacional, justo en el momento en que vive su máxima encrucijada del último medio siglo. Inevitablemente, le daré un tono más personal a este relato.



Cuando ocupé la dirección de la Biblioteca Nacional durante más de una década, sucediendo a mi amigo Elvio Vitali, tuve algunos “problemas con Borges”, tan inevitables como sugestivos. Si bien la Presidenta se interesó por su lectura, muchos funcionarios del gobierno provenientes del peronismo –digamos: del memorial de la palabra política peronista-, me sugirieron varias veces que no se enfatizara tanto la figura del autor del Aleph. ¿En que se basaba esta opinión? En que –entre tantas cosas- Borges fue también una efigie central de la Revolución Libertadora. Efectivamente, en las anotaciones del fabulístico e incisivo libro de Bioy, Borges y él aparecen como los últimos discípulos de aquel hecho de armas. Ya entrado el gobierno de Frondizi, ellos se extrañan de que hubieran cambiado tanto los temas dominantes – ahora se hablaba de desarrollo, integración, pactos con el exilado Perón, etc.-, que para conjurar ese lamento, se dedican a escribir los últimos y laboriosos volantes de la Comisión de Afirmación de la Revolución Libertadora. Lo hacen en el mismo Despacho de Borges, como décadas antes, Pellegrini escribía sus discursos en el Despacho de Groussac. La Biblioteca –les informo- siempre tuvo esa politicidad. Basta saber que una buena parte del tercer piso está ocupada por la Academia de Periodismo, donde se reunían muchas de las plumas que tanto contribuyeron a zarandear al kirchenrismo. Urdimbre heteróclita de símbolos, es inútil que alguien quiera hacer de la Biblioteca otra cosa.



Nuestra lectura de Borges nunca fue vaciada en ningún estereotipo, sino que partió de una consideración estricta de su invención literaria, la sospecha que siempre comprobamos y siempre se evade quedamente, de que en su literatura están “embotellados” como en la lámpara de Aladino, buena parte de los signos del drama argentino, y también los esbozos de su explicación, a modo de la “esfinge” a develar que mentó Sarmiento siguiendo al francés Pierre Leroux. Por lo tanto, era ahora, más que en cualquier otro momento, que había que invocarlo. Nunca fue un recitado escolar sino un acertijo de complejo desciframiento. En ese sentido, quien lo lee así, es su verdadero lector.


Si una estatua es garantía de algo –una inocente imagen de perdurabilidad, el establecimiento de una silueta inmóvil que el peatón mira impávido, un simbolismo inopinado entre el silencio de un parque o el hollín de la ciudad- fuimos nosotros los que emplazamos su figura, la de Borges, en piedra en uno de los jardines del a Biblioteca, obra del escultor popular Oriana. Los jardines de la Biblioteca son modestamente poco bifurcados, pero exuberantes. Quizás, humorísticamente babilónicos: tienen un Papa, un Mujica Laínez (obra de Fioravanti, que se repone cíclicamente por los robos, pues el autor de Bomarzo padece también de la “inseguridad”), y un Perón anónimo, (a prudente distancia de Manucho). Perdura silencioso en el Parque de entrada, un asombroso gomero entre gótico y barroco, cerca del cual hay un Cortázar delicadamente cubista, iniciativa de la legisladora Susana Rinaldi; detrás, un Alfonso Reyes, olvidado aquí y en México, que fue agudo incitador de la lengua castellana en los dos países, un Ricardo Rojas de Perlotti (su amigo), y hasta la rareza de un Horacio Salgán, una gran cabeza pétrea, del gran autor de “A fuego lento”. Todo indica que nunca se sabe cuándo poner un busto y si estas piedras o mármoles miméticos que acompañan toda la historia cultural, deben seguir cultivándose… es decir, de quiénes, y cuándo. Gramsci estudiaba la “hegemonía cultural” en una ciudad según esos monolitos. Lo mismo haría Jauretche. Desde luego, son decisiones historiográficas, culturales y políticas. A veces regidas por la casualidad. Porque en los jardines de la BN hay también un José Mármol, en la plaza posterior de la Biblioteca, que como toda talla de un rostro es indiscernible respecto al modelo real, pero esta pieza tiene un soporte providencial para el interesado: al menos es de mármol.



¿Deberíamos darle importancia a las esculturas urbanas representativas de figura históricas? Mejor examinemos el hilo de disconformidad, las decisiones que toma el Estado frente a ellas y cómo se evidencia una “política cultural” en relación a la monumentalística arquitectónica dedicadas a flujos de masas, sea el CCK y Tecnópolis, de los que ya hablamos y que mantienen claras diferencias entre sí. David Viñas se detenía sorprendido a analizar la escultura de pie de Bernardo de Yrigoyen, en Callao y Paraguay, en la cual contrasta la ejecución recubierta de finos detalles y bajorrelieves –quizás de las más logradas que hay en Buenos Aires-, con la ignorancia en que hoy se tiene a esa figura, tanto como de los problemáticos resultados de sus compromisos políticos. Con el monumento de Roca, es evidente que hay diversos problemas, discernibles en varios planos. Un monumento se emplaza en la ciudad y es parte de su trama de signos referenciales. En ese sentido, esa obra representa no sólo a su “héroe epónimo” sino también una localización urbana, un segmento de la historia de la ciudad y una parte del “memento histórico” que tuvo una efectiva realidad pasada. La revisión de la figura de Roca en virtud de la nueva consideración que tiene la historia a la luz de los “pueblos originarios” –con la creación, incluso de este concepto- obliga a otras consideraciones. El tema contiene una filigrana de sutileza que obliga a un tratamiento muy delicado. No se trata de la “caída de un régimen” con multitudes que se arremolinan furibundas contras las estatuas del gobernante derrocado (como ocurrió en 1955), sino de una instancia de la historia estatal argentina puesta en discusión al conjuro de la formación de naciones en base a la conquistas de geo-espacios para el capitalismo en ciernes. Con la consiguiente expulsión –basada en distintas gradaciones de una masacre- de los pobladores allí establecidos, pertenecientes a la relación etnias-territorio que eran las que más antiguamente pudieran considerarse. El gobierno Kirchner siguió con preocupación y ambigüedad esta polémica, y encontró una resolución que finalmente no parecía la más adecuada para intervenir en este dilema historiográfico. Quitó de los aledaños de la Casa Rosada la estatua de Colón.



Entre las filas de los que, cada uno a nuestra manera, apoyábamos al gobierno, solo se levantó la voz de Mempo Giardinelli para cuestionar un hecho poco convincente, que sin duda emanaba de una decisión de la propia Presidenta. El hecho, en efecto, no era justificable, pero entrañaba una concepción de la historia, que también habitaba ciertos discursos de la Presidenta en los aniversarios del Combate de Obligado, la creación del mencionado Instituto Dorrego y los apuntes más que ligeros en torno a la evocación del revisionismo histórico en los medios de comunicación del gobierno. No creo que hubiera sido difícil la convivencia de Juana Azurduy y Colón –tan heterogéneos desde el punto de vista de la historia- si se hubiera compuesto una nueva consideración escenográfica para la Plaza de Mayo. Uno de los artistas destacados del período –hubo muchos pero no los mencionaremos aquí- fue Daniel Santoro. Santoro podría ser un personaje que hubiera participado con gusto en las discusiones sobre el Proletkult durante la década del 20, pero a su expresionismo místico le agrega un esoterismo político para encuadrar una interpretación “escópica” sobre la historia nacional emanada del interior de la historia de sus tendencias artísticas en lo que habitualmente se considera la “plástica”. No sería posible esta revisión de época si no se debate más seriamente sobre esta obra fundamental. No mencionaré otras que no lo son menos para no agrandar tanto este escrito. En cambio, la presencia de Marta Minujin en el agasajo a Hollande en el CCK –no sé si todavía lo llaman así- me suena a un eco tardío de todo lo que quieren expurgar, aunque quizás lo toleren por ser destellos de una nostálgica repetición. 



En cuanto a Borges, hubiera sido chistoso convertirlo solo en una estatua, como quería Lugones hacer con todo. Hicimos algo más, pues el Borges estatuario apareció recién después de afirmado el Borges anti-monumental y utópico. Pues lo imaginamos inspirador no sólo de una política cultural sino también bibliotecológica. Borges interpreta la catalogación y la clasificación de libros como provocativos argumentos del destino, basados en la falta, el rigor y la extrañeza. Cuando Borges escribe, se producen eventos retóricos, artísticos, irónicos y bibliotecológicos. Creo que ese es el espíritu secreto de una Biblioteca, lo que incluye una interpretación literaria de sus métodos de catalogación sin que estos dejen de registrar los avances y discusiones técnicas que atraviesa la época. Por eso, es posible distinguir por lo menos dos Borges (dos, y no tres, porque aquí subsumimos el Borges político en el Borges ficcional). Hay entonces un Borges del juego con la palabra bajo un orden discursivo paradojal, irónico, inagotablemente ligado a la revelación que se omite o que al darse implica la muerte. Este Borges tiene intacta su frescura.



Y hay otro Borges, el de la globalización, que puede ser convertido en aforismo, en almanaque, en video-clip, en nombre de una boutique, en cita apropiada para adornar un best seller, o en un remedo betsellerista de una investigación divertida, aunque reconocidamente bien hecha. Fue el caso del estimable e imaginativo Umberto Eco, al que extrañaremos. El Borges de la globalización no es antagónico a un supuesto Borges “argentino”, porque esta no es tampoco su definición última: lo que corresponde a Borges es un universalismo argentino. En mi opinión, sin que sus trabajos sean de ninguna manera desdeñables, Alberto Manguel –esperemos que el próximo director de la BN, y aquí entramos en un tema problemático-, ronda sobre el Borges de la globalización. Lo hace áulico, anodino, citable, imitable. Lo que él escribe es amable, no son best sellers explícitos, pero disimulan esa condición en su pliegue último de interconexión de citas, sorpresas y metáforas de lectura que se obtienen con un cultivado imán, delicado hierro magnético que colecta todo unánimemente, desde San Agustín a Flaubert.


Buena parte de lo que Manguel ha dicho sobre bibliotecas, acá ya ha sido hecho; pero también mucho de lo que ha dicho en su vertiginoso paso reciente por la “Dirección Invisible” de la BN, implicaría un lamentable retroceso. Sobre eso tiene que reflexionar y sobre todo informarse bien, evitando los vulgares prejuicios que les presentan sus informantes, explicados por el hecho inusual de que hace cuarenta años está fuera del país. (A propósito, Sarmiento, un tanto rencoroso, se opuso a que Groussac sea Director de la Biblioteca Nacional por ser “extranjero”. Pero era una rara clase de extranjero, en el fondo poseedor de una comprensión conservadora pero rigurosa del país.) Manguel no es realmente extranjero, pero para que sea Director de la Biblioteca, es necesario que piense en las peculiaridades del lugar en el que se establece. Lo decimos para que venga y no para que no venga.



Sabemos que viene con una utopía borgeana, pero ésta no puede ser un no-lugar. En ese sentido, hablando de lugares, es urgente que se preserve el antiguo edificio de la calle México: eso hace que le reclamemos a Manguel que se hago cargo del lugar ahora mismo. No deberían ser más importantes sus clases en Princeton para demorar su llegada. El gobierno que lo trae ya dijo que ese edificio –que condensa buena parte de la historia cultural del país- es una ruina inútil. Justamente es al revés, solo las ruinas son útiles cuando se trata de retomar la historia de un recinto trabajado por el tiempo, haciéndoselo hablar otra vez.



No le negamos a Manguel su condición de orfebre de una literatura de solaz, amenamente concebida, voluntariamente carente de tensión, por más que la envuelva en celofanes y centelleos borgeanos. Pero es en vano que nos diga cómo debe ser una Biblioteca Nacional, porque también en este caso sostiene criterios globalizados, aunque aquí y allí pigmentados con las protestas del humanista aristocrático contra las teorías informáticas. Sus filigranas deliciosas de gurmet literario, que también podemos apreciar, padecen cuando no se sumergen en una cultura viva, con sus problemas singularizados, demostrándose que el detallismo hedónico puede no ser incompatible con el lector abstracto, al que recién denominamos globalizado.



Manguel hizo como un ejecutivo de “apretada agenda” una visita que distó mucho de la del Don Juan de las Bibliotecas. Dejó cargadas preocupaciones: habló de desmantelar ediciones (la única editorial pública del país con catálogo sistemático), controlar exposiciones, averiguar qué libro se va a presentar antes de dar permisos. Su erudición debería cuidarse de no bordear la censura y de decir cosas sin fundamento. Por supuesto, está dotado para hacerlo y debe discutir con el contexto que no se lo permite. Porque si no consentiría con la idea de lo que llamaríamos una Biblioteca Cancel, gobernada por el miedo en vez de aquella trama de símbolos que hasta ahora tenían sus diversos senderos. Es vergonzoso que se diga, como imputación, que allí se reunía un grupo político oficial. Uno de los libros de Manguel, permite sacar conclusiones apreciables sobre las estigmatizaciones a que en extensos períodos de la historia son sometidos los intelectuales. Créanos, amigo Manguel, de aquí a Canadá, usted es testigo de casos masivos de ultrajes que se pueden seguir en un fácil hilo histórico –precisamente usted los comenta bien-, pero lo que ocurre ya con el papel que va a cumplir, obliga asimismo a que usted cuide muy celosamente que no lo sorprenda la involuntaria y tan poco elegante condición de coadjutor de despidos de personal. En aquel grupo político de mentas venían a hablar desde Leonardo Favio hasta el filósofo francés Etienne Balibar, y no había aduladores de ningún gobierno sino una suerte de “urgidos historiadores del presente”.



Se hacen auditorias, hoy, solo para tener pretextos para exoneraciones masivas, no para saber cuál es “el estado de la nación”, lo que por otra parte en la Biblioteca está a la vista. Una auditoría, diría Borges –si fuera un pluralista a la manera del Aleph, condensando en forma transparente toda la simultaneidad puntillosa del mundo-, es una manera de escuchar en la libertad de un fluir impensado, sino imposible, la totalidad del discurrir de los hechos. Pero este Borges no es el Borges macrista que asoma, como máscara de un nuevo autoritarismo, del desprecio a lo que se ha hecho y a la manera libertaria en que se lo ha hecho. Fábrica desvitalizada de unidades atomizadas y aterrorizadas, es en lo que quieren convertir a la Biblioteca Nacional. Manguel hará de humanista y los empresarios del “software enlatado” gobernarán, a través de tristes intermediarios, a las Bibliotecas Nacionales. Nosotros nos atrevimos a lanzar su independencia intelectual, ellos creyeron que esta equivalía a su cautiverio tecnológico. 


Con estas prevenciones, en los tiempos inmediatamente anteriores creció el personal porque crecían las tareas, se creció en personalidad cultural porque creció en indagaciones culturales y territoriales, creció en investigadores porque creció en lectores y en espectadores, se tomaron personas en algunos casos sin preparación previa porque eran jóvenes que se integraban a una instancia educativa y pedagógica, pues así también estaba concebida la BN (hay cuatro escuelas diferentes en su interior) y con todo eso, se lanzó a recuperar la joya perdida, el edificio de Calle México. Puede concluir usted, Manguel, esa tarea, que nunca se hubiera iniciado si éste, su antecesor, y la antecesora en el Misterio de Cultura de quien ahora es su actual Ministro, no se hubieran ocupado como conjurados, de abrir paso hacia ese notable edifico histórico. No le pedimos que reconozca nada. Apenas que custodie la Biblioteca, el Museo de Libro, retome la Calle México y rechace el destino de atender las implacables llamadas de su ministro, que podrán guardarle consideraciones –usted es el intelectual más adulado por los medios oficiales-, pero no se permita escuchar, ni a la distancia ni estando aquí, pedidos de despidos y recortes de todo tipo. Abandone esas palabras de su diccionario, pues son parte de los sortilegios despectivos hacia el lector, ese mismo que usted estudia muy bien en sus libros. No acepte en las trastiendas de la historia lo que reprueba en sus escritos.



La política cultural de las presidencias Kirchner tuvieron diversas dimensiones, contradictorias entre sí, que en la callada afirmación con que se daban los grandes debates, ponían en tensión necesaria las relaciones entre el financiamiento del Estado, la vida popular, los repentinos conceptos “sociopolíticos” como “inclusión”, grandes obras, a veces majestuosas, y convivencias a destiempo de horizontes culturales cosmopolitas con afirmaciones jauretcheanas (este viejo duelista era solicitado con cierta liviandad)… y en esa misma tensión, se jugaba una nunca resuelta teoría del Estado y el sagitario mismo de los que sería un conjunto de decisiones culturales que fueran universales cuando se referían a una obra nacional, y que fueran nacionales cuando se recurría a un necesario universalismo. Como en todo, mucho de eso hubo, y los vaivenes que daban imprecisión al conjunto, a veces parecían gobernarlo todo. Por mi parte, si me permito parafrasear al Borges del Informe Brodie, mascullando decepciones, tuve el orgullo de haber integrado esas filas. 


(Escrito el domingo 28 de febrero. Los libretistas de la clausura, no en la política sino en el conjunto de la memoria social, no descansan para producir un cancelamiento orwelliano de la experiencia kirchnerista. Se valen para eso de la literatura gótica transformada en pobres dictámenes de último momento. En el “protocolo” figura la prisión de Cristina Kirchner, cuyas huellas digitales son examinadas por el zapatófono del Super Agente 86, y la acusación a los principales funcionarios económicos del anterior gobierno de decisiones sobre el dólar cuya responsabilidad en última instancia le cabe a los funcionarios del gobierno actual. Los acusadores de alquiler culpan a otros de sus propias responsabilidades)



Buenos Aires, 28 de febrero de 2016



*Sociólogo, ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional