viernes, 29 de marzo de 2019

CRISIS DE LA POLÍTICA OCCIDENTAL, Por Horacio González

Entre todos los elementos sensibles que podríamos mencionar, el proyecto de golpe de Estado en Venezuela revela muy claramente lo que llamaré crisis de la política Occidental. Esta sobrevolaba casi siempre sobre el pivote de la humanidad como un fin en sí mismo, como un ámbito de realizaciones individuales y colectivas. Se entiende por realización, una adquisición progresiva de un saber en la relación diferencial y comprensiva hacia los otros, y un balance subjetivo sobre varios conceptos que llaman al equilibrio: uno, el contrato social, donde cada uno se pone en el interior de la voluntad general y reconoce a ésta como parte indivisible del todo. Otro, la humanidad kantiana, “obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio”. 

Otra insignia del pensar Occidental podría ser la reflexión sobre el problema que proviene de la razón que se alberga en el mundo de vida, y su choque con la razón instrumental. Entre ambas se desequilibran, y ese desequilibrio alumbra una necesidad de contenerla en un horizonte político y filosófico. Estas nociones ya casi nos han abandonado. También parece haberse ido para siempre la idea de que hay una revelación o una natalidad cada vez que se comprende como inaugural un discurso o una acción. Todo eso ha estallado. La distinción entre la ética de la responsabilidad y la ética de convicción, ya no tiene ningún empleo real para definir la acción política. El neoliberalismo ha malgastado a la primera; y a la segunda la aniquiló con el desprecio a las ideas trascendentales. Lo que a la vez hizo trizas la idea de Habermas de que en un espacio público ideal triunfa siempre “el mejor argumento”. 

Ideas que parecen profundas y acertadas, como la inversión que hace Foucault de las máximas Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política”, no sirven más para advertirnos que siempre ha existido un sustrato bélico en la primera instancia de significación de una sociedad, lo que hace que todo tenga matriz de conquista y despilfarro de vidas. Y sin necesidad de ningún arabesco teórico. Asimismo, la crítica a la industria cultural, que data de mediados del siglo XX, no solo está abolida de hecho por el total triunfo de ésta en todo el mundo, sino porque organiza las creencias colectivas. Hasta la elevación de una traza ferroviaria urbana puede no verse como un hecho técnico necesario o una especulación inmobiliaria, sino como parte de la mencionada industria cultural, un bien de consumo colectivo, una estética o ilusión de la libertad urbana.

Precisamente este ideal libertario que es aglutinador profundo de los sentidos que la palabra Occidente podría contener, está cercado por circunstancias que lo falsifican a diario, tanto el miedo orgánico que destruye toda idea comunitaria, como la esperanza sin pasión, es decir, el viejo recurso de la promesa ennoblecedora con un tipo de voto de felicidad futura, convertido en una oferta tentadora de supermercado o en una publicidad sobre el mejor método de elegir una cama de hotel en cualquier lugar del mundo. 

Yendo al grano: la escena de los embajadores, una media docena larga de diplomáticos europeos, de Francia, Canadá, Alemania, España y Holanda recibiendo a Guaidó en Maiquetía, hacen pensar. Países que son una buena parte de Occidente ¿no es cierto? Seguramente ese espectáculo lo produjeron personas que se sintieron tocadas en su núbil corazón humanitario. Entre los mecanismos resueltos por el golpe de Estado, se encuentra la crítica a la falta de medicamentos en Venezuela, típico reclamo humanitario, es decir, referido a la humanidad que pudieron definir grandes juristas de todos los tiempos, lo que cerraría toda discusión. Hay que sacar entonces al Maligno, al Katechon, al Anticristo. Los golpistas no quieren justificaciones de ocasión, si los apuran pueden ir a Carta a los Tesalonienses. 


En ciertas épocas, Occidente significó no un hegelianismo de derecha sino un militarismo de la llamada guerra fría, metáfora ingenua, pues las guerras tienen temperaturas comunicacionales de varios tipos y gradaciones. Las discusiones de Grocio sobre la guerra en el siglo XVII, que influyen sobre Alberdi en “El crimen de la guerra”, ya han sido superadas por el ascenso de una nueva política sin filosofía. Sin nociones de lo que es la humanidad, sin prevenciones sobre la índole paradójica de las estructuras ético-prácticas de lo humano. Protestan cínicamente por una ayuda humanitaria que no logró pasar la frontera. De este modo toman el enunciado como parte del derecho de gentes de la antigua Europa, y encontraron una justificación de la guerra, del dominio global, de lo que denominan guerra comercial y de las técnicas del golpe de estado que dejan hecho un poroto a las que describió el neofascista Curzio Malaparte. 

Recurren para sus acciones al revestimiento humanitario de los misiles y los aviones militares, como el que tiró la bomba atómica en Hiroshima, hecho que lleva hasta hoy a reflexiones sobre la culpa y el arrepentimiento. Se sabe de la jactancia de uno de lo pilotos, mientras otro exclamaba “Dios mío, qué hemos hecho”. Son las grandes discusiones de Occidente en relación a la razón técnica y la conciencia crítica, siempre en torno a que hace lo humano sobre lo humano. Hay suficiente documentación sobre este debate, olvidado por los que ahora postulan en Venezuela el “drama humanitario” que ellos mismos han creado. El bombardeo en nombre de la humanidad es un modelo de acción de lo que llamaríamos el modo norteamericano de encarnar la decadencia de Occidente, con el cortejo de los humanistas embajadores europeos, que no son Vico ni Goethe, sino funcionarios de pequeños poderes “sub delegados de la guerra comercial”. 

El avión que lanzó aquella bomba se llamaba Enola Gay, nombre tierno de la mamá del piloto Tibbets. Es cierto que Norteamérica es Emerson, Withman, Raymond Chandler o Faulkner. Pero también es Tibbets y el Comando Sur. Hoy gobiernan. Y es cierto que hay en Europa discursos como el de Melenchón, que casi en absoluta soledad, señalan estos postreros capítulos del “jus publicum europaeum”. Las ruinas del humanismo sosteniendo la operación golpista. Mantienen Guantánamo y hablan de derechos humanos. Cierran sus naciones con un despunte inadmisible de neoracismos y endorracismos que reviven de sus cenizas, y acusan de dictadores a los gobernantes legítimos de Venezuela. Entretanto, sostienen gobiernos de los que se conoce mundialmente la estructura despótica con la que administran territorios petrolíferos lejanos. 

Rebajan la política a actos de chantaje y pistolerismo, como los anuncios de Trump desde sus corbatas tornasoladas, rojo sangre. Personifica mejor Roger Waters el humanismo universal que el declarado discípulo de Paul Ricoeur, que gobierna Francia. Ricoeur era un hermeneuta interesante, pero él mismo no era interesante. El sostenimiento del gobierno legítimo de Venezuela, encarnado en el presidente Maduro, no es un hecho que pueda juzgarse con el vocabulario restringido de Trump o Macri, que hablan de un dictador y apelan -teólogos ellos-, a la idea del Mal. Bailotean sobre un humanismo ficticio, escondiendo proporciones de guerra y agresividad política, tras camiones con medicamentos. No sé cómo Ricoeur analizaría esta “metáfora viva”, entre las ojivas medievales del gótico europeo y las ojivas nucleares de la “ciudad gótica” estadounidense. 

Batman y Robin podrían haber llamado medicamentos a sus cirugías de extirpación de gobiernos que no están desposeídos de la voluntad general popular, sino que la tienen de una forma que los dueños de los misiles “Patriot” no consideran adecuada. Han dado vuelta todos los nombres, los miran por su revés, pero los siguen usando. Dicen humanismo y lanzan llamas. Con el largo intento golpista, la tradición del humanismo occidental tiene en Venezuela su resquebrajamiento moral más concluyente, la eclosión trágica de sus arcaicos resplandores y deseos.

viernes, 22 de marzo de 2019

SEGUNDO FRAGMENTO DEL CAPÍTULO ¿SABER?, correspondiente al libro inédito, DE LA DOMINACIÓN CONSENTIDA, Por León Pomer (") para Vagos y Vagas Peronistas



RAZONES Y SINRAZONES 


Los encapsulados son una exacerbación cuasi patológica del sapiens dominado. Se los encuentra en todos los ámbitos sociales, notoriamente en los sectores medios de la sociedad. Viven en una clausura cultural poblada por una mistura tóxica de odios, confusiones e ilusiones; son inmunes a la discusión serena y argumentada, a las razones y demostraciones. Detestan escuchar lo que no les place. Su tosca tozudez oculta una debilidad esencial. Abroquelados en sus “verdades”, su fortaleza consiste en mantenerse en una estolidez inconmovible. Disfrutan reinterpretando caprichosamente lo que los incomoda, lo que parece refutar sus persuasiones: la necesidad de pisar suelo firme admite ligerezas que no soportarían una crítica honesta. El sentirse confirmados los conforta: se saben miembros no disonantes de quienes practican el sentido común: no están solos. 


El encapsulado, y otros que le andan rondando, aunque sin igualarlo, se muestra en actitudes que lo caracterizan. Para muchos, hablar de política es provocar pelear y padecer disgustos. No la hablan con sus vecinos, ni con los contertulios de la mesa de café, ni con los miembros de la familia que saben no concordantes con ellos. Aconteceres que conmueven a la entera sociedad los encuentra imperturbables, en celosa mudez. Alguna vez se les escapa la liebre: la política es la peste, los políticos una manga de ladrones. Por ahí largan un elogio a los militares: “con ellos era otra cosa”. Deciden hablar cuando la bronca los ahoga: resuelven cantarle “las cuarenta” al insolente que los hiere y los ofende con sus dichos: lo escarmientan. Levantan la voz, sus mejillas enrojecen, la gesticulación traza peligrosas figuras en el aire, las palabras les brotan en tropel y desafiantes, bordean el insulto. El discurso es básicamente emocional, fundamentado en calumnias, inventivas, supinas ignorancias, fragmentos de saberes mal asimilados, hechos descontextualizados: un arsenal polimorfo de chatarra verbal. Nada precisa ser probado por demasiado obvio, la admisión irreflexiva es suficiente. Lo que degrada al odiado enemigo es moneda de buena ley: la condena es total, absoluta. Si nuestro personaje logra volver a la calma y se propone explicarle al Otro sus errores, no puede evitar saltar de rama en rama, sin detenerse en ninguna, sin ir a fondo en nada, sin evitar caer en un colorido galimatías. Su elocuencia no le impide perder el hilo, olvidar el motivo inicial de su discurso, usar caprichosamente los pocos adjetivos que le vienen a la mente: las cosas son lindas o feas, buenas o malas, sin matices. Cuanto menos tiene para decir, más incongruencias dice. Argumentos racionales y lógica argumental son ausencias que no conoce, no le hacen falta. La razón está con él, los Otros viven en el error y la confusión. Si logra que lo aplaudan, se irá a dormir ufanado con su triunfo. 


Si el mentado personaje fuera capaz de pensarse, de meterse en la intimidad de su alma, si fuera sincero consigo mismo, se sabría un débil pensante. Pero es como es, no por culpa suya: es el producto dilecto de un sistema. Desde su lejana primera infancia viene siendo modelado. Ignora que el sistema lo ha hecho soldado suyo, que lo quiere marioneta descerebrada. No fue instruido para pensar por sí mismo, con autonomía, con lógica, buscando inspiración en otros saberes, discutiendo, argumentando, criticando con s u “propia cabeza”. Dijo Ernst Bloch (1985:20): “el hombre que no haya aprendido a pensar (…) repite lo que otros han repetido y marcha al paso de ganso de la fraseología”. Lo que el repite es lo que escucha de las múltiples voces del amo. 


En el dominado común (el encapsulado es una variedad del mismo), es habitual razonar las cosas de la vida (los problemas, las vicisitudes) por compartimentos estancos, arrancados de las raíces sociales de que suelen ser tributarios. “La idea de un sujeto plenamente responsable de sus actos en términos morales y criminales, suele ocultar la compleja trama, siempre operante, de los presupuestos históricos discursivos que no solo dan contexto al acto practicado, más también definen de antemano las coordenadas de su sentido. La entera culpa es desplazada sobre el sujeto” (Zizek,1996:11) La sociedad, en lo esencial, queda absuelta de culpa y cargo. El razonamiento que se detiene en el hecho, que se limita a lamentarlo o celebrarlo y lo extrae de su contexto, acaba por no entender el proceso que lo ha provocado o en que está inserto. El “estilo” de pensamiento dominante, al decir de Marcusse (1971:146), excluye la posibilidad de juzgar el contexto en que se forman los hechos, el “lugar” que determina su sentido, su función y su desarrollo. Las rivalidades, envidias, rispideces, antagonismos y desmadres que con excesiva frecuencia[LP1] degradan la vida son atribuidos a la maldad de la gente, la envidia, la codicia. Sin preguntarse el porqué de esos “atributos”, por lo demás tan frecuentes; sin percibir que al sistema lo satisface que las personas se desentiendan y se peleen, incluso por un “quítame allí esas pajas”, como diría un viejo y tradicional ibérico. Allí donde aparecen esas y otras bazofias, el sistema se lava las manos: las culpas son de la índole degradada de la criatura sapiens. Y a propósito, el biólogo argentino Fabricio Ballarini (Pág.12, 30-11-2015), explica que, cuando el cerebro de los niños pobres es más chico, no es por una cuestión genética, sino por una muy pedestre falta de estimulación cognitiva, la mala alimentación y la exposición a condiciones ambientales adversas a su desarrollo. El prejuicio quiere ignorarlo. Denunciar la verdad es denunciar la sociedad. La desigualdad en la facultad cognitiva que la cultura de la dominación transfigura en menor valía genética o en un misterio metafísico, debe ser imputada a situaciones de vida impuestas socialmente. Exhibir un espectáculo de pobreza mental, de dificultades de razonamiento, ignorando lo que ha conspirado para esos poco alentadores rasgos, es favorecer la idea de inferioridad humana, de cerebros originariamente menoscabados: trampa para incautos. 


La cultura dominante propone que ciertos sustantivos deben reducir sus significados, centrarlos en uno socialmente preponderante: el que le han enseñado al hombre común y repite maquinalmente. Versiones corrientes de palabras como “libertad”, “igualdad”, “democracia”, “representación popular”, y muchas más, suenan como hipnóticos cliches que impiden “el desarrollo genuino del significado” (Marcusse). Si confrontadas críticamente con una realidad que ellas no expresan, o expresan mal, revelarían su muy pobre, e intencionado, valor cognitivo. No sería nada bueno que el común de los mortales descubriera el grado de falsedad con que alimenta sus conversaciones y pensamientos. Y que la tan mentada “libertad” deja mucho que desear. Podría concluirse fácilmente (y al sistema no le caería bien) que multitud de palabras distan de representar una auténtica representación lingüística. Saldrían a luz las falsificaciones y limitaciones semánticas de que se habló en el capítulo anterior, que configuran una suerte de idioma de la dominación. Agréguese que un sustantivo, unido casi invariablemente a los mismos adjetivos, fija el significado en la mente de sus usuarios. En el capítulo mentado hablamos del carácter autoritario de un hablar que limita y circunscribe, crea imágenes fijas que se imponen con su abrumadora y petrificada concreción. Diremos, con palabras de Marcusse (1971:125): cuando la conducta lingüística impide el desarrollo conceptual, es contraria a la abstracción y a la mediación y se rinde a los hechos inmediatos, rechazando su contenido histórico, ha triunfado el error. Lo mismo cuando el pensar ejerce una inmediata identificación entre razón y hecho, omitiendo las mediaciones necesarias. Agréguese que el lenguaje intimidante, portador de “predicaciones prescriptivas”, en el decir del filósofo, es el vehículo del miedo. Y el miedo amedrenta, inhibe, paraliza, crea conductas que distorsionan aún más la vida cotidiana, sirve al sistema. Recordemos que el encapsulado que practica el hermetismo, que no habla de política, que cuida sus palabras, no siempre lo hace por discreción, también lo hace por miedo, porque en “boca cerrada no entran moscas”. 


El prejuicio es un instrumento que la dominación ha diseminado generosamente. Tenido como “juicio u opinión sobre algo antes de tener verdadero conocimiento de ello “, quienes lo practican habitualmente (forman legión) rinden homenaje a la arbitrariedad, la desigualdad, la mentira y la difamación. Prejuicios de “estado civilizatorio” atribuyen al cerebro humano “primitivo”, los mal llamados “indios”, menores aptitudes para pensar que el engreído hombre blanco occidental. Algo semejante ocurriría con el cerebro de los pobres, afectado de irredimible menor valía. Levy Strauss, en El Pensamiento Salvaje, demostró la falsedad del primer aserto. Los pueblos “primitivos” son tan aptos para pensar y desarrollar lógicas específicas como los infatuados occidentales. El antropólogo inglés Jack Goody desechó las diferenciaciones clasistas y discriminatorias: concluyó que inteligencias iguales, con acceso a diferente cantidad y calidad de recursos, y técnicas del pensamiento, tienden a diferenciarse en sus producciones, sin por eso mostrar una supuesta minoridad (pueblos niños, decíase de los nativos en tiempos coloniales). 

Giovanni Sartori (2007:18) alude a conductas intelectuales receptivas al pensamiento lógico, frente a otras que le son remisas, que lo desconocen, que le son hostiles. La cultura de la dominación se muestra escasamente simpática con el pensamiento lógico. La facultad de pensar no equivale a saber pensar, sobre todo a pensar con los recursos de la lógica. No se nace sabiendo. Se aprende o no se aprende. La cultura de la dominación niega (no necesariamente lo consigue) a las grandes multitudes el pensar lógico - formal: prefiere los tartamudeos mentales, los manotazos verbales, los devaneos desatinados. Por eso Sartori (1998:132 y ss.) califica a la criatura humana de animal simbólico, no de animal racional. Explica: la racionalidad presupone un lenguaje lógico y un pensamiento abstracto “que se desarrolla deductivamente, de premisa a consecuencia. Racional es formular una pregunta racional a la que sabemos dar una respuesta racional. Y si no es así, no es racional”. Y agrega: “El hombre del pos pensamiento, (aún no se hablaba de pos verdad), es incapaz de una reflexión abstracta y analítica”. El protagonista del diálogo cotidiano, “cada vez balbucea más ante la demostración lógica y la deducción racional” (Id. Id.: 136). Un hombre “que pierde la capacidad de abstracción es eo ipso incapaz de racionalidad y es, por lo tanto, un animal simbólico (…) El hombre se ha reducido a su pura relación, homo comunnicans, inmerso en el incesante flujo mediático”. Pero ese individuo, ¿qué comunica?, se pregunta Sartori. La respuesta es obvia: comunica el vacío (Id., Id.;146), o acaso los avatares de la meteorología, el desempeño de su héroe deportivo, los avatares amorosos de la estrella de la TV. Estamos, subraya Sartori, frente a “una pérdida de pensamiento, una caída banal en la incapacidad de articular ideas claras y diferentes(…)El drama de nuestro tiempo (acaso el más chocante producto de la cultura de la dominación) es la renuncia (inconsciente) al vínculo lógico, a la secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí mismo” (Id.; Id.: 147 -150). 

La sociedad se manifiesta como un caótico tropel fáctico: los hechos se atropellan como fragmentos enloquecidos de un cuerpo descuartizado. La racionalización (pésimo sucedáneo de la razón) que cultiva la cultura dominante, niega que la diversidad de las impresiones sensibles que impactan sobre la criatura humana, puedan articularse en una totalidad de sentido. La percepción que se detiene en la superficie resbaladiza de hechos y conductas pasa por ser la intrínseca verdad. Las cualidades de lo singular cargan un sentido que no se origina en su manifestación aislada. Un fundamental señalamiento epistemológico propone que el primer paso hacia el entendimiento de un fenómeno social consiste en insertarlo en un conjunto de relaciones reales intelectualmente recuperables, incluso en sus fundamentos genéticos. “Lo aparentemente singular es reconocido, es comprendido y captado, en la medida que es “subsumido” en una generalidad, captado como “caso” de una ley o miembro de una multiplicidad o serie” (Cassirer, 1989:98). 

Donde domina la disyunción, las prácticas del existente humano son como hilachas sustraídas a la red de relaciones multicausales a que pertenecen. El “método” disyuntivo–fragmentario ve lo real como una sucesión aleatoria de fenómenos que anonadan, si es que no espantan; en cambio, propicia las interpretaciones caprichosamente urdidas por cerebros en flagrante orfandad de recursos lógicos. El pensamiento disyuntivo oye estridencias que lo inquietan, sonidos que lo apavoran: padece de sordera para las voces que se filtran desde la intimidad estructural en que está inserto. Una episteme de la confusión y el caos se encarniza en la subjetividad entrenada para el desaliento. 

Lo singular es abstracto, pensaba Hegel. Acceder a lo social por el ojo de la fracción es pretender juzgar la entera película por el sólo fotograma. En el todo social circulan lógicas que, si asoman en los hechos puntuales, no es por ellos que se explican: sólo el no muy frecuente ojo adiestrado logra distinguir en lo contingente lo que escapa de la visión no advertida. Hegel había observado en su Fenomenología del Espíritu que la experiencia inmediata es una especie de conciencia parcial o decididamente falsa: sólo revela algo más entrañado cuando restablece las conexiones con un todo. Los juicios que sugiere una experiencia de tan corto alcance patinan en la superficie: hojas despojadas de la savia que las nutrió. Ignorar la existencia de una pluralidad causal, aislar las consecuencias del lugar y contexto del que emergen, no inscribir un acontecimiento en un linaje de factores que lo han hecho posible, condena al engaño: la apariencia no es la verdad. Marcusse (1971:154) recomendaba distinguir entre lo esencial y lo contingente, entre formas de existencia verdaderas y falsas, entre lo falso y la realidad. La tarea primordial del conocimiento reside en la ruptura de lo real contingente. Lo verdadero y lo falso aparecen como formas antagónicas. Los insumos que propone la experiencia fragmentada son los ladrillos huecos de una construcción ignara y confusa, madre de múltiples desconciertos y juicios fantasiosos, visión que por añadidura incurre en el pecado de pontificar sobre lo general partiendo apenas de una aislada singularidad. El pensamiento que intenta comprender la realidad, partiendo de las categorías de la dominación, acaba no comprendiendo. La sociedad queda oscurecida por un velo, propio de un pensar que termina creyendo en un mundo irreparable, definitivamente perverso. Lo inmediatamente dado ofrece, pues, una objetividad engañosa; detrás de los hechos (debajo, si se quiere) hay factores. “Es la racionalidad de la contradicción, de la oposición de fuerzas, tendencias y elementos lo que constituye el movimiento de lo real” (Marcusse,1971:168) El concepto debe reflejar ese movimiento. Los objetos del pensamiento, prosigue el filósofo, tienen esa negatividad interior que es la cualidad específica de su concepto. ”El desarrollo de elementos contradictorios determina la estructura del objeto, y también determina la estructura del pensamiento dialéctico” 
León Pomer

En la tentativa espontánea de entender la realidad en que está sumergido, el sujeto de a pie centrará su atención en las presencias constantes y familiares. Practicará la inducción, irá de lo particular a lo general: una generalidad así obtenida acabará tiñendo su entera visión del universo relacional. La esencial unicidad del proceso real quedará perdida. De esa falsedad se seguirá una interpretación de la sociedad como complejo de imágenes abigarradas que minimizan u ocultan las contradicciones inherentes al sistema social y ofrecen visiones que tributan al interés de clase que las elabora.” El mundo es extraño y falso”, anotaba Marcusse (1941:113). Lo es para una cultura cuyo empeño mayor es mantenerlo falso y extraño: un acercamiento más objetivo y totalizador de la realidad social supone un acortar la distancia que lleva a su condena. 

Con sus focos colocados en las clases subalternas, ocupado en seducir a los sectores medios que miran con fruición el arriba social y el abajo con repugnancia, el Poder dominante procura que la entera experiencia de unos y otros sea filtrada por artefactos intelectuales con propiedades bifocales: una visión–concepción-imagen de la sociedad global y la visión que de sí mismo y de los semejantes debe tener cada clase, grupo y estrato. Los profetas del mundo digital y de la cybernavegación, anota Sartori (1998:135), hablan de libertad, pero en realidad quieren decir (“y es la única cosa de la que entienden”) cantidad y velocidad: “una cantidad creciente, cada vez más grande de bites y una velocidad de elaboración cada vez mayor. Pero cantidad y velocidad no tienen nada que ver con libertad y elección. Al contrario, una elección infinita e ilimitada es una fatiga infinita y desproporcionada (…) El exceso de bombardeo nos lleva a la atonía, a la anomia, al rechazo de la indigestión (…) La desproporción entre el producto que se ofrece en la red y el usuario que lo deberá consumir es colosal y peligrosa” Id.;Id.: 135). 

Liberados de los lugares comunes, los vuelos imaginativos repugnan a la dominación: Bachelard los llama “dinamismo organizador” y “potencia dinámica”; Mannheim (1962:130) los distingue por “las inesperadas asociaciones mentales y ligazones que no hacen parte del encadenamiento habitual de las ideas”. Imaginar es abrir la posibilidad de entrever lo que, si inicialmente puede parecer absurdo, es susceptible de germinar y dar sabrosos frutos. Para el Poder dominante, la imaginación conlleva el peligro de volar hacia cielos más claros. La pobreza de imaginación goza de los favores oficiales. Gente imaginativa piensa cosas “raras”. 

La episteme en que se mezclan empirismo e irrealidad, deliberadamente construida, funda el entendimiento de la vida cotidiana en escasos interrogantes, infinitas recurrencias y variadas perplejidades. Y por qué no agregar: en copiosas decepciones y hastíos. Una maltrecha “teoría del des – conocimiento” funciona como las sombras que ingresan en la caverna platónica: sus moradores, condenados a la incertidumbre, ignoran si corresponden a objetos, personas reales o alucinaciones. 



(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura. 



lunes, 18 de marzo de 2019

CULTURA: UN CONCEPTO POLÉMICO, Por Jorge Luis Cerletti(") para Vagos y Vagas Peronistas

En general, el concepto de cultura se asimila al saber y por lo tanto, la Academia y las Universidades son vistas como su expresión clásica. En ese sentido, toda persona que hace gala de aquélla cualidad es considerada culta. Si bien todo lo anterior encierra una cuota parte de verdad, también oculta aspectos sumamente importantes. Tal el caso de la condición política que la atraviesa y se invisibiliza. Las jerarquías culturales son objeto de disputas por destacarse y así erigirse en referentes cultos del medio en el que actúan. Por más que exhiban resultados justos, éstos se desdibujan tras la exaltación del individualismo que propicia el sistema capitalista. Sin embargo, mucho peor es como expresión del poder que ejercen los sectores dominantes. Se trate del tradicional colonialismo, o de tantas otras formas de discriminación.


Este artículo parte de las ideas que expuso Susan Wright en su trabajo “La politización de la `cultura´” que está en sintonía con nuestro pensamiento. 

El núcleo central del pensamiento de S.Wright acerca del concepto de cultura, se puede sintetizar en estos párrafos que transcribimos: “ He distinguido dos conjuntos de ideas acerca de la cultura en la antropología: un conjunto de ideas más viejo, que equipara a `una cultura´ con `un pueblo´, que puede ser delineado con un límite y una lista de rasgos característicos; y nuevos significados de `cultura´, no como una `cosa´, sino como un proceso político de lucha por el poder para definir conceptos clave, incluyendo el concepto mismo de cultura.” (remarcado nuestro) Acorde con ello, en otro pasaje señala la “dimensión política de la construcción de significado”. 

La comparación que hace entre las viejas y nuevas ideas de cultura ofrece aristas más que interesantes. En primer lugar, problematiza el concepto de cultura como rasgos exclusivos pertenecientes a un pueblo. Esa exclusividad, que nunca se ha dado en la historia según explica en su trabajo, deriva en una visión que asocia la cultura con el patrimonio de cada pueblo que lo diferencia de los demás. Lo cual oscurece la influencia de otras culturas que inciden en la conformación real de la cultura de un pueblo que así aparece cristalizada como una esencia propia. Al respecto afirma: “...las identidades culturales no son inherentes, definidas o estáticas: son dinámicas, fluidas, y construidas situacionalmente, en lugares y tiempos particulares.” Inferimos entonces que la conceptuación criticada tiende a una cosificación que prescinde de influencias “externas” y dificulta la comprensión de los factores dinámicos de cambio al fijar la identidad cultural de un pueblo. Esta absolutización adquiere resonancias políticas toda vez que favorece la fundamentación de oposiciones. Y no es que no se puedan diferenciar ciertos rasgos propios, en movimiento según los tiempos y contextos históricos, sino que el enfoque unilateral da pie a su empleo como razón de Estado y brinda sustento a las políticas discriminatorias, hoy tan en boga. 

En segundo lugar, lo anterior acrece su importancia al destacar el papel que cumple la construcción de significados en las luchas por el poder. Ergo, se desmitifica el concepto “académico” de cultura y aparece implicado en los intereses que responden a las disputas entre los distintos protagonistas que luchan por establecer su hegemonía. Wright, coherente con esta tesitura, concluye su ensayo con una sugerencia para su propio campo, el de los antropólogos, cuando propone “intervenir más efectivamente nosotros mismos en la politización de la `cultura´.” 

Política y Cultura. 

Tomando un ejemplo sustantivo del empleo político del concepto de cultura, recordemos que a lo largo del siglo XX el campo capitalista contrapuso la cultura “Occidental y cristiana” a la “nueva” cultura proletaria planteada por el comunismo. Ése fue un eje gravitante en la construcción del imaginario social que produjeron ambos antagonistas. Pero aquella concepción no resultó unívoca dentro del campo capitalista. En él se desplegaron dos visiones dominantes opuestas aunque apoyadas en la matriz común del individualismo en oposición al colectivismo postulado por el ideario comunista. Mientras que las llamadas democracias levantaban la bandera de la civilización occidental y cristiana, el nazi-fascismo exaltaba a la raza aria y la erigía en modelo cultural-político de la humanidad naturalizando su superioridad con todas las consecuencias conocidas. 

Al carácter político del concepto de cultura que denota este ejemplo conviene añadirle su aspecto dinámico. Luego del fin de la segunda guerra mundial que dirimió la supremacía entre ambos contendientes del régimen capitalista, los vencidos terminaron incorporados al paradigma “democrático” con todo su acervo cultural incluido. Lo que tampoco borró totalmente las resonancias cultural-políticas del nazi-fascismo que no sólo se da en los países derrotados sino que también asume formas afines dentro del bando vencedor, por más que sus expresiones sufran transformaciones y resulten minoritarias. 

Y si observamos al campo socialista antes de su implosión, podemos rastrear fenómenos parecidos. El imaginario nacional, creación del capitalismo en el siglo XVIII, entraba en colisión con el planteo del “internacionalismo proletario”. Y esta contradicción no sólo se explica porque todas las revoluciones socialistas se dieron en el ámbito nacional, sino porque siempre sobrevivió aquella presencia en el registro cultural como un sonido de fondo que muchas veces adquirió un fuerte volumen. Vale recordar, a título ilustrativo, las invocaciones a “la gran patria rusa” tan exaltada en el film “Alejandro Nevski” de Einsestein. Ni qué decir de la resurrección del virulento nacionalismo que se produjo después de la extinción de la Unión Soviética. 

Estos ejemplos dan fe de la importancia de la lucha política en la cultura que frecuentemente se disimula bajo un barniz “académico”. Del mismo modo hoy se exalta la “globalización” encubriendo los intereses político-económicos que se traducen culturalmente en una cosmovisión globalista. Ésta asume el desarrollo tecnológico y lo asocia a una ineludible “cultura”, irradiada desde los centros de poder mundial, que exhibe la tecnología despojada de la carga política que conlleva. Así se opera sobre el sentido común cuando se compara el “no estar actualizado” a un simbólico “no existir”. Como nadie puede negar la relevancia de la ciencia y la tecnología actual y éstas han sido apropiadas fundamentalmente por el gran capital, la relación entre aquéllas y éste se oculta tras la figura de la globalización que se muestra como condición del “progreso” individual y colectivo. 

El “no existir” es un fantasma cultural que desmerece socialmente y que se aviene muy bien a un régimen como el capitalista. Es que la tecnología aplicada a la producción ha potenciado la explotación y la dominación y hoy constituye un factor clave del sistema. Justamente por eso adquiere máxima relevancia y emerge como rasero y patrón de comportamientos sociales. Pero su control y usufructo se ancla en sectores francamente minoritarios que definen la orientación política en el planeta e inciden en la vida y destino de sus poblaciones. Claro está que esto genera fuertes y múltiples resistencias que se manifiestan en luchas de todo tipo. 

Estas luchas se inscriben dentro de marcos cultural-políticos de distinto signo que cuentan con sus correspondientes historias. De allí que la construcción política de conceptos como el de cultura tenga tanta importancia. Su dinámica está vinculada a las disputas por la hegemonía y en tal sentido el globalismo hoy pugna por arrasar a toda cultura que pueda significar oposición a los intereses del gran capital mundial. 

Sin embargo, ni aún el mismo globalismo ofrece un registro cultural unívoco. Dentro de la comunidad de intereses que lo impulsan se presentan diferencias que responden a las disputas de los propios sectores hegemónicos. Un ejemplo de la complejidad de las luchas cultural-políticas se da en la formación de la Comunidad Europea cuya unificación político-económica, además de conciliar los intereses en juego, debe asimilar las diferentes historias nacionales y culturales. Un caso de contradicciones no superadas es el Brexit, el divorcio de Inglaterra y la Comunidad. 

Existen arraigos culturales fuertes como los de las religiones y las tradiciones nacionales, pero no son los únicos ni tienen la misma incidencia en los distintos países y ni siquiera al interior de ellos mismos. Sin embargo, se puede decir que constituyen referentes culturales de mucha importancia. Tal es el caso del “tercer mundo” donde las tradiciones nacionales funcionan como defensas y por lo mismo, representan un campo en el que el globalismo libra duras batallas para desvalorizar, suprimir o fagocitar sus tradiciones. 

En ese sentido el aspecto medular de las ideas que expone Susan Wright está en sintonía con nuestras aspiraciones en pro de la formación de nuevas subjetividades. Pensamos que la lucha política irá gestando condiciones favorables a la creación de culturas políticas emancipatorias que, según sus distintas particularidades, se irán desarrollando. 

La temporalidad que vivimos con la difusión y la vertiginosidad interactiva de los fenómenos que se suceden es un signo característico de esta época. Los innumerables y más disímiles hechos cuyas noticias nos invaden a diario, desfilan en medio de una multiplicidad de sesgos culturales que se entrecruzan y confieren su particular sentido a los mismos según sean sus intérpretes. Dentro de este complejo escenario se destaca la gravitante universalidad del capitalismo como orden social. Es el terreno donde emerge la cultura política hegemónica, cambiante en muchos aspectos pero que conserva rasgos esenciales que se incorporan al imaginario colectivo. Como ser, individualismo recalcitrante, competitividad indiferente a la solidaridad, valoración humana según “tanto tienes, tanto vales”, etc. Desbloquear el “fatalismo” de esa hegemonía exige impulsar luchas culturales y políticas que, sin prisa y sin pausa, vayan modificando la situación presente. 

La valoración de la desbordante fenomenalidad en que estamos inmersos, no sólo requiere definir el lugar de interpretación sino que también exige establecer cuál es el criterio de selección empleado. Específicamente nos interesa aquello que se vincula con la formación de culturas políticas emancipatorias. Y a éstas las entendemos como procesos contradictorios de largo alcance, que deberán enraizarse y desarrollarse en lo micro como producto de tareas colectivas capaces de crear, a través de su praxis, nuevos conceptos y comportamientos sociales y políticos. 

Sobre culturas políticas emancipatorias. 

Asumir ese enfoque conlleva la paradoja que supone la constitución de un poder emancipatorio que al mismo tiempo resulte su negación. 

Antes de reflexionar en torno a esta paradoja que nos imcumbe, trataremos de indagar más acerca de lo que se desprende de las concepciones del poder más o menos tradicionales. Y con ese fin, apelaremos ahora al desarrollo del concepto de cultura ligado a la dura matriz del poder, esencial en toda definición política. 

Coincidiendo con el enfoque de Susan Wright, pensamos que “los nuevos significados de cultura” se relacionan con “un proceso político de lucha por el poder”, Es que la gravitación de la cultura en la conformación de las subjetividades y del imaginario social es sustantiva. El estrecho vínculo entre poder y cultura no sólo problematiza la idea tradicional de cultura sino que la inscribe en una dinámica muy poco favorable a las absolutizaciones. Ergo, contribuye a oponerse a la fetichización del poder que se sustenta en una óptica del tipo de “que siempre ha sido así” o de que es algo constitutivo de la naturaleza humana, lo que viene a significar lo mismo. 

Entonces, el primer paso que habilita rebeldías es reconocer que estamos condicionados por una tradición cultural-histórica, recrudecida en la actualidad, donde se considera al poder una necesidad ineludible de las relaciones humanas y por lo tanto se acepta como un lazo social inmodificable. 

En cambio si apreciamos el poder desde la problemática de la emancipación, atentos a su añeja historia de luchas y frustraciones pero sin atarnos a ella, se suceden las preguntas que serían informulables si el problema resultara un asunto cerrado por el absoluto del poder. Y si encaramos ese dilema y nos planteamos la necesidad de que se gesten culturas políticas que cuestionen el cerco establecido alrededor de la emancipación, cerco cultural, político y existencial, se instaura otro campo de posibilidad. Campo en el que resulta imprescindible adentrarse si es que se intentan crear vías alternativas. 

Ahora haremos una abstracción provisoria: dejar en suspenso el gran poder actual del capitalismo y fijar la atención en las contradicciones internas del campo emancipatorio en tanto aspira a terminar con la opresión. 

Con ese propósito, retomamos el concepto de cultura política como modeladora de comportamientos sociales lo que nos remite al largo plazo, tiempo propio de procesos de esta índole. Pero como se trata de una abstracción operativa, debemos aplicarla al presente que es “donde se hace camino al andar”. 

Si la cultura política emana de las luchas por el poder y sus significaciones están asociadas a la praxis de los protagonistas de los enfrentamientos, debemos preguntarnos qué tipo de protagonismos albergan nuevas “simientes” referidas a la emancipación. Desde este punto de vista tendríamos que preguntar, a la vez, qué se entiende por dichas “simientes”. Y si el poder y las relaciones de dominio no son un absoluto de las relaciones humanas, podemos apuntar a la constitución de otro tipo de relaciones. O sea, instalar la idea e impulsar en la práctica el desarrollo de relaciones internas de no poder, de solidaridad, apoyo mutuo e intercambiabilidad de roles. Vale decir, renunciar a la concentración de poder dentro del propio campo sin que eso signifique perder efectividad en la lucha política contra la opresión y la explotación, que es la cuestión a resolver. Esa opción, al margen de los grandes interrogantes que la acompañan, promueve otro tipo de relaciones que hace recaer en el colectivo la capacidad de dirigir, de mantener y de acrecentar su fuerza para enfrentar al poder dominante. 

Esto parece inalcanzable desde el registro de la cultura en que estamos inmersos pero en términos racionales no existe impedimento alguno que desdiga la posibilidad de su realización. Depende fundamentalmente de la lucha político-cultural que se esté dispuesto a librar como requisito inicial de un trayecto azaroso y sin garantías finalistas. Asimismo, esto supone la construcción de colectivos de nuevo tipo. Y para transitar por este camino es imprescindible correrse de la lógica de la dominación que dictamina: “siempre habrá quien mande y quien obedezca”. Nuestra existencia cotidiana da fe de la vigencia de ese axioma firmemente arraigado en la tradición histórica, pero no hay rebelión posible si no se parte de cuestionar los principales fundamentos que sostienen a todo orden basado en la opresión y la explotación y cuya expresión más perfeccionada es la capitalista. 

Enfocando ahora la situación presente, tenemos que determinar las principales figuras simbólicas de la cultura política imperante. Por su gravitación y dado el sentido que les confiere el imaginario hegemónico, descuella la democracia. 
Jorge Luis Cerletti

La Democracia, la Globalización y lo Nacional. 

La democracia genera múltiples interpretaciones y sentimientos ambivalentes. Considerada desde los poderes dominantes, hoy constituye un pilar en el que se apoyan instrumentándola. Capitalizan el prestigio de su figura al igual que sus antecedentes milenarios. Pero a poco de profundizar la cuestión, surge el contraste entre la realidad y la ficción. Y esa contradicción alcanza mayor relieve al valorar sus efectos en el campo popular y en especial si nos ceñimos a la situación de Latinoamérica. Aquí la democracia fue vivenciada como una solución frente a los sangrientos episodios que dejaron los reiterados golpes y dictaduras que asolaron a la región. Al principio se afianzó su prestigio confrontada a la violencia ejercida sobre nuestros pueblos para imponer la hegemonía de las minorías cómplices de la potencia rectora de la política continental, los EE.UU. Ese largo período de sometimiento con sus vivencias frescas aún, explica su amplia aceptación desde comienzos de los ochenta pero luego, y en general al servir a los mismos intereses que auspiciaron las anteriores dictaduras, fue paulatinamente desacreditándose. 

No obstante, a principios de siglo e imprevistamente, surgieron en Sudamérica varios gobiernos populares que abrieron una fisura en la hegemonía neoliberal. Fenómeno que se dio en nuestro país, en Brasil, Venezuela, Bolivia y Ecuador, aunque a posteriori se viva tolo lo contrario (salvo en Bolivia y en la agredida y decaída Venezuela). Vale decir, el feroz resurgimiento de la derecha al calor de los golpes blandos y/o elecciones disfrazadas por la posverdad y potenciada por el poder mediático dominante. 

Así se ponen en evidencia las contradicciones y limitaciones de la democracia “realmente existente”. Éstas remiten a los alcances de su significación política que fuerzan a reflexionar acerca de la democracia representativa. Es que la misma bajo la hegemonía de los grupos que responden a los intereses del capital concentrado interno e internacional, exhibe la fuerza de las Corporaciones que imponen sus intereses expresados políticamente por sus gobiernos afines. De allí que la representación, vía electoral, resulta una pantalla de la no representación de los intereses reales de las mayorías populares que sufren las crisis económico-sociales engendradas por la derecha. 

Atentos ahora a los sectores en pugna con sus matices internos, se contraponen dos concepciones cultural-políticas: la globalista, a la que ya nos referimos, y la que adhiere a la tradición nacional. Se oponen al tiempo que conviven pues comparten el mismo régimen social: el capitalista. La primera, responde a los intereses del gran capital financiero, de las transnacionales y de los grupos económicos locales. La segunda, expresa a sectores capitalistas de menor peso y más ligados al mercado interno, que reivindican al Estado nacional que es su base de apoyo. Esta caracterización, aunque resulte una simplificación, no debe atribuirse a un reduccionismo economicista sino que enfoca la esfera donde el capitalismo ejerce su predominio y que constituye el suelo común de ambas construcciones a pesar de sus divergencias. 

El globalismo no reniega formalmente de la tradición nacional de los países en los que opera, sino que la adapta a un mensaje transcultural que la transfigura y cuya versión “internacionalizada” se difunde con los recursos mediáticos que en lo fundamental controla. Su objetivo principal consiste en bloquear toda idea que se relacione con la gestación de políticas nacionales independientes pregonando la “imposibilidad real” de contrariar las “leyes inexorables del mercado”, o sea, de oponerse a los intereses del gran capital. 

Está claro que una política de corte nacional, por limitada que sea, es más favorable a los requerimientos del campo popular. Pero a partir de aquí surgen los interrogantes. Los que deben remitir a cada situación concreta si se quieren evitar conclusiones erróneas. Y si ligamos la cuestión al desarrollo de tendencias emancipatorias, no debemos desentendernos de la historia y las tradiciones. Por ejemplo, la incidencia en el imaginario colectivo de los senti-pensamientos acerca del peronismo en Argentina, el Chavismo en Venezuela, el castrismo en Cuba… Lo cual no significa silenciar las críticas que correspondan en base a los principios y la política que impulsamos quienes sostenemos la emancipación. Al respecto, consideramos que el régimen capitalista impone su ley que no se puede vulnerar ateniéndose a sus reglas de juego. Por eso no pensamos que se den soluciones duraderas favorables al campo popular basadas en la emergencia de un “capitalismo nacional”. 

Según nuestra opinión, valoramos lo nacional como un ámbito de lucha donde desplegar prácticas e ideas creadoras que desde lo micro y en situación vayan gestando oportunidades de cambio en un doble movimiento. O sea, sin desestimar los cursos favorables que se han abierto y puedan abrirse, es necesario gestar una nueva cultura política emancipatoria que los resignifique. Se trata de tiempos distintos, por un lado las luchas presentes, por otro, la generación de esa nueva cultura política donde lo nacional debe ser tomado como un momento de un proceso antihegemónico y no como un fin en sí mismo. 

Ahora bien, apreciando el horizonte actual, es preciso hacerse cargo de la inexistencia de alternativas políticas visibles que comprometan al orden capitalista. Esta carencia explica la fuerte tensión existente entre las demandas inmediatas y las posibilidades de su inscripción en trayectos emancipatorios que no terminan de crearse, diríamos que se hallan en una etapa “experimental”. 

Para cerrar estas reflexiones, haremos un sintético balance. Partimos de valorizar el concepto de cultura en términos políticos y al margen de pautas académicas. Asimismo, este nuevo enfoque cuestiona varias de las presuntas verdades consagradas en el campo tradicional de izquierda. Y en base a los argumentos desarrollados, pasamos ahora a enumerar conclusiones: 1) las distintas ideas y experiencias que se oponen al orden establecido y que a la vez objetan la reproducción del imaginario socialista relativo al poder, son las simientes de una nueva cultura política; 2) no se toma al Estado como eje de las transformaciones a futuro las que deberán surgir del seno de la Sociedad Civil; 3) se jerarquiza la lucha política en la formación de hábitos culturales contrarios a los inducidos por el poder dominante al tiempo que se valorizan los espacios micro al alcance de las actividades individuales y grupales, lo cual acentúa la importancia de la vida cotidiana como lugar de creación y sedimentación de una nueva cultura política; 4) se cuestiona el sentido elitista incorporado al concepto de cultura y se remarca el aspecto político en la construcción del conocimiento y los saberes desnudando las condiciones actuales de su apropiación; 5) todo lo anterior implica, como contradicción a resolver, la coexistencia prolongada de esa nueva cultura política en formación con la estructura estatal y con las organizaciones políticas conformadas a su imagen y semejanza. Asumida esa contradicción, se plantea la exigencia de ligar el presente con el futuro de manera indisociable lo que demanda una vigilia permanente acerca de las acechanzas del poder internalizado para que no desbaraten el desarrollo de alternativas emancipatorias.-----

(")Jorge Luis Cerletti es arquitecto y también ejerció la docencia. Fue profesor de Economía Política en la Universidad del Salvador y de Historia Social en la Facultad de Derecho de la UBA. Producto de su dilatada militancia realizó numerosos ensayos políticos. Como coordinador de la colección de Cuadernos de la Realidad, dirigida por Raúl Sciarretta y editada por Granica, publico allí tres ensayos (1974): “Desarrollo industrial y concentración monopólica”, “La oligarquía terrateniente” e “Imperialismo y dependencia”. También publicó “Retazos para una historia” (ficción – 1983); “El nuevo orden mundial, el socialismo y el capitalismo depredador (1991), “El poder y el eclipse del socialismo” (1993), “El poder y la necesidad de un nuevo proyecto” (1994); “El poder bajo sospecha” (1997); “Las relaciones de dominio como lazo social” (1999); “Políticas emancipatorias” (2003); “Estado, democracia y socialismo” (2014).

miércoles, 13 de marzo de 2019

POR UNA CONFLUENCIA PATRIÓTICA, URGENTE Y NECESARIA, Por Javier Azzali para Vagos y Vagas Peronistas

Nunca como ahora, al menos contando desde 1983, queda tan evidente la necesidad de una gran confluencia nacional para recomponer el rumbo del país y evitar el riesgo del abismo social ante la posibilidad de la continuidad de cuatro años más del proyecto de Cambiemos. El drama de la dependencia volvió sin tregua alguna demoliendo cualquier atisbo de soberanía económica y justicia social, dejando atrás el ciclo de progreso nacional encarnado por el kirchnerismo en lo que se llamó la década ganada, la que tal vez deba recibir el nombre de década ganada y … vuelta a perder.

La expectativa de este año electoral mitiga, seguramente, la inevitable confrontación social que el modelo de exclusión genera, aunque no esté claro cómo terminará todo, La consigna macrista de campaña de 2015 de pobreza cero, se revela a esta altura como una burla descarada, pero, aun así, las posibilidades de una continuidad son fuertes. Parece razonable creer que la decepción de quienes ingenuamente creyeron en falsas promesas, ahora se extienda a la totalidad del sistema político sentados en la zoncera de la autodenigración nacional, sin que se predispongan a apoyar salidas superadoras, cumpliendo así el rol nefasto de ser el “peso muerto de la historia” que inclina, al fin y al cabo, la balanza a favor de lo poderosos. También cuenta la persistencia de un electorado duramente oficialista, en la línea del tradicional antiperonismo que aportó la base social a cuanta política reaccionaria haya habido, desde la marcha de la Constitución y la libertad en septiembre de 1945, la movilización a favor de la dictadura de 1955 y la adhesión al régimen genocida de 1976, hasta el apoyo electoral dado a Angeloz en 1989 en el medio de la debacle social provocada por los radicales, La campaña seguramente hará eje en la corrupción del gobierno anterior, ahondando la confusión general inducida desde los medios de comunicación concentrados, quienes, mientras le imputan las peores barbaridades al gobierno anterior, ocultan la verdadera corrupción consistente en la toma desmesurada de deuda externa exclusivamente para financiar la fuga de dólares de parte de grupos económicos que, además, son quienes ahora están en el poder político central. De paso, les escamotean a las mayorías las causas verdaderas de los problemas de fondo, relativas a la condición de país dependiente.

El macrismo cuenta con el apoyo expreso de la élite financiera y de los multimedios de la comunicación concentrada, como el grupo Clarín. Las élites industriales del país se encuentran en la disyuntiva de continuar apoyando a quien le promete bajar sus costos laborales por vía de retracción de derechos de la clase trabajadora, o seguir perdiendo ingresos por la retracción del mercado interno. La disyuntiva histórica de una fallida burguesía nacional, que afecta desde los más grandes hasta los más pequeños. Mientras, los sectores del campo se dividen. Los pequeños y medianos propietarios rurales han mutado la sorpresa inicial de ver achicar sus ingresos pese a la eliminación de las retenciones, en malestar ante la evidencia del perjuicio que les causa la política económica. Pero esto no se traducirá en una oposición política consecuente, revelando una vez más su impotencia para darse un programa político de interés nacional. Algo similar ocurre con las patronales agropecuarias, que han sido llamativamente omitidas en el discurso presidencial de apertura de sesiones. 

La cuestión política vital para el macrismo sigue siendo la posición de la UCR. El partido centenario barrió hace tiempo cualquier atisbo de yrigoyenismo o forjismo, con un vaciamiento ideológico que, por sobre todo, significa una deserción de llevar adelante cualquier compromiso con un proyecto de nación integrado y soberano. Lo que condena al viejo partido al seguidismo de las fuerzas oligárquicas. Esto fue percibido y aprovechado por el macrismo, dando lugar a una alquimia en la que los tradicionales comités de las provincias se disfrazaban de Cambiemos. La UCR, así, le dio el alcance nacional que el remozado mitrismo del PRO, en su porteñismo librecambista y antipatriótico, carecía y necesitaba para realizarse como una alternativa real de poder. De ahí que cualquier fisura en esa alianza sería decisivo para su derrota.

La política macrista no tiene destino, es inviable e insostenible, pero hace falta una fuerza política que la desplace. Por eso, la fortaleza política del macrismo hasta ahora se ha basado, en gran medida, en la debilidad del movimiento nacional, y ésta es consecuencia de las causas de agotamiento que derivaron, con mayor peso, en la derrota electoral de 2015.

Divisiones, internas e intereses.

En la comprensión de las causas de esa derrota, existentes en el bando nacional, democrático y popular, es en donde se podrían encontrar las claves para encontrar la salida del laberinto del vasallaje. Algunas de estas causas parecen haberse comprendido, mientras que otras aún persisten. La rapidez y profundidad de la destrucción de las conquistas logradas, así como la persecución política a opositores mediante la espuria utilización de estratégicos sectores judiciales, muestran que el poder de fuego de la oligarquía ha sido subestimado. Junto a esto, el achicamiento de la alianza social que constituía el movimiento nacional limó las chances para sostener una política progresiva, con la fractura entre la conducción y sectores importantes del sindicalismo, la falta de profundización en la organización de los sectores populares y la excesiva confianza en un empresariado local que le dio la espalda para apoyar a quienes, ahora, le están clavando una colección completa de puñales. El motivo principal de este divisionismo, más allá de rencillas y mezquindades, se encuentra en una incomprensión de la gravedad de lo que se venía, o dicho de un modo más preciso, de una débil y, a veces, falta de conciencia nacional y antiimperialista. La escasa solidaridad y acompañamiento hacia Luis D´Elía, Amado Boudau, Milagro Sala y Fernando Esteche, entre varios, por sus condiciones de presos políticos, es una muestra de esto también.

El acercamiento de Cristina Fernández a Hugo y Pablo Moyano, a los sectores más movilizados del campo sindical que, desde el primer día confrontaron con la política antinacional, como el caso de los enrolados en la Corriente Federal de Trabajadores, los trabajadores bancarios y los de la educación, son señales de aliento. Lo mismo que sus reuniones con diferentes sectores de la política. Cristina tendrá que decidir si es o no la candidata a presidente. Si lo es, lo esperable es que la persecución contra ella se profundice hasta los límites de su proscripción, como en el caso de Lula. Si no lo es, tendrá que elegir quién lo sea, cuyo nombre podría estar entre Felipe Solá y Agustín Rossi. Una alianza con Sergio Massa es, por ahora, improbable, quien parece alternar sus deseos entre ser una figura de recambio conservador o un ariete divisionista del campo nacional y democrático, como en 2015. Una candidatura de Lavagna tendría esa misma intencionalidad divisionista, con el objeto de impedir la formación de una mayoría popular a partir de la confluencia de las fuerzas sociales de raíz nacional. En el peronismo bonaerense se intenta la unidad, con intendentes massistas, y una disputa de su conducción que le dará el contenido programático: no es lo mismo Verónica Magario que Martín Insaurralde. En la UCR se escuchan crujidos lógicos de acuerdo a los sectores productivistas del interior que representa, fuertemente agredidos por la política económica, pero el largo abandono de la línea nacional popular, tornan a la actual dirigencia proclive al oportunismo, que podría expresarse en la candidatura de Lousteau, ex embajador de Macri en los Estados Unidos.

Una cuestión para no soslayar es la predisposición de la población para sostener los cambios sociales, con el nivel de conflictividad que conlleva necesariamente. Por eso, sin dejar de lado los señalamiento críticos imprescindibles, corresponde valorar y alentar el involucramiento en la política de las generaciones más jóvenes, un legado del ciclo de la ex Presidente. De la misma manera, el movimiento de mujeres aparece como una novedad esperanzadora; no solo por la justicia intrínseca de sus reclamos y demandas, sino también por la energía emancipadora movilizada. En una confluencia política más precisa y fina, ésta podría concurrir hacia transformaciones nacionales más profundas, como en el caso del primer peronismo con Evita. Un ejemplo de esto lo dan los maestros y maestras, cuyos gremios se lanzan a un paro los días 6, 7 y 8 de marzo, para, entre otras cosas, reclamar por la estratégica paritaria nacional.

La intervención recolonizadora de Estados Unidos en la región tiene como objetivo la destrucción política -y algo más también- de todo de movimiento político antiimperialista, o que solo se atreva a cuestionar sus dictados. No puede esperarse hasta último momento: el armado del frente nacional es urgente, con la mayor amplitud posible, con el objetivo principal de aislar a los sectores oligárquicos y desplazarlos del poder político. Más conciencia nacional y menos mezquindades y cálculos oportunistas. El desafío y los riesgos son enormes, más cuando es difícil creer que el régimen oligárquico, de probada histórica vocación autoritaria, acepte pacíficamente jugarse su suerte a la regularidad de un proceso electoral en el que se sepa perdidoso. Además, un eventual triunfo electoral deberá ser al mismo tiempo una victoria política, a partir de la implementación inmediata de un programa de país con orientación nacional popular.

En fin, la continuidad de la política macrista no es viable por su falta de sentido de la política exterior, la destrucción del mercado interno y la conflictividad social, pero si lo lograra, será más por impericias ajenas que por méritos propios. 

viernes, 8 de marzo de 2019

¿SABER?, primer fragmento del capítulo, correspondiente al libro inédito, DE LA DOMINACIÓN CONSENTIDA, Por León Pomer(") para Vagos y Vagas Peronistas




¿Saber?

Pueblo: anónima y heterogénea generalidad humana, cuyo vivir suele ser visitado por tétricas realidades: la dominación aspira a que sean vividas como la “realidad”, la única posible, realidad sin alternativas, y por lo tanto, no sujeta a elección. Las abyecciones que proliferan en la sociedad, atribuidas a la maldad congénita del hombre, se agravan en tratándose de las masas. La dominación precisa que ellas lo crean. Quienes lo creen a pie juntillas (un costado importante de su saber) son sectores medios que han sido llevados a pensarse dotados de aptitudes personales exclusivas y excepcionales. 

La realidad de la dominación (una estructura específica de relaciones humanas) debe ser asimilada como un fenómeno natural: la palabra dominación no existe en el vocabulario cotidiano, no se menciona. Los dominados deben estar persuadidos de que las “cosas” son así, irremediables. Toda la cultura del sistema, de manera explícita o no, no puede sino apoyar esa persuasión. 

La vida social supone aprendizajes y experiencias. Al decir de Benasayag (2015:80), las ocurrencias que afronta el ser humano modifican y “esculpen” su cerebro. Nuestros cien millones de neuronas cambian de forma todo el tiempo de acuerdo con la vida que enfrentamos: lo muestra la plasticidad cerebral (Id., Id:86). Sociedades diferentes en el suceder de la historia, produjeron sapiens con características y atributos inherentes a otras formas de relaciones humanas y experiencias de vida. Pero las masas populares siempre padecieron dolor y frustraciones, amén de rutinas resignadas e imbecilizantes. 

La historia muestra, y lo muestran los días actuales, que aun siendo la dominación un fenómeno vivido como una “realidad” natural suscita y siempre suscitó reacciones violentas, disidencias radicales, transgresiones irreconciliables con su presunta naturalidad. Siempre hubo rebeldías y las sigue habiendo: enfrentaron y enfrentan el peso del Poder, sus desenfrenos. Si bien hubo y sigue habiendo los que no aceptaron ni aceptan el sistema, los hubo y los sigue habiendo que lo aceptan bajo la presión de la violencia, de la educación, de la creencia resignada en un destino ineluctable y la esperanza de una recompensa[LP1] [LP2] en un más allá de la vida. 

Las vidas de las grandes mayorías, hoy más que nunca, tienen una función en la sociedad capitalista: son cosas para ser usadas. Cuando gastadas pierden toda utilidad, son un peso muerto, sobrantes que deben ser expulsados del mundo de los vivos. Lo aconseja la prominente señora Lagarde, jefa suprema del Fondo Monetario Internacional. Sobran igualmente los que en el pleno vigor de su vida no son absorbidos por el sistema productivo, no encuentran un lugar en la sociedad y padecen necesidades apremiantes: quieren comer, cuidar su salud y la de los suyos, educar a sus hijos, vivir en seguridad. Esas gentes molestan con sus exigencias. Y molestan los niños, los adolescentes y los jóvenes pobres, a quienes se les niega el pan y un hogar, la escuela y el club de barrio. Para esa gente una vida breve es suficiente, una vida atribulada, impregnada de muerte. Ya se sabe: el método más expeditivo para eliminar jóvenes indeseables es el balazo aleve en la espalda. Agréguese que se propaga el racismo anti pobre, por portación de rostro y condición social, por la ropa raída, por la enorme menor valía que acompaña a ciertos desvalidos seres humanos. 

El sujeto sometido a los insumos que lo modelarán, adquiere sus saberes básicos en el ámbito del llamado sentido común. Aprende lo indispensable para desempeñarse en las tareas cotidianas; conocimientos que no podrán ser el fundamento de saberes más trascendentes (esforzadas excepciones aparte). La cultura de la dominación aspira que para el humano común la realidad transcurra dentro de ciertos parámetros cognitivos y precisos moldes de percepción. Lo que quiere para las masas también lo quiere (en preparados específicos) para los sectores medios que se perciben como más letrados que el populacho. 

Los fracasos sembrados en la cotidianeidad, y sus interpretaciones caprichosas, serán la materia de una cultura del desconcierto, de renuncia a entender el mundo. En pretendiendo el malparido sapiens penetrar en los arcanos de la sociedad, los enclenques recursos intelectuales que ha logrado adquirir operarán como guías para un deambular desastrado y taciturno entre enigmas que juegan a las escondidas. La dominante “epistemología” de la confusión, el desconcierto y la perplejidad, cumple así la tarea de mantener en la neblina millones de cerebros. La “razón” del sistema, que ha heteronomizado al sujeto dominado, imprime a su pensar, un conjunto de esquemas fundamentales (algunos lo llaman núcleo duro) que circunscriben y delimitan su capacidad de reflexionar, creando conformidades carentes de sólidos fundamentos que funcionan por inercia. El micro mundo cotidiano del hombre común es” una transición cenicienta entre el espasmo doméstico y el olvido” (Steiner, 1991:98). El micro mundo es, para demasiados humanos, una manera de ir durando hasta extinguirse. 


OPINIONES 


Opinión: “sentimiento que se forma uno de una cosa”, se lee en un conocido diccionario. Demos un ejemplo: “fulano es una mala persona. No tengo pruebas fehacientes, pero se comenta. Además, tiene ideas raras”. Todo el mundo tiene derecho a opinar, pero cuál es el valor efectivo de ese derecho en un mundo de cerebros que andan a los tumbos. Obviamente, no todas las opiniones son puro desatino. Pero de desatinos están empedradas las opiniones. En un mundo donde campea la desinformación y las malévolas campañas de los medios, el acercamiento a la verdad acaba siendo un triunfo. 

En la opinión yace la presunción, consciente o inconsciente, de una verdad incontrovertible, pese a que con demasiada frecuencia padece de un sólido fundamento empírico o lógico. Obrar con arreglo a la opinión, dirigida, orientada y cultivada insistentemente por la dominación, conduce a grotescos tales como apoyar exactamente aquello que se debe repudiar, o vivir en un limbo social caprichosamente arbitrario. El mundo de la experiencia inmediata es razonado no para entenderlo, sino para perderse en él y embarullarse. Para penetrar en la entraña de la vida colectiva y traspasar la invisibilidad de los aspectos que la dominación oculta, el pensamiento convencional en boga es el medio perfecto para no dar “pie con bola”. Para llegar a las entrañas, o mejor, para intentarlo, es necesario partir de una consciencia no ingenua, muy bien informada y capaz de extraer conclusiones. Quien toma la apariencia por verdad se excluye de la posibilidad de penetrarla, se condena a navegar en las aguas impuras del “macaneo”. La lógica que legitima la dominación no se ofrece generosamente a la curiosidad indagatoria. 

Los griegos distinguieron entre doxa y episteme. La doxa supone un manejo acrítico y no metódico de hechos e ideas: un “conocimiento” que sirve para pensar, pero es incapaz de pensarse, de pensar su propia validez. Barthes extendió el significado de doxa “a la violencia del prejuicio” y “el consenso pequeño burgués”. Calificó de doxología (palabra que toma de Leibniz) a toda forma de pensar que se adapta a la apariencia, a la opinión o a la práctica. Bourdieu (1996: 269) es categórico: doxa es valerse de prácticas e ideas, ignorando que se está aceptando la dominación, o sea, aceptando mucho más que lo que se cree aceptar. 

La episteme de los griegos pretendía ser el saber que busca fundamentarse rigurosamente, sin por eso presumir de universal y definitivo. En su versión más rigurosa, la episteme nunca queda enteramente conforme consigo misma. En su método siempre late una inquietud, un plus que el saber “siente” no haber alcanzado. La cultura de la dominación logra que las convicciones del individuo común (los hay en todas las clases sociales) queden estacionadas en la doxa, ese material abrumador, atropellado y confuso acarreado cotidiana e insistentemente por los aparatos ideológicos – políticos del sistema de dominación, y por la propia vida relacional. La doxa admite enormes desatinos, deglutidos alegremente por seres que no saben lo que están deglutiendo. Hay recursos que la doxa de la dominación repite a lo largo de los tiempos. Un venerable filósofo del siglo XVII, amante de la tradición y políticamente reaccionario, escribía lo siguiente: ”No dudo de que si fuera contrario al derecho de un hombre en el poder o al interés de los que están en el poder, el que los tres ángulos de un triángulo sean iguales a dos rectos, esta tesis sería, si no puesta en duda, al menos sí arrinconada por la destrucción de todos los libros de geometría, siempre y cuando el interesado tuviera los medios de hacerlo”(Thomas Hobbes, Leviatan, I,II) Con otras palabras: el Poder impone las verdades, construye doxa. 

Cuando el sentido común prevaleciente es formado y alimentado por los torrentes de Poder simbólico que el sistema derrama a cada hora del día (opiniones maliciosas, difamaciones sistemáticas, mentiras seriales y conceptos ritualizados que se hacen inmunes a la contradicción) el sistema logra que el hombre común atribuya saber y verdad a la mentira. Entre los procedimientos utilizados, recordemos el reflejo condicionado, señalado por Bertalanffy y ya mentado en otro lugar de este trabajo. La inversión - subversión que se ensaña con los significados, discutidos más arriba, es congruente con una dominación que obtura los canales por donde podría surgir una crítica reflexiva: aleja la atención del origen de los problemas que se ciernen sobre el hombre común. 

Presencia constante en la vida cotidiana, la creencia lisa y llana en la verdad de la experiencia inmediata, es uno de los constituyentes del conocer propio del sentido común. Los humanos no somos una hoja en blanco en que se imprime el texto de la realidad. El sujeto no es una consciencia vacía que nada pone de sí en el acto de conocer. Desde Kant sabemos que la nuestra no es recepción pasiva; que damos forma, interpretación y significado a nuestras sensaciones; que la representación que nos hacemos de la realidad no es, aunque creamos lo contrario, copia fiel de la misma. Pero a diferencia de lo que pensaba el filósofo de Koenigsberg, no pensamos con categorías a priori, sino con mediaciones de carácter social que varían según el estado de desarrollo intelectual de una sociedad. Considerar el conocer como coincidencia perfecta entre lo real y la imagen inmediata es ignorar la lente cultural mediadora, socialmente gestada, que habita en toda percepción. 

Del “conocimiento” que desconoce y se resuelve en la opinión (manera dilecta de cómo actúa la heteronomía), surgen las certezas del “yo creo” y del “yo opino”, modos de un pensar que se materializa en realidad eficiente cuando objetivado en comportamiento. El “yo opino” y el “yo creo”, expresiones enfáticas de una personalidad que se cree original en sus opiniones, suelen representar matices de doxas habituales aceptados sin remilgos. Si en el intercambio de ideas resuenan notas disonantes, primero serán polémicas, luego escalarán a escandalosas, y terminarán en heréticas y excomulgantes. El emisor de tamañas herejías, particularmente en círculos que presumen de un cierto nivel intelectual, a la corta o a la larga recibirá la excomunión social y con ellas la repulsa. El temor a disentir con el sentido común prevaleciente en el grupo de pertenencia comporta el riesgo de la reclusión en el sospechoso hueco de lo “raro”: razones discrepantes no caen bien, siquiera porque, se supone, la mayoría, al rechazarlas, no puede estar equivocada. 

El incontrovertible “yo opino” exhibe la maltrecha incapacidad intelectual a que ha sido arrojado el sujeto que bautizamos de encapsulado; en él prima el bloqueo a toda objeción argumentada. En el cerebro del encapsulado (triunfo absoluto de la dominación) flamean airosas las trabas mentadas en otro lugar de este trabajo. Trabas que cierran el paso, que evitan filtraciones desaconsejables, que dan la alarma si ellas ocurren. Contra las infatuaciones intelectuales que se regodean de sí mismas, escuchemos a Gastón Bachelard (1971:158 a 160) cuando habla del saber científico, con palabras que no tienen por qué excluir el pensar pedestre y cotidiano, que, sin pretender hacer ciencia, no tiene por qué ser un dechado de estupidez. “Frente a lo real, clamaba don Gastón, lo que se cree saber claramente ofusca lo que se debería saber (…) el espíritu jamás es joven (…) tiene la edad de sus prejuicios”. Y previene: “la opinión piensa mal, no piensa”. La “opinión es el primer obstáculo, sostiene el sabio francés, que debemos destruir: es un saber sin crítica, es caprichoso, crea fantasmas sin fundamento objetivo (…) se incrusta sobre el conocimiento no cuestionado”. Bachelard propugna “devolver a la razón humana su función turbulenta y agresiva”: en “el reino del pensamiento la imprudencia es un método”. Y remata (1973:13):” Los conocimientos largamente amasados, pacientemente yuxtapuestos, avariciosamente conservados, son sospechosos, llevan el mal signo de la prudencia, del conformismo, de la constancia, de la lentitud (…) La función de la razón es provocar crisis”. Frente a lo que se sabe o se presume saber, Bachelard propone una actitud de desconfianza. Lo que todos aceptan como buena moneda, probablemente está devaluado, desgastado y falseado. Y si en la ciencia un nuevo conocimiento es la reforma de una ilusión, ¿cuantas ilusiones y falsedades deberían desterrarse del habla cotidiana? La descripción del mundo inmediato (el de las representaciones aparenciales), anota, no es más que una “fenomenología de trabajo”. Las regiones del saber no son las de nuestras percepciones primeras: están más allá. El pensamiento que pretende pensar la realidad toma distancia de su inmediatez. El empirismo, parece necesario subrayarlo, es una ingenuidad infantil del saber y la cultura. La realidad como mera experiencia permanece esencialmente inexplicada, aunque el individuo piense lo contrario. La urdimbre relacional tejida por las criaturas humanas continúa siendo un arcano para las peregrinas racionalizaciones que vehicula la cultura de la dominación. Juzgar desde lo aparencial es nadar en el barro. De la opacidad social, de las representaciones superficiales, de las carencias que la cultura del sistema infiere a los individuos sólo podrán surgir falsas conciencias, imágenes de la realidad cuya función es impedir que los dominados conozcan las razones de la adversidad que los acongoja. Agreguemos que el encapsulado que se asume como miembro de las capas medias subestima la inteligencia de los sectores subalternos: pone en duda que la condición humana de aquellos sea igual a la suya; asume con satisfacción los mitos que degradan al populacho; observa y enjuicia la realidad social, aferrado a la más obtusa visión clasista. Su mundo son sus intereses, su convicción de haberse subido en la vida por la voluntad y la inteligencia que lo poseen. 
León Pomer

A veces cabe preguntarse si el encapsulado disfruta de su bagaje, o simplemente lo carga con estólida ufanía sin preocuparse en pensarlo. Lo humano que en él se aloja difícilmente (siquiera alguna vez) no haya sentido la carcoma de la duda; pero claro, mejor no escarbar en algo que suena a campo minado. La cápsula invisible que lo envuelve y que lo encierra es un obstáculo, un disuasivo para meterse en lo que imagina ser un laberinto cuya salida puede estar clausurada. Como la caverna platónica, la cápsula tiene una ventana por donde se filtran las sombras del mundo. Un guardián sin forma humana vigila celosamente: no permite el paso de las muchas “inconveniencias” que andan en el afuera, que lo asolan. En su interior la atmósfera es pesada y neblinosa: en lugar de la demostración racional impera el improperio y la frase hecha repetida por las voces del soberano que dictamina sobre lo cierto y lo incierto. En la cápsula hay una autoridad absoluta, un Otro que réplica la monarquía de derecho divino. Es el Poder, que llegado el caso frunce la nariz, esboza una mueca y enarbola el palo de “abollar ideologías” (Sic Mafalda). El encapsulado no nació como tal: fue construido. 









(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.

Para ver el segundo fragmento del capítulo ¿Saber? https://vagosperonistas.blogspot.com/2019/03/segundo-fragmento-del-capitulo-saber.html 

Para ver el tercer fragmento del capítulo ¿Saber?: http://vagosperonistas.blogspot.com/2019/04/tercer-fragmento-del-capitulo-saber.html