lunes, 26 de noviembre de 2018

SEGUNDO FRAGMENTO DE "PODER SIMBÓLICO", capítulo tercero del libro inédito: DE LA DOMINACIÓN CONSENTIDA, Por León Pomer (") para Vagos y Vagas Peronistas




Dispositivos del Poder 


Para cumplir su función de gran idiotizador colectivo, el Poder Simbólico se vale de dos dispositivos esenciales. El discurso del orden aloja los lugares de la coerción racionalizada: las sanciones morales y legales, las normas y las reglas, el derecho y la jurisprudencia, los códigos y las leyes, las ideas políticas, las ideologías y la religión. 



El imaginario social, el otro gran dispositivo, da un soporte histórico, mitológico y legendario al sistema; trabaja con las emociones, apela a los sentimientos. Comprende ceremonias y rituales. Se vale de himnos y banderas, de reliquias sacralizadas y estatuas aparatosamente inauguradas, de tumbas y monumentos fúnebres. Abusa de los gestos solemnes y vacíos, del patrioterismo hipócrita. El imaginario social de la dominación se erige (es su razón de ser) por encima de los antagonismos estructurales que dividen la sociedad; se sobrepone a ellos. Quiere ser el lugar de las coincidencias, del renunciamiento a la disputa, del encuentro de quienes se sitúan en estratos jerárquicamente antagónicos. El imaginario, universo mítico sacudido por la realidad, pretende anular las distancias y las oposiciones sociales, las volatiliza; es un ornamento del poder material, quiere adornarlo con decoro y dignidad, disimular sus fealdades. 

Veamos algunos ejemplos de… 


Mitos Como Poder Simbólico 


Toda sociedad busca legitimarse con variados recursos: el mito es uno de ellos. Entre los instalados en el sentido común mencionemos el que nos dice: vivimos en un organismo social carente de alternativas. Nuestro mundo social no es precisamente ejemplar (en eso nadie disiente); pero los seres humanos habrían encontrado en él, finalmente, la exacta horma que siempre buscó su condición de animal parlante. Sería el logro definitivo e inamovible. El mito nos propone que asumamos con resignación las imperfecciones individuales y las maneras nada armónicas de nuestra convivencia, aceptando que nos gobierne y nos conduzca una estricta minoría, un grupo selecto capaz de ejercer los necesarios correctivos que exigen las grandes masas, proclives a desgobernarse y a hundir en un cloacal pozo negro la entera sociedad. La humanidad explotada y sufriente, ese gigantesco agregado reducido a desencarnada estadística, habría encontrado en el capitalismo las relaciones sociales más compatibles con su índole naturalmente levantisca, y el grupo humano capaz de mantenerlo dentro de cauces más o menos ordenados. Este mito, que deja bien parada a la minoría “esclarecida”, (uno de sus productos culturales), legitima el sistema y a quienes lo usufructúan y lo dominan. Los millones de imperfectos que pululan en los suelos de la sociedad, o aún más abajo, propiamente en los muladares, provocadores de inmoderadas exigencias y conflictos desastrados, estarían gastando inútilmente sus esfuerzos para cambiar el inamovible orden de las cosas. 

La sociedad capitalista quiere convencer que vino para quedarse, que en ella culmina la historia, luego de experiencias anteriores que merecen el olvido. Producto cultural de la dominación, en ingresando al sentido común el mito pretende convencer de una nada consoladora realidad que no todos ven: aberraciones, violencias, crueldades, anatemas y otras lindezas por el estilo son “cualidades” de una anormalidad congénita propia de baldados sociales. Inútil, pues, luchar contra una imperturbable “condición humana”, que sólo hace excepción con selectas minorías. 
León Pomer


Un otro mito se vale de la nación. Históricamente, se constituye como 

la unidad de vastas regiones geográficas requeridas para comunicarse fluidamente por necesidades del capital mercantil (intercambio de mercancías) sin las trabas propias de la fragmentación territorial que la precede. Los procesos de constitución del espacio socio-territorial nacional generalmente son conducidos por grupos sociales dominantes, independientemente de la participación (a veces decisiva) de grupos subalternos. La necesidad de cohesionar heterogeneidades y diferencias, de construir un imaginario unificador que sobrevuele los antagonismos obliga a escribir una adecuada imagen de la historia y todos los mitos que sean necesarios. 


El sistema capitalista llena de contenidos precisos el espacio geográfico, social, cultural e imaginario que llamamos nación; espacio hoy seriamente agredido y debilitado por la penetración mundial de gigantescos conglomerados empresariales que producen objetos, especulan con las finanzas, comercializan todo lo que puede expresarse en valores monetarios y hacen del tráfico humano y de drogas un negocio que desconoce fronteras. La nación capitalista parece declinar, pero aún existe: más vale no hacer predicciones sobre su futuro. Aún es el ámbito de vida de enormes mayorías que asocian su identidad a la nación y la poseen y la quieren como su definitivo espacio de vida, de la vida de sus ancestros y acaso la de sus hijos. La nación capitalista está atravesada por las habituales contradicciones, antagonismos y desigualdades propios del sistema, que siempre la caracterizaron, con el agregado de ciertas “anomalías” hoy potenciadas hasta la exasperación: violencia, inseguridad, migraciones forzadas, etc. Entre tanto, a despecho de las heterogeneidades sociales y el escaso confort que tradicionalmente dispensó a las grandes mayorías, la nación, de hecho, o de manera explícita, pretendió ser una comunidad ciertamente “imaginaria” en el lenguaje de Benedict Anderson, en que desaparecen (o se reconcilian) las diferencias y a ellas se sobrepone un interés común: la nación sería la madre de todos sus hijos, que amaría a todos por igual más allá de la condición social de cada uno. Sería el espacio ideal donde se disuelven las contradicciones y la hermandad que sobreviene condenaría a un universal destino común. Pero hay excepciones, de las que en seguida se hablará. 


En términos de cruda realidad, la nación capitalista es de algunos más que de otros; es de los que mandan, dirigen y ejercen la dominación más que de la masa mayoritaria. Es de los que deciden en nombre de la nación cuando en realidad, lo hacen en defensa de sus intereses, una parcialidad que asume en sí la totalidad nacional. El éxito que estos grupos obtienen en la consecución de objetivos que distan de beneficiar al conjunto humano mayoritario reside en que este, imbuido del concepto nacional como despojado de parcialidades egoístas, inculcado en primer lugar por la escuela pública, ha logrado velar la parcialidad que se oculta detrás de una generalidad que supuestamente a todos atañe por igual. Lo que es solamente verdad en el sentido que las decisiones de la dominancia alcanzan a todo el pueblo: nadie se salva. El sentimiento nacional sirve para arrastrar a las masas a aventuras bélicas que raras veces sirven al más auténtico interés de aquellas. Pero si una clase dirigente (ejemplo imaginado) encabezara una lucha por la independencia nacional, pensando en el interés común y no solamente en el suyo propio, tendríamos un excepcional bloque unido en torno a un interés común en que todos pierden y todos tienen que ganar. Aunque en caso de triunfo, de conquista de la independencia, lo más probable es que la clase dirigente no mudaría su estatuto, a menos que las masas hubieran accedido a un nivel de consciencia que las llevara a disputar el poder en su máxima expresión. Así, por ejemplo, la independencia argentina no fue para el disfrute de las masas, de su mayor bienestar y del acortamiento de las distancias con la élite configurada por la burguesía mercantil y agro productora – exportadora. 


El ideario nacional en la nación capitalista constituye un otro mito que las propias clases dominantes desafían permanentemente con su conducta y con sus intereses supranacionales. Tradicionalmente, el país fue y continúa siendo el ámbito cuya dominación, a través del Estado y del poder económico, social y cultural, permitió y permite realizar y acumular fortunas gastadas en el consumo conspicuo (en el interior y en el exterior) y enviadas al exterior para su atesoramiento, lo que ocurre desde los tiempos coloniales. Ese sentimiento escasamente nacional, o si se quiere, singular versión del mismo, es compartido por sectores muy considerables de los estratos medios. Alejandro Grimson comprobó el desprecio que estos manifiestan por todo lo que es de aquí: sus admiraciones y sus sueños están colocados en otras latitudes, Estados Unidos en los días actuales, Francia e Inglaterra en el siglo XIX. 


Hubo mitos grandiosos, los hay mezquinos. De los mitos antiguos se dijo que equivalían a la prehistoria de la filosofía, o “el primer conocimiento que el hombre adquiere de sí mismo y de su contorno” (Gusdorf, 1960:13-14). Cuando lo imprevisible regía las angustias y la inseguridad ontológica era la sombra oscura del hombre, el mito instauraba un cierto orden, allegaba una explicación, esbozaba un consuelo. En la mitificación del pasado inaugural llamado Edad de Oro, latía la estremecida fuerza de una vida perfecta. Los posteriores días, oscuros y ominosos, debían curvarse hacia atrás procurando recuperar la savia de los comienzos, maravilloso salto retrospectivo. La redención estaba en la infancia impoluta del vivir humano, tiempo de inocencia y de dicha. El mito creaba un mundo en que estaban ausentes las duras leyes de la materia humana; la emoción traducida en fe inconmovible daba un sentido positivo a realidades agrietadas por el sufrimiento y la desesperanza. 


Al fascinante simbolismo del mito antiguo, gigantesca visión de mundo, producto de imaginaciones multiseculares, el capitalismo opone vaciedades de efímera existencia con personajes y aconteceres que consolidan la mediocrización de la vida. La sociedad actual, ebria de vacuidad y de tedio, sólo puede industrializar productos que pasan por ser mitos y son chatarra marketinera. Efímeros, volátiles, se suceden vertiginosamente. En sí mismos no importan gran cosa; en su conjunto son constituyentes del formidable alienador colectivo que es el sistema de desiguales. Llamados a cumplir la función de concitar el interés de multitudes, distan de expresar nobles aspiraciones, de querer desvelar los grandes enigmas que asedian a la humanidad: van en desmedro de los irrealizados sueños presentados como inútiles idealizaciones. La industria del entretenimiento, al servicio de la dominación, inventa y utiliza livianamente supuestos mitos que acompañan la vida contemporánea. Sus soportes son la TV, el cine, los deportes vociferados más que practicados, los comics, una falsificada ciencia ficción, sectas que se asumen como religiones. El sistema sabe que cuanto más vaciados de preocupaciones capaces de ponerlo en duda, más buscarán los individuos escapes a un tedio que el sistema ofrece compensar con la aventura o el desolador escandalete que se extingue al apagar el televisor. 


De antiguos mitos grandiosos, maneras que los hombres inventaron para explicar las inexplicables desmesuras del mundo natural y social, hemos descendido al mito del consumo como condición de felicidad, o más modestamente, como manera de no vivir en el aburrimiento. 


La dominación construye mitos que acceden a la condición de intocable sentido común: la naturalización del sistema y la nación capitalista como imaginario nivelador son dos poderosas muestras. Lo que no impide pensar en la posibilidad de la nación igualitaria, sin dominancias ni opresiones, no exenta de antagonismos, pero no necesariamente los que oponen dominadores a dominados. 


REFERENCIAS 


Bauman, Zygmunt, Memorias de Clase, Nueva Visión, Buenos Aires, 2011 

Bertalanffy, Ludwig, Perspectivas en la Teoría General de Sistemas, Alianza, Madrid, 1992 

Bourdieu, Pierre, Las Estrategias de la Reproducción Social, Siglo XXI, Buenos Aires, 2011 

-Los Poderes y su Reproducción, en La Nobleza de Estado, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013 

Cassirer, Ernst, Essai sur l´Homme, Les Éditions de Minuit, Paris, 1975 

Chartier, Roger, A Historia Cultural, Difel, Lisboa, 1990 

Geertz, Clifford, A Interpretacao das Culturas, LTC, Rio de Janeiro, 1989 

Pierce, S. Charles, Ecrits sur le Signe, Paris, 1978 



(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido oportunamente en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.







miércoles, 21 de noviembre de 2018

LA BOLSA EN LA TRANSFORMACIÓN SOCIAL PACTADA, Por Heinz Dieterich para Vagos y Vagas Peronistas



1. La caída

El jueves 8 de noviembre, el índice de Precios y Cotizaciones de la Bolsa de Valores mexicana se desplomó 5.8%, acompañado por una caída del peso. El día anterior, el IndexDow Jones en Nueva York había caído 3.15%, evento que afectó las bolsas a nivel mundial. Poca duda hay,sin embargo, que la causa principal del desplome mexicano fue una iniciativa senatorialdel partido Morena, tendiente a eliminar las comisiones bancarias. Fue necesaria una ratificación pública del gobierno electo de Andrés Manuel López Obrador, de que se respetará la estabilidad financiera bancaria establecida, para frenar la estampida.



2. Lecciones de Economía Política

La caída de la bolsa mexicana revela vectores de poder y buen gobierno, cuya comprensión es de vital importancia para todo proyecto de transición social en América Latina e incluso, mundial. Para ser más preciso: todo proyecto de transformación pactada o gradual, iniciado desde el centro del espectro político nacional y global.Algunos de esos vectoreso variables trascendentales son:

1. La forma de valor más abstracta, concentrada y organizada del gran capital, se encuentra en el capital financiero y, dentro de este, en la bolsa (mercado) de valores.Esta sirve al sistema como una bola de cristal y, al mismo tiempo, como fuerza de reacción rápida.

2. Es sorprendente la capacidad de reacción instantánea,in real time, de ese poder, ante toda contingencia económica o política. El tiempo de reacción es, de hecho, muy superior al de cualquier aparato de la sociedad política o macro burocracia.

3. No es un tigre de papel. Ante el capital financiero, no cabe el radicalismo verbal, el protagonismo desmedido o la improvisación. Si no, hay que recordar el destino del proyecto reformista griegoen la Unión Europea, donde, pese a incontables sacrificios del pueblo griego bajo el gobierno socialdemócrata de Syriza, la deuda pública como porcentaje del PIB, ha subido de103% en 2007, a 176% en 2017.

4. La semiótica del "florero" abarca muchos misterios --no todos bonitos-- que esperan un profundo análisis científico de la economía política y teoría del Estado del Siglo 21. Lamentablemente, ambas materias duermen el sueño de los justos en las universidades latinoamericanas.



3.Bola de cristal

Cuando Adam Smithinventó el concepto de la “mano invisible” (invisible hand) para describir la poca entendida cibernética del mercado, no podíasaber, que en las tres grandes innovaciones institucionales de la crematística mercantil –la sociedad anónima de capital variable, la bolsa de valores (stock exchange) y el capital de riesgo (venture capital)-- elstock exchange iba a ser la institución conductora macroeconómica más eficiente inventada en los tres mil años de existencia del mercantilismo privado. El socialismo histórico, basado en la planeación centralizada --sin apoyo del internet-- nunca logró diseñar un equivalente funcional de esta institución, que permite transparentar minuto a minuto la dinámica y expectativa de las tasas de ganancia y la intervención (o manipulación) inmediata de los grandes decisores sistémicos. La bolsa es la “mano másvisible” de la economía de mercado y, como tal, el visualizador de sus parámetros económicos y políticos trascendentales. Ese centro de gravitación económico-político indicativo de todo el sistema es de igual importancia orientadora para la política cotidiana de opositores y partidarios sociales y estatales.

4.Decálogo de la transición

La semiótica del dicho popular “la bolsa o la vida”, adquiere obviamente otro cariz a la luz de estas reflexiones. En términos gramaticales, un proyecto de transformación pactadarequiere convertir la disyunción de “la bolsa o la vida”, en laconjunción“la bolsa y la vida”. Si esto es posible en la vida real, depende de las condiciones concretas en que se pretende realizar la transición. El gran éxito de los “tigres asiáticos”, inclusoChina y Vietnam, no se puede entender fuera de esta base axiomática, inventada hace cuatrocientos años por Oliver Cromwell en la Revolución Inglesa.



5.El poder prestado

Laincertidumbre sobre la posibilidad de realizar una transición conjuntiva en América Latina, sólo puede resolverse en la praxis. Sin embargo, es imperativo preparar y acompañar esa praxis con la teoría de las transiciones. Las transiciones ocurren ininterrumpidamente como parte integral de la realidad en todos sus niveles y sólo su comprensión científica evita que se conviertan en contradicciones irresolubles. Por esoafirmé en miúltimo artículo (“El Florero”), que un nuevo gobierno nacido de elecciones, no es “el dueño del poder, sino simplemente un subsistema del Estado existente y su clase dominante. No puede sustituir por decreto una ortodoxia establecida por otra rebelde… Si se quiere, es una franquicia de libertad condicionada, válida para cuatro a seis años.”



6.El último Samurai

Tratar de actuar en estas circunstancias como el último Samurai, significa confundir los desenlaces de las películas de Hollywood con los de la vida real.Es una actitud frívola, ambiciosa o sectarista que no quiere entender, que hacer política en la Patria Grande sin tener siempre presente los nombres de Allende, Arbenz y Bolsonaro, es jugar a la ruleta rusa.


viernes, 16 de noviembre de 2018

PODER SIMBÓLICO (CAPÍTULO TERCERO DEL LIBRO INÉDITO: DE LA DOMINACIÓN CONSENTIDA -PRIMER FRAGMENTO-), Por León Pomer (") para Vagos y Vagas Peronistas

"Para ser comprendido", -dice Pomer- "todo lo que se muestra al animal humano debe aparecer envuelto en un cúmulo de conceptos, categorías y principios. Lo no simbolizado es la mudez enigmática, lo no descifrado, lo real en silencio ominoso".


La función simbólica… 

es la base de la cultura, sostiene Charles S. Pierce (1978:215). “Hay función simbólica cuando hay signos. Un signo es algo que está en lugar de otra cosa, la designa y la identifica: sustituye a la realidad. El signo es la asociación de un significante y un significado. El significante es la imagen acústica; el significado, el concepto, el sentido. Toda variación de significados es variación de estructuraciones. Los significados estructuran la comprensión del mundo. Los signos del lenguaje posibilitan una representación convencional de la realidad y permiten transmitirla (”) El símbolo representa lo ausente: reenvía a un algo material o abstracto (…) Para representar una cosa, anota Cassirer (1975:72), no es suficiente saber manipularla, como suele hacerse en la pura práctica. Es necesario tener una concepción general del objeto y considerarlo bajo ángulos diferentes, con el fin de descubrir las relaciones que mantiene con otros objetos. Hay que situarlo, determinar su posición en un sistema general (…) La representación trasciende la esfera de la vida práctica concreta del hombre”. 

El lenguaje humano, califica Bertalanffy (1992:35), es el “más espléndido sistema de símbolos”. Pero puede ser el más nefasto, decimos. Con palabras se envenena, con palabras se ensalza. Necesarias a la más noble de las causas, no se niegan a la más perversa. Bajo la dominación vehiculan la mentira, se mueven al ritmo de la falsedad y de la burla. En el extremo opuesto son el instrumento de la verdad, de la frente despejada de escombros y miasmas. Preguntémonos siempre, quien las utiliza y para qué. 

Los primates sapiens precisan que su experiencia, para realizarse como tal, esté mediada por un tejido invisible y atrapante, cuya trama varía en razón de los hilos inmateriales que la constituyen y de los significados que transmiten. Bourdieu advierte (2011: 96):” casi todo aquello con que nos relacionamos en el mundo social (…), no podría existir, si no fuese por un sistema simbólico que le da existencia: la lealtad nacional o local, el dinero, las asociaciones, las promesas, los partidos políticos”. No hay, ni puede haber sociedad humana sin un complejo simbólico. “Toda ciencia se basa en el hecho, anota Bertalanffy (1992:35), de que la realidad se asocia a un sistema de símbolos conceptuales que pueden manipularse teóricamente”. Para ser comprendido, todo lo que se muestra al animal humano debe aparecer envuelto en un cúmulo de conceptos, categorías y principios. Lo no simbolizado es la mudez enigmática, lo no descifrado, lo real en silencio ominoso. 

Lo simbólico, centro de la vida imaginativa, es una marca distintiva de la vida humana: “un nuevo método de adaptación al medio. Entre los sistemas receptor y emisor propio de toda especie animal, expone Cassirer (Id., Id.), existe en la criatura sapiens un tercer elemento: el sistema simbólico. El humano no sólo vive en una realidad más vasta que los otros seres vivos, vive, por así decirlo, en una nueva dimensión de la realidad (…) El lenguaje, el mito, el arte, la religión se aglomeran en ese universo. Todo progreso en el pensamiento complica la enmarañada tela de la experiencia. El hombre ya no se encuentra en presencia inmediata de lo real. La realidad material parece retroceder a medida que progresa la humana actividad simbólica (…), tan rodeada de formas lingüísticas, de imágenes artísticas, de símbolos míticos, de ritos religiosos que no ‘puede ver ni conocer sin interponer ese elemento mediador artificial (…) El universo práctico del hombre no es más un universo de hechos brutos en que viviría, según sus deseos y sus necesidades inmediatas. El ser humano vive en un mundo de emociones imaginarias, en la esperanza y el temor, con ilusiones y desilusiones, con fantasías y sueños” (Id., Id.,43-44) 

“Todos los procesos y categorías que construyen el mundo como representación son formas simbólicas (…) Lo son todas las figuras intelectuales o representaciones colectivas, gracias a las cuales los grupos humanos proveen una organización conceptual al mundo social o natural, construyendo así su realidad aprehendida y comunicada” 

“Tomar en cuenta lo simbólico no es tomar en cuenta la realidad, sino su representación”, insiste Bourdieu (2011: 192–199-200). La enorme vastedad de la cultura (todo lo creado por la especie humana) gira en el interior del universo simbólico: los mitos, la religión y el arte, las mentiras y las omisiones deliberadas, las tradiciones, el imaginario histórico y las teorías. Siempre, prosigue Bourdieu (2013:13), el universo simbólico constituye “un poder de construcción de la realidad que tiende a establecer un orden de conocimiento”; entraña, pues, una epistemología, una teoría del saber que acompaña y envuelve los productos verbales y conceptuales que incluyen la memoria y el olvido, y un complejo emocional selectivamente organizado. Agrega Bourdieu: “el objetivo es obtener la correspondencia entre las estructuras sociales y las estructuras mentales o cognitivas que rigen las acciones y las representaciones con que se construye la realidad social”. 

Geertz (1989:57-58) apunta que “las fuentes simbólicas de iluminación permiten al hombre encontrar sus apoyos en el mundo, porque la cualidad no simbólica constitucionalmente grabada en su cuerpo lanza una luz muy difusa”. Sostiene que los patrones culturales (sistemas organizados de símbolos significantes) dirigen el comportamiento humano: sin ellos virtualmente ingobernable, pura manifestación emocional. Sistemas de significados creados históricamente nos permiten dar forma, orden, objetivo y dirección a nuestra vida; pero cabe interrogarse: ¿en qué dirección, en qué orden, en qué forma y bajo qué iluminación? ¿Bajo qué influencia decisiva? 

Representaciones simbólicas antiguamente validas, están abandonadas, reducidas a palabras sin consistencia o a meros guiñapos. ¿Qué significa hoy la patria, el país natal, el terruño, la querencia, el río y la montaña para quienes viven aquerenciados en el exclusivo (y excluyente) interés mercantil – dinerario, señor de las más decisivas prácticas comportamentales escoltadas por el egoísmo y la ciega indiferencia hacia el prójimo y su vida? ¿Qué significa hoy la astrología, surgida como representación mágico-mítica, divina y demoníaca, ejemplifica Cassirer? “La astronomía sucedió a la astrología cuando el espacio geométrico sustituyó al espacio mítico y mágico. Una forma inicial de pensamiento simbólico abrió las vías a un verdadero simbolismo, el de la ciencia moderna”. 


El Poder Simbólico… 

o el símbolo devenido Poder, se une al Poder físico, brutal y contundente: ambos se complementan, se potencian recíprocamente. El símbolo es Poder cuando impone significaciones que pretende legítimas y disimula las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza. En el ejercicio de la dominación, prosigue Bourdieu (2013. 370),” ningún poder puede contentarse con existir en cuanto fuerza desnuda, desprovista de significación (…); debe pues justificar su existencia y lograr que se desconozca lo arbitrario que reside en su fundamento, y se le reconozca como legítimo”. 

Arropado de inocencia, lo simbólico se absorbe como el aire: no reprime con balas de goma ni disuade con gases asfixiantes; no rompe huelgas, pero sabe amenazar con los fuegos del infierno. Con palabras, con ideas, con razones, argucias y sinrazones implanta en las subjetividades las estructuras cognitivas, de apreciación, de percepción y de clasificación que convienen al sistema. El Poder Simbólico ejerce una “violencia simbólica”, silenciosa y artera: no martiriza el cuerpo, si la mente. No coacciona físicamente: ingresa en las consciencias a través de los procesos de socialización y adquisición del lenguaje, de la nominación de lo abstracto y lo concreto. Es violencia: fortalece la desigualdad social y cultural entre las clases, privilegia a unos, degrada a los más. 
León Pomer

Toda sociedad encuentra su representación en un complejo simbólico en que se refugian los significados que gobiernan las conductas, las acciones y las resignaciones, las indiferencias y las sensibilidades. La inapelable contradicción entre “civilización – barbarie”, tan conocida en la historia argentina, habitualmente denigra, a lo que llama barbarie, o bárbaros, visión de la clase dominante que intenta imponerse como verdad incuestionable: ha tenido y tiene en la historia y la vida nacional dolorosos efectos sociales, culturales y políticos. “Cuando la gente define una situación como real, tiende a volverse real en sus consecuencias” (Bauman,2011:231). Lo simbolizado tiene la propiedad de conducir al campo de la acción desde el campo de las imágenes y las ideas. Violencia blanda: mentes obnubiladas no la sospechan como Poder ni la conocen como violencia. 

El Poder Simbólico es el instrumento universal de la política de la mente, el conjunto de recursos que hoy ocupan la vida entera del sujeto. Que no le dan tregua. Que lo persiguen día y noche. Que pervierten su tiempo libre con entretenimientos descerebrantes. La cultura que instaura (que instaura la entera dominación) reposa en la disonancia entre lo real despojado de falsedades y lo real transformado en una suerte de gelatinoso piélago que no se deja navegar por los escuálidos recursos racionales que aun respiran agónicamente en el sujeto. 

El Poder Simbólico, fundamental instrumento en la exitosa consecución del proceso dominador, trabaja en el ámbito de las imperceptibles persuasiones (algo como quien no quiere la cosa) naturalizadas en los cerebros; se vale de las malversaciones semánticas y conceptuales, de los significados adulterados propinados hasta el hartazgo; y así el sujeto, cuyos oídos están asediados por sonidos que reclaman ser la verdad, asumirá como propio, sin reflexión y semi hipnotizado, todo el bagaje que hará de él un aquiescente de la dominación, un repetidor maquinal de lo que le ha sido imbuido. 

La sujeción con grilletes inmateriales son el sinuoso instrumento de ese Poder; a él le son confiadas las siembras de confusiones en una realidad social que nunca debe ser descifrada y que acaba adquiriendo una suerte de sustancialidad metafísica, fuera de toda voluntad humana. La vida cotidiana, fundada en el sentido común de la dominación, inunda el órgano pensante con las neblinas del error y la ignorancia, visiones de una realidad inquietante e incomprensible para los desventurados que la pueblan. El sujeto invadido por una imagen desoladora del mundo humano sentirá que una letalidad físicamente indolora e inodora le impide respirar normalmente: forma deletérea de la violencia. Hay en el acervo del Poder Simbólico convenciones ajenas al escrutinio de conciencias cuidadosamente despreparadas para el ejercicio de la desconfianza, precisamente ahí donde deberían desconfiar. 

El Poder Simbólico cancela la potencial autonomía del sujeto, pero le permite (cruel ironía) no abdicar de la ilusión de ser el exclusivo generador de sus razones. En sus prácticas relacionales con la realidad que lo circunda, el sujeto intelectualmente mutilado y permanentemente agredido percibe las realidades sociales y naturales a través de una lente cuidadosamente teñida por la cultura dominante, realzada por los significados que esta vehicula en un proceso que culmina (se repite) en maquinal e irreflexivo. 

El universo simbólico genera una visión y un sentido que consagran el existente social como el único ámbito de vida posible. En tanto Poder, su callada violencia consuma lo que no logra la escasamente atractiva violencia física. Siendo el símbolo una convención, o sea un acuerdo o conformidad que se mimetiza con lo real, Bourdieu alerta: debe ser descubierto donde menos se deja ver, “donde es más completamente ignorado y por lo tanto menos reconocido”. 

El Poder simbólico es un Poder casi mágico, dice Bourdieu (Id., Id.:14 - 15: permite obtener el equivalente de aquello que es obtenido por la fuerza, física o económica: Poder de las palabras, de las imágenes. Los sistemas simbólicos, “instrumentos estructurados y estructurantes de comunicación y de conocimiento, cumplen su función política de instrumentos de imposición y legitimación de la dominación (…) contribuyen a asegurar la dominación de una clase sobre otra” (Id., Id,:11). 

“El Poder Simbólico está basado en dos condiciones: debe estar fundado en un capital simbólico, o sea el Poder de imponer a otras mentes una visión, antigua o nueva de las divisiones sociales (…) El Poder Simbólico es un crédito, es el Poder atribuido a aquellos que obtuvieron reconocimiento suficiente para tener condiciones de imponer reconocimiento. Es el Poder de hacer cosas con palabras (Id.,Id.:166-167).


REFERENCIAS 

Bauman, Zygmunt, Memorias de Clase, Nueva Visión, Buenos Aires, 2011 

Bertalanffy, Ludwig, Perspectivas en la Teoría General de Sistemas, Alianza, Madrid, 1992 

Bourdieu, Pierre, Las Estrategias de la Reproducción Social, Siglo XXI, Buenos Aires, 2011 

-Los Poderes y su Reproducción, en La Nobleza de Estado, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013 

Cassirer, Ernst, Essai sur l´Homme, Les Éditions de Minuit, Paris, 1975 

Chartier, Roger, A Historia Cultural, Difel, Lisboa, 1990 

Geertz, Clifford, A Interpretacao das Culturas, LTC, Rio de Janeiro, 1989 

Pierce, S. Charles, Ecrits sur le Signe, Paris, 1978 


(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido oportunamente en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura. 

viernes, 9 de noviembre de 2018

LA LETRA POR PERÓN, Por Horacio González

La figura de Perón aparece indudablemente asociada a la obra, la acción política y la puesta en marcha del gran movimiento de masas que todavía hoy se identifica con su nombre. Pero también hay un legado suyo que aparece en sus textos, muchos de ellos de doctrina e historia militar, otros escritos programáticos, filosóficos e innumerable correspondencia con notables intelectuales como Cooke, Jauretche o Scalabrini Ortiz. Perón: una filosofía política (Paso de los libres) reúne una serie de artículos recopilados por Juan José Giani que indagan en los secretos de esta obra escrita, en sus lecturas formativas y su estilo, en su relación con la cuestión indígena, el pensamiento nacional o el continentalismo.  El 12 de Noviembre de 2017, el suplemento Radar (Página12) reprodujo fragmentos de algunos de los artículos de esa obra que abarcan los debates entre Perón y los intelectuales de su tiempo. Este blog siguiendo su costumbre intempestiva vuelve a publicar artículos imprescindibles,  embebidos por el paso del tiempo macerados por el olvido y la resistencia en esta época oprobiosa tratando de dosificar el veneno cotidiano que recibe y advierte todo argentino de buena voluntad (buena voluntad kantiana). Oportunamente se han de publicar los otros dos artículos que acompañaban a este






No era, evidentemente, un populista. Por lo menos en lo que dejan trasuntar sus textos canónicos –sus clases preparadas bajo el impulso del viejo profesor que había sido–, que condenan el caudillismo y todo síntoma de acción política que no se base en reglas y preceptos. En ese sentido decía haber llegado para interrumpir los ciclos caudillistas, sofocados por fin por un acceso específico a las fuentes sistemáticas del saber político. Había sin duda cierto positivismo en ese tipo de percepción de los efectos de la razón práctica –una obediencia racional y libre– antes que en el nebuloso acatamiento a un caudillo.


En los Apuntes de Historia militar (1931) se perciben muchos rasgos de este estilo profesoral, del maestro clausewitziano. Se sabe bien. Clausewitz fue su lectura mayor y su numen a la distancia, como el de tantas generaciones militares argentinas. La idea de batalla, de lucha de voluntades, de la esencialidad de ese encuentro violento y pasional que son los movimientos de masas armadas que confluyen en un punto del destino, la conflagración. Como Lenin, estudió a Clausewitz, el fundador austriaco de la escuela militar prusiana. A diferencia de Lenin, que a la luz de la Lógica de Hegel había leído a Clausewitz -en lo que Carl Schmidt declaró como el mayor acontecimiento lectural del siglo XX, Perón fue más sumario en los elementos de filosofía de la historia con los que acompañó aquel tratado de Clausewitz, que tenía casi una renovada fuerza aristotélica en la consideración del orden de las pasiones.

De joven había leído la vasta historia providencialista de Cantú, probable regalo de su padre, el perseverante agricultor Mario Perón y seguramente de allí obtuvo un cuño providencialista que en Cantú era cristiano y Perón convirtió en una referencia laica que terminó plasmada en la idea del “hombre del destino”, y en general a la referencia al destino con toques renacentistas, lo que incluía una pócima de infortunio necesario y la aptitud para “soportar” los más furiosos “golpes de la fortuna”.

De sus lecturas Perón obtiene esencialmente proverbios, un uso performativo, chacotero y de ambigua socarronería de la lengua política, y lo mismo hace con el célebre Vom Kriege, donde –nada inhabitual en la educación militar–, todo suele tornarse un tipo de frase aforístico y conductista, a los que también Perón solía llamar con un remoto vocablo helenístico, “apotegmas”. “Nada deseo más que una batalla” se le atribuye a Napoleón, pero es posible que redactado de otra manera también esté en Clausewitz o en Von Schlieffen. Juntos a estos y otros numerosos textos de formación militar –que son en su fondo último escritos sobre un mundo honorífico y no pocas veces sacrificial–, Perón lee de adolescente un libro que Mario Perón, el padre, se empeña especialmente que conozca: los consejos de Lord Chesterfield a su hijo. Aquí también hay fuertes indicios de cuál era la otra veta formativa de quien sería un brillante cadete de “perfil intelectual” del Ejército. Este libro es una recopilación de aforismos para el comportamiento “en la vida y en los salones” donde sobrevolaba cierta picaresca en relación al momento preciso en que se podía decir algo y cuando convenía llamarse a silencio, todo en tren de una sabiduría adquirida en un mundo galante de convivencia, en el cual cierta suavizada manera de la “lucha por la vida” debía ser conocido por el principiante.

La armazón genérica de lecturas del cadete y luego oficial Perón era la Biblioteca del Oficial, nunca bien estudiado repositorio de toda la bibliografía militar de la época, que durante varias décadas informó el debate militar argentino a la luz de las guerras mundiales. Iniciada a principios del siglo XX, en el ejército de Ricchieri, aún sigue saliendo. En su época de oro debería ser estudiada como lo fue Sur, y podría decirse que fue la Sur de los militares, un poco anterior pues en verdad coincidió en su mejor momento con todo el ciclo de la revista Nosotros (1907-1943). En esos años se publicaron las obras fundamentales de von Clausewitz, von Schlieffen, el Mariscal Foch, el Mariscal Montgomery, Füller, Liddle Hart (citado por Borges en “El jardín de senderos que se bifurcan”), Guderian, Bradley, Bouthoul, Huntington, Jomini (un teórico suizo, napoleónico) no faltaba la Ciropedia de Jenofonte (por la que Perón no pasará indiferente) y uno de sus volúmenes en la célebre La Nación en armas de Von der Goltz, que muchos vieron el texto más cercano a lo que después fue el diccionario básico peronista: allí se encontraba la idea de que una Nación es un sistema de movilización general de sus entes económicos, culturales y anímicos. Otros autores de esta Biblioteca sin la cual dudosamente Perón hubiera encarnado su vivaz lengua citadora, con Leopoldo Lugones, Juan José Güiraldes, José Pacífico Otero (el historiador de San Martín) y, desde luego, el propio Juan Domingo Perón.

En cuanto a Perón, sus publicaciones son sobre la Guerra Franco-Prusiana (1871) y la guerra Ruso-Japonesa (1905), una de ella en colaboración, y dígase que no dejaron de causarle cierto disgusto, pues obtuvo una acusación de plagio de otro militar que motivó que debiera aclarar el caso ante un tribunal militar.

¿Qué clase de escritor era Perón? Porque sin dudas, escribe. Ya treintañero, con el grado de mayor, escribe a pedido del general Sarobe, una memoria sobre el golpe del 30. Las titula como testigo, lo que en verdad no fue. El escrito es animado y tiene aspectos indudablemente humorísticos, provocados por la impericia y desorganización de los conspiradores. Perón toma con su habitual socarronería “criolla” estos deslices pero se pone serio al señalar ante la falta de lo que sería uno de los lemas de lo que privilegió siempre: “sin organización ni preparación...” y luego explotar el éxito, nunca se llegará a nada.

Se pueden cotejar otros momentos de la escritura de Perón, ceñida a cierta elegancia protocolar militar, con alguna cortesanía de salón que no obstante sabe adquirir matices de furia cuando la situación lo exige, con ceremonialismos diversos que pronto lo vuelven a poner en la vía sentenciosa y, por cierto, un tanto solemne de la prosa que cultiva, que tiene por dentro, también, sólidos andamios de orden.

Los que acompañaron al peronismo lo hicieron con distintos tipos de actitudes, cuya historia hoy no está plenamente escrita. Jauretche ya había fijado desde los años treinta una lengua gauchi-política, cuya máxima expresión había sido el Paso de los libres prologado por Borges en 1933. Scalabrini era el discípulo antibritánico de Macedonio Fernández, su lenguaje era el del “colectivo profético de comunidad” y su metodología provenía de una teoría moderna del imperialismo.

No fue fácil la convivencia, aun bajo el signo de acuerdos comunes muy amplios. Los que venían desde armazones intelectuales que ya estaban consolidadas en los años 20, mostraron con la lengua diseminada colectivamente por Perón, distintas disparidades. Jauretche muy tempranamente, Scalabrini después, guiado por la discordancia con la política petrolífera postrera del primer peronismo. Surrealistas, anarquistas, católicos sociales, socialistas y comunistas –Rodolfo Puigrós, Bramuglia, Elías Castelnuovo, César Tiempo, Xul Solar, Marechal. Gálvez-tuvieron distintos matices en cuanto a su relación con el linaje del cual provenían y la lengua masiva que había creado el peronismo. La “izquierda nacional” buscó sus antecedentes con Manuel Ugarte –que había sido embajador de Perón en Cuba y que también provenía del modernismo rubendariano, latinoamericanista-socialista, no enteramente asimilable por la rítmica y la retórica identitaria de Perón, plantea algunas diferencias hasta hoy no muy estudiadas– y, en general, trazó una línea histórica que en el fondo podía no haberle desagrado a Perón, identificándolo con un supuesto estatismo y anticlericalismo de Roca.

El golpe del 55 suavizó estas cuestiones que se hacían cada vez más pesarosas a mediados de los 50, y nada obsta para que hoy volvamos a preguntar sobre ellas. El esfuerzo por atenuar la diferencia entre la diversidad de corrientes intelectuales argentinas y el modo en que el peronismo opta primero llamarse laborista, después Partido de la Revolución Nacional hasta apoyarse exclusivamente en la unicidad del nombre del conductor, en una historia específica que sigue siendo perentorio analizar. De alguna manera se puede decir que la “doctrina del Conductor” mostró su fracaso en el magno encuentro y confrontación dramática de Ezeiza en 1972, cuando el regreso de Perón. También ahí se estaba elaborando un conflicto subsidiario entre la izquierda nacional del peronismo que rechazaba la lucha armada y los grupos armados que provenían de distintas izquierdas que el Perón exilado hizo esfuerzos por retener con distintos virajes que siempre tenían recursos disponibles en su sistema de locución y su régimen provocativo de señales, lo que se expresa bien en la revista que dirigía Hernández Arregui, un marxista nacionalista que provenía del radicalismo cordobés, que pasa de llamarse Peronismo y Socialismo a Peronismo y Liberación, luego de la muerte de Perón. 

Habla de las dificultades de la identidad de los socialistas del “marxismo nacional” ante la percepción de que los hechos aconsejaban cierta retracción aspiracional de los nombres más platónicos que se utilizaban. Perón exilado, a su vez, hace una opción contraria a esta: abre su gabinete de palabras y con los cortinados más receptivos calla o aprueba cuando escucha los nombres de Tercer Mundo, maoísmo, castrismo, montonerismo, hasta la crucial discusión, también de índole retórica –no por ello menos mezclada con la sangre– entre el concepto de “formaciones especiales” y el de “vanguardias armadas”.

Volvamos a la formación inicial. En una de sus bibliotecas, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, está el libro de Gustav Le Bon sobre la evolución de la materia subrayado por Perón posiblemente hacia fines de los años 30. Allí se encuentran explicaciones que seguramente le parecieron útiles sobre la congregación, separación y mutua atracción entre átomos. Perón, sin duda, no bebe agua de una única fuente conceptual. Pero hay una huella, que a veces se hace nítida y otras se volatiliza, de un primer positivismo de sustrato biológico en su inicial formación, que sin dudas provenía de la influencia familiar –Tomás, el abuelo era un médico biólogo que pertenecía a los núcleos positivistas de la época, José Ingenieros incluido–, y el Ejército que lo acoge imparte nociones honoríficas tanto como higienistas, tomadas también del acervo intelectual en que esa fuerza militar se está modulando.

Y otros nacionalistas católicos que lo acompañaron (junto al primer y decidido apoyo de la iglesia, del que al cabo de menos de una década, sólo quedaba la interesante figura del padre Benítez), ya lo habían abandonado. Sin contar el golpismo de Lonardi, ostensiblemente colector del nacionalismo católico que toma toda clase de temas, incluso el de las concesiones petrolíferas (por lo cual casi llegan a interesar a Scalabrini). Y al que durante mucho tiempo, aunque en el exilio muchos intentan volver a acercarse, los considera “piantavotos”, expresión habitual en él.

El caso de la “doctrina peronista” como lengua primera aglutinante de un blasón político, planteó siempre y sigue planteando un especial problema a la vida intelectual autónoma que vio y sigue viendo con interés las tribulaciones y el equilibrismo de esta extraña pero perseverante y oscilatoria identidad política.

Fragmentos del artículo “Perón en la vida intelectual argentina” Perón: una filosofía política (Paso de los libres), recopilación de Juan José Giani.

martes, 6 de noviembre de 2018

EL PÉNDULO SUDAMERICANO SE SACUDE, Por Javier Azzali


Jornal do Brasil

La derrota electoral del candidato del PT y el acceso al gobierno de Brasil de Jair Bolsonaro, significa la derrota política del nacionalismo democrático liderado por Lula, y sella en forma adversa el destino inmediato de la integración continental. Así pues, el péndulo se corre y se sacude hacia el lado argentino, donde, aún con debilidades y torpezas, se deposita la esperanza del reinicio de un ciclo nacional, para evitar una caída aún más profunda.

El largo ciclo de sucesión de avances y retrocesos, que se ha descrito con razón como de revolución y contrarrevolución, da lugar a una disyuntiva que, en el inicio de cada ciclo da lugar a una consigna de hierro: crear las condiciones suficientes para consolidar la historia en una única dirección, sea la progresiva o la regresiva. A suerte o verdad, para nuestros pueblos que se agitan entre los avances y las resistencias. Allí está la causa de los genocidios y crímenes cometidos por las últimas dictaduras militares, o de las políticas de destrucción y sometimiento de los años 1990, y que es suficiente para justificar cualquier política de tierra arrasada para que no haya suelo fértil para el regreso de los populismos, en caso de crisis de gobernabilidad.

Javier Azzali
El ciclo progresista merece el calificativo de nacional por su defensa del interés integracionista a favor de la autonomía y crecimiento continental, y de democrático, por la profundización de la participación popular y las reglas del debido proceso y el respeto de los derechos civiles, políticos y sociales. En Lula se depositaba la esperanza de una reversión de las políticas reaccionarias que habían ganado posiciones con el gobieno de Macri, en Argentina, y, con la declinación del segundo gobierno de Dilma Rousseff y el ascenso golpista de Temer. Su condición de líder con representatividad nacional, prestigio en todo el continente, y capacidad política, lo colocaban en lo alto de las encuestas electorales, por sobre el alicaído y estancado PT. Así pues, su persecución judicial y mediática, su encarcelamiento y finalmente proscripción, sumado a la impotencia política de sus seguidores para responder con eficacia a tal difícil situación, sellaron la suerte del país y también la de la región. Nos encontramos ante un auténtico proceso de demolición de la unidad de la patria grande y de su institucionalidad supranacional, que incluso retrotrae a una etapa anterior al Mercosur.

La manipulación de la Big Data, indudablemente existe –la parcelización de la información, su segmentación dirigida y la mentira programada- y sea de dimensiones considerables, pero podría no ser la causa principal explicativa del apoyo de sectores bajos y medios a candidatos que expresan programas contrarios a sus intereses. Más bien, prefiero transitar por las zonas del tradicional colonialismo cultural, sobre el cual opera toda acción política, misturado con el agotamiento presentado por las políticas de los gobiernos populares. Con todo lo progresivo que ha sido, sin dejar de rescatar todo su valor, el ciclo nacional democrático ha encontrado obstáculos estructurales que no ha podido superar, fortaleciendo entonces la capacidad de reacción de los sectores oligárquicos pro imperialistas que, ahora, “avanzan hacia atrás”, destruyendo todo lo que se pueda y remachando los nuevos tornillos para la dependencia. Las dificultades, o lisa y llana imposibilidad en algún caso, de perforar el techo levantado por las estructuras de economías dependientes, concentradas y extranjerizadas, dejó presa fácil de alternativas ilusorias creadas a la luz de falsas promesas de cambios, a sectores de la población que, por su lugar social, deberían de brindar su apoyo a los movimientos nacionales. A la vez, éstos quedaron como los responsables de una situación de crisis que, en verdad, es parte de los modelos de país que, justamente, se supone sus políticas deberían cuestionar.

Ahora, Bolsonaro, en línea con el desarrollismo industrialista del ejército, hace no mucho tiempo cuestionó la privatización de la estratégica empresa petrolera Petrobras. Sin embargo, a la vez parece haber delegado el manejo de la economía a Paulo Guedes, un neoliberal que viene anunciando la necesidad de un plan de privatizaciones para pagar la deuda externa. Lo que sí está claro, es la profundización de un giro pronorteamericano y en contra de la integración sudamericana que habilita a pensar que se transita, otra vez como en los años 1970, la huella del subimperialismo, como instrumento de los intereses de los Estados Unidos en la región, mediante la supremacía de Brasil por sobre los países vecinos, incluido Argentina. Los datos oficiales son elocuentes en cuanto al perfil del intercambio comercial de Brasil. El 21,8% de sus exportaciones son destinadas a China, el 12,5% a EUA y, recién, lejos y en tercer lugar, Argentina con el 8,1%. Se deriva que la economía de Brasil, tanto en sus exportaciones como en sus importaciones, es más de carácter global con China, en primer lugar, y EEUU en segundo lugar, que regional con Argentina[i]. Vuelve con notoria vitalidad, las reflexiones del político y pensador de la izquierda nacional uruguaya, Vivian Trías, cuando señalaba que la clave de la unidad continental está en la relación Brasil-Argentina, ya que su estéril rivalidad equivale a la desunión y debilidad del continente[ii].

Jornal do Brasil

Se avizora, posiblemente, el fin del ciclo de la democracia como sistema político al menos tal cual lo conocíamos hasta ahora. Resaltemos: no estamos señalando que regresen las dictaduras tal como las conocimos en el siglo XX, pero es evidente que, las democracias regionales no son un sistema útil para el establecimiento de los regímenes de la dependencia y para evitar el resurgimiento de las políticas con interés nacional y latinoamericano. Su reconversión ya empezó con los procesos electorales distorsionados por la intervención en las redes sociales, la propaganda mediática, y la lisa y llana proscripción, que fue un hecho real en Brasil y es una amenaza en Argentina. Lo que es claro, en todo caso, que nada volverá a ser lo que fue, ni en materia económica, de política exterior, ni en materia de democracia. Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba, quedan en situación de extremo riesgo frente a las agresiones del poder imperialista. El quiebre y sometimiento del país bolivariano, por sus extraordinarios recursos naturales, en hidrocarburos, agua y minerales, es prioridad para el imperio, por lo que es víctima de todo tipo de agresiones en ascenso. Las consecuencias gravísimas que seguramente tendría una reacción exitosa, justifica largamente la tozuda resistencia de los cuadros bolivarianos.

En orden a pensar la realidad de nuestros países en una visión latinoamericana de conjunto, debe señalarse que abona a la confusión generalizada la creencia en una ola de nacionalismo formada por Trump, López Obrador, Bolsonaro y cuanto líder europeo proteccionista haya. Vale, y mucho, recordar la necesidad de la distinción conceptual entre el nacionalismo de una potencia opresora, como los Estados Unidos, del de los países oprimidos. El primero expresa a la dominación imperial, mientras que en el segundo, es una forma resistencia contra, justamente, ese imperialismo, por lo que tienen significados opuestos; uno es regresivo y el otro progresivo. Además, en el caso de Bolsonaro, el nacionalismo de derecha y aristocrático no es lo mismo que el nacionalismo popular.

La recolonización guarda el objetivo de convertir el continente en una gran factoría financiera y proveedora de materias primas, sin industrias ni desarrollo productivo, sin paz y con clases trabajadoras empobrecidas y debilitadas. Cuanto más rápido se puedan volver a alzar los programas nacional-populares y democráticos, con eje en la integración regional con autonomía, mayor será la fortaleza de la resistencia popular.



[i] Alfredo Jalife Rahme, en sitio: https://mundo.sputniknews.com/firmas/201810261082993792-cinco-eventos-de-gran-impacto.
[ii] Vivian Trías. “Imperialismo y geopolítica en América Latina”, 1969, Ed. Jorge Alvarez, Bs. As..