viernes, 31 de marzo de 2017

MACRI ENTRE CENIZAS, Por Horacio González

Horacio González
La irresponsabilidad de un gobierno obtuso, incompetente y desesperado puede ser resumida en esa foto de Hiroshima, acompañada de un texto de Macri, salido seguramente de su falansterio de “asesores filosóficos”. Deberían saber que interpretar una foto no es fácil, menos las que muestran una catástrofe o una hecatombe. ¿Qué tal poner maestros enseñando en medio de la espesa nube de silencio mortuorio luego de la caída de las Torres Gemelas o en un bote que se aleja de un gran transatlántico que muestra su gran silueta a la distancia, hundiéndose en el mar?

La materia de esas imágenes es el sufrimiento o el sacrificio, no el horario de clases, el presentismo o el incentivo bajo cuerda. Esos maestros japoneses, a los que la necia disposición de Macri para las alegorías los muestra como imaginarios rompehuelgas, eran representantes de un gran acto educativo de testimonio y supervivencia. Es una imagen formativa primordial, pero no como la cree el Gobierno, un llamando a la sumisión, sino una cita trascendente de las maestras y maestros sobre el cuidado y nutrición del ser en la tragedia. Máxima manifestación de sacrificio por una comunidad violentada, que todo maestro encararía de la misma forma. Pregúntele, Macri, a alguna maestra argentina si no está dispuesta a dar clases entre ruinas, a protagonizar esa misma imagen para mostrar la voluntad de resistencia ante una desventura colectiva tan desmesurada.

¿Sabe usted lo que fue Hiroshima, o en esas reliquias rotas ve sólo un accidente inmobiliario? Se esperaban en Japón largos años de reconstrucción y pensamiento de un espíritu en congoja ante las osamentas de lo que fueron edificios y moradas abrasadas por un huracán de partículas corrosivas e incendiarias. La imagen fotografiada consistía allí en volver a trazar el simbolismo del espacio público derruido. Nada tienen que ver las reclamaciones del gremialismo argentino, reconstructivo de la educación pública, que al contrario, vio esas imágenes como una declaración de guerra. Usted pone un número de sacrificados, habla mecánicamente sobre Hiroshima. Pero ¿cómo hay que hablar de ese hecho inaceptable? Usted habla como un estadístico, un inspector municipal o un perito contable, todas profesiones respetables. Pero no es ésa la función que le cabe.

Vuelva a leer lo que le han escrito: “meses después de la explosión atómica que arrasó el 90% de los edificios, fábricas, calles, plazas y casas de esa ciudad y dejó más de 150.000 personas muertas, decenas de miles de ellas de manera fulminante”. Lo hacen hablar como habla su gobierno, con la palabra “fulminante” y la regleta del que calcula cifras redondas y porcentajes; con números que cuando los escucha sobre los desaparecidos argentinos, lo irritan. “Dos meses después.” ¿Cómo lo sabe? ¿Por qué no escribió un día después? Su talento disciplinario se lo hubiera permitido. Lo que no entiende que detrás de esas planillas oficiales, la foto que tanto le interesó, muestra lo contrario, muestra un tenso espíritu reconstructivo universal. Aquí se pide reconstruir el salario y la enseñanza nacional al mismo tiempo. En Hiroshima podemos apreciar que era lo que llamamos una clase pública, porque también estaban destruidas las escuelas, cosa que su gran espíritu republicano no menciona. Esa clase era una callada protesta trascendental y espiritual. Todo educador sabe que su última instancia es ésa. ¿Qué otra cosa gigantesca piensa usted destruir para que se lo demuestren?

Usted no ha percibido, en su cándido despojamiento de toda sensibilidad histórica, que su actitud resulta aún más aturdida por el modo en que describe esta imagen, disolviendo en su conciencia indiferente el significado del nombre testimonial de Hiroshima en la historia de la humanidad. ¡Y todo para pagar unos puntos menos en una paritaria! Hace más de seis décadas, dejar caer en la claridad de un día tranquilo y algo lluvioso, un poderoso explosivo atómico sobre esa ciudad, surgió de una decisión de estados mayores clandestinos. Convertía a Hiroshima y luego a Nagasaki en experimentos alucinados, tramados en laboratorios secretos donde se cruzaba la voz del infierno con una discusión sobre el remordimiento y la carencia de conocimientos éticos sobre los usos de la ciencia en una guerra.

Hiroshima es una cuestión testimonial que inicia la pregunta fundamental sobre qué horizonte de lo humano permite seguir pensando las luchas sociales y políticas ante poderes que han extendido la llamada “razón de Estado” a fronteras ya inconcebibles. A la vez, la historia de la bomba atómica es la de la historia del pensamiento científico del siglo XX y sus recovecos éticos aún irresueltos. El uranio interrogado por neutrones precisaba, en el caso de Hiroshima, complejos estudios meteorológicos, altímetros muy precisos para regular la distancia del avión con el estallido, escuadrillas de acompañamiento, nuevas significaciones para los aviones y las informaciones dadas a la tripulación, que procederían a este acto secreto que de súbito se convertiría en un disciplinamiento trágico para toda la humanidad. El comandante del avión que le puso en el fuselaje el nombre de su madre se jactó toda su vida de haber cumplido con su deber. En sus momentos más imaginativos, regalaba a sus amigos una maqueta de la bomba atómica con su firma incorporada. Otro aviador –y este caso es quizá conocido porque adquirió relevancia filosófica– cargó durante toda su vida una pena lindante con la locura, si es que ésta no es en sí misma la condensación de todas las penas.

El primero se llamaba Paul Tibbets, adecuadamente recordado por Yaski y Baradel. No se puede hablar de Hiroshima sin pronunciar estos nombres. El otro –el padeciente, el zombi filosófico– se llamaba Claude Eatherly, el copiloto. Es conocido el diálogo que el filósofo Gunther Anders mantiene con Eatherly. El filósofo Anders, hombre empeñoso y delicado, con su pensamiento sutil conduce a Eatherly a pensar que él era una víctima más de un impulso prometeico insensato, fundado en el fatal efecto del poder aterrador de la tecnología con sus escasos discernimientos morales, tecnología a la que podrían darle otros destinos o sofocarle su ceguera destructiva. ¿Frente al hongo atómico, podía haber obediencia debida, orgullo por la tarea cumplida, condecoraciones o menciones al honor militar ante lo pavoroso de la ceniza nuclear? Eatherly podía convertirse en un sujeto filosófico que señalase con su conciencia en añicos, donde se erguía la gran falla de la humanidad.

El tema sigue apasionando, porque sigue pendiente en la conciencia de la actualidad. A ese hongo atómico, como demiurgos, fueron los aviadores que lo crearon en esa última instancia que tuvo otras muchas, previas. Ellos lo vieron por primera vez en su entera consistencia de algo horripilante y científico. Es aceptable quimera que uno de ellos, el copiloto, haya dicho: “Dios mío, que hemos hecho”. Era la catástrofe absoluta de lo humano como forma realizada de la contienda, la destrucción del mundo civil mientras los masacrados, un momento antes juegan en las plazas, cumplen horarios en las oficinas, pasean por las glorietas o dan clases en las escuelas. Frente a este estropicio mesiánico pudo inclinarse un filósofo argentino severo, como Carlos Astrada, que en 1948 hace una estricta condena a la destrucción de Nagasaki e Hiroshima ante un auditorio de militares argentinos. ¿No hay nadie que le diga a Macri nada parecido, que le acerque otro “porcentaje” de lo humano?

Ahora, sobre este rastro de compasión y terror que perdura, se recortan las figuras del siniestro bombardeo a poblaciones “sin daño colateral”, que es la astuta lección que los grandes poderes obtuvieron de Hiroshima. ¿Pero alguien podrá proferir ahora “qué hice Dios mío”, desde el pobre Occidente con sus divinidades exánimes? ¿Cómo se ejercerían los derechos a la reflexión en estos casos? ¿Qué clase de matemáticas o de fisión nuclear desearía enseñar Macri ante los escombros ennegrecidos? ¿Esos sobrevivientes de la vida educativa, “dos meses después”, recibirían sosegados las lecciones rutinarias sin que les importara la catástrofe ocurrida y aprendían al aire libre, ya limpio de partículas radiactivas, los ideogramas para formar la palabra “basta de masacres”?

¿Que le llevó, Macri, a aceptar que le escriban que “en la foto se ve que los chicos continuaron estudiando en una escuela sin paredes, sentados en pupitres rotos, cajones de carbón y mandarinas rodeados de su ciudad pulverizada. Dos meses después de la bomba, de pie, al frente de todos ellos volvió a estar el maestro. Dando clases como todos los días, como si nada hubiese cambiado, aunque los chicos no tuvieran ni libros ni cuadernos y muchos de ellos, tampoco padres”. Confesemos una duda. Esta bagatela encubridora traduce sin duda su genuino pensamiento. La esperanza suena en Usted como un epifenómeno que viene luego de ocurrida una atrocidad tolerada a través de una carpeta que evalúa daños y perjuicios. “Como si nada hubiese cambiado.” ¿No había que cambiar? ¿No cree que esta línea escrita lo condena a Usted para siempre? Es un pensamiento que preserva un hongo de crueldad debajo de una lógica de buen muchacho. Es una horrorosa combinación de inocencia y maldad, que roza desenfrenadamente una brumosa estulticia, propia de un alma sombría que no visitó la región problemática de las llamadas reservas morales. Incapaz de pensar el horror, usted piensa tacañamente en las cifras de una paritaria omitiendo de su vida las vidas devoradas, resumiéndolo todo en la imagen de los niños sentados en cajones de fruta. ¿No percibe que la sensibilidad sobre las imágenes es otra cosa? Siempre hay penurias hasta en simpáticos cajones frutales, noches y neblinas detrás de ellos. Dese cuenta que del símbolo de ese maestro sólo podemos pensar que era alguien que enseñaba lo que es estar demudado. Dedicaba su clase a la humanidad entera.

Estos temas fueron tratados por Alain Resnais y Marguerite Duras en un famoso film, después Kurosawa, en Rapsodia de Agosto, nos informa de un Japón moderno producto de una bomba, ni olvidada ni mirada a los ojos, pero silenciosamente viva, con su aullido interminable, en la callada vida diaria que la rememora. De aquel instante fatal apenas se puede contemplar ahora la cúpula del edificio Gembaku, el único que permaneció en pie luego del vuelo del Enola Gay, el avión con el nombre de una simple mamá norteamericana. No vindicta, dijo Kurosawa. Pero sigue siendo un desafío forjar un pensamiento político que no sea un resignado retiro moral, tullido en sí mismo para intervenir en el mundo con algo más que aquella carta tímida de los científicos que quisieron alertar sobre lo letal del ingenio que habían producido.

¿Esa carta hubiera torcido la decisión de Truman, la de Roosevelt, la de Churchill? Siempre hay cartas que no llegan, entre el plutonio y el cenotafio. Macri la recibiría y la trituraría con la máquina de destruir nuestros archivos históricos, como ya se proponen. Estos elementos contrapuestos son los que señalan en Hiroshima y Nagasaki que por allí pasó el vendaval, los cientos de grados Celsius del calor radiactivo que quemaba cuerpos un día sin nubes en el cielo. Este era el tema la clase, ¿cuál otro podía ser? Podría hablarse de otra cosa, pero la silenciosa meditación del docente y los niños no podría ser otra, pues todo estaba ocurriendo frente a esos acusadores esqueletos edilicios. Macri, usted en su abismal ignorancia, con la que deben convivir maestros y maestras, ciudadanos y ciudadanos argentinos, ya hizo bastante para que frente a las módicas cenizas que usted dispersa alrededor (pues no son, es claro, las de Hiroshima) nos inspirara fecundamente para trabajar y educar dignamente, entre otras cosas, para que dentro de los ciclos electorales correspondientes –que su vicepresidenta niega– podamos desprendernos de su poder aturdido, negligente y sórdido. Claro que nos conmueve una postal “afectiva” de niños sin útiles, ni lápices ni padres, huérfanos de una falla pasmosa en el corazón de la humanidad. Lamentamos tener que decirlo, pero esa falla es la que calcina su corazón, Presidente, y usted sin embargo no lo sabe. Es ajeno a ella. Pero Usted mismo la contiene cuando puede ser capaz de omitir en su alma desabrida qué cosa esencial significan esas cenizas de Hiroshima.
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martes, 28 de marzo de 2017

AUTONOMÍA PORTEÑA: ¿FEDERALISMO O FRAGMENTACIÓN NACIONAL?, Por Javier Azzali, para Vagos Peronistas


El conflicto Buenos Aires-interior recorre la historia argentina, desde sus orígenes, la ciudad puerto, y la riqueza del mismo. Juan Manuel de Rosas fue un gran caudillo argentino, que nunca se separó de la Aduana porteña. Urquiza, demasiado rico, no quiso, en Pavón -aun ganando la batalla-, aniquilar a Mitre, porque pensó, que era imposible hacer el país, sin Buenos Aires, y le dejo a éste, una victoria pírrica. Fue un acto de grandeza, dice Felix Luna. Fue un acto de ignominia, dicen otros. Con el Macrismo renace la autonomía porteña, vinculada a lo más granado del mitrismo vernáculo, que siempre estuvo en oposición al interés nacional, pues en esencia representa el bienestar de unos pocos. Este excelente texto, de Javier Azzali, transita el renacimiento de los autonomistas, y los nuevos modos de la oligarquía, en definitiva, para aumentar la grieta, grieta, que ella, más que nadie, siempre se encargó de profundizar (E).



Justo José de Urquiza
Juan Manuel de Rosas
Javier Azzali

AUTONOMÍA PORTEÑA: ¿FEDERALISMO O FRAGMENTACIÓN NACIONAL?, Por Javier Azzali, para Vagos Peronistas



El traspaso de la justicia nacional al ámbito de la ciudad de Buenos Aires constituye un hecho que merece una especial atención por su impacto en la organización del país. Detrás de esto anida una cuestión central para el desarrollo productivo y del perfil del proyecto de nación a realizar, relativo a la relación entre la Capital Federal y el resto del país. Su comprensión nos obliga a ahondar en cuestiones fundamentales de nuestra historia, las cuales no parecen estar presentes al momento de reflexionar, por lo que el problema pasa a ser uno de alcance nacional y no meramente local. No es un problema de nosotros los porteños nada más, sino de todos los argentinos.
Se procura –hace tiempo en verdad- que la Ciudad de Buenos Aires asuma la administración de justicia actualmente a cargo de la Nación, mediante convenios de transferencias entre la Nación y el estado local. Los convenios –firmados en el veraniego mes de enero- empiezan por los tribunales en lo penal y de las relaciones de consumo pero la intención, ya puesta de manifiesto en varias oportunidades con marchas y contramarchas en los últimos años, alcanza a la totalidad de los fueros nacionales aunque requiera de la ratificación tanto de la legislatura local como del Congreso. Esto último obliga a posicionarse a los representantes de las provincias en defensa de sus intereses.
Los gremios judiciales, con razón, han alertado acerca de la pérdida de derechos de los trabajadores, en lo relativo a horario, salarios, jubilación, obra social y condiciones de trabajo en general, todo lo cual se presenta como regresivo. A la vez, se ha puesto el foco rojo acerca de las consecuencias institucionales, en orden a la designación y remoción de jueces y funcionarios, cuya facultad quedaría a cargo del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires que con mayoría simple, hoy oficialista, alcanza para nombrar y removerlos.
El caso de la liquidación de la justicia nacional en lo laboral es el que más prende la luz de alerta, por las importantes consecuencias sobre los derechos de los trabajadores. La asunción de la jurisdicción laboral por parte de los jueces de la ciudad implicaría una revisión del modo de interpretar las leyes, por lo que sería una manera de implementar la flexibilización laboral, por el predominio de la ideología liberal conservadora y propatronal en la jurisdicción porteña, como lo ha precisado el Encuentro Permanente por el Derecho del Trabajo la Defensa de la Justicia Laboral de 2016, integrado por importantes asociaciones de abogados laboralistas y especialistas. Las relaciones de trabajo de millones de personas que habitan el área metropolitana, con centro en la Capital Federal, así como las posibilidades de reclamar por sus derechos, es de indudable interés nacional, e incluso de las provincias por la vida de sus paisanos residentes en la capital.
También destaca la asunción de la justicia en el ámbito de las relaciones de consumo, cuya puesta en funcionamiento ya había sido impedida por las propias autoridades jurisdiccionales locales. Su normativa antimonopolio y a favor de las desconcentración del circuito comercial, de recurrente preocupación por, justamente, el sector empresarial monopólico y concentrado. El mismo interés nacional puede predicarse respecto del consumo masivo de bienes y servicios por parte de personas que habitan de un lado y del otro de las líneas divisorias de jurisdicción.
A todo esto se le suma el control del subterráneo, la sustitución de la policía federal por la metropolitana, el proyecto para transferir el Registro de Propiedad Inmueble de la Nación y la Inspección General de Justicia, así como el reciente pedido, en diciembre pasado, de transferir el puerto de Buenos Aires a la órbita porteña, en lo que es una estrategia de relanzamiento de la denominada autonomía porteña.
En fin, todas estas medidas van en dirección conjunta de fortalecer el poder de las autoridades porteñas, por medio de debilitar al poder nacional -y por ende la participación en éste de las provincias- en el ámbito de la Capital Federal, en desmedro de las condiciones para implementar de una política nacional. Por eso no es casualidad que se concrete justo cuando una fuerza política porteñista conduce la Nación. Todo eso es en nombre del federalismo y la autonomía porteña, que la reforma de la Constitución Nacional en 1994 le habría dado a la ciudad puerto y el apoyo que le dio la Corte de Suprema de Justicia de la Nación en el fallo “Corrales”, en la significativa fecha de 9 de diciembre de 2015.
La reforma constitucional de 1994 dispuso, además de la provincialización de los recursos del subsuelo en nombre de un equívoco federalismo, el artículo 129 que dice: "La ciudad de Buenos Aires tendrá un régimen de gobierno autónomo, con facultades propias de legislación y jurisdicción, y su jefe de gobierno será elegido directamente por el pueblo de la ciudad. Una ley garantizará los intereses del Estado nacional mientras la ciudad de Buenos Aires sea capital de la Nación". La ley 24588 (la ley Cafiero) fue sancionada un año después de la reforma constitucional, con el fin de garantizar “los intereses del Estado Nacional en la ciudad de Buenos Aires, mientras sea Capital de la República, para asegurar el pleno ejercicio de los poderes atribuidos a las autoridades del Gobierno de la Nación”, por la que se mantenía varias funciones en el ámbito nacional, entre ellas la administración de justicia nacional.




¿Capital federal o ciudad autónoma? 
 
El asunto tiene tratamiento constitucional desde 1853, estableciéndose una relación entre la Nación y las Provincias por la que éstas se reservan todo el poder no delegado expresamente a aquélla. La verdad histórica es que el federalismo constitucional tuvo la oposición de las oligarquías, por la relación desigual signada por el fuerte centralismo porteño, la disímil posición de privilegios económicos y de posibilidades de crecimiento de las regiones, de acuerdo a su cercanía con el puerto de Buenos Aires y la posibilidad de acceso a los ríos de navegación (en la cuenca del Plata). Bajo la Constitución de 1853, la entonces ciudad de Buenos Aires tenía la categoría de un municipio con autarquía, cuya federalización fue dispuesta por los constituyentes con la idea de garantizar la seguridad de las autoridades nacionales, con sede allí, y por ende el ejercicio pleno del poder nacional sin riesgos de interferencia del bando porteñista expresado en el mitrismo. No era posible la existencia de un proyecto de Nación, sin la disposición de las vitales y fundamentales rentas de la aduana de Buenos Aires para redistribuirlas en el resto del país y sustentar un crecimiento integral.
La oposición a este proyecto de país motivó la secesión de la Provincia de Buenos Aires en nombre del federalismo, quien dictó en 1854 su propia Constitución y luego el Código de Comercio, bajo el liderazgo del mitrismo, con el apoyo de los terratenientes de la pampa húmeda y los comerciantes ligados a la importación. El usufructo oligárquico de la renta agraria extraordinaria, por vía del dominio del comercio exterior, y el financiero por el sistema de bancos pendientes de los empréstitos externos, se apoyaba en el predominio centralista porteño por sobre el resto del país. Desde la perspectiva de los grandes trazos generales, dos modelos de país opuesto y diferenciados pugnaban entre sí, con eje en el centralismo porteñista uno, y en el impulso proveniente del interior (los trece ranchos, como le decían), el otro.
La contienda se definió en la conocida batalla de Pavón (1861) a favor del mitrismo, luego consolidado con su guerra de policía contras los caudillos del interior. Desde 1862, con la presidencia de Mitre, Buenos Aires aceptó integrarse al país y jurar la nueva Constitución, pero sin acatarla realmente porque en los hechos resistía a compartir las rentas de la aduana y la jurisdicción sobre su ciudad puerto.
La federalización de la ciudad de Buenos Aires se logró definitivamente en 1880 con la contienda de las batallas del sur de la Capital (los Corrales, Parque Patricios, Pompeya), con el resultado de miles de muertos en las jornadas de junio de aquel año. Entonces, se le dio categoría de municipio a la ciudad puerto quedando bajo la órbita total del Estado Nacional, cuyo Poder Ejecutivo incluso tuvo la facultad de designar por decreto al intendente, así como también quedaron las rentas de la aduana, la administración del puerto, los tribunales y otras funciones de administración política. Esa federalización (ley 1029 de septiembre de 1880) tuvo el objetivo de nacionalizar la ciudad puerto y además poner en disputa esa renta agraria extraordinaria que la oligarquía terrateniente bonaerense quería solo para sí. Fue un hecho trascendental para la organización del país, por el cual se evitó así profundizar un desguace mayor de la cuenca del Río de la Plata, iniciado con la balcanización de Sudamérica en los años veinte del siglo XIX, con la separación de la Banda Oriental, el Alto Perú y Paraguay, del antiguo territorio del virreinato, aunque no podía evitar la hegemonía oligárquica del modelo agroexportador con dependencia económica de Gran Bretaña.
En el siglo XX, la política de fomento y nacionalización del petróleo del yrigoyenismo sostuvo –como lo había hecho, de otro modo, con su lucha por el sufragio libre e igualitario y las leyes a favor de los trabajadores- un federalismo desde la defensa del interés nacional, aunque se vio truncado por el golpe de estado de 1930, que favoreció a las empresas petroleras anglobritánica y las oligarquías provinciales, partes en la renuncia a la soberanía petrolera.
Cuando el peronismo implementó el proyecto nacional con soberanía y justicia social, lo hizo desde una concepción de federalismo democrático en la cual se daba prioridad tanto a la ampliación de la participación política de las provincias, se priorizaba el desarrollo regional y alejaba cualquier propósito de autonomía del distrito porteño. Con la reforma constitucional de 1949, sin variar la soberanía residual de las provincias, modificó su concepto en cuanto estableció la propiedad nacional en forma inalienable e imprescriptible de los recursos naturales. En lo concerniente a la administración de justicia, el artículo 94 disponía que en la Capital de la Republica todos los tribunales tenían el mismo carácter de nacional. La ley nro. 13.998 (de 1950) reglamentó esta norma y dispuso que todos debían ser considerados jueces de la Nación, por oposición a los jueces de provincia, equiparados a los federales.
Así llegamos a 1994, cuando una nueva reforma constitucional incorporó normas en la materia cuyo alcance se discute actualmente. Además de la provincialización de los recursos del subsuelo en nombre de un equívoco federalismo, también se legisló el artículo 129 que dice: "La ciudad de Buenos Aires tendrá un régimen de gobierno autónomo, con facultades propias de legislación y jurisdicción, y su jefe de gobierno será elegido directamente por el pueblo de la ciudad. Una ley garantizará los intereses del Estado nacional mientras la ciudad de Buenos Aires sea capital de la Nación". Sin embargo, la ley 24588 (la ley Cafiero) sancionada un año después de la reforma constitucional, con el fin de garantizar “los intereses del Estado Nacional en la ciudad de Buenos Aires, mientras sea Capital de la República, para asegurar el pleno ejercicio de los poderes atribuidos a las autoridades del Gobierno de la Nación”.
En 1996, el Congreso de la Nación convocó a una convención para dictar el Estatuto Organizativo de la Ciudad –en conformidad con lo dispuesto en la reforma de la Constitución Nacional en 1994- pero los convencionales electos dictaron una Constitución invocando razones de autonomía. Desde entonces, la consigna porteñista fue tomando cada vez más forma alentado por las propias autoridades locales. El Supremo Tribunal de Justicia de la Ciudad, en la causa “Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del Estado” (2009), expuso su propia interpretación sobre el asunto: “la reforma de 1994 procedió en sentido originario devolviendo al pueblo de la Ciudad de Buenos Aires las potestades jurisdiccionales de las que había sido privado alterando con ello la igualdad política de quienes somos ciudadanos argentinos. En su marco, los jueces nacionales ordinarios ejercen aquellas competencias de la Ciudad Autónoma contempladas en el art. 129 de la CN que les ha reservado la ley 24.588, esto es, potestades que toma la Nación en ejercicio de su discrecionalidad legislativa, hasta tanto exista un acuerdo entre Nación y Ciudad que permita dar plena operatividad al citado art. 129 de la CN”.
Tras un sistemático cuestionamiento de la ley Cafiero, se empezó a alegar una injerencia de la Nación en asuntos locales y una discriminación en perjuicio de los porteños. La Corte Suprema de Justicia de la Nación, en un fallo reciente y de por sí regresivo porque rechaza la competencia de la justicia laboral para proteger los derechos de los trabajadores de la AFSCA, hizo mención a que “el carácter de nacional de los tribunales ordinarios de la Capital Federal es meramente transitorio”, dando apoyo al traspaso de la justicia nacional –la del trabajo en particular- al ámbito de la Ciudad de Buenos Aires (“Sapienza, Matias Ezequiel y otros c/ Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual y otro s/ acción de amparo”).





¿Unidad o fragmentación del país? 

El alcance de una supuesta autonomía porteña está limitada fuertemente por el interés nacional existente en la regulación normativa y contralor de las principales relaciones sociales que se despliegan en el área metropolitana, que incluye a los lindantes partidos del conurbano de la Provincia de Buenos. La ciudad puerto metropoli es sede de las firmas comerciales más importantes del país, de las multinaciones que concentran la alta industria y el comercio exterior, de las financieras y principales bancos, de los medios de comunicación hegemónicos, y, principalmente, el espacio donde trabaja, vive y circula el núcleo de la mayor masa trabajadora del país. Es también la sede de las autoridades nacionales, de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, cuya seguridad, al menos, debe estar a cargo de fuerzas nacionales, y del puerto más importante del país que funciona como eje del mercado exterior. Dueña de una cultura eurocéntrica con el propósito de irradiar mesiánicamente hacia el resto del país en forma de falsa civilización, que hoy se transmite por vía de los multimedios.
En el caso de la IGJ, su función es la de ejercer las funciones de autoridad de aplicación, control y registración de las sociedades comerciales constituidas en la ciudad de Buenos Aires, entre ellas de las sociedades off shore, por lo que cuenta con información sensible para detectar evasiones y fraudes económicos. Pero el caso del traspaso a la ciudad del puerto de Buenos Aires reviste una especial gravedad: es el puerto más importante del país, el único que queda en poder del estado nacional después de la Ley de Puertos de 1992, es el responsable de garantizar la comunicación de las diferentes regiones del país con el mercado externo, el eje de la cuenca del Plata, que opera con la mayor cantidad de mercancías por exportación e importación y fuente de una recaudación de miles de millones de dólares al año.
La declamada autonomía porteña tiene actualmente, así, el mismo significado que tuvo a la largo de la historia, cuando el centralismo porteñista invocaba en el siglo XIX el argumento del federalismo para defender sus privilegios particulares, como explicaba Alfredo Terzaga, el historiador cordobés: “nada de organización si es que la organización tenía que ser federal; nada de capitalización de la ciudad; nada de libertad de los ríos; nada de nacionalización aduanera”; en cambio, “cada vez que en Buenos Aires apareció un movimiento o una actitud de carácter ´federal´ (Tratado del Cuadrilatero, Santa Federación, entre otros), lo fue para aferrarse al puerto, bajo el manto federal, a los mismos privilegios y exclusivismos que defendiera bajo la cubierta del unitarismo” (en “Historia de Roca”, Peña Lillo, Buenos Aires).
Esta oportuna actitud federal renació en 1994, amagó durante los últimos años y tomó envión en la actualidad, con esta renovada vocación por la autonomía. Se trata de un trazo largo en la historia argentina que continúa en el presente, avivando los aires de cambio regresivo y de fragmentación nacional, de la mano de un neoliberalismo desintegrador de los lazos comunitarios en las bases sociales. No es necesario un regreso a la secesión de1854, sino que alcanza, como en 1862, con sustraer a la Capital Federal de la dirección política del poder nacional y por ende de la posibilidad de compartir el destino del resto de los argentinos: sería, sin exagerar, un retroceso al tiempo anterior a 1880 cuando se federalizó la ciudad de Buenos Aires, tras un el combate de Los Corrales, Puente Alsina y Parque de los Patricios.
La autonomía porteña así entendida es un factor de debilitamiento del poder nacional y de la posibilidad de sostener una política de autodeterminación y soberanía nacional. Es una modificación esencial en la organización del país, que opera como un reaseguro, presente y futuro, para el modelo oligárquico conservador, y un obstáculo estructural para avanzar en un desarrollo productivo integral, democrático y federal. Por eso, lejos de algún anacronismo, otra vez el país se encuentra en la disyuntiva histórica de debatir el sentido de la autonomía de la única ciudad-metropoli con que cuenta, en los términos precisos y concretos de unidad o fragmentación nacional. Nosotros, los porteños, deberíamos tener presente esa enseñanza primera para nuestra América, que indica a la unidad como el único ejercio de autonomía posible. O lo que es lo mismo, hacer nuestro el consejo de un bonaerense del siglo XIX, los hermanos seamos unidos o nos devoran los de afuera. 

Javier Azzali
Profesor en Derecho (UNPaz/UBA). Miembro del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales “Felipe Varela”. Porteño, pero no porteñista. 

Nota publicada en Revista Digital Zoom
http://revistazoom.com.ar/autonomia-portena-federalismo-o-fragmentacion-nacional 


 (Fuente: http://cuestionesdelapatria.blogspot.com.ar/2017/03/autonomia-portena-federalismo-o.html)

lunes, 27 de marzo de 2017

TRUMPGATE: REBELIÓN EN LA GRANJA; MADUROGATE: EL COLAPSO, Por Heinz Dieterich, para Vagos Peronistas


Heinz Dieterich


Heinz Dieterich, para Vagos Peronistas,  26.3.2017

Trumpgate: Rebelión en la Granja; Madurogate: el colapso

1. “Tonterias extremadamente ridículas”


Es absolutamente inédito que un almirante estadounidense se atreva a calificar públicamente al equipo presidencial,a que sirve, de “idiota” y “extremadamente ridículo”. Pero, esto es exactamente lo que sucedió en el Congreso imperial, cuando fue interrogado el director de la agencia de espionaje más importante del mundo, la National Security Agency (NSA), el almirante Michael Rogers. Preguntado sobre la afirmación de los trumpistas, de que Obama había espiado a la campaña electoral republicana vía el servicio secreto británico GCHQ, “para no dejar huellas digitales estadounidenses”, Rogers --cuya agencia intercepta 200 millones de mensajes aldía(¡!)-- calificó tales alegatos públicamente como “nonsense” y “utterlyridiculous”. "I have seen nothing on the NSA side that we ever engaged in such activity" or was asked to conduct surveillance of Trump by Obama, dijoRogers.Es un inconfundible signo de debilidad de Trump, que tales enunciados del militar no hayan producido su inmediata destitución, por el colérico Mussolini de la Casa Blanca.

2. Los animales se organizan

No menos insólito es que la policía política del régimen, el FBI, investigue formalmente a un Presidente en funciones, que ni siquiera ha compuesto su equipo de gobierno y lleva menos de tres meses en la Casa Blanca.La policía política (FBI) confirmó también ante el Comitéde Inteligencia del parlamento (House IntelligenceCommittee) que está indagando vínculos entre el equipo de Trump y Rusia. Propició una cachetada adicional al Duce, al insistir categóricamente que no existe “evidencia empírica”para sostener las acusaciones de Trump contra Obama. Llevando la embestida contra Trump aún más lejos, el poderoso Comité de Inteligencia, que tiene accesosa secretos de Estado (arcana imperii), que sonvetados para la mayoría de los Congresistas, convocó a una investigación “independiente” sobre las relaciones entre el equipo del oligarca inmobiliario ydel tovarich ruso, Vladimir Vladimirovich Putin; Buddha(iluminado) de la geopolítica global.

3. Colapsa el castillo de naipes
Desde que el embaucador Trump entró en la Casa Blanca ha andado de derrota en derrota. Una de sus grandes mentiras fue que había organizado y conducido una empresa transnacional y que por eso sabía cómo manejar el gigantesco ecosistema nacional y global del Imperio. La verdad es que su experiencia de management es la de una especie de hotel boutique y que cuando quiso organizar negocios transnacionales, fracasó. Y así le ha ido con la Casa Blanca. Las dos versiones de su veto islámico han sido bloqueadas por jueces y son boicoteadas por ciudades y ciudadanos. Su asesor de Seguridad Nacional, el lobbyista profesional y General retirado, Michael Flynn, tuvo que renunciar por mentiras sobre sus relaciones con Rusia. Su propuesta de Secretario de Trabajo, Puzder, fue derrotado antes de entrar en batalla. En el Pacífico y Asia ha perdido la iniciativa estratégica ante China, y en Eurasia ante la alianza estratégica Rusia-China. Su prestigio y el de Estados Unidos anda por los suelosen la política global y dentro del país.

4. Derrota humillante
La derrota más estrepitosa y dañina la acaba de sufrir en el Congreso. Su criminal propuesta deliquidar el seguro social de Obama (AffordableCareAct) en la Cámara Legislativa, fue retirada por falta de apoyo de los dos partidos políticos de la plutocracia. Resignado, el tóxico líder republicano Paul Ryan declaró que tendremos que vivir con el Obamacare para el futuro previsible: “We’regoingtolivewithObamacarefortheforeseeablefuture.” Tiene razón Hillary Clinton cuando dice que es un triunfo para el pueblo estadounidense. De hecho, es el triunfo de la movilización de los ciudadanos contra uno de los más infames y mentirosos ataques oligárquicos de Trump. En términos de Animal Farm de George Orwell, se trata del colapso de la hegemonía del jefe cerdo Napoléon sobre los animales de la granja.

5. Plomo o impeachment
Los dueños del complejo militar-industrial-de inteligencia de Estados Unidos, junto con Wall Street y Silicon Valley, son los amos del país. Son el núcleo de la oligarquía imperial que gobierna a la Unión Americana desde hace más de dos siglos y, a la sociedad global, desde hace siete décadas. Frente a esa power elite (C. Wright Mills), cualquier Presidente es esencialmente un Calibán que ejecuta órdenes. Si se le ocurre rebelarse o pretende asumir demasiada autonomía, paga un alto precio: John F. Kennedy con un balazo, Nixon con la destitución por impeachment (juicio político). Ambas vías de remoción son tan americanas como Grandma´sapple pie. No sabemos cuál de los dos le espera a Trump, pero es obvio que sus espacios de maniobra se reducen vertiginosamente. Es el presidente estadounidense menos popular desde 1945, con un 58% de los ciudadanos desaprobando su gestión (Gallup). Lo que lo mantiene a flote es, esencialmente, la expectativa de sectores de la “billionaireclass” (B. Sanders), de reducir fuertemente sus impuestos corporativos y, la mafia jerárquica del Partido Republicano.

6.Goetterdaemmerung: el Ocaso de los Dioses
En mi artículo del 21 de febrero (“Trump y Maduro en caída libre”), escribí, que Maduro y Trump son almas gemelas en una realidad virtual. Que el presidente venezolano y su régimen autocrático, al igual que el delincuente político Trump, se hunde cada vez más en su burbuja de delusiones y mentiras; que tiene como única salida pactar una Solución sandinista debilitada con sus adversarios y negociar el asilo político para él y los demásresponsables del desastre, en Cuba, Rusia o China. Bueno, esta posibilidad ya desapareció, porque la solicitud pública de ayuda de Miraflores a la ONU significa el primer reconocimiento público de la camarilla en el poder que su modelo y gestión ha fracasado rotundamente. Maduro alzó la bandera blanca de la rendición (casi) incondicional. En consecuencia, y semejante al caso de Trump, la oligarquía retomará pronto el poder y reforzará los filtros de acceso a las palancas del poder estatal para los advenedizos. Ignominioso fin del episodio socialdemócrata-populista en Venezuela y grave hipoteca para el futuro de su pueblo.




viernes, 17 de marzo de 2017

COLONIZACIÓN DE LA SUBJETIVIDAD: LAS NEUROCIENCIAS, Por Nora Merlin


Obertura del Editor: Ya Hegel en la Fenomenología del Espíritu, al tratar la fisiognomía y frenologia, ciencias de moda en  su tiempo, demuele las interpretaciones de los cientificos dedicados a esas tareas, con su famosa frase, "El espíritu es un hueso", de alguna manera, Hegel, se mofaba de esas ciencias, aunque reconocía que eran parte, que, desde la ignorancia, hasta el saber absoluto, se debe transitar; no es muy distinto, hoy, el Dr. Facundo Manes y su encantamiento de las neurociencias, ¿habrán encontrado el espíritu, en el juego neuronal?. Heidegger en el siglo XX, también encaró su crítica, a los que querían bucear en el cuerpo, en el cerebro, y encontrar el ser, en todo caso se encontraban con el ser de la técnica manipuladora y arbitraria. Desde otro punto de vista, la física cuántica patrocina, en alguno de sus intérpretes, la reconciliación de ciencia y espiritualidad, al menos los cuánticos, lograron demostrar en las particulas más microscópicas del universo, el movimiento de sus componentes, y la tensión que el observador provoca en los componentes de las partículas y  como transforman sus posiciones.
 
Colonización de la subjetividad: las neurociencias



El discurso apolítico de las neurociencias convierte intereses económicos y empresariales en conocimientos neutros instituidos como verdades. El Dr. Facundo Manes es uno de los representantes de esta corriente que sitúa a las neurociencias como el paradigma biopolítico funcional al neoliberalismo; un gurú comunicacional sostenido por los medios corporativos y las empresas farmacológicas.



Por Nora Merlin*

(para La Tecl@ Eñe)


El sistema capitalista en su variante neoliberal funciona imponiendo ideas a través de los medios de comunicación corporativos y el marketing, que se incorporan, se demandan y terminan naturalizándose. Se trata de un proyecto colonizador que necesita realizar una producción biopolítica de subjetividad, y con ese objetivo se apropia de sentidos y representaciones de la cultura.



La subjetividad neoliberal se configura siguiendo el modelo empresarial planteado como una serie uniformada, en la que lo humano se reduce a su mínima expresión: todo debe estar calculado, disciplinado y controlado. Las personas se someten a los mensajes comunicacionales, que terminan funcionando inconscientemente como órdenes. De esta forma, incorporan los imperativos de la época y sustentan la creencia de que eligen libremente mensajes comunicacionales, mientras que en verdad son impuestos a fuerza de repetición y técnicas de venta.



El neoliberalismo como régimen de colonización de la subjetividad, tapona con objetos tecnológicos y medicamentos el lugar de la falta estructural del sujeto y de lo social, rechazando lo que hace límite o funciona como imposibilidad. Esta operación inevitablemente conduce a la angustia, principal afecto desarrollado en el neoliberalismo, la que se manifiesta en el cuerpo como taquicardia, sudoración, mareos, ahogos, etc. Otras veces produce culpa inconsciente y necesidad de castigo, porque el sujeto, transformado en consumidor, siempre está en falta, nunca se siente a la altura de los mandatos empresariales del éxito y el mérito. Se establece una dialéctica circular y compulsiva entre desarrollo de angustia o culpa y consumo de psicofármaco-tapón, cuya dosis nunca resulta suficiente.



Entre las tácticas que apuntan a la colonización de la subjetividad, se sitúa el apelar a la ciencia y convertir intereses económicos y políticos en conocimientos neutros que se instituyen como verdades indiscutibles. Se trata de una manipulación mediática, repetitiva y supuestamente acrítica, que se hace en nombre del prestigio social de la ciencia y de una supuesta objetividad apolítica. Se pretende imponer saberes aparentemente neutrales, que con su insistencia se vuelven sentidos “consensuados” por la comunidad. ¿Quién se anima a contradecir a “La ciencia”? ¿Quién pone en tela de juicio lo que afirma un “doctor”? La subjetividad indefensa se arrodilla y se somete ante un supuesto saber científico siempre triunfante que se erige como uno de los amos de la civilización.



En esta perspectiva debe considerarse que la investigación sobre el cerebro puede funcionar como una renovada oferta de espejitos de colores. Las neurociencias son un conjunto de disciplinas que estudian la estructura, la función, y las patologías del sistema nervioso, pretendiendo establecer las bases biológicas que explican la conducta y el padecimiento mental.



Las neurociencias, funcionales al neoliberalismo, se proponen fabricar la construcción biopolítica de un sujeto adaptado al circuito neuronal, portador de amores calculados y angustias medicadas en nombre de una supuesta salud mental equilibrada que viene con receta y protocolo. Por ejemplo, el Dr. Facundo Manes, uno de los referentes de esta corriente en la Argentina, afirmó que “El amor más que una emoción básica, es un proceso mental sofisticado y complejo”. Manes determina un amor basado en un circuito neuronal, que se fundaría en el funcionamiento del cerebro cuando nos enamoramos, sosteniendo, por ejemplo, que el tamaño de la pupila influye en la atracción que podemos provocar en el otro.



No deja de sorprender que se presente a las neurociencias como lo más moderno cuando en realidad se trata de un reduccionismo pre-freudiano, que homologaba lo psíquico a lo biológico y que afirmaba que los procesos mentales eran cerebrales. (“Un servidor de pasado en copa nueva”, como dice Silvio Rodríguez). Reducir el sujeto, la relación con el prójimo, lo social, a la actividad espontánea de la corteza cerebral o a la conectividad neuronal implica un anacronismo. El descubrimiento de la neurona, a fines del siglo XIX, realizado por Santiago Ramón y Cajal fue un aporte fundamental a la neurología. Pero ya en 1895 siendo neurólogo, Sigmund Freud sostuvo que esa disciplina era estéril para investigar lo psíquico. Abandonó ese camino y se orientó hacia lo que sería el psicoanálisis: descubrió la importancia de la palabra y la escucha en la afectación del cuerpo y la producción de síntomas, planteando que es vía la palabra y la escucha de cada sujeto que advendrá la curación. En 1.900 descubrió el inconsciente e inventó el psicoanálisis como práctica, construyendo una teoría que traería muchas novedades, entre ellas un nuevo cuerpo que no sólo es orgánico ni determinado por conectividades neuronales, sino que está marcado, traumatizado y sintomatizado por las palabras del Otro. El psicoanálisis propuso un corte epistemológico radical: vino a cuestionar la universalidad de la norma, otorgando, como nunca antes había sucedido en la historia de la cultura, dignidad a la diferencia absoluta: cada sufrimiento es singular, cada caso es una excepción, cada amor es único, la sexualidad no es biológica, uniformada ni coincide con la genitalidad y el cuerpo hablado se constituye como erógeno. Más tarde Jacques Lacan continuó desarrollando el psicoanálisis: lo articuló a la lingüística, la lógica, la topología, etc., y ese cuerpo teórico constituye la herramienta fundamental para tramitar el sufrimiento del hablante-ser.





"Hoy la palabra neurociencia está de moda en consonancia con el desarrollo neoliberal; en éstos tiempos y en nuestro país tiene entre sus representantes a un gurú comunicacional sostenido por los medios corporativos, el Dr. Facundo Manes. Dicho neurólogo no resulta un actor social neutral sino una figura ligada al gobierno, probablemente candidato de Cambiemos en las próximas elecciones. Asimismo, se quiere crear un polo de “neurociencias aplicadas” en beneficio de empresas privadas, negocios inmobiliarios y laboratorios."





Las neurociencias intentan avanzar hacia la medicalización a partir de situaciones comunes de la vida, por ejemplo un duelo, una ruptura de pareja, un conflicto, apuntando a narcotizar la angustia, la culpa y lo que consideran anomalías sintomáticas. Otro aspecto a considerar es que parten de un supuesto que en sentido estricto constituye una estafa, que es la adaptación o la homeostasis y la armonía como horizontes posibles de la existencia humana sexuada y mortal. Para graficarlo, sería la metáfora del amor como media naranja, o la acomodación de los sujetos al orden instituido, generando la ilusión de una completud sin restos, diferencias ni perturbaciones.



Los psicoanalistas nos oponemos a regresar a la caverna paleontológica que proponen las neurociencias. Nuestro punto de vista es que el padecimiento subjetivo singular no está causado por la neurona, que el inconsciente no es biológico y que los tratamientos que proponen las neurociencias no son modernos ni serios. La medicación que proponen opera como una mordaza para adormecer a los sujetos y silenciar el sufrimiento, lo que termina agravándolo, en tanto que desde una posición psicoanalítica de lo que se trata es de que exprese y se aloje en una escucha especializada: el analista.



El proyecto de las neurociencias no es inocente, apunta a la medicalización de la sociedad, pretendiendo engrosar el mercado de consumo de medicamentos acorde con las corporaciones de los laboratorios, así como disciplinar y adaptar los sujetos a la moral y la norma del dispositivo capitalista.



Hoy la palabra neurociencia está de moda en consonancia con el desarrollo neoliberal; en estos tiempos y en nuestro país tiene entre sus representantes a un gurú comunicacional sostenido por los medios corporativos, el Dr. Facundo Manes. Dicho neurólogo no resulta un actor social neutral sino una figura ligada al gobierno, probablemente candidato de Cambiemos en las próximas elecciones. Asimismo, se quiere crear un polo de “neurociencias aplicadas” en beneficio de empresas privadas, negocios inmobiliarios y laboratorios. Ese centro se constituiría a través de la reconversión y refuncionalización de los hospitales neuropsiquiátricos José T. Borda y Braulio Moyano, que a su vez pasarán a ser “centros de atención, experimentación e investigación relacionados con las neurociencias aplicadas”. Una decisión tan fundamental de política sanitaria no se puede tomar de forma unilateral, sino que debe ser el resultado de un debate que incluya a todos los agentes involucrados en la salud mental.



Las neurociencias implican el triunfo de la medicalización, del paradigma positivista y de la investigación técnica desligada de los efectos políticos y subjetivos de vivir con otros y otras. Supone el negocio de los laboratorios y el triunfo de la colonización neoliberal que produce psicología de masas, donde el sujeto se reduce a ser un objeto de experimentación manipulado, cuantificado y disciplinado.



El sujeto no se calcula por expertos ni viene con protocolo de “normalización civilizada”, no cedamos la cultura.



Buenos Aires, 15 de marzo de 2017



*Psicoanalista, docente e investigadora de la UBA- Magister en Ciencias Políticas- Autora de Populismo y psicoanálisis


jueves, 16 de marzo de 2017

INDIOS, CONCIERTOS Y FRONTERAS, Por Horacio González (Fuente: Página 12, 15/03/17)


El "Indio" Solari

Una primera evidencia sobre el Indio Solari me la trae el hecho de que puede parar sus conciertos. Desmiente el sugestivo pensamiento que dice que el show siempre debe continuar porque está por encima de las contingencias de un artista y del público. Como si fuera una vida aparte de la vida. Otro segmento de la realidad con leyes propias. Entonces, el show estaría más allá de todo, pues es portador de su propia decisión de parar o morir. Si tiene algo angélico, entonces no para. Pero el Indio paró varias veces el show de Olavarría, introdujo en lo angélico una voz de preocupación, un intento de orden, una nota de sorpresa. Vio desde el escenario que había otra cosa que no es lo que entrega la música, vio el fino borde de tragedia que siempre sobrevuela a las muchedumbres. En verdad, siempre se ve eso, pero existen diversos planos de conciencia sobre lo que es un público masivo, escuchar su música interna, arrastrada en fricciones inaudibles de cuerpos, ensordecedoras, pero desde una lejanía que puede no llegar a los palcos. Pero esta llegaba. Y no parecía ser un mero pogo. El Indio buscó nombres, filiaciones etéreas, definiciones ausentes. ¿Quiénes eran? Inútil preguntárselo ahí. Quizás pensó en los muertos, en Bulacio, en los jueces, los periodistas, los acechos, esos búhos del destino.
Horacio González


Pogo. ¿Quién inventó esa palabra?¿Los sex-pistols? ¡Vaya! El pogo es ambiguo, tiene un tramo dislocado pero le busca una significación al éxtasis colectivo. En realidad, busca tranquilizar con una estética del movimiento, trasladando el rock al circo, a la murga, a la gimnasia lúdica, en definitiva, aunque resulte extraño, a la anti-avalancha. El cuidado de sí y entre sí de los muchos es una formidable utopía equivalente a que otros llamaron la comunidad inconfesable. Hay reconocimientos mutuos pero nadie habla en su nombre. El Indio, me parece, tampoco. Solo exhibe a desgano una rectoría que goza con su propia capacidad de asombro. No es ingenuo, sabe que hay aparatos organizativos, cálculos de economías, actos contables, fianzas, complejidad política, pero lo que sigue buscando, está animado por un pensamiento que atraviesa el ser lúdico, el inhallable bálsamo y la ronda de la enfermedad. Un músico en concierto, enojado, irritado, es un hombre sin vestimentas sacerdotales, su aura la emplea para preguntarse sobre la vida y la muerte. Semejante a parar un concierto.

Finalmente, el pogo es para serenar, aunque toma mucho de las hinchadas, es lo contrario de ellas. Pero si un concierto se para, es porque el pogo de la multitud, la serenidad con su drama en movimiento, se tensa hacia sus límites. Una multitud en pogo maneja sus fronteras, pero siempre hay dificultades, bordes, extremos, “borrachines”, que fue la expresión, creo, empleada desde el escenario. La relación pogo-escenario puede quebrarse. El Indio, con su oscura sutileza, lo percibió. Atenazado por su propio mito, no dio los nombres exactos a lo que ocurría porque ni él ni nadie podían hacerlo. ¿Sabía, deseaba, pudo impedir que entren cien mil personas más? El mito nos ilustra sobre nuevos nexos vitales, y como en los pactos con el diablo, también escuchamos su carcajada irónica cuando nos retira su apoyo. En un país punitivo, donde el aparato judicial está condicionado por paranoicas fantasmagorías, el sentido profundo de la justicia está por perderse. Todos ya estamos penalizados de antemano.

Este es un país de condolencias fáciles y rápidos buscadores de culpables. El presidente declara que respetar la “normas” puede ser fastidioso (“antipático”, dijo) pero si lo hacemos, después se nos brindarían “oportunidades”. Descalabrada interpretación, y no porque se le pida a sus concurrentes a un concierto masivo que sean “normativos”. ¡Se le pide a los seguidores del Indio que sigan la “norma” para luego tener “oportunidades”! Todo fuera de foco, desubicado, para emplear una palabra que el mencionado presidente le gusta. Los que asisten, creo, son promesantes de un desenfadada creencia, una comunidad de visitantes masivos, que altera por un día una pequeña ciudad. Allí hay habitantes, vida cotidiana. Los intensivos huéspedes, son forasteros que parecen un desmadre y ponen a prueba la hospitalidad. Peregrinos de fronteras detrás del Capitán Buscapina, hay una gracia del medioevo neo-barroso que se quiere intentar en la larga e intermitente marcha en medio del lodazal.

¿Los antropólogos podrán ver también la ironía que recorre todos los espacios en blanco que deja el Indio en sus canciones y estas ceremonias de frontera mal llamadas “misas”? En este caso todo sucedió en esos viejos campos que el Ejército de Roca le dio a los coroneles o a los sargentos, donde muchas décadas de después se instalarían prisiones y cementeras, y en esta última, la de Fortabat, lleva a que los Macri instalaran antaño sus campamentos de caliza y de arcilla como socios menores de Fortabat. Olavarría fue el cruce de destinos de los Macris y los Solaris, lo que llegó en un día embarrado y embromado. Los empresarios se habían ido hace mucho, el otro llegó en la avioneta donde hasta el piloto declara que lo vio taciturno y retraído. ¿Hay verdaderos testigos? Para pensar: la enorme mayoría vio otra cosa; el vecino a una tragedia casi siempre se entera después; se los obliga a atestiguar y sin embargo no vieron.

De los Macri, que empiezan allí su carrera empresarial, no se puede decir que abundaron en ellos las normas, aunque sí la ansiedad de las oportunidades. Carlos Solari, el indio “sin normas”, era en verdad quien las estaba buscando desde siempre, con banderas de dos colores sugestivos en el corazón. El Indio toca temas de fondo con la actitud de quien solo los roza. El que los escucha así es lógico que pueda demorarse o fracasar, si no cree que ya está dicho todo. Lo que se dice está dicho entre hermetismos y destellos insinuados en las canciones de toda una vida. Y si no se termina de comprender, es por eso que los que van, van. Saben de memoria las inflexiones enigmáticas de esas letras que siguen pidiendo el trabajo de develamiento.

El peregrino se expone y se cuida, tiene la honra de ser culpable y de reclamar que se le exima del pecado de andar por el camino buscando una pócima de consuelo. Ahora está solo, sin señal en el celular, ya apagado el pogo, con dos muertos en su conciencia tardía, de los que no es responsable. Que un fallecido se llame Bulacio es para pensar, no para que el juez diga “ya lo sabía”. El destino no es judicializable ni apto para un juicio al paso. Los que se abalanzan buscando cadalsos señalan por el lado del Profeta o al Estado, y en el medio, a los Organizadores. Se ha dicho también, a la Multitud. No hay jurisprudencia, ni peritajes, ni autopsias, ni investigaciones periodísticas para laudar todo eso. Solo queda exonerar piadosamente al que juzga apresuradamente depositando una facilidad en la urna de las culpabilidades individuales colectivas. La verdadera responsabilidad la declara la conciencia profunda; los grandes caracteres en ese sentido son siempre culpables. La responsabilidad penal es otra cosa, y también tan sutil, que un fiscal montado en grúas excavadoras puede arruinar un tema, una forma de la vida y también el acceso a la razón.

Olavarría comprime su historia desde Namuncurá hasta este Indio de La Plata, acusado de falso, de autor de un “relato”, de “impostor”, de hacerse precisamente de la plata. No, claro que no. El juicio, aquí, debe comenzar por registrar líneas de fuerza de la cultura nacional, corrientes sentimentales, tensiones históricas o territoriales, escrituras de la pampa indócil, violenta, antes de hablar de negocios de la “industria cultural y contracultural”, de poéticas juveniles y de su “base económica”, para ser explícitos. Pero de nada de eso hoy se habla con conocimiento ni puede fundar una esfera de responsabilidades profundas que no reproduzca las triquiñuelas de cualquier operación política minusválida. Hay que ver todo esto como un intento de cotejar multitudes transversales, las que recorrieron por toda una semana la ciudad de Buenos Aires, que preanunciaban las de Olavarría, pero estas fueron a una antigua frontera pues su oficio es hoy escrutarlas, saber más sobre ellas.

José de Olavarría fue un militar unitario (daría lo mismo si fuera de otro color, o tuviera otros tickets en la mano) pero la ciudad fue fundada por Álvaro Barros, un coronel escritor, autor de la “Guerra contra los indios”, que observando esa frontera que es hacia 1870 Olavarría –muchas veces, con sugerentes descripciones, tanto como las del comandante Prado–, cuenta la historia de una lechuza maligna, leyenda que a su vez recibe los indios: “entonces como obedeciendo a una orden de retirada, la lechuza remontó el vuelo, se detuvo un momento cerniéndose sobre la multitud de indios que la habían perseguido inútilmente, y se alejó ya silenciosa, perdiéndose luego en el bosque”. ¿La vio el Indio?

Hay una verdad en el indio Solari: tiene una poética basada en una rítmica de cronista entrecortado, sus versos se potencian porque les falta una secuencia explicativa intermedia, y porque amagan con nombres sacados de cuajo de su vulgar familiaridad. Están pensados como una historieta, o un diálogo con alguien invisible, una segunda voz que suelta palabras para inhabilitar una comprensión completa de las cosas. ¡Está aquella lechuza! Las letras de las canciones consisten en una acción principal narrada entre vacíos y sobrentendidos, casi siempre paródicas, con ritmo secreto de cómic, una voz ácida que clama y una musicalidad recubierta con capas de óxido exuberante, que pone un velo sobre el dolor más íntimo que la alimenta. Hay desdichas que se van desvaneciendo y una mordacidad sobre los logos comerciales y etiquetas que forman parte de la pantanosa lengua contemporánea. El fiestero Rey Garufa, el capitán “buscapina”, el “ticket de la revolución”, el “mohín de tu desván”, “justo saltaban las tostadas”. Apodos del barrio, palabras capturadas con red para mariposas, promesas difusas y amores concretos, amores concretos y promesas difusas. Que se convierten en ideogramas del cosmos y en cachadas imperceptibles.

Es sabido del aislamiento y su precio, lo que gusta y no gusta del Indio, nada de eso es fácilmente explicable (¿debo escribir “también para él mismo”?). Pero en verdad no se puede aislar esta poética del otro mundo de la música rock, porque aquí se escuchan numerosos ecos, no fácil en su identificación pero sobriamente existentes. Fito Páez, Charly García y Spinetta, pongamos también Cerati, Calamaro, son otras constelaciones que no que se complementan en nada, salvo que también encadenan en otros horizontes impalpables sus diferentes poéticas. Juntar, se juntan; el lugares muy retirados, invisibles, donde los pescados están rabiosos porque hay pescados podridos. Comercio o no comercio, ellos hablan de una pregunta sobre el mundo, sobre si está perdido y sobre si habrá anuncio de salvación. Pregunta que cada uno hace por sí mismo. Parecen que las profecías, enigmas y plegarias de estos músicos, sus teologías negativas, aceptan un orden de exhibición encuadrado bajo otras fronteras de la imaginación –a ser redescubiertas– que no vale anular diciendo “son tribus diferentes”. ¿Qué tribus? Namuncurá era indio, y derrotado lo hicieron Coronel. El Indio no es indio y muchos desean transformarlo en organizador del malón.

¿Qué esto nada tiene que ver con las otras grandes poéticas? No lo creo, pero cada una evoca la otra y en todas resuenan las demás. Los acordes, la invención musical, los bajorrelieves sonoros son todos distintos. Concedo. Pero la verdadera diferencia es otra. Hay muertos, policías, intendentes, responsabilidades, municipalidades, presidentes, jueces. En la profunda crisis de la facultad de enjuiciar que vive el país, ¿quién puede reconstruir el juicio? Siempre son los muertos quienes lo reclaman y hablan sin poder hablar, rezan sin poder rezar.

El indio es la angustia sumada a la discreta sorna. Inventó el surco o el perímetro de las ciudades medias, Gualeguaychú, Tandil, Olavarría, como un circuito mitológico. Una interrogación de las fronteras que subyacen a esos antiguos villorrios que no son más enclaves, la mayoría de los cuales provienen de la ocupación territorial de las últimas décadas del siglo XIX, pero olvidaron su historia. Que fue la de la expansión de unas culturas sobre otras, la historia misma de la humanidad. Quizás sin proponérselo, las procesiones indagan el subsuelo y los cimientos de esas ciudades inconclusas. El rey de las alegorías aplazadas, el patricio de lo ácido, el impugnador de nombres expelidos por las maquinarias comunicacionales, el firmador de solicitadas, está siendo despreciado. Pero su lirismo es una suspensión, por un arbitrario y mínimo momento, de las realidades más crudas. Lo llamemos mito, religión o misal de los desesperanzados, lo lírico suspende de a ratos los accesos de violencia y el pogo la sustrae del límite donde los cuerpos ya no tienen retorno. El lodo en que se entrecruzaron vidas y destinos en Olavarría merece pensamientos de altura, no el apresuramiento de todas las fiscalías más oscuras del país, con su invisible pogo del castigo que obliga a opinar con miedo, a proceder obtusamente y a calcular quién “capitaliza”. Trescientas mil almas pueden caber así en un carpetazo. La expresión “todos tus muertos” no es equívoca. El que allí habla, no sabemos quién, nos reclama a todos nosotros, para elaborar lamentos y proseguir la tarea, mordiéndonos los labios.