viernes, 8 de marzo de 2019

¿SABER?, primer fragmento del capítulo, correspondiente al libro inédito, DE LA DOMINACIÓN CONSENTIDA, Por León Pomer(") para Vagos y Vagas Peronistas




¿Saber?

Pueblo: anónima y heterogénea generalidad humana, cuyo vivir suele ser visitado por tétricas realidades: la dominación aspira a que sean vividas como la “realidad”, la única posible, realidad sin alternativas, y por lo tanto, no sujeta a elección. Las abyecciones que proliferan en la sociedad, atribuidas a la maldad congénita del hombre, se agravan en tratándose de las masas. La dominación precisa que ellas lo crean. Quienes lo creen a pie juntillas (un costado importante de su saber) son sectores medios que han sido llevados a pensarse dotados de aptitudes personales exclusivas y excepcionales. 

La realidad de la dominación (una estructura específica de relaciones humanas) debe ser asimilada como un fenómeno natural: la palabra dominación no existe en el vocabulario cotidiano, no se menciona. Los dominados deben estar persuadidos de que las “cosas” son así, irremediables. Toda la cultura del sistema, de manera explícita o no, no puede sino apoyar esa persuasión. 

La vida social supone aprendizajes y experiencias. Al decir de Benasayag (2015:80), las ocurrencias que afronta el ser humano modifican y “esculpen” su cerebro. Nuestros cien millones de neuronas cambian de forma todo el tiempo de acuerdo con la vida que enfrentamos: lo muestra la plasticidad cerebral (Id., Id:86). Sociedades diferentes en el suceder de la historia, produjeron sapiens con características y atributos inherentes a otras formas de relaciones humanas y experiencias de vida. Pero las masas populares siempre padecieron dolor y frustraciones, amén de rutinas resignadas e imbecilizantes. 

La historia muestra, y lo muestran los días actuales, que aun siendo la dominación un fenómeno vivido como una “realidad” natural suscita y siempre suscitó reacciones violentas, disidencias radicales, transgresiones irreconciliables con su presunta naturalidad. Siempre hubo rebeldías y las sigue habiendo: enfrentaron y enfrentan el peso del Poder, sus desenfrenos. Si bien hubo y sigue habiendo los que no aceptaron ni aceptan el sistema, los hubo y los sigue habiendo que lo aceptan bajo la presión de la violencia, de la educación, de la creencia resignada en un destino ineluctable y la esperanza de una recompensa[LP1] [LP2] en un más allá de la vida. 

Las vidas de las grandes mayorías, hoy más que nunca, tienen una función en la sociedad capitalista: son cosas para ser usadas. Cuando gastadas pierden toda utilidad, son un peso muerto, sobrantes que deben ser expulsados del mundo de los vivos. Lo aconseja la prominente señora Lagarde, jefa suprema del Fondo Monetario Internacional. Sobran igualmente los que en el pleno vigor de su vida no son absorbidos por el sistema productivo, no encuentran un lugar en la sociedad y padecen necesidades apremiantes: quieren comer, cuidar su salud y la de los suyos, educar a sus hijos, vivir en seguridad. Esas gentes molestan con sus exigencias. Y molestan los niños, los adolescentes y los jóvenes pobres, a quienes se les niega el pan y un hogar, la escuela y el club de barrio. Para esa gente una vida breve es suficiente, una vida atribulada, impregnada de muerte. Ya se sabe: el método más expeditivo para eliminar jóvenes indeseables es el balazo aleve en la espalda. Agréguese que se propaga el racismo anti pobre, por portación de rostro y condición social, por la ropa raída, por la enorme menor valía que acompaña a ciertos desvalidos seres humanos. 

El sujeto sometido a los insumos que lo modelarán, adquiere sus saberes básicos en el ámbito del llamado sentido común. Aprende lo indispensable para desempeñarse en las tareas cotidianas; conocimientos que no podrán ser el fundamento de saberes más trascendentes (esforzadas excepciones aparte). La cultura de la dominación aspira que para el humano común la realidad transcurra dentro de ciertos parámetros cognitivos y precisos moldes de percepción. Lo que quiere para las masas también lo quiere (en preparados específicos) para los sectores medios que se perciben como más letrados que el populacho. 

Los fracasos sembrados en la cotidianeidad, y sus interpretaciones caprichosas, serán la materia de una cultura del desconcierto, de renuncia a entender el mundo. En pretendiendo el malparido sapiens penetrar en los arcanos de la sociedad, los enclenques recursos intelectuales que ha logrado adquirir operarán como guías para un deambular desastrado y taciturno entre enigmas que juegan a las escondidas. La dominante “epistemología” de la confusión, el desconcierto y la perplejidad, cumple así la tarea de mantener en la neblina millones de cerebros. La “razón” del sistema, que ha heteronomizado al sujeto dominado, imprime a su pensar, un conjunto de esquemas fundamentales (algunos lo llaman núcleo duro) que circunscriben y delimitan su capacidad de reflexionar, creando conformidades carentes de sólidos fundamentos que funcionan por inercia. El micro mundo cotidiano del hombre común es” una transición cenicienta entre el espasmo doméstico y el olvido” (Steiner, 1991:98). El micro mundo es, para demasiados humanos, una manera de ir durando hasta extinguirse. 


OPINIONES 


Opinión: “sentimiento que se forma uno de una cosa”, se lee en un conocido diccionario. Demos un ejemplo: “fulano es una mala persona. No tengo pruebas fehacientes, pero se comenta. Además, tiene ideas raras”. Todo el mundo tiene derecho a opinar, pero cuál es el valor efectivo de ese derecho en un mundo de cerebros que andan a los tumbos. Obviamente, no todas las opiniones son puro desatino. Pero de desatinos están empedradas las opiniones. En un mundo donde campea la desinformación y las malévolas campañas de los medios, el acercamiento a la verdad acaba siendo un triunfo. 

En la opinión yace la presunción, consciente o inconsciente, de una verdad incontrovertible, pese a que con demasiada frecuencia padece de un sólido fundamento empírico o lógico. Obrar con arreglo a la opinión, dirigida, orientada y cultivada insistentemente por la dominación, conduce a grotescos tales como apoyar exactamente aquello que se debe repudiar, o vivir en un limbo social caprichosamente arbitrario. El mundo de la experiencia inmediata es razonado no para entenderlo, sino para perderse en él y embarullarse. Para penetrar en la entraña de la vida colectiva y traspasar la invisibilidad de los aspectos que la dominación oculta, el pensamiento convencional en boga es el medio perfecto para no dar “pie con bola”. Para llegar a las entrañas, o mejor, para intentarlo, es necesario partir de una consciencia no ingenua, muy bien informada y capaz de extraer conclusiones. Quien toma la apariencia por verdad se excluye de la posibilidad de penetrarla, se condena a navegar en las aguas impuras del “macaneo”. La lógica que legitima la dominación no se ofrece generosamente a la curiosidad indagatoria. 

Los griegos distinguieron entre doxa y episteme. La doxa supone un manejo acrítico y no metódico de hechos e ideas: un “conocimiento” que sirve para pensar, pero es incapaz de pensarse, de pensar su propia validez. Barthes extendió el significado de doxa “a la violencia del prejuicio” y “el consenso pequeño burgués”. Calificó de doxología (palabra que toma de Leibniz) a toda forma de pensar que se adapta a la apariencia, a la opinión o a la práctica. Bourdieu (1996: 269) es categórico: doxa es valerse de prácticas e ideas, ignorando que se está aceptando la dominación, o sea, aceptando mucho más que lo que se cree aceptar. 

La episteme de los griegos pretendía ser el saber que busca fundamentarse rigurosamente, sin por eso presumir de universal y definitivo. En su versión más rigurosa, la episteme nunca queda enteramente conforme consigo misma. En su método siempre late una inquietud, un plus que el saber “siente” no haber alcanzado. La cultura de la dominación logra que las convicciones del individuo común (los hay en todas las clases sociales) queden estacionadas en la doxa, ese material abrumador, atropellado y confuso acarreado cotidiana e insistentemente por los aparatos ideológicos – políticos del sistema de dominación, y por la propia vida relacional. La doxa admite enormes desatinos, deglutidos alegremente por seres que no saben lo que están deglutiendo. Hay recursos que la doxa de la dominación repite a lo largo de los tiempos. Un venerable filósofo del siglo XVII, amante de la tradición y políticamente reaccionario, escribía lo siguiente: ”No dudo de que si fuera contrario al derecho de un hombre en el poder o al interés de los que están en el poder, el que los tres ángulos de un triángulo sean iguales a dos rectos, esta tesis sería, si no puesta en duda, al menos sí arrinconada por la destrucción de todos los libros de geometría, siempre y cuando el interesado tuviera los medios de hacerlo”(Thomas Hobbes, Leviatan, I,II) Con otras palabras: el Poder impone las verdades, construye doxa. 

Cuando el sentido común prevaleciente es formado y alimentado por los torrentes de Poder simbólico que el sistema derrama a cada hora del día (opiniones maliciosas, difamaciones sistemáticas, mentiras seriales y conceptos ritualizados que se hacen inmunes a la contradicción) el sistema logra que el hombre común atribuya saber y verdad a la mentira. Entre los procedimientos utilizados, recordemos el reflejo condicionado, señalado por Bertalanffy y ya mentado en otro lugar de este trabajo. La inversión - subversión que se ensaña con los significados, discutidos más arriba, es congruente con una dominación que obtura los canales por donde podría surgir una crítica reflexiva: aleja la atención del origen de los problemas que se ciernen sobre el hombre común. 

Presencia constante en la vida cotidiana, la creencia lisa y llana en la verdad de la experiencia inmediata, es uno de los constituyentes del conocer propio del sentido común. Los humanos no somos una hoja en blanco en que se imprime el texto de la realidad. El sujeto no es una consciencia vacía que nada pone de sí en el acto de conocer. Desde Kant sabemos que la nuestra no es recepción pasiva; que damos forma, interpretación y significado a nuestras sensaciones; que la representación que nos hacemos de la realidad no es, aunque creamos lo contrario, copia fiel de la misma. Pero a diferencia de lo que pensaba el filósofo de Koenigsberg, no pensamos con categorías a priori, sino con mediaciones de carácter social que varían según el estado de desarrollo intelectual de una sociedad. Considerar el conocer como coincidencia perfecta entre lo real y la imagen inmediata es ignorar la lente cultural mediadora, socialmente gestada, que habita en toda percepción. 

Del “conocimiento” que desconoce y se resuelve en la opinión (manera dilecta de cómo actúa la heteronomía), surgen las certezas del “yo creo” y del “yo opino”, modos de un pensar que se materializa en realidad eficiente cuando objetivado en comportamiento. El “yo opino” y el “yo creo”, expresiones enfáticas de una personalidad que se cree original en sus opiniones, suelen representar matices de doxas habituales aceptados sin remilgos. Si en el intercambio de ideas resuenan notas disonantes, primero serán polémicas, luego escalarán a escandalosas, y terminarán en heréticas y excomulgantes. El emisor de tamañas herejías, particularmente en círculos que presumen de un cierto nivel intelectual, a la corta o a la larga recibirá la excomunión social y con ellas la repulsa. El temor a disentir con el sentido común prevaleciente en el grupo de pertenencia comporta el riesgo de la reclusión en el sospechoso hueco de lo “raro”: razones discrepantes no caen bien, siquiera porque, se supone, la mayoría, al rechazarlas, no puede estar equivocada. 

El incontrovertible “yo opino” exhibe la maltrecha incapacidad intelectual a que ha sido arrojado el sujeto que bautizamos de encapsulado; en él prima el bloqueo a toda objeción argumentada. En el cerebro del encapsulado (triunfo absoluto de la dominación) flamean airosas las trabas mentadas en otro lugar de este trabajo. Trabas que cierran el paso, que evitan filtraciones desaconsejables, que dan la alarma si ellas ocurren. Contra las infatuaciones intelectuales que se regodean de sí mismas, escuchemos a Gastón Bachelard (1971:158 a 160) cuando habla del saber científico, con palabras que no tienen por qué excluir el pensar pedestre y cotidiano, que, sin pretender hacer ciencia, no tiene por qué ser un dechado de estupidez. “Frente a lo real, clamaba don Gastón, lo que se cree saber claramente ofusca lo que se debería saber (…) el espíritu jamás es joven (…) tiene la edad de sus prejuicios”. Y previene: “la opinión piensa mal, no piensa”. La “opinión es el primer obstáculo, sostiene el sabio francés, que debemos destruir: es un saber sin crítica, es caprichoso, crea fantasmas sin fundamento objetivo (…) se incrusta sobre el conocimiento no cuestionado”. Bachelard propugna “devolver a la razón humana su función turbulenta y agresiva”: en “el reino del pensamiento la imprudencia es un método”. Y remata (1973:13):” Los conocimientos largamente amasados, pacientemente yuxtapuestos, avariciosamente conservados, son sospechosos, llevan el mal signo de la prudencia, del conformismo, de la constancia, de la lentitud (…) La función de la razón es provocar crisis”. Frente a lo que se sabe o se presume saber, Bachelard propone una actitud de desconfianza. Lo que todos aceptan como buena moneda, probablemente está devaluado, desgastado y falseado. Y si en la ciencia un nuevo conocimiento es la reforma de una ilusión, ¿cuantas ilusiones y falsedades deberían desterrarse del habla cotidiana? La descripción del mundo inmediato (el de las representaciones aparenciales), anota, no es más que una “fenomenología de trabajo”. Las regiones del saber no son las de nuestras percepciones primeras: están más allá. El pensamiento que pretende pensar la realidad toma distancia de su inmediatez. El empirismo, parece necesario subrayarlo, es una ingenuidad infantil del saber y la cultura. La realidad como mera experiencia permanece esencialmente inexplicada, aunque el individuo piense lo contrario. La urdimbre relacional tejida por las criaturas humanas continúa siendo un arcano para las peregrinas racionalizaciones que vehicula la cultura de la dominación. Juzgar desde lo aparencial es nadar en el barro. De la opacidad social, de las representaciones superficiales, de las carencias que la cultura del sistema infiere a los individuos sólo podrán surgir falsas conciencias, imágenes de la realidad cuya función es impedir que los dominados conozcan las razones de la adversidad que los acongoja. Agreguemos que el encapsulado que se asume como miembro de las capas medias subestima la inteligencia de los sectores subalternos: pone en duda que la condición humana de aquellos sea igual a la suya; asume con satisfacción los mitos que degradan al populacho; observa y enjuicia la realidad social, aferrado a la más obtusa visión clasista. Su mundo son sus intereses, su convicción de haberse subido en la vida por la voluntad y la inteligencia que lo poseen. 
León Pomer

A veces cabe preguntarse si el encapsulado disfruta de su bagaje, o simplemente lo carga con estólida ufanía sin preocuparse en pensarlo. Lo humano que en él se aloja difícilmente (siquiera alguna vez) no haya sentido la carcoma de la duda; pero claro, mejor no escarbar en algo que suena a campo minado. La cápsula invisible que lo envuelve y que lo encierra es un obstáculo, un disuasivo para meterse en lo que imagina ser un laberinto cuya salida puede estar clausurada. Como la caverna platónica, la cápsula tiene una ventana por donde se filtran las sombras del mundo. Un guardián sin forma humana vigila celosamente: no permite el paso de las muchas “inconveniencias” que andan en el afuera, que lo asolan. En su interior la atmósfera es pesada y neblinosa: en lugar de la demostración racional impera el improperio y la frase hecha repetida por las voces del soberano que dictamina sobre lo cierto y lo incierto. En la cápsula hay una autoridad absoluta, un Otro que réplica la monarquía de derecho divino. Es el Poder, que llegado el caso frunce la nariz, esboza una mueca y enarbola el palo de “abollar ideologías” (Sic Mafalda). El encapsulado no nació como tal: fue construido. 









(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.

Para ver el segundo fragmento del capítulo ¿Saber? https://vagosperonistas.blogspot.com/2019/03/segundo-fragmento-del-capitulo-saber.html 

Para ver el tercer fragmento del capítulo ¿Saber?: http://vagosperonistas.blogspot.com/2019/04/tercer-fragmento-del-capitulo-saber.html

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