lunes, 26 de agosto de 2019

Ultimos capítulos del libro inédito: "De la Dominación Consentida", Por León Pomer(") para Vagos y Vagas Peronistas



SIGNOS Y SEÑALES 

Cuanto más alto en la escala social, más inequívocas las señales y los signos que marcan diferencias. A los desiguales de los peldaños medios, no los halaga la confusión: cuidan no ser confundidos con los que vegetan en los bajos fondos sociales. Los signos y las señales intentan cancelar posibles confusiones. En la sociedad de clases, cada uno en su carril. 

Siendo un miembro de la multiforme familia que llamamos cultura, y de modo más exacto, cultura de clase, o si se quiere, del lugar que se ocupa en el mundo, el signo y la señal son símbolos que pueden anunciar eminencia, dentro de un arco cuyos extremos son ser todo y ser nada. En ese marco, la posesión de objetos, de ciertos objetos, vale más por su “función de signo” (Bourdieu) que por su utilidad. 

Signos, señales y, agreguemos, gestos, son un sugerente idioma no verbal fundamentado en la posición social, vivida, o el deseo de siquiera de aparentarla. En el signo, se cuela una advertencia: cada cual en su andarivel evita mezclas ominosas. Los signos marcan el ´quien es quien´. Lo marca el lenguaje, el sistema de signos más importante de la sociedad humana. El entero mapa que comprende el idioma excede generalmente lo que un individuo logra dominar. Pero algunos dominan más que otros. Cada grupo humano se apropia de una fracción de la lengua común, tanto mayor, cuanto más alta la educación recibida. Son signos significativos el manejo idóneo del vocabulario, la fluidez y precisión de las frases; las articulaciones lógicas traducen “buena educación”, una manera de singularizarse, de mostrar la pertenencia a un estrato. 

Signos, gestos y señales viven la vida de la sociedad. Mudanzas sociales secundarizan o eliminan lo que antaño identificó un estatuto superior. Algunos cuentan historias de concesiones y de mezclas. En la provincia de Salta, los apellidos de la autoungida aristocracia lugareña están presentes en las diversas esferas de la vida social, con esta salvedad: el linaje y el dinero se han unido armoniosamente. El historiador Bernardo Frías, (1929:15), relata que en la Salta colonial y hasta un tiempo no muy distante del actual, había tres clases: “la principal, distinguida y noble”, cuyo mérito residía en haber conquistado, dominado, ejercido la dirección y civilizado el mundo; la segunda clase era la de los españoles no nobles: se los llamaba “decentones”, y su riqueza, habida en el comercio, no los equiparaba socialmente a los anteriores. Abajo circulaba la ralea, la chusma vil. Si bien cada uno en su andarivel, el dinero de los mercaderes logró disolver recelos y diferencias. La “aristocracia” y la fortuna terminaron por intimar y satisfacerse recíprocamente. 

Un capítulo lo constituyen los signos gestuales, los expresivos del cuerpo humano socializado. Panofsky (1967: 14 – 15) señala que un mismo gesto indica si los sentimientos “hacia mi (…) son amigables, indiferentes u hostiles” En el gesto, hay una significación “expresiva”, aprehendida por empatía:” el sentimiento del otro es comprendido, sin la mediación de una reflexión”. Hay muchas maneras de dar la mano: en cada una hay un matiz, la expresión de un sentir. Ricoeur (2009:20) anota:” un gesto constituye una totalidad significante (…) presenta una intencionalidad específica”. Y acrecienta: ”Esa dirección hacia el otro dibuja todas las figuras posibles, desde la cooperación hasta la lucha, pasando por el juego” 

Cámara Cascudo (1976:6), gran estudioso brasileño, observa que “el gesto es anterior a la palabra. Dedos y brazos hablaron milenios antes que la voz. Las áreas del entendimiento mímico son infinitamente superiores a las de la comunicación verbal”. Nada escapa a lo social, nada huye de ese absoluto que modela lo humano. Cámara (Id.: 54 – 55) atribuye gran importancia al reír, a las múltiples significaciones que adquiere, a los tonos de complicidad satisfecha o de cruel ironía. En la risa hay estados personales, signos de algo que ocurre en el individuo, que dice de la relación con un interlocutor específico y del contexto en que ocurre la interlocución. “Reír es siempre lo más humano”, sostenía el gran Rabelais, haciendo de la risa un signo liberador de la gravedad medieval; el humano reír, corroboró Bergson (1967:6), tiene una función social. La alegría no es una actitud inocente, siempre es un signo. Mil razones del cuerpo entreverado con otros cuerpos están detrás de la carcajada estruendosa, la risa prudente, la sonrisa esbozada. El reír del sujeto autoritario es una risotada fría y amenazante. 

Son signos que “hablan” el saber callar, el laconismo y la confusa y anodina catarata verbal. Los signos son inherentes a toda condición humana; bajo la dominación adquieren un significado que responde a la lógica del sistema. La dominación impregna todo lo humano. Los signos denuncian una manera de estar en el mundo; hablan de angustias y malestares, de placeres e indiferencias, dicen lo que a veces la palabra no atina. 

Baudrillard (sin data) teorizó sobre la semántica de los signos y las señales, estudió hábitos, costumbres y gustos, se adentró en significados y manías de los sectores medios de Francia, su país; evocó conductas y ambiciones que suenan conocidas en estas sureñas latitudes. Apoyado en la semiología, Baudrillard argumentó que el consumo equivale a la manifestación activa de signos inscriptos en determinados bienes que dicen de estilos de vida. Discutiendo el “consumo ostensivo” realizado con enfatizada insolencia, anota que los objetos nunca se agotan en su utilidad material, y “en este exceso de presencia ganan su significación de prestigio, porque ‘designan ‘no ya el mundo, sino el ser o categoría social de su poseedor” (Id.,s/d:14). Los “sectores” de vestuario, aparatos domésticos, automotores, etc., que responden a procesos de renovación acelerada (modas coaccionantes y obsolescencia organizada), no son para todos. Para la pobreza, el consumismo no existe: la cosa vieja o pasada de moda no se tira, eventualmente se transfigura y se remienda. 

Advierte Baudrillard que reducir los grupos sociales a una relación unívoca con su situación en la escala social (“o con la trayectoria”), “sería ciertamente liquidar un campo muy rico de contrastes, ambigüedades y disparidades”. A través de los objetos (de la “categoría” de objetos, puntualiza) se traducen aspiraciones y ambiciones, y se obtiene (a veces) el elogio y la envidia, que entibian el ego. Objetos connotan una pertenencia social, eventualmente anticipan el deseo de acceder a un peldaño superior de la escala piramidal, anticipación que supone habituación de aspecto o apariencia, entrenamiento en gestos y palabras, adecuación del cuerpo. Aquellos cuyos éxitos materiales han operado una suerte de sumisión psíquica, suma de admiración, envidia y un querer ser más, ya son soldados incondicionales del sistema: le han hipotecado su ser entero 

En ciertos casos, prosigue Baudrillard, el objeto “se inscribe en falso contra el estatuto real y testimonia un desesperado deseo inaccesible”; en otros, encontramos “objetos testimonio” que atestiguan, a pesar del disminuido estatuto actual de sus poseedores, la fidelidad a una clase de origen: “a través de los objetos habla una sociedad estratificada”. Los objetos muestran un proceso social de “puesta en valor que se inscribe en clases económicas”: establece una variopinta variedad de diferenciaciones y disociaciones. A las clases subalternas, con toda la heterogeneidad que comporta esta nominación, les queda el “consuelo” de observar en las vidrieras de los shoppings y en el lujo charro de la imagen televisiva aquello a que jamás accederán. Su signo distintivo está en los pies, en el calzado en estado de obsolescencia. 


SOBRE LA HISTORIA

EL TIEMPO Y LA MEMORIA


“Olvidar el pasado, significa olvidar el futuro, porque el primero es portador de aspiraciones y esperanzas, en gran medida justificadas, que podrían concretarse en el segundo” (Chomsky,2015:53). Suprimir la historia es cancelar la idea de cambio, perder la memoria del pasado y la ilusión del futuro. Detener la historia en el presente es petrificarla, anular lo que el futuro tiene de esperanza. “Si la racionalidad progresiva de la sociedad industrial avanzada tiende a liquidar como `residuo´ irracional los elementos perturbadores que son el tiempo y la memoria, también tiende a liquidar la racionalidad perturbadora contenida en este resto irracional” (Marcusse, 1971:129). Las urgencias del vivir no son los mejores auxiliares de la memoria; zozobras e incertidumbres que asolan el presente piden la entera atención, exigen atender los nubarrones que asoman en el horizonte.

Sentimos que hay ayeres que respiran: señales de vidas extinguidas en su materialidad, no en su memoria. El pasado modela, siquiera parcialmente transfigurado en lo actual, en el idioma, en juicios y prejuicios: las experiencias de generaciones precedentes que el Poder quisiera arrojar en saco roto se continúan en significativas continuidades. El que los hechos estén definitivamente extinguidos no son la entera verdad: la historia es más que ellos; tiene un sentido, alecciona, tiene sustancia cultural e ideológica que se renueva en cada evocación, que sobrevive a los hechos.

En la criatura humana, postuló San Agustín (libro XI de las Confesiones), viven tres presentes: el pasado como presencia discreta que reclama el no olvido; el presente efímero y fugaz encarnado en cada instante de la jornada cotidiana; el presente del futuro, huidizo y evasivo, mueca de la incertidumbre o esperanza de redención. Inscriptos en un tiempo tridimensional, a cada instante queda abolido un fragmento de futuro para escapar de inmediato hacia el pasado. Los tres presentes no cesan de transfigurarse.

Avatares humanos alojados en el tiempo persisten, dejan huellas. Hay múltiples memorias en cada presente: para los desabrigados de este mundo importa escuchar las voces aun capaces de redimir los ánimos de las negaciones a que son sometidos. Agustín temía el olvido. Pero qué olvido se debe temer. La memoria histórica y cultural de un pueblo “es un instrumento y un objetivo del Poder”, anota Jacques Le Gof (1984: 293 y ss, 13 y ss). La dominación se apodera de la historia, la impregna de un relato que la presenta según conviene a su interés; en ella los dominados no tienen ayer, como no deben tener mañana: les cabe el silencio ominoso de las tumbas sin nombre. Su misión en el mundo debe ser un presente cerrado, recluido en sí mismo, estable, no trascendente. La dominación sabe que el pasado tiene contenidos subversivos, que al igual que en el hoy los castigados sociales hacían escuchar su voz, en ocasiones con estruendos devastadores: ecos de esa voz no están enteramente extinguidos. El Poder pugna por minimizar, extinguir sus desafueros y violencias, los pavores, las angustias sembradas. Espectros de rostro horrible (un coronel Sandes y un Arredondo, lo fueron) deben ser reducidos a un mero nombre, porque ellos fueron la efectiva barbarie enviada a masacrar. Para la dominación, la única epopeya es la que se atribuye; la de quienes la enfrentaron es noticia de policía. Para unos la estatua ecuestre, para los derrotados, la desmemoria. Proponer el olvido, exhortar a que el pasado duerma un sueño sin pesadillas en aras de conciliar para construir el futuro, es el ardid de los que pugnan por reeditar el pasado y sus horrores. El Poder quiere que los postergados y humillados ignoren que sus luchas actuales prolongan las que libraron sus antecesores contra el mismo enemigo que hoy enfrentan. Para los que enfrentaron al Poder, el pasado es cualitativamente mucho más que un epitafio con un nombre ilegible por desgastado: en él hay un potencial de vida recuperable como historia de luchas por la dignidad y la igualdad.

Sobre la memoria oficial, dice Ricoeur (2013:111):” Lo que celebramos con el nombre de acontecimientos fundadores son, en lo esencial, actos violentos legitimados después por un Estado de derecho precario (…) Lo que para unos significa gloria para otros significa humillación”. Si los triunfadores en Pavón (1861), merced a la “generosidad” de Urquiza, datan de ese año el triunfo de la civilización en las provincias, los riojanos cuyos pueblos fueron quemados, piensan que fue entonces que la barbarie, con los citados coroneles a la cabeza, se abatió sobre ellos. “Relatos de fundación y de gloria, prosigue Ricoeur (Id.116), alimentan el discurso de la adulación y del miedo”. 

Walter Benjamín exhortaba a forjar afinidades entre los momentos de la historia que se reconocen militantes de una misma estirpe de luchas y de ideales. Aun cuando la muerte decreta la irrevocabilidad de los actos, los hay que aún se hacen escuchar desde las brumas de lo acontecido. En los recovecos de la memoria yacen los ecos de fracasos y derrotas, prosigue Benjamín: deben ser rememorados como otros tantos pasos recorridos en un sendero sinuoso y abrupto que honra a sus transeúntes. Los derrotados de ayer prueban en el hoy la persistencia de una dignidad no resignada. En la historia, dolorido relato del sufrimiento humano (la historia avanza por el lado malo, advirtió Marx), destellan momentos luminosos, recuperables como inspiración, renovadores de energías. En el ejercicio de la memoria recuperadora el pasado adquiere un sentido, establece una continuidad con aquellos que en el hoy se sienten incluidos en un drama antiguo que no ha cesado.

En pueblos sometidos a la condición colonial, las persistencias llegan a ser el rescoldo de una identidad que oficia de endeble madero a que aferrarse para continuar a flote y fundamento de una resurrección. En nuestra América, los pueblos originarios atestiguan el valor de una cultura ancestral, que si gravemente vulnerada por culturas impuestas coercitivamente, representa la defensa de la madre tierra, de las aguas invadidas por el cianuro de las explotaciones mineras, del aire enrarecido por los tóxicos cancerígenos. 

Hay presencias que vienen de tiempos lejanos: lo son el racismo y la dominación. La unidad biológica de la especie humana es desafiada por el color de la piel, por culturas que tuvieron y aún tienen la osadía de ser diferentes de los auto nominados paradigmas de la civilización. Los prejuicios prestan enorme utilidad a los dominadores. En una sociedad en que los pobres, los negros y los indios - y con demasiada frecuencia, los extranjeros de rostro oscuro- son marcados por el estigma de la ajenidad despreciable, la cultura de la dominación establece distancias insalvables de esos Otros de “baja” calidad humana: en el relato de la historia los arrincona en la insignificancia, los reduce a telón de fondo.

La historia conoce sorprendentes inercias: grupos tribales de antigüedad milenaria permanecen en una detención paralizante durante siglos. En ciertos casos, clases y estratos conservan poderes culturales suficientemente influyentes como para mantener durante prolongados tiempos prejuicios, mitos y creencias que no debieron enfrentar fuerzas renovadoras en aptitud de barrer antiguallas que prestan buenos servicios a la dominación[LP1] .

Al favor de los bloqueos (sociales, económicos, culturales) valores y desvalores de las clases dominantes contaminan a quienes están socialmente más abajo. En la historia de España, siete siglos de guerras intermitentes entre moros y cristianos exaltaron el honor, el heroísmo y el valor personal en detrimento del trabajo manual, ejercicio de villanos. En ocasiones, lo que resta del pasado es un algo cuasi impalpable, pero perceptible. Barrington Moore (1972:67) advierte que en la ciudad de Ginebra del siglo XX, el visitante se siente impresionado por los robustos vestigios del impacto calvinista sobre sus habitantes. Calvino murió en 1564. Otro autor (Bucaille – Pesez, 1989:43) anota “que la ideología expresada por la filosofía del confucianismo no fue extraña al inmovilismo general de la cultura material (de China)”. Una filosofía profesada por los intelectuales de las clases dominantes y compartida por sectores populares, puede contribuir (no será la única causa) a una parálisis social, que es parálisis histórica, de la que se nutren los que mandan y padecen las clases subalternas.


TEORIA E HISTORIA

Toda investigación que se precie, necesita una brújula, una teoría que orienta y selecciona la materia empírica utilizable. Decía Lucien Febvre (1953:116):” sin teoría preliminar, sin teoría preconcebida, no hay trabajo científico posible”. Indagar en la historia no es recoger documentos en caótica indiscriminación para armar el relato de antiguas ocurrencias: supone ir atrás de un problema, de una pregunta intrigante, punto de partida orientado por la teoría que ayudará a distinguir el cauce fundamental de las líneas secundarias. 

Ernest Nagel, célebre filósofo de la ciencia (1963:76), aludía a un “tipo de historiador profesional”, que raramente tiene consciencia “de los conceptos que organizan los materiales de que se sirve”, o” de los principios según los cuales evalúa”. Este caso, nada frecuente en nuestras latitudes, nos revela una suerte de sentido común investigativo, que de hecho se vale de las categorías y clasificaciones propias del sentido común dominante en el discurrir cotidiano. Popper (1978:17) agregaba que es muy raro que “el científico social pueda liberarse del sistema de valores de su propia clase social”. Y agregaba (Id.:25):”no podemos robar el partidismo de un cientista sin también robarle su humanidad, y no podemos suprimir o destruir sus juicios de valor sin destruirlo como ser humano y como cientista (…) Descripciones libres de teorías no existen”. 

Las teorías que abordan el pasado no son otras que las utilizadas para entender y juzgar el presente: una misma entraña las une. En la búsqueda de la “verdad” de lo que ha sido, subyace la sustancia teórico - ideológica que observa y juzga el día a día que se está viviendo. En la observación y enjuiciamiento del hoy y de la historia hay una sola episteme: tendrá la marca de los intereses sociales que la crítica deberá revelar.

Una corriente historiográfica antisistema se mostrará como un compendio de corrosivos interrogantes, críticas audaces y dudas que algunos calificarán de escandalosas e insolentes: cuestionará la historia oficial por la problemática que plantee, los actores que ponga en escena, las interpretaciones y los métodos que utilice. Una corriente que atribuya a los pueblos el papel de que fueron despojados en las versiones consagradas, será polémicamente irrespetuosa y demostrativa de los intereses ideológico – políticos, hábiles en omisiones deliberadas e interpretaciones caprichosas. 

En tanto historiadores de una sociedad de clases, privilegiamos el estudio de los intereses materiales y culturales que se expresan o se transfiguran) en los antagonismos que contienden en la sociedad. Lejos de ocultar los conflictos o minimizarlos, penetrar en ellos nos permite indagar en las capas profundas de la historia, ganar objetividad.


El IMAGINARIO HISTÓRICO DE LAS CLASES DOMINANTES


Enaltecimientos, denigraciones y olvidos, clasificaciones laudatorias y estigmatizantes son poder simbólico; un poder con su Olimpo de héroes mayores y menores, sus malditos e ignorados: todo legitimado por academias, nombres de calles y ciudades, bustos y estatuas ecuestres y tediosas solemnidades. En nuestra América, el imaginario histórico del Poder comenzó a gestarse antes que los estados nacionales consumaran su existencia. Versiones de la historia, con una cuidada distribución de papeles, fueron el primer instrumento en la construcción de la hegemonía cultural de grupos sociales precisados de afirmar su dominación en algo más atractivo y duradero que la violencia pura y dura; la imposición a los pueblos de un imaginario, con el aura de suprema representación de la nacionalidad, se constituiría en un factor de cohesión. Para lograrlo, era necesario adulterar u ocultar la verdadera naturaleza de los antagonismos, reducidos en la historia oficial a enfrentamientos de la civilización con la barbarie. 

Olimpos habitados por los personajes militares y civiles que el Poder eligió para proponer al entero conjunto nacional (o de una nación en ciernes, que el imaginario debía consolidar) fueron colecciones de reales, inventados o magnificados heroísmos, atribuciones sin fundamento de desinterés personal y supuesta total entrega a la causa nacional. En esa construcción, las figuras populares quedaron reducidas a la insignificancia o limitadas al negro Falucho, el tambor de Tacuarí y Cabral “soldado heroico”. Los pueblos serán áridos conglomerados humanos, nunca hacedores de la historia, exclusiva tarea de las figuras elevadas a la grandeza: los pueblos serán turbas de ignorantes, siempre al borde del desatino. En torno del imaginario de héroes, patriotas, figuras soberbias y batallas heroicamente ganadas o deplorablemente perdidas, debían unirse en unánime admiración y respeto reverencial los que en la vida cotidiana distaban de coincidir en algo. El imaginario histórico nacional querrá mostrar que en el plano ideal las contradicciones sociales quedaban anuladas, que por encima de ellas hay un valor al que se subordinan los intereses y las diferencias, y hay bárbaros que acechan. 

Desde tiempos remotos, en todas las latitudes del planeta, hubo imaginarios históricos – mítico - legendarios, o legendarios y míticos o puramente históricos, que contribuyeron y aun contribuyen a que heterogéneos agregados de personas los acepten como un patrimonio común y una identidad a que todos se subordinan. Tal la idea de nación como equivalente a una identificación y pertenencia que obliga a dar la vida por ella. El homogeneizar en un nivel ideal diferencias tan abismales como son las de sociedades donde las desigualdades impregnan las relaciones humanas, habla con elocuencia del poder de lo simbólico, no obstante, menos sólido de lo que parece. La función y propósito del imaginario histórico, mítico, legendario, consagra como hechos de la naturaleza las jerarquías y la verticalidad social; atribuye, no necesariamente de una manera explícita, una minoridad cultural y étnica a grupos sociales subalternos, indios, negros, mestizos, etc. El imaginario histórico exalta la lealtad a la patria, que suele ser la lealtad a la clase dominante. 


LO NACIONAL FRACTURADO


¿Qué valor tiene el sentimiento nacional en condiciones estructurales que eliminan la posibilidad de una solidaridad orgánica entre grupos sociales antagónicos, en que el beneficio de unos es el perjuicio de los más? Una tradición sostiene que el estado nación se fundamenta en la idea del ciudadano abstracto identificado con el orden jurídico constitucional. Pero cuando el ciudadano abstracto no se corresponde con el ciudadano concreto de la sociedad verticalmente estratificada, separada y dividida, ¿puede un imaginario ignorar los antagonismos reales? ¿Qué valor tiene la identidad nacional en grupos y estratos para los cuales la nación tiene significados antagónicos? ¿La identidad nacional inscripta en los documentos de identidad significa lo mismo para los polos opuestos de la desigualdad, particularmente para aquellos que obran como una clase desterritorializada y supranacional? ¿Significa lo mismo para quienes de hecho están comprometidos con el destino global o aquellos cuyo compromiso exclusivo es con el interés personal o de clase? En el mundo del “individualismo egoísta y posesivo”, la unánime lealtad a la nación como valor por encima de lo personal, ¿fue posible alguna vez? ¿La nación no fue (y sigue siendo) una gigantesca ficción para grupos dominantes y una parte de sus clientelas? 

En la historia no hay repeticiones. Ese complejo de aconteceres materiales e inmateriales, de ideaciones, sentimientos y pensamientos que resumimos como circunstancias, se mueve permanentemente. Abundan las especificidades. Pero hay parecidos sugestivos que muestran a las clases dominantes de todos los tiempos, con similares pretensiones. A principios del siglo XVIII Boulainvilliers (Minogue,1975: 69 y ss), autor de origen aristocrático, sostuvo que la nobleza francesa descendía de los francos, quienes, “al conquistar Galia, habían adquirido derechos sobre el territorio y ciertos privilegios sobre la población gala conquistada, y que aquellos y estos eran el origen y la fuente legítima de las prerrogativas de los nobles en la historia francesa”. En otras palabras: Francia estaba formada por dos “naciones”: los francos y los galos – romanos. Los galos laicos y asotanados formaban el Primer y el Segundo estado: el Tercer estado era la plebe descendiente de los habitantes originarios, vencidos y conquistados. La lucha social aparece como el enfrentamiento de dos naciones: historia muy lejana de la nuestra, pero resuena conocida. El abate Sieyès, en su Ensayo Sobre los Privilegios, aceptaba el argumento de Boulainvilliers, pero su conclusión era la siguiente: siendo los conquistadores (en ese entonces sus descendientes), un grupo extranjero, por qué no repatriarlos a los bosques de Franconia, de donde habían llegado. Forman una nación dentro de la nación francesa, agregaba el abate, y constituyen una humillación para el pueblo francés. En suma:” lo que está alienado por el privilegio, no es parte de Francia”. 

Digno intérprete de una burguesía francesa que buscaba ocupar un amplio lugar bajo el sol, Sieyès postulaba la necesidad de destruir “sin piedad” los errores. Los errores eran el nombre de la antigua clase dominante con la cual no había contemporización posible: debía ser eliminada. Los privilegios equivalen al “placer embriagador” de la superioridad, que es incompatible con la libertad. Los privilegios forman una nación dentro de la nación que mira para sus solos intereses y olvida los de las grandes mayorías. Sieyès alude al lenguaje de los dominadores: necesitaríamos de un diccionario especial, sostiene, para separar las palabras de su auténtico significado. Es necesario “limpiar” la lengua de significados adulterados, significados y visión de mundo de clase.

Por su parte, Burke anotaba en su Reflections on the Revolution in France, que la sociedad es una asociación entre los vivos y los muertos. Pero cabía la pregunta: ¿Cuáles muertos? ¿Con los oscuros y anónimos muertos del pueblo o con las figuras que hicieron “ruido en la historia” (palabras de Unamuno)?

En la nación fracturada el viejo imaginario nacional y el enorme poder simbólico que traía consigo están en franca decadencia. Un proyecto liberador debe construir su propio imaginario: su fundamento sólo puede ser el conjunto de luchas que en 200 y más años de historia los habitantes de este país libraron contra las fuerzas de la dominación. El imaginario popular y liberador ya tiene sus grandes figuras y sus magnos acontecimientos. También sus derrotas y sus pavores. Nada debe ser ocultado; todo debe ser situado en el marco de la lucha de clases, o si se quiere, de intereses definitivamente antagónico


PARA FINALIZAR


La criatura sapiens, una vez destituida de toda inquietud que trascienda su mercantilizada y estéril inmediatez, deviene poco menos que inapta para formularse interrogantes sobre el sistema que la reduce a una sobrecogedora inanidad. De ahí el crucial desafío: cómo acceder a la iluminación que le revele su degradado decaimiento, si el cerebro ha sido carenciado de la necesaria lucidez para emprender la difícil tarea. Pero la nueva modalidad de la dominación no necesariamente es exitosa en todos los casos: el pensamiento crítico – reflexivo mantiene fuertes bastiones; el hombre común vive en un desasosiego no necesariamente aletargantes. El empobrecimiento del pensar ha logrado avances considerables: es innegable su éxito en el vaciamiento de una racionalidad crítica – reflexiva, cuyas reacciones espasmódicas no conmueven ni inquietan al sistema. Oleadas huracanadas de mentiras, difamaciones, desinformaciones, ocultamientos, ignominias, distorsiones, omisiones y otras felonías, son repetidas hasta el hartazgo por un inmenso y monopólico aparato de difusión. En obediencia a la fórmula de Joseph Goebbels (machacar, insistir, repetir, hipnotizar hasta instalar la “verdad” de la dominación), cerebros deseducados de toda lógica y racionalidad crítica y reflexiva, acaban conquistados. Preparados para engullir boquiabiertos los tóxicos que fundamentan y construyen universos mentales de una flagrante irracionalidad, no perciben que son obtusos negadores de lo que huela a objeción de las convicciones que les son imbuidas. En la panoplia de recursos que esgrime la dominación, se incluye el elemento emocional, lugar de lo pre reflexivo, en que hasta el propio pensamiento racional arriesga descarrilarse y perder el control sobre sí mismo. 

La inmensa mayoría de los dominados que sufren y se desangran y protestan de mil maneras, no necesariamente remiten el origen de sus padeceres, a la raíz que llamamos sistema. Si no fuera así, el anticapitalismo consciente estaría dominando los movimientos sociales de protesta, que la dirigen al Poder, al gobierno, al imperio exterminador de pueblos. 

Torrentes de tóxicos culturales, que buscan crear la mayor confusión en los espíritus, son volcados diariamente sobre poblaciones previamente ablandadas para aceptarlos. El sistema logra esconder su verdad estructural esencial debajo de ropajes, que si notoriamente justificados, no son la verdad que los explica porque no son su meollo y su corazón. El sistema prefiere que los reclamos, los denuestos y las insubordinaciones no recaigan sobre su índole más íntima: quiere evitar que desciendan (que sobre todo descienda el simple humano de a pie) a la cueva del monstruo. Antes que al sistema, logra que la protesta, incluso la más indignada, recaiga sobre los que aparecen como los autores inmediatos de los daños inferidos. 


Una situación de dominación no puede cultivar el pensamiento y el saber lógico – racional en los dominados: lo prueban las confusiones mentales que siembre en ellos y el tantas veces penoso tartajeo verbal que es su resultante. Cuanto más minimizados y confundidos, cegados y amedrentados, más se jactará la dominación de su triunfo sobre aquellos que solo le importan como una triste sub humanidad con cerebro de gallina. A favor de la irracionalidad cultivada, del ocultamiento de lo substancial, de la multiplicación del desconcierto y la castración de la capacidad de ejercer una crítica profunda del sistema, (que no lo es, insistamos, la queja, el denuesto y exponer heroicamente el cuerpo a las iras del gendarme), multitudes humanas son aprisionadas por velos obnubilantes y cerrazones mentales. Y cuando esto ocurre, no pocos llegan al extremo de negarse a escuchar, siquiera escuchar de mala gana, una palabra que ponga en duda las convicciones que han clausurado sus horizontes y su mollera. 
León Pomer

Sujetos manipulados para enemistarse con su propio ser, para despreciarse como responsables de fracasos cuyo fundamento no es individual sino social, los dominados sostienen con sus conductas cotidianas el sistema que los hace marionetas de sus verdugos. Pero la criatura humana, aun cuando su razón es “trabajada” para no percibir la entraña de que surgen sus males, no se resigna a aceptar tan fácilmente la cuerda que le oprime la garganta. El sistema se inquieta cuando advierte que en los dominados la sangre comienza a hervir de indignación: teme que el próximo paso pueda ser la violencia que en su desarrollo despeje los cerebros y quebrante las estructuras mentales hasta entonces sólidamente instaladas. Para prevenirse, multiplica la violencia física y en paralelo la violencia simbólica, la más insidiosa, la que no tiene el aspecto de ser lo que es y no despierta demasiados recelos ni excesivas sospechas. La violencia simbólica se vale de palabras, imágenes y gestos que no hacen agujeros en los cuerpos, pero los idiotizan, y neutralizan (por lo menos lo intentan) cualquier chispazo de racionalidad que pueda colarse en el aturdido cerebro del dominado.

Palabras cuidadosa y sinuosamente elegidas, estados emocionales hábilmente desencadenados, son piezas, entre otras, que buscan canibalizar la aptitud de pensar lógicamente, de formularse y formular preguntas inquietantes; palabras y estados que inducen a aceptar verdades tales como la opinión, el slogan, la consigna repetida hasta el hartazgo por el Poder, cuyos efectos hipnotizantes no admiten ser confrontados. La violencia vestida de ingenuidad, buen sentido común y sensatez está constituida por los modelos convencionales de pensamiento y acción comportamental, por los estereotipos verbales, emocionales y conductuales a que deben someterse las vidas, a menos de caer en flagrante “anormalidad” y enfrentarse a las iras de la represión, la tortura y la cárcel. 

La cultura de la dominación encierra a los individuos en muy eficientes cápsulas de invisible materialidad: los prisioneros perfectos son los que ignorando estar viviendo en prisión se jactan de una libertad garantizada por una voluntad que se imagina en libertad. Desde el interior de ese producto socio – cultural que es la cápsula, una cultura deletérea introducida en la materia cerebral del sujeto le hace ver la realidad con las formas y los colores diseñados por la dominación; le muestra una realidad cargada de tristezas, condenada por una fatalidad de fenómeno natural que los humanos no controlan, y que al menor desborde arriesga auto destruirse.

El sistema moldea las personas: al desempeño de cada función social le atribuye los rasgos que la hacen apta para ejercerla. No siempre acierta. El que la historia y la realidad cotidiana muestre multitud de desmodelados, está declarando que la omnipotencia modeladora no es absoluta, pero por cierto nada desdeñable. De su clase dominante y de su clientela obsecuente la dominación espera que ejerzan rigurosamente la responsabilidad que les ha sido encomendada. Por eso los modela indiferentes a los pavorosos destinos que inflige a quienes condena a la vida sub humana y a la muerte prematura. Indiferencia y pétrea frialdad, ausencia de la menor conmiseración son “virtudes” exigidas a los que garanten la vida del sistema. Que los dominadores están poseídos de la pulsión de muerte, lo prueba su indiferencia a la destrucción del planeta que ellos también habitan. Si eso es ceguera, convengamos que los ciega su ilimitado afán de riqueza, su afán de Poder, su locura de descreer de las múltiples pruebas del desastre mayor que se avecina. Cuando llegue el final, cuyos anticipos son alarmantes, pobres y ricos, por primera vez en la historia, recibirán un tratamiento igualitario. La indiferencia a la vida ajena acabó intoxicándolos con la indiferencia frente a su propia vida. Deberemos concluir que esa especie humana aberrante, modelada para dominar, constituye el mayor peligro para la entera humanidad y para todas las especies vivas. 

Las sociedades de la dominación están gravemente enfermas. Lo prueba la producción masiva de consumidores de drogas, que buscan un desahogo a sus vaciedades y angustias en esa alguna vez llamados de “paraísos artificiales”. Las mafias que asolan todas las actividades donde interviene el dinero, los ejércitos de mercenarios qe se alquilan para destruir personas y ciudades, los movimientos teroristas financiados por las grandes potencias que simulan combatirlos, los desesperados que encuentran en el robo un paliativo a la pared a que han sido arrinconados por la miseria y la frustración, los atacados de fracaso y desilusión, los hogares destruidos y los cuerpos mal nutridos forman la legión quie expresa con elocuencia los horrores del sistema. 

Siempre el futuro es un enigma: no hay un destino prefigurado, excepto para aquellos que imaginan encontrar un consuelo en la religión y en la utopía. Entre tanto, lo que se ve (para quien aún no lo ciegan los vendajes que el Poder distribuye y refuerza diariamente) hay realidades en proceso que si no neutralizadas y revertidas, hasta donde sea posible revertirlas, nos obligan a pensar que (para decirlo suavemente) no hay futuro humano. Un futuro liberado de toda dominación es el ideal mayúsculo, el Mesías que debe venir, en palabras de Walter Benjamin. Está en el vapuleado sapiens encontrar las maneras de habilitarse a sí mismo para iniciar lo que puede ser un largo, espinoso pero necesario camino para recuperar el potencial de vida que en él está adormecido, y acabar con la dominación que él consiente y no lo sabe.


(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.

Para ver el Primer Capítulo del libro inédito: "De la dominación consentida": https://vagosperonistas.blogspot.com/2018/09/fragmento-del-primer-capitulo-de-de-la.html














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