"En tanto estructura estructurada, el hábito produce efectos estructurantes en los actos, los pensamientos, los sentimientos y las percepciones del sujeto" (dice León Pomer). "La estructura de que es producto gobierna las prácticas sin constituir un determinismo absoluto ni exige una rigurosa obediencia a reglas social y públicamente sancionadas. La vida en el sistema se configura como un complejo de hábitos que se contraen en la naturalidad del vivir con semejantes signados por ellos; supone la conformidad al sistema no mediada por la razón consciente. (También Weber creía que, en la mayoría de los casos, las acciones que ejecuta el sujeto no pasan por un significado previo: son puramente maquinales). De hecho, el hábito acaba componiendo el conjunto de patrones de obediencia social y psicológica, que incluyen distintos grados de no reflexividad. El hábito es dominación consentida de que no se tiene consciencia. No es el único mecanismo de la dominación".
León Pomer |
ASOMANDO AL PROBLEMA(1)
Este trabajo gira en torno de aspectos cruciales del estructuralmente invariante, pero exteriormente cambiante sistema de relaciones humanas y a la vez estructura de dominación que llamamos capitalismo; se detiene a enfatizar su capacidad de asumir históricas modalidades de vida colectiva e individual que en sus cambios conservan un inamovible núcleo duro.
Rasgo de extrema relevancia y uno de los fundamentos sistémicos es su poder modelador del ser humano, que convierte en una pieza a la que, parcial o totalmente, cancela su voluntad autonómica y la reemplaza por la voluntad del sistema. Convertido el sujeto en un aquiescente[LP1] no consciente, es reducido a la condición de dominado, pese a continuar creyendo ser el autor exclusivo de su visión de mundo, de sus actos comportamentales y su pensar.
La persistencia del capitalismo como formación histórica, hasta hoy de relativamente corta duración si comparada con el esclavismo antiguo o antiguos agregados humanos paleo y neolíticos, no supone garantía de eternidad, ni punto final de una historia detenida en su versión liberal, como en su momento lo defendió Francis Fukuyama. Desparramado por todo el planeta, exitoso en Oriente o decadente en Occidente, un elemento decisivo de su reproducción reside en lo que Morin (1990:169-170) llama de “organización recursiva” de relaciones interpersonales.
¿Qué clase de organización es esta? Responde nuestro autor: “Es aquella cuyos productos y efectos son necesarios a su propia causación y su propia producción”. Las interacciones de los individuos, sostiene el citado, producen un todo organizador que retroactúa sobre ellos. “El proceso social es un bucle productivo ininterrumpido en el cual los productos son necesarios para la producción de aquello que los produce”: el efecto retorna de manera causal sobre un complejo integrado de causas que lo produjo. El efecto es producto de la entera organización social respirada como atmósfera, vivida e interactuada como única alternativa de vida, como un fenómeno natural que se realiza en el entorno más inmediato. En suma: interacciones no pueden ser reducidas al clásico binomio causas individualizadas y efectos claramente identificados.
En el ámbito total (llamado sociedad, pero en un sentido más restrictivo del que aquí se trata), en sus particularidades locales, se origina una organización cerebral de resultas de un proceso histórico de larguísima duración: aparece la mente, su producto más conspicuo, que estudiosos califican como emergente del encuentro de la estructura genética y el conjunto de estímulos sensoriales. Las variaciones de estos en la larga historia del homo sapiens en sus incursiones en todas las latitudes del planeta, en el enfrentamiento de desafíos en medios y niveles de desarrollos materiales y culturales específicos y en diferentes modos organizacionales de las prácticas colectivas, se encuentran respuestas, siquiera parciales, a las plurales maneras de humanidad que conocen fundamentalmente los antropólogos.
Las históricamente enormes diferencias de los estímulos sensoriales si tomadas en sus particularidades y en sus mezclas-combinaciones, poseen una considerable importancia en la caracterización y entendimiento de todo conjunto humano, en la configuración de sus miembros. Aclaremos: los estímulos son la materia prima que será elaborada por el cerebro: no hay una relación inmediata de causa – efecto entre el estímulo y la resultante, pero los productos de esa sofisticada elaboración no podrán emanciparse de la materia prima de que partieron.
Hyden (1963:35) advierte que “si una persona es privada de un determinado estímulo sensorial, las neuronas que comprenden aquella parte sensorial no se desarrollan bioquímicamente, aunque estructuralmente puedan parecer las mismas”. Toda forma concreta de existencia colectiva inevitablemente desconoce determinados estímulos, o los recibe en medida tan escasa que no logran teñir el panorama humano más general; en cambio, sobreabundan las combinaciones de estímulos sensoriales propios de los complejos y particularísimos fundamentos que caracterizan cada precisa organización humana.
Conviene advertir que en la organización siempre diferenciada del cerebro humano intervienen decididamente sus potencialidades biológicas, necesarias receptoras de las específicas y prevalecientes sensaciones, entre las cuales pretendemos destacar las que se desprenden de las interacciones humanas. El potencial biológico del sapiens no parece diferir notablemente de persona a persona, lo que difiere es lo que recibe y debe deglutir en el interior de circunstancias y condiciones necesariamente peculiares. De un atributo cerebral semejante se siguen resultados muy diferentes. Para decirlo de manera muy simplificada: juzgar un modelado en que prevalece la generosidad, lo cooperativo y lo solidario, o donde se destaca lo insensible, lo indiferente y la crueldad egoísta, es juzgar los respectivos sistemas interacciónales y la naturaleza de los estímulos que en ambos predominan. Es juzgar la sociedad en que se producen. Innecesario insistir que, en una estructura social jerarquizada, con dominantes y dominados, pertenecer a determinados estratos acarrea inevitables insatisfacciones, frustraciones, dolencias, expectativas vaciadas, callejones sin salida, depresiones, padeceres mil. Los impactos que recibe el explotado (quien puede discutirlo) son radicalmente diferentes de aquellos que se descargan sobre un explotador.
Desde otro punto de vista, decimos que los seres humanos están sometidos a lo que habitualmente llamamos “condiciones”, que enunciamos como históricas, sociales, psicológicas, emocionales. En una tentativa de aproximación a esos términos, en sí mismo de extraordinaria vaguedad, y para mentarlos en su globalidad con generalidades no menos imprecisas, diremos que son la resultante de determinaciones e influencias, naturales algunas, y un enorme conjunto de factores activos emergentes del mundo de siempre específicas relaciones humanas; factores que actúan simultáneamente, están en constante eclosión y cambio, oscilan entre aparentemente detectables y no detectables, entre supuestamente percibibles y no percibibles, entre identificables o no. Los aludidos factores activos, en su acción simultánea y combinada, son susceptibles de crear (o influir en la creación) condiciones de vida híper críticas para gran parte de la especie sapiens, productos de las prácticas humanas inherentes al sistema colectivo interaccional. Por lo demás, no necesariamente advertimos con la lucidez necesaria lo que hoy es extremadamente grave: que condiciones - determinaciones de aparente y exclusivo origen natural no son más que las respuestas, cada vez más airadas, de ese ser vivo que es Gaia, a los agravios que le son inferidos. Agravios no atribuibles meramente a la abstracta inconsciencia de los hombres y mujeres, dilapidadores de recursos naturales, sino al sistema que los agrupa y los coloca en un destructivo modo de vida que conduce al suicidio de la humanidad. Bien puede concluirse que el sistema alberga una impresionante pulsión de muerte, por su indiferencia frente al mundo natural y su vocación de asesino colectivo y serial.
Las “condiciones” delimitan campos de respuesta no necesariamente unívocos: no suponen una total ausencia de libertad, no son un chaleco de hierro. Hacen excepción la fe cuando petrificada en el dogma y los fanatismos que no admiten opciones. Se incluyen en este orden de limitaciones las cancelaciones del pensamiento lógico – racional que el sistema introduce en millones de cerebros. En las espesas mallas integradas por las no siempre discernibles condiciones se incluyen las aun persistentes, originadas en diferentes temporalidades y espacios sociales. Suponer que el pasado se pierde enteramente es una ilusión, Se pierden los hechos, no sus efectos, no sus significados, no su sentido cuando interpretados por realidades humanas en situaciones conflictivas esenciales, que precisan del pasado como sostén y como apoyo moral e intelectual.
Cuando un sistema (ese increíble complejo de condiciones) domina de manera abrumadora hasta penetrar en los últimos recovecos de la vida animal, ( el humano es un animal), al decir de Eagleton (2011: 107) ya “no parece ser un sistema”: es vivido como una forma de vida que semeja ser propia de la naturaleza humana. El sistema cultiva esa confusión, que ciertamente contribuye a que el dominado no advenga a una reflexión capaz de conducirlo a inesperadas conclusiones. Todo complejo de condiciones que interactúan entre si hasta constituir una suerte de atmósfera social que respira el sujeto, es percibido simultáneamente de maneras incluso contradictorias en distintos escalones e individualidades de la pirámide social. Entre tanto, lo habitual, lo recurrente, se instala en las capas profundas de la consciencia. Y aquí es donde viene a cuento el concepto de “habitus”, o hábito en castellano liso y llano, elaborado por Pierre Bourdieu.
Para este sociólogo, el agente social actúa sin saber que es actuado por un sistema de hábitos: un conjunto de disposiciones a actuar, percibir, sentir y pensar de una cierta manera, interiorizado en el curso de su historia personal. El hábito se particulariza con arreglo al espacio social ocupado por el individuo y según la lógica propia del campo y de la situación en que está implicado: ocurre fuera de toda reflexión consciente, gracias a disposiciones adquiridas que funcionan como automatismos. Momentos decisivos en que las adquisiciones se interiorizan son los años de escolaridad sometida a métodos que estimulan la absorción pasiva de contenidos disciplinadores e ignoran o desestimulan toda comprensión razonada y crítica.
En tanto estructura estructurada, el hábito produce efectos estructurantes en los actos, los pensamientos, los sentimientos y las percepciones del sujeto. La estructura de que es producto gobierna las prácticas sin constituir un determinismo absoluto ni exige una rigurosa obediencia a reglas social y públicamente sancionadas. La vida en el sistema se configura como un complejo de hábitos que se contraen en la naturalidad del vivir con semejantes signados por ellos; supone la conformidad al sistema no mediada por la razón consciente. (También Weber creía que, en la mayoría de los casos, las acciones que ejecuta el sujeto no pasan por un significado previo: son puramente maquinales). De hecho, el hábito acaba componiendo el conjunto de patrones de obediencia social y psicológica, que incluyen distintos grados de no reflexividad. El hábito es dominación consentida de que no se tiene consciencia. No es el único mecanismo de la dominación.
El hábito no excluye el pensar. Cuando la naturaleza de los problemas que enfrenta el sujeto no pueden ser encarados con los modos y recursos adquiridos para pensar, puede presumirse que el inflexible hábito deja sin soportes intelectuales al sujeto, que conoce entonces la sensación de impotencia y concluye en la inutilidad de ciertos esfuerzos de pensamiento, en apariencia ajenos a su humana capacidad de lograr esclarecimientos. El hábito tiene un efecto bloqueador: deviene un impedimento. Al no poder el sujeto franquear los límites que le han imbuido, que marcan el nivel de realidad a que puede acceder, generalmente su razonar se detiene en ciertos compartimentos sin advertir su pertenencia a la totalidad sistémica en que adquieren toda la significación que le es negada.
Toda forma específica de organización humana exige de hábitos que regulen los comportamientos, los hagan comprensibles y aceptables. Pero una organización que estimule los hábitos críticos es lo exactamente opuesto a aquella que estimula la sumisión, que ciega los canales de la curiosidad y adormece las inquietudes. La uniformidad y los automatismos, preclaros componentes del sentido común y de la opinión pública de la dominación, hieren las posibilidades reflexivas y autónomas; son la adaptación a conductas rigurosamente prescriptivas, a despecho del grado de libertad autonómica que el sujeto cree poseer. Quien se despoja de su propio yo (o es despojado por la dominación) se transforma en un autómata, anota Eric Fromm (1947:169), idéntico a millones de autómatas que lo circundan. No se siente solo y angustiado. Y agrega (Id., :171): el sujeto ignora que sus pensamientos y deseos le han sido impuestos: los siente como originales de sí mismo. El antropólogo Dan Sperber (1996: 156) advierte: “la organización mental de los individuos determina cuales, entre todos los imputs disponibles en el entorno, serán tratados, cómo lo serán y qué informaciones guiarán los comportamientos que a su vez modificarán el entorno”.
Los mecanismos de la dominación que modelan la persona humana, se repite, son mucho más que presiones desde afuera de esta: operan compulsivamente desde su interior.
REFERENCIAS
Eagleton, Terry, -A Ideia de Cultura, Editora Unesp, Sao Paulo, 2011
Fromm, Erich, El Miedo a la Libertad, Editorial Abril, Buenos Aires, 1947
Hyden, Hdgar, Aspectos Bioquímicos de la Actividad Cerebral, en O Controle da Mente, org. Por S.M.Farber y R.H.L. Wilson, Zahar Editores, Rio de Janeiro, 1963
Morin, Edgar, Avant et Après la Diaspora, en Pour une Anthropologie Fondamental, Éditions du Seuil, Paris, 1990
Sperber, Dan, La Contagion des Idées, Odile Jacob, Paris, 1996
[LP1]Voluntad del sistema
(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido oportunamente en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.
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