lunes, 17 de septiembre de 2018

FRAGMENTO QUE COMPLETA EL PRIMER CAPÍTULO DEL LIBRO INÉDITO: "DE LA DOMINACIÓN CONSENTIDA", Por León Pomer (") para Vagos y Vagas Peronistas.

"La dominación", dice León Pomer, "opera sobre el hoy, los ayeres y el mañana. Regula los pasados y el presente, se entromete en el futuro. Utiliza lo pasado para legitimarse construyéndolo a gusto de su paladar. La sustancia de la dominación es inoculada en los ayeres que construye, en el hoy que domina y el porvenir que imagina. Autócrata que gobierna sigiloso, la cultura del Poder anula las memorias que lo contrarían, menoscaba sus significados, denigra, oculta las subversiones de que la historia está poblada, arroja en la fosa del olvido lo que detesta: quiere pueblos ignorantes de sus luchas pasadas, disuelve en la niebla los protagonismos populares. Para héroes y mártires del pueblo hay una anónima fosa colectiva. La dominación ensalza a los suyos, moradores de un Olimpo de “grandes hombres” que habrían combatido la barbarie sub humana". 




La dominación es un Poder coactivo ejercido por la clase dominante; es una necesaria violencia material e intelectual precisada de individuos decididos a ejecutarla sin conmiseración por el prójimo desvalido, presumiblemente obsesionado por arrebatar la riqueza (que él produjo y le fue expropiada), vigilado y sospechado de pretender recuperarla. 

Para desempeñar con eficacia su papel social el dominador desarrolla los necesarios atributos que hacen de él una figura fría e indiferente, sapiente en el uso del engaño, de la brutalidad sin reparos y toda la hipocresía que le exijan las circunstancias; un ser confortado, eso sí, por una visión de la sociedad humana que lo reconcilia consigo mismo. Su posición en las cumbres del sistema social explotador y desigual hacen de él una estructura humana organizada para preservar, y eventualmente multiplicar la aniquilante condición de las grandes mayorías. Y el dominado, cuando plenamente entregado a la dominación y atrapado por la lógica de un Poder que lo navega en sus adentros, queda sumergido en una intermitente, difusa, inaprehensible y no identificable inquietud que lo desasosiega y lo asedia y lo hostiga, como si una presencia ajena fuera apoderándose de su yo más íntimo. Sujetado por una inquietante ajenidad y la adversidad que lo asola, el dominado busca retener en sí un debilitado y maltrecho hálito vital que pugna por dirigir sus energías en oposición a la congoja que no le pierde pisada. Victimado por el sistema, no logra esquivar las estrecheces materiales e inmateriales que lo desvían de una autenticidad y lo estrellan contra la negación. En su actividad cotidiana, en sus momentos de reflexión sobre sí mismo, se sentirá, clara o confusamente, conminado a actuar a contramano de su índole más preciada. 

En El Capitalismo Como Religión, Walter Benjamín señaló que en la sociedad “capitalista actual”, existe un “sentimiento agudo y desesperante del carácter mecánico, uniforme, vacío y repetitivo de la vida de los individuos”. O, con otras palabras: vacío existencial. Quien puede adquirir con dinero el objeto que promete amenizar las horas carcomidas por el bacilo de la opacidad y el microbio del tedio, ignora que fue seducido por una nube de humo tóxico; “satisfacciones” sustitutivas piden realimentarse permanentemente (cuando el bolsillo lo permite), pero no sustraen de la vaciedad que menta Benjamín, la agravan, no modifican la raíz del problema. El objeto ofrecido al consumo como sustitutivo de la felicidad, o como su encarnación, debe llenar la vaciedad que no se llena con objetos. El consumismo es un estilo de vida que no requiere de un Otro humano: “cada cual en lo suyo”, sostiene la “filosofía” del egoísmo. 

La dominación es una Totalidad; en la sociedad que señorea, casi ningún espacio ni relación humana le escapan. Las excepciones no forman legión; pero que las haya atentan contra su presunta omnipotencia. La práctica social que instaura, particularmente en los días de hoy, se viste de apariencias. Parcelas de la conducta humana aparecen como normativamente desreguladas de no tan antiguas rigideces. Pero si ocurre, ocurre menos por decisión del sistema que por una desesperada, elemental y angustiante rebeldía que no se soporta dentro de su propia piel. El sistema la acepta y eventualmente la castiga, o acepta y se satisface que se castigue a sí misma consumiendo drogas, imaginando vivir en una libertad sin anquilosados convencionalismos. No le importa que el sujeto se crea libre y contraventor empedernido. Lo que decide es que las “locuras”, las libertades y las transgresiones transcurran sin objetar las relaciones de explotación jerarquizadas y asimétricas, y que el consumo de lo “prohibido” transcurra sin excesivos contratiempos. 

Dominar incluye incentivar la carencia de auto control, que encuentra en la droga un extraordinario auxiliar, amén del mercado para uno de los mayores negocios que el sistema hipócritamente condena. Sobre uno de los efectos que producen los estupefacientes, vaya una muestra. Noticia aparecida en R.T., el 27 de agosto de 2018, con el sugestivo título: Zombificación Colectiva, el día 15 del mismo mes ocurrió en New Haven, Connecticut, en el New Haven Green, un parque al lado de la Universidad de Yale, que 95 personas sufrieran simultáneamente una sobredosis de marihuana sintética, también conocida como K2., y se fueran desplomando inconscientes una tras otra. La autora de la información recuerda que en New Haven hay "empresas farmacéuticas que son narcotraficantes, muchas de ellas privadas, que generan mucho dinero”, y asegura: estamos ante "una nueva ola de locura: una zombificación de la población estadounidense, cortesía de las empresas farmacéuticas". Y lo más grave: decenas de millones sienten la necesidad de zombificarse como manera de calmar ansiedades y vaciedades y angustias. 

En los naturalizados y peculiares espacios socio – culturales propios de cada una de sus etapas históricas, la dominación generó los modos plurales de humanidad que alimentaron su dinamismo reproductor y por este fueron paridos. En todos los casos, y en todos los tiempos, los aprendizajes recibieron la substancia socio – cultural – emocional del sistema interrelacional que los modela y que hace del ser modelado un instrumento modelador. La regulación emocional, que en ocasiones asume el aspecto de una salvaje y desbordada emocionalidad, sobre todo cuando propia de un colectivo humano enardecido, potencia el carácter irreflexivo de las emociones cuando no controladas por la razón reflexiva. 

En la dominación, las formas de obrar y comunicarse están mediatizadas por el condicionante dominador del que es un ejemplo el obrar verbal, valiéndose de la singular semántica propia de un vocabulario que viola y malversa significados, abusa de frases hechas y estereotipos verbales y conceptuales que por añadidura brotan del sujeto con aplastante maquinalidad. 

Dominar es encuadrar dentro de un sistema interrelacional multitudinarias prácticas comportamentales; es vigilar, sea cual fuere la “libertad” a que se entreguen, que no se aparten del papel que deben desempeñar en una organización jerárquica apodada de orden social, cuya ejemplaridad reside en mantener sujetos a los más a los designios de los menos. Dominar es cancelar al máximo en el Otro la capacidad de apartarse del sistema relacional, con independencia de lo que el Otro imagine. 

La dominación controla, persuade, advierte mediante la violencia explícita, brutal e ilimitada. Pero su arma más poderosa, por sinuosa y de inocente aspecto, es la que Bourdieu llamó de Poder Simbólico (de que se habla más adelante). Introducido, este, en la más profunda intimidad del individuo, no precisa provocar dolores en el cuerpo y por eso, aunque de acción permanente, pasa desapercibido. 

El combinado esfuerzo coaccionante, fuerza física – Poder Simbólico logra su éxito cuando obtiene la resignación desesperanzada frente a lo que no parece tener arreglo; cuando sobreviene la sumisión aquiescente, aunque se revista de una rebeldía que, ya se advirtió, no inmuta al sistema. 

La dominación controla la estructura de clases, consagración material de las asimetrías en todos los órdenes de la vida social, incluso expresada en las diferentes modelaciones humanas que opondrían a los enteramente humanos que dominan, a la decaída subhumanidad de los dominados. Para que los espíritus insumisos no encuentren ámbitos para decir su mensaje, no necesariamente se los prohibe: el sistema ejerce cotidianamente sus adormecedores sociales, que distraen, bloquean e insensibilizan, niegan entendimiento. Es vital que los intoxicados no se reconozcan cómplices inconscientes de aquello que los hace familiares de las marionetas. 

La dominación opera sobre el hoy, los ayeres y el mañana. Regula los pasados y el presente, se entromete en el futuro. Utiliza lo pasado para legitimarse construyéndolo a gusto de su paladar. La sustancia de la dominación es inoculada en los ayeres que construye, en el hoy que domina y el porvenir que imagina. Autócrata que gobierna sigiloso, la cultura del Poder anula las memorias que lo contrarían, menoscaba sus significados, denigra, oculta las subversiones de que la historia está poblada, arroja en la fosa del olvido lo que detesta: quiere pueblos ignorantes de sus luchas pasadas, disuelve en la niebla los protagonismos populares. Para héroes y mártires del pueblo hay una anónima fosa colectiva. La dominación ensalza a los suyos, moradores de un Olimpo de “grandes hombres” que habrían combatido la barbarie sub humana. 

El sistema vigila. Cada grupo diferenciado de la jerarquía social debe desempeñar un determinado papel. Las “clases peligrosas” no deberán excederse del que se les ha confiado: recibirán atenciones preferenciales. Los multiplicados pavores que padecen no son la escuela de modales bien comportados; no aconsejan la entera pasividad ni el silencio anodino. Vidas escarnecidas y sufrientes son vigiladas, tuteladas, inhibidas, anestesiadas, atemorizadas, ametralladas, bombardeadas, disuadidas de producir exabruptos más allá del gemido inane y el grito de dolor. El sistema se precave. Sabe que acechan rebeldías peligrosas en las penumbras de la miseria, en la opacidad de las frustraciones, en los soles negros de la vida. Tratará que los “condenados de la tierra” (Fanon) se resignen a su condena; intentará castrar la aparición de un pensar crítico, autónomo y altivo; erigirá obstáculos, barreras, impedimentos; inventará distracciones desviantes; planeará la ignorancia y hablará de inferioridades genéticas. Las falacias que soportan los que circulan en el suelo de la sociedad seducen a las clientelas del Poder, entusiastas receptoras de las mismas: las convence que los subalternos sociales cargan una congénita minoridad que los sitúa en un suburbio de lo humano, a pasos del muladar irrespirable. Los quiere lejos, excepto cuando los utiliza como adictos y mansos servidores. Considerables estratos medios, obsesionados por diferenciarse y tomar la mayor distancia del abajo social serán el apoyo de masas de la dominación. Se hablará de ellos. 

La dominación propone una existencia carente de audacias y osadías; un transcurrir en un tiempo de persuasiones nunca reflexionadas. La cultura del Poder impone al dominado un pensar cuyas “verdades” se enmarcan en categorías convencionales, dudosamente cognitivas, falsamente perceptuales y caprichosamente conceptuales: epistemología del error. La dominación necesita anular las voluntades autónomas, matar sus brotes, obtener su pasiva perplejidad: se satisface y respira satisfecha cuando el sujeto dominado no entiende lo que quisiera entender y se entrega a desvencijadas elucubraciones; cuando un pensar inconexo, desordenado y confuso salta de rama en rama, no se detiene en ningún gajo y se enreda en sus propias confusiones. El pensamiento del dominado que halaga a la dominación discurre por carriles subrepticiamente inoculados que conducen a un verdadero galimatías mental. Está en la esencia del sistema capacitar subjetividades para concluir en el desengaño: la mollera no debe dar para mucho más que el sentido común cotidiano. El sujeto no sospecha, no debe sospechar que sus comportamientos, sus gustos y decisiones están parcial o enteramente dictados por la lógica de un sistema entronizado como propio de su humana naturaleza. La dominación distribuye conformidad y resignación: los dominados deben acceder a una bovina mansedumbre. Los designios de la realidad continuarán inescrutables. Es función inalienable de la dominación alimentar la conformidad sin delatarse; libertades más nominales que reales son maquilladas para parecer lo que no son. Victimado el dominado por la falsa consciencia que le ha sido introyectada, su conformidad con la estructura social vigente se seguirá de respetar los modos relacionales, que equivalen a colaborar en la forja de los grilletes inmateriales que lo aherrojan. 

La cultura del sistema denigra a sus víctimas: les atribuye una innata, desvalorizada calidad humana, las exhorta a bajar la cabeza. Cada jornada de vida en sociedad debe confirmar el desprecio de criaturas cuyo rostro humano sería el antifaz que oculta su barbarie. El destino de esas gentes no puede ser otro que los abyectos basurales de la sociedad. Hacia arriba no hay lugar para ellos. Tampoco lo hay en el relato de la historia. El pueblo, esa mayoría social heterogénea y explotada, presentada como una masa unánimemente gris portadora de barbarie, recibe el peso más ominoso de la violencia dominadora, a la vez insidiosa y brutal; su micro mundo cotidiano es “una transición cenicienta entre el espasmo doméstico y el olvido” (Steiner, 1991:98). 

Dentro del escasamente consolador imaginario que el sistema instala en el dominado (no necesariamente exitoso) hay distinciones - diferenciaciones que se materializan en las prácticas relacionales. La especie que con excesivo optimismo fue llamada de sapiens, estaría integrada por un “club” minoritario de miembros superiores dotados para mandar la multitud ignara que bordea lo sub humano, cuyas ilusiones de una existencia menos azarosa revelarían su definitiva mediocridad. Los desavisados de este mundo (una de las más selectas y vastas producciones del sistema de dominación) deberán persuadirse que las maldades que los victiman son propias de su menguada humanidad, de la impotencia que los habita y los condena a una índole incapaz de cruzar airosamente por los espinosos matorrales de la vida. Los pobres serán irremediablemente pobres: para eso han nacido. La pobreza sería una suerte de condición biológica o el designio de un Poder inescrutable: el castigo de una inferioridad. De ahí se sigue que para la dominación los cuadros sociales deberían estar imbuidos de una definitiva rigidez: contrariar ese estado de cosas (o ley natural) sería tan imposible como disolver de un plumazo el sistema de castas que impera en la India, soñado y ambicionado modelo que en estas latitudes quedaría sintetizado en las siguientes palabras: quien nace pobre (o intocable en el país asiático), debe morir pobre y la prole heredar la pobreza. 

La dominación ve en las masas un rebaño de sombras tristes, en cierto modo, aunque no totalmente resignadas a la vida que no sabrían abyecta, porque no conocerían otra. El silencio de las bocas populares, la aceptación fatalista de su destino evitaría gastar pólvora y refinadas pistolas que argumentan a los cuerpos con descargas eléctricas. En habiendo reclamos, reivindicaciones, panfletos y carteles que osen demandar lo que no les corresponde, la respuesta, ya se sabe, es una sola: violencia contra los temerarios. El Poder dominador advierte a los dominados, particularmente a los más castigados, que son la resultante deplorable de una ley que reduce y limita su humanidad, los constriñe a la obediencia y a no meter la nariz en los asuntos que huyen de su entendimiento, cuya administración cabe a los que han sido dotados de una plena y completa humanidad. 

La patologización de la razón tiene un primer fundamento en las formas relacionales que caracterizan la sociedad capitalista; en las prácticas, actitudes y gestos que de ellas se desprenden, en los “saberes” que ensombrecen los cerebros. Hay una cultura implícita en las especificidades conductuales de todos los grupos sociales, que son enseñados a desarrollar modalidades de pensamiento y acción congruentes con el papel que juegan en la sociedad.
 

Para dislocar tensiones, aprehensiones, temores y sospechas, para distraer y sosegar a los cerebros y los cuerpos de los dominados, el Poder Simbólico los devasta con algo más que mentiras y ocultamientos: les propone entretenimientos estupidizantes, un gasto inútil y perverso de las horas libres. Cerebros reblandecidos en un proceso comenzado en la más temprana infancia, serán impedidos de oponerse a la menorvalía a que han sido condenados. Todo pensar que no se anonada e insiste en perforar los “misterios” que el sistema predica sobre sí mismo debe ser retornado al sentido común u obligado al silencio. Audacias intelectuales no son para las masas destinadas a la ovejuna mansedumbre. El sistema, pura heteronomía, “no aprecia” a los empeñados indagadores sobre por qué el hartazgo y la saciedad, el hambre y el desamparo. La dominación inyecta anticuerpos adormilantes: dosis macizas de resignación administrada a vidas que transcurren, con demasiada frecuencia, en un tedio alimentado por un inexorable más de lo mismo. 

Piensa Marramao (2013:9), aludiendo a palabras anticipatorias de Canetti, que se anuncia un umbral catastrófico que nos pone “cerca de la meta final, la destrucción de la tierra”. Lo corroboraría la indiferencia de los poderes mundiales del sistema frente al sistemático exterminio de manifestaciones de la vida que comprometen a la entera realidad viviente, pesadilla ya instalada en el cambio climático y en una no descartable guerra atómica. Una enceguecedora pulsión de muerte entraña los actos de los dominadores, ¿podrá explicar que para mantener su dominación y el sistema que la fundamenta, se empeñen en ignorar que incluso está en juego su propia existencia como seres vivos? ¿O los poderosos de este mundo creen que la muerte tendrá la gentileza de dispensarlos benignamente de su guadaña, gesto que no tendría para la absoluta mayoría de la humanidad? La brújula del desconcierto gira locamente. El mundo cada vez más inhóspito inspira angustias. Crecen los desajustes mentales, las depresiones, el amplio abanico de la locura. 

Las campanadas de la vida suenan cacofónicas; doblan por los que fueron vaciados de esperanza, por los desposeídos y mutilados en todas sus vísceras, por los angustiados en el grito primario. Marramao (2013:13) cree en la “regeneración humana, a través de la reapropiación de lo que está siempre presente pero que es neutralizado por el Poder: la potencia de transformación del ser humano, el cambio de forma ínsito en su naturaleza”. La plasticidad del sapiens encierra la esperanza de que fracase su reducción a la condición de robot programado, por debajo de los que ya se programan a sí mismos. 

Habitantes de una historia estremecida y vacilante, enfrentamos tempestades y cielos tenebrosos. Pero la historia alecciona: siempre hay lugar para el” juego de los posibles”, siempre hay posibles. Ellos se encarnan en los rebeldes que intentan remontar la cuesta, saltar entre el filo de las piedras sin caer en el abismo, sufrir heridas y no desfallecer. Honrar la vida. 




Referencias 

Marramao, Giacomo, Contra el Poder, F.C.E., Buenos Aires, 2013 

George, Steiner, No Castelo de Barba Azul, Companhia das Letras, Sao Paulo, 1981 



Steiner, George, 1991:98

(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido oportunamente en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.

La primera parte de este texto: http://vagosperonistas.blogspot.com/2018/09/fragmento-del-primer-capitulo-de-de-la.html

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