Pienso en la pandemia como una amenaza del mundo exterior cernida sobre al territorio que habitamos. Tengo la impresión de que es una reacción de la naturaleza ante las agresiones al ecosistema perpetradas por la especie humana, que va convirtiéndose en una plaga para nuestro planeta, con su desmedida concentración de riqueza y poder en el hemisferio norte y los abusos que se cometen contra las demás especies. Pero dejando el asunto para que lo respondan quizás las ciencias y la filosofía, en un enfoque histórico más acotado, si vemos la pandemia como un castigo que viene de afuera, parece una metáfora del destino del país desde que se creó el Virreinato del Río de la Plata.
Quiero recordar que la
Argentina se modeló a partir de entonces como un embudo, con un puerto-puerta destinado
a abrir esta región al intercambio con la metrópoli, al cual arribaban y del
cual partían los galeones trayendo vituallas y esclavos para llevarse el oro y
la plata del Potosí; un comercio que fue variando para extraer después los
cueros y lanas, más adelante las carnes y granos, mediante la construcción de la
tela de araña ferroviaria que traía las manufacturas de Europa y arruinaba las
bases de la industria local.
Esta cabeza de Goliat fue
creciendo exponencialmente con las oleadas de trabajadores inmigrantes que
bajaban de los barcos, más los otros que vinieron de tierra adentro. El siglo
veinte conmovió el reinado de los ganados y las mieses, la crisis mundial del
capitalismo alteró la ecuación agroexportadora y el crecimiento se encaminó con
la industria nacional, pero el tejido de la dependencia se reconfiguró con el ingreso
de más capitales multinacionales y el tráfico de otras mercaderías e insumos. Hasta
la era actual, en que los avances tecnológicos han ido removiendo los muelles y
la ciudad capital es más que nada un puerto virtual, siempre en la función de intermediario,
como sucursal de las corporaciones y las redes financieras globales: el
mostrador donde se despachan los grandes negocios.
La historia de la ciudad
está llena de acontecimientos memorables que la enaltecieron, desde la
expulsión de los invasores británicos y el alumbramiento revolucionario de la
república; aunque también la gran aldea fue asediada por los levantamientos de las
provincias que reclamaban compartir los frutos de la emancipación, en una larga
disputa que culminó implantando el retaceado sistema federal. En la etapa de
las guerras civiles los propósitos unitarios fueron derrotados, pero la ciudad
contaba con los recursos de la hegemonía mercantil para mantener sus
privilegios.
Después de Caseros se
segregó para formar un Estado aparte, y después de Pavón se mantuvo como
capital de la provincia bonaerense, hospedando graciosamente al gobierno
nacional. Los intentos de poner la capital en el interior fueron vetados por el
sanjuanino Sarmiento, y en 1880, cuando la ciudad albergaba unas 80.000 almas, Buenos
Aires fue finalmente nacionalizada, venciendo la resistencia en armas del bando
mitrista a costa de más de 3.000 muertos. Para que fuera, como dijo entonces el
diputado José Hernández, el lugar de encuentro y armonía de provincianos y
porteños, donde fraguara “el espíritu nacional”. Np fue posible, porque
continuó siendo el reducto de la dominación oligárquica.
Frente
al orgulloso bastión elitista que miraba hacia afuera, una y otra vez se
alzaron las demandas por rectificar el rumbo, que tuvieron mayor eco en los pueblos interiores y en las orillas circundantes,
en el cinturón fabril donde acudieron a radicarse los migrantes de las
provincias. Un día de 1945 esas masas obreras de pigmentación más oscura
inundaron las calles y la plaza, sorprendiendo a quienes las ignoraban y
comenzaron a verlas como una peligrosa marea que ascendía de los suburbios.
A la capital federal se
la había dotado de un régimen municipal especial, con el intendente designado
por el presidente y un Concejo Deliberante electivo, además de elegir senadores
y una cantidad de diputados nacionales –llegaron a sumar un tercio de la
Cámara− que le conferían peso importante en el Congreso. La composición social
de la urbe tenía sus rasgos diferenciales que se reflejaron en el escenario
político, como fue el caso de la inserción electoral de los socialistas, que
alguna vez alcanzaron mayoría en los comicios capitalinos. Las cosas cambiaron
con el advenimiento del peronismo, aunque la capital resultó ser el distrito
donde su mayoría no era tan holgada, y los radicales se aproximaban a empardar el
caudal de sufragios peronistas, por lo que las circunscripciones uninominales de
la ley de 1951 se trazaron de modo que el voto de los barrios populares
compensara el de los de más categoría.
En la evolución
posterior, la población de la ciudad quedó estancada en casi tres millones,
mientras en las zonas linderas de jurisdicción provincial seguía creciendo el
conurbano, donde habitan hoy unos doce millones de personas; numerosos
municipios a los que se fueron desplazando las fábricas y puertos, nuevas actividades
productivas, villas precarias y barrios
residenciales cerrados, en un proceso espontáneo, desordenado y en gran medida
anómalo, Una megápolis que encierra grandes disparidades de nivel de vida e
infraestructura de servicios, con ventajas para el distrito capital por sus recursos
públicos, que es difícil corregir en esta acompleja configuración política.
Agotado el ciclo de las
dictaduras militares en el que regía la arbitrariedad de facto, volvieron al
primer plano las deliberaciones sobre el sistema político. Se planeó reformar
la Constitución, y el multipartidario y multisectorial Consejo para la
Consolidación de la Democracia del tiempo de Alfonsín propuso, entre otras
medidas, mudar la capital a los umbrales de la Patagonia y crear entonces una
nueva Provincia del Río de
la Plata que abarcara la ciudad porteña y el conurbano bonaerense, Era un plan de
trascendencia geopolítica, que apuntaba por un lado a instalar el gobierno nacional
en un lugar distante de la base tradicional de los “poderes fácticos”, y por
otro lado integrar y equiparar el núcleo capitalino con sus prolongaciones de
la periferia metropolitana.
Pero tales ideas
fueron dejadas de lado en el Pacto de Olivos que condicionó la reforma
constitucional, reduciendo el tema a la elección popular del intendente. Parecía
pues una forma de restar algo a la omnipotencia presidencial y crear un cargo
ejecutivo que tal vez no pudiera ganar el peronismo.
Los términos fueron variando en otro
sentido en el trámite de las Coincidencias Básicas de los dos partidos
mayoritarios y en la Convención Constituyente de 1994. El punto de la elección
del intendente se amplió hasta concebir un Estado-ciudad autónomo, a medias
municipal y provincial, con su Legislatura y su Estatuto organizativo, donde el
ejecutivo pasaba a titularse jefatura de gobierno. Se desecharon las
numerosas objeciones de forma y de fondo formuladas en los debates por quienes alegaban
que la capital “es de todos los argentinos” y advertían previsibles conflictos
de competencia. En prevención, una cláusula constitucional estableció que por ley del Congreso se garantizarían
los intereses del gobierno nacional mientras la ciudad fuera capital federal.
En
efecto, en 1995 so dictó la Ley Cafiero, por la cual el Estado nacional se
reservó diversas instituciones y facultades, incluso la justicia ordinaria y
atribuciones de seguridad policial, circunscribiendo las funciones judiciales de
la ciudad a los asuntos vecinales, contravenciones y casos
contencioso-administrativos y tributarios locales.
Pero los trabajos del parto de la Ciudad Autónoma continuaron
tratando de darle mayor rango a la creatura. En 1996, la primera elección
de sus autoridades mostró el predominio en el ámbito porteño de las dos alas de
la Alianza, la UCR delarruísta y el Frepaso, que protagonizaron la elaboración
de sus instituciones. La Legislatura Estatuyente se autodenominó “Convención
Constituyente” y al estatuto lo llamaron Constitución para jerarquizarlo, según
declaró la presidenta de la asamblea Fernández Meijide. El texto incluyó una
extensa declaración de derechos ciudadanos y reguló los tres poderes orgánicos excediendo
los límites de la Ley Cafiero, con una cláusula transitoria según la cual las
disposiciones que sobrepasan las limitaciones de aquella ley tendrán aplicación
cuando “una reforma legislativa o los tribunales competentes habiliten su
vigencia”.
A partir de allí, los
gobiernos porteños comenzaron a disputar y absorber competencias, rebajando a
la vez sus previstas alcaldías municipales a meros centros administrativos, y aumentaron
los recursos propios y delegados por la Nación. Fue también notoria una
orientación política diferenciada del resto del país. En esta ciudad hizo su
carrera política ascendente De la Rúa, y comenzó a tramarse el engendro
macrista, fiel expresión del avance de los intereses de la “patria contratista”
sobre la gestión directa del gobierno, obediente a los dogmas neoliberales para
seguir privatizando el patrimonio común e imponer el libre albedrío de la especulación
financiera y la prepotencia de los consorcios exportadores En este contexto ha podido cosechar votos, por
ejemplo, una candidata impresentable en su provincia natal, y pueden medrar políticamente
los gurúes de la city que saltan del sector privado al sector público y van y
vuelven con las mismas recetas para servir a sus mandantes.
Y estalló la pandemia,
una calamidad que se derramó desde el norte, que encontró desunidos a los
países suramericanos, y desde el norte también nos venden a alto precio los
remedios. La peste puso de resalto el absurdo de una política sanitaria o anti
sanitaria dividida por la avenida General Paz, a la par que ponía en evidencia
los lazos de circulación del trabajo y servicios mutuos entre las áreas contiguas
de la región metropolitana, en permanente y necesaria interrelación. Quedó expuesta
asimismo la pretensión inadmisible del actual gobierno porteño de desacatar
leyes nacionales impunemente, priorizando intereses mercantiles por sobre la protección
de la vida humana
Hay que estudiar el
gran diseño territorial de la nación, y aunque es dudoso que el traslado de la
capital sea la solución de los problemas que arrastra nuestra estructura social
y económica, sin duda la integración del complejo metropolitano, retomando la
discusión de aquella idea de una nueva provincia rioplatense, podría conducir a
una distribución equitativa de los recursos y a la reconfiguración política de
esta parte central del país. Para
que la puerta al mundo no sea la cabecera de playa del capitalismo global ni la
sede de una clase dirigente de espaldas al interior, sino una ciudad recuperada
para la política nacional, en sintonía con las necesidades del conjunto de la sociedad,
como fue el espíritu de su federalización que proclamara José Hernández: una
ciudad de todos y para todos nosotros, los argentinos.
Sin duda detener la elefanteasis de la odiosa CABA, ayudaría a equilibrar las desigualdades descriptas. No se si enterferiria mucho en épocas pandamicas, pero con seguridad nos libraría de las dictaduras de los Larratas.
ResponderEliminarEra tiempo q podamos leer esta parte de la historia Argentina. El inicio de lo q hoy todavía no podemos superar, llevará tiempo limpiar y dejar al descubierto a todos y todo lo q fue hundiendo nuestra patria hasta el momento. ES TIEMPO Q ESTO LLEGUE A SU FIN, SI BIEN SE, Q SOLO EL PUEBLO CON MUCHO ESFUERZO LO PODRÍA LOGRAR. NO CONOZCO NI ME IMAGINO EL MÉTODO PARA LLEVAR ADELANTE Y LOGRARLO. TENEMOS Q ENCONTRAR LA FORMA, SENTARNOS TODOS X Q SOLO LA UNIDAD NOS PUEDE LLEVAN AL TRIUNFO Y LLEGAR A ACUERDOS. PERO CON HONESTIDAD DE TODOS, SIN CARTAS DEBAJO DE LA MANGA X INTERESES PERSONALES.
ResponderEliminarMuy bueno. Cuanto nos falta como cultura politica para los grandes debates. Gracias Hugo por este documento
ResponderEliminarMuy bueno, Hugo. Algún día habrá que indagar cómo ha variado la composición de los tres millones de habitantes y cúanto bajo la alfombra guarda la Reina del Plata.
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