miércoles, 11 de mayo de 2016

SEÑOR PRESIDENTE, TENGO UNA IDEA, Por Ignacio Jawtuschenko y Hernán Comastri (Fuente: Página12, 11/05/16)

Hernán Comastri, doctor en Historia e investigador del Conicet, recopiló esas misivas, enviadas en la primera presidencia de Perón. Todas eran analizadas y respondidas. Son testimonio de la clase obrera que pensaba la ciencia y la tecnología. Y la aparición de un nuevo actor social: el inventor popular.


Escribirle a un presidente es como enrollar un mensaje dentro de una botella y lanzarlo al mar. Algo incierto. Incluso en estos tiempos de artificio virtual y redes sociales. Sin embargo, 70 años atrás, miles de trabajadores tomaron lápiz y papel para acercar ideas, inventos, y ocurrencias técnicas que podían ayudar al país.

Durante su investigación acerca de la política científica y los imaginarios sociales en el primer peronismo, Hernán Comastri, doctor en Historia e investigador del Conicet en el Instituto de Historia Argentina y Americana Emilio Ravignani, se encontró con un tesoro: cartas al presidente Juan Perón escritas por “obreros y trabajadores” con inventos, ideas y proyectos.

Los imaginarios populares ya ha sido abordada a partir del folclore, el fútbol, el canto, y el cine. Ahora Comastri, estudia “la más maravillosa música”, que es la inventiva y el ingenio del pueblo.

Página/12 dialogó con el autor de este estudio que rompe con el estereotipo de sectores populares indiferentes a la ciencia, y a la sombra de las elites ilustradas que la monopolizan. “En ese intercambio epistolar se construyó un nuevo actor social, el inventor popular”, dice.

–Cartas a los presidentes hubo siempre. ¿Cómo surgen estas con propuestas técnicas?

–A partir de 1946 esas cartas se multiplican y su gestión ocupa un lugar importante. A fines del año 1951, Perón hizo una campaña de difusión muy grande en radios y diarios para el Segundo Plan Quinquenal. Pide que manden ideas, proyectos, inventos para ser analizados y posiblemente incluidos. Y bajó una directiva clara: todas las cartas deben ser analizadas con rigurosidad, sin importar el tipo, ni el originante. Como resultado, hasta 1955, toda carta enviada, por más delirante o improvisada que fuera, están copiadas en triplicado, enviadas para hacer un informe técnico a algún organismo especializado, y después se le escribe al iniciante pidiéndole más detalles, o que se acerque a la oficina para tener una entrevista.

–¿Las cartas provienen de los sectores populares? ¿Con qué motivación escriben?

–Sí, los autores son obreros y peones rurales. Gran parte de las cartas cede explícitamente al Estado los derechos de patente de sus inventos, otras anuncian un Sindicato de Inventores Argentinos afiliado a la CGT, otras exigen al gobierno que construya un Registro de Patentes Obreras, para que ingenieros y técnicos transformen sus ideas en prototipos; esto trastroca las jerarquías tradicionales. El invento o el “descubrimiento” ya no es pensado como un boleto de ascenso social individual. Si nos guiamos por las cartas, la patria la construían, literalmente, los trabajadores.

–Está bien, pero el conocimiento científico se origina en ámbitos específicos, en la academia, tiene sus reglas…

–Las cartas muestran que la gente no está esperando que le expliquen, está experimentando por sí misma, con sus propios recursos, de manera casera, en su pequeño taller o en laboratorios improvisados. Y tiene sus inquietudes, una agenda de temas propios.

–¿Cuál es el valor historiográfico de esas cartas?

–Ahí está la voz de las clases populares, sin mediaciones. Muchas veces son personas que no saben escribir y le dictan a un vecino o a un empleado de correo. Ahí lo que uno puede ver es cómo se procesa toda la información que está circulando en los medios, en el discurso político, cómo llega al obrero, al pequeño chacarero o al oficinista.

–¿Cuáles son los temas que aparecen?

–Muchos son temas de actualidad que se discuten en los medios, la actividad nuclear, el avión a reacción Pulqui, y todo el fenómeno ovni, que aparece en el año 1947.

–¿La idea más extravagante?

–Una persona propuso desviar el curso del Río de la Plata. Explica que la Argentina nunca iba a progresar porque no se puede trabajar y pensar con esta humedad, porque básicamente el problema de Buenos Aires era la humedad. Entonces su idea era hacer un canal que desviara el Río de la Plata al norte, lo hiciera rodear toda la ciudad y el conurbano y lo hiciera desembocar en zona sur, en el río Samborombón, con eso propone regar toda la Pampa húmeda, y además en la cuenca vacía de lo que es el Río de la Plata va a entrar el mar y vamos a tener playa, y ahí explicaba todos los beneficios del turismo.

–¿Se encontró con algún invento que lo sorprendió?

–Por esos años, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, estaba esperando encontrar inventos de armas, planteos bélicos. Por el contrario, de 500 inventos que catalogué había sólo dos o tres bélicos. Hay una persona que dice tener los planos alemanes de un cañón sónico, que puede matar a un hombre, a cientos de metros de distancia. Pide verlo a Perón, dice que no confía en nadie, que se los presentará sólo a él.

–Me imagino que, muchas veces, son la excusa para intentar un encuentro con Perón.

–Claro, la gente está convencida de que si hace una presentación llamativa, lo va a poder ver a Perón. Es una fantasía, muchas cartas lo intentan. Y ahí uno ve mucho cómo era percibido el discurso de gobierno. Cuestión que en historiografía es algo muy difícil de recuperar, porque se tienen los discursos de Perón, pero no cómo ese discurso era procesado por quienes lo estaban escuchando por radio.

–¿Las escriben partidarios de Perón?

–Hay cartas elogiosas con Perón y están dirigidas a él, en muy pocas el autor es consciente de que serán leídas por funcionarios o autoridades. También hay algunas que son claramente antiperonistas con un discurso, incluso agresivo. Por ejemplo dicen “usted que dice ser el abanderado de los humildes, acá le escribe un trabajador”, con tono desafiante.

–¿Cómo eran percibidos los temas vinculados a la ciencia y tecnología?

–En esos años se crea el Instituto Antártico Argentino y se le da impulso a la exploración de la Antártida, que generó en la sociedad una fascinación muy grande. Es visto como el último gran espacio por explorar. Hay gente que quiere ser parte de lo nuevo y manda cartas ofreciéndose para ir a la Antártida. Un sentido similar tiene lo atómico, con la creación de la CNEA. Es un mundo a explorar, con posibilidades infinitas, hay una fascinación por lo desconocido.

–¿Y cómo son vistos los científicos?

–En las cartas se nota un cambio de mentalidad, hay una concepción de desarrollo nacional. Ya no importa tener un genio o un gran científico, sino generar conocimiento que aporte al desarrollo económico. Y el Estado es visto como la locomotora que va proponiendo las áreas de interés estratégico, y que toma a la ciencia no como un fin, sino como un medio para alcanzar justicia social, igualdad económica, y soberanía.

–¿Qué aparece acerca de anuncios fallidos como el de Ronald Richter, que dijo haber logrado la fusión nuclear en la Isla Huemul?

–El inventor solitario en su taller, que creía haber encontrado una fórmula o mecanismo novedoso, tenía en Richter el mejor ejemplo del outsider al que nadie le creía, entonces le escriben a Perón. Richter es muy mencionado, “yo soy el Richter de la industria”, se presenta uno, hay quienes quieren ir a Bariloche. A partir de que se devela que el de Huemul fue un fracaso, Richter desaparece de las cartas.

–¿De dónde llegan las cartas?

–Llegan de todo el país, incluso dos de cada diez llegan del extranjero. Vemos que el interés por la ciencia ya no es sólo metropolitano. Hay cartas de pequeños chacareros, y peones de Jujuy que dicen haber encontrado oro en el campo donde trabajan. Hay una relación distinta con el territorio. Muchos proyectos están a medio camino entre ciencia e infraestructura. Plantean la necesidad de transformar el territorio, obras hídricas, riego. Los problemas típicos de la ruralidad, lucha contra las pestes, o transformar territorios desérticos en productivos, intentan ser resueltos con métodos científicos y con técnica moderna.

–Usted dice que un funcionario los recibía, ¿qué se les decía en esas entrevistas?

–Si bien en la mayoría de los casos se le explica por qué es un invento que no puede llevarse adelante, se pone a un técnico o incluso un ingeniero a que brinde una explicación. Esto implicó un fuerte reconocimiento, y se crea un nuevo actor social, el inventor popular. Ese sujeto antes no existía, o no estaba reconocido como tal por el Estado. En cambio se legitima y se reconoce como inventor, incluso se crea un sindicato de inventores.

–¿Alguna propuesta habrá prosperado?

–Hay muchas que son razonables, y hay gente que consigue la patente. Por ejemplo hay gente que manda planos de telares mecánicos, piezas mecánicas del automotor, que encontraron la manera de fabricar más eficientemente, mucha maquinaria agrícola. Otras veces la respuesta es que esto ya existe en el mercado pero a lo mejor a ese pueblo no llegó aún, hay muchos que proponen cosas que ya están inventadas.

–Es un diálogo directo entre gente de a pie y el Estado, que asombraría a los gurúes de la comunicación política. ¿Qué rescata de esta iniciativa?

–La actividad pedagógica, se cita a la persona, se le explica, se le recomienda bibliografía, se la pone en contacto con laboratorios, se le recomienda que estudie, hay estudiantes que escriben y dicen yo quiero trabajar en la Cnea y le contestan qué carrera estudiar y por dónde es el camino. Hay un diálogo, un ida y vuelta que en 1955 se corta. De hecho para la academia esto fue visto como populismo masivo, se lo ignora completamente, hay un divorcio ahí muy grande.

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