lunes, 7 de junio de 2021

EL SISTEMA ENFERMA Y MATA por León Pomer (*) para Vagos y Vagas Peronistas

 




Implacable devoradora de vidas, la pandemia “expone el salvajismo de la estructura del poder mundial. Un capitalismo que maximiza ganancias en todos los órdenes de la vida social, devora todo lo que encuentra y destroza el andamiaje democrático que durante mucho tiempo ha ocultado su angurria insaciable. En la penumbra de este derrumbe se vislumbra a la bestia que agoniza mientras mata a sangre y fuego”. (Monica Peralta Ramos. El Cohete a la Luna, 23-5-2021)

La bestia, sacudida por tenebrosos espasmos, hoy excreta agónicos aullidos e imprime su signo mortuorio al entero planeta. Cuando joven y vigorosa, y rebosante de infatuación y enferma de áureas ambiciones, se lanzó a conquistar el mundo, pretextando “civilizar”, el capitalismo comenzó por esclavizar y destruir a los que, sin conocer reputó de sub humanos, sin importarle las catástrofes humanas que producía. Su historia puede ser leída desde diferentes ángulos. El extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas es uno de ellos; los mares de sangre que derramó y continúa derramando es otro costado de su desempeño histórico: el salvajismo es la sombra tenebrosa que siempre lo acompañó. Quiso ocultarlo, justificarlo, disimularlo; utilizó el “andamiaje democrático” que hoy ya no soporta más, ni le sirve. Su etapa neoliberal, en plena descomposición, arrasó con orgullos e ilusiones y sembró frustraciones y angustias.

Un grande y singular pensador, Walter Benjamin, reflejó la gigantesca tragedia vivida por la humanidad modelada por el capitalismo: se valió de una pintura del suizo germanizado Paul Klee. Las palabras que entonces escribió W.B. se hicieron célebres. Dicen lo siguiente: “ hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. Allí, donde vemos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas (…) Tal tempestad es lo que llamamos progreso” (W.B., Ensayos Escogidos. Tesis de filosofía de la historia. Edit. El Cuenco de Plata, Buenos Aires,20010. Tesis IX) La palabra “progreso”, engañadora y falaz, fue asociada al capitalismo: sirvió para ocultar los escombros humanos que éste acumuló detrás de sus pasos. A propósito, Alemania acaba de pedir perdón a Namibia por el genocidio, hasta ahora no mentado, que cometió entre 1904 y 1908, cuando ese país era colonia suya. Como reparación, le donará mil cien millones de euros, a pagar en cómodas cuotas anuales… durante 30 años.

Escuchemos ahora a un personaje más que relevante durante un período de la historia relativamente reciente de los Estados Unidos. Resumo un texto publicado por el filósofo italiano Franco Berardi ( La Segunda Venida ,Caja Negra Editora, pág.32,Buenos Aires,2020). Es una lista de horrores, limitada pero expresiva, sobre todo por quien es el autor que Berardi reproduce y yo a Berardi. Veamos:

Imperio Azteca, la conquista española redujo la población de 25 millones a 1 millón;

En Norteamérica, el 90% de la población indígena murió en los primeros 5 años de haber entrado en contacto con los invasores europeos. A esta mortandad hay que agregar los cientos de miles muertos en el siglo XIX;

En la India, entre 1857 y 1867. “se sospecha” que los británicos mataron cerca de un millón de civiles, en la rebelión que se produjo a partir de 1857;

La introducción forzada del opio en China, a cargo de los británicos, ocasionó millones de víctimas, sin contar las bajas chinas durante la Primera y Segunda Guerra del opio;

En el Congo, propiedad personal del rey de Bélgica, Leopoldo II, fueron asesinadas entre 10 y 15 millones de personas entre 1890 y 1910;

En Viet Nam fueron muertos entre 1 y 3 millones de personas entre 1955 y 1975;

Agréguense millones de asesinados en el mundo musulmán; y en Indonesia, entre 1835 y 1840, los holandeses mataron cerca de 300.000 civiles;

En Argelia, entre 1830 y 1845, los franceses liquidaron casi la mitad de la población;

Los italianos, para no ser menos, entre 1927 y 1934, exterminaron entre 80.000 y 500.000 internados en campos de concentración;

Sumemos, en los días actuales, las víctimas de Libia, Irak, Afganistan, Yemen, Palestina y varios etcéteras, en Africa, en Asia y en nuestra mal llamada América Latina.

Los números que el lector acaba de leer fueron originariamente publicados en una obra cuyo título en inglés es Toward a Global Realignment, en American Interest, junio de 2016, cuyo autor es Zbigniew Brzesinski, fuente seguramente insólita, pero insospechable. No son números exhaustivos, ni mucho menos. La conquista española mató millones de nativos que no figuran en la lista. Entre ellos, los sacrificados en la minería de la plata, en el célebre Potosi. Y por qué no agregar las víctimas de las dos guerras mundiales. A los millones asesinados por el nazismo, deben sumarse 26 millones de vidas sacrificadas solo en Rusia durante la invasión alemana.

Vayamos ahora a nuestro presente, al capitalismo que enferma, arruina vidas y las abrevia. Los mitos de la felicidad y del crecimiento económico ilimitado crearon las condiciones para la multiplicación de ciertos males: encubrieron los efectos perversos del fundamentalismo de mercado, responsable de la soledad, la tristeza, la angustia, la ansiedad, la depresión y una vida sin sentido, que el individualismo hedonista agrava en lugar de paliar. El llamado trastorno bipolar es un cuadro antes conocido como psicosis maníaco depresiva, que se ha expandido enormemente en los últimos 20 años. El “ataque de pánico” se difundió en tiempos más recientes; el marketing de los laboratorios farmacéuticos lo hizo popular. En 1895, Freud lo llamó neurosis de angustia, caracterizada por la hipertensión arterial súbita, la taquicardia y la dificultad respiratoria, la disnea, los mareos, la sudoración y los vómitos o náuseas.

En los niños, el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), está a la orden del día. El déficit de atención, la hiperactividad e impulsividad son características de la infancia: fueron elevadas a la categoría de trastorno neurobiológico, un desorden del cerebro. Los neurólogos afirman que es fundamental realizar un diagnóstico temprano para evaluar, si tales síntomas se presentan con una intensidad y frecuencia superior a la normal, y si interfieren en los ámbitos de la vida escolar, familiar y social. Aquí la pregunta: ¿cuál es la medida de la normalidad y quién la establece? El prestigioso neurólogo Fred Baughman denunció ante el Congreso de los Estados Unidos y presentó una demanda de fraude al consumidor en el Estado de California por el falso diagnóstico de TDAH. Niños completamente normales fueron diagnosticados con ficticios desequilibrios químicos cerebrales, y la subsecuente orden médica de tomar drogas. El diagnóstico induce a medicalizar comportamientos que simplemente se separan de la norma, sin ser propiamente trastornos psíquicos. La neurona está de moda: es tema de mención cotidiana.

La sociedad gravemente enferma contagia a las personas. La crisis de opiáceos y de fármacos legales que padecen los Estados Unidos mató a 400 000 personas entre 1990 y el 2019; hay un consumo masivo de ansiolíticos, analgésicos, antidepresivos, alcohol y oxicodona. El dolor humano hace la fortuna de una industria orientada a su gestión, y a la evasión efímera del individuo desolado que naufraga en una vida sin sentido. El universo capitalista vive epidemias silenciosas, fabuloso negocio, medicalizado a medida de las necesidades de los grandes laboratorios. Somos seres presumiblemente normales, cuando ingerimos medicamentos a granel. La industria farmacológica provee de novedades que son recetadas por médicos desaprensivos, ignorantes o cómplices de la conjura.

El sufrimiento no se refleja en imágenes de resonancias magnéticas, lo humano no se reduce a los términos de un cerebro ni a las conexiones neuronales. Hay detrás del padecer una sociedad, caldo de cultivo de males y de negocios de enorme envergadura. Oliver James, en su "The Selfish Capitalist", sugiere que hay razones convincentes para suponer que las economías del mercado son unas de las principales causas de los altos niveles de enfermedades mentales. Usando datos de un estudio confiable, realizado en el 2004 por la Organización Mundial de la Salud, el nivel promedio de enfermedades mentales en los países de habla inglesa, afectan a un 23% de la población en general, contra el 11,5% de los países europeos continentales. Notando además que enfermedades mentales se han incrementado en el Reino Unido desde la introducción del neoliberalismo de la señora Thatcher. James concluye: "Esto no puede tener relación alguna con los genes".

Como consecuencia del mal llamado subdesarrollo sufrimos un genocidio por goteo, con muertos por deficiencias sanitarias y atención selectiva de la salud, por suicidios, por inseguridad laboral, por comer mal y salteado. Si sumásemos todos los cadáveres anuales que produce el subdesarrollo, veríamos que no es para nada exagerado hablar de un genocidio silencioso.

El dolor social y el dolor individual/emocional son consustanciales al proceso (des)civilizatorio del capitalismo, que recrudece conforme los individuos sienten frustración y resentimiento ante la insatisfacción que les genera esta forma de organización de la sociedad. A su vez, estas modalidades de dolor se erigen en dispositivos de control social sobre los cuerpos, las conciencias, la mente y la intimidad.


La vulnerabilidad de los individuos se ahonda con la crisis pandémica a medida que se amplían las posibilidades de caer en las garras del desempleo, la pobreza extrema, las hambrunas y la fatiga ante el encierro. Esta vulnerabilidad se acrecienta en sociedades tenidas por subdesarrolladas que, con la violencia criminal y la inseguridad pública, hunden a los individuos en el miedo perpetuo, en la inmovilidad física, mental y emocional, en la dolencia crónica. La depresión se erige como la verdadera pandemia de las sociedades contemporáneas. El individuo se exige a sí mismo y se siente impotente al advertir que no es capaz de cumplir con las expectativas autoimpuestas. Conservadoramente, se calcula que la depresión enferma a 300 millones de seres humanos en el mundo. El sufrimiento que conlleva, frustra la vida familiar, escolar y laboral: es la gran causa de los 800 000 suicidios que ocurren mundialmente cada año, y que afectan, particularmente, a la población joven de entre 15 y 29 años.


Quienes manejan el capitalismo digital saben que el gran campo de batalla y de apropiación de los individuos está en la mente y en las emociones. La orfandad ideológica de los ciudadanos amplía los márgenes para esa apropiación, al tiempo que contribuye a encubrir las causas últimas del dolor y de la soledad. El social-conformismo se apropia de la vida cotidiana de los individuos, y la crueldad social continúa haciendo víctimas, que tienden a “normalizar” su dolor y sufrimiento. En cuanto al ángel de Paul Klee, le han cortado las alas. Yace inerme, abandonado en un galpón semi derruido.


(*) Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.


1 comentario:

  1. Aunque a priori, la nota me resulta fatalista y sumisa, tanto como para decir que si el sistema enferma y mata, pues curemos y sanemos. Pero las posturas simplistas, binarias, no conducen a la interpretación del problema, la mía tampoco seguramente. Solamente sospecho que estamos ante la putrefacción final del sistema, este de colonización, saqueo y genocidios, que se autodestruye por diversas vías, como si quisiera no fallar, mas bien asegurarse que vamos rumbo al abismo. Me parece interesante como recurso político, transitar por el prefacio que Jean Paul Sartre le hace a "Los condenados de la tierra" de Frantz Fanon, respecto de la colonización argelina. Cuando el libro explota en Europa, Sartre les dice: el libro no es para nosotros, es para ellos...luego: matar un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y un oprimido, queda un hombre muerto y un hombre libre. Coincido con el genocidio silencioso o por goteo, lamentablemente y por razones mas terrenales, las pandemias son (y serán) cada vez mas frecuentes, por qué? porque la mayoría son zoonosis (Ébola, Sida, covid, gripe aviar, Hanta virus, etc.) y como vamos destruyendo y contaminando el medio ambiente, los animales se refugian, se estresan, se mueren, y cuando no, practicamos el tráfico de animales silvestres, que por las dudas algunos los comemos crudos (la higiene te la debo) y así cierra todo...En cuanto a enfermedades, no es casualidad que las que mas crecen son las NO contagiosas, como déficit de atención adquirida, diabetes tipo 2, sobrepeso y obesidad, trastorno autista, asperger, Alzheimer, demencia senil, cáncer, etc. Por qué? por el alimento contaminado y modificado a tal punto que lo desconoce nuestro genoma, y no sigo porque te lo hago muy largo !! ABRAZO.-

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