domingo, 9 de mayo de 2021

TOXICIDAD SOCIAL por León Pomer (*) para Vagos y Vagas Peronistas

 


                       

La irracionalidad está instalada en cerebros argentinos. Tal vez en demasiados. En medio de una pandemia devastadora, señoras de aspecto clase media insisten en ignorarla y protestan, con ollas y consignas aberrantes, porque el gobierno se empeñaría en cerrar las escuelas, perjudicando gravemente el futuro de los niños y del país. Coincidentemente, un señor gordo que dice ser dirigente radical, enseñaba por televisión que sin educación no tenemos futuro: el presidente y quienes comparten sus medidas “restrictivas”, serían los bárbaros de nuestro tiempo. El señor gordo, y muchos otros de su linaje político, repiten el mismo discurso, aunque jamás les importó la educación popular. A diferencia de las señoras que arriesgan las vidas de sus hijos y hacen de la bolsonárica Patricia su gurú cultural y político, el citado señor y su caterva de cómplices, opera a plena conciencia: quieren que de una vez por todas el pueblo argentino se miserabilice, sin retorno posible a tiempos mejores; que se deje de joder reclamando bifes en la mesa familiar; que abrevie sus años de vida y se muera prematuramente de las dolencias que provoca el hambre; que lleguemos a la mayor brevedad a los cien mil muertos por la epidemia, como lo quiere y expresó la Patricia, para que en medio del caos que se supone surgiría, ellos, los monstruos, volverían a detentar el poder absoluto. Entre tanto, pagar jubilaciones, repartir bolsones de comida y otras ayudas en efectivo distraen sumas considerables de dinero, que podrían ingresar en los amplios bolsillos de los que navegan en dólares y acumulan en oro. Al mismo tiempo, los estigmatizados por obsoletos, por vejez o padecimientos físicos, que se apresuren a ocupar un espacio en los cementerios, o mejor, que se vayan de este mundo transformados en cenizas. Se ahorraría el gasto en lápidas. Entre tanto, el señor gordo y dirigente del partido radical y el coro de sus cómplices, ejercen sus funciones de sicarios políticos y mensajeros de la muerte, con una impavidez que sobrecoge, y revela lo que han perdido: humanidad y decencia.


Jóvenes, y algunos no tanto, aportan su cuota de irracionalidad comportamental desafiando las restricciones que el gobierno impone para salvaguardar la salud de la gente. Multiplicar las fiestas a que concurren centenares de personas, exhibirse públicamente sin barbijo y amontonados, ¿constituye una bravata, un mensaje de desprecio a la autoridad nacional, la afirmación de un yo que se pretende libre y autónomo, una horrible inconsciencia, o qué? De lo que no cabe duda, es que contribuyen a los contagios y las muertes, a comenzar por lo promotores de esa irracional desobediencia que, dicho sea de paso, encuentra en el consumo de drogas malignas un motivo más para acortar vidas juveniles. Se me hace que esas conductas son la expresión de una grave crisis humana que atañe a la entera Argentina; que es una crisis provocada por las mil y una adversidades provocadas por las restauraciones antipopulares, que periódicamente se repiten, y ahondan las heridas provocadas por las crisis precedentes, Significativamente, nuestro país recibe el desprecio, no oculto, gritado incluso, de muchos de sus nativos. La sociedad está gravemente herida. La esperanza de recuperación reside en sectores populares que aguantan heroicamente. ¿Por qué no convocarlos?

Mientras los insultos, las agresiones y provocaciones de la llamada derecha, ultra o no ultra, detentan el monopolio de los medios de comunicación y hacen de la difamación su tarea cotidiana, Longobardi inicia la preparación del golpe blando a que aspiran los aún “mansos” ( según palabras de un secretario de cultura del macrismo). Y como anticipo de lo que están tramando, en las rejas que protegen la Casa Rosada cuelgan bolsas para cadáveres, con nombre y apellido del destinatario. Por añadidura, los muy ricos se le ríen en la cara al gobierno y deciden no pagar el aporte “solidario” sancionado por el Congreso, y el gobernante de la ciudad que aún es capital de la república, desafía un decreto presidencial y decisiones de la justicia.

Frente a un panorama tan poco cordial, cunde la sensación que en la sociedad no pasa lo que debiera pasar, o sea, que no hay reacciones políticas a la altura de los peligros y amenazas que pueden ser el huevo de la serpiente. Los movimientos sociales, que claman heroica y cotidianamente por trabajo y por pan, no han unido a sus reivindicaciones la condena categórica de la barbarie que amenaza acabar con ellos y con el país como entidad soberana y vivible. No se advierte un movimiento sindical activo en la lucha por la sobrevivencia de una patria (palabra fuera de uso) amenazada con ser reducida a una miserable factoría, o a una despreciable nada. Y la dirigencia política oficialista, ¿dónde está? Donde están los gobernadores y los intendentes (fuera de honrosas excepciones) ,al parecer más preocupados por asegurarse la reelección; y los centenares o miles de organismos populares como clubes de barrio, sociedades de fomento y etcéteras, ¿dónde están?. En otras palabras, y observando el panorama general, no hay reacciones que se correspondan con la situación gravísima a que el país ha sido conducido, reacciones de reafirmación de la democracia ( que vacila sobre sus pies) y una libertad vista con recelo y desconfianza por los que representa el señor gordo y radical y el periodista Longobardi, a quien, dicho sea de paso, la CNN presenta en su pantalla.

Me pregunto: ¿la sociedad argentina, o parte considerable, está a tal extremo intoxicada, que ha perdido la capacidad de pensamiento racional y en particular el ejercicio de la lógica? Hay una enorme desinformación, malversaciones, deformaciones y mentiras a granel. Pero eso no es todo. Lo que está sucediendo es el resultado de una larga historia, que comienza hace más de doscientos años. Que también ocurre en Bolivia y Ecuador. Y en Brasil, ni que hablar. En Bolivia, donde los que ascendieron socialmente durante el gobierno de Evo hoy se han conservarizado: ahora tienen algún bien, un algo que perder y quieren distanciarse cada vez más de los que aún están debajo de ellos, en el suelo o el subsuelo social. En Ecuador, los indios votan por un banquero. Lo que no es un mero error, es el efecto de lo que la dominación viene haciendo con sus cerebros desde hace 500 años.

Lo que se debe entender de una vez por todas, es que aquellos que controlan los pensamientos y los actos comportamentales de las grandes mayorías, suelen salirse con la suya. Nada más asombroso que los millones de brasileños, que con Lula lograron comer dos o tres veces cada día, y sus hijos accedieron a las universidades, votaran al asombroso personaje que hoy está hundiendo ese gran país en la mierda. La dominación siempre ejerció su nefasta y deformante influencia sobre los sectores dominados, y sobre los propios dominadores, a muchos de los cuales convirtió en artífices de la crueldad. Los desvalores que necesariamente guían los actos del dominador lo transforman en la encarnación misma del mal. (Quienes identifican el mal como una suerte de fantasmal entidad metafísica, o un necesario componente de una supuesta, inamovible condición humana, convendría que busquen su origen en la sociedad, y el papel que en ella juegan los que la conducen como dominadores). Es necesario comprender que la entera sociedad de la dominación es en sí misma un gigantesco desvalor. El papel desnaturalizador de la condición humana de millones de criaturas son la mejor prueba. Imagino que a la dominación no le hubiera ido tan bien si los candidatos a dominados no hubieran sido reprimidos, no solo en sus cuerpos, sino fundamentalmente en sus cerebros. La sola violencia física (que en nuestro país comenzó con Pedro de Mendoza en 1536), me atrevo a decir que no hubiera conseguido lo que consiguió con la hegemonía cultural, instalada primero de prepotencia y después de manera más blanda, hasta naturalizarla; una hegemonía que enseñó a pensar torcido, al revés, contra la lógica, más el condimento de la desinformación, la mentira, la amenaza, el racismo, la inoculación del odio y el egoísmo enfermizo, indiferente al sufrimiento ajeno, y cien otras bellezas semejantes.

La situación es grave. El gobierno no apela a las masas, su única defensa, su único poder. La actitud conciliadora y conversadora no funciona con el enemigo. Solo distrae. Las palabras sirven para quienes les atribuyen un significado. Agréguese que el gobierno tiene dentro de sí gente que no comulga con el interés del país; tiene al burócrata que solo piensa en su carrera y no se mueve del escritorio, que le es indiferente que el río Paraná, maravilloso camino de agua, sea humillado por la gran delincuencia internacional. Y por añadidura, no parece interesar que la Argentina pierda ingentes recursos, y sobre todo, pierda soberanía.

Quienes durante muchos años de nuestra vida anduvimos husmeando en nuestra historia y en historias ajenas, pensamos en Weimar, ese prólogo alemán del nazismo, con un pueblo viviendo la frustración de una guerra perdida y una economía nacional en bancarrota. En una realidad poblada de paradojas, mientras la república de Weimar vivía un impresionante período de creación cultural, el pueblo alemán asistía atontado al surgimiento del nazismo. Pero no solo el pueblo. Un brillantísimo joven sociólogo húngaro, profesor en Heidelberg y expulsado de su país natal por el fascismo en el poder, creía que Hitler duraría unas pocas semanas. Karl Mannheim debió lamentar su error de apreciación: tuvo que huir a Inglaterra para salvar su vida,

Ya se que la historia no se repite. Y menos repite lo que sucedió en otra realidad, y en otras latitudes físicas, sociales y temporales. Gran parte del pueblo argentino paso en un corto espacio de tiempo histórico por una feroz dictadura, la vil entrega menemista y delaruista y el devastador cuadrienio macrista. Hay mucho cansancio, mucha decepción, mucha incertidumbre, mucha no comprensión cabal de lo que sucedió y sucede. Al fin de cuentas, sufrir no es el equivalente de comprender. El pueblo que se manifestó masivamente contra el desastre macrista parece estar excesivamente pasivo. Habrá que ver hasta donde la pandemia actúa como paralizante. Weimar danza en mi cerebro.

Entre tanto, en el norte del continente, la fiera herida ha acrecido su peligrosidad. El imperio ya no hace lo que quiere, y ve derretirse su hegemonía única y absoluta frente a potencias que osan obrar en función de sus propios y estrictos intereses. Los Estados Unidos de Norteamérica están cada vez más desunidos. Sus clases dominantes se odian recíprocamente y las palabras “guerra civil” se escuchan con frecuencia. Hay incipientes movimientos separatistas en California y en Texas. Alguien ya diseñó los estados que surgirían de un eventual secesionismo de los aun unidos. La economía cojea. La pobreza aumenta. Los USA están en grave crisis. La dirigencia estatal solo atina a tensar las relaciones con Rusia y China. Juega con fuego. Cree que sus amenazantes portaviones pueden ocultar la crisis interna. La fiera herida sabe que una guerra atómica sería la destrucción de gran parte de la humanidad. Pero la sigue enarbolando como amenaza y sondeando las reacciones de sus declarados enemigos. Si estos mostraran el menor signo de debilidad no vacilaría en incinerarlos. Pero Rusia y China responden a la altura del desafío. Y el imperio no lo puede soportar.

En el clima maligno que reina en el entero planeta, el país argentino se debate para subsistir. Desde el norte miran con recelo al gobierno de los Fernández, a su atrevimiento de hacer de la vacuna rusa el paliativo fundamental de la pandemia, a lo que se agrega la llegada de millones de vacunas chinas. Insoportable. El imperio sabe que eso levanta el prestigio de quienes quisiera ver quemándose en el infierno. El imperio aboga por la privatización del río Paraná. La embajada está detrás de muchas de las argucias que la oposición mafiosa emplea contra el gobierno. El señor Biden es implacable. El imperio siempre lo fue. Las heridas que le infieren quienes se niegan a ser sus vasallos acrecientan su ferocidad. Ya quedó dicho y se repite: la fiera herida es la más peligrosa.

La conjunción de adversidades que enfrenta el pueblo y el gobierno argentino superan lo que una desbocada ficción literaria pudiera imaginar. Si no se apela a las masas, víctimas fundamentales, si no se hace un diario trabajo de esclarecimiento a cargo de ministros, funcionarios de todos los niveles, más dirigentes políticos y militantes de base, corremos el riesgo de quedar definitivamente encerrados en el horrendo pozo de la miseria. El proyecto del imperio es destruir los estados para dejar la cancha libre a las gigantescas multinacionales. Libia es la expresión acabada. Irak no le anda lejos. En el Yemen no les va muy bien, pero instalaron el horror en su pueblo. En Siria no lo lograron, simplemente demolieron gran parte del país. No aceptan que Rusia los haya frenado; esa Rusia que desde tiempos antiguos consideraron barbarie asiática. Al mismo tiempo que las provocaciones diarias a China y Rusia se suceden, el imperio tiene un ojo puesto en el continente del que Argentina es país importante. La embajada está activa. Los traidores nativos siguen sus directivas. La defensa de la vacuna norteamericana, que expresa cabalmente la naturaleza extorsiva del poder imperial, corre a cargo de una archiconocida propiciadora de la muerte.

Una incógnita se cierne sobre el futuro de la nación. ¿Conseguiremos superarla? ¿Acabará prevaleciendo en el pueblo argentino una clara conciencia del peligro que nos acecha? ¿Será posible sacudir una pasividad impropia de este tiempo?

(*) Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.


2 comentarios: