sábado, 24 de abril de 2021

Nuevas notas sobre: DE LA DOMINACIÓN CONSENTIDA (Libro inédito) por León Pomer para Vagos y Vagas Peronistas

 



Dos gigantes del pensamiento político


Nos pareció una buena manera de comenzar este libro, evocar brevemente a dos gigantes del pensamiento político. El primero, cronológicamente, el florentino Nicolás Maquiavelo, es considerado el fundador de la política como disciplina expurgada de excrecencias ajenas a su índole. El otro es un francés nacido en 1530, llamado Étienne de la Boétie. Ambos personajes tienen de común un pensamiento osado, audaz, innovador, que desde la distancia temporal sigue brindando lecciones.

La dominación y el Poder deben a Nicolás Maquiavelo (1469-1527) el haber fundado la ciencia política moderna. Fue el primero en hacer del Poder el objeto exclusivo de su pensamiento; produjo una revolución intelectual, al autonomizar la reflexión política en relación a la ética, la religión, la economía, etc. De ahí su modernidad.

Maquiavelo escribió frases (cuyo sentido actual es más que evidente), que no son productos accidentales de su pensamiento, sino constituyentes de una concepción orgánica del Poder y la política; leemos: el temor de perder (quinto capítulo de El Príncipe), excita las mismas violencias que el deseo de conquistar, y más adelante: el pretendido deseo de conservar no es más que una ficción. No existe la saturación del deseo, la sed de poseer es insaciable. Para estar seguros de lo que tenemos, queremos siempre más. La especificidad del deseo del pueblo, agregaba, es no querer ser oprimido. La lucha de clases, transformada por los conservadores recalcitrantes(y sus ignorantes repetidores) en una suerte de diabólico procedimiento disociador de sociedades, reconocida por Marx como uno de los motores de la historia, era conocida por historiadores franceses y antes, mucho antes, por Maquiavelo. Las buenas leyes, se atrevía a decir (las que favorecen al pueblo) nacen de los tumultos: creía en el conflicto, lo sabía inherente a las sociedades hendidas por las desigualdades y la explotación; creía en la necesidad del tumulto para sacudir a la clase dominante y opresora. (En boca del florentino, opresión era el equivalente de explotación). Ponía como ejemplo la República romana. Relacionaba la formación de las clases a la disputa por la apropiación de los bienes. Su consciencia sobre el conflicto entre los detentores de la riqueza y los pobres era particularmente aguda. Léase estas extraordinarias palabras:” Todos los que llegan a la riqueza y al Poder, consiguieron todo eso gracias al fraude y la fuerza. Y en seguida agregaba: una vez usurpado todo gracias al dolo y la violencia, lo decoran con el nombre de una justa obtención”.

De Étienne de la Boétie comenzaré citando la siguiente ´definición, tomada de su obra: Discurso de la Servidumbre Voluntaria:”La servidumbre voluntaria, es decir, el escándalo de una servidumbre que no proviene de una constricción exterior, sino del consentimiento interior de la víctima, devenida ella misma cómplice de su tirano” ( De la Boétie, Colihue, Buenos Aires, 2014).

Ser el vástago de una aristocrática familia francesa, le permitió a Étienne adquirir una refinada educación clásica, que utilizará en diversas obras, a comenzar por la citada, la más famosa. Fue conocido como poeta y autor de sesudos textos jurídicos.

Quien fue su amigo y apreció su talento fue Michel de Montaigne, el celebrado autor de los Ensayos, que originariamente debían incluir el texto sobre La Servidumbre Voluntaria, finalmente no incluido: ¿por prudencia? El encuentro de Michel y Etiénne ocurre entre 1557-1559, este con 28 años y aquel con 25. En 1563, a los 32 años, Etiénne fallece de resultas de una peste contraída durante un viaje. Su vida había sido breve, pero intensa, invertida en diferentes funciones oficiales y variadas escrituras, entre las cuales la poesía ocupa un lugar importante. Una obsesión suya fue entender por qué multitudes humanas subordinaban su existencia, a tiranos y déspotas. No tuvo una respuesta plausible; aún hoy muchos no la tienen. No imaginó que la voluntad de esa masa humana podía ser físicamente violentada, y sobre todo, modelada desde la primera infancia por factores, religiosos, tradicionales, normativos, ambientales. Curiosamente, no mencionó los disidentes, (siempre los hubo), que se inmolaron para subvertir tamañas ignominias. Pero el haber formulado la pregunta, representa para su tiempo (y aún para el nuestro) un mérito inmenso.

El interrogante de Etiénne sembró en el espíritu del autor de este texto lo que serían las primeras inquietudes de que resultaría este imperfecto trabajo. Largas horas de reflexión nos convencieron que no se trataba de hacer un compendio de los males provocados por el sistema, ciertamente harto conocidos, sino en indagar en los procedimientos y recursos, que resultaron exitosos desde el momento que comenzaron a consumirlos quienes serían sus víctimas. El resultado (el autor lo cree provisorio) son las páginas que siguen. Las verdades definitivas están ausentes. Aquí, todo es discutible y debiera ser discutido.


Nota: el título advierte que lo que sigue son NOTAS que pretenden ahondar en el libro que las precedió, que el autor considera apenas un primer intento. El título fue sugerido por el de la obra de De La Boétié.


Rasgos, aspectos, semblantes


En todas las variantes de la sociedad capitalista la palabra DOMINACIÓN es poco o nada utilizada en el lenguaje cotidiano, pese a que caracteriza sin eufemismos un aspecto esencial del sistema, o tal vez por eso mismo, o porque su impacto psicológico es mayor que CAPITALISMO, la habitual manera de nombrarlo. La palabra DOMINACIÓN nos desafía desde remotas edades y diferentes latitudes; sus significados se resisten a las contaminaciones paliativas: nos hablan de sociedades estructuralmente diversas con mayorías humanas sometidas a ominosas explotaciones, a lóbregas maneras de atravesar el mundo de los vivos.

El poder degradante de los recursos que desde remotos milenios utiliza la dominación para domesticar cuerpos y cerebros logró, y hoy más que nunca, confiscar ingentes energías y manejar la vida de sus detentores: pudo hacer de estos obligados receptores de las palabras, los significados y las adulteraciones semánticas inherentes al sistema, una entera toxicidad imbuida en el tenso vivir de un quehacer obstinadamente infausto y recurrente.

La dominación, no es un gigantesco agregado de individuos, es un sistema civilizatorio de inter relaciones personales que se configuran como una sociedad; en ese carácter, produce una dinámica que escapa a la voluntad de los individuos que la constituyen y la producen con las prácticas cotidianas que les son impuestas, revestidas de una naturalidad que oculta su origen histórico.. En la obligada convivencia que se establece entre estratos, clases, fracciones, culturas etc., surge una identidad entre el Yo y el Nos, que subyace a todas las diferencias y antagonismos. Cada sujeto es un Yo individual impregnado de un nos colectivo. Eso supone vivir en una suerte de prisión invisible por no percibida, que constituye el marco de las prácticas y pensamientos admisibles por el sistema y por este fundados y fecundados. En ese marco, interiormente cruzado por inter relaciones, se conforma una red a que concurren las infinitas actividades de quienes sin necesariamente conocerse, son recíprocamente indispensables para que el todo social viva su dinámica cotidiana; su dinámica y su clima, en que la amargura, el descreimiento, la desilusión y otras lindezas por el estilo conviven con la notoria satisfacción de algunos, o si se quiere, con la satisfacción de estar bien encima y muy distantes de los problemas que afligen a ingentes mayorías. Y así es como en materia de climas (y podríamos agregar: de semblantes) las diferencias, indiferencias y oposiciones se sienten en la calle y en el ámbito doméstico. Y cada grupo humano, según le van las cosas en la sociedad, de alguna manera está preso de un mundillo que nada tiene de común con el de aquellos que viven en el polo opuesto. Quienes hablan de grieta, aquí tienen un ejemplo

Las maneras de ingresar en el flujo social, a partir del nacimiento, equivalen a emerger a la vida en un nicho específico, de una clase y una sociedad concreta en un momento de la historia de esta; una sociedad poblada de pluralidades y crueldades, de divisiones, fracciones, contradicciones, delirios y halagüeñas promesas. Todo lo cual supone una variedad plural y diferenciada de estilos de vida, enmarcados por un mismo sistema civilizatorio. En esos múltiples ámbitos de socialización, al decir de Norbert Elías (1994:8), el ser adquiere los patrones de autorregulación que harán de él un individuo adaptado a la sociedad, al espacio y a la función que le ha tocado en suerte .Sociedad alude aquí, conviene subrayarlo, a un vasto conjunto humano que no luce por su armonía y entendimiento, pero posee un sostén básico que subyace a las diferencias ; un sostén o fundamento constituido por un moldeamiento a que los sujetos son sometidos desde el primer día de su ingreso a la vida social, y vivirán con la naturalidad de lo que constituye la única e irredimible manera de estar en el mundo. Y en esa suerte de orden invisible, advierte Elías (Id,22), el sujeto introduce los objetivos personales, que inevitablemente quedarán presos del mismo.

Se supone que inconscientes de los servicios que prestan al amo como pilares de su Poder, insertos en condiciones que semejan esencialmente inmodificables, los dominados engullen los axiomas, las convenciones conductuales y las estructuras de pensamiento identificadas como normales, hasta que todo ello deviene un mecanismo mental que opera maquinalmente. Logrado ese grado de automaticidad, los actos, los gestos, las respuestas irrumpen espontáneamente, con prescindencia de valorizaciones y reflexiones, como un riguroso protocolo de obligado cumplimiento inscripto en el cerebro.


Todo es modelado: lo son los modos de sentir (de amar, de odiar y los mil otros sentires que admite la persona): todo recibe la impronta de las relaciones inter individuales, dominante-dominado. La dominación no es un Poder destinado a persistir hasta el final de los tiempos. Las contradicciones y catástrofes humanas y naturales que hoy provoca, sacuden letargos y adormecen, producen la rebeldía y el embrutecimiento, mellan el poder liberador de las masas y al mismo tiempo lo incentivan. La negatividad se fortalece en los estratos medios: tienen lo que perder, mucho o poco, pero tienen lo que el populacho no tiene, lo que los diferencia y los distancia de un vivir miserable que a sus ojos, quienes lo soportan, lo tienen merecido. En ese ámbito de estratos medios se destaca el color del egoísmo vestido de fatuidad, enancado en la persuasión de ser los miembros de una humanidad ganada con el esfuerzo, la inteligencia, y otras virtudes que los de abajo no tienen ni tendrán. Esa convicción les permite ejercer una contumaz indiferencia frente al prójimo que padece hambre, de reducir su vida a una frialdad egoísta que reduce la existencia a lo único que importa, que es lo propio y lo exclusivamente propio, con un corazón que late por algunos y se niega a latir por otros. La dominación busca conquistar el alma, como condición de conquistar el cuerpo del dominado.

Mentado el egoísmo, digamos que no es natural en el ser humano, es adquirido. Según recopila Richard D. Precht en su libro El arte de no ser egoísta. “Las recompensas materiales vician el carácter. Quien es condicionado a hacer cosas con contraprestación material lo tiene muy difícil después para arreglárselas sin ella. Es evidente que la conexión entre disposición a ayudar y recompensa material no está por naturaleza asentada en nuestro cerebro. Lo que sucede es que en nuestra niñez somos condicionados a ello y nuestro cerebro crea esa nueva conexión. Y una vez que está ahí constituye ya un reflejo casi automático”. En otras palabras: no nacemos egoístas, nos hacen egoístas. Nos hacen egoístas, en la familia, en la escuela, en el medio social. Nos programan para recibir recompensas por nuestro quehacer, recompensas miserables dirigidas a satisfacer pequeñas vanidades.

La dominación controla la estricta vigencia de la estructura de clases y jerarquías. Deben mantenerse todas las desigualdades propias y heredadas (de género, de raza y color, de creencias etc.), consagración material de las asimetrías, no pocas heredadas de sociedades anteriores. Las modificaciones aceptables son las que produce la sociedad en su permanente movimiento, con sus guerras, crisis y pandemias, y particularmente con las tecnologías que genera, productoras de nuevas fracciones sociales que secundarizan o eliminan formas de vida anteriores. La esencia perversa de la sociedad permanece en sus cambios, las mudanzas de semblante son puro engaño.

Para que los cuerpos insumisos no encuentren ecos a sus prédicas, a sus críticas y protestas, no necesariamente se las prohíbe: los adormecedores sociales sistemáticamente volcados sobre las masas distraen, insensibilizan y niegan entendimiento. Los intoxicados no deben reconocerse cómplices inconscientes de lo que lo que hace de ellos marionetas parlantes.

En los días actuales, grupos de dominados practican conductas que simulan desafiar el orden social, aparentando un despojo de toda norma reguladora. Crean la ilusión de un autogobierno liberado de imposiciones normativas. Teatralizan la rebelión, pero mirando bien, no afectan el sistema que, eso sí, inundan de ruido. En contraposición, millones de criaturas forman una enorme mancha oscura en una sociedad que las precisa anónimas, confundidas y aletargadas. La dominación no es un Poder destinado a persistir hasta el final de los tiempos. .Las contradicciones y catástrofes humanas y naturales que hoy provoca, sacuden, producen simultáneamente la rebeldía y el embrutecimiento, mellan el poder liberador de las masas y al mismo tiempo lo incentivan. El después, lo que vendrá es una incógnita.

Las vidas de las grandes mayorías tienen una función en la sociedad capitalista: son cosas para ser usadas. Cuando gastadas pierden toda utilidad, son un peso muerto que debe ser excretado del mundo de los vivos. Como también lo deben ser los que en el pleno vigor de su vida no son absorbidos por el sistema productivo, no encuentran un lugar en la sociedad. Esas gentes molestan con sus exigencias. Y molestan los niños, los adolescentes y los jóvenes pobres, a quienes se les niega el pan y un hogar, la escuela y el club de barrio. Para esa gente una vida breve es suficiente, una vida atribulada, impregnada de muerte.

En el lenguaje de la dominación, el llamado “orden social” es tenido como expresión de lo normal, de una suerte de antianomia representada por normas, hábitos, comportamientos y transgresiones aceptables, creadoras de ilusiones de una libertad encuadrada por el sistema. El orden social se presenta como el rostro sensato, falso antifaz de la violencia que lo inspira; una violencia con muchas caras que tiene su fundamento en la propiedad privada, y en la mayoría humana destituida de toda propiedad.

El orden social predica un sentido común, en su mayor parte ejercido en el habitualmente sórdido universo de la vida diaria, espacio de la reiteración implacable, de la inmersión corrosiva y exclusiva en los problemas de la subsistencia, ámbito de la letargia cultural alimentada por el ruido aturdidor de la publicidad, los escandaletes televisivos, la multiplicación obsesiva y crudamente detallada de asesinatos, violaciones, robos y otras lindezas por el estilo. El sentido común es un poderoso gobernante de toda acción social.

La vida cotidiana del pueblo con sus previsibles rutinas y desagrados, sabe de los temores que acechan, de la inquietud que corroe el suelo diariamente transitado, de una inseguridad que mantiene los músculos en una alerta propiciador de empedernidos insomnios. La sociedad manifiesta su verdad esencial cuando sus miembros funcionan normalmente, siendo lo normal cuando los atributos comportamentales e inter relacionales, físicos y verbales, se muestran fieles a los dictados del sistema, impresos desde la más tierna infancia, hasta adquirir el aspecto de una condición única y posible.


Sistema global, la dominación supone una específica configuración de las relaciones interpersonales que no deja indemne ningún aspecto de la conducta y el pensar; porción mayúscula de su éxito reside en la peculiar manera de modelar seres humanos. La dominación cabalga sobre una trágica paradoja: su ejército de servidores está constituido por sus víctimas, cuya maculada intimidad desconoce el papel que les ha sido confiado, amén de quienes lo ejecutan a consciencia como única alternativa.

La dominación es un estilo de vida que limita severamente o desecha por entero el recurso de la demostración lógica, del argumento razonado, de la reflexión argumentada. Su hablar, nutrido de frases hechas, estereotipos verbales y conceptuales, trafica conformismo y se vale de las emociones con pedagógica destreza. Acciones y reacciones humanas, específicas de cada clase, edad o grupo diferenciado, en última instancia se ajustan a una suerte de protocolo que subyace a las apariencias del libre juego y las decisiones autónomas.

De extrema relevancia son las percepciones, filtradas y coloreadas por los significados que la cultura dominante les imbuye. El modo de acceder a lo real y de entenderlo es capital en la cultura de la dominación; su objetivo es el control de lo humano en su entera totalidad. Despojado el yo de la que pudo ser su auténtica mismidad, cosificado al extremo, se le ofrece una alegre y balsámica alienación que lo modela para una vida inerte, oscura y vegetativa. En tan rudo panorama se abren espacios para los que optan por devenir, con cabal consciencia, cómplices militantes del sistema que los utiliza para faenas que oscilan entre miserables y poco edificantes. La sumisión, rayana a veces en la humillación, elegida como práctica conductual, seduce y enceguece a cerebros previamente quebrantados; o es la manera aberrante de desahogar frustraciones y ser “alguien”, incluso mano de obra de la extorsión y la tortura contra los insumisos.

Dominar pide una violencia física o una amenaza constante, velada o explícita, corroborada por una sinuosa y taimada coerción sobre las mentes. El llamado Poder Simbólico, exteriormente no denunciador de su función porque cultivador del rostro amable que disimula su mendacidad, juega un papel esencial en la modelación del sujeto dominado, en su sentir el mundo, pensarlo y entenderlo, o sea, en la reproducción del sistema. Introducido por machacante e hipnótica reiteración, ese Poder atosiga sin provocar dolores corporales: cumple su misión en el silencio, o la inadvertencia que subyace al ruido distractor en que el sujeto es sumergido. Axiomas, (normas incuestionables), se constituyen en modelos culturales: se construyen sobre lo que la sociedad da por cierto, por innegable, lo que no precisa ser demostrado por razón alguna porque posee el carácter de un saber normativo natural, implícito en la naturaleza humana. Así se forman valores y modelos cognitivos, que a su vez devienen estructuras asimiladoras de nuevos valores y cogniciones: la marca de origen se perpetúa. Metafóricamente hablando, hay “alimentos” que las estructuras asimiladoras aceptan con placer o rechazan por indigestos: los axiomas son incuestionables, inamovibles. Los modelos cognitivos, cuyos poseedores no son conscientes de poseerlos, se presentan como honorables convicciones que sustentan el entendimiento, reduciéndolo a una simulación. Las formas fundamentales a través de las cuales la cultura aprendió a conceptuar y representar el “orden” del mundo pasan a constituir elementos básicos de un pensar, que solo sabe pensar a través de ellas.

Conviene recordar que la mente se organiza con lo que encuentra en su estar en el mundo; encuentra, por ejemplo, lo que conocemos como prejuicios, el tipo de “conocimiento” y convicción basados en una creencia que no corresponde a un conocimiento directo del objeto, persona o cosa. El perjuicio adjudica, sin demostración previa, atributos ignominiosos, temores, repugnancias, pero también excelencias y virtudes. Una consciencia racional huye del prejuicio, se sostiene por sí misma, sin necesidad de la clase de tutores, creencias ni modelos cognitivos no sujetos a la crítica. La consciencia racional sostiene que la calidad de humano (se supone que altísima jerarquía en la escala de los seres vivos), distingue del animal en la capacidad de discurrir, discutir, convencer y dejarse persuadir: en ver en el Otro más que un semejante, un igual con el que comparte el hogar común llamado Tierra. Cuando un sistema de vida retacea la adquisición de esos dones, o veda su construcción, produce en el sujeto un retroceso, un retorno a la animalización propia de los remotos sapiens que se mataban disputando carroña. Caído el sistema en el pérfido tóxico a que lo condujo su esencial dinámica, lo que está implantado es el reino universal de lo irracional; y quienes tuvieron el potencial para ser admirables sujetos, han sido convertidos en seres baldados, que inocentemente se tragan la corrosión a que el sistema los somete mientras ellos destruyen el planeta con prácticas que les son impuestas.

Los perversos consejos de la codicia auguran hecatombes, que ya muestran anticipos alarmantes. Los enceguecidos amos del sistema tienen una única, obsesiva visión: el lucro. Son victimarios, pero también serán víctimas. No se salvarán de un patético final. Allá ellos. El crepúsculo de los dioses terminará en la más absoluta oscuridad si los pueblos no reaccionan ya mismo.


Persistencia y Reproducción


Un fundamento decisivo del sistema es el poder sobre el ser humano. Su coacción modeladora (propia de todo agregado persistente de relaciones humanas sometido a un modo específico de interacciones organizadas) penetra hasta la más íntima interioridad del sujeto: controla su voluntad, su entero modo de ser. Agréguese las presiones físicas, psíquicas, emocionales y culturales que lo asedian desde fuera de su cuerpo. El individuo es convertido en una pieza que pierde la capacidad total o parcial de decisión autonómica, hasta decaer en un esencial pero ignorante aquiescente, que paradójicamente puede vivir la vida entera rabiando contra la sociedad sin comprender que la lleva dentro suyo. El dominado ignora el fantasma que lo posee y le impide evadirse de la supuesta naturalidad que lo victima. La entera organización social es vivida como única alternativa de vida, como un fenómeno natural.

El teólogo y filósofo Ruben Dri (Ensamble, :20-1-2021) cita estas palabras de Marx, de la sexta tesis sobre Feuerbach: “En su realidad la esencia humana es el ensamble de relaciones sociales” . Marx habla de lo constitutivo del ser humano y no dice que éste “tiene” –hat- sino que “es” –ist- el ensamble de relaciones sociales. Somos un entramado de infinitas relaciones en que mezclan el amor y el odio, la complacencia y la furia, la pasión y la indiferencia. Dri esclarece: en este contexto, la palabra “relaciones” es una de las categorías más difíciles de captar. El ser humano capta objetos y cosas, no capta relaciones, pero siente sus efectos. Lo que puede traducirse así: en la relación que entabla durante su convivencia en específicos nichos de vida de lo que llamamos sociedad, la criatura humana está sujeta a los influjos, advertibles o desapercibidos, de relaciones de toda naturaleza. En tanto producto de un sistema relacional, la persona recibe y asimila influencias que la construyen, relaciones que la modelan, atributos que aquellas le generan. Las relaciones reales, habituales, reiterativas y cambiantes, según su potencial de influencia, jugarán con los estados de ánimo, y de alguna manera tendrán responsabilidades en las prácticas comportamentales de los sujetos.

Aqui interesa detenerse en una célebre afirmación de Marx: el hombre se hace a si mismo y al hacerse hace su consciencia. Pero los materiales con que construye ese hacer le son exteriores, ambientales, sociales, culturales, emocionales. El hombre se hace a sí mismo con lo que la suerte (el lugar que ocupa en la sociedad y el carácter de esta) le proporcionan. Y convengamos: con la capacidad que trajo al nacer de usar, aprovechar, valerse de, usufructuar etc. El proceso de hacerse a sí mismo se produce en plena vida social, y aquí es donde esta toma la palabra. La vida social no es una uniformidad abstracta, es una infinidad de nichos, situaciones, omisiones, dificultades, antagonismos, ruindades, frustraciones, celos, envidias, odios, y paremos de contar. Cada ser humano que ingresa en este mundo desde la paz y la comodidad del útero materno, se encuentra con algo de todo esto, con alguna mezcla que se sintetiza en su persona, en las condiciones concretas que la vida le depara. El hombre se hace a sí mismo en un entorno que no ha elegido. Y lo que sale, el resultado humano, puede ser excelente u horrible, un Favaloro o un implacable torturador y asesino serial. Y esto, lo monstruoso, no es una mera fatalidad: el monstruo está en la sociedad, es por ella engendrado y cumple un papel: defender la estructura de iniquidades y desigualdades que la sustentan. Finalmente, la citada frase de Marx, podría completarse de la siguiente manera: al hacerse a sí mismo, guiado, supervisado y modelado por la sociedad, el hombre la produce de la manera como esta le enseñó a hacerla, porque al hacerse, la hace. De ahí que es atinado juzgar una realidad social por el producto humano promedio que genera. Cuando prevalece la alienación, sabemos que la causa fundamental es la realidad social que transforma seres en cosas, que despersonaliza y hace de la persona un algo puramente cuantitativo. Sabemos que a la razón la han batido en retirada: la sentimos ausente de los discursos que la han suplantado con sinrazones caprichosas y pérfidas elucubraciones lanzadas como verdades con la imperturbabilidad de lo definitivamente demostrado. En el ensamble (en palabras de Dri) de relaciones en que nos involucramos, somos invariablemente aplanados por la aplanadora cultural que la dominación excreta.

Son varios los factores que intervienen en la modelación-adaptación de las personas. El genial Lev Vigotski (2007: 80) enseñó que toda adaptación a la realidad está regida por las necesidades del organismo o del individuo. “Las necesidades son las fuerzas que movilizan, dirigen y determinan todo el proceso de adaptación a la realidad”. Pero cuando las necesidades son “satisfechas” por los tóxicos que la sociedad inocula, los resultados son seres humanos sentenciados a una vida de rutina imbecilizante. Cuando un sistema (ese pluralísimo complejo de condiciones, relaciones, interacciones, emociones, etc.) domina de manera abrumadora, hasta penetrar en los más recónditos entresijos de la vida, al decir de Eagleton (2011: 107), ya “no parece ser un sistema”, sino una forma de vida que semeja ser propia de la naturaleza humana. Por eso, imaginemos que pasaría, si cada quien fuera capaz de entender (Harris,2013:116) que: “en el momento de nacer cada bebe sano, independientemente de su raza o etnicidad, tiene la capacidad de adquirir las tradiciones, prácticas, valores y lenguas de cualquiera de las aproximadamente cinco mil culturas diferentes de nuestro planeta”. Luego, esta vida que me atormenta no es la única posible. Al entrar en este mundo traigo conmigo un potencial que en el curso de mi socialización “me persuade que debo ser” tal como la sociedad me está haciendo, porque otra alternativa me ha sido vedada. No hay una única y definitiva manera de ser humano.

La reproducción del sistema, particularmente de la estructura relacional que lo sostiene, no tiene misterios. Hablar de reproducción es hablar de la manera como el sistema modela a las personas inoculando una especificidad inter relacional, conductual y psico emocional que lo reproduce. Y aclaremos: una inoculación propia del momento histórico que atraviesa el sistema y la función que el sujeto habrá de desempeñar.

Digamos una obviedad: tanto la sociedad como la cultura existen antes que los individuos; cuando estos emergen a la vida, lo hacen en una realidad estructurada que aparece como el lugar natural y normal de insertarse, de construirse como persona según los modelos humanos vigentes: no hay opciones. El socializarse en el marco de una estructura social, y agreguemos, de una clase, supone hacerlo en medio de condicionamientos irrecusables, hasta consolidar los rasgos más generales que identifiquen al sujeto como miembro de la sociedad, más allá y por encima de la individualidad que desarrolle.

Los factores sociales que operan como modeladores en términos generales, actúan sobre la estructura biológica que iguala a los humanos como especie; sobre esa estructura se vuelcan los múltiples factores de vida cotidiana que inciden en su particularización- individualización .

Las estructuras de la dominación le son incorporadas a las personas en el estrato jerarquizado del nicho social en que realizan su vida. Todo espacio social delimitable como nicho recibe los influjos que emanan del sistema global (el núcleo duro de la dominación), y los asimila con arreglo a sus peculiaridades asimilatorias. A su vez contribuye con su propio aporte. El todo resultante es la heterogeneidad de rostros, de conductas, de saberes y objetivos personales. Pero la entera sociedad responde (excepciones aparte) a la acción modeladora que ejerce el sistema, y en la asimilación no están ausentes eventuales resistencias emocionales, culturales, psicológicas, emergentes de culturas y previas modalidades de vida que aún conservan un fuerte arraigo, y del grado de capacidad del sistema de hacer valer sus influjos en un ámbito preciso. Clifford Geertz (1989:56) advierte que a la cultura se la “visualiza mejor” como “a un conjunto de mecanismos de control”, que hacen las veces de “planos, recetas, reglas e instrucciones: productos extra genéticos que los ingenieros de computación llaman programas, cuyo propósito es controlar y gobernar comportamientos”. La descripción de Geertz parece dar una buena idea de lo que la dominación (palabra que él no menciona) produce o intenta producir.

Los humanos compartimos un determinado fenotipo (genes semejantes), pero uno de los secretos de nuestros parecidos y diferencias está en nuestra ontogénesis, en las modelaciones gobernadas por la especificidad social que atraviesa nuestra historia personal desde la fecundación del huevo. Dicho con otras palabras: el aspecto que asume la modelación de cada individuo se sigue de un único e irrepetible campo de experiencias, vivencias y convivencias, que ocurren dentro y no fuera del sistema. A partir del común fenotipo humano, la sociedad (los singulares nichos de existencia que la constituyen)trabaja decisivamente en nuestra formación y desarrollo, en nuestra ontogenia. Las reacciones humanas más elementales son producto del aprendizaje: durante el período del desvalimiento y el más extenso de la infancia, se establecen todas las pautas de conducta esenciales a consecuencia de los cambios de adaptación efectuados en el plástico sistema nervioso central (Barnett (1977:149).

Corroborando, y completando, la citada fórmula de Harris, Elías(1994:28) advierte que al nacer, cada individuo podría llegar a ser muy diferente de lo que el futuro le depara. “La constitución de una criatura recién nacida da margen a una gran profusión de individualidades, sea en la sociedad que la vió nacer o cualquier otra en que pudo haber nacido. La constitución natural marca diferencias más o menos sensibles, pero la individualidad depende de lo social.”

Las fuerzas mentales, relativamente maleables e indiferenciadas que el recién nacido trae consigo, se transforman en un ser más complejo: devienen la persona desarrollada hasta hacerse humana, perdiendo así su inicial condición puramente animal. La lengua que aprende, “el patrón de control instintivo y la composición adulta que en él se desarrolla dependen de la estructura del grupo en que crece y por fin de su posición en este grupo y del proceso formador que este determina” (Elias,1994:27)

Un factor decisivo en los procesos reproductivos del todo sistémico, reside en lo que Morin (1990:169-170) llama de “organización recursiva” de relaciones interpersonales. ¿Qué clase de organización es esa? Responde nuestro autor: “Es aquella cuyos productos y efectos son necesarios a su propia causación y su propia producción”. Las interacciones de los individuos producen un todo organizador que retorna en bucle sobre ellos. En el proceso social, “los productos son necesarios para la producción de aquello que los produce”: el efecto retorna de manera causal sobre los productores. En suma: las interacciones no pueden ser reducidas al clásico binomio causas individualizadas y efectos claramente identificados.

Eagleton habló de naturalización. Veamos. En el mundo del sentido común y del orden social reina lo convencional, lo correcto y lo aprobado, lo que debe ser, lo que aparentemente no puede ser de otra manera; ese mundillo del que nadie escapa, es el lugar y es el tiempo en que los humanos entretejen fuertemente una relación entre su biología y lo que la sociedad descarga sobre ellos hasta formar una amalgama en que todo se mezcla y se confunde, y el todo así formado se naturaliza en su integridad. La dominación trata de probar, de convencer que la masa constituye, por naturaleza, un proyecto humano fracasado, de que solo cabe esperar brutalidad, caos y una robusta incapacidad de pensar lógicamente. Y así el sistema se lava las manos y descarga en la supuestamente entera constitución biológica de sus víctimas la total responsabilidad de ser inaptos para una vida civilizada, tal como la practican los dominantes, que se tienen como la excepción a la tara original de los otros. El decisivo papel de lo social es ignorado. La dominación se armaría de un blindaje poderoso si demasiada gente dominada creyera pertenecer a la condición sub humana que le atribuyen. La estupidez, tan masivamente cultivada e inoculada, no ha logrado aun un triunfo tan definitivo: sus éxitos parciales son innegables, sobre todo, son cada vez más estrepitosos. Cada vez que el pueblo vota y acompaña a sus enemigos, son la prueba de cómo la dominación trastorna los cerebros. Por eso, la naturalización se inscribe entre los elementos que reproducen el sistema global sin que los reproductores tengan consciencia del papel que juegan. No es poca cosa saberse un ser normal y no un deleznable malparido. Se supone que un ser normal posee la facultad de interrogar la realidad, de meterse donde no necesariamente le está franqueada la entrada. Que tiene curiosidades y no acepta vivir con ellas. Alguien dijo que el pensamiento se detiene cuando deja de hacer preguntas. Los dominados no deben hacerlas: su anormalidad lo requiere. La modelación en una suerte de sub normalidad es la estrategia del sistema. En la vida cotidiana equivale al “no te metas, no es problema tuyo”.


El antropólogo Marvin Harris (Crítica, 2013:23 y ss) nos introduce en una discusión de larga data, sobre la precedencia de la idea sobre la acción: cada accionar sería el resultado de un pensamiento que lo antecede. Harris discute: no siempre es así. Sostiene que en muchos casos es al revés: actuamos reaccionando a un peligro o agresión, a un repentino impacto emocional en que el tiempo y la velocidad pueden ser decisivos y la emoción nos dejar sin palabras y sin pensamientos. Consumado el hecho y enfriada la emoción, surge el pensamiento: la acción precede a la idea. Las acciones y sus posteriores reflexiones, que responden a situaciones inesperadas, insólitas, imprevisibles, para las cuales el cuerpo no tiene respuestas preparadas, no pasan sin dejar huellas, hacen a futuros comportamientos, nos modifican favoreciendo o desfavoreciendo la generación de ciertas características personales: la desconfianza, el descreimiento, el pesimismo, o sus opuestos positivos, y mil otros posibles estados que la criatura humana genera. Son experiencias que no se disuelven en la nada, que entran en nosotros como mucho más que pasajeros en tránsito, que se suman o se mezclan con las experiencias cotidianas, previsibles, reiteradas, automatizadas. Cuando las situaciones críticas se multiplican, se hacen frecuentes, lo que se afianza en el sujeto y lo modelan ,le proporcionan una particular y muy desagradable imagen de la vida, que no contribuyen, precisamente, a granjearle felicidad y sosiego: sus opiniones sobre la vida y la sociedad se ennegrecen, influyen sobre su “modo de ser” y estar en el mundo. Su humanidad es individualizada por experiencias de toda índole, pero cuando predominan las negativas, montadas en la amargura, su entera persona acusa la influencia. Matar al ladrón es un ejemplo extremo de quien se ve obligado a hacer lo que nunca imaginó posible de su parte. O el jubilado que tuvo el repentino impulso de robar una botella de aceite en un supermercado, motivado por la angustia que la sociedad ha instalado en su vida. El hombre hizo lo que jamás imaginó hacer. Los guardias lo sorprendieron y le propinaron un castigo feroz: fue muerto. No pocos tejerían reflexiones sobre el país, la gente, la crueldad de las desigualdades, la indiferencia. Conclusión: después de la tragedia del jubilado, una multitud de personas dejó de ser exactamente igual a como era antes, o se acentuaron en ellas ciertos rasgos, o nacieron o se disolvieron otros. Un implacable y gigantesco escultor social no para de esculpir consciencias. y acaso a extraer conclusiones y reforzar persuasiones, o cancelarlas.


Pensemos en la vida diaria, con su acumulo de disgustos, rivalidades, ofensas, destratos, pequeños disgustos que ocasionan daños, pérdidas de tiempo, gastos no previstos, incumplimientos que perjudican, paros de transporte y cien otros incidentes que enojan, provocan malos humores, y hacen un infiernillo de la cotidianeidad. En una sociedad tan accidentada como la que vivimos, tan inhóspita para la mayoría de las personas, tan adversa para el sosiego, los obstáculos que opone la convivencia y las respuestas que provoca, son asimiladas al arsenal de las llamadas experiencias sobre las cuales se erigen ideas generales (que incluyen grotescas y caprichosas conclusiones) sobre la sociedad, el país y la calidad de sus habitantes. Obviamente, cada sujeto hace su propia síntesis, pero todos acusan las influencias que se siguen de la accidentada cotidianeidad. Todos son modelados en la negatividad: la satisfacción es lo excepcional. Nadie se salva. Nuestros cuerpos viven en tensión, el miedo nos observa con su cara torva. Ese vivir es un durar selvático. El espacio para el amor se achica. Algunos no lo conocerán jamás. Greenspan (1999:519 advierte: nuestro sistema emocional acaba funcionando como un “sensor”. Nuestras percepciones respecto de otras personas no son producto de una deducción lógica, de un proceso deductivo, lo que las guía es una singular lógica emocional. Hay ciertos rostros que nos disgustan, que nos inspiran aprehensión, que abren el espacio inconmensurable de la arbitrariedad. El auténtico pensamiento lógico está cancelado. Cuando este fenómeno está generalizado, la sociedad está brutalizada.


Mentemos ahora del “habitus”, poderoso modelador, concepto teorizado por Bourdieu. Para este sociólogo, el agente social actúa sin saber que es actuado por un conjunto sistémico de disposiciones a actuar, percibir, sentir y pensar, adquiridas e interiorizadas en el devenir de su historia personal. Podríamos decir: en el devenir de lo que se repite, de lo que se aprende como lo normal, como el comportamiento adecuado a cada situación. El hábito se gesta fuera de toda reflexión consciente y por lo tanto deviene maquinal. Momentos decisivos en que las adquisiciones se interiorizan son los años de escolaridad sometida a métodos que estimulan la absorción pasiva de contenidos disciplinadores, que ignoran o desestimulan toda comprensión razonada y crítica. Momentos decisivos son el sentimiento de no ser diferentes que el común, aún conservando lo que nos distingue como individuos. No queremos que nos señalen como un tipo raro, queremos ser, esencialmente, un igual, sin perder nuestras peculiaridades.

El sistema admite nuestras “locuras” y desafueros, en tanto no escapen de los marcos por él dictados.En tanto estructura estructurada, el hábito produce en el sujeto efectos estructurantes en los actos, los pensamientos, los sentimientos y las percepciones. La estructura de que es producto gobierna las prácticas sin constituir un determinismo absoluto, ni exigir una rigurosa obediencia a reglas sociales. La vida se configura como una sucesión de hábitos asimilados en la naturalidad del vivir con semejantes, también ellos signados por la conformidad al sistema no mediada por la razón consciente. (También Weber creía que, en la mayoría de los casos, las acciones que ejecuta el sujeto no pasan por un significado previo: son puramente maquinales). El hábito acaba componiendo el conjunto de patrones de obediencia social y psicológica que incluyen distintos grados de no reflexividad: es dominación consentida de que no se tiene consciencia, que no excluye un pensar que se ignora gobernado por los lugres comunes configurados por el hábito.

Cuando los problemas no pueden ser abordados con los modos y recursos adquiridos, el inflexible hábito deja sin soportes intelectuales al sujeto, que conocerá la sensación de impotencia y concluirá que sus humanas limitaciones hacen inútiles los esfuerzos para develar lo abstruso, que deberá acompañarlo durante el resto de su vida. El hábito tiene un efecto bloqueador: es un impedimento. Al no poder franquear los límites de una realidad que se opone a los escasos recursos intelectuales a que ha accedido, el razonar se esteriliza en la recurrencia de solo aquello que permite lidiar con los problemas de la vida cotidiana.

Toda forma específica de organización humana exige de hábitos que regulen los comportamientos. Pero la que estimula los hábitos críticos es lo exactamente opuesto de la que estimula la sumisión, ciega los canales de la curiosidad y adormece las inquietudes. La uniformidad y los automatismos, conspicuos componentes del sentido común y de la opinión pública en la sociedad de la dominación, hieren las posibilidades reflexivas y autónomas; son la adaptación a conductas rigurosamente prescriptivas, a despecho de la libertad que el sujeto cree poseer. Quien se despoja de su propio yo (o es despojado por la dominación) se transforma en un autómata, anota Eric Fromm (1947:169), idéntico a millones de autómatas que lo circundan. No se siente solo y angustiado. Y agrega Fromm: el sujeto ignora que sus pensamientos y deseos le han sido impuestos: los siente como originales de sí mismo (Id.:169). La organización mental de los individuos, “determina cuales, entre todos los imputs disponibles en el entorno, cuáles serán tratados, cómo lo serán y que informaciones guiarán los comportamientos” (Sperber, 1996: 156).


No llama la atención que en sectores de la población más castigada y sectores medios se perciba una suerte de clima, o ánimo colectivo nada animador, desconfiado, escéptico, pesimista: no faltan motivos, particularmente por la multiplicación de la violencia, una violencia cruel y artera, adquisición de seres acorralados por una sociedad ausente de todo prurito moral, de toda fuerza interior que prohíba matar ciegamente; una forma patológica y aberrante que parece funcionar como un desahogo. Todo está como organizado para dar la razón a los dominadores y sus secuaces: la masa nace fallada, no merece el aprecio que deben recibir las personas normales; la masa es potencialmente asesina. La vida cotidiana del pueblo con sus angustias, incluyendo los imprevisibles que acechan a la vuelta de la esquina, modelan las mentes, las esculpen para terminar apoyando aquello que condena a la vida, en que es difícil reconocer lo plenamente humano.










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