sábado, 2 de junio de 2018

HUMANO, SUB HUMANO E INHUMANO, Por León Pomer (") para Vagos y Vagas Peronistas

     
      En el mundo del capital, la dominación de una minoría sobre extensas mayorías humanas exige el ejercicio permanente de una plural violencia, a comenzar por la muy explícita y físicamente rayana en la más absoluta crueldad, que no satisfecha con la generosa distribución del hambre, obsequia a los dominados con dolencias de típico origen social, amén de tiempos de vida disminuidos por el agobio, la frustración y la angustia; la otra violencia, sinuosa y artera, silenciosa y opulenta de engaños y mentiras, valiéndose de la malversación semántica pretende representar la civilización cuando en realidad representa la barbarie vigente.

Aquellos a quienes el sistema confía la responsabilidad de dirigir los destinos colectivos, o que asumen por sí mismos la defensa y permanencia del enorme desorden que insiste en nominarse “orden social”, deben poseer los atributos necesarios para cumplir con eficacia la tarea, sea cual fuere el nicho en que desarrollan sus prácticas comportamentales. Parece razonable pensar que no todos los miembros de la clase dominante, y los oriundos de otras clases que se suman activamente a la función de dominación, tienen estómago para autorizar (y ejecutar) asesinatos por la espalda a jóvenes pobres acusados de portación de cara, ni mandar apalear, gasificar y balear a obreros despedidos sin mayores miramientos, “persuadiéndolos” a callar la boca mientras son literalmente arrojados, ellos y sus familias, a la calle y al vacío de la desesperación. No todos pueden ser indiferentes a la desaparición de un submarino y sus 44 tripulantes, y a la cesión gratuita de pedazos de soberanía a empresas multinacionales, fondos monetarios internacionales y gobiernos con vocación colonial-imperial. Convengamos: para hacer esas y otras ignominias (la lista es larga) son necesarios el ejercicio diario de la mentira y el vilipendio, la estigmatización y el relato falso que aun encuentra incautos que muerden el anzuelo; para cometer tamañas hazañas, exhibiendo por añadidura una sorprendente, pasmosa y tétrica indiferencia frente a la desnutrición y el hambre que sus políticas infieren a los casi 50% de niños argentinos(información proporcionada por la Universidad Católica Argentina), es necesario carecer de la más insignificante migaja de conmiseración por el prójimo, no sentir el más leve estremecimiento en la piel y nada que se parezca a un reproche de consciencia, o una noche habitada por pesadillas funestas.

Pregunta indispensable: ¿cómo se genera una estructura humana que deja tan mal parado al homo adjetivado de sapiens que se supone que somos? Respuesta plausible: haber vivido y recibido desde la más tierna infancia una conformación-modelación del pensar y del sentir, capaces de convertirse en ejes articuladores de las conductas indispensables para doblegar a millones y millones de personas; conductas que deben establecer claras diferenciaciones con la masa, tenida como sub humana y por lo tanto destinada a servir con humildad y boca cerrada a los privilegiados del sistema. La dominación crea en los dominadores y sus secuaces una manera necesariamente depravada de humanidad, sin cuya acción inhumana le sería imposible subsistir; depravación imbuida, respirada y digerida en el hogar, en “selectos” ámbitos de socialización y sociabilidad, en colegios y universidades de alta alcurnia y en el desconocimiento de la dignidad de seres a quienes el sistema niega una vida como la de quienes creen tenerla honorable, gracias a las riquezas y bienestares no por ellos producidos, pero si por ellos apropiados. Para obedecer a sus imperativos y consumarse como tal, la dominación debe crear seres fríos como el hielo, inmutables frente al terrible daño colectivo que producen; seres que defenderán a muerte el poder que los hace sentir omnipotentes, les proporciona gratas pleitesías y halagadoras distinciones que les confirman su auto atribuida superioridad humana. Si la función hace al órgano, aquí el órgano son seres que no vacilan en brutalizar multitudes humanas.

La contraparte necesaria de los recién mentados debe ser una masa concebida como irremediablemente grisácea en su anonimato, no por acaso (suponen) situada en escalones inferiores de la biología: una sub humanidad cuyo lugar en la sociedad no puede ser otro que el suburbio cloacal. Esas gentes habrían caído en este mundo cargando una definitiva e irrevocable imperfección: ¿ genética, de misterioso origen metafísico, una tara que les impediría acceder a la inteligencia, a una vida independiente y autónoma, a un lidiar exitoso con los desafíos que les permitan “subir” y destacarse? En definitiva: el vivir pleno y confortable, para los menos, según lo entiende el sistema de la dominación, no es para los más, según tuvo el mérito de declararlo en días cercanos la autoridad máxima del Banco de la Nación; el buen vivir pertenece en exclusividad a aquellos que “por algo” han llegado a la cima del dinero. No olvidemos que también tienen derecho a ciertos privilegios sectores, nada escasos, de las llamadas clases medias, que temen a la miseria y a sus víctimas y sonríen obsecuentes al arriba social con la esperanza de no recibir un escupitajo por respuesta. También tienen derecho a vivir una cierta cuota de disfrute ciertos aventureros y desclasados de origen popular, que con vilezas, dobleces y artimañas se han hecho un lugarcito entre los servidores del poder.


Que gentes del suelo social acepten su condición de supuestos malparidos constituye un triunfo supremo de la dominación. Para los no resignados a vivir como vegetales, o simplemente durar hasta extinguirse en el silencio, el poder de la dominación tiene los correctivos necesarios: ahí está el gendarme como argumento irrefutable. A los que se hacen ladrones de puro carentes y lastimados, generalmente despojos de una infancia desnutrida de amor y de alimentos, de una adolescencia y una juventud vividas sin el mínimo de satisfacciones que los humanos requieren en los días actuales: a esos la dominación ocultará cuidadosamente que la desgraciada vida a que fueron constreñidos no es producto de su atribuida, innata degeneración, sino de una sociedad incapaz de reconocer que todos los sujetos parlantes y pensantes tienen la mala costumbre de comer todos los días, a sentir que son amados y que aman y mostrarse osadamente insatisfechos cuando son maltratados y acosados por agentes de policía; por añadidura, y para colmo de insólitas aspiraciones, creen tener el derecho a poseer una vivienda decente y la necesaria paz y tranquilidad para ejercer la creatividad potencial que en tanto humanos poseen.

El sistema de dominación, personificado en los gobernantes de turno y en quienes los sustentan, acepta que la humanidad subalternizada y explotada se limite, como máxima concesión, al quejido o al grito de dolor; no admite, no perdona la protesta activa, la insurgencia a sus dictados, el enfrentamiento lúcidamente crítico. La humanidad subalternizada debe creer en un destino que la quiere callada, mansa y aborregada. La dominación estructura las personas (no siempre lo logra) según el papel que desempeñan en la sociedad. Está en su entraña jamás reconocer la igualdad esencial de todos los seres humanos.

Para contrastar lo dicho más arriba con lo que concluyeron dos sabios franceses, demos un vistazo a un artículo titulado Somos Inteligentes Porque Somos Seres Sociales, aparecido en el portal Inves-tigation, de Michel Collon, publicado el 28-10-2016 por Internet, que informa sobre los trabajos realizados por Dirk Van Duppen, médico y Presidente de Medicina para el Pueblo, y Johan Hoebeke, biólogo especializado en la teoría de la evolución y antiguo investigador del CNRS (Francia). Los descubrimientos de estos hombres de ciencia desmienten (son palabras de ellos) las tesis antropológicas neoliberales: “En tanto seres humanos somos super empáticos, super sociales, y de este hecho se sigue que somos super colaboradores, hechos para trabajar juntos. Se ha descubierto que la selección natural operó sobre estas características. Nuestra inteligencia humana evolucionó parejamente con nuestras características de ser super social. La larga infancia del ser humano (el mamífero que vive la llamada neotenia) y la adolescencia prolongada, están en la base del instinto pro – social”.

Van Duppen advierte: ”En un sistema neoliberal de economía de mercado, la economía determina que hay que ir a la maximización de la ganancia. El que no juega este juego es arrasado por la competencia. Nosotros mostramos que esto va al encuentro de nuestras tendencias pro sociales, y en consecuencia, nos deshumaniza. Durante 200.000 años hemos evolucionado biológicamente para vivir de manera social e igualitaria. Lo contrario de lo que hoy existe. Hoebeke agrega: ” Cada vez más personas son conscientes que continuar por la vía de la deshumanización, tarde o temprano nos conducirá a la destrucción de nuestro ambiente y en consecuencia de la especie humana”. En pocas palabras: el sistema de dominación pervierte la índole natural de la criatura humana, obligando a la inmensa mayoría a vivir a contramano de sí mismos.

Lo corrobora La sociedad del cansancio, libro del filósofo coreano Byung Chul Han, residente en Alemania, que analiza las enfermedades que produce el capitalismo neoliberal, entre otras la depresión y la opresión psicológica. El neoliberalismo reconfiguró a los sujetos, advierte: en los medios de comunicación, en la publicidad, en la escuela, en el trabajo y en la familia todos estamos presionados a vivir del discurso del libre mercado si no queremos quedar rezagados. Nuestros deseos, proyectos y aspiraciones son marcados por el capital. Con el discurso del mérito (la llamada meritocracia), nos hacen creer que cada uno de nosotros es capaz de cumplir sus sueños: todo es posible en el neoliberalismo, siempre que uno se esfuerce lo suficiente, posea y ponga en acción la energía y la astucia necesarias para “triunfar en la vida”. Quien fracasa en la sociedad neoliberal es aleccionado: la culpa es exclusivamente suya. Nada de atribuir responsabilidades a la sociedad, su organización, sus ideales y exigencias. El sujeto fracasado debe reconocerse como un inútil y descerebrado. En ese régimen de autoexplotación, cree Byung, la agresión es desviada contra sí mismo. En el mundo de los obreros, prosigue, el síndrome de cansancio físico y mental y el estrés laboral llegan a niveles alarmantes. La inexistencia de sindicatos (¿estará hablando de la Argentina actual?), de contratos colectivos, el aumento de la jornada laboral, los salarios raquíticos, la desaparición del derecho a la jubilación, la precarización del trabajo son formas de aumentar el cansancio. Enfermedades como la depresión, los infartos y derrames cerebrales adquieren una fuerza e intensidad mayor en las filas de los asalariados: la explotación en la fábrica genera fenómenos aberrantes. Agreguemos: la falta de trabajo, la exclusión y el hambre devienen la antesala de la muerte en vida o el morir prematuro. Talvez como nunca en la larga historia de la dominación, esta ha logrado llegar a ese extremo, insiste, Byung. Lejos de referir su malestar a la existencia que le impone el sistema, el sujeto mentalmente colonizado lo atribuye a algún desarreglo que nace exclusivamente de sí mismo. La sociedad exculpada.
Byung Chul Han


Y hablando de dolencias sociales, aquí algunas informaciones adicionales provenientes de la “mayor democracia occidental”, objeto de obsecuentes admiraciones por quienes la toman con el ejemplo de vida que quisieran para si y los suyos. De acuerdo a los Institutos Nacionales de la Salud, de los Estados Unidos, casi el 20 por ciento de los adultos estadounidenses padece una enfermedad mental cada año. Los trastornos de ansiedad son lo más común, afectando anualmente a 40 millones de personas mayores. Alrededor del 7 por ciento de los adultos estadounidenses sufren depresión grave. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, EE.UU. es uno de los países con más altos índice de depresión en el mundo, en tanto que a nivel mundial la depresión es la principal causa de problemas de salud y discapacidad, y el factor principal en los casi 800.000 suicidios anuales. Para salvar el buen nombre de la sociedad, diversos profesionales tratan los males que destrozan millones de vida como originados pura y exclusivamente en la química cerebral, excluyendo las causas ambientales cuya influencia sobre esta es decisiva.

La comida basura domina multitud de dietas; inmateriales “valores” basura envenenan millones de mentes. Hombres de ciencia sostienen que el vapuleado sapiens tiene necesidades psicológicas inherentes a su condición de homo. Debe sentir, enseñan, que pertenece a algo que valga la pena, que la vida tiene un significado y un propósito, que él es reconocido y valorado y que el futuro tiene sentido. En la sociedad actual, es una triste ilusión lograr satisfacer las profundas necesidades psicológicas que subyacen en la criatura humana: carencia decisiva que fundamenta la explosiva crisis de depresión y ansiedad que obsequia una sociedad enferma que contagia generosamente su esencial enfermedad. Citando de nuevo a Byung, ahora en el remate de sus reflexiones: “la moderna pérdida de creencias afecta no solo a Dios o al más allá, sino también a la realidad misma: la vida humana se convierta en algo totalmente efímero y patéticamente vacío”.



El sistema adjudica plena humanidad a quienes lo mandan desplegando una feroz inhumanidad; el resto es sub humanidad doliente y sufriente. Humanos, sub humanos e inhumanos son producciones sistémicas.


(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido oportunamente en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.

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