jueves, 31 de mayo de 2018

EL MALO DE LA PELÍCULA, Por Juan Escobar



El peronismo en discusión. Como a la cigarra de la canción, al peronismo se le vienen expidiendo infructuosamente certificados de defunción que no logran ver concretada su vocación de profecía autocumplida. Más aún, donde algunos suelen ver un nuevo final, el peronismo suele construir la antesala para un nuevo renacimiento. Algo que, de todas formas, siempre está por verse. Como sucede hoy.

No deja de sorprender, sin embargo, la persistente centralidad del peronismo en el escenario político argentino. A falta de algo mejor, propios y extraños parecen confluir en una suerte de culto sin demasiado lugar para la indiferencia. Punto de referencia aparentemente ineludible, objeto de amores y odios. Causa de todos los males para quienes lo odian. Santo Grial y fuente de toda verdad y justicia para los propios.

Pero esto no constituye novedad alguna, porque ha sido así desde sus orígenes hasta la actualidad. Esta actualidad donde una minoría intensa lucha denodadamente -militancia rentada como pocas- para situarlo día tras día en el lugar del hecho maldito del país mediático.

Siempre hay relatos de la Historia, desde que hay facciones de intereses contrapuestos fijados en la obstinación de hacer prevalecer sus respectivas versiones de los acontecimientos. En la disputa por la Historia, ese campo de batalla, se proyecta aquella pretensión de linaje cuya función no es otra que la de contribuir a la legitimación de lo que se hace en el presente.

El peronismo irrumpió en la Historia argentina y nada volvió a ser como antes. Aunque sigan pretendiendo hacer lo imposible para que eso suceda.

Hubo una insistencia desde el comienzo de ponerlo en el lugar del malo de la película. El cuco, el villano, el culpable. Una tarea asumida con apasionado entusiasmo por nuestro querido enemigo: el inefable y nunca bien ponderado Gorila. ¿Cómo no dedicarle unas palabras al Gorila al andar de estos devaneos peronistas? Vayan algunos comentarios en calidad de piadoso homenaje, aunque más no sea porque con su prédica incansable y su berrinche indiscriminado, viene haciendo más por la unidad del peronismo que cualquiera de nuestros "dirigentes".

El otro, el mismo. “Los peronistas no son buenos ni malos. Son incorregibles”. La frase atribuída incontablemente a Borges ha llegado a proliferar de tal forma que se puede dar lugar a una duda razonable respecto de su veracidad. Roberto Alifano -amigo y entrevistador múltiple del escritor argentino-, viene en auxilio de nuestra alicaída fe, para confirmarlo.
Jorge Luis Borges

En su libro "La Entrevista. Un autor en busca de sus personajes" dedica un capítulo bastante divertido a Borges. Se titula nada menos que “Todos unidos triunfaremos” y está disponible en la web. Transcribe algún diálogo sobre el peronismo y cuenta anécdotas como aquella de los tumultuosos días de 1973 en que ambos se vieron rodeados en la calle por manifestantes que al reconocer al escritor, la emprendieron al grito de “Borges y Perón, un solo corazón”. Borges, apenas recuperado del susto inicial, le dice: “Esto parece un sueño. Despiérteme, Alifano.”

Incorregibles. Borges hablando con cierta resignación del otro, de su otredad. Del recurrente otro de Borges, que en este caso venimos a ser nosotros. Borges, a su vez, el otro; el nuestro otro. A su vez, por qué no, como el nombre de su texto: el otro, el mismo. Alguien para quien la identidad y la otredad tenían su lugar de encuentro en la bisagra del espejo. Un espejo que no sólo para un ciego es ilusorio.

Incorregibles. Es decir: no susceptibles de corrección, que no pueden ser correctos, que no se pueden corregir. En una ambigüedad donde los peronistas son (somos) esencialmente siempre un error, -una anomalía, diría Ricardo Forster- y en simultáneo la personificación misma de la incorrección, con lo que tiene de disonante, incómoda, disruptiva, rebelde. A vos no se te puede sacar a ningún lado.

Una de las características insoslayables del peronismo es cierta manía autorreferencial. Estos comentarios vienen a ratificarlo, como si fuera necesario. Ese discurso centrado en sí mismo suele ser una eficaz estrategia para mantenerse en el tan mentado centro de la escena. Entonces el gorila se queda mirando, siempre en la periferia del peronismo. La ve de afuera. No se siente parte de lo que ve como una fiesta. Cuando en los hechos no es mucho más que gente comiendo todos los días.

Deben ser los gorilas, deben ser. Pero no es que seamos tan así como nos pintan. Tampoco es cuestión de quedarse de un solo lado del espejo. Porque si hay algo que efectivamente ha permanecido invariable -no susceptible de corrección- es la actitud y el pensamiento (para llamarlo de alguna manera) del antiperonismo desde sus orígenes hasta nuestros días.

Como si se tratara de una invasión extraterrestre, como si fuera “el color que cayó del cielo”. Tan ajeno y horrible como las peores pesadillas de H. P. Lovecraft. Como si de verdad fuera esa amenaza ominosa que plasmó Julio Cortázar en su cuento “Casa tomada”. Como si se tratara, en definitiva, de un elemento extraño, como si no fuera producto y emergente de las condiciones sociales, políticas, históricas, nacionales e internacionales en las que tuvo lugar su aparición, su desarrollo y permanencia. Como si tanto su aparición, como su desarrollo y permanencia, en fin, no se justificaran por la acción concurrente de quienes lo odian y de quienes lo asumen como identidad.

Se verifica en el credo básico del gorila estándar una ciega convicción respecto de que el peronismo vino a ser la causa principal de la pérdida de un paraíso imaginario, a partir del cual el país se habría arruinado definitivamente y sin remedio. O con un sólo remedio posible, la eliminación de la causa, su extirpación de cuajo, un retorno al tiempo idílico sin el perro ni la rabia.

La fantasía de una “solución final” para el peronismo como problema, se ha intentado -sin éxito aunque con macabras consecuencias- en más de una oportunidad. Porque así como hay peronismos utópicos, puede verificarse también la existencia de una persistente utopía gorila. Que subyace en el discurso del gorila, cuando no se hace brutalmente explícita.

Así como el mundo perfecto de los nazis hubiera sido un mundo sin judíos, para el sueño gorila el mundo perfecto es un mundo sin peronistas. Uno y otro, el sueño de los nazis y el sueño del gorila engendraron sus propias soluciones finales.

Desde aquella Revolución Libertadora con sus fusilamientos y prohibiciones, hasta la última dictadura que llevó a cabo su plan de desaparición del peronismo, inaugurando una etapa que se extendió un cuarto de siglo, sin importarle si destruía al país en el camino. Quisieron erradicar al peronismo a través del terrorismo de Estado y de la transformación de las condiciones de posibilidad para que se desarrolle el peronismo: el trabajador industrial. Y sus sindicatos. Una vocación persistente como pocas. Que insiste una y otra vez, siempre que tiene oportunidad.

Pero -y en más de un sentido- podríamos decir que gorilas, lo que se dice gorilas, eran los de antes. Especialmente los anteriores a 1976, ese punto de quiebre salvaje y sangriento que lo resignificó todo. Entre aquellos gorilas originarios, desde ese pasado que todavía tiene cosas para decirnos, podríamos recurrir al atendible Roberto Bobby Roth. Personaje pintoresco de militancia antiperonista desde temprana edad, hombre de confianza de Juan Carlos Onganía y entusiasta reclutador de funcionarios para su gobierno de facto. Claramente, uno de ellos. Autor de varios libros, en uno de ellos, “El país que quedó atrás” editado por Emecé en 1967, nos ofrece algunas observaciones interesantes sobre el peronismo.

"El peronismo de oposición -escribe Roth- es otra cosa nuevamente. En la oposición, lejos de deshacerse, diluirse y desaparecer según la fórmula simplista de sus detractores, el movimiento se retempla y renace. La facultad omnímoda de mimesis que le ha permitido representar papeles revolucionarios y conservadores, patronales y obreristas, católicos y ateos, nacionalistas y 'vendepatrias', renace y fecunda. Recorre espontáneamente el mismo vía crucis de sus contrarios con idéntico resultado y por la misma razón. Quienes lo reemplazan están empeñados en una tarea apenas destructiva, carecen de contenido positivo y están a la postre determinados por el peronismo de oposición antes que por sí mismos. La visión del país de unos y otros es igualmente difusa e indeterminada, vaga e indefinida, abierta a cualquier contenido que aporte votos, cerrada a todo deber que los aleje".

Y más: "El peronismo permanecerá ahí, testimonio veraz de nuestra impotencia y desafío perenne a nuestra capacidad creativa, mientras no se admita que con lo bueno y lo malo que trae es tan genuinamente argentino como el radicalismo o el socialismo al menos, y mientras no se abran puertas a las facultades creativas que también trae.

"La peor desgracia que podría ocurrirle al país sería que el peronismo arriara sus banderas, agachara la cabeza y pasara bajo las horcas caudinas mansamente al sistema. Esto nos condenaría a cuarenta años más de estancamiento". Hasta allí Roth, por ahora. Valga como referencia para buscar y leer el texto completo.

O tempora, o simia. Al peronismo le cabe, posiblemente, aquello atribuido a Jean-Paul Sartre en cuanto a que “cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Así como el peronismo modeló en gran medida la identidad de sus odiadores, tampoco permaneció del todo ajeno a los efectos tóxicos de quienes lo enfrentaron casi siempre con más pasión que los propios.

Con la vuelta de la democracia, sin embargo, ese fantasma gorila del exterminio continuó recorriendo el país, anidando en mentes enfermas de intolerancia. Hoy vivimos un resurgimiento de esa triste obsesión que tienen los que odian por aquello que odian. Se enseñorea en el gobierno y en la comunicación masiva, apestando foros y redes sociales con insultos generalmente anónimos.

No hay intelectuales casi entre los que profesan ese anacronismo -el Gorila Ilustrado es una especie que se extinguió hace tiempo-, hoy la masa crítica de sus portavoces está conformada mayormente por periodistas. O, con perdón de los profesores de gimnasia, por gente como Fernando Iglesias. Ese que no hace otra cosa que reciclar -mal- los papeles tirados al cesto por Sebreli.

Allá ellos. Ya aprenderán que, como sentenció en alguna oportunidad Aldo Pignanelli: “Se puede gobernar sin el peronismo. No hay problema. Lo que no se puede es gobernar contra el peronismo”. Mientras tanto seguirán como hasta ahora, sin darse cuenta de que son un soplo que contribuye a mantener viva la llama.

Allá ellos, acá nosotros. “Quién iba a decir, Borges, -reflexionaba Roberto Alifano en relación al simpático cantito de aquellos muchachones- que usted y Perón serían los dos sellos incuestionables de la Argentina. Nadie que hable de literatura puede soslayar a Jorge Luis Borges; tampoco quien hable de política puede obviar a Juan Domingo Perón”. Paradojas de un país donde casi ni se lee al Uno ni al Otro.

Unos y otros. Hablar de los gorilas es, dentro de todo, la parte fácil. El tema es cuando tenemos que volver a este lado del espejo.

¿Dónde está el peronismo, cómo reconocerlo o al menos cómo detectarlo? Un método sencillo en el que confío bastante. Allí donde la opinión pública señala lo políticamente indeseable, lo demonizado, la lepra, la peste, la culpa de todo, en resumen: lo maldito. Allí, también allí, está presente el principio activo del peronismo, ese que despierta la pasión enferma del gorila, esa sed insaciable que se ha vuelto su razón de ser. Pero que nunca es todo el peronismo. Ni necesariamente el mejor, dando siempre que hablar. Pero que asimismo nunca deja de ser parte del peronismo. Aunque más no sea por sus defectos, genuinamente peronistas.

Tolle, lege. Leer a Perón, tanto en un sentido literal, como en un sentido figurado. Hay una lectura en el sentido figurado que hace a su infinitamente diversa interpretación, que abarca al peronismo en su conjunto, como un fenómeno integral, muchas veces como si se tratara de un cuerpo homogéneo, negando sus contornos borrosos tanto como su complejidad inherente. Sea el peronismo en sí, o el peronismo en la historia, se encuentra sujeto a una constante evaluación y un permanente escrutinio, tanto por parte de propios como de extraños. Tanto del país como del exterior. Centralidad y protagonismo del peronismo en la escena política, sea por sus acciones o por sus omisiones. Producto temático típicamente argentino, como el mate o el tango. O como Borges.

Pero también leer al peronismo en un sentido literal. Particularmente, leer a Perón. En sus textos, en sus discursos devenidos textos, sus libros, sus entrevistas. Encontrarse con esa textualidad siempre mestiza, plagada de citas sin referencias, de entrecruzamientos, un entramado de escritura colectiva que participó activamente en la escritura mayor de nuestra historia desde su aparición. En ese diálogo constante con la Historia, pero sin dejar de ser una escritura plantada estrictamente en el presente -tanto de su tiempo como de su espacio- y con una clara conciencia de su proyección a futuro. Como tomándose al pie de la letra aquellas palabras de Baruch de Spinoza, el filósofo político: “Sentimos, experimentamos que somos eternos”.

Como de costumbre, nos hemos excedido en el tiempo y el espacio. Defecto típicamente peronista. La seguiremos luego de atender a las matriarcales empanadas que no esperan.

1 comentario:

  1. ¡Excelente, Juan! ¡Muy buen artículo! Con discurso ameno y entretenido revisás la matríz del gorilismo que es punto de referencia para sabernos peronistas. Traigo otra vez a Hegel y su frase sobre la libertad:"Estar consigo en lo otro". Para nosotros los peronistas cuando gobernamos no gobernamos con odio, sino con libertad y con justicia social. En tanto el gorila nunca se siente libremente odiándonos, con referencia permanente al nosotros peronista. Gobiernan con algo mayor que el capricho del amo -son gobiernos de clase alta- la obsesión desaparecedora, con visión de exterminio del otro peronista.

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