martes, 28 de julio de 2020

MARÍA EVA DUARTE. MUERTE. DESPERONIZACIÓN Y NECROFILIA por Horacio Enrique Blanc(") para Vagos y Vagas Peronistas


La historia oficial del peronismo expresa que los primeros síntomas de la enfermedad de María Eva Duarte (“Evita”), se manifiestan el 9 de Enero de 1950 al sufrir un desmayo en el acto de inauguración del Sindicato de Choferes de Taxis. Los primeros auxilios los presta el Médico y Ministro de Educación Oscar Ivanissevich, presente en el acto, que la operaría el 12 de Enero de apendicitis, constatando la existencia de un cáncer de útero. Los requerimientos para su extirpación fueron rechazados por “Evita”, ante un médico que no tuvo más remedio que renunciar al cargo por decoro. Según Gambini (“Primera Plana”, 1967), la enfermedad habría sido detectada por Ivanissevich a fines de 1947, cuando Perón le requiere un examen de su esposa al retorno de la gira por Europa. Que su dolencia ya era visible durante una recorrida realizada por Formosa, a mediados de 1949. El avance del carcinoma endofítico, fue constatado por los médicos Humberto Dionisi y Julio Lascano González en los primeros días de Noviembre de 1951, durante la internación de Evita en el Policlínico Presidente Perón de Avellaneda. Se tomó la decisión de requerir la inmediata intervención del cirujano estadounidense George T. Pack, miembro del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York. Sin querer cobrar honorarios, vino y se fue del país luego de una delicada cirugía, en la que fuera asistido por los médicos argentinos Abel Canónico y Jorge Albertelli. Desde que salió de los efectos de la anestesia, a “Evita” se le dijo que la cirugía fue realizada por el Dr. Ricardo Finochietto, debido a su animadversión a los norteamericanos. Pack había entrado a la sala de operaciones cuando se encontraba dormida, y salió antes de que despertara.

El 11 de Noviembre de 1951, las autoridades electorales se trasladaron hasta su lecho de enferma, sito en Palacio Unzué (por entonces residencia presidencial), para que emitiese su voto en las elecciones presidenciales. Un histórico día que terminó con la aberrante discriminación electoral de millones de mujeres argentinas. Pese a la operación realizada por George Pack, la enfermedad siguió causando estragos en el físico de la paciente. No le impediría asistir el 3 de Abril de 1952 al velatorio del vicepresidente Juan Hortensio Quijano, quién la reemplazara tras su renunciamiento y que por ironías del destino tampoco asumiría el mandato. Pese al devastador avance de una enfermedad que había dejado piel y huesos en un cuerpo que pesaba 38 Kg., a seis días de cumplir sus 33 años y sostenida por Perón de la cintura, María Eva Duarte pronunciaba su último discurso el 1º de Mayo de 1952 desde los Balcones de la Casa Rosada.

Ahíta de morfina, tratando de mantenerse en pié con un soporte de yeso disimulado bajo el sacón de pieles, tendría un último aliento para asistir el 4 de Junio a la asunción presidencial de Juan Domingo Perón. Provista de un disimulado corset que la sujetaba al asiento y parabrisas del automóvil descapotable, resistió con estoicismo el trayecto desde la residencia presidencial de Palacio Unzué hasta el Congreso. El fin se aproximaba luego de una nueva y penosa internación. En su lecho de Palacio Unzué, fallecería en las primeras horas de la tarde del 26 de Julio de 1952. El gobierno lo determinaría a las 20,25 hs., haciendo coincidir su fallecimiento con la misma hora de su casamiento del 10 de Diciembre de 1945 en la Iglesia de San Francisco. El público tomó conocimiento minutos antes de las 21 hs, luego del anuncio radial de su entrada a la inmortalidad, desatando escenas de dolor en un pueblo que expresaba su congoja en todas las regiones del país.

Se decretó duelo nacional por treinta días, con luto obligatorio durante tres días. Las exequias públicas se prolongaron durante catorce días, con el incesante desfile de más de medio millón de personas que besaba la tapa del ataúd transparente en la capilla ardiente de la Secretaría de la CGT, como expresión de cariño e infinito dolor ante el cadáver embalsamado por el médico español Pedro Ara. Se lo vistió con un sudario blanco y un crucifijo de oro entre los dedos regalado por Pío XII. Luego cubierto con la bandera argentina. La sucesión de imágenes de inenarrable congoja, serían registradas por el Camarógrafo Californiano Edward Cronjagar de la 20th Century Fox, contratado por la Dirección de la Subsecretaría de Informaciones. Sería el primer documental a colores realizado en el país, bajo la pertinaz llovizna invernal de Bs.As.. El 9 de Agosto, el féretro fue colocado sobre la cureña y trasladado para su postrer homenaje al Congreso Nacional. De allí llevado al segundo piso del edificio de la CGT, donado por la Fundación Eva Perón. Permanecería en una sala-capilla con un cuadro de la Virgen de Luján. Luego que Ara terminara su labor de embalsamamiento en Julio de 1953, pudo ser visitada por un reducido grupo de invitados, hasta tanto se terminara la construcción de un monumento en su memoria.

El 17 de Octubre del 1952, Perón leyó públicamente el testamento de su esposa, anunciando la creación de la “Fundación Evita”, totalmente independiente de la "Fundación Eva Perón". Disponía que sus joyas, legadas al pueblo, fueran guardados en su sede hasta tanto finalizara la construcción del monumento. Según los planos, la obra tendría una altura mayor que la Estatua de la Libertad, instalada en una pequeña isla frente al puerto de Nueva York. Sus bases comenzaron a construirse en terrenos de la antigua cancha del Club River Plate, frente a donde hoy se encuentra Televisión Pública Argentina (ex Canal 7 y ATC). Cuando se produce el derrocamiento de Perón, la construcción se encontraba inconclusa en su mayor parte. La Revolución Libertadora dispuso la finalización del proyecto de obra, y su adaptación para colocar allí la estatua del General José Gervasio Artigas. Pedro Ara se hizo cargo de la custodia y mantenimiento del cuerpo embalsamado, servicios por los que cobró la suma total de 100.000 dólares en dos pagos. Relata el escritor colombiano Gabriel García Márquez, en una nota del 5 de Setiembre de 1983 (citado por Dujovne Ortiz, en “Eva Perón. La biografía”, Ed. Aguilar, Bs. As. 1995), que el médico español montó guardia en la antecámara de la enferma durante los largos días que duró la enfermedad, puesto que, para la mejor conservación del cuerpo, los primeros trabajos debían realizarse en el mismo instante de su muerte. Si bien Ara no dio mayores explicaciones del método utilizado (“El Caso Eva Perón- Apuntes para la historia”, 2ª Ed. CVS, Madrid 1974), según los dichos del médico Domingo Tellechea que años más tarde lo restauró (también citado por Dujovne), se utilizó el antiguo método de momificación española, trabajándose el cuerpo con una solución de formol y cloruro de zinc, infiltrado en las zonas internas y subcutáneas del trayecto sanguíneo a partir de la carótida. Agregándosele ácido fénico, borato, bicloruro de mercurio y arsénico, rellenándose algunas cavidades con parafina pura, como paso previo a su cobertura con una capa plástica de cera dura.

Evita había encomendado la redacción del libro “La Razón de Mi Vida” al periodista español Manuel Penella de Silva, cuya publicación se demoró debido a las objeciones de Perón, que encargó correcciones al Ministro de Asuntos Técnicos Raúl Mendé. Fueron tantas las modificaciones introducidas, que se perdió la esencia del original cuyo contenido había conmocionado a quién figuraría como autora. Postrada por su enfermedad y avizorando el fin de sus días, “Evita” no puso reparos a la publicación de un libro ya irreconocible por los arreglos de Mendé, llenos de pletóricas frases y encendidos elogios a Perón. “Mientras el libro fue mío, también fue de ella”, cita Dujovne Ortiz el desolado pensamiento de Penella, y las palabras de agradecimiento que recibiera de aquella en su lecho de enferma, cuando en Octubre de 1951 fuera a despedirse antes del retorno a su país: “Gracias por el libro, es el hijo que no tuve”.

El 16 de Setiembre de 1955, un grupo de oficiales dirigidos desde Córdoba por el General Eduardo Lonardi, bajo la consigna “Cristo Vence” y la contraseña “Dios es Justo”, iniciaría el proceso del golpe de Estado que culminó con el derrocamiento del Presidente Perón. A ellos se plegaría la marina al mando del Almirante Isaac Francisco Rojas, que contó con el apoyo de la jerarquía de la Iglesia Católica, la Unión Industrial Argentina, Radicales, Conservadores, Socialistas, y un Partido Comunista Argentino que naufragaba en sus eternas contradicciones bajo la dirección de Vittorio Codovilla. Perón buscó asilo en la cañonera “Paraguay” del vecino país, que se encontraba en reparaciones en el puerto de Bs.As. De allí se trasbordaría al hidroavión “Catalina”, que lo lleva a Asunción. Comenzaría así un largo exilio de más de 18 años, que desde Paraguay pasaría por residencias provisorias en Panamá, Nicaragua, Venezuela, Santo Domingo (luego llamada República Dominicana). Llegaría a España en 1960, donde viviera hasta su retorno definitivo a la Argentina el 20 de junio de 1973, tras un primer acercamiento al país el 17 de Noviembre de 1972, cuando en medio de una lluvia torrencial descendiera de un Boeing 707 de Alitalia en el Aeropuerto de Ezeiza, acompañado de una numerosa comitiva de dirigentes políticos, sindicalistas, artistas y curas villeros.

El cabecilla de la autodenominada “Revolución Libertadora”, duró en la presidencia de facto el efímero lapso de sus expresiones públicas. Entre ellas, la voluntad de limitar en el tiempo la “desperonización” de la sociedad argentina, para llamar luego a elecciones con la participación de “un peronismo sin Perón”; que remató con el lema que en esa lucha “no hubo vencedores, ni vencidos”, como rémora a la expresada por Justo José de Urquiza y Manuel Oribe en el armisticio del Campamento del Cerrito (Uruguay), reiterada luego por el entrerriano en Caseros. Ello sería el catalizador de la destitución de Lonardi el 13 de Noviembre del mismo año, por sectores liberales antiperonistas de la armada y el ejército que se consideraban vencedores, abjurando todo trato con el vencido. En su lugar asume el General Pedro Eugenio Aramburu, llevando al Almirante Isaac Francisco Rojas como Vice. Entre las primeras medidas del facto, estuvo el dictado de las “Directivas Básicas del Gobierno Revolucionario”, dirigidas a la disolución del Partido Peronista (reservándole el nombre de “Totalitario”) y la Confederación General Económica. Con oficiales de las fuerzas armadas, se intervino la CGT y los sindicatos, encarcelando a todos sus dirigentes. Se dictaron medidas económicas favoreciendo a latifundistas e inversionistas financieros, derogando las Convenciones Colectivas de Trabajo, impidiendo que los trabajadores acordaran mejoras salariales y laborales. Se prohibió la alusión al nombre de Perón, respecto al cual debían usarse referencias tales como “Tirano Prófugo” o “Innombrable”. Los trabajadores reaccionaron paulatinamente, con un plan de lucha planificado en torno a los “Comandos de Resistencia”, con pintadas de paredes, sabotajes a fábricas y colocación de bombas. Aramburu respondió con la sanción de la Ley Marcial, desatando una ola represiva que dejó un reguero de muertos y detenidos.

El precipitado exilio de Perón en el Paraguay, dejó al embalsamador Pedro Ara como único responsable del cadáver de “Evita”, hasta que Lonardi dispusiera su examen por los médicos forenses Nerio Rojas, Julio César Lascano González, y Osvaldo Fustimoni. Al intervenir la CGT el 16 de Noviembre, Aramburu tomó también la decisión de hacer desaparecer el cadáver, para darle sepultura en un lugar y con un nombre ignoto. Aún muerta, María Eva Perón seguía despertando el odio y el temor de los militares golpistas, que veían en ella el emblema de una latente rebelión popular. Por entonces nuestro país “era un cuerpo de mujer embalsamado”, diría Eloy Martínez Tomás (“Santa Evita”, Ed. Seix Barral, Barcelona 1995).

El Teniente Coronel Carlos Eugenio Moori Koening, titular del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) e hijo de un militar muerto en la Primera Guerra Mundial, fue encargado de ejecutar los primeros pasos de la “Operación Evasión” dispuesta por Aramburu. En las últimas horas del 24 de Noviembre de 1955, se presenta en junto a otros militares en el Edificio de la CGT, requiriendo a Pedro Ara la entrega del cadáver, para cargarlo en un furgón conducido por el Capitán Frascoli con destino desconocido. Encomendado por Aramburu, en Febrero de 1956 Koening viaja al exilio de Juana Ibarguren y sus tres hijas en Santiago de Chile, obteniendo autorización para la sepultura del cadáver. Conforme al Decreto Nº 37/55, la inhumación debía efectuarse en el nicho nº 275, Sección B, del Cementerio de la Chacarita.

Koening no cumplió con la encomienda. Se apodera del cadáver iniciando un largo derrotero por insólitos lugares (dentro de un furgón de Frascoli, en oficinas de la SIE, detrás de la pantalla del Cine Rialto, en un sótano de Obras Sanitarias, etc.). Uno de sus colaboradores, el Mayor Arandía, lo tuvo dentro del ropero de su dormitorio en su casa de Avenida General Paz 542. En una noche de insomnio, Arandía mató de tres tiros en el pecho a su esposa embarazada Elvira Herrera, cuando aquella se levantó para ir al baño, imaginando en las sombras que alguien había ingresado a la casa para apoderarse del cuerpo. Finalmente terminó dentro de una caja de madera que contenía material radiofónico, en una oficina destinada a Moori Koening en el cuarto piso de la sede central de la SIE de Callao y Viamonte, siendo objeto de la pasión necrofílica de este militar, que terminó alcohólico y demente.

Allí le fue exhibido el cuerpo al Capitán de Navío Francisco Manrique, quién puso en conocimiento de Aramburu su macabro derrotero. El Presidente de facto ordenó la destitución por demencia de Koening, conjuntamente con las del Mayor Arandía y el Capitán Frascoli. El Coronel Cabanillas reemplazó a Koening, mientras Manrique convocaba al Coronel Gustavo Adolfo Ortiz y al Mayor Hamilton Díaz, para organizar el operativo de traslado del cadáver a Italia, con la colaboración del cura argentino Francisco “Paco” Rotger, confesor de Agustín Lanusse. Rotger se encargaría de hacer los contactos con el Vaticano para lograr la sepultura en territorio italiano. A tal fin, con la anuencia del Papa Pío XII (Eugenio Pacelli), mantuvo entrevistas con Giovanni Penco, Superior de la Orden del Cardenal Ferrari. A fines de 1956, Cabanillas ejecuta la “Operación Traslado”, junto al Mayor de Caballería Hamilton Alberto Díaz y el Suboficial de Inteligencia Sargento Manuel Sorolla. Concomitantemente, el Subjefe de la SIE Teniente Coronel Gustavo Adolfo Ortiz, mantenía vivo el contacto con los prelados papales, realizando tareas de distracción con viajes a distintos lugares de Europa.

Por vía aérea se transporta el cadáver de Evita, con documentación a nombre de María Maggi de Magistris, natural de Dálmine, Provincia de Bérgamo, fallecida en 1951 en un accidente automovilístico ocurrido en Rosario (S.Fé), a recibir en Génova por la Orden de Ferrari, con destino final a Milán (Italia). Apoyado por el Sargento Sorolla disimulado en el pasaje, el Mayor Hamilton Díaz bajo el nombre falso Giorgio Magistris, haría el papel de acongojado “viudo” acompañando el cadáver de su esposa al final de su derrotero. El 15 de Mayo de 1957, sería sepultado en el Tombino 41, del campo 86, en el Cementerio Maggiore de Milán. Hamilton Díaz regresa luego a Bs.As., entregando un papel rosa con el número de tumba a Cabanillas, quién lo deposita en una Caja de Seguridad de un Banco del Uruguay. El secreto fue celosamente guardado por Pío XII y quienes le sucedieran: Juan XXIII y Paulo VI. También por quienes intervinieran en la “Operación Traslado”, y sus mandantes Generales Aramburu y Lanusse. Al simpatizante peronista que osó indagar sobre el destino del cadáver de “Evita”, se lo reprimió duramente con atentados, cárcel y torturas. Su madre, Juana Ibarguren, peregrinó por todas las reparticiones públicas. Falleció sin obtener jamás respuesta alguna. 

Recién en 1961, el escritor Rodolfo Walsh pudo localizar al Mayor Moori Koenig, que entregado al alcohol y la locura no aclaró nada al respecto. Ello no obstó a que Walsh escribiera su genial cuento de ficción “Esa Mujer” (en “Los Oficios Terrestres”, Ed. Jorge Alvarez, Bs, As. 1966). “... -¡Ahora! me exaspero. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!-. -La lengua se le pega al paladar, a los dientes. -Cuando llegue el momento... usted será el primero... -No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera. …-Se ríe. -¿Dónde, coronel, dónde? - -Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí…. -Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca…..la voz del coronel me alcanza como una revelación: -… Es mía -dice simplemente¬. Esa mujer es mía…”

La historia comenzaría a develarse cuando el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez entrevista a Cabanillas en 1989, quien da detalles sobre la entrega del cuerpo de Evita a Perón, en su residencia de Madrid (Diario “La Nación”, Ed. 2/08/2002). En medio de un enrarecido clima político y acorralado por la implacable investigación periodística, a mediados de 1971 Alejando Agustín Lanusse (con la venia de Paulo VI; del nuevo titular de la Compañía de San Pablo Giulio Madurini; la intermediación del Gran Maestre de la logia masónica Propaganda Due Licio Gelly; del Presidente del Consejo de Ministros de Italia Giulio Andreotti; y del embajador argentino Brigadier Jorge Rojas Silveira), pactó con Perón la devolución del cadáver de “Evita”. El traslado fue encomendado a Cabanillas y Sorolla, que lo transportaron el 3 de Setiembre de 1971 a la residencia “Puerta de Hierro” de Perón en Madrid, donde sería ubicado en una de las habitaciones del piso superior.

Pero no terminaría allí el proceso necrofílico. En Octubre de 1974, Montoneros secuestra el cadáver de Aramburu para obligar a la Presidenta Maria Estela Martínez y al Ministro de Bienestar Social José López Rega, a trasladar el cadáver de “Evita” a la cripta de su esposo en Olivos. El ataúd llegaría finalmente a Bs.As. el 17 de noviembre de 1974, rodeado de un impresionante dispositivo de seguridad organizado por López Rega, con miembros de su banda parapolicial las “Tres A” (Alianza Anticomunista Argentina), sin participación del Partido Justicialista y la CGT. Trasladado a una capilla ardiente de la residencia Presidencial de Olivos, sin permitir el acceso a la Familia Duarte, el Dr. Domingo Tellechea realiza los primeros trabajos de reparación del cuerpo, luego de cual se lo deposita en una cripta junto a los restos de Juan Domingo Perón.

Derrocada María Estela Martínez, el 22 de octubre de 1976 la dictadura militar dispone la entrega del féretro de “Evita” a sus hermanas, que lo depositan en la bóveda de la familia Arrieta, hasta su exhumación final en el subsuelo del mausoleo de la familia Duarte en Recoleta, bajo una gruesa plancha de acero a seis metros de profundidad. Paradójicamente, a poca distancia de la sepultura del autor ideológico del robo del cadáver: Pedro Eugenio Aramburu. Roberto Cirilo Perdía, uno de los jefes montoneros que admitieran el secuestro y fusilamiento de Aramburu, afirmaría en una entrevista periodística concedida en 1997 a María Seoane (“El Ultimo Misterio de Eva Perón”, Ed. Diario Clarín, 23-1-2005), que durante el interrogatorio al militar, este les confesó que ignoraba el lugar preciso de la sepultura en Italia. 



Horacio E. Blanc (del libro “Por un Camino de Siglos”, en reedición)

(") Ex Abogado, ex empleado, funcionario y magistrado judicial, hoy jubilado. Escritor y compositor, según el ánimo. Nacido un 3 de Diciembre de 1948, en la entrañable La Paz de mí Entre Ríos. 









No hay comentarios:

Publicar un comentario