miércoles, 8 de agosto de 2018

NUEVAS TEOLOGÍAS, Por Horacio González

Imágen Pablo Piovano


OBERTURA DEL EDITOR:

PUNTO UNO: PARA ACLARAR IDEAS:

Compañerxs: Sobre el derecho a decidir la interrupción voluntaria del embarazo, cómo dije, estoy favor. Pero quisiera aclarar algo. Toda vida es sagrada, parto de esta hipótesis que se refiere a lo orgánico, vegetal y animal. Inicio desde el cristianismo pero extiendo la concepción a lo cósmico con las posiciones de Leonardo Boff y Frei Betto, respecto de la naturaleza. Es una interpretación teológica del siglo XXI. Sin embargo si fuéramos coherentes con esta posición, no solo tendríamos que ser vegetarianos e inclusive ni vegetales -que son vida- podríamos comer. El hombre que es una de las creaciones más grandes de Dios tiene que realizarse y alimentarse. Y tenemos el don de la libertad con que Dios nos creó, y el mundo histórico fue consagrando, con la reforma protestante, y la Revolución Francesa. Dos hechos inescindibles. El primero la libertad de conciencia, el segundo la libertad política (qué es ordenar el todo). Esa libertad de conciencia tenemos que respetar en todo ser humano, débil o poderoso. Se muestra sobre todo en la facultad de decisión. La facultad de decidir es para todos, mal que les pese a los que están en contra, también para las mujeres con respecto a un embarazo no deseado, sea cual sea la irresponsabilidad o responsabilidad con que se concibió. En derecho continuamente se ponderan bienes jurídicos o valores o intereses. En algo tan íntimo como un embarazo es inhumano no prestar atención a la voluntad de la mujer las primeras semanas. Pasado un período esa vida toma mayor intensidad y debe protegerse. El territorio de la conciencia libre es también del legislador que vota, pero debería seguir la libertad como principio para todos, también en la mujer que decide. Entonces el error de las feministas es sacar el tema del territorio de la conciencia que es la que debe decidir aun sobre sus creencias porque legisla para todos creyentes o no creyentes. Ocurre que muchos siguen su propia conciencia determinada por la creencia que valida para un sector. Pero la conciencia validante debe aunar a los dos sectores y optar por la ampliación de derechos que es tarea vital en una democracia. Esa ampliación es para la libertad de la mujer que decide que está por encima  de un embrión, que es vida, es persona, pero aun no es un ser humano. Las empresas, las grandes corporaciones permanentemente deciden contra los demás, cuando contaminan las aguas de un río, cuando destruyen la naturaleza, y este gobierno más que ninguno aplica una política de destruir la vida con las políticas del Fondo Monetario Internacional. Y uno se horroriza por que una mujer decide sacarse un embrión. Pero claro hay que integrar la conciencia con la sociedad injusta que permite a unos y quita a otros. Entonces es conciencia y justicia social. Cualquier persona razonable aun creyente debería estar a favor del derecho a decidir. Pero la discusión debería ser en la conciencia, la vida, porque es vida en sus inicios -primeras semanas- y eso es lo que permite valorar más la libertad de conciencia para decidir a la mujer, que defender un embrión, que es el mal menor desde el punto de vista de una consideración integral de la vida. Eso para empezar y avanzar a los abortos de unos en condiciones ventajosas y los abortos de otros en condiciones desventajosas. Eso es política sanitaria. La mayoría de los religiosos son coherentes cuando están en contra porque esa vida cósmica  es también dios y dios es el dador de esa vida cósmica. Pero son pocos los que pueden aun contra sentimientos íntimos decidir contras sus creencias porque legislan para otros no creyentes. Para mí ese es el quid de la cuestión. Y allí debiera enfocarse la cosa, para tratar de persuadir a un indeciso. La virulencia -ya demodé- contra toda la iglesia católica, o todos los religiosos forman parte de la barra brava de la hinchada de un bando o de otro. Lo raigal es la libertad de conciencia que es la libertad para decidir teniendo en cuenta el bien común de todos no solamente del sector que uno representa. Insisto es un tema de libertad de conciencia, pero de conciencia libre y para todos. Perdón si me extendí pero viendo los debates, la pobreza conceptual, las salidas por la tangente quería de alguna manera aclara mi propia concepción y cómo votaría yo: a favor de la facultad de decidir la interrupción del embarazo por parte de la mujer en las primeras semanas (Claudio Javier Castelli).

PUNTO DOS: SOBRE TEXTOS FÁCILES DE ENTENDER

Frase de Hegel: "La otra parte de la incomprensibilidad (de la filosofía) es la impaciencia de querer ante sí, bajo la forma de la representación, aquello que tenemos en la conciencia, como pensamiento y concepto. Se oye decir con frecuencia que uno no sabe qué es lo que se debe pensar bajo el concepto que se ofrece; pero (es que) bajo un concepto no se debe pensar otra cosa que el concepto mismo. El sentido de aquella expresión es una cierta añoranza de una representación que fuese familiar y corriente; A LA CONCIENCIA  LE OCURRE COMO SI AL QUITARLE EL MODO DE LA REPRESENTACIÓN SE LE QUITARA EL SUELO SOBRE EL QUE SE SOSTIENE DE MODO HABITUAL. Cuando se encuentra trasladada a la pura región de los conceptos no sabe en qué lugar del mundo se encuentra. POR ELLO, LOS ESCRITORES, PREDICADORES, CONFERENCIANTES, ETC., QUE CUENTAN A SUS LECTORES U OYENTES COSAS QUE ÉSTOS YA SABEN DE MEMORIA, QUE LE SON HABITUALES Y SE COMPRENDEN POR SÍ MISMO, RESULTAN LOS MÁS COMPRENSIBLES DE TODOS" (G.W.F. HEGEL, ENCICLOPEDIA DE LAS CIENCIAS FILOSOFICAS EN COMPENDIO, ALIANZA UNIVERSIDAD, EDICIÓN, INTRODUCCIÓN Y NOTAS DE RAMÓN VALLS PLANA, MADRID 1997, PÁG. 103/104).

Viene a cuento la frase de Hegel, quién el mismo era muy difícil de entender, pero no imposible, basta con varias lecturas del mismo texto en clave conceptual. Hay una contienda similar con los textos de Horacio González, que a juicio del editor, se debe más a pereza intelectual del lector, que propiamente a los textos de González, la frase de Hegel viene como anillo al dedo para los textos de González. La gente que piensa realmente advierte que la realidad es compleja, y que la paradoja y el reino de las contradicciones la habitan constantemente, y para explicarla debe utilizarse el mismo recurso de la realidad. Uno puede decir pero yo quiero claridad y distinción de los conceptos, imperativo cartesiano, que los herederos franceses post estructuralistas pusieron en duda. Es en el terreno de las ciencias duras, y la filosofía analítica angloestadounidense que se difunde la necesidad de precisión y claridad en la forma de utilizar los conceptos apelando al principio de identidad y la lógica formal, a lo sumo simbólica para interpretar toda la historia del pensamiento -Su origen es Hume-. Esta última filosofía no avanza mucho más de allí porque piensa la obviedad de lo que está a la mano y presente en la conciencia. Tengo malas noticias para las ciencias duras -también para Mario Bunge- y los filósofos analíticos angloestadounidenses: la realidad es más compleja que ese esquema adolescente para interpretar el mundo y sobre todo las ciencias sociales que no guardan el mismo rigorismo donde uno es uno y dos es dos, porque la conducta humana es impredecible muchas veces, y es sobre todo abierta a la polisemia. Es como si se pretendiera un lenguaje matemático que tal cosa es uno, que tal otra es dos, que tal otra es tres. Como si fuera necesario que el lector llevara una libreta de almacén que le dijera el alcance exacto de cada concepto. Esa forma de andar por el mundo implica desconocer la libertad de interpretación de las escrituras imperativo de la época de la reforma protestante. Pero implica algo más desconocer la libertad, como imperativo conquistado desde la Revolución Francesa. Es cierto que el neoliberalismo quiere reemplazar ese acontecimiento histórico, por la interpretación de oscuros algoritmos realizador por las grandes corporaciones económicas mundiales para restringir toda libertad, y volvernos a una etapa prerrevolucionaria donde se vuelva a restablecer la esclavitud laboral de jornadas de 14 a 16 horas, con paupérrimos salarios. Creo que esa claridad de lo que tengo a la mano y presente en la conciencia inmediata, y parte de allí para interpretar el universo social es funcional a ese neoliberalismo algorítmico abundante y generoso en los medios hegemónicos de comunicación.

Esta reflexión también me la provocó, el siguiente comentario realizado al texto de Horacio González, realizado en página 12, responde al seudónimo de Nutria y dice lo que, creó ya he parcialmente respondido:
"Interesante reflexión del ilustre Horacio Gonzalez. Sin embargo siento la necesidad doble de hacer algunas aclaraciones y también un pedido.
Empiezo por lo segundo: la claridad es la cortesía del filósofo y si bien desconozco si hay más o menos filosofía en la sociedad, soy de los que creen que es necesaria para la evolución de la misma. Pero la filosofía, en tanto bien cultural con potencial reformador, debe ser accesible al pueblo, no sólo a los más ilustrados o leídos, como decía mi abuela. El estilo literario "barroco" no cumple con ese objetivo y este medio y el propio autor pierden oportunidad de llegar con este u otro mensaje. En resumen, estimado Horacio: aclare que si no, oscurece.

Contribuyendo a aclarar.
Para entender de qué se habla aquí, habría que saber qué entiende HG por filosofía y por teología. Lejos de dirimir aquí estas cuestiones, comparto mi sensación (una de las muchas posibles): cuando habla de filosofía, parece hablar de formas de pensar, de ideologías, de cosmovisiones o al menos de visiones; cuando habla de teologías parece hablar de religiones.
Desde esa incertidumbre me resulta imposible analizar tanto los problemas planteados como el camino de solución propuesto. 
Peor aún, el camino novedoso sería un pastiche de filosofía, política y teología, eso sí democrática y popular.

Si hemos de rescatar a la política y a la filosofía como dos dimensiones del saber y del hacer humano y social, no podemos mezclarlas con religiones. Etiquetarlas con enfoques de la organización social, tampoco suma valor.
Para relacionar cosas o interactuar primero hay que distinguir esas cosas.
La mezcolanza no es la cura contra el cartesianismo, ni la posibilidad de que las gentes encuentren marcos de pensamiento más evolucionado.

Comparto las preocupaciones por la decadencia político, social y cultural, y entiendo que una de sus causas es el pensamiento mágico inculcado desde la infancia de la mano de cualquiera de las religiones actuales.
La filosofía tiene la función de contrastar dicho pensamiento, no amalgamarse con él.

MB"

Por último, agrega este editor, que según dice Friedrich Engels, en "Ludwin Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana", en la época de Hegel no había nada más importante que la religión y la política. Lo mismo piensa para esta época el autor de la obertura. Esa superstición de que la religión no se mezcla con la política o con la filosofía o con las ciencias sociales parte de una errada concepción acerca de la naturaleza de ciencias duras aplicables a las ciencias sociales. Además, desconoce uno de los imperativos de esta época que es la demanda de realizar articulaciones entre mundos, acaso diferentes, que satisfagan y tiendan a neutralizar cierta decadencia cultural; pero en el fondo es también más que eso, es temor a la libertad.

Bueno, basta de alharaca y vamos al texto de Horacio González:

NUEVAS TEOLOGÍAS



Una pregunta de la teología es si ha desaparecido la filosofía. Una pregunta de la filosofía es si ha desaparecido la teología. Las dos preguntas tienen sentido. Las dos deben hacerse conjuntamente, porque entonces es sobre esta base que se puede responder que no. Que no hay menos teología en el mundo, hay más. Que no hay menos filosofía en el mundo, hay más. Solo que, de una forma velada, en el sigilo de todo lo que tiene una identidad, no se expresan del modo habitual que se esperaría de esas identidades. La discusión en torno a la despenalización del aborto lo demuestra. El movimiento feminista ya no abarca un tema específico, sino que es una cosmogonía sobre la felicidad de la irreverencia, el rechazo de todo placer que no sea autogestionado –es decir, no otorgado por el Pater–, y un erotismo que desciende con delicia al origen indeterminado de la identidad sexual. No es seguro que sean estos todos los puntos en juego. Omito el más problemático, el de las reformas del lenguaje. Pero todos ellos tienen un sabor, que no es tan ligero, a una gran gesta contemporánea vinculada a cierto mesianismo democrático, a una teología paradisíaca, a una juvenilia milenarista que no por eso vacila en examinar el cuadro de derechos sociales para darle lugar a la máxima problematización sobre la vida, que debe ser amparada por el sistema legal público, a fin de garantizar el aborto no clandestino.

Sin embargo, en la presente situación de la crisis nacional, observamos un sistema de dobles contradicciones que pueden debilitarse mutuamente. El movimiento laico del feminismo por los derechos a la salud pública incluye una minoría de personas que lo apoyan, que a su vez se imponen seguir promoviendo las políticas del FMI, que objetivamente devastan el cuerpo nacional. Al mismo tiempo, el movimiento eclesial oficial ha reforzado su posición tradicional donde la llamada defensa de la vida, oculta mal el sentido verdadero de esa frase, cual es la de dirigirse hacia la defensa de privilegios y la pseudo normalidad ascética del secreto familiar, que –lo saben bien–, se vulnera permanente a oscuras, produciendo muerte y dolor. Pero también al contrario, se revierte en las grandes metáforas de los místicos medievales, plenas de erotismo contenido y plegarias hacia un creador orgasmático.

De todos modos, hay que observar que este movimiento fémino-juvenilista, que retoma con el gozo cierto de quizás no percibirlo, aquellos arcaicos exorcisos contra las demonologías, es visto por sectores interesantes del clero social, como un inconveniente severo. Algunos, o muchos, sacerdotes que siguen la opción por los pobres suponen que hay en acción una geopolítica demográfica del FMI, ante la cual se opone un pueblo entendido como una comunidad autoprotectiva, orgullosa en su carencia, pues es reserva moral, resistente y filial. Hay también aquí una teología que se entrecruza con la que ofrece el neofeminismo. Aquella critica el plan demoledor de Fondo, pero privándose de la movilización feminista, viéndola como problema de las “clases medias”, y esta otra, atravesando como una centella salvadora todo el espectro político, cargando también un sentido secular que apoyan algunos “modernizantes” del gobierno vicario del FMI. 

Es evidente que entre todas las piezas superpuestas y distintas del movimiento social de resistencia, debería haber una nueva una circulación de ímpetus –como la relación entre la avispa y la orquídea, que se traducen mutuamente para devenir una en otra–, que llevase a un plano dialogal al movimiento de mujeres y al movimiento antiimperialista, caracterizados por sus grandes momentos de coincidencias. Dije palabras antiguas pero vigentes, para mostrar, deliberadamente, que este es un tema que no es la primera vez que surge, y luego para postular que sus innovaciones lingüísticas deben presentarse no como una escisión de la lengua general, sino como un llamado a nuevas posibilidades del habla común, a través del juego y la alquimia del verbo, que siempre se halla abierta.

Estas son dos historias paralelas que no se resuelven ni impidiendo la universalidad de la despenalización, que de no sancionarse preocuparía no solo a los “sectores medios”, ni sorprendiéndose por la errónea apreciación de algunos sacerdotes populares, sobre el aborto legalizado en términos de “política del Fondo”, porque creen ver a los ámbitos de la vida de los de abajo, castigados por la pobreza y la desposesión de los recursos de vida, como ajenos a este vital dilema. Todos sufren las consecuencias de esa clandestinidad y están lejos de ser hoy un sector que por sí solo pueda sostener desde las deudas sociales que se originan en su vasta desventura, una completa alternativa política al margen de las clases “urbanas”, vistas ligeramente como “hipócritas”.  

No digo que sea fácil conjugar todas estas esferas que se tocan y se apartan continuamente –la lucha para rescatar el “corpus” herido de la sociedad y la autonomía del simbolismo corporal del colectivo femenil–, pero su disimilitud inspira paradójicamente los modos de enlazarlos entre sí. Haciéndolo con nuevas figuraciones de la política. En principio, ciertos Obispos encerrados en sus lenguajes turiferarios y los militantes que ven las religiones como una lengua apócrifa y opresiva, no pierden nada si hacen su apuesta pascaliana. ¿Y si hubiera para todos, un horizonte superior para pensar las injusticias mundanas y las formas de organización para conjurarlas? ¿Y si ese horizonte llevara el nombre de nuevas teologías políticas, populares y democráticas, que infundiesen nuevos ánimos para el combate contra los planes que desmontan el fundamental grito fundador de “seamos libres, lo demás no importa nada”? Este es el momento crucial en que debemos decir: ni religiones regimentadas ni secularismos sin veneraciones hacia el modo asombroso y extasiado en que se vinculan las cosas más heterogéneas. 

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