lunes, 2 de octubre de 2017

REVOLUCIÓN, DE ESO NO SE HABLA..., Por Jorge Luis Cerletti, para Vagos Peronistas

Dice, Cerletti: "Hoy el populismo sufre el ataque de los cultores de la “pos verdad” (mentiras posmodernas). Artífices del léxico en boga, borraron de la política el término revolución salvo cuando lo usan como estigma y condena de reivindicaciones justas. Pero también vastos sectores del populismo silencian el concepto de revolución…"
"Un ejemplo vivo de las prácticas anestesiantes señaladas, lo da  el gobierno de Macri y cia. Su principal ideólogo, Jaime Durán Barba, después de abrevar en el marxismo, resulta el principal consultor de la derecha latinoamericana en el suministro de opio para adormecer conciencias o mantenerlas en su sopor".



Jorge Luis Cerletti
“Hay un nudo entre teoría, militancia y organización política que siempre debe ser objeto de indagación.” (“Del Desencanto al Populismo”, pág.87; intervención de Jorge Alemán).

El nudo señalado en la cita remite al orden social que lo contiene. Y en primer lugar aparece la teoría pues desde ella se evaluará el orden social en el que se inscriben los niveles mencionados.

En esa esfera se fundamentan las ideas básicas que sustentan la actividad política y sus expresiones constitutivas. Sin esa base de inteligibilidad mal se puede indagar en torno a proyectos y propuestas políticas. 

Pues bien, el capitalismo se ha impuesto en el mundo y enhebra la enorme variedad político-social del planeta. Esa notoria característica de la realidad existente origina una divisoria aguas entre quienes apoyan al sistema y los que se le oponen. Empero, el caudal de ideas y matices que acompañan a esa oposición es sumamente complejo e incierto.

Aquí enfocaré una significativa contradicción asociada a la idea de revolución que ha sido soslayada desde hace tiempo por la militancia y sus organizaciones políticas.

Revolución, un término en desuso.

La asociación del término con distintos niveles de violencia hasta llegar a los enfrentamientos armados es una recurrente experiencia histórica. Mas, sólo me detendré en un aspecto digno de destacar, su silenciamiento. Dejo de lado apologías fuera de lugar para reflexionar en torno al significado y los alcances de tal silenciamiento.

Sabido es que impulsar la revolución fue un motor en la construcción política de la gran mayoría de los movimientos anticapitalistas que conmovieron al mundo en el siglo XX. La derrota o posterior corrosión interna explica su eclipse. Distinto es pensar en su evanescencia de las ideas que hoy día alimentan a los movimientos emancipatorios así como a las diversas variantes del “populismo” (denominación equívoca en uso).

Considerando que la política es el campo donde se verifican las disputas de poder, la toma del mismo resultó esencial para despojar a los dueños del capital de las condiciones de su dominación. En esa línea de pensamiento y de acción, la revolución devino un eje sustantivo. Sin embargo, el boomerang de la “toma del poder” terminó siendo la antítesis de la liberación buscada. Y esto provoca un interrogante falaz: ¿el gran capital cederá su inmenso poder por obra del voto popular o por las irrefutables evidencias de los males que acarrea a la humanidad? Ingenuidades aparte, evidentemente no. El capital se rige por la ganancia y no por el interés común…

Lo planteado reintroduce la problemática de la revolución, concepto hoy fuera de circulación. Convengamos que nadie que aspire a un mundo mejor desea la violencia. Pero la vida de las diversas sociedades del planeta, de un modo o de otro, sufren las injusticias, las guerras y las diferentes formas de violencia que impone el sistema.

De acuerdo a la experiencia vivida, resulta insostenible el concepto de revolución en los mismos términos que inspiraron los cambios revolucionarios que se frustraron luego por la regresión señalada. Y aquí viene a cuento transcribir una idea expuesta por Isabel Rauber: “…la tarea sociotransformadora raizal no consiste en `tomar el poder´ que existe, sino en ocuparlo temporalmente para transformarlo desde la raíz en la medida que construyen, desde abajo, las bases sociales, económicas, políticas y culturales para ello. (“Refundar la política” de Isabel Rauber, pág. 85; editorial Peña Lillo – Ediciones Continente)


Esa idea que comparto, resignifica el concepto de revolución en la medida que encarna una contradicción aún no superada. O sea, que no vuelva a engendrar otras formas de sometimiento surgidas del ejercicio del poder. Se trata de producir una apertura que evite el enquistamiento del poder en manos de dirigencias que terminan erigiéndose en nuevos amos. Pero semejante apertura incluye serios interrogantes que exigen respuestas originales. Es que la “ocupación del poder” demanda fuertes dosis de creatividad pues constituye un verdadero enigma a develar…


Transformaciones de fondo o parches.

Retomo el nudo inicial. Indagar en torno a la teoría, al tipo de militancia a desarrollar y acerca de nuevas formas organizativas. Todo converge sobre el campo minado de la necesidad de crear un poder que no se devore a sí mismo y que sea capaz de enfrentar la hegemonía del gran capital.

“Ocupar el poder” a nivel macro para socializarlo en términos reales, más allá de situaciones transitorias, resultó un intento fallido en las luchas por la emancipación. Si bien hay experiencias locales que lo ensayan con distinta suerte, cuando se traspasan las fronteras de lo micro pareciera que se diluye el intento o se vuelve a reproducir el confinamiento. 

En la búsqueda de aperturas que incidan en la sociedad aparece el campo nacional como ámbito mayor para difundir lo micro y sus propuestas emancipatorias. En ese sentido, el vínculo con las luchas populares de nuestra historia cultural política debe favorecer el crecimiento de los grupos micro. Lo cual plantea una suerte de escenario común entre éstos y los movimientos populistas, sin omitir sus diferencias ni sus contradicciones.

Hoy el populismo sufre el ataque de los cultores de la “pos verdad” (mentiras posmodernas). Artífices del léxico en boga, borraron de la política el término revolución salvo cuando lo usan como estigma y condena de reivindicaciones justas. Pero también vastos sectores del populismo silencian el concepto de revolución…

Un ejemplo vivo de las prácticas anestesiantes señaladas, lo da el gobierno de Macri y cia. Su principal ideólogo, Jaime Durán Barba, después de abrevar en el marxismo, resulta el principal consultor de la derecha latinoamericana en el suministro de opio para adormecer conciencias o mantenerlas en su sopor.

No es nuevo el empleo de la mentira y la propaganda para generar la subjetividad social apta para sufrir y naturalizar la dominación. Sólo que en la actualidad se ha potenciado notablemente con el extraordinario avance tecnológico de la comunicación.

Las batallas contra la dominación, ese flagelo de la historia humana, no tienen final a la vista. Sin ceder a la resignación, quienes promovemos la emancipación impulsamos una política a largo plazo que impida la reproducción de la enfermedad, más allá de las curas de ocasión. Y a estas curas de ocasión alude el “parches” del subtítulo.

La corriente emancipatoria plantea construir instrumentos tales que posibiliten ocupar transitoriamente el poder del Estado para luego transformarlo, de raíz, en un proceso de creación efectiva de bases liberadoras. Y aquí aparece una significativa contradicción con la corriente populista (tomada en sentido amplio). El principal objetivo de ésta es apoderarse del aparato estatal como la única vía que le permitirá ejercer la justicia social. Y ambas corrientes plantean favorecer a los de abajo. Aquélla, creando las condiciones para que los oprimidos se liberen conduciéndose a sí mismos. La otra, asumiendo la representación del pueblo bajo su conducción. Ahora esbozaré las dificultades que pienso afectan al populismo.

La militancia y sus organizaciones políticas no aportan mayores novedades a su historial. No obstante, algo impensado fue la aparición, casi simultánea, de distintos movimientos afines en Sudamérica. Esto se dio al final del siglo XX y la primer década y media del XXI. Antes de tal movida la dominación del imperio y la hegemonía del gran capital parecían inconmovibles. Mas, no resulta una novedad que en política suceda lo imprevisible. Así se abrieron cuestionadoras fisuras políticas en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina, débiles en Uruguay y confusas en Brasil debido a su conservadorismo económico interno en contraste con su extendido asistencialismo y su gravitante postura internacional favorable a Latinoamérica.

Esas fisuras hoy aparecen en vías de soldarse. La militancia y los funcionarios apegados a las ubres del Estado, al agiornarse pierden vitalidad y se limitan a las bajadas de línea. A pesar de los avances político-sociales, lo esencial es que se mantuvo intangible el poder del gran capital interno y externo. Tal condicionamiento los hace vulnerables y resulta una de las causas principales de la actual regresión por más que varíen las resistencias según los países. Se trata de una barrera de gran magnitud que alimenta el oportunismo y la corrupción que corroe a los movimientos populares.


La emancipación, “en busca de autor”.

La emancipación es una idea tan meridianamente clara como oscuros resultan los senderos a transitar persiguiendo ese fin. El capitalismo es recusable a poco que se lo analice honestamente y se abandone el cinismo publicitario de la “pos verdad”. Pero esta constatación es apenas el comienzo del problema. No se trata de la razón sino del qué hacer para validarla. 

Mi postura, desde este presente azaroso, apuesta por un futuro sin explotación ni dominación. Supone la interpretación política del presente que incluye los riesgos propios del ensayo-error. Asimismo, no adhiero a las simplificaciones del purismo abstracto que reduce el presente a la negación de la gran complejidad política existente. Pienso que los principios fundamentales, guía y base para el desarrollo de la praxis emancipatoria, no deben excluir tal complejidad sino que mueven a incorporarla.

Avanzar en ese terreno supone evaluar las diversas expresiones de la política realmente existente para establecer formas de interlocución con los sectores que exhiben contradicciones y pretenden “humanizar” al sistema. Luego, debatir en el seno de lo que se puede definir como “campo del pueblo”, tiende a enriquecer el intercambio de ideas a poco que se valoricen las escuchas y el respeto por las diferencias. Es un modo de estimular la participación tratando de impulsar la horizontalización en los debates y evitar que la palabra sea objeto de apropiación e imposición de poder. A propósito, conviene tener en cuenta que las interpretaciones no son sinónimos de verdad…

Por ejemplo, la alternativa entre el macrismo y el movimiento K (o como se lo asocie), hoy resulta importante para la mayoría de la sociedad y en particular, para la vida de los de abajo. Es que la derecha explícita, legitimada con los votos por primera vez en nuestra historia, es una clara expresión del gran capital. Lo cual no significa desconocer las limitaciones de la política K. En particular, su dependencia del sistema que la condiciona y torna vulnerable. Realidad que exhibe la cuestión nacional bajo la hegemonía mundial de las grandes corporaciones. Y ésta representa una elevadísima barricada contra la que se topan los intentos populistas en procura de concesiones.

Semejante barrera, quizás insalvable, estimula el planteo de alternativas con vistas a la emancipación. Las mismas, sin duda, deberán transitar por un terreno desconocido en procura de lograr su objetivo. Y ese azaroso trayecto demanda una participación colectiva en la gestación del proceso liberador que posibilite dilucidar interrogantes y vencer obstáculos. Intentarlo es una exigencia tan imperiosa como no sucumbir a las nefastas consecuencias y graves amenazas propias del capitalismo.

Para poder enfrentar a enemigos tan poderosos vale construir espacios de convergencia entre el populismo y las corrientes emancipatorias. Y sin obviar sus significativas diferencias, es preciso fortalecer lo común para librar las batallas que se avecinan. Idea que conlleva estimular la capacidad autocrítica recíproca para enfrentar los obstáculos que siembra el poder súper concentrado del gran capital.

Cierro aquí con una cuestión prioritaria por su importancia: encarar la problemática entre el corto y el largo plazo. Y con esa perspectiva, resignificar el concepto de revolución. Vale decir, que el Estado resulte expresión de los de abajo, que se haga circular el poder para socializarlo y que se supere al injusto orden social capitalista. Tamaña conquista, ¿no sería una innovadora y genuina revolución? ----------




Jorge Luis Cerletti (30 de setiembre de 2017)

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