martes, 7 de junio de 2016

CONTRAPROPUESTA: POR UN FRENTE NO-CIUDADANO, Por Eduardo Grüner* (Fuente: La tecl@eñe, Revista Digital de Cultura y Política)



Contrapropuesta: Por un Frente No-Ciudadano



A partir de la convocatoria “Los intelectuales nacionales y populares a las plazas”, cuya formalización tendrá lugar el 4 de junio próximo en la Plaza Houssay, Eduardo Grüner reflexiona sobre la complejidad de discutir un Frente Ciudadano en abstracto, sin tener en cuenta las limitaciones y contradicciones que, tanto la convocatoria como la intención frentista, contienen. Grüner se pregunta, y nos interpela, si tras una década de sostenida critica liberal –republicana de la oposición de derecha anti-K, la respuesta se formula en términos de su mismo lenguaje, y afirma que la construcción de un Frente realmente político no puede aspirar a consolidar una hegemonía estratégica para la clase trabajadora y los sectores populares desde el “universal abstracto” de una “ciudadanía” donde todos los gatos son pardos.



Por Eduardo Grüner*

(para La Tecl@ Eñe)


En los últimos meses diferentes intelectuales y / o periodistas simpatizantes del FpV (y destilando justísimas diatribas contra la barbarie macrista) han señalado con lucidez y coraje una serie de deficiencias del ex gobierno K, para a continuación incurrir en la sempiterna crítica a la izquierda “abstracta”. Es un razonamiento un poco extraño: por un lado tienen el coraje –no demasiado frecuente- de hablar de aquellas deficiencias del gobierno al que ellos, con todo derecho, apoyaron durante 12 años; por el otro, califican de “abstractos” a quienes durante todos esos años no dejaron de criticar permanentemente esas mismas deficiencias, bien concretas. Uno siente ganas de preguntar: ¿en qué quedamos? ¿Resulta que los defectos solo pueden señalarse desde adentro (la ropa sucia se lava en casa, etcétera)? De todos modos, no es mi intención polemizar con ellos, sino subrayar el momento de verdad en lo que ellos dicen. En efecto, las famosas “deficiencias” –si queremos seguir llamando así a lo que fueron limitaciones constitutivas de una lógica política que nunca se propuso ir al “fondo de la cuestión”- pueden tener su cuota de responsabilidad por la situación en que nos encontramos hoy; pero de ninguna manera corresponde usarlas como excusas para distraer la atención de lo que suelen llamarse “las urgencias de la hora”. A saber: no apenas la “resistencia” (no somos un país ocupado como Francia por los nazis ni como Argelia por los franceses, ni hay partidos prohibidos como durante la “resistencia peronista”), sino la necesidad de configurar una estrategia de contraofensiva por parte de la clase obrera, los sectores populares y la intelectualidad crítica en sentido amplio. Toda iniciativa de ese orden debe pues ser bienvenida, y las críticas que se le hagan deben ser comprendidas como intentos de contribuir a su construcción.



Ante todo, ¿por qué la llamamos “contraofensiva” –y no se nos escapa que esta palabra tiene su poco feliz historia, pero no es cuestión de dejársela al enemigo-? Por la sencilla razón de que lo que ha emprendido el gobierno de Macri (empujado por sus mandantes económicos nacionales y transnacionales, se entiende) es una violenta ofensiva contra esos sectores. Tampoco de esto podemos distraernos: no importa cuáles sean las desordenadas torpezas –algunas reales, otras solo aparentes- de las medidas económicas del gobierno, todas ellas convergen en un gran objetivo final: destruir el salario, el empleo y la dignidad misma de los trabajadores, porque saben perfectamente que es la única manera de que les “cierre” el modelo, concentrando la mayor cantidad posible de riqueza y poder político (y cultural) en las clases dominantes, y haciéndole pagar el costo de la crisis, cruelmente, a los sectores populares.



En una palabra: nunca antes en la Argentina “democrática” –incluyendo el período del menemato- se transparentó de manera tan nítida e inequívoca lo que se llama lucha de clases, con el Estado puesto totalmente al servicio de aquella feroz ofensiva burguesa contra el pueblo. Contra eso que los atenienses del siglo V AC –que finalmente son los que inventaron la palabra “democracia”- llamaban el demos, el conjunto de obreros, campesinos pobres, pequeños artesanos, etc., que constituían el “pueblo bajo”, el popolo minuto de Maquiavelo, siempre en los hechos excluido de las grandes decisiones y oprimido económica, social y político-culturalmente por los Amos. Esa es la situación que tenemos hoy en nuestra patria: una brutal recomposición de la iniciativa de las clases dominantes contra los derechos aunque fuera formales de las clases dominadas, para asegurar su poder directo, sin fluctuantes mediaciones “bonapartistas” –como las que tuvimos la última década, con innegables ventajas parciales para aquel popolo minuto, aunque sin cuestionar la lógica de dominación misma-. Desde ya, no es el demos estrictamente dicho el único sector que está sufriendo los efectos de esta “ofensiva de clase”: también los empleados administrativos (sobre todo los del Estado), los docentes y estudiantes, los pequeños comerciantes, las Pymes, etcétera. Todo ello justificaría la conformación de lo que se denomina un frente único de esas fracciones sociales más perjudicadas, en el cual los sectores más políticamente conscientes u organizados pudieran conservar su identidad, pero actuando cuando fuera necesario bajo la canónica táctica del golpear-juntos-aunque-marchemos-separados. Y es exactamente eso lo que pudo verse, como sanísima reacción, en acontecimientos como el 29A o la marcha educativa del 12 de mayo.



Sin embargo, la constitución política de un Frente anti-gobierno (y anti-oligárquico-burgués-imperialista, que es el bloque de poder al que responde el gobierno), es decir un Frente más planificado y sistemático (menos “espontáneo” o “reactivo”, por así decir) debería empezar por decidir qué fuerza social va a ser erigida como “columna vertebral” del potencial Frente, y con cuál estrategia política de mediano plazo. En la situación que venimos describiendo, esa fuerza política no puede ser –es la opinión del que esto escribe- otra que la clase obrera y las fracciones pequeñoburguesas más agredidas, con los “intelectuales”, en todo caso, acompañando el movimiento con sus “batallas culturales” y sus análisis críticos, en el camino estratégico de conquistar las mayores cuotas de poder que vayan siendo posibles para aquellas fuerzas sociales. En este contexto, se comprenderá que no nos sintamos en absoluto interpelados por el llamamiento de un grupo de intelectuales a converger en un “frente ciudadano”, que ha comenzado a circular por las redes.



En primer lugar –y por favor, no se tome lo que sigue como una “chicana”, sino como un tímido intento (como era el caso de “contraofensiva”) de tomarse en serio las palabras, que es lo que cabe demandarle a los intelectuales- el Frente se llama ciudadano. ¿Qué clase de “columna vertebral” puede ser esa tan genérica? Claro está que no se puede pretender que quienes están haciendo esa convocatoria lo denominen Frente Proletario Revolucionario, o algún dislate por el estilo. Pero, ¿ni siquiera, digamos, Frente Popular (Antioligárquico, Antiimperialista, etcétera), o un homenajeante FLN (Frente de Liberación Nacional)? ¿Frente ciudadano? ¿Después de una década de criticar virulentamente, y con toda razón, el seudo-“republicanismo” liberal de la oposición de derecha anti-K, y estando ahora ellos en el poder del Estado, se nos propone adoptar su mismo lenguaje (se nos responderá, tal vez, que también Correa, en Ecuador, habla de “revolución ciudadana”: y bien, le cabe la misma crítica ¿por qué no?: al menos Chávez usaba la palabra socialismo; y además, Correa todavía mantiene el poder, nosotros no)? ¿O se pretende usar el vocablo citoyen en el sentido de la Revolución Francesa (pero si es así, no se ve dónde estaría el componente realmente jacobino, no digamos ya el sans-culotte o enragé, que es el que le daba su contenido político y social concreto a esa categoría general en tiempos de Robespierre, Marat o Baboeuf)?



Ya tan temprano como en 1843, un jovencísimo Marx (en su Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel), actuando como una suerte de psicoanalista o de semiólogo ante litteram, señalaba el lapsus de que la Declaración de los Derechos Humanos hablara de los derechos del Hombre y del “Ciudadano”, admitiendo implícitamente que no eran la misma cosa: mientras que “ciudadano” es una abstracción que no menta más que una formalidad jurídica pretendidamente “universal”, y por lo tanto una palabra plenamente burguesa, el Hombre está atravesado por toda clase de determinaciones concretas (de clase social, género, raza, condición económica, religión, cultura, lo que fuere) que en la sociedad de clases implican necesaria y objetivamente posiciones antagónicas –ese término que tanto le gustaba, por buenos motivos, a Ernesto Laclau- entre las cuales hay que elegir para conformar un Frente realmente político: no se puede aspirar a construir una hegemonía estratégica para la clase trabajadora y los sectores populares desde el “universal abstracto” de una “ciudadanía” donde todos los gatos son pardos. Para extremar caricaturescamente el argumento: “ciudadanos” son también Macri, Aranguren, Sturzenegger, Patricia Bullrich. Lilita Carrió, Ernesto Sanz. Es obvio que no se está proponiendo un Frente con ellos, sino contra ellos. ¿Con quiénes, entonces? ¿Con los “ciudadanos” Caló, Moyano, Barrionuevo, y demás burócratas “participacionistas” (más allá de sus lloriqueos de la boca para afuera) que, con cientos de miles protestando en las calles, son incapaces siquiera de convocar a un modesto paro general? ¿Cuán lejos podría ir un Frente semejante antes de que las sempiternas traiciones de los “negociadores seriales” obligaran a disolverlo y empezar todo de nuevo? Teniendo en cuenta que la agresión del gobierno y de la derecha económica está produciendo un proceso de des-ciudadanización dramático entre los segmentos de la sociedad más oprimidos (obreros, desocupados crecientes, trabajadores precarizados, “nuevos pobres” y demás), ¿no sería mucho más claro y directo abogar por un Frente de no-ciudadanos en lucha por una auténtica “ciudadanía” social que en los hechos hoy no existe para ellos? ¿No lo sería incluso, provocativamente, para el rol específico de los “intelectuales” (así se autodefinía, en efecto, un intelectual revulsivo por excelencia, Pier Paolo Pasolini: como un no-ciudadano)? ¿No permitiría eso aludir más frontalmente al canallesco operativo de exclusión social que se está llevando adelante?



Cualquiera sea la respuesta a estas preguntas, ellas implican necesariamente una rigurosa distinción entre las “clases” concretas de “ciudadanos” que se querrían convocar o no al Frente. Ahora bien, en el volante de convocatoria que se ha enviado parecería haber una definición un poquitín más ajustada: se habla de las “mayorías populares”. Ya no es la “ciudadanía” global indiscriminada a que se alude en el nombre del Frente (pero entonces, ¿para qué insistir con ese nombre?). De acuerdo, pero aún cabría pedir que esa “generalidad menor” fuera algo más especificada. Por ejemplo: la clase obrera, definida estrictamente, no es, cuantitativamente hablando, una “gran mayoría”, gracias al dramático proceso de desindustrialización iniciado por el Proceso y que nunca, en las décadas siguientes (incluyendo la última) se recuperó realmente. Sin embargo, el que esto escribe seguirá sosteniendo, tozudamente, que ella, esa “primera minoría”, debería ser la “columna vertebral” hegemónica de un potencial Frente contra-ofensivo que apunte a la transformación radical de las actuales condiciones de opresión de las “mayorías populares”, porque es la única que puede garantizar ir a fondo en esa lucha, con sus propias organizaciones de base, independientes de las burocracias sindicales y de las variantes políticas del sistema (incluyendo la dirección del PJ). Desde ya, los convocantes al Frente Ciudadano no tienen por qué aceptar esta premisa: solo la enunciamos para ilustrar la necesidad –articulada desde la posición política que cada quien crea más pertinente- de una mayor concreción del contenido social de tal Frente.



Ahora bien, hay que admitir que en el volante de marras, así como en el título del mensaje de convocatoria, sí existe una interpelación mucho más específica y concreta, y que es curiosamente contradictoria con la amplitud de la apelación a la “ciudadanía”. Porque se convoca explícitamente a los “intelectuales nacionales y populares”. Quedamos de entrada afuera pues, por ejemplo, quienes desde una posición de izquierda sin duda reconocemos la existencia necesaria de un fuerte “momento” nacional y popular (antiimperialista, latinoamericanista, etc.), pero consideramos que se debe ir más allá de ese “momento”, articulándolo al interior de una política de emancipación integral, social –y no solamente “política” o “nacional” en sentido restringido- que coloque el poder en manos de la clase obrera y los sectores populares, y no deteniendo el movimiento –seguimos citando el volante- en la reconstrucción de los desplazados gobiernos “nacionales y populares” (afirmación, esta última, que merecería una discusión aparte, que sería excesivo hacer aquí), porque el adversario no es solamente el “neo-liberalismo”, sino el capitalismo como tal. Se nos dirá que, aún aceptándolo, ese es un objetivo a muy largo plazo, que no están todavía dadas las condiciones ni las relaciones de fuerza, que ahora lo que se trata es de resistir la ofensiva de la derecha. Otra vez, podemos estar de acuerdo –aunque sin privarnos de preguntar, digamos, qué tantas mejores condiciones tenía Fidel en 1959, y docenas de otros ejemplos que se podrían dar-. El problema es que si empezamos por convocar a un abstracto Frente “ciudadano”, sin otra perspectiva estratégica que la de una genérica “resistencia”, esas condiciones y relaciones de fuerza no van a llegar nunca. Como se dice vulgarmente, esa película ya la vimos. Y siempre, siempre, no importa cuántas versiones se hagan de ella, termina mal.



En suma: la convocatoria es por un lado demasiado amplia (a la “ciudadanía” en general), por el otro lado demasiado estrecha (solamente a los intelectuales “nacionales y populares”). Al que esto escribe –puede ser una limitación personal, evidentemente- le resulta imposible encontrar entre esos polos contradictorios una “síntesis” que lo interpele. No hace falta aclarar –pero lo hago por si acaso, y muy fraternalmente- que desde esa “externalidad”, siempre lo encontrarán (“al que esto escribe”, es decir a mí) acompañando en sus módicas posibilidades las “batallas culturales” que apunten a aquella política emancipatoria.



Buenos Aires, 29 de mayo de 2016



*Sociólogo, ensayista y crítico cultural. Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. Fue Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y Profesor titular de Antropología del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras, y Teoría Política en la Facultad de Ciencias Sociale
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