jueves, 9 de junio de 2016

A 60 AÑOS DEL HISTÓRICO LEVANTAMIENTO PERONISTA CONTRA LA DICTADURA DE ARAMBURU Y LOS FUSILAMIENTOS INICUOS DEL RÉGIMEN

Tte. General Juan José Valle

El levantamiento estaba liderado por Juan José Valle 

El 9 de Junio de 1956 se produjo el levantamiento cívico-militar liderado por el General Juan José Valle contra la dictadura de Aramburu.
Tras la captura de los sublevados, la dictadura vende patria decidió efectuar el fusilamiento de los mismos.
Entre el 9 y el 12 de junio de 1956 veintisiete civiles y militares fueron ejecutados sumariamente.
A 60 años de la partida de estos valientes en su viaje a la inmortalidad, los recordamos desde este foro peronista, con la certeza de que los actos de heroísmo que han enaltecido a estos hombres repercutirán en la eternidad.





El Presidente duerme - Notas sobre el General Valle (Por Roberto C. Suárez para Vagos Peronistas)


Roberto C. Suárez


En el cauce de los valientes se encontrarán hombres como el Teniente General Juan José Valle (1896 – 1956).
Iniciemos estas líneas señalando que el General Valle, fue un militar argentino, que en 1956 encabezó una sublevación cívico-militar, profundamente constitucionalista y republicana, a la postre fallida, contra la salvaje dictadura militar autodenominada “Revolución Libertadora” liderada por el General Pedro Eugenio Aramburu.
Derrotado el movimiento, el General Valle fue fusilado por orden de Aramburu, junto a otros valientes sublevados.

Tamaña cobardía, convertiría a estos traidores a la patria además, en la "Revolución Fusiladora" o simplemente: "la Fusiladora".


Bueno es saber que el General Valle había sido ingeniero militar a los 22 años.
Su capacidad profesional le permitió desarrollar su carrera militar en prestigiosos destinos.
Antes del movimiento del 9 de junio de 1956 nunca había participado en política, activamente. Dirán algunos que hubo un llamamiento a los valientes y el sintió seguramente ese clamor, como testimonio viviente de la entrega total por las convicciones.
Un dato de color que no escapa a este drama es que quien ordenó el decreto de fusilamiento, curiosamente había sido amigo en la juventud del General Valle. (Y más tarde también sería fusilado).
Aramburu con suma frialdad ordenó la ejecución, negándose a conmutarle la pena como le fue solicitado por terceros.
En el Boletín Oficial fueron publicados con posterioridad los decretos 10.362 por el cual se había implantado la Ley Marcial, y los decretos 10.363/56, que establecía la pena de muerte, y el 10.364/56 que incluyó los nombres de los que serían fusilados.
Va de suyo entonces la ilegalidad de los actos de la fusiladora.
Cual triste colofón de esta historia, entre el 9 y el 12 de junio de 1956, dieciocho hombres de las armas y catorce civiles vieron por última vez la luz, e incluso algunos fusilamientos se llevaron adelante en la total clandestinidad, como actúan los cobardes, esperando que la historia no registre la ignominia, que luego sería conocida como los fusilamientos de José León Suárez, como se ha dicho, llevados adelante incluso, antes de decretarse la ley marcial, y luego descriptos en aquel gran relato novelado de Rodolfo Walsh, conocido como Operación Masacre (1957).
Así las cosas, un 12 de junio, el General Valle fue llevado al Regimiento de Palermo, donde fue interrogado y luego condenado a muerte.
Aramburu se negó a conmutarle la pena al valiente, aduciendo que “después que se fusiló a suboficiales y civiles no se podía dejar de aplicar la misma pena al cabecilla del movimiento”.»
A las 20:00 horas avisaron a su familia que a las 22:00 horas sería fusilado.
La esposa del General, Dora Prieto de Valle, imploró clemencia aquella noche el 12 de junio de 1956, “apelando al viejo amigo”. «La respuesta fue la consigna: "El Presidente duerme" que después el poeta José Gobello transformó en una poesía que expresa la tragedia humana que envolvió a la familia Valle.

"La noche yace muda como un ajusticiado,
Más allá del silencio nuevos silencios crecen,
Cien pupilas recelan las sombras de la sombra,
Velan las bayonetas y el presidente duerme.

Muchachos ateridos desbrozan la maleza
Para que sea más duro el lecho de la muerte...
En sábanas de hilo, con piyama de seda
El presidente duerme.

La luna se ha escondido de frío o de vergüenza,
Ya sobre los gatillos los dedos se estremecen,
Una esperanza absurda se aferra a los teléfonos,
Y el presidente duerme.

El llanto se desató frente a las altas botas.
Calle mujer, no sea que el llanto lo despierte.
Sólo vengo a pedirle la vida de mi esposo.
¡El presidente duerme!

Reflectores desgarran el seno de la noche,
El terraplén se apresto a sostener la muerte,
El pueblo se desvelo de angustia y de impotencia
Y el presidente duerme.

De cara hacia la noche sin límites del campo,
Las manos a la espalda, se yerguen los valientes,
Los laureles se asombran en las selvas lejanas
Y el presidente duerme.

Tras de las bocas mudas laten hondos clamores...
con su deber y que ninguno tiemble
De frío ni de miedo!
En una alcoba tibio
El presidente duerme.

Viva la patria! Y luego los dedos temblorosos,
Un sargento que llora, soldados que obedecen,
Veinticuatro balazos horadando el silencio...
Y el presidente duerme.

Acres rosas de sangre florecen en los pechos,
El rocío mitigo las heridas aleves,
Seis hombres caen de bruces sobre la tierra helada
Y el presidente duerme.

¡Silencio! ¡Que ninguno levante una protesta!
¡Que cese todo llanto! ¡Que nadie se lamente!
Un silencio compacto se adueño de la noche.
Y el presidente duerme.

¡ Oh, callan, callan todos! Callan los camaradas...
Callan los estadistas, los prelados, los jueces...
El Pueblo ensangrentado se trago las palabras
Y el presidente duerme.

El Pueblo yace mudo como un ajusticiado,
Pero, bajo el silencio, nuevos rencores crecen.
Hay ojos desvelados que acechan en la sombra
Y el presidente duerme.".

«Su hija Susana que tenía entonces 18 años corrió a ver a Monseñor Tato, que había sido expulsado por Perón en 1955, quien por intermedio del Nuncio Apostólico obtuvo que el Papa telegrafiara un pedido de clemencia a Aramburu, sin resultado positivo.»
Juan José Valle fue fusilado entonces un 12 de junio de 1956 en la Penitenciaría Nacional de la ciudad de Buenos Aires, actual parque Las Heras, donde se instaló, ya con el regreso del General Perón, al poder, una placa en su memoria.
Antes de morir entregó varias cartas a su hija Susana, entre ellas una dirigida al entonces Presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu: Carta del General Juan José Valle
El General Valle, al finalizar su célebre última carta del 12 de junio de 1956, dijo:
“Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos”.


LISTADO DE CIUDADANOS FUSILADOS:

Militares Fusilados en la Penitenciaria Nacional de Av. Las Heras
Gral. División Juan José Valle
Sargento ayudante Isauro Costa
Sargento carpintero Luis Pugnetti
Sargento músico Luciano Isaías Rojas

Militares y Civiles Ejecutados en Lanús
(simulando fusilamiento el 10/ jun./ 1956)
Tte. Coronel José Albino Yrigoyen
Capitán Jorge Miguel Costales
Dante Hipólito Lugo
Clemente Braulio Ros
Norberto Ros
Osvaldo Alberto Albedro

Civiles Ametrallados en los basurales de José León Suárez
Carlos Lizaso
Nicolás Carranza
Francisco Garibotti
Vicente Rodríguez
Mario Brión

Civiles Muertos por la represión en La Plata.
Carlos Irigoyen
Ramón R. Videla
Rolando Zanetta

Militares Fusilados en La Plata
Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno
Subteniente de Reserva Alberto Abadie

Militares Fusilados en Campo de Mayo
Coronel Eduardo Alcibíades Cortines
Capitán Néstor Dardo Cano
Coronel Ricardo Salomón Ibazeta
Capitán Eloy Luis Caro
Teniente Primero Jorge Leopoldo Noriega
Teniente Primero Néstor Marcelo Videla [Maestro de Banda]

Militares Ejecutados en la Escuela de Mecánica
Suboficial Principal Ernesto Gareca
Suboficial Principal Miguel Ángel Paolini
Cabo Músico José Miguel Rodríguez
Sargento Hugo Eladio Quiroga

Civil Ametrallado en el Automóvil Club Argentino.
(falleció el 13 de junio de 1956 el Hospital Fernández)
Miguel Ángel Mauriño

Civil Asesinado
(suicidio simulado por ahorcamiento en la Divisional de Lanús)
Aldo Emil Jofré


Dibujo de Ricardo Carpani



Carta del general Juan José Valle al general Aramburu antes de ser fusilado.

"Buenos Aires, 12 de junio de 1956

Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta.
Así se explica que nos esperaran en los cuarteles apuntándonos con ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aún antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez mas su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen o les besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados.
Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.
La palabra "monstruos" brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las Instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos, sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95 por ciento de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método solo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
Como cristiano me presento ante Dios que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos, no sólo de minorías privilegiadas.
Espero que el pueblo conocerá un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así como nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre.
Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos.
Viva la Patria.".

Juan José Valle
Buenos Aires, 12 de junio de 1956





 HÉROES, VILLANOS Y GENTE COMÚN, Por Eduardo Jozami (Fuente: Página 12, 09/06/16)


El general Juan José Valle era un hombre honorable. Así lo destacan las cartas que envía a su familia horas antes de ser fusilado. Quizás haya pensado que los golpistas del 16 de setiembre seguían teniendo ese mismo sentido del honor y por eso, ingenuamente, creyó en la promesa de que su vida sería respetada, como lo aseguraron el almirante Isaac Rojas y el capitán de navío Francisco Manrique, uno de los participantes en el secuestro del cadáver de Evita. Pero, aunque el mismo Perón haya dicho que los sublevados del 9 de junio actuaron con ingenuidad, lo cierto es que Valle aceptó entregarse porque quería detener los fusilamientos.

No sabemos mucho sobre el jefe de la rebelión. Una muy exitosa carrera militar lo había llevado al grado de general de división y a integrar la Junta de altos mandos a quienes Perón presentó una renuncia –que no podía considerarse definitiva– dos días después del golpe de septiembre. Tras la asunción del general Lonardi, Valle será detenido, primero en un buque de guerra y más tarde en una casaquinta de sus suegros. En marzo de 1956, cuando deja ese arresto domiciliario y pasa a la clandestinidad, empieza una paciente tarea de preparación del levantamiento que, previsto para fines de mayo, estallará finalmente en la noche del 9 de junio.

El movimiento cuya proclama firman Valle y el general Raúl Tanco reunía un grupo no muy numeroso de oficiales pero se apoyaba en la masiva adhesión al peronismo de los suboficiales y en la participación de importantes núcleos civiles de la resistencia. Esta incorporación de muchos grupos de la militancia peronista dio al movimiento su carácter popular pero también lo alejó de la lógica clandestina de la conspiración y facilitó la tarea de los servicios de informaciones. La dictadura de Aramburu y Rojas estaba al tanto del levantamiento y, aunque las principales cabezas del gobierno simularan sorpresa, lo cierto es que dejaron que se produjera para dar un escarmiento. Cuando comenzaron los fusilamientos, en la madrugada del 10 de junio, todos los focos de la rebelión habían sido controlados. En consecuencia, la ejecución de Valle, fusilado el día 12 en la Penitenciaría Nacional, resulta aún más difícil de explicar. Para sembrar el terror había que mostrarse inflexible; Aramburu no dudó en matar a un general con el que tenía una conocida relación de amistad.

Un Consejo de Guerra había decidido que no se aplicara la pena de muerte al coronel Ricardo Ibazzeta. A pesar de ello, un decreto decidiría igualmente su fusilamiento. Ante la trágica noticia, su mujer, con los seis hijos del matrimonio, corrió a entrevistarse con Aramburu. Se le dijo que era imposible: “el presidente duerme”. La misma respuesta tuvo el general que presidía el Consejo que había desestimado la pena de muerte. El presidente seguía durmiendo y tal vez no tuviera todavía motivos para inquietarse: La gran mayoría de los partidos políticos, la FUBA, las organizaciones empresarias, casi toda la prensa, muchos intelectuales, condenaron el alzamiento de Valle y no objetaron los fusilamientos. “Tanto lío porque mataron a unos malevos”, decía a Adolfo Bioy Casares, su gran amigo, Jorge Luis Borges, quien ese año, en lo que consideró la más decidida expresión de rechazo al peronismo, se afilió al conservador Partido Demócrata Nacional.

Las cartas dirigidas por el general Valle a su madre, su mujer y su hija no abundan en reflexiones políticas. Quien escribe es un hombre preocupado por confortar a su familia en momento tan difícil, que muestra una fe religiosa que debe ayudarlo a pasar el trance y que, frente a los infundios que hace circular la dictadura, reafirma a cada paso que nada lo ha alejado del camino del honor. Quizás no haya mucha afinidad en este retrato del personaje, más bien tradicional, y el de los jóvenes revolucionarios del ‘70. Pese a ello, cuando leo que Valle dice a su mujer: “Nunca te avergüences de tu esposo, pues la causa por la que he luchado es la más humana y justa: la del Pueblo de mi Patria”, no puedo sino recordar los mensajes de quienes desde las cárceles y los centros clandestinos nos esforzábamos por explicar a nuestras familias el sentido de nuestra lucha. Aunque sentimos como más propio el recuerdo de los activistas de la Resistencia, cómo negar que este general pundonoroso y los militantes que sufrieron y enfrentaron a la dictadura de Videla y a un ejército que no era ya el de Valle, se integran en una tradición que sigue siendo potente y actual precisamente por su diversidad.



En la 3er. edición de Operación Masacre, en la Argentina convulsionada posterior al Cordobazo, Rodolfo Walsh contrapone la proclama del 9 de junio –reclamo de elecciones, devolución de los sindicatos a los trabajadores, libertad a los presos políticos, un difuso nacionalismo económico– con las definiciones avanzadas del peronismo revolucionario de fines de los ‘60, lo que no le impide afirmar que la figura de Valle “crecerá justicieramente en la memoria del pueblo, junto con la convicción de que el triunfo de su movimiento hubiera ahorrado al país la vergonzosa etapa que le siguió”.

El profesor Américo Ghioldi fue una de las principales figuras del Partido Socialista, donde siempre se destacó por un antiperonismo que superó todas las marcas en junio de 1956 cuando escribió el editorial del periódico La Vanguardia, justificando los fusilamientos. Será vano buscar el texto de Ghioldi en la Biblioteca Obrera Juan B. Justo que tiene una muy importante colección de La Vanguardia, porque ha sido cortado el artículo del semanario correspondiente al 14 de junio. No parece que deba atribuirse la falta a un lector ávido por coleccionarlo, considero más probable que alguien haya querido eliminar las pruebas de lo que, afortunadamente, la mayoría de los socialistas viven como un escándalo ya desde algunas décadas.

La violencia política en el país fue siempre importante y muchos habían sido los muertos en el siglo y medio precedente. Sin embargo, la reacción generalizada contra el fusilamiento de Dorrego seguramente tuvo mucho que ver en que no se repitieran ejecuciones políticas dispuestas por la autoridad nacional. No hubo fusilamientos en las revoluciones radicales previas a la ley Sáenz Peña, ni tampoco en Paso de los Libres y los otros levantamientos contra el fraude en la Década Infame. Tampoco Perón fusiló a ninguno de los militares alzados en 1951. En junio de 1955 se repitió el mismo trato, sólo murió el almirante Gargiulo que se quitó la vida por su propia mano.

Consciente de esa tradición, el dirigente socialista, lejos de condenar los fusilamientos, aprovechó ese dato histórico para señalar que esta vez sí era necesario hacerlos, para mostrar la gravedad inusitada del intento de restauración peronista. Dos frases de ese editorial, difíciles de compatibilizar con el siempre invocado humanismo socialista quedarán en la historia del discurso antipopular. La primera, curiosa en alguien que se consideraba un educador, sostiene que la letra con sangre entra; la segunda no es menos intimidante: “se acabó la leche de la clemencia”. Ghioldi que ya había elegido un camino de no retorno escribió cada vez más para consumo de los militares golpistas, porque fue gradualmente perdiendo peso en el socialismo y en cualquier espacio democrático. No sorprendió que tanta devoción fuera premiada por Videla quien lo nombró embajador en Portugal. El ascenso del general Valle a teniente general dispuesto en 2006 por el gobierno de Néstor Kirchner, en un gobierno en que participaban dirigentes socialistas, fue otro episodio de reencuentro para superar diferencias históricas en la confluencia hacia un proyecto popular.

En el peronismo, la reacción generalizada fue de apoyo al levantamiento y según los testimonios recogidos por Enrique Arrosagaray se advierte que muchos militantes comprometidos no llegaron a participar. Sin embargo, la Correspondencia entre Perón y Cooke –este último estaba preso y varias veces en esos días le hicieron simulacros de fusilamiento– registra una manifestación de desconfianza del ex presidente hacia los jefes militares a quienes parece reprocharles cierta debilidad frente al levantamiento del 16 de septiembre. Para sostener que Perón tenía motivos para desconfiar se ha señalado que la proclama del 9 de junio no mencionaba al líder derrocado. Sin embargo, dada la notable adhesión que mantenía entre los sectores más populares, es muy difícil imaginar que de haber triunfado el movimiento de junio, con la consiguiente convocatoria a elecciones, el candidato presidencial hubiera podido ser otro que el dirigente exiliado.

Pero más allá de estos cuestionamientos, lo importante es que el general expresa entonces una línea política que se habrá de fortalecer con los años: aunque no desautorizará plenamente los amagues e intentos de alzamiento militar, la resistencia se basará más en el activismo político y en los trabajadores. “Yo vengo repitiendo a los peronistas precipitados –escribe Perón a Cooke– que no haremos camino detrás de los militares que nos prometen revoluciones cada fin de semana”.

La historia del 9 de junio tiene, como todas, héroes y villanos, pero también hombres comunes que no parecían predeterminados a ser grandes protagonistas. Entre los involuntarios participantes en la Operación Masacre, hay militantes como Julio Troxler que sabía muy bien porqué estaba en la casa donde fueron detenidos o cómo Nicolás Carranza a quien cada vez le cuesta más arrastrar a la política a su vecino Garibotti, pero también otros que quizás ignoren que la convocatoria responde al propósito de sumarse al movimiento. La escritura de Walsh cuenta magistralmente el episodio que tuvo final trágico en los basurales, con esa capacidad suya para hablar a través de sus personajes, esa polifonía de voces que permite al autor quedar muchas veces en un segundo plano.

El mismo Walsh muestra cierta inocencia: como quienes son llevados a fusilar le cuesta aceptar la realidad del crimen y transmite esto a sus lectores. No es peronista como para compartir la perspectiva de la resistencia ni la esperanza de los amotinados. Seis meses después, cuando inicia su investigación, no imagina, como la mayoría de los reunidos en Vicente López, que encuentros como ese puedan terminar con muertes. Se interesa en el caso por lo que éste tiene de raro, de excepcional –un fusilado que vive– aunque después sentirá que se ha involucrado y lo suyo ya es una lucha contra el autoritarismo, que gradualmente, como lo muestran las sucesivas ediciones de Operación Masacre, se convertirá en una más integral propuesta de liberación.

El inspector Rodríguez Moreno acumula algunas denuncias por maltratos a detenidos y tiene el tipo del viejo funcionario formado en las prácticas tradicionales de las policías bravas; cómo serán las cosas para que también se sienta excedido por la situación, al punto de hacerse repetir una orden que “salía de todas las funciones específicas de la policía”. Como ocurrió con los bombardeos del 16 de junio, los fusilamientos implicaron un salto de calidad en la represión. No todos estaban preparados para el baño de sangre. Por eso puede explicarse lo que de otro modo resulta inconcebible: un fusilamiento con menos muertos que sobrevivientes.

Con el correr de los años, la represión se hizo más sofisticada y, en el 76, dispuso orgánicamente de toda la fuerza del Estado. Los alzados del 9 de junio, los activistas de los primeros tiempos de la Resistencia, avanzaron también hasta conformar las grandes organizaciones político militares. Sin embargo, sería equivocado ver esta evolución necesariamente como un avance en todos los sentidos. Tal vez las fuerzas organizadas celosamente en la clandestinidad en los ‘70 hayan perdido algo de esa representatividad social, esa participación e iniciativa popular. Cooke había previsto, poco después del 9 de junio, otras formas de acción revolucionaria que se apoyaran más en el protagonismo de los trabajadores. Veinte años más tarde, Walsh en su diálogo de sordos con la conducción montonera, para cuestionar el predominio de los aparatos militares sobre la política también encontraba inspiración en los tiempos de la Resistencia.

Hoy cuando este término no se asocia a la acción armada sino con la lucha social y política para frenar el avance del proyecto reaccionario, la consecuencia de Valle y sus compañeros, el compromiso de tanto militante, la comprensión de que la derrota de la Restauración Oligárquica exige la más amplia unidad y participación popular son legados del 9 de junio que no sería bueno olvidar.

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