martes, 27 de septiembre de 2016

MODOS DE HISTORICIDAD EN EL MACRISMO, Por Horacio González (Fuente: La Tecl@ Eñe, Revista Digital de Cultura y Política, 21/09/16)



Juan Manuel Blanes, Ocupación militar del Río Negro, 1879 -1896-

 Los modos de historicidad del macrismo no contienen la idea de un país relacionado con una cuestión nacional que tiene rasgos historizados y verdades situadas en esos cruciales momentos de la vida nacional. Las formas comunicacionales para expresar determinados hechos históricos se basan en el uso ligero de frases condenatorias y con un resultado hiriente respecto al legado de los debates argentinos. La idea de la discusión histórica a través de los grande debates nacionales ha sido reemplazada, en el macrismo, por expresiones basadas en fórmulas extraídas del vocabulario new age, cuyo modelo es el del nerd-freak capitalista, con diversas sedes imaginarias, desde Silicon Valley a Davos. Los vagos peronistas, agregamos, que la deshistorización macrista, es la del presente perpetuo, que estimula una conciencia "televidente", que forma parte de "la gente", con intereses similares, de un trabajador en Burzaco y Benito Roggio o Cristiano Rattazzi; conciencia sin conflicto, solo miedosa de la inseguridad y de perder los dólares guardados bajo el colchón. La única  disrupción, es "una lejana crísis económica", que me persigue, pero no me tocará perder el trabajo, porque agrado y me llevo bien con mis superiores. No importa si tengo que  "mandar al frente" a algún compañero.


Modos de historicidad en el macrismo

Por Horacio González*
(especial para La Tecl@ Eñe)




El General Roca y su escriba
Las declaraciones del ministro de educación Bullrich sobre la “nueva Campaña del Desierto esta vez sin la espada” ya han merecido los repudios necesarios, evidencia de que hay una sociedad política que no ha cedido sus banderas. Pero sería interesante ubicar las declaraciones de este tenor, a primera vista regresivamente desmesuradas, junto a algunos temas de la historia argentina, y no solo eso, junto algunos otros que nos permitan situar con mayor precisión la esquiva ideología del grupo dominante. No es habitual que sus miembros hablen de historia o usen referencias alusivas al pasado para inspirar acciones del presente; pero este sí fue el caso. Un tipo de alusión diferente es la que practicó Macri ante el Rey de España: “los patriotas habrán sentido angustia”. No era un modo de traer el pasado al presente sino una tontería emanada de una tosca diplomacia, para no hacer sentir mal al Borbón, disminuyendo la importancia de los sucesos emancipadores, y mostrando que al Presidente poco le importaban y que en materia de historia de las sociedades, hay continuidades apelmazadas, observadas desde un abstracto presente, antes que cortes dramáticos. Pero además, Macri pronunció la palabra angustia, como una palabra del acervo del “new age”, de la “autoayuda”, del “cuando quería sentirme vital fumé marihuana en mi juventud” o del “indiferente a las pasiones”.



Vació también el concepto de angustia, pues sino sería posible imaginar a los políticos del siglo XIX ante la misma angustia por la decisión, sea cual fuera (pues es lo más comprensible en los seres humanos, sus variados conceptos de angustia), aunque no como sinónimo de “pena” o “aflicción”, lo que reinterpretaba el Congreso de Tucumán como un hato de arrepentidos, cercados al pedido de perdón a España más que a la Independencia.



Esta idea de la angustia “en tanto deseo profundo de ser perdonados” caracteriza al macrismo. Perdonados por los más poderosos de la tierra. En una escena ya no del pasado sino del presente Prat Gay pidió perdón a los capitales españoles o a sus empresas, lo mismo da. En este caso habría que verificar bien la frase ante lo que vamos a decir. Prat Gay habría usado una categoría de origen religioso para indicar varias cosas: que en el kirchnerismo había una inclinación profanatoria, que esa actitud habría dañado las íntimas fibras dela economía mundial y que eso no podría suceder más, dicho ante el imaginario reclinatorio de la plus-valía universal. El perdón en tanto angustia señorial de superficie, cerraba el círculo abierto por los próceres de 1816, y se convertía en una forma de la sumisión, aunque manteniendo ciertas reglas superficiales de “autonomía”. Sería interesante si este estilo de sumisión (pero con posturas de “gallito” en su barrio), nos deja trasuntar un rasgo profundo de la siempre viscosa y movediza “ideología macrista”. Teniendo en cuenta que el macrismo no ve un país como relacionado con una cuestión nacional que tiene rasgos historizados, que el presente recompone y debate en términos que son propios de la indagación histórica, hay que eslabonar las pocas referencias históricas que hace para averiguar si este repudio a la historicidad, implica de todas maneras una fuerte reconstrucción de la idea de “nación argentina”.



El tema de Malvinas nos da otra oportunidad de observación: el actual convenio con Gran Bretaña deja abierto un amplio cauce para hacer de las islas un territorio económico británico, donde una eventual soberanía argentina, si por acaso ocurriese en décadas subsiguientes –lo que sería aún más raro en estas condiciones-, no tendría otro efecto que remedar el modo colonial inglés, y reforzarlo en una especia de Conmonwealth ”comodín”, ya que para los hombres de Londres la historia no se repite, o bien les gusta la parodia consciente; pero para el macrismo, dan por cierta la parodia, y los diarios que más los apoyan -Clarín- ha dicho varias veces ya, que el acuerdo Londres-Buenos Aires en torno a Malvinas, es una cierta versión habilidosa pero no solo evocativa del pacto Roca-Runciman, de 1933, alrededor de las carnes, como éste lo sería alrededor de la pesca y el petróleo.



No obstante, el macrismo no habla explícitamente de la historia transcurrida, del “rasgo nacional” de esa historia, pues se trata no de un partido ni de un movimiento, sino de una “actitud desnuda de historia”, en cualquier de las versiones de una forma de conocimiento que consideremos a ésta última. Sin duda, les interesa la “historia” para juzgar los años 70 transcurridos, y allí actúa también no con documentos ni con reflexiones específicas, sino con actos puntuales y de apariencia distraída, que a veces luego desmienten (arriesgar un ataque a un núcleo de creencias y valores de espesura comprobada, y ante las reacciones hacer declaraciones de carácter mitigador o paliativo), lo que es una característica del macrismo. En ese ámbito, sin demasiadas consideraciones de retracción, consiguieron organizar desfiles de las fuerzas armadas, que al iguual que el modo en que retomó la discusión sobre la cifra de desaparecidos, implicaban un “revisionismo” del inmediato pasado guiado por piezas argumentales que retiraban el balance jurídico y político del arqueo general de la culpa, en este caso, del cuerpo específico de la represión de Estado.
Horacio González




Estas frases vinculadas a alegorías del pasado, usadas ligeramente pero con un resultado hiriente respecto al legado de los debates argentinos, forman ya una larga serie que en su compilación asombra por su aspecto articulado y orgánico, sea voluntaria o involuntariamente. Las primeras formulaciones de los nuevos funcionarios macristas sobre la “grasa del estado”, los “ñoquis”, “el trabajo sucio”, “los excesos en el nivel de vida de la clase media”, “el que no puede pagar que no consuma”, “se consume lo que cada uno produce”, “el carnicero que mató al delincuente debe estar junto a su familia, reflexionando”, ”despilfarraron dinero en empresas técnicas que no sirven para nada”, y otras tantas que no recordamos, del mismo tenor intimidatorio, componen un fresco ideológico que se basa en axiomas virulentos, que surgen de una conciencia profunda e incesante, de la que no pueden dejar de escapar esas frases punitorias. Pero redefiniendo la “familia” como el hogar de la dulzura revertido de pronto en salvajismo.



¿Cuál es la noción de historia de un movimiento sin historia, que incluso ha sido acompañado por el último soplo de desmoronamiento de sus aliados radicales, que una historia tenían? En principio, no tiene ninguna de las características bajo las que se hizo política hasta fines del 2015. Ellas suponían un fuerte debate que tiempo reproducía enteramente las corrientes de pensamiento histórico desde a los años 20 hasta los 40 y desde mediados de los 50 hasta los 70. Nacionalistas y liberales habían cruzado lanzas en las obras de los Irazusta y los Levene. El primer peronismo aquietó ese debate fundado en la conocida opinión de que traía evidentes desventajas de “divisionismo cultural” sin ninguna de sus ventajas ideológicas, que no podían –según se consideraba- superar las definiciones “terceristas” de la doctrina oficial peronista. Luego del 55, este esquema fue cambiado por un nuevo “revisionismo” de toques tercermundistas, donde podían coincidir Scalabrini y Puiggrós, y luego Ramos y Galasso (que no eran rosistas y en algún caso postulaban un morenismo combatiente) como también las incipientes juventudes peronistas, más el “Pepe Rosa” que traía en su bagaje la muy solicitada tríada San Martín-Rosas-Perón, que el último de los involucrados termina por aceptar.



El jauretchismo de origen yrigoyenista había dado una indicación más “rosista” a su discusión historiográfica, mientras que Hernández Arregui, que venía del radicalismo cordobés sabattinista antes de pasar a un marxismo nacionalista, sostenía una crítica al Imperialismo Cultural que estaba más cerca del “federalismo interiorano” que del caudillo del Puerto, importante por su visión proteccionista de la economía, pero lamentablemente guiado por los “intereses ganaderos de Buenos Aires”.



En cuanto al Kirchnerismo, fue fuertemente innovador en su galería de héroes y en el panel de los hombres legendarios que acompañaban el complejo presente desde el visor de un latinoamericanismo más abierto (estaban Haya de la Torre y Sandino, pero no Mariategui) así como también Guevara, Evita, Perón, Castelli, Moreno, Belgrano, Artigas, Dorrego). El federalismo era más amplio, había un leve toque “jacobino” y más audacia iconográfica, lo que incluía personajes del socialismo como Palacios y Moreau de Justo, que no se habían privado en el inmediato pasado de enfrentarse duramente al peronismo. Estas líneas de trabajo en muchos casos no pasaron el nivel iconográfico y ceremonial –el dorreguismo, forma lateral y suavizada del rosismo no funcionó-, pero minoritarios grupos radicales que apoyaban al kirchnerismo no se privaron de asumir el nombre de Forja –para lo que poseían derecho propio-, y mencionar, menos que al pasar, la interesante figura del renovador radical Moisés Lebenshon.



Por otro lado, Roca, Sarmiento o Borges eran sometidos a intensos debates en los ámbitos culturales del gobierno anterior. El primero de ellos eran el centro de una activa campaña para remover su estatua de la diagonal que lleva su nombre (o Diagonal Sur), encabezada por Osvaldo Bayer, en el momento en que tomaba cuerpo la postulación de los “pueblos originarios” para juzgar la completa historia de América. El gobierno aceptaba un grado mayor de “indigenismo” (pero esto, según regiones y provincias), así como el criollismo patriótico del siglo XIX en el Alto Perú era saludado con una estatua de Juana Azurduy, y se llegaba a tomar la decisión –no precisamente fundada en una más rigurosa meditación- de reemplazar con ella la de Colón, en plena Plaza de Mayo. No se alcanzaba a tocar oficialmente la figura de Roca, pero no se perturbaba la campaña en su contra; simplemente se lo ponía dentro de un indeciso paréntesis, como si no hubiera existido.



Pero correr ese monumento, “desroquizar” la historia nacional, no resultaba una acción tan fácil para el gobierno surgido en el 2003, como sí descartar ahora el planteo roquista de la Campaña del Desierto. Tanto se hacía esto, como podía recordarse en sordina al Roca que se parecía a la última pintura popular que se había hecho de él, la de Ramos en los 50, por la que se lo asemejaba al estatista y laico Perón, sin referencias al “genocidio”, expresión que no existía hace tres o cuatro décadas en la cultura política argentina, y que David Viñas, en su estudio de Roca –años 80-, invocó precisamente para adjudicarle al general tucumano lo que habría sido el último tramo de la Conquista de América y prefiguración del genocidio militar de los años 70.
Domingo Faustino Sarmiento

Con Borges y Sarmiento, si se quiere, la cuestión era más fácil. Ambos son los mayores escritores argentinos en cada siglo, aunque puedan ejercerse distintos matices respecto a este balance general. Desde que en los años 90 Sarmiento fue plenamente reivindicado por una Cetera que ya tenía dirección general de carácter “nacional popular”, se resaltaba su papel como autor del Facundo y de un planteo viable de educación e ilustración popular, poniendo su actuación política general y en especial en lo referido al Chacho Peñaloza, en un plano sino sumergido, al menos secundarizado, implícitamente comprensivo aunque no necesariamente indulgente. En cuanto a Borges, no era fácil superar al Borges conversacional, periodístico y zumbón, que como provocador profesional elaboró una figura pública totalmente adversa a las manifestaciones populares y democráticas, declaró un abuso de la estadística a los pronunciamiento electorales, saludó fusilamientos, se entristeció por la guerra en el lejano sur inventando dos personajes destinados a la amistad literaria en la eternidad –uno argentino, otro británico-, y laudó también la cuestión del terrorismo de Estado condenando finalmente a los militares pero sin mayor piedad hacia las víctimas. Estas y sus verdugos fueron vistos”borgeanamente” como una realimentación mutua de sicarios y mártires en una temporalidad inaudita y circular.
Jorge Luis Borges




Declarándose conservador, y por momentos anarquista –de cuya combinación salía sin duda un sigiloso aristocratismo desenfadado y regularmente irritante- Borges fue el artífice indiscutido de las piezas literarias más conmemoradas por el lector universal, y ninguna lo igualó, por más importantes que fueran, de todas las que se hubieran escrito en la Argentina de aquel período. A esta altura, Borges era hacía mucho un autor universal, su albacea era invitada y concurría asiduamente a reuniones oficiales conmemorativas y se coloca su primera estatua en Buenos Aires en los jardines de la Biblioteca Nacional. Galasso publica una interpretación muy favorable y estudiada de Borges, aunque la restringe a su literatura iniciática, escrita bajo el yrigoyenismo, y hasta el año 1935 (su prólogo a Jauretche) pero en general, la joven militancia cercana al gobierno lee a Borges sospechando lo que es fácil advertir por cualquier lector común. No solo del primer Borges “criollista”, sino del Borges universalista y contrario a los gobierno de Perón, emergen maravillas literarias que bajo un complejo sistema de alegorías, no hablan sino de lo mismo que acontece en las napas profundas del país político: el destino paradójico del hombre de acción, las dudas respecto a cómo reaccionar cuándo se siente el honor mancillado.



Hasta aquí, el país vivió tempestuosa pero adecuadamente (aceptemos decirlo hoy), de sus confrontaciones político-literarias. Todo esto se acabó. Entonces emerge el macrismo, con dos fuerzas de carácter disecador. Una taxidermia de la historia, por un lado, y otra, la fácil confiscación del peronismo conservador por otro, exhibiéndole su misma ruta deshistorizante de raudas abstracciones, que los máximos representantes y correveidiles del “emprendedorismo” aceptan. “Pobreza cero” y “medidas a favor de los más vulnerables”. ¡Hasta el propio Aranguren habla de que las tarifas deben ser altas para favorecer a los pobres, y el propio Pinedo, que a veces trata de corregir tantos desmanes históricos, no puede dejar de hacerlo desde su visión amablemente genealógica, por lo tanto, “historiza”, pero evocando implícitamente los pactos con Inglaterra en la década del 30! Y de paso se pone al servicio “de los más pobres que pagan muy caro la garrafa de gas”.



La taxidermia macrista quiere tomar una historia disecada y no puede ser una casualidad ésta máxima fórmula de escurrido y resecado, la alusión a la Campaña del Desierto pero “sin espada”. El atenuante, pensado para que la fórmula se sostenga, no hace más que empeorarla. Muestra que el concepto “Campaña del Desierto” sigue vigente en los planos más subterráneos del macrismo, pronta para salir a luz en los momentos más inesperados, incluso en nombre del alto precio de una garrafa. Así, los que no acuden a la historia, sin embargo la tienen, y de ella hablan cuando filtran en determinadas fisuras –previamente decididas o no-, los conceptos nucleares de una cosmovisión, conceptualmente equivocada –no había tal desierto y solo era un tema literario- y que además es reversible: es la Campaña, como ya se dijo, la que desertificó las vastas tierras que consiguió anexar al capitalismo terrateniente-militar.



Por otra parte, su exhortación a que se deban pensar sus políticas tarifarias, de importación, de impuestos a la exportación, como al servicio de “los más vulnerables”, nos anoticia trágicamente de una de las naturalezas del grupo que ocupó el poder: su política de abatimiento súbito del tejido cultural, económico y político antecedente –el siglo XIX con su “perdón” y el siglo XX con su “peronismo decomisado”-, que se expresa en una historicidad represiva que consiste en primer lugar, en no tenerla, apelando a la visión del mundo emprendedorista, esos “unicornios” que piensan a la Argentina desde Silicon Valley (donde hay que tener la sede principal del emprendedorismo pero desarrollos en Argentina “donde los sueldos de ingenieros y otros especialsitas en marketing o recursos humanos no están tan altos” - diario La Nación. Se ve entonces la historia desde “metáforas poderosas para aludir a los negocios y a las finanzas, que son campos de números, abstractos", cita también La Nación a un autor que conoce el tema: Gilsdorf, con su libro "Fantasy Freaks y Gaming Geeks”. Nos sigue ilustrando sobre los “nerds” –adictos a los juegos de rol, de donde sale la idea de empresa como fantasía global informática mitológica- de los cuales habría dicho Bill Gates: "Nunca te pelees con un nerd, porque el día de mañana podría ser tu jefe" (ídem, La Nación).



El siglo XIX y el Siglo XX argentinos podrían ser, porque no, “la historia narrada por un idiota sin significado alguno y llena de sonido y de furia”, como cita Faulkner a Shakespeare en 1929, y si nos arriesgamos a decir esto, es porque aun en labios de personajes limítrofes, hay historia. El “idiota faulkneriano” tiene dignidad narrativa, sigue la línea pasional de la historia, lo que no ocurre con la falsa teatralidad informática del nerd o los “freaks” del macrismo-capitalismo. Macri se inspira en estos modelos. La historia argentina anterior, podríamos decir buscando modelos insignes y rápidos, era shakespeareana-faulkneriana. Ahora su modelo es nerd-freak capitalista, con diversas sedes imaginarias, desde Silicon Valley a Davos.



“No puedo entender cómo la gente puede decir que están practicando la democracia, eso no es democracia", dice Macri de Venezuela en una concesiva entrevista de Financial Times. Subrayemos no el aparente núcleo político troglodita del Macri como punta de lanza del golpismo latinoamericano, sino su latigillo famoso: el “no entiendo”. ¿No suena amenazador? No entiende, por ejemplo, como un personaje que mata a otro en exceso de legítima defensa (el delincuente de Zárate) no puede de inmediato “reunirse con su familia”. En “no entiendo” es brutal, es declarar como distraído emprendedorista, la categoría central del macrismo, un Presidente que llama a la lucha corporal sangrienta en las calles de la ciudad, a la justicia manual del freak. Pero ahora veamos como usa el mismo verbo “entender” de un modo contrapuesto. “Entiendo que muchas de las decisiones que he tomado no son fáciles para mucha gente. Si hubiera habido una alternativa, la habría tomado, pero no hay". Y agrega: “El Partido Peronista "apoya lo que estamos haciendo". Si no le cambiaron el nombre al Centro Cultural Kirchner, es porque pensaron que era mejor despreciarlo en los hechos con la reunión de ejecutivos internacionales y ornitorrincos diversos, paseando satisfechos con o sin un solo cuerno.
Mauricio Macri: "No entiendo"; "Entiendo que"




Allí se escuchó esta fraseología. “No entiendo”: ¡el falso ingenuo! “Entiendo que”: ¡el que sabe lo obvio! Toma decisiones que perjudican al “pueblo” en nombre del “pueblo”. Esa reversión moral del argumento, incluye un alfiler mortal póstumo: El Partido Peronista "apoya lo que estamos haciendo". Todo está sostenido en una perspectiva de desertificación histórica. Actúa sin decirlo ni saberlo a la luz de los pactos probritánicos de hace casi 80 años, y la campaña del “desierto” de hace más de ciento treinta años. Otro hecho histórico a considerar: la reivindicación de la represión clandestina en los 70. La deshistorización retiene para sí algunas viñetas, estampas claves recortadas como iluminuras sueltas o lentejuelas escogidas, momentos “nerds” de la historia que se recortan y se pegan arbitrariamente en el presente en el álbum del coleccionista de oportunidad de negocios y campañas sin espada. Así se gobierna, con este vaciamiento de la sensibilidad pública, sustituida por una idea de pueblo invertida, con miles de sensibilidades populares, es cierto, encerradas adentro y creyendo. No será fácil analizar y actuar frente a estos nuevos acontecimientos. Pero si de algo podemos estar seguros, es de que cualquier respuesta de las “nuevas mayorías”, deberá volver a las grandes líneas historias, para nuevas interpretaciones, nuevos descubrimientos, nuevas perspectivas críticas.



Buenos Aires, 21 de septiembre de 2016



*Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional

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