martes, 12 de enero de 2021

Nuevas notas sobre: "DE LA DOMINACIÓN CONSENTIDA" (primer fragmento) por León Pomer(") para Vagos y Vagas Peronistas

 


En todas las variantes de la sociedad capitalista, en todos sus rostros, la palabra DOMINACIÓN es poco o nada utilizada en el lenguaje cotidiano, pese a que caracteriza sin eufemismos un aspecto esencial del sistema, o tal vez por eso mismo, o porque su impacto psicológico es mayor que el harto utilizado CAPITALISMO. La palabra tiene un significado imposible de ocultar. Dicho de otro modo: la dominación capitalista es como el actor que interpreta diferentes papeles sin dejar de ser él, sea cual fuere el rostro que asuma. En su condición de totalidad dinámica, un sistema puede cambiar su fachada y continuar en una inmutable y esencial mismidad: lo prueba el capitalismo en las múltiples variantes que presenta en su devenir histórico. La exterioridad y sus transfiguraciones siempre están inexorablemente atravesadas por la explotación y la guerra, por la desigualdad y las coacciones físicas y culturales. Hoy por una degradada decadencia.


Mencionamos reiteradamente la palabra sistema. ¿Que entendemos por tal? A diferencia de un agregado transitorio e inorgánico de seres humanos, llamamos sistema a una unidad histórica global, organizada y persistente, constituida por partes que conviven en una específica organización. Morin (1980:239; 1990:169 a 238; 1991:102 a 129) describe la complejidad sistémica como siendo simultáneamente unidad, multiplicidad, totalidad, diversidad y organización. Uno de los rasgos fundamentales de la organización sistémica es la aptitud de transformar la diversidad en unidad, sin eliminar la diversidad. Considerado como un Todo, el sistema capitalista se presenta como una homogeneidad de constituyentes heterogéneos que no han perdido totalmente sus características originales; pero al ingresar al Todo, o ser ingresados por las buenas o por las malas, adquieren propiedades que anulan total o parcialmente su autonomía. Ningún componente del sistema se sustrae de lo que este le interioriza. Pero las partes no son entes pasivos: también influyen sobre el Todo. El Todo es menos que la suma de las partes, explica Morin, cuando las propiedades de estas, consideradas en su condición original, desaparecen en el seno del sistema. Lo que pierden las partes “se compensa” con las propiedades que el sistema les atribuye como manera de adecuarlas a la función subordinada a que son sometidas. El sistema es una Totalidad que se constituye formando y transformando. 

Los sistemas se diferencian por sus constituyentes, por la peculiaridad de su organización y por la producción de emergencias específicas. El sistema capitalista es una totalidad, producto de los opuestos antagónicos que lo integran. De ahí la pertinencia de la siguiente propuesta metodológica (Henri Atlan, 1976): “El simple hecho de analizar un organismo a partir de sus constituyentes entraña una pérdida de información sobre ese organismo: las cualidades del todo son irreductibles”. Al descomponer el sistema en sus elementos se pierde la unidad compleja y con ella los “secretos” de su funcionamiento. La “verdad” del sistema se sigue de su análisis como totalidad. El principio de antagonismo sistémico sostiene que la unidad compleja crea y rechaza a la vez el antagonismo. 

La crisis (el desorden que se expande por el sistema) representa un debilitamiento de la regulación sistémica, del control de los antagonismos; la crisis se manifiesta eventualmente por la transformación de las diferencias en oposición antagónica, de las complementariedades en antagonismos. Tanto más rica la complejidad organizacional, mayor es el peligro de crisis, pero mayor, se supone, la capacidad del sistema de remontarla. El crecimiento de la entropía, bajo el ángulo organizacional, es el resultado del pasaje de la virtualidad a la actualización de las potencialidades anti organizacionales, pasaje que más allá de ciertos grados de tolerancia, de control y de utilización arriesga devenir irreversible. 

La pandemia del virus mutante llamado dominación aún no encontró su vacuna. La pregunta que asoma es la siguiente: ¿empezamos a ser conscientes del tamaño y naturaleza de la enfermedad que ataca a la humanidad desde milenios? La civilización actual, clasista, patriarcal, colonial, capitalista, racista y esclavista, es la concreción de esa enfermedad. Estamos enfermos desde los lejanos días que abandonamos la ancestral Comunidad. La aparición de las clases y castas sociales y del Patriarcado, dividieron a la sociedad humana. Pervirtieron las relaciones. Cultivaron egoísmos patológicos. Las dominaciones se impusieron sobre las relaciones de colaboración y reciprocidad, simultáneamente se multiplicaron imágenes utópicas: la esperanza nunca abandonó a los oprimidos.

La dominación es una realidad total y es una cultura, concepto este que definimos con palabras de Harris(2013: 17):”es el modo socialmente aprendido de vida que se encuentra en las sociedades humanas y que abarca todos los aspectos de la vida social, incluidos el pensamiento y el comportamiento”. Con nuestras palabras: cultura es lo que la sociedad hace de nosotros. Nada de lo que nos sucede y lo que somos es natural.

Cuando un sistema (ese increíble complejo de condiciones, relaciones, interacciones etc.) domina de manera abrumadora, hasta penetrar en los más recónditos entresijos de la vida, al decir de Eagleton (2011: 107), ya “no parece ser un sistema”, sino una forma de vida que semeja ser propia de la naturaleza humana, que no es única y definitiva. Por eso advierte Harris,(2013:116):“en el momento de nacer cada bebe sano, independientemente de su raza o etnicidad, tiene la capacidad de adquirir las tradiciones, prácticas, valores y lenguas de cualquiera de los aproximadamente cinco mil culturas diferentes de nuestro planeta” 

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La DOMINACIÓN nos mira desafiante. Desde remotas edades y diferentes latitudes, sociedades estructuralmente diversas padecieron versiones de un mismo mal: pueblos sujetos a una ominosa explotación fueron condenados a un lóbrego perdurar. Milenios de dominación se encarnizaron con enteras y múltiples generaciones humanas que desconocieron algo diferente que la sujeción al capricho de poderes despóticos. Multitudes fueron descendidas a objetos deleznables; reducidas a un estatuto de animales de labor, exigidas a la ciega sumisión: cuando irrumpieron en protestas, rebeldías o insurrecciones, recibieron como respuesta las más inclementes crueldades: los días de hoy lo reiteran.

Al estudiar los avatares de un pueblo, sus reacciones, tolerancias y rebeldías, también sus errores garrafales, no parece inteligente olvidar el peso de esa historia, el peso de los recursos que utilizaron las clases o grupos dominantes para domesticar a los dominados y transformar sus cerebros en pasivos e inconscientes receptores de las palabras, los significados, los relatos, las adulteraciones semánticas que componen la cultura de la dominación: trabajo cotidiano, silencioso y por lo tanto engañador como si fuera un proceso natural, operando hoy en las mentes como mucho más que desflecado residuo de diversos tiempos anteriores, fundamento de la gigantesca operación de engaño y confusión que viene ejecutando el sistema. 

Dentro del escasamente consolador imaginario que el sistema instala en el dominado y pretende que este asuma, hay distinciones - diferenciaciones que se materializan en las prácticas relacionales. La especie que con excesivo optimismo fue llamada de sapiens, estaría integrada por un “club” minoritario de miembros dotados para mandar la multitud ignara que bordea lo sub humano, cuyas ilusiones de una existencia menos azarosa revelarían su definitiva mediocridad. Los desavisados de este mundo (una de las más selectas y vastas producciones del sistema de dominación) deberán persuadirse que las maldades que los victiman son propias de su menguada humanidad, de la impotencia que los habita y los condena a una índole incapaz de cruzar airosamente por los espinosos matorrales de la vida. Los pobres serán irremediablemente pobres: para eso han nacido. La pobreza sería una suerte de condición biológica o el designio de un Poder inescrutable: acaso el castigo de una inferioridad. De ahí se sigue que para la dominación, los cuadros sociales deberían estar imbuidos de una definitiva rigidez: contrariar ese estado de cosas (o ley natural) sería tan imposible como disolver de un plumazo el sistema de castas que impera en la India, soñado y ambicionado modelo que en estas latitudes quedaría sintetizado en las siguientes palabras: quien nace pobre (o intocable en el país asiático), debe morir pobre y la prole heredar la pobreza. 

La dominación ve en las masas un rebaño de sombras tristes, que debieran permanecer en el silencio de la resignación a la vida abyecta, porque no merecerían otra. El silencio de las bocas populares, la aceptación fatalista de su destino evitaría gastar pólvora en represiones, que acabaron siendo recursos constitutivos de la dominación. En habiendo reclamos populares, entre pacíficos y airados, que osen demandar lo que no les corresponde, la respuesta es una sola: violencia contra los temerarios. El Poder dominador argumenta a palos a los dominados, particularmente a los más castigados, que siendo ellos la resultante deplorable de una ley que reduce y limita su humanidad, están constreñidos a la obediencia, a un vacío en que no caben las insolencias, como meter la nariz en los asuntos que huyen de su entendimiento, cuya administración cabe a los que han sido dotados de una plena y completa humanidad. 

Dominar pide una inocultable violencia sobre los cuerpos, corroborada por una sinuosa y taimada coerción sobre las mentes: el llamado Poder Simbólico. Exteriormente no denunciador de su función, cultivador del rostro amable que disimula su verdad, juega un papel esencial en la modelación del sujeto dominado, en su manera de sentir el mundo, de pensarlo y entenderlo. Introducido por machacante e hipnótica reiteración, el aludido Poder no provoca dolores corporales: cumple su misión en el silencio que subyace al ruido distractor. 

Sabiéndose vigilado, reglado y policiado por un notorio sistema de normas, costumbres y convenciones, puede que el dominado llegue a intuir que su intimidad ya no es enteramente suya, que lo posee un algo extraño que no atina a explicitar con palabras. Abrumado por la incertidumbre, por los estallidos de un mundo que no entiende pero lo aturde, la maltrecha reflexión para la que fue entrenado, no le alcanza para arribar a una claridad de conciencia que le advierta de una verdad anonadante: ha sido modelado para ser cómplice de aquello que desvirtúa su humanidad, haciendo de él un secuaz inconsciente de la dominación.

Altísimo precio pagó el cerebro, forzado, durante milenios, a vivir en el suelo estéril de la miseria. Catequizado por la dominación, le fueron imbuidas ideas, formas de clasificar, de percibir el mundo y de juzgarlo, de verlo con la resignación de lo inmodificable, de lo inherentemente injusto. Los dominados debieron escuchar, una y mil veces, que las ruindades, bajezas e indiferentes crueldades que tapizan los senderos de la vida, son el producto de sus fallas e imperfecciones de origen; en tanto anómala criatura, debía saber que él es como un desecho fallado del auténtico homo sapiens, llamado este a dirigir la sociedad y tutelar las conductas de quienes librados a sí mismos cometerían horrores. 

La dominación como sistema global de saberes sociales devino un gigantesco y muy singular universo epistemológico negativo, un conocimiento al revés porque empeñado en la no verdad durante las 24 horas de cada día humano, predicando infundios sobre la vida en sociedad. El cultivo de la neblina mental es un recurso, entre otros, de la dominación: los dominadores no escaparon a la misma.

A la violencia física, el poder dominante necesita adicionar un condimento indispensable: la violencia del engaño y la mentira, la falsificación y el ocultamiento, a comenzar por ocultar el de su propia entraña. El saber que imparte tiene una tarea primaria: confundir la reflexión de quienes pretenden ejercerla más allá de lo permisible. En la dominación, las formas de obrar y comunicarse están mediatizadas por el fundamental condicionante que es el obrar verbal, valiéndose de la singular semántica propia de un vocabulario que viola y malversa significados, abusa de frases hechas y estereotipos verbales y conceptuales que se han instalado en el sujeto para manifestarse no como razones, sino como aplastante maquinalidad. La dominación, para ser más explícitos, es una forma de pensar ilusoria y un núcleo de aspiraciones y deseos; es un manejo selectivo de las emociones personales y colectivas: un entero estilo de vida signado por la irracionalidad, las supersticiones, la desigualdad y la explotación. Las visiones que propone disuaden, de hecho, de la crítica audaz, de la voluntad de meterse en lo profundo; para eso adultera, confunde, oculta, minimiza. El propósito es obtener de los dominados una aceptación o conformidad, siquiera mínima, o una cansada resignación, y si posible y ciertamente lo más deseable: una definitiva desesperanza. En ominosa vigencia, hoy funciona el gigantesco aparato catequizador, potenciado con la más avanzada tecnología del engaño y la mentira, cuyos estragos son cuantiosos en las masas subalternas, bajas y medias. 

Al sistema le son de extrema relevancia las percepciones, el modo de percibir el mundo, necesariamente filtrado y coloreado por su cultura y por los significados que esta impone. El modo de acceder a lo real y de entenderlo es capital en la cultura de la dominación; lo son las reacciones que provoca. Su objetivo es el control absoluto (que no necesariamente logra) de inmensas mayorías que trata de modelar para una vida inerte, oscura y vegetativa, escoltadas por las gentes que optan por someterse con cabal consciencia de lo que hacen, algunos por vocación sádica que busca compensar frustraciones, satisfacer turbiedades mentales, ambiciones de romper el cerco y ganar un patológico e insignificante fragmento de Poder, a costa de hipotecar la dignidad y el alma. La sumisión seduce y enceguece a cerebros previamente quebrados por el sistema, convencidos por este a prosternarse y servirlo conscientemente a cambio de una soldada.

Aun viviéndola como propia de la naturaleza humana, la dominación suscita reacciones violentas, disidencias radicales, transgresiones irreconciliables con su presunto e inmodificable origen. Siempre hubo una vanguardia que enfrentó los desafueros y desenfrenos del Poder; siempre los hay que no aceptan el sistema y conocen su entraña. Los más débiles y timoratos, los que se entregan bajo la presión alienante, se refugian con frecuencia en el consuelo de un resarcimiento en un más allá de la para ellos miserable vida, o en un conformismo fatalista, La dominación produce un arco de respuestas: a las “de rendición” y entrega, a las de conformidad y concesiones se oponen las de insubordinación-rechazo-radical inconformismo activo.

Sistema global, la dominación supone una específica configuración de las relaciones interpersonales, que no deja indemne ningún aspecto de la conducta y el pensar; su éxito reside en la peculiar estructura humana que crea, moldeada para servir una sociedad que no concede al sujeto una real libertad de elección. La dominación precisa disponer de cuerpos para todas las tareas que su poder exige; para eso confunde hábilmente el interés de clase con el interés de la entera sociedad. Las guerras, absolutamente ajenas a los intereses populares, son el mejor ejemplo, lo son la multitud que para sobrevivir debe trabajar y aguantar agravios. El solo obrar cotidiano es someterse a las laceraciones que el sistema infiere. Pero este está sujeto a los avatares que ejercen los pueblos del mundo, que lejos de ser una masa inerte, con su accionar colectivo producen dinámicas que el sistema teme, que lo estremecen y trata de ahogar. Para persistir en su índole fundamental, y mantener su vigencia, al sistema le es indispensable sostener una organización social en que humanos y el planeta comparten las mismas ofensas. Toda infracción a esta suerte de ley es castigada. El sistema está construido con seres humanos, y como es notorio, estos no son de piedra. Ni son almas muertas (como las que coleccionaba el personaje de Gogol), aunque sin duda ya las hay por enteramente quebradas. 

En el lenguaje de la dominación

(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.

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