viernes, 3 de marzo de 2017

REPÚBLICA Y POPULISMO, Por Ricardo Rouvier

Fuente: La Tecl@Eñe, Revista Digital de Cultura y Política

República y populismo


Juan. D. Perón aseveró en 1973 que la Argentina era un país muy politzado pero carecía de cultura política. Esa afirmación sigue vigente en la vida pública del país, y se manifiesta en una débil calidad institucional, afirma Ricardo Rouvier, quien agrega que en la conciencia colectiva se ha formado una fuerte ligazón entre política, poder judicial y corrupción junto a la idea de ineficiencia e ineficacia del Estado. ¿La Argentina debe ir por un fortalecimiento republicano, o ayudar a su derrumbe? El dilema político está planteado y las fuerzas políticas deberían definirse ante esta situación.



Por Ricardo Rouvier*
Ricardo Rouvier


(para La Tecl@ Eñe)


“Lo más necesario y tal vez más difícil en el gobierno es una severa integridad capaz de hacer justicia a todos y sobre todo de proteger al pobre contra la tiranía del rico. El más grande mal ya está hecho cuando hay pobres que deben ser defendidos y ricos que refrenar (...) Es pues una de las más importantes cuestiones del gobierno prevenir la extrema desigualdad de las fortunas (...)”



Jean Jacques Rousseau - Principios de Economía política

Perón decía en el ´73 que la Argentina estaba muy politizada pero carecía de cultura política. Esta afirmación puede separarse de su oportunidad y atravesar los tiempos y ponerla a prueba nuevamente. En aquel momento el país estaba inundado por la política en su expresión más beligerante que ensombrecía a la interna peronista con la intervención manifiesta o secreta del partido militar. Posiblemente, la aseveración del líder tenía un destinatario o varios, como muchos de los enunciados, a veces oblicuos, desde que retornó el 17 de noviembre de 1972 hasta que falleció el 1 de julio del 1974. Uno podría especular sobre cuál era el paradigma que usaba Perón para determinar su veredicto. ¿Se refería a alguna democracia en particular?; ¿se refería a algún modelo teórico?; o el apuntaba directamente a la violencia, en cualquiera de sus formas, como antipolítica; aunque él mismo había abrazado a las formaciones especiales (que no había creado); y luego había determinado el fin de la lucha armada, con el llamado a elecciones de parte del gobierno de facto.



Aquella aseveración del líder del peronismo sobre la cultura política argentina, está presente hoy en la vida pública. A pesar de los años transcurridos nuestro país sigue mostrando una débil calidad institucional. Si uno toma un poco de distancia, verá que más allá de los amores y odios que provocan los actores del tablero político, la situación es grave. Hay alrededor de un centenar de ex funcionarios en situación judicial, en el cual se encuentra nada menos que la ex Presidenta, el ex Vicepresidente, Ministros, Secretarios de Estado. En la misma situación está el actual Presidente y algunos funcionarios del gobierno, acusados de lavado de dinero y otros fraudes. Un fiscal de la Nación murió en forma aún indeterminada, pero previamente había acusado a la entonces Presidenta y al Canciller. Aún siguen si clarificarse, los atentados a la Amia y la Embajada de Israel. En la vida cotidiana, la incapacidad o corrupción del Estado genera accidentes con resultados trágicos; o el involucramiento de parte de las fuerzas de seguridad en el delito genera indefensión.



Además, hay una herencia pendiente que resolver; hay desaparecidos, todavía hay nietos con una identidad alterada; hay juicios a represores no terminados. La lentitud de los tribunales (que menciona Hamlet en su monólogo en 1599), es de una sospechosa precisión. Hay muchos jueces que no pueden justificar sus bienes ni su estilo faraónico de vida. La política profesional y el poder judicial no entusiasman a los argentinos. Por eso, cuando se consulta a la población sobre la preferencia por el voto obligatorio o voluntario, la mayoría se inclina por este último, a pesar de que somos muchos los que defendemos el primero sobre la base de la estimulación de la conciencia cívica.



Por otra parte, en estos años pero sobre todo desde los ´90, se formó en la conciencia colectiva una fuerte ligazón entre política y corrupción; poder judicial y corrupción, ineficiencia e ineficacia del Estado. Que haya una justicia para ricos y otra para pobres está naturalizado en la sociedad y es aceptado mansamente. A pesar de esto, debemos reconocer que hay alguna justicia; y que esto es mejor que ninguna. También hay políticos honestos, pero cansa tener que ir aclarando siempre esto, en medio del naufragio institucional.



El parlamento carece de prestigio, aunque esto es un fenómeno mundial y no solamente en nuestro país. El panorama general es que las instituciones no generan ni adhesión ni afecto de parte del soberano. El balance indica que la República está en deuda con la sociedad, y no ha logrado una contribución a la paz e integración social. Pero, la Republica no es una abstracción, hay responsabilidad política y social en su manifiesta nulidad. Se articula una fuerte incapacidad política con una indiferencia generalizada de la mayoría de la sociedad. La política tampoco lucha contra esa indiferencia, y podríamos sospechar que la aprovecha. La política es acosada por la demagogia de los medios, que se muestran como inmaculados ante sus públicos.



Todo esto es mucho más de lo que cualquier Nación puede soportar en silencio. Esto merece subrayarse; no hay relación entre la crítica situación institucional estructural; y la actitud de la población que reacciona, a veces, en el perímetro barrial por temas de inseguridad. Desde el ideal liberal de Cambiemos o desde un proyecto transformador del kirchnerismo o del peronismo, el estado de situación psicosocial de la población no debería ser dejado de lado.



El dilema político estructural está sobre la mesa aunque no se lo quiera ver. ¿La Argentina debe ir por un fortalecimiento republicano?, o por el contrario ¿debe ayudar a su derrumbe? Sería bueno que las fuerzas políticas definan posición frente a esto.



La constitución de las repúblicas en la región, tuvo la característica dada por las luchas por la independencia, luego los enfrentamientos intestinos, y la conformación de una institucionalidad a semejanza del modelo europeo con la dependencia económica respectiva; y el desenvolvimiento de las luchas emancipatorias. La democracia liberal naciente en expansión mundial desde el centro del mundo, era visto con desconfianza por las colonias o ex colonias. Finalmente el centro avanzó hegemónicamente sobre la periferia, pero el edificio construido tiene ambas huellas; lo liberal y su negación; el régimen y el populismo.



El peronismo se fundó y se desarrollo inicialmente en su lucha contra la República burguesa u oligárquica. El peronismo, como el populismo en general, es abonado por la corriente filosófica romántica en contraposición a la tradición iluminista; esta dicotomía hundió sus raíces en las luchas civiles. Ha rechazado el Iluminismo/Racionalismo por considerarlo una realidad totalmente ajena a la cultura argentina. Se constituyó en una verdadera ideología dominante, que llevó a varias generaciones a pensar un país nacido del imperio de la razón; tomando a Europa como modelo integral: económico, político y cultural. Por otra parte los liberales en nuestro país fueron los autores intelectuales de los recurrentes golpes de Estado ocurridos desde 1930 hasta 1976. El Partido Militar no hubiera existido sin el aporte de la materia gris provista por civiles y profesionales. Aportaron al régimen: la espada, la pluma y la palabra.



Para Perón, el Iluminismo resultaba inaceptable por su negación de los valores del espíritu (influencia de la doctrina católica) y su visión del individualismo antropológico. Veía con absoluta desconfianza la concepción moderna de democracia por cuanto sus autores intelectuales pertenecieron al Iluminismo. El General opuso a la democracia institucional, la democracia social, que incluye la desigualdad como demanda. Su primer y segundo gobierno tuvieron las características de una democracia social, que mantenía los mecanismos de representación, pero que ejercía un fuerte centralismo en el monopolio de la acción política oficial. Algunos, desde la academia, llamaron a este modelo: “democracia dura”, o “democracia acotada”. Es indudable que había un ejercicio restringido de la libertad de expresión o de libertad de prensa, justificada por la amenaza continua del enemigo, pero hoy impracticable. En varios momentos de los doce años del k. (sobre todo a partir del conflicto con el campo) el gobierno transito por construcciones semánticas que daban cuenta de que la guerra continuaba. Actualmente se transita por los mismos andariveles discursivos.



El carácter antiburgués del peronismo no atravesó los límites del propio régimen para constituir otra sociedad; por ejemplo una República socialista; su horizonte utópico fue el organicismo de la Comunidad Organizada. Pero eso no evita la circulación sectorial de la fusión entre el enfoque filomarxista sobre la realidad, y el peronismo. Sigue apareciendo en nombre del peronismo, la categorización “derecha”, “izquierda”, que Perón desechaba.



Visto desde hoy el régimen del ´46 al ´55 es impracticable por la evolución de la democracia y la economía capitalista. Una mirada favorable al populismo sin derrumbar el régimen, es el que plantea Ernesto Laclau en La Razón Populista, en que se actualiza la visión sobre la democracia social: "Cuando las masas populares que habían estado excluidas se incorporan a la arena política, aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas desde el punto de vista liberal democrático, como el populismo. Pero el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración”.



Perón en su etapa final termina aceptando la democracia institucional, al no desaparecer el sistema demoburgués que había condenado como decadente. El líder se adecua a la evolución de los tiempos en que la democracia se va globalizando y consolidando junto con el libre mercado. En el núcleo fundante del Estado Liberal están las libertades individuales, pero también el principio básico del liberalismo democrático: la propiedad privada.



Esto había sido interpelado desde el art. 38 de la Constitución del ´49 propio de la corriente denominada Constitucionalismo Social:



“La propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común…”



De manera significativa Perón dijo de la nueva ley fundamental que “perfeccionaba el sistema democrático” , claro se refería a los contenidos sociales de la misma.



El rechazo al iluminismo, sea cual fuera la modalidad que éste adoptara, colocaba al líder ante un realismo político no exento de ideales que enunciaba fervorosamente con aquella famosa máxima, "La única verdad es la realidad", apotegma que presupone el principio de evolución y preeminencia histórica. Perón, de este modo, devaluaba a las ideologías como construcciones destinadas a preformar la realidad, sacrificando el pragmatismo. El creador del peronismo nunca creyó en la perpetuidad del socialismo real; y finalmente tuvo razón.



Ciertamente, la doctrina democrática moderna, además de afirmar secularización del orden político, hace suya una visión del individualismo antropocéntrico; y esta es una diferencia central con el populismo. El liberalismo se sostiene sobre la afirmación de que el orden político-social encuentra su legitimación fundante sólo si asegura los objetivos vitales elementales del individuo. Pero, entre los padres fundadores y la historia se aprecia un desplazamiento del liberalismo a partir de encontrar un rol al Estado dentro del sistema (ejemplo de participación del Estado en la crisis financiera del 2008) , y la cuestión social que hoy forma parte de la agenda de la izquierda pero también de la derecha occidental. Por supuesto, que tenemos en cuenta cuestiones como la xenofobia y discriminación ante los inmigrantes por parte de la derecha europea o Trump; pero mantiene al mismo tiempo una agenda social para los nativos.



Lo que finalizó es la contraposición agonal entre individuo y Estado, en que el liberalismo (cercano al anarquismo), preconizaba la liquidación total del Estado. Por supuesto, que sigue vigente la disputa por el mayor o menor intervencionismo estatal, que distingue a las políticas populares y de izquierda de los intereses corporativos.



Uno de las columnas de la República Democrática es la existencia y dinámica de los Partidos Políticos. En esto hay dos tradiciones antagónicas que han contribuido a la casi inexistencia partidaria. Por un lado el peronismo se constituyó sobre la base del movimiento nacional, alojando al Partido a un lugar secundario (el rol electoral). Por otra parte la tradición liberal institucionalizó el régimen previamente indicado en los documentos liminares, las leyes fundantes , la importancia de las organizaciones políticas legales, mientras por la otra su práctica fue la de interrumpir la legalidad con los golpes de Estado, para evitar el avance del populismo. Mientras unos no amaban el régimen político y lo ponían en tensión, otros lo violaban reiteradamente. Si a nuestras tradiciones nacionales, le agregamos la herencia del anarquismo y las izquierdas, nuestra institucionalidad quedo hecha jirones.



El último Perón, es el Perón más enigmático, más contradictorio y más complejo. Se produce un giro significativo en el líder, desde la Actualización Doctrinaria (Abril 1971) al Perón en su vuelta definitiva. No se puede dejar de considerar entre las probables causas, las señales negativas que provenían de la región a favor de sectores reaccionarios y el final de gobiernos democráticos.



El abrazo con Balbín; tuvo una significación especial; era el final de una historia de desencuentros en el espacio bipartidista; y una guía hacia los propios sobre la meta de la pluralidad democrática. Para Perón era el final de una época y el comienzo de otra, pero era muy difícil ver esto detrás del entramado de la triple A, la violencia y las aspiraciones de varios sectores y organizaciones populares. Perón ingreso en el último tramo de su pasaje vital, y todos ingresamos a un callejón sin salida.



Parece que, desde cualquier ángulo ideológico, nuestra sociedad, sobre todo la sociedad política, no puede soslayar la necesidad de tomar una posición frente al estado republicano, empezando por los Partidos Políticos, la reforma judicial, sistemas electorales que respeten la autonomía del votante y otras cuestiones que hacen a la ética pública. La baja densidad institucional propugna la desigualdad ciudadana, afecta la relación entre las personas, entre los grupos sociales, y favorece la influencia de las grandes corporaciones y de los grandes medios que actúan “reemplazando” a las instituciones en falta. La baja intensidad institucional beneficia la porosidad del sistema en el que los que tienen más obtienen más. El carácter plutocrático de nuestra cultura política ocurre, independientemente, de si gobierna el populismo o gobiernan los liberales. La diferencia estriba en que cuando está el populismo, el peronismo, el kirchnerismo, hay una tendencia a una mayor igualación social, mayor movilidad social, a una ampliación de los derechos sociales, pero la matriz plutocrática está presente.



Max Weber, nos hace reflexionar sobre nuestra actualidad, cuando define el patrimonialismo político como el dominio que un príncipe o señor ejerce sobre las masas de subordinados mediante un aparato burocrático integrado por fieles al soberano. Esta forma de autoridad que implica una relación social de carácter predominantemente personal, tiende a la inestabilidad en él tiempo, y representa un serio obstáculo para las posibilidades de una racionalidad aplicada en lo económico y lo político.



Desde posiciones instituyentes, contestatarias, la República burguesa está destinada a morir, o ser ejecutada. Pero, no nos referimos a los anarquistas o a la extrema izquierda que ocupan un lugar fijo y externo en la sociedad, sino a los que tienen la posibilidad de alcanzar el gobierno, a los que están dentro del régimen político democrático liberal con capacidad de poder. ¿Hasta dónde se utilizan las herramientas instituidas, hasta donde se cumplen las normas, hasta donde se tensa la cuerda? Y estas no son preguntas para los radicales, ni para los socialistas santafesinos, es una pregunta intrínseca al populismo. Es el populismo que tiene que definir qué hacer con la República.



Durante el kirchnerismo tuvimos señales dispares; por un lado la continuidad de la tensión peronista con las instituciones, aunque adscribe al primer Perón y sustrae al último, y eso supone una posición contraria al republicanismo. En la campaña presidencial de CFK del 2007 fue clara en la comunicación publicitaria la necesidad de mejorar la institucionalidad. Por entonces Néstor Kirchner decía: "Cristina le puede dar al país calidad institucional". Luego, vino el conflicto por la 125 y la direccionalidad política cambio de rumbo, se terminó el romance con los radicales k., y se acentuó la centralidad. La promesa de "vamos por todo” dicha por CFK el 27 de febrero del 2012 en Rosario, sonó como una declaración de guerra, como una proclama dispuesta a la toma de la Bastilla.



La fuerte personalización y la confirmación de la dualidad amigo-enemigo determinó que las instituciones operaban como una limitación, como un obstáculo para el propósito político siempre relacionada con el poder. El kirchnerismo intentó forzar la constitución de un régimen (como había sido el régimen peronista) con un criterio totalizar y perdurable; donde no caben los cambios de opinión ni siquiera de los propios. Algunas acciones en comunicación pública apuntaron a lo mismo; establecer un modo de pensar que se impusiera a los otros, por el simple peso de la verdad, lograda a través de la repetición. El ágora griega se convirtió en un cenáculo pequeño, ensimismado.

El Peronismo a través del PJ se ha integrado en forma completa al régimen democrático-liberal moderno, pero no se plantea ir por la reforma de la situación estructural institucional, ni por el mejoramiento del Partido nacional que está paralizado. El peronismo se encolumnó detrás de la democracia moderna, pero se vació de una voluntad de reforma profunda.



A su vez el kirchnerismo, en su tenaz oposición a Cambiemos y en su afán de retorno, busca la destitución de Macri. Su afán es restaurar, volver a lo anterior, o sea seguir la construcción de un régimen que quedó interrumpido. Su vocación interpeladora debería diseñar, además, un porvenir en lo económico, político y social.



Es posible que el kirchnerismo quiera asumir la liquidación de la actual República fundada en la democracia institucional para suplantarla por otra República social, por una nueva con otras formas de representación. Hay algunas voces del kirchnerismo que se han elevado planteando una reforma constitucional y apunta, indudablemente a eso. La plataforma política para tal cambio requiere de mayorías contundentes que involucren a sectores que hoy no están dentro del kirchnerismo, incluyendo una parte importante del peronismo.


Si el kirchnerismo no lo hiciera porque no quiere o porque no puede, entonces no le queda más que seguir manifestando su negatividad sobre los adversarios; mientras navega sobre la estructura de la democracia liberal vigente; quejándose del barco pero dependiendo de él.



Buenos Aires, 28 de febrero de 2017



*Licenciado en Sociología, doctor en Psicología. Analista político y docente universitario. 
Fuente: La Tecl@Eñe (Revista Digital de Cultura y Política) 
http://www.lateclaene.com/rouvier-ricardo-caao

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