viernes, 26 de junio de 2020

DÍAS DE JUNIO, por Horacio Enrique Blanc(") para Vagos y Vagas Peronistas


Éranse los gélidos días del mes de Junio, en el año un mil novecientos sesenta y seis, del discepoliano siglo veinte problemático y febril pxmo pdo. Promediaba el último tramo del secundario con los dilemas propios a todo pueblerino, en eso de afrontar el éxodo hacia un horizonte incierto más allá del paranaense río, por bien llamado “gran camino que camina”. Sumaba dieciséis años y medio en la norteña La Paz de mi Entre Ríos, en una bella época de tevés de pantalla en blanco y negro, con altísimas antenas que captaban canales con imágenes llovidas. Imborrable tiempo de radios eléctricas a lámparas, las novedosas a transistores, y el mueble tocadiscos de vinilio, escuchando cantar a Chubby Checker “come on, baby, let's do the twist”; la evocación de Julio Sosa a la solterona que había quedado sin ilusión ni fe: y a Ernesto Montiel en su racho rincón la maloya, orgullo del taragüí. De diarios foráneos que anoticiaban en pretérito pluscuamperfecto, por las demoras en el transporte terrestre o fluvial desde la lejana “Buenos Aires”, que recordamos los que cargamos un montón de junios fríos. Porque llovían hasta ranas sobre el maltrecho Paso del Quebracho allende a Santa Elena, sin que soplase ese viento sur, indómito, altanero, que inspirase el tango de Bianchi y de Fresedo. Porque en semejante barrial, la empresa de colectivos “ETA” no saldría a arruinar su novel modelo; y al más módico y batallador “El Entrerriano” con motor Ford delantero, se le había cantado apoliyar en un taller de La Paz o a la vera del camino. Porque en la rada del puerto de Paraná, el lanchón de pasajeros “La Sarita” había anclado por siempre jamás su épico derrotero. Porque había dado su último soplido, el tren a carbón y calderas a vapor posteado en Federal-San Jaime-Feliciano, para el vía crucis final del trayecto Paraná-Concordia-La Paz en 30 horas de paradas, descarriles y recambios. 

Época de tres diarios pueblerinos, de tirada irregular, por suscripción y reparto a domicilio: “El Demócrata” de la conserva. “La Renovación” del radicha. El parroquial que salía a “La Semana”, per secula seculorum abocado a las religiosas cuestiones de intramuros, “convirtiendo en santos la madera de los templos o en templos la madera de los santos”, según Campoamor y Campoosorio predijera, con ocasionales chascarrillos al mundo laico, material y callejero, por todo lo que tiene de tufo a azufre y descarrío rebañego. Y gambeteando entre las sombras la patrulla del imperioso “suba…suba”, un pasquín del bardo lapacero: “El Cuco de la V”, volanteado mano en mano entre sudores, trucos y cantinas. Vigiladas tipo a tipo las imprentas sospechadas de peronchas, su impresión derivaba por senderos clandestinos. Con una Remington del ’20 a la que le faltaban teclas y relieves, sobre papel folio y copias a carbónico afanados de la Muni. Abundaba el borroneo, corrección a carbonilla y tinta a pluma. Prefacios con refranes del proscripto General, y corolarios del escriba alusivos a su escroto peronista y del contrario su natura. ¿En qué lugar?, era el enigma que desvelaba las batidas del milico y sus aláteres censores. ¿El piringundín de inicios de “Doña C.” contiguo al Cabayú?. ¿El sore-florestal del polvoriento bajo sur, contiguo a la Laguna?. ¿La cuadra céntrica del Rengo Panadero?, o ¿un mal oliente establo de cuadreras cruzando el puente Rolla?. 

Tres partidos políticos dominantes: Partido Demócrata Unido, conservador, liberal y/o lomo duro, de notorios letrados, brillante pluma y magníficos oradores, afectos a las reuniones con glamour y asados a la estaca en la Sociedad Rural de La Feria, o la Cochería Fúnebre del Gordo Gallardo de Italia y 3 de Febrero (más predispuesta para el tránsito “al más allá”, que al festín partidario); Unión Cívica Radical del Pueblo, abjurando la diáspora ucrista y la mateada del “Che” con el correntino Arturo, discurriendo posiciones entre un recatado antipersonalismo alvearista, o el retorno a sus raíces boina blanca con el barbado señor de Balvanera y el Peludo, matizando cada acto en el Puerto o el Corralón de Nino en “La Romería”, con su correligionario “adelante sin cesar” entre petardos, vino tinto, empanadas y pasteles; Partido Peronista y su nonato Pejota, intentando eludir la proscripción electoral con subterfugios de alianzas y colores (en mis pagos “Tres Banderas”), enancado a su épica resistencia del luche y vuelve, garabateado la “v con p” del innombrable (por decreto) en las paredes. En recule algunos Udelpistas sin los votos que supieron conseguir tras la debacle de Aramburu; Demócratas Progresistas, Socialistas, Intransigentes, Desarrollistas, intentando sobrevivir entre ocasionales alianzas, escasez de afiliados, presupuesto y estructura. 

Y río abajo, donde bulle su tumulto la ciudad-puerto en la que vive el rey y reina el moro, una prensa nacional “independiente” (de Avellaneda, del Rey Felipe VII, del zapatero Luna o la alpargata Rueda), enrolada en una artera y sistemática oposición al Presidente Arturo Humberto Illia (Confirmado, Primera Plana, Extra, Todo, Atlántida, Análisis, Crónica, El Mundo, La Nación, La Prensa, Clarín). En los avatares previos a las elecciones de 1963, los candidatos naturales del radicalismo habían sido Ricardo Balbín y Miguel Zavala Ortiz del sector “unionista”. El temor a una derrota, los llevó a declinar sus pretensiones en un austero médico pergaminense afincado en Cruz de Eje, de bajo perfil y profundas convicciones democráticas, como aglutinante de los diversos sectores radichas. Un triunfo no exento de sorpresa, provocó que todas las líneas partidarias se atribuyeran la victoria y el reparto de cargos en el gabinete, conformado con representantes de las diversas líneas internas según las directivas de Balbín, de las que se excluyera en un primer momento al sector de Crisólogo Larralde. La diversidad ideológica de los colaboradores impuestos por la conducción nacional de la UCRP (balbinistas, unionistas, etc.), motivó que desde el inicio se enredaran en continuas disputas por su propia “quintita”, obstaculizando la sanción de importantísimos proyectos reguladores del sector sanitario y financiero. Allí anidó el germen de los problemas que, sumados a la diatriba opositora, debería afrontar el presidente durante todo su mandato. 

“Cosas veredes que non crederes”, diría el hidalgo Quijote a su paje Sancho: Arturo Umberto Illia vino y… lo fueron (cuando ni el sol del veintiocho asomaba en La Rosada), con el mismo patrimonio que declaró al asumir el cargo: una casa, un viejo auto y un depósito bancario de $300.000. Otros… serían los otros, hasta los del mismo palo que aullaban como lobos olfateando la carnada, a los que se sumarían las trenzas sindicales vandoristas, sátrapas escribas, cursillistas de la cristiandad, e integrantes del Opus Dei que entre sables y sotanas conjuraban la emboscada. Todo amplificado por una “prensa amarilla”, que de cada tema armaba un escándalo mediático. A la cabeza y por los palos, Jacobo Timerman y sus compinches circunstanciales (Güiraldes, Garacino, Florit, Laiño, Garzón Maceda, Casasbellas, Alonso Piñeiro, Alsogaray), siempre prestos al servicio de la “Acción Coordinadora de Instituciones Empresarias Libres” (creada por la Sociedad Rural y la Unión Industrial), las multinacionales petroleras y los laboratorios extranjeros. Por caso -de los que varios fueran-, sus mediáticas diatribas contra la “Ley Oñativia” pergeñada por ese célebre salteño también llamado Arturo, que exigía a los laboratorios el cumplimiento de un recaudo tan elemental que hoy suena a perogrullo: un prospecto explicativo en cada envase de medicamentos que vendían. Las multinacionales podían invertir grandes sumas en el patrocinio mediático de quienes enarbolasen contra Illia pancartas con tortugas, parodiadas en su tinta por Landrú, por Lino en su Palacio, o el bovrileño “Lobo” con sus “peronistas sin Perón” junto a la estatua de Plaza de Mayo. Pero jamás anoticiar fecha de fabricación y vencimiento del medicamento, compuestos, beneficios y secuelas, para control asistencial del que doliente pena sin más salida que la espera. Por ese andarivel andaba el ya rugoso Berni Neustadt apalabrando a una Niña Rosita en sus pañales, a ser la referente Doña Rosa en los jolgoriosos días del chamuyo. Los Marianos sibaritas de la estirpe Montemayor-Grondona, que pasaban raudos por el verde campo verde que lleva el revolucionario nombre del quinto mes del año, portando cronológicos comunicados del militar bando azul que derrotara a la armada del bando colorado, en esos juegos de guerra que sesgaran la vida del Lapaceño Pedrito Saldivia, aquel inolvidable “Perro” de voladas magistrales en el arco de Cicles y del Seleccionado. Hartos como estaban, según escribían aquellos tautológicos marianos, de tanta parsimonia en el gobierno más largo del siglo. 

Fueron esos postreros días de Junio, en que el invierno alimenta al homo sapiens sus pasiones por el fuego, cuando Pandolfi resumiera con pelos y señales el derrotero golpista en “Confirmado”. Cuando la “Foca” General saltó al peñón desde el mar embravecido, arremetiendo universidades, bibliotecas, polleras cortas, pelos largos, alumnos, profes, zurdos, ateos, puta/os, obreros, parejas en las plazas y los cines, y… ¡ya que está!… algún encurdelado canturreando entre las sombras la marchita. “Ahí tuvimos un cacho la culpa todos, porque los sindicatos, la CGT., le tiraban tortugas en Plaza de Mayo, los medios en contra, los periodistas en contra, los humoristas le hacíamos chistes - éramos una manga de boludos que pá qué le viá contar -; porque el problema no era que Don Illia era lento: el problema es que los que vinieron después fueron rápidos...muy rápidos”, reconocería años después el humorista Tato Bores, asumiendo en nombre propio el remordimiento crónico de sus congéneres. Luego, por mero oportunismo, algunos develarían la verdadera trama de la que fue partícipe la prensa en su mayoría: “Idiotizados por sermones de tecnócratas y arengas de ejecutivos, creíamos servir a la nación lanzándonos contra quienes la servían realmente, y terminamos sirviendo al desastre argentino. Supusimos el fracaso de la democracia, sin advertir que irresponsables y narcisistas, habíamos fracasado nosotros por aversión a la democracia” (Ramiro Casasbellas). Escaso tiempo duraría el mea culpa, para retornar al redil de ese “gran ejército cacófilo” que graficara Sábato, retroalimentado una y otra vez con sus propios excrementos. “La Casa de Gobierno fue entregada sin resistir. Será respetada la libertad de expresión”, anunciaba con cómplice retraso la edición de “Clarín” del 28, resumiendo con descarado cinismo los méritos del desquicio institucional, arrodillándose ante el golpista garante de “su” libertad empresaria. Como en la morosa meditación de sus males jamás intentarían emendar errores, volverían a replay diez años después patrocinando la más sangrienta de todas las dictaduras. ¿Y después?….., que importa del después diría el mayor de los Expósito llamado Homero, en el relato de este ayer que me detiene en el pasado. Si la razón de estar aquí es rescatar la honorabilidad de aquel hombre en el corredor de los recuerdos. Aun cuando las cosas sean como siempre fueran: de ideologías partidarias tan distintas, bajo el mismo sol de una misma bandera. 

(") Ex Abogado, ex empleado, funcionario y magistrado judicial, hoy jubilado. Escritor y compositor, según el ánimo. Nacido un 3 de Diciembre de 1948, en la entrañable La Paz de mí Entre Ríos. 


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