jueves, 6 de junio de 2019

FERNÁNDEZ Y FERNÁNDEZ: la sombra del 2001, Por Pedro Cazes Camarero(") para Vagos y Vagas Peronistas

“En tanto que los medios, los expertos y los políticos reiteran encantamientos de alabanza al equilibrio presupuestario, tiene lugar una segunda expropiación de la riqueza social, luego de la ejecutada en la década de 1980 por el mundo de las finanzas. La especificidad de la crisis de la deuda consiste en que sus causas se han elevado a la jerarquía de remedio. Este círculo vicioso no es el síntoma de la incompetencia de nuestras élites oligárquicas, sino de su cinismo de clase. La meta política que ellas persiguen es precisa: destruir las resistencias residuales (salarios, ingresos, servicios) a la lógica neoliberal.” 

Maurizio Lazzarato, Gobernar a través de la deuda. Tecnologías de poder del capitalismo neoliberal, Amorrortu, Buenos Aires, 2015. 

“… lo positivo de la Argentina [es] la capacidad de movilización y lucha de la sociedad, de algunos sectores al menos, [que] no lo vemos en ninguna parte del mundo.” 

Luis Fondebrider, presidente del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Reportaje de Victoria Ginzberg en “Página 12”, 19 de mayo de 2019 

El día de la fundación del Fondo Monetario Internacional, en plena Segunda Guerra Mundial (1944) marcó el triunfo del economista estadounidense Harry White sobre el ilustre británico John Maynard Keynes, con más cerebro que músculos militares y económicos. La idea de una moneda internacional (Keynes) quedó enterrada y el dólar se impuso desde entonces y hasta ahora como divisa indiscutida (White). 

Pero lo que a ninguno se le ocurrió debatir, porque ambos eran indiscutiblemente desarrollistas y se hallaban sobre esto de acuerdo entre sí, fue la idea de eliminar el proteccionismo comercial, con cierre de las importaciones, de los estados con crisis de la balanza de pagos. Ese problema internacional (“estrategia de empobrecer a los vecinos”, lo llamaba Keynes) se arrastraba desde el final de la Primera Guerra Mundial y estimulaba el chauvinismo político furioso que culminó en el florecimiento de los variados fascismos que plagaron Europa, Asia y América durante los años previos a la segunda conflagración. 

Para lograr ese objetivo, White & Keynes imaginaron la medida de prestarle dólares a los países en dificultades, para que pudieran seguir importando. Esto garantizaría el mantenimiento de la demanda internacional de mercancías. El dispositivo imaginado por ambos para lograrlo fue la creación del Fondo Monetario Internacional, diseñado para acudir con premura ante cualquier dificultad para obtener disponibilidad de divisas de parte de sus miembros. 

Pero el final de la gran conflagración mostró que ni siquiera el titán capitalista norteamericano estaba vacunado contra la recesión desencadenada por el cese de las compras militares por parte del estado. A comienzos de los años ’50, el modelo sufrió una remodelación completa. Coyunturalmente la guerra de Corea sirvió para seguir gastando fortunas incalculables en armamento y alejar la crisis de sobreproducción. La cartelización de las empresas productoras de armas culminó en la creación del gran Complejo Militar- Industrial, que fue denunciado años después por el propio presidente Dwight Eisenhower. La ideología desarrollista triunfante durante el “Estado de Bienestar” (Welfare State) de Franklin Delano Rooselvet fue reemplazada por una versión dogmática del neoliberalismo cristalizada en la Escuela Económica de Chicago, de Milton Friedman, John Williamson y Cía. Y el sector dominante del capitalismo se concentró en las manos de los usureros: la banca internacional. 

Esta vuelta en campana se reflejó dramáticamente en la conducta del FMI. Sin explicitarlo en sus discursos, la institución abandonó la idea desarrollista de prestar dólares a los países con crisis de disponibilidad financiera, a fin de mantener la demanda y las importaciones. En cambio, el Fondo hoy acogota a los países endeudados (Argentina, Ucrania, Grecia) para que les paguen a los acreedores. Utiliza su influencia, obtenida a través de los préstamos, para que el país receptor de los mismos ponga en práctica una política recesiva, que reduce las importaciones y aumenta las exportaciones, y utilice la diferencia para abonar la deuda. Incluso los propios dólares recibidos como préstamo del Fondo, son sustraídos para pagarles a los banqueros, aumentando el monto de la deuda. El resultado adicional es la miseria generalizada y una crisis económica y social inevitable. 

A pesar de la diáspora de los desarrollistas y el desembarco del capital especulativo, el FMI nunca se molestó en modificar su Convenio Constitutivo de 1944, por lo cual su conducta actual (que ya viene de más de medio siglo) se contradice violentamente con la letra del tratado internacional redactado para regular su conducta. El “Convenio…” desde el principio establece que “el objetivo de todas las medidas” del Fondo debería ser “el crecimiento económico y el desarrollo, la ocupación y los ingresos de sus miembros”. Más adelante, el mismo Convenio prohíbe terminantemente que la plata que presta sirva para financiar la fuga de capitales del país que recibe el crédito. 

¿Tiene alguna consecuencia esta incoherencia asombrosa entre la normativa y los actos cotidianos del Fondo? No tiene ninguna, pues cerca del final del texto, el propio Convenio designa al mismo FMI como evaluador y tribunal de sus propios actos. La única autoridad a la que responde en realidad el Fondo es el gobierno de los Estados Unidos, que conserva mayoría en su directorio. 

En este contexto, el FMI ha dado vía libre, explícitamente, al gobierno neoliberal argentino para invertir sus préstamos en la fuga de capitales, comprados a bajo precio por los fondos internacionales de inversión, y vaciando inclusive las reservas reales del Banco Central, con un cronograma que finaliza en la fecha de asunción del próximo gobierno, esto es, diciembre de 2019. Esta autorización para un “viva la pepa” especulativo resulta además en una confesión de parcialidad política en favor de Macri y sus cómplices (otra ilegalidad), que tal vez logren así llegar a fin de año sin una declaración formal de default, en el que ya incurrieron de facto desde comienzos del corriente año. 

Bertold Brecht afirmaba que robar un banco constituye un crimen menor, respecto al acto de fundar un banco. Claramente se refería a este fenómeno: la usura no se conforma con explotar a las naciones en base a las normativas que existen y le son muy favorables; también recurre a la violación de leyes y tratados para maximizar sus resultados financieros. Esta ley de la selva es designada seguridad jurídica (sic) por los potenciales inversores. 

Distintas fuentes argentinas han advertido, tanto al FMI como a la runfla que gobierna el país, que sus acciones violan la Constitución y las leyes nacionales y también la propia legislación del Fondo. No existe ninguna regla que rija este juego, sino la pura fuerza bruta internacional del Imperio, y “nacional” de una banda de forajidos que se ha apoderado del Estado. Ahora bien, en una de sus primeras apariciones públicas como candidato a presidente de la fórmula cristinista, Alberto Fernández realizó en el canal C5N algunas declaraciones al respecto que resultan preocupantes. 

El antiguo ministro de Néstor y Cristina se declaró favorable a pagar sin chistar las deudas contraídas por el macrismo con el FMI, como si éstas fueran incuestionables, datos de la naturaleza que no pueden ser controvertidos y cuyo cuestionamiento “constituye una locura”. A lo sumo está dispuesto a discutir las condiciones del pago de esta deuda, ya que en medio de la recesión en la que nuestro país se ha visto sumergido es imposible generar los recursos necesarios. Confía para ello en la sensatez de los funcionarios del FMI. Volveremos sobre esto más adelante. 

Pero el escenario apocalíptico que se despliega en la Argentina a esta altura del año no debería ser tomado con ligereza, como si se tratase de las consecuencias naturales de la acumulación de desaciertos cometidos por una pandilla de energúmenos. No hay que olvidar que Macri y Cía. asumieron con un programa civilizatorio alternativo, esto es, enarbolando la audaz pretensión de cambiar la cultura social de los trabajadores, los intelectuales, e incluso de la propia burguesía superviviente. 

Veamos ante todo la parte propiamente económica: las ganancias capitalistas proceden del trabajo no remunerado de los trabajadores. En un momento cualquiera, es un juego de suma cero: el único método a través del cual puede la patronal apoderarse de una mayor ganancia que la que está obteniendo, es quitarle a los asalariados una porción de sus ingresos. Dicho en lenguaje marxista, recortar el trabajo necesario (sueldos y salarios) para conseguir una mayor plusvalía absoluta (de donde procede la “ganancia”). 

Pero el “trabajo necesario” posee un componente absoluto (agua, aire, alimento, viático) y un componente cultural (comer bien o mal, mantener la salud o no , vestirse más o menos apropiadamente, esparcimiento, acceso a una vivienda más o menos confortable, viajar al trabajo sin hacinamiento, escuelas, colegios y universidades públicos, gratuitos y de calidad o bien privados, arancelados y mediocres, etc.). Ello significa aumento o disminución del “trabajo necesario”. El funcionario macrista González Fraga expresó públicamente hace un par de años las ideas de la derecha argentina al respecto: las necesidades de los asalariados que sobrepasen la mera supervivencia (calzado fino, computadoras en los hogares, televisión por cable, ropa decente, viajes y vacaciones, etc.) constituyen extravagancias inaceptables, fantasías que no corresponden al “mundo real” (percibamos el evidente contraste respecto el infinito escaparate de objetos de lujo y sus sucedáneos destinados a la clase media, desde perfumes pseudo- franceses y artículos electrónicos hasta automóviles, que despliegan al consumo los mercaderes yanquis, europeos, japoneses, coreanos y sobre todo chinos). 

Sin embargo, el “trabajo necesario” no es fijado por financistas o burgueses, ni tampoco por la voluntad de los pueblos. Es determinado por el forcejeo de la lucha de clases en cada circunstancia, en cada momento. Represión, lock outs patronales, golpes de mano políticos y militares versus huelgas, manifestaciones, consignas: el resultado en cada coyuntura (“demasiado” para unos, “demasiado poco” para los otros) suele ser algo que “nadie quiso en particular” (Marx dixit). En otras palabras, el “trabajo necesario” es un resultante histórico. Son usos y costumbres, adquiridos por las sucesivas generaciones de trabajadores (y de capitalistas), naturalizados por el hábito. Por ejemplo, el ocio semanal del domingo, el sábado inglés, la estabilidad en el empleo, las ocho horas laborales, los sindicatos legales, son conquistas obtenidas en el pasado, siempre inestables, siempre frágiles y precarias, listas para ser violadas o destruidas por un golpe de timón de los poderes. Pero en la subjetividad de los trabajadores se han ido consolidando como derechos, no sujetos al capricho de la voluntad de la patronal. 

La clase trabajadora argentina, además, ha acumulado una experiencia adicional, igualitaria, desde el primer peronismo. Ha dejado para siempre de ser sumisa (incluso en sus modales) y ha adquirido la sabiduría de la lucha para la defensa de lo ganado. Según relata Horacio Verbitsky, el excelente escritor peruano Mario Vargas Llosa, gran epígono del neoliberalismo, le confesó (ante una multitud rugiente que en Buenos Aires exigía la restitución de ciertos derechos conculcados) su admiración frente a esa capacidad incólume del movimiento de masas argentino para reaccionar poderosa y colectivamente. 

Así, la contracción del “trabajo necesario” por vía de la acción del Estado resulta problemática en la Argentina. El gobierno macrista lo ha experimentado reiteradamente. Doce sucesivas movilizaciones defensivas, de escala gigantesca, que involucraron literalmente a millones de personas, inundaron las calles argentinas, una y otra vez, durante sus tres años de gestión. Y en dos oportunidades adicionales, en ese contexto difícil, el movimiento de mujeres impuso su presencia abrumadora, policlasista, de dimensiones titánicas. La reducción (no tan drástica como deseaba el gobierno) de las jubilaciones sólo pudo ser formalmente impuesta a través de una represión arrasadora. Ante la “reforma laboral”, la reacción de las masas enfurecidas creció de modo tal que el macrismo se asustó y tuvo que retroceder. El valor de esa victoria no debería subestimarse. 

El gobierno neoliberal tenía todo listo para lanzar su programa para la “refundación civilizatoria” después de las elecciones de 2017. Pero ya durante 2016 y comienzos de 2017, y sobre todo a pesar de la victoria electoral de neoliberalismo en ese último año, ya durante 2018, se vio que el escepticismo de los funcionarios del FMI respecto a la capacidad de su gobierno predilecto para llevar a cabo tales designios estaba justificado. Las ideas enarboladas por Macri resultaban imposibles de concretar debido a la resistencia de las masas. Esa resistencia no fue liderada por el kirchnerismo ni por los burócratas de la CGT. Fue un emergente de las masas autonomizadas. 

La derrota del kirchnerismo en 2015 no reflejó ninguna derrota del movimiento popular. Sectores importantes continuaron luchando y organizándose. Fue la fuerza que todos los diciembres, desde el 19 y 20 del último mes del 2001, cubre las calles argentinas con la sombra ominosa de la insurrección. 

Ese sujeto político está lejos de ser la antigua clase obrera peronista que fue la columna vertebral de las grandes movilizaciones desde 1945 y protagonizó la victoriosa resistencia entre 1955 hasta 1973. Un nuevo protagonista histórico viene construyéndose durante las últimas décadas. ¿Cómo llamar a la fuerza social siempre presente desde el 19 y 20 de diciembre de 2001, conformada por asalariados, sí; pero también por los pobres de la ciudad, los trabajadores precarizados, el movimiento barrial, los villeros, los piqueteros, los inmigrantes, la economía popular y sobre todo el inmenso movimiento de las mujeres? 

Este no es el momento ni el lugar para explicar cuáles cambios en el sistema capitalista internacional y argentino fueron la causa de esta mutación. El hecho es que el programa de la derecha está colapsado y ningún candidato, de ningún partido, puede mantenerlo. 

Cristina Kirchner nunca aceptó apoyar el proyecto neoliberal; el macrismo no pudo atraerla. Cristina hace ahora guiños a pañuelos verdes y pañuelos azules; seduce a sus partidarios (quienes anhelan ser seducidos) con vagas referencias al lejano pasado feliz de Miranda (1948) o de Gelbard (1973). Al mismo tiempo, se autoproclama el factor del orden después del caos generado por el macrismo. De esa manera inteligente ella sale a buscar los votos de la derecha. Antes de las elecciones, ofrece un nuevo “contrato social” para aplicar después de las mismas. Ahora bien, los procedimientos y propuestas políticas destinadas a ganar las elecciones, no tienen por qué resultar idénticas a las que se pondrán en práctica una vez obtenida la victoria. Pero la lucha política de clases seguirá existiendo y las masas a las que interpela para obtener su voto, a partir de diciembre de este año se presentarán a cobrar “por ventanilla” con la factura que ahora les están firmando. Habrá problemas que no se resuelven con buena voluntad. 

Hay una ceguera muy importante en la interpretación kirchnerista del papel del movimiento de masas. Ni Néstor ni Cristina adquirieron nunca verdadera conciencia de que ellos llegaron a la victoria electoral del 2003 canalizando las titánicas fuerzas revolucionarias desencadenadas el 19 y 20 de diciembre de 2001. Las masas autónomas constituyen para Cristina un fastidio necesario. Los argentinos “somos difíciles”, como ella misma dice, y no le aceptaremos cualquier cosa (¡hace bien en quejarse!). Por ejemplo, el antagonismo entre pañuelos verdes y pañuelos celestes, que ella cabalga hábilmente con vista a las elecciones, no podrá mantenerse en equilibrio después de las mismas. Si el propio neoliberalismo en 2018 tuvo que retroceder ante el movimiento de masas, el romance de Cristina con el movimiento popular debería ser respetado por ella durante los próximos cuatro años, so pena de reproducir el destino de Macri. 

Ahora bien, las masas movilizadas detrás de la satisfacción de necesidades que configuran derechos, legitimadas por una victoria electoral, ante la mirada de sus líderes políticos Fernández & Fernández, son proclives a un desenfreno que debe ser contenido. Parte de esa contención deberá plasmarse en concesiones concretas, otra parte será sólo simbólica o potencialmente aplacada por la susurrante oratoria del nuevo titular del Ejecutivo. Siguiendo con el ejemplo, las jóvenes del movimiento de mujeres no ven con simpatía los esfuerzos de Grabois (que es uno de los líderes del “plebeyismo”católico no kirchnerista) por arrebatarles una de sus reivindicaciones fundamentales, el aborto. El grupo social dominante cruje. Al mismo tiempo, el gobierno norteamericano y el FMI insistirán en la reconstitución de un “régimen” derechista y sumiso, que están impulsando a través del globo. Estas pretensiones van a chocar antagónicamente con el desborde de las masas argentinas. Podemos imaginar que la administración de Fernández & Fernández, ante la encrucijada, ordene la investigación de la toma de deuda, repudie la deuda espuria, desencadene una cascada de estatizaciones y ponga en práctica el capitalismo de Estado. Pero la designación de Alberto Fernández como cabeza de lista no augura nada de todo eso. 

Es verdad que Cristina, al escogerlo, le ha arrebatado el centro a Lavagna, Massa, Schiaretti y Cía. Según ciertos analistas, la base social kirchnerista debería apoyar agradecida, después de la experiencia neoliberal, un programa “moderado”. Pero después del 2001, no hay espacio político para la neutralidad. Además, las luchas que se van dando, configuran un nuevo orden que no puede ser ya aplastado, fuera de la represión. 

Hay analistas de izquierda que sobreestiman a las clases dominantes, adjudicándoles una lucidez y homogeneidad de la que éstas carecen. Actualmente ya no garantizan el “orden” y afloran fuertes contradicciones inter- burguesas. Los empresarios a los que ahora interpela el duplo Fernández & Fernández tienen conflictos entre sí. Los mercados le han quitado su confianza al macrismo, cuyo programa les gustaba, pero ya no creen que la actual administración pueda ponerlo en práctica. El propio FMI considera que no es practicable debido a la configuración de fuerzas políticas. Este naufragio se debe a la resistencia social de los últimos tres años. Es la diferencia entre Argentina y Grecia. En Grecia, la socialdemocracia europea abandonó a Siryza frente al trío liderado por el FMI. Aunque escéptico, ahora el FMI le da la plata a Macri para que tire hasta fin de año, con la tenue esperanza de que sobreviva. La resistencia de las bases que apoyan a Cristina sobrepasa la experiencia de Grecia. 
Pedro Cazes Camarero

Venimos de una prolongada experiencia emancipadora de las masas argentinas. Hace justo cien años, la semana trágica fue escenario de una oleada protagonizada por los obreros fordistas o tayloristas, quienes exhibieron el florecimiento de una maravillosa madurez de clase. Tres décadas después, los migrantes internos fusionados con ese proletariado dieron lugar al 17 de octubre. Se acaba de conmemorar el cincuentenario del Cordobazo, que inauguró un lapso inolvidable que suele conocerse como “los años setenta”, en que irrumpieron oleadas de insurrecciones parciales y combates guerrilleros. Juntos derrotaron en común a la dictadura militar y abrieron la puerta de la breve primavera camporista. La nostalgia de esos días fue interrumpida en diciembre de 2001, con nuevas insurrecciones parciales que nos enseñan que el palpitar de la existencia de los pueblos resulta cruelmente lento respecto al transcurrir de una vida humana individual, pero cada generación tiene el derecho de librar su propio combate. Lejano en el viento, se percibe el perfume de la revolución que renace, no necesariamente exitosa. 



(") Pedro Cazes Camarero, argentino, farmacéutico, 1945. Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Epistemología. Ex director de "Estrella Roja" (órgano del Ejército Revolucionario del Pueblo- ERP-), "El Combatiente" (órgano del Partido Revolucionario de los Trabajadores - PRT-) y "Crisis". Autor de numerosos artículos y libros, entre ellos "Las Estrategias de la Aurora", de próxima aparición (Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2019). Premio "Ramón Carrillo" (2010). Miembro del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Columnista de "Cuadernos de Crisis/Purochamuyo".




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