martes, 26 de mayo de 2020

A SEIS MESES DE LA ASUNCIÓN DE UN NUEVO GOBIERNO POPULAR: UN CAMINO DE BARRANCOS Y ESPERANZAS, Por Javier Azzali (") para Vagos Vagas Peronistas





La pandemia profundiza la crisis socioeconómica y es previsible situaciones de alta conflictividad social. Esta crisis lo agarra a AF al principio del mandato; si hubiera sido al final, esa conflictivdad podría haber sido reconducida por los medios de la comunicación concentrada (la vieja prensa oligárquica), en su contra para desestabilizarlo, aunque sin duda, intentaran hacerlo.

AF cuenta con una adhesión masiva en su política antipandemia, pese a la crisis. Pero ¿qué debe hacer nuestro país? ¿Qué puede dentro de lo que debe? ¿Administrar la crisis legada o transformar el país? Lo primero no está en sus planes, pero de lo segundo no hay esbozos, aún. De todas maneras, alto está claro; con su decisión de 2019, una mayoría del pueblo argentino evitó una tragedia humanitaria en nuestro país, a raíz de la pandemia, como consecuencia previsible de la continuidad del macrismo en el mando del país, a la manera que ahora ocurre en Brasil.

Todas las alarmas son ciertas: las fuerzas de la reacción están activas y defienden sus injustos privilegios, muchos de ellos conseguidos en el cuatrienio macrista. Todos los cuestionamientos son ciertos: falta de un programa de gobierno claro y de protagonismo de las organizaciones de los trabajadores y populares. Falta peronismo dicen algunos, falta audacia dicen otros.

Ahora, intentemos ver con un poco más de atención.

A lo primero, la reacción está más poderosa que nunca porque la fuente de su poder es el país dependiente, en crisis y en ruinas, que legó el macrismo. Ellos querían establecer un orden socio económico y político con continuidad y estabilidad interrumpida por el triunfo popular del incipiente movimiento nacional formado como respuesta al saqueo y la entrega. Pero eso no les disminuyó en nada los privilegios a las oligarquías; al contrario, están vigorosas para defender lo que creen es su propiedad privada por derecho, además de ansiosas por retomar la senda de la entrega.

En cuanto a lo segundo, no está de más recordar que AF no llegó al gobierno como Perón en el 45.

Pero, además, hay una cuestión de fondo: el peronismo, al igual que los movimientos nacionales latinoamericanos, han perdido en buena medida su programa de nacionalismo popular. En especial, tras los años 1990, con la caída de la URSS y el dominio global de los EUA: ni el socialismo ni el nacionalismo popular quedaron en pie como programas de sociedad.

El movimiento nacional en nuestro país, está en crisis programática desde la partida de Juan Perón en 1974. Desde el regreso de la democracia, el peronismo no recuperó el programa nacional popular histórico, con la nefasta traición del menemismo, lo cual, además, fue común a otros países de la región. El kirchnerismo recuperó al peronismo después de la debacle noventista, pero nunca alcanzó esos mismos niveles programáticos, los cuales tampoco eran exigidos por las organizaciones de los trabajadores. Esto nos indica que la crisis programática no se circunscribe a los estrechos límites partidarios, sino abarca a todo el campo social. De todas maneras, al impulso de la última ola de movimientos nacionales sudamericanos, de raíz bolivariana a partir del impulso originario en la alianza entre Chávez y Fidel, el rol del kirchnerismo ha sido vital, y por ello imperdonable para las clases dominantes locales y el imperialismo, ya que, de alguna manera y con matices propios, revitalizó objetivos que parecían derrotados.

La debacle del radicalismo, que arrastró a millones de compatriotas a las orillas de las oligarquías, es también parte de la misma crisis. En este contexto, no es razonable esperar de AF, ni a los cuadros justicialistas, una súbita conversión nacional popular. Menos AF, cuya visión siempre fue liberal aunque ahora, haya virado hacia un liberalismo de raíz nacional, lo cual computa también como un triunfo popular.

Aún así, AF esbozó un programa durante la campaña, alrededor del cual se juntaron una notable cantidad de sectores políticos y sociales: proponer un acuerdo digno de pago de la deuda externa, con la condición de crecer primero, y avanzar en un pacto social de todos los sectores de la producción y el trabajo. Aunque este pacto social, se parece más a la idea de consenso entre el campo y la industria, promovida por Aldo Ferrer, ya que no parece posible exigir una nacionalización previa de las áreas estratégicas de la economía, como fue el fuerte control estatal practicado por Perón sobre el sistema financiero, el comercio exterior, la inversión extranjera, la producción industrial de bienes y servicios, el mercado de alimentos, etc. Además, a la crisis social causada por la ruina y el saqueo de las oligarquías, ahora se le suma la cuarentena y la parálisis económica. A la recesión inducida por el macrismo, se le agrega la creada por la nueva situación de crisis mundial, con aumento de la desocupación, caída de la producción industrial, inflación de los precios es generalizada, en alimentos, vestimenta y productos en general; y una situación de hambre y miseria en diferentes lugares.

La clave del gobierno de AF parece andar por lo siguiente: no es posible esperar que implemente transformaciones profundas, en tanto que ello podría implicar agudizar contradicciones inherentes en la propia alianza política que lo llevó a la presidencia. La amplitud de la confluencia política necesaria para derrotar al régimen conservador, podría estar marcando, ahora, los límites de su propio avance. Allí confluyen el kirchnerismo (La Cámpora y aliados), el massismo, y el Albertismo como enlace, a lo que se le suman el PJ (entendido como la liga de gobernadores e intendentes), la CGT y la CTA (ambas con sus corrientes internas, como las valiosas CFT, CTERA y ATE), los movimientos sociales (CTEP), y grupos de PYMES.

Esta contradicción, en el fondo, es la disyuntiva y fuente de conflictos en que se han encontrado los movimientos nacionales en nuestro continente. No es una anomalía local. Aquí es donde se pondrá en juego tanto la sapiencia y sabiduría conductora de AF, como sus convicciones ideológica sobre hacia dónde tiene que ir el país, y el escenario en que tome las decisiones políticas tendrá su frontera entre el nivel de movilización, organización y consenso social y el carácter estructurales de las reformas emancipadoras propuestas, por un lado, y las presiones en contra de los poderosos, por el otro.

Por ahora, es importante que nos siga uniendo lo que no queremos, y desde ahí, contar con un amplio consenso de la base social movilizada. El modo y nivel de la organización popular, de los trabajadores y de todas las fuerzas sociales de raíz nacional, serán la condición para promover propuestas de transformaciones que puedan ser vistas como viables por un gobierno que, todo el tiempo tendrá que evaluar los pasos a seguir. Un camino de cornisa, entre barrancos de un lado y del otro, es el que el Af ha comenzado a transitar, y con él va todo el pueblo, mientras los poderosos sectores oligárquicos están desplegando su plan en defensa de sus privilegios, tan concentrados como injustos. Estos, con su tradicional odio de clase y despecho, están ansiosos por tomarse su revancha del triunfo popular de fin de 2019. Su táctica es simple pero peligrosísima: buscan dividir la alianza, como en forma enconada titular los diarios La Nación y Clarín sobre supuestas peleas entre Alberto y Cristina. Intentarán, también, en su momento oportuno, realzar la figura de Sergio Massa, para fogonear divisionismos. Cualquier fisura entre ellos, debilitará la alianza nacional de manera decisiva, sin retorno tal vez. Esta certeza es, justamente, la que alentó desde el origen al incipiente frente nacional, pero el riesgo existe porque no lo impulsan reyertas de café sino furibundas presiones de poderosos intereses.

Hasta ahora AF mira de reojo al monstruo creado por las oligarquías locales en connivencia con el imperialismo norteamericano: la coagulación mediática, judicial y política. A los últimos, los controla en el ámbito inconstitucional del Congreso y su vínculo con el jefe porteño y demás intendentes y gobernadores de Juntos por el Cambio para la reacción; a los jueces y fiscales, por ahora, se maneja con cautela pero, al menos, proyectando una reforma y tal vez, confiando más en el verticalismo judicial. El asunto son la concentración mediática, a la que, todavía, no ha esbozado táctica alguna, que no sea otra que la de ir a sus oficinas de trabajo a contestar las diátribas insolentes. Un admirable gesto de notable habilidad y sinceridad política, pero no eso no impedirá la virulenta reacción cuando lo crean oportuno, según sus planes previsto y fríamente ejecutados.

La relación con Estados Unidos, aunque AF no sea ni nunca haya sido ni por asomo un dirigente antiimperialista, no tiene retorno. EUA quiere destruir cualquier atisbo de unidad o coordinación entre los países sudamericanos, como avanzó en los últimos cuatros años con Macri primero, y Bolsonaro ahora, junto con Colombia, su cabeza de playa de décadas, el golpe en Bolivia y la debacle de Ecuador. Así, Venezuela, mientras es asediada en forma cada vez más agresiva, resiste pero aislada regionalmente. Brasil está hundida en su propia crisis, tal vez rumbo a una tragedia humanitaria si no hace algo urgente y un mínimo de sentido social, antes.

En el contexto de retroceso imperial a nivel mundial, donde ha quedado en evidencia su inevitable crisis de liderazgo (tanto económico como político), EUA considera a cualquier intención de autonomía por parte de algún gobernante sudamericano, como un aporte sustancia en dirección contraria a sus intereses. Parece no haber término medio para los EUA, o arrastran al continente detrás de sus intereses (al estilo del viejo panamericanismo), o lo empujan a la fragmentación y al vacío. Este es el punto en que los sudamericanos nos encontramos, y aquí, el aporte de AF a favor de la integración con autonomía, es de extraordinario valor, a la vez que lo coloca en la mira del objetivo imperialista.

En este panorama, hay dos cuestiones que parecen centrales: por un lado, la necesidad que los sectores populares y medios profundicen sus modos de organización popular y lancen propuestas de reforma y transformación. Además, que, apenas salgamos de la cuarentena, estar listos para movilizarse masivamente en defensa del gobierno. En la cuarentena, el movimiento nacional pierde la calle como factor de apoyo y presión., en una suerte de encerrona política, como bien dice Jorge Cerletti en un ensayo reciente.

(") El autor es Abogado (UBA), profesor universitario, publicó “Constitución de 1949. Claves para una interpretación latinoamericana y popular del constitucionalismo argentino”, 2019, Ed. Punto de Encuentro. Tiene estudios en derechos humanos y antropología jurídica. Escritor de notas, artículos y publicaciones sobre pensamiento nacional, latinoamericano y derechos humanos. Contacto en javierazzali@hotmail.com

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