viernes, 29 de junio de 2018

PREFIGURACIONES DE NUEVOS SUJETOS, Por Jorge Luis Cerletti para Vagos y Vagas Peronistas


El proceso de gestación de nuevos sujetos emancipatorios debe resolver una doble cuestión: lo ya ensayado, generar el poder necesario para vencer a los sectores dominantes y lo aún irresuelto, producir los suficientes anticuerpos como para bloquear el surgimiento de otras formas de dominación.

La primer cuestión fue satisfecha por las organizaciones revolucionarias clásicas que se propusieron y lograron consumar la toma del poder del Estado. Sin embargo, la segunda quedó como deuda pendiente ya que el Estado se mostró como un dispositivo de dominación incompatible con la emancipación (ver escritos anteriores). Y esto a pesar del planteo teórico marxista acerca de la necesidad de su extinción. Idea brillante, anticipatoria de sus asechanzas a futuro, pero esterilizada por una praxis que marchó en sentido contrario. Lo cual presenta, en apariencia, un dilema insoluble: sin el control del Estado no se puede doblegar el poder capitalista, pero tampoco mediante una política dependiente de su estructura. Adentrémonos ahora en las implicancias de esta aparente paradoja.

Desde una visión histórica, el Estado resulta una de las grandes creaciones que produjo nuestro género y, por lo tanto, susceptible de sustitución si se crean otras formas de organización social y política. Mas, su decisivo rol en la historia y en el presente genera fuertes interrogantes en torno al devenir. Es que el Estado, al regir nuestra vida política y social, aparece como una institución insustituible que posibilita la convivencia humana asolada por agudos enfrentamientos. Así, aparato de poder y organizador social, son dos caras de su milenaria identidad que continúa perdurando.

Estos atributos se inscriben en la problemática de los sujetos emancipatorios en demanda de nuevas creaciones al margen de la estructura estatal y más allá de la gran hegemonía que impuso el capitalismo en el mundo. Clave medular para las luchas que se libran contra la explotación y la opresión que presenta el doble desafío de oponerse al capitalismo y a la dominación de cualquier signo. Desafíos que enhebran los múltiples contextos con sus cambiantes situaciones, ritmos y tiempos diferentes.

Pero ahora ya no sólo el Estado interfiere en los procesos emancipatorios. El capitalismo ha desarrollado otros poderosos factores de dominación que crecieron al calor de la acumulación y la expansión económica. Y el principal entre ellos, los conglomerados de capital que circulan con gran libertad por el planeta imponiendo sus reglas de juego. Esto tensiona y modifica el rol tradicional de los Estados nacionales, fenómeno que se manifiesta con crudeza en los países subordinados o de menor desarrollo capitalista. Basta apreciar que el PBI. de gran parte de los mismos está por debajo de lo que producen las grandes Corporaciones del globo.

Luego, se superponen y entrecruzan dos esferas de poder sustantivas que armonizan y a la vez colisionan al interior de las naciones “periféricas”. Armonizan, en tanto la influencia y la operatoria de las grandes corporaciones subordina a los Estados a través de sectores afines que lo controlan o gracias a la gestión de quienes son cooptados por aquéllas. Pero esto engendra condiciones de explotación y sometimiento que provoca fuertes reacciones en la población dando curso a situaciones inestables y a la emergencia de actores que también fueron agredidos por las trasnacionales. El fenómeno se expresa en términos políticos de diversa manera que reconoce la singularidad de cada situación concreta aunque, básicamente, exhibe protagonismos que provienen de dos vertientes distintas. Los que emergen de la resistencia de los sectores oprimidos y los que operan en función de la política tradicional ligada al control del Estado. No existe una línea claramente divisoria pues los primeros tienden a ser absorbidos por los recursos de que dispone la política estatal pero, como principales receptores de la agresión, su potencialidad es mucho más radical. Y hoy, en virtud del relativo retroceso político del “neoliberalismo”, en varios países de Sudamérica se da una situación ambigua donde algunos actores tradicionales se erigen en representantes de las luchas populares que les posibilitaron acceder al gobierno.

Justamente los alcances de esas políticas gubernamentales hoy promueven polémicas y confusión en el campo popular. Están los sectores encolumnados tras ellas, los que asumen posiciones más o menos críticas y quienes se oponen a su gestión. Referente a aquéllas y como criterio general, resulta erróneo negarlas por demandarles consecuencia revolucionaria en base a cualidades que no se avienen a políticas estatales condicionadas por el sistema. Porque dichas cualidades son propias de construcciones alternativas que deben gestarse por fuera de su influencia. Tarea de largo aliento cuyo desarrollo supone evaluar cada coyuntura para, desde el presente, ir produciendo cambios. En tal sentido, la negación absoluta e indiscriminada de lo hecho en el ámbito estatal es perjudicial pues, al igualar diferencias, se desestiman contradicciones y se favorece el aislamiento de quienes impulsamos una política independiente del Estado. La que, a su vez, exige actuar en situación excluyendo todo pragmatismo de ocasión afín al orden vigente. Este principio tiene que ver con la orientación política asumida que define el lugar de interpretación y su proyección política.

Aquí interviene la concepción que se tenga de los sujetos emancipatorios que, de acuerdo a lo ya expuesto, está indisolublemente unido al carácter del cambio que se promueve. Como surge de dichas ideas, se trata de un proceso de emancipación abierto destinado a superar los límites que aquejaron al socialismo y a los movimientos populares, en particular a los del “tercer mundo”.

La ofensiva “neoliberal” en Latinoamérica desmanteló los recursos del Estado Nacional a favor de los grandes conglomerados de capital que lo subordinaron a sus intereses. Esto produjo una profunda transformación en el orden económico y legal y también en la subjetividad colectiva que influye en la constitución de los sujetos políticos. Fenómeno que trasciende las fronteras pero que alcanza de lleno a nuestros países. Las líneas de fuerza de un proceso, de no mediar una ruptura, se mantienen con todos los altibajos que se quiera y que son propios de las luchas y los conflictos que no cesan nunca. En esto no existe uniformidad sino que las alteraciones y situaciones cambiantes dependen de la acción de los protagonistas que las generan.

Opuestos a dicha ofensiva y al calor de la resistencia popular, afloran distintos actores que procuran impulsar un proceso de emancipación de nuevo signo. Lo que está emergiendo son prefiguraciones que buscan desarrollar su independencia respecto de las políticas estatales. Pero aún éstas deparan cursos imprevistos que exigen situarse frente a ellas. Tal el caso de algunos gobiernos sudamericanos que hoy ofrecen un relativo y variable grado de resistencia a los designios “imperiales”, inimaginables en los noventa. Y como ya se ha dicho, resulta improcedente negar sus aspectos positivos en nombre de una consecuencia emancipatoria incompatible con “las razones de Estado” que los encorsetan. Al revés, atribuirles el carácter de sujetos liberadores es una confesión de la propia impotencia. Los límites antisistema de cualquiera de estos gobiernos, aún los más radicalizados, es tan cierto como que el fin de este orden social injusto depende de la creación política de nuevos sujetos emancipatorios.

En el campo de lo que está naciendo aparecen dos niveles en tensión. El de las necesidades más o menos inmediatas y el de la proyección de las acciones que pretenden solucionarlas y trascenderlas. El primero responde principalmente al orden económico y a la presión sobre la gestión estatal. El segundo, a los proyectos y a los sujetos en aptitud de impulsarlos. Aquél está referido a lo que cabe designar como “mal menor”, evaluable en concreto y en situación. El otro, supone el horizonte de sentido y la metodología de construcción de nuevas políticas. Pero la diferencia no implica su incompatibilidad. Porque por más ambiciosos que sean los proyectos deben transitar por el abrupto terreno del presente donde la dominación capitalista produce efectos desastrosos verificables en el día a día de amplios sectores de la población. 

Individualizar a los sujetos que promueven el orden constituido no presenta mayores dificultades. Éstas nacen de la complejidad alcanzada por el sistema y de la hegemonía impuesta por aquéllos que atraviesa los distintos órdenes de la actividad humana que, en mayor o menor medida, controlan. Por otro lado, el surgimiento de nuevos sujetos emancipatorios debe enfrentar el desconcierto emergente de la implosión del campo socialista que implicó el deterioro de la subjetividad política revolucionaria y el eclipse de los que otrora resultaron los impulsores de la rebelión: las vanguardias y la clase obrera como su referente principal.

Tal situación fuerza a repensar hoy el carácter de sujetos capaces de superar lo actuado potenciando las rebeldías en cuyas entrañas late la emancipación. Para lo cual deben madurar y crecer abriendo cauce a realizaciones inspiradas en nuevos proyectos que impliquen otro modo de hacer política.



Vanguardias, ¿de qué tipo?



Aquí surge la decisiva cuestión del poder en este período. ¿Hoy es creíble una construcción política opuesta a la dominación si concentra poder en la conducción? Y por cotrapartida, ¿una construcción donde el poder circule es viable para la generación de procesos emancipatorios?

La disyuntiva resulta polarizante aunque el contexto actual muestra una mixtura en la que prevalece notoriamente la política tradicional y donde la segunda opción, aún incipiente, ha tenido repercusión en ciertos círculos intelectuales y se manifiesta de distinta manera en experiencias como la zapatista, en los sin tierra de Brasil, en diversos movimientos sociales de alto contenido político como los de Bolivia, Venezuela y Ecuador, por citar algunos de las expresiones más afines y relevantes. 

Tal disyuntiva es central en los debates actuales y entra de lleno en la problemática de los sujetos ligada al carácter de las vanguardias. Sujetos que deben desarrollarse bajo la dominación capitalista que prolifera en las distintas esferas del quehacer humano y que se manifiesta en la subjetividad general. Subjetividad mercantil en donde la plétora de mercancías y de innovaciones que produce se complementa con el consumismo que induce cual necesidad vital para el sistema. Con su correlato, la tipología humana que engendra con sus penosas derivaciones sociales. Exitismo y competitividad a ultranza, individualismo y fragmentación social, concentración de la riqueza y multiplicación de la pobreza, discriminación y marginalidad, imperio de la alienación y expansión de la angustia, control y represión de las mayorías, y así de seguido.

Esta cultura capitalista que arrasa con los mejores valores de nuestro género, fuerza a preguntarse, ¿por qué con semejantes atributos hoy reina el en el mundo?

Obviamente no existe una sola respuesta, es un interrogante que demanda profundizar las reflexiones y los análisis despojados de prejuicios. Porque si se cosifican las ideas de los grandes talentos se convierten en un lastre. Conceptos teóricos consagrados que, entre otros, alimentaron convicciones revolucionarias anticapitalistas hoy dejaron un espacio vacío. Como ser, el principio marxista de que, llegada cierta instancia, el desarrollo de las fuerzas productivas chocará con las relaciones de producción instaurando un período revolucionario. Y también el aporte político leninista de que la cadena se corta por el eslabón más débil. Ambas previsiones fallaron en la práctica haciendo visibles sus puntos ciegos. La vigencia de los países capitalistas de gran desarrollo certifican el primer fallo y la frustración de casi todas las revoluciones en el tercer mundo testimonian el segundo, en particular, la “soldadura” del eslabón chino.

Otro lastre es pensar en términos economicistas pues conduce a variantes que desembocan en una persistente indefinición o en una imposibilidad. Según el fabuloso desarrollo de las fuerzas productivas resultarían injustificables las relaciones de producción capitalistas. Y si no, ¿cuál sería “el suficiente desarrollo” antesala del cambio? ¿Habrá que esperar al día después de la “crisis terminal” para constatarlo? Mientras que sostener que dicho desarrollo convierte en inexpugnable la ciudadela capitalista redunda en el conocido “fin de la historia”. Y nuevamente emerge la figura de los sujetos políticos como protagonistas insustituibles de todo cambio sustantivo.

No es una novedad la relativa debilidad actual de los sujetos que luchan contra este orden social. Y no es que no existan ni que dejen de surgir. Pero todavía no se ha salido del cono de sombra que significó la desestructuración del socialismo y el eclipse de su imaginario. En lenguaje psicoanálitico se diría que aún “no se terminó de elaborar el duelo” en torno al andamiaje cultural político que sustentó las grandes revoluciones del pasado. Y un punto político crucial al respecto es el que se refiere a las vanguardias.

La solapada influencia de la cultura capitalista que afectó al campo revolucionario, plantea a los nuevos sujetos despojarse del rol elitista clásico de las vanguardias sin por ello renunciar a su papel protagónico en la crítica y oposición al sistema. Esto provoca una contradicción original. Los movimientos populares y las resistencias de distinto tipo resultan nutrientes de las vanguardias, pero las luchas por el poder desembocaron en que éste se concentre en aquéllas generando el ciclo en el que abortaron los mejores intentos. Y mientras su concurso sea imprescindible, dadas las grandes desigualdades en la composición socio-cultural de la población, el desafío pasa por la creación de vanguardias de una naturaleza distinta que se traduzca en organizaciones donde el poder circule estimulando el protagonismo ascendente de la sociedad. Los trayectos que incorporan esta política tendrán que afianzarse en lo micro para gestar una nueva subjetividad que vaya influyendo en lo macro. Porque es en las experiencias concretas al alcance de quienes intervienen en ellas donde pueden prosperar situaciones favorables a este otro modo de entender y practicar la política. Estas nuevas ideas y sentimientos, cuyos tiempos de maduración son impredecibles, emergen en distintos sitios del planeta y comienzan a hacerse visibles en medio del “océano” capitalista.

En paralelo, asoma otra mirada opuesta a la tradicional del poder cual señal promisoria y renovadora que no surge de la nada, es una saludable reacción frente a las depredaciones que produce el capitalismo. Y aunque éste ofrece el “encanto” de sus realizaciones tecnológicas, las mismas se ven cada vez más oscurecidas por el tipo de humanidad que engendra. Por el lado de las naciones opulentas, el desperdicio absurdo de los recursos naturales y de todo tipo junto a la atonía cultural de sus sociedades con su alto contenido de alienación y angustia existencial. Del lado de los países “periféricos”, el “desperdicio” liso y llano de la mayoría de sus poblaciones. 

De acuerdo a lo que plantea este ensayo, los sujetos emancipatorios deben surgir de una construcción política cuya vigencia es determinable recién a posteriori y que no depende de su extracción de clase. Esto habla de sujetos plurales en lucha contra la explotación y la dominación. Y para constituirse como tales deben cumplir con un doble requisito: ser protagonistas antisistema y no erigirse en nuevos amos. El proceso de construcción es una creación sin garantías previas que debe incluir estas dos condiciones. Asimismo, lo universal no supone la igualación de las diferencias, sino que surgirá de la singularidad de cada situación que desde lo micro irá reconstituyendo el tejido social profundamente dañado por el orden capitalista.

Resumiendo los puntos de vista expuestos:

La ley brota de la estructura mientras que la excepción es propia del sujeto.

Las políticas que remiten al Estado, tarde o temprano, quedan prisioneras de su condición estructural.

La relación sujetos-vanguardias es una cuestión decisiva para la constitución de nuevos sujetos emancipatorios.

Las vanguardias promotoras de cambios siguen siendo necesarias atentos a las grandes diferencias culturales y sociales existentes y que, previsiblemente, perdurarán por mucho tiempo.

La praxis creadora de nuevas vanguardias tienen que incorporar una condición fundamental: deben formarse y formar en el ejercicio político de la socialización del poder. Luego, vanguardias que no lleguen a fundirse con el colectivo al que pertenecen resultan un contrasentido.

Es necesario resignificar el término vanguardia. O mejor aún y dado el peso que tiene la palabra, convendría sustituir dicho término por algún otro que no porte connotaciones militaristas ni sugiera su carga jerárquica. 

Actuar en situación debe sortear el riesgo de aislamiento. La articulación de los componentes antisistema que incluyen las rebeldías es preciso potenciarlos para que en vez de ser neutralizados configuren un vivero de nuevas construcciones.

Dado que la representación todavía constituye un medio insoslayable para coordinar la actividad humana de la sociedad y/o de grupos numerosos, deberá revolucionarse su rol ancestral como vehículo de dominación. Para lo cual, distintos niveles de democracia directa, rotación de funciones, transparencia y revocación de mandatos, son algunos de los recursos disponibles junto a los que la creatividad colectiva vaya incorporando.

La condición de clase de los opositores al sistema capitalista no define sus políticas ni justifican su actuación en “nombre de”. Ergo, los comportamientos de clase remiten a las relaciones de explotación, pero éstas de por sí no producen política.

El enlace entre la explotación y la opresión es constitutivo de la problemática de la emancipación. Resolver lo uno sin lo otro comporta una falsa alternativa.---

Jorge Luis Cerletti (2008)


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