Hay modernidades y modernidades. Quizás suceda con el tema de la modernidad lo que decía Perón respecto del desarrollo: "No es cualquier desarrollo el que necesitamos". Que a su vez puede ser aplicable a muchas cosas. A casi todas. No es cualquier desarrollo ni cualquier modernidad, pero tampoco cualquier democracia la que necesitamos. Ni cualquier Partido, ni cualquier militancia, ni cualquier ciudadanía para construir esa democracia.
Porque el peronismo no es cualquier cosa; ni a los peronistas todo puede darnos lo mismo. No cualquier fin, pero tampoco cualquier medio para lograrlo. Porque el debate que nos debemos no puede agotarse en el qué sino que también debe avanzar -para empezar- sobre el cómo. Para superar la mera dicotomía de esto sí, esto no. Esa lógica binaria que no hace más que romper los puentes e invariablemente deriva en la negación del otro.
La discusión que nos debemos también sería una discusión sobre las formas, posiblemente el mayor déficit, -a estas alturas de la historia casi atávico-, del peronismo. Incluir en ese debate también los medios que contribuyan a generar sus condiciones de viabilidad, para no quedarnos en la mera intención, en el ilusorio -cuando no engañoso- voluntarismo de la declaración de principios. Ganemos primero y si ganamos vemos qué hacemos.
No. No alcanza con quedarse en el qué. Porque en la medida que avancemos sobre el cómo, iremos teniendo Proyecto -que si no es explícito, posiblemente no sea tan Proyecto- que sería justamente lo que estamos necesitando. Nosotros los peronistas, claro. Pero fundamentalmente el país. Un Proyecto explícito, que surja primero de un debate donde participe el conjunto del peronismo, de los acuerdos posibles que emerjan de los denominadores comunes que nos definan como conjunto partidario. También explícitamente de cara a la realidad, a los problemas que presenta y los desafíos que nos plantea.
Esa expresión de la diversidad peronista bien podría ser la base para la construcción del imprescindible frente nacional con quienes la compartan en lo esencial. Para proponer juntos al conjunto de la sociedad un Modelo actual. Que responda a las necesidades y los deseos actuales y concretos de la gran mayoría de los argentinos.
Todo esto puede parecernos obvio. Pero sin embargo esa obviedad constituye el más categórico mentís a cierto cualunquismo dominante en estas épocas de posverdad dominadas por las técnicas de la persuasión publicitaria, donde no importa lo que sea, sólo importa lo que creas. Para que compres lo que te están vendiendo. Valga la aclaración de que cuando decimos cualunquismo, no nos referimos a la corriente política emergente en Italia tras la caída del fascismo, aunque tenga mucho -quizá demasiado- que ver con el presente argentino.
Nos referimos, antes bien, al hecho de que hoy parece ser que todo es cualquier cosa. Relativismo extremo, instrumental, a la carta. Al gusto del consumidor. Al menos hasta que desate el paquete y vea que se ensartó. Porque si algo define al cualunquismo -o cualquierismo si se prefiere- es que no ofrece garantías de ningún tipo.
Pero este cualunquismo se viene aplicando desde hace ya bastante tiempo en lo que refiere a la caracterización del peronismo. Algo que ya sucedía en vida de Perón y que se desbocó luego de su muerte hasta llegar a nuestros días. Producto de una incomprensión no siempre involuntaria y que casi siempre expresa una aviesa voluntad de llevar agua para el propio molino, de usar la estampita que sirva a los fines de la autolegitimación.
La lectura cualquierista en relación al peronismo se fue consolidando en la medida que se difundió la idea de que el peronismo es una suerte de pragmatismo extremo, una ideología del poder donde cualquier cosa es válida en la medida que nos acerque al poder o nos permita la permanencia en el poder. Una visión que se aferra al carácter complejo, poliédrico, polisémico del peronismo y sus ineludiblemente múltiples manifestaciones. Pero es una caracterización que se basa en una trampa para desprevenidos. Porque si la polisemia del peronismo es inevitable, esto no quiere decir que esa multiplicidad de significados -que se derivan de una multiplicidad de interpretaciones- pueda hacerse extensible a cualquier significado. ¿Acaso esta polisemia no es aplicable a ideologías mucho más cerradas en sus campos significantes como el liberalismo o el marxismo? ¿Eso nos habilita para afirmar que son o pueden ser cualquier cosa? Posiblemente no sea el mejor ejemplo, habida cuenta de que en sus nombres se han cometido las acciones más diversas y contradictorias. Pero también es cierto que esto no suele usarse como excusa para que cualquiera se arrogue displicente la potestad significante con la misma liviandad que se utiliza en relación al peronismo.
(Carlos Gardel: Cualquier cosa
https://www.youtube.com/watch?v=wm8KKVb0bH8)
(Carlos Gardel: Cualquier cosa
https://www.youtube.com/watch?v=wm8KKVb0bH8)
Para decirlo en menos palabras: que el peronismo pueda ser muchas cosas no implica que pueda ser cualquier cosa. Que es precisamente lo que vino a decir una de las últimas versiones de la perspectiva cualquierista del peronismo que nos vino por izquierdas. Con aire académico y prestigio europeo, fue el difunto Ernesto Laclau quien pontificó: el peronismo es un significante vacío. Una herramienta que sirve lo mismo para un barrido que para un fregado. Dependiendo sólo de los intereses circunstanciales del líder de turno. Mirá vos. Alguien con maldad podría recordar a Jiddu Krishnamurti cuando decía: "No ves al mundo como es, ves al mundo como sos". Pero no, que nosotros respetamos a los muertos. Y la alusión no es tanto por Laclau sino por sus repetidores.
Como si esto fuera poco, a Laclau se le dio por incluir al peronismo dentro de la categoría general de los populismos, contribuyendo a consolidar una noción que no ha servido mucho más que para atacar tanto al peronismo como a toda otra tendencia o movimiento o partido nacional y popular en cualquier parte del mundo.
Habiendo pasado la moda de cierta izquierda exquisita que usaba el concepto de populismo para menospreciar esos -digámoslo genéricamente-, movimientos nacionales por anti-revolucionarios de acuerdo a los manuales de uso, Laclau toma la valiente decisión de reivindicar al populismo cuando la moda instalada por las derechas sin escrúpulos es la de demonizarlo por antidemocrático. Flaco favor. Muchas gracias de nada. Con amigos así, los enemigos para qué. Pero a no ilusionarse los que miran al peronismo desde la orilla, siempre dispuestos al abordaje para aportar dogmatismos ajenos. Ni macartismos de izquierda ni macartismos de derecha son los que necesitamos. Ningún macartismo, que en el peronismo tiene que haber de todo en cuanto a ideologías se refiere. Tampoco ningún purismo con pretensiones hegemónicas. No tanto porque todo purismo es faccioso, de una parte o facción. Sino porque todo purismo es en realidad desubicado cuando se le plantea al mestizo. El tema, una vez más, no es tanto el qué sino el cómo. ¿Qué? ¿Cómo? Ya volveremos sobre el asunto. Como todos saben eso de volver es algo casi inherente al peronismo.
Modernidades. Nunca falta el entusiasta de las tendencias del día, que se le da por replantearlo todo para que se adapte a la última novedad. "El peronismo se tiene que modernizar", dicen con aires de Nostradamus. Son los que confunden sistemáticamente lo nuevo con la novedad. Ser moderno con estar a la moda.
Con toda el agua que ha pasado bajo el puente, al día de hoy no existe nada más moderno -ni verdaderamente nuevo- que el peronismo. Es moderno por su origen, por su vocación y por el proyecto a futuro que aún hoy puede encarnar.
Ya lo hemos dicho, el peronismo surge como respuesta al asedio corporativista con que se desayunó la democracia desde los albores del siglo XX. Una respuesta democrática. Con su bagaje moderno de Estado como regulador de las relaciones sociales y una ciudadanía con derecho a tener derechos, no ya sólo individuales sino también sociales, en consonancia con el Constitucionalismo Social que venía a dar un contenido más realista a la democracia en cuestión. Sin contar con el fortalecimiento en todos los niveles de lo público, de la salud pública, de la educación pública, de las comunicaciones públicas. Y siguen las firmas.
Una propuesta de democracia expansiva. Que no se queda en el corralito de la política y se plantea avanzar en una democratización de la economía. Para relativizar la discrecionalidad de quienes abusan de la posición dominante en las relaciones de mercado. En mercados donde se constata palmariamente aquello que subyace en cada texto de Leo Strauss (ese maldito): que el poder siempre se ejerce como tiranía. Contraponiendo un poder compensador que haga menos desigual esas relaciones. Que posibilite la negociación colectiva entre organizaciones que representen efectivamente los intereses económicos en disputa. Con el Estado como árbitro responsable del bien común. Porque el modelo de la Comunidad Organizada es precisamente eso, la propuesta de una comunidad de organizaciones que representan intereses concretos para dirimir sus conflictos civilizadamente a través de la negociación colectiva.
A riesgo de ser reiterativos, el peronismo originario emerge en su época inicial como una propuesta de superación democrática a los corporativismos. Ni corporativismo de Estado, ni corporativismo de Mercado. En ese sentido hablamos de la modernidad del peronismo. Por su pasada contraposición al corporativismo pre-moderno del Estado totalitario, sea fascista o comunista. Y por su actual contraposición al corporativismo post-moderno del Mercado totalitario de la Globalización y sus Sociedades de Mercado con Estados mínimos sólo funcionales a los intereses del poder económico. En un mundo como el de hoy dominado por el cinismo que describía Oscar Wilde, ese cinismo que conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna.
El peronismo es moderno porque no es ni premoderno ni posmoderno. Aunque tengamos peronistas para todos los gustos, incluso de estos. Peronismo es, además de lo que sabemos todos, en los hechos y también básicamente Democracia, Estado regulador, ciudadanía, derechos, soberanía popular, incorporación de las mujeres y los trabajadores a la vida política, representación y todos los etcéteras que forman parte del imaginario de la Modernidad.
Pero tampoco hablamos de una modernidad que pasó de moda hace rato. Esto de andar hurgando en la Historia, de hablar de La comunidad organizada, o aún del Modelo Argentino para el Proyecto Nacional parece ponernos del lado de los nostálgicos. No somos de ese club tan peronista. Será que compartimos con Joaquín Sabina -y es de las pocas cosas que compartimos con él- eso de que "no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió". No. No es con intenciones arqueológicas que emprendemos nuestros devaneos ni para regodearnos en la lagrimita, como gustaba decir Leónidas Lamborghini. No. Lo nuestro es cartonear, buscando en los desechos des-hechos de los esplendores pasados algo que pueda ser útil para paliar la ausencia de ideas del presente. Donde lo que abunda es la escasez, entre sus museos de grandes novedades.
Y no es poco lo que vamos encontrando. ¡Qué novedoso -qué moderno- sería llevar aquello de la negociación colectiva entre los que pagan y los que cobran a una cuestión tan pedestre, tan concreta y actual como las tarifas de los servicios públicos! Habría que interrogarse por el cómo del qué. Y del porqué-no.
Pero como de costumbre venimos excedidos de texto. Será para la próxima.
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