“Pues bien, nuestra impugnación fundamental
deviene de desentrañar la naturaleza del capital y del Estado, raíces
estructurales de distintas formas de explotación y dominación. Pareciera que
esto nos exime de mayores comentarios pero, por lo mismo que se denuncia, por ahora se levanta un muro insalvable.
Surge de la hegemonía mundial del capitalismo y de la irresuelta preeminencia
del Estado para organizar la macro actividad social. Y aquí, ante semejante
obstáculo, se abre un espacio que supone un desafío común para nuestra política
y la del denominado “populismo”. La búsqueda de condiciones sociales sostenibles
que mejoren la calidad de vida de los de abajo, en marcha hacia una sociedad
más justa e igualitaria”, dice Cerletti, en voz audible, rayana con el grito
persistente en instalar en el movimiento nacional y popular, la tarea de trastocar
la reproducción del capital, y el Estado, como procesos e instituciones de dominación y disciplinamiento; “Nuestra apuesta por la emancipación hoy resulta tan irrealizable a
nivel macro como es imprescindible seguir impulsándola a nivel micro. Vale
decir, desarrollar un tejido político-social nuevo cual una red que entrame las
luchas por la emancipación”, finaliza.
POPULISMO: UN NOMBRE AMBIGUO. (II) Por Jorge Luis Cerletti, para Vagos Peronistas
Jorge Luis Cerletti |
La crítica a la ambigüedad del nombre “populismo”
trasciende lo semántico y se liga a su significación política indiferenciada. Aquella
crítica es más evidente ahora porque resulta
muy común que abarque a movimientos de signo opuesto o a experiencias disímiles.
Antes, los fascistas remitían al fascismo; los nazis al nazismo, los comunistas
al comunismo y los movimientos de liberación nacional a su anticolonialismo y
antiimperialismo.
Hasta buena parte del siglo pasado, los
nombres se correspondían con las políticas que los identificaban y
diferenciaban a unos de otros, por más lazos que existieran entre algunos de
ellos. Luego, el significante no dejaba mayores dudas acerca de su significado
político. La palabra, entronizada por el posmodernismo después, denotaba entonces
el lugar político del emisor y, por extensión, el sentido de las disputas y los
antagonismos. Es que las contradicciones y distorsiones aún no esfumaban lo invocado
por su nombre. Aquí no aludo a las crisis y rupturas internas que se dieron en
distintas coyunturas sino a los grandes escenarios políticos de la época
precedente.
En la actualidad, los sectores que oponen
resistencia a los dictados del establishment, según diferentes modalidades y
sin romper con lo sistémico, se los incluye bajo el nombre de “populismo”. Denominación
indeterminada que utiliza la derecha, vocera del gran capital, para denigrar a
sus opositores. Paralelamente, pero con ideas contrarias, también es asumida
por un amplio espectro político que incluye a reconocidos intelectuales como Ernesto
Laclau y Jorge Alemán.
Descartados los aviesos embates de la derecha,
me parece pertinente reflexionar y debatir en torno a aquella denominación que debiera
aludir a los de abajo o, si se prefiere, al campo popular. Y a propósito, el
triunfo electoral de Trump engendró el hábito recurrente de exhibirlo como un
exponente del “populismo”. (1)
La ambigüedad, ¿a quién favorece?
Ahora bien, con el paso del tiempo se puso en evidencia
la erosión de las aristas más agudas de las
luchas y formulaciones de carácter anticapitalista. El ejemplo mayor devino
de la implosión del campo comunista. En nuestro continente, después de la 2ª
guerra mundial, además de la revolución cubana y la nicaragüense, surgieron movimientos nacionales que se opusieron al
poder económico concentrado. Pero hoy, fortalecidos los grupos dominantes
internos y externos, descalifican a sus opositores con el nombre de populismo que
unifica diferencias y matices. Y en lo que va del siglo, englobaron también al llamado
Socialismo del siglo XXI, proclamado en Venezuela, y a los gobiernos que no
responden cabalmente a sus intereses.
De lo expuesto se infiere
que el rótulo sirve de muy poco para definir
las diferencias políticas entre las
distintas experiencias que se desarrollaron en Sudamérica desde comienzos de
este siglo. Y si tildamos de “populista
de derecha” a Trump o
a
los pronazis actuales, se llega al
extremo de perder el
sentido del término. Porque se mezcla la captación de importantes
masas
humanas
de la sociedad con los
fines e intereses reales de quienes generan
tal
captación. Según ese criterio podríamos sostener que Margaret Thatcher era populista.
Asimismo, referenciar el término a las masas
empobrecidas de nuestro subcontinente, si bien delimita el campo, con ello aún
no se supera la ambigüedad. Es que tal delimitación nada dice de las características
propias constitutivas de las diversas políticas. Por ejemplo, no diferenciar al
gobierno de Lula del de Chávez o del de Evo, mimetiza lo que es asistencialismo con políticas
nacionales más radicalizadas.
Al mencionar las diferencias entre las
distintas variables agrupadas como pertenecientes al “populismo”, tocamos un
punto clave irresuelto. ¿Cuáles son los límites de su oposición al gran
capital? ¿Hasta dónde se puede desarrollar una política independiente en este
período hegemonizado por las grandes corporaciones? Referente a la segunda
pregunta pensemos que el gobierno de Macri desmanteló la “herencia populista”
de 12 años K. en unos pocos meses.
Lo anterior viene a cuento de una idea que expone
Jorge Alemán y que transcribo:
“… pienso que el populismo es el modo radical de
pensar los antagonismos
que
instituyen políticamente lo social frente al orden
dominante del neoliberalismo.”
(Ver Página12 del 13/11/16,
artº. “Trump: ¿existe un populismo de derechas”)
El orden social dominante es el del
capitalismo cuyo proceso de concentración se manifiesta en el poder de las
grandes corporaciones ligadas a la gravitación de las naciones hegemónicas. En
tanto que el “neoliberalismo” es el nombre ideológico-político con que se identifica
tal dominación mundial. Hecha la aclaración, reflexionemos acerca del “modo radical de pensar los antagonismos” que
Alemán adjudica al pensamiento inherente al populismo.
En los países periféricos el populismo, fundamentalmente,
remite a lo nacional y a su lugar en el mundo. En ese plano, la soberanía
nacional se sostiene en la independencia económica y ambas deben
garantizar la justicia social (las tres banderas históricas del
peronismo). La reivindicación de la soberanía nacional, reconoce distintos
momentos con diverso grado de radicalidad. En general se negocia con lo
organismos internacionales y las potencias hegemónicas sin llegar a someterse. En
lo económico, plantea e impulsa una política desarrollista. La misma no es antagónica al capital sino que
pretende regularlo desde el Estado. A la vez, promueve la creación de empresas estatales
en sintonía con la expansión de la industria privada a cargo de la “burguesía
nacional” pero que desde hace décadas brilla por su ausencia.
El derrotero histórico del “populismo” en el
gobierno se muestra declinante y sin necesidad de considerar la irrupción
proimperialista del Menemismo. Tampoco
escapa a la tendencia el resurgimiento k
alcanzado en los 12 años de sus gobiernos, lo más rescatable del período post
dictadura. ¡Cuán lejos está del primer gobierno de Perón! Claro, hoy han cambiado
las circunstancias y la hegemonía mundial del capitalismo es indiscutible y
asfixiante. En cambio, aquella época admitía la 3ª Posición…
Partiendo de ese fenómeno, retorna la pregunta
sobre la ambigüedad que supone la bandera del populismo. La mezcla de intérpretes y de posturas es
funcional a la derecha porque, el unificar las diferencias, facilita su prédica
que desacredita al bloque en su conjunto. Así, mientras magnifica las taras de
lo más retrógrado, oculta o distorsiona lo que le preocupa, la política de los
sectores que se le oponen. Y aquí se presenta el nudo de la cuestión. ¿Qué
márgenes tiene lo nacional dentro de la llamada globalización? ¿Se puede
“combatir al capital” aceptando las reglas del capital?
“Combatiendo al capital.”
De mi artículo “Alcances del desarrollo
nacional” (2) se infiere mi
escepticismo acerca de las propuestas tradicionales del desarrollismo. Pero la
cuestión alcanza una dimensión compleja si, acertada o no mi opinión, pensamos
qué hacer.
Ciñéndonos a nuestro país, se puede apreciar
que desde el nacimiento del peronismo
(simbólicamente el 17 de octubre de
1945), las luchas populares más importantes giraron a su alrededor.
Tanto en momentos de alza de las luchas
políticas y reivindicativas como en las conquistas gubernamentales, con sus retrocesos
y traiciones. Es que su heterogénea composición incluye a un amplio abanico que
va desde sectores revolucionarios hasta la peor resaca reaccionaria. Mas, lo que
representa una significativa particularidad del peronismo, es la resonancia de
su legado histórico en el sentimiento y el imaginario de amplias masas populares.
Y esa característica, en su aspecto negativo, favorece a la parafernalia de
políticos, sindicalistas, oportunistas, etc. que negocian en su nombre mientras
usufructúan de sus prebendas.
Ahora dejemos en suspenso el lado fácil del
diagnóstico, la miserabilidad señalada y encaremos la prédica de los sectores
kirchneristas y antimacristas en general. Diría que el eje principal de su
discurso gira en torno a lo económico que se traslada a lo social. Actualmente
prevalece una reiterada exposición estadística sobre la repercusión negativa
para el país de las principales variables económicas, una radiografía del actual
gobierno reaccionario de los CEO. Empezando por el brutal crecimiento de la
deuda externa, siguiendo por el desempleo, el desmantelamiento de los
organismos nacionales del Estado, la inflación, etc. Obviamente, son críticas
justas y necesarias. Sin embargo, la paradoja anida en la pregunta de si esto significa
combatir al capital. Y si lo es, ¿en qué medida y cuáles son sus proyecciones?
Aquellas críticas plantean una cuestión de grado en el cuestionamiento
al capital. En términos económicos, tal enfoque implica revertir el proceso
vigente lo cual redundaría en el bienestar de la población. Esto supone una
redistribución más equitativa de la riqueza que es donde el “populismo” hace
hincapié y en el que obtuvo sus mejores logros. Podría aceptarse que en esta
etapa “combatir al capital” significa fortalecer al Estado mientras esté bajo
control de gobiernos populares fieles a su legado. Sin embargo, como vimos,
esos logros fueron desmantelados en un corto lapso, fenómeno que tiende a
reproducir la historia del peronismo. Ergo, “combatir al capital” sin adentrarse
en la naturaleza del capitalismo, en su racionalidad interna y el carácter de
sus ciclos, resulta un combate muy limitado. Esos temas son básicos e
insoslayables, dignos de reflexión y del debate que nos debemos, amplio y
plural.
Si trasladamos la problemática señalada a la
construcción de la subjetividad social, emergen las contradicciones. Basta con
mencionar la exaltación del consumo para tomar conciencia de la
subjetividad individualista y egoísta que estimula. “Casualmente”, el consumo configura
una insustituible prioridad para la realización del capital. Sumemos otra
muestra de condicionamiento psico-social: la vigencia de “los mercados”
y del rol del dinero, teórico equivalente para el intercambio de
mercancías. En verdad, resulta el potenciador de ambiciones personales y
colectivas y el emperador del capital financiero que, en sus múltiples formas, domina
el escenario mundial. Éstas sustantivas objeciones retoman la pregunta sobre el
combate al capital, aunque dirigida ahora a quienes sostenemos una posición
definidamente anticapitalista.
Pues bien, nuestra impugnación fundamental
deviene de desentrañar la naturaleza del capital y del Estado, raíces
estructurales de distintas formas de explotación y dominación. Pareciera que
esto nos exime de mayores comentarios pero, por lo mismo que se denuncia, por ahora se levanta un muro insalvable.
Surge de la hegemonía mundial del capitalismo y de la irresuelta preeminencia
del Estado para organizar la macro actividad social. Y aquí, ante semejante
obstáculo, se abre un espacio que supone un desafío común para nuestra política
y la del denominado “populismo”. La búsqueda de condiciones sociales sostenibles
que mejoren la calidad de vida de los de abajo, en marcha hacia una sociedad
más justa e igualitaria.
Cerrarse al diálogo y al intercambio de ideas
sólo favorece a los amos del poder y del capital. El aislamiento y el
sectarismo perjudican la causa de los de abajo, hoy preñada de interrogantes.
Pienso y siento que es necesario el concurso, amplio y desprejuiciado, de todos
aquéllos que defienden dicha causa y actúan honestamente en su campo. Cada cual
sostiene sus convicciones y razones, lo cual es válido. Esto no debe impedir
escuchas atentas y receptivas a otros aportes. Los obstáculos para alcanzar una
sociedad más justa e igualitaria son tan grandes que requieren, más que nunca,
derribar barreras e instalar un intercambio colectivo que fomente la
creatividad.
Nuestra apuesta por la emancipación hoy resulta tan irrealizable a
nivel macro como es imprescindible seguir impulsándola a nivel micro. Vale
decir, desarrollar un tejido político-social nuevo cual una red que entrame las
luchas por la emancipación. Mientras que el “populismo”, frente al poder
dominante, debe cuestionarse el que sus logros, en el corto o mediano plazo, se
derrumben en cuanto dicho poder controla sus crisis y recompone su gravitación
estructural.------
Jorge
Luis Cerletti
28 de
noviembre de 2016
---------- ººº
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Notas:
(1) Sin entrar al análisis del “fenómeno Trump”, considerarlo populista
enmascara tanto como rotular así a Hitler. En cualquier caso, lo importante es
el análisis de las condiciones socio- políticas de la sociedad que generó tales
emergentes. Al respecto, es encomiable el análisis que hizo Michael Moore en
julio de 2015 (!!) previendo el triunfo del magnate rubio. [Ver Página 12 del
10/11/16 el artº “Las razones por las
que ganó”]
(2) Ver “Alcances del desarrollo nacional” (artº de setiembre de 2015;
J.L.C.) Aquí cito a Aldo Ferrer, quizá el principal teórico-político del
desarrollismo, quien señala el fin de la clásica sustitución de importaciones.
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ººº ----------
Post scriptum: El
fallecimiento de Fidel Castro (25/11/16),
enluta la memoria de la revolución más importante de Latinoamérica, décadas
atrás, “el faro de América”. Fidel fue un símbolo de revolucionario consecuente
e incorruptible que ganó nuestra admiración y fervor militante y cuyo ejemplo sobrepasó
distintas fronteras del mundo.
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