Horacio González |
Ya fue mencionada la coincidencia del nombre de la empresa offshore de los Macri con el nombre de una de las mayores películas de Kurosawa. Coinciden las fechas de fundación de estas empresas en la sombra con el film japonés, de principios de los 80, sobre el “guerrero en la sombra”. Pero sería demasiado pedirle a un grupo empresarial de trastienda que presente una devoción cinéfila de tal envergadura, que a sus otras empresas se vea habilitado para llamarlas Rashomon o Ran (basada en el rey Lear), cosa que no sucedió y hubiera revelado en esta familia de astutos comerciantes una indecible pasión shakespeareana, que hasta ahora nadie pudo apreciar en su vida pública. No obstante, hay un hilo no totalmente imperceptible entre el tema de Kurosawa y la actitud de estos empresarios offshore, que hoy gobiernan un país. Se trata de la sustitución de identidad, el vínculo secreto entre el granuja sagaz y el dignatario que se muestra impoluto a la luz del día. La base de esta reconocible leyenda del “príncipe y mendigo” no precisa mayores explicaciones, pues la televisión mundial trata casi exclusivamente de ella.
El tono conmovedor del tema de Kurosawa, tomado de antiguos relatos fundados en la paradoja moral por excelencia –un ingenioso ratero puede hacer perfectamente de gran comandante en la batalla– alude al poder de los símbolos –hoy la prensa diría el poder del “relato”– artificio por el cual el impostor no es solamente un impostor, sino que en el fondo, un poquitín borgeanamente, guarda la verdad de lo que reemplaza. Tratando de sacarle el aspecto de leyenda imperecedera, Marx intentó algo parecido en el “18 Brumario”, pero con poca simpatía hacia el “impostor”, el “sobrino” de Bonaparte. En el film de Kurosawa, el impostor (impostor nombrado como jefe militar por la necesidad de los nobles del Imperio de reemplazar al fallecido Emperador, con el cual este personaje marginal tiene un parecido físico) es reconocido como tal por un diminuto rasgo físico faltante. Una criada, cuando va a auxiliarlo porque cae del caballo, descubre la inexistencia de la cicatriz en su pierna, que el jefe original poseía. Este episodio está inspirado en el gran Mito de Ulises cuando llega disfrazado a Itaca. En el film ocurre cuando el impostor ya se siente en condiciones de sustituir el original, pues la leyenda es sabia: no hay “original”, pues éste siempre puede ser relevado por otro que haga mejor su papel. Pero el obstáculo para que se fusionen original y copia siempre es pequeño, imperceptible, y es un personaje bajo y desdeñable, el que cumple el necesario papel de ver el embuste de Estado: un criado, una empleada doméstica, que doctamente conoce los pequeños detalles de la historia familiar, la intimidad del cuerpo de los reyes.
Es evidente que las formas más aciagas del capitalismo tienen un elevado grado ficcional y sustitución fantástica de nombres, propósitos y acciones. No pueden dejar de inventarse personajes, con formas vicarias o presidenciales, o ambas superpuestas, pues si en sus avatares anteriores eligen la figura del “uomo qualunque” ahora les sienta mejor la del “impostor digno”. Del que ya sabe que su ser provisorio siempre es tan idéntico a su papel de fantasía, que no se preocupa en apaciguar las huellas anteriores de cómo se construyó esa misma fantasía. Creyeron que ya lo tenían todo, que podían burlarse del pasado y ponerse nombres de película, pero en algún momento iba a aparecer “la cicatriz de Ulises” y los propios especialistas en la impostura –portadores de la “lanza medieval” con la que agrietan gobiernos– se ven obligados a decir atemperadamente todo lo que antes le dedicaron a los que era el turno anterior para descartar.
Ahora, los custodios de la identidad prístina de la cosas (esa coalición universal de periodistas) pueden verse también ante la pregunta sobre qué remota cicatriz desconocida está presente también en la actitud del profesional de la denuncia permanente. ¿Es una nueva profesión? ¿Es el ángel de la Historia? ¿Es el espectro de los justos de la Humanidad? Es un gran ámbito existencial en el que nadie deja alguna vez de enredar sus fulminaciones, aparentemente sin mácula. Ahora obligan a dar acrobáticas explicaciones a presidentes y a ídolos del fútbol. Esto ocurre en el mundo global y es una de sus características. No necesariamente hay aquí una estructura moral, tienen ni más ni menos que la mercancía de la propia idea de mercancía, cual es la de descubrir los artificios de timadores profesionales, sin sacar las consecuencias formidables que aquí cabrían: ¿Cómo Kagemusha, sin tener el halo trágico de su émulo japonés, pudo ser presidente de un país donde pudo transfigurarse en Balcarce? ¿Y cómo han acertado tan irónicamente con un Director de Biblioteca Nacional Offshore, que conoce tan bien las obras de Shakespeare?
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