El gran juego de Leopoldo Marechal es el título que aglutina por partida doble una exposición y un coloquio internacional organizados por distintas instituciones, para recordar al notable autor de Adán Buenosayres. Arranca hoy en la Casa Nacional del Bicentenario.
El gran hacedor vuelve a la escena de la literatura argentina. “Hay símbolos que ríen y símbolos que lloran –se lee en El banquete de Severo Arcángelo–. Hay símbolos que muerden como perros furiosos o patean como redomones, y símbolos que se abren como frutas y destilan leche y miel. Y hay símbolos que aguardan, como bombas de tiempo junto a las cuales pasa uno sin desconfiar, y que revientan de súbito, pero a su hora exacta.” Llegó el momento de homenajear la obra de un escritor excepcional, un experimentador tan infatigable como incomprendido que logró condensar lo universal y lo nacional en sus textos de largo aliento. De esto se trata El gran juego de Leopoldo Marechal, título que aglutina por partida doble una exposición y un coloquio internacional organizados conjuntamente por la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, la Casa Nacional del Bicentenario y la Fundación Leopoldo Marechal, dirigida por María de los Angeles y María Magdalena Marechal. La muestra con fotografías, primeras ediciones de sus libros, el trabajo de ilustradores como Lucas Nine, Daniela Sawicki y Johanna Wilhem y una instalación sonora y audiovisual de María Bagnat se inaugurará hoy a las 20 en la Casa Nacional del Bicentenario (Riobamba 985), y se podrá ver hasta el 2 de agosto.
El coloquio, que comenzará hoy a las 10 y se extenderá hasta el miércoles, contará con la participación de la polaca Ewa Grotowska-Delin, la alemana Claudia Hammerschmidt, el cubano Ernesto Sierra, el canadiense Norman Cheadle –traductor al inglés del Adán Buenosayres– y el español Javier de Navascués, entre otros, además de varios escritores y críticos argentinos como María Rosa Lojo, Jorge Monteleone, Elisa Calabrese, Ana María Zubieta, Enrique Foffani, Rodolfo Edwards y Martín Greco (ver aparte). “El nombre se me ocurrió por una frase muy linda que está en El banquete de Severo Arcángelo, inspirada en la filosofía oriental, que dice que ‘el hacedor construye y destruye los mundos como jugando’. Lo que vamos a ver, en la muestra y en el coloquio, es el gran juego de Marechal como hacedor de mundos”, cuenta María Rosa Lojo, directora académica del coloquio y asesora de la exposición, a Página/12. “El juego está en la médula de su idea de la literatura; es un juego metafísico, trascendente, con una enorme libertad creativa y una combinatoria original de elementos, un riesgo que se toma, una puesta en marcha de reglas propias.”
–La obra de Marechal está siempre corriendo el riesgo de quedar en los bordes del canon de la literatura argentina. ¿Por qué sucede esto con una escritura que fue tan original y vanguardista?
–Arriesgo varios motivos. Uno de ellos es la ruptura que tiene con su propia generación, que es la vanguardia de los años 20, una ruptura por motivos políticos en parte, pero también es una ruptura estética porque cuando surge el Adán Buenosayres como una novela diferente que rompe los moldes establecidos, hay una incapacidad de esa generación para poder leerla. La lectura es tardía y ya no es asumida por su misma generación, salvo excepciones como la de Oliverio Girondo, con el que siempre mantuvo una gran amistad. Marechal ensayó formas poéticas muy distintas entre sí, desde algo tan clásico como Laberinto de amor o El centauro hasta los textos del Heptamerón o El poema de Robot, que son muy extraños. Adán Buenosayres fue recibida por otras generaciones. El primer escritor que se dio cuenta de la magnitud de la obra fue Julio Cortázar, a pesar de las diferencias políticas que tenía porque Cortázar en su juventud era antiperonista. Cortázar ve el hito que significa la novela de Marechal en la literatura argentina. Después Marechal hace una crítica de la vanguardia que lo incluye a él mismo, pero que los vanguardistas no pueden leer tampoco; eso lo explica en Cuaderno de navegación cuando habla de las reacciones desagradables que provocó la novela en sus ex compañeros de generación, que incluso lo llevaron a quitar la dedicatoria de la primera edición de 1948: “a mis camaradas ‘martinfierristas’, vivos y muertos, cada uno de los cuales bien pudo ser un héroe de esta limpia y entusiasmada historia”. Marechal es un escritor metafísico y creyente, lo cual no significa que esté encerrado en una caja de dos por dos con un dogmatismo esclerosado. Pero es un autor que tiene una dimensión espiritual creyente. Y esto provoca prejuicios en lectores intelectuales.
–Marechal no es un escéptico, y los escépticos suelen tener “mejor prensa”, ¿no?
–Sí, es cierto, Marechal no es un escéptico, si bien es un creyente complejo, como lo es toda su literatura. Marechal muestra el misterio del mundo, sus complejidades y oscuridades. Aun así es un escritor afirmativo en su apuesta por la trascendencia espiritual y un sentido de la vida. No es que dé lecciones o catecismo sobre el sentido de la vida; su literatura está lo más lejos posible del catecismo, pero toma la vía polivalente y contradictoria de los símbolos, que en su obra tiene un desarrollo maravilloso y que se va haciendo cada vez más denso a medida que él avanza como escritor y que produce su trilogía novelística.
–Más allá de que publicó novelas, cuentos, teatro, poesía, ensayos, ¿Marechal escribía como si fuera un gran dramaturgo con un aliento lírico?
–Sí, Marechal piensa en un gran teatro del mundo, un mundo que tiene su modelo microcósmico en Buenos Aires, donde está todo: el cielo y el infierno. En Megafón, o la guerra los personajes del infierno los ves en la calle. La obra de Marechal es muy teatral y tiene una gran intensidad lírica.
–¿Esa teatralidad le viene de su interés por los griegos?
–Marechal fue profesor de literatura y era un gran lector de los clásicos; él veía en el mundo grecorromano y judeocristiano las bases fundacionales del nuestro. Recurre siempre a las fuentes clásicas, pero esas fuentes están transfiguradas, transformadas, imbricadas en la realidad argentina. Eso lo logra de una manera magistral. No se notan las costuras y consigue mostrar la vigencia universal de los mitos griegos en nuestro escenario. Y también de otras tradiciones; la alquimia es otra de las columnas vertebrales simbólicas de su imaginario poético y narrativo.
–¿Cuál es el legado literario de Marechal?
–Una de las síntesis más logradas es la de lo universal y lo nacional. Los motivos literarios y los mitos más prestigiosos de las grandes tradiciones se nos acercan desde una perspectiva original. Con renovada eficacia, iluminan el mundo inmediato, atraviesan historias que ocurren en nuestros espacios habituales y se hablan en el idioma de los argentinos. Esto fue una novedad en el momento en que Marechal lo hace. Dentro de su generación fue uno de los poetas más audaces que logró materializar en una obra como Adán Buenosayres las apuestas más extremas de la vanguardia; una novela tan heterogénea que combina tantas cosas y recoge tantas lenguas diferentes. El presenta a la Argentina, tanto en el plano de lo discursivo, de la construcción de imágenes como del desarrollo novelesco, como la nación vanguardista por antonomasia, donde están coincidiendo elementos dispares que llegan desde los cinco puntos del planeta. Es como una gran torta alquímica donde todo eso se va a transformar en algo original, diferente y único, que es nuestro país.
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