John Maynard Keynes (1883/1946) |
Cosas. No falta quien dice que veníamos bien y sucedieron cosas. Como el que se tira del techo y todavía no se estrelló contra el piso. El pequeño detalle es que sucedieron cosas que ya venían sucediendo. Y que habían sucedido otras veces antes. Cada vez que se tomaron las decisiones que hicieron que esas cosas sucedieran. Esas cosas que sucedieron eran, por lo tanto, previsibles. Pero no se previeron; y se tomaron, casi calcadas, las mismas medidas que otras veces habían provocado estas consecuencias. O se previeron porque ya se sabía, pero eran las cosas que se quería que pasen. ¿Será que efectivamente cambiamos futuro por pasado?
Siempre pasan cosas. Muchas cosas. Y más en nuestros días. Tantas, que toda crónica envejece al rato. Cualquier intento termina siendo apenas una pincelada sobre un tren en marcha que pasa y no termina de pasar nunca. Están pasando demasiadas cosas raras para que todo pueda seguir tan normal, diría el García que siempre viene al caso.
Por ejemplo, un día muy lejano, allá por agosto de 2018. Uno de los periodistas más importantes del diario más influyente del país relataba en una nota parte de la reunión secreta entre enviados del gobierno nacional y banqueros internacionales en Manhattan, EE.UU. Allí, frente a la desconfianza y los cuestionamientos de esos “lobos de Wall Street”, un funcionario de primerísima línea habría manifestado en defensa del programa económico llevado adelante por la gestión de la que forma parte: “Hay mejoras en el frente fiscal que no se pueden anunciar porque nos perjudicaría en lo político, como por ejemplo la caída del salario real”.
Caramba. Suena raro. Una caída percibida como mejora. Ya decía don Ramón de Campoamor que «En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira. »
¿Caída del salario real? ¿Será bueno eso? Dependerá del cristal con que se mire. O del cristal de quién se mire. Para el cristal del asalariado pareciera que no es muy buena noticia. La letanía repite por todos los medios y todas las redes que estamos haciendo lo que hay que hacer (para conseguir estos resultados), ahora que vamos por el único camino que hay (y nos llevó a subirnos alegremente al Titanic) con el mejor piloto de tormentas y un equipo que no es perfecto porque la perfección no existe pero que tiene buenas intenciones.
A juzgar por lo que el periodista calificó como “sincericidio”, un prejuicioso -o ese trosko que se asoma para decirnos que se trata de un gobierno patronal o ese otro de gorrita que pasa en bicicleta y grita “...la tormenta sos vos, gato!”- podría afirmar que, lejos de ser un efecto colateral indeseado, la caída del salario real es uno de los objetivos centrales del gobierno, si consideramos la seguidilla de medidas que se tomaron para llegar a este estado de cosas. O que no se trata meramente de un gobierno que gobierna para los ricos sino también en contra de los pobres, si atendemos el balance de beneficiarios y perjudicados de un modelo económico que privatiza las ganancias y socializa las pérdidas. Pero no. Buenas intenciones. Es hermoso lo que estamos logrando juntos. Sincericidio. Técnicamente no es delito. Digamos todo. ¿Qué podría salir mal?
Este Comentarista de la Realidad hubiera esperado que se encendieran todas las luces de alarma. Pero no. Total normalidad, como titulara el gran diario en los umbrales de aquella normalidad económica de la que es subsidiaria -hasta el plagio- la actual normalidad que padecemos. La normalidad de la miseria planificada.
Antecedentes. Es allí -precisamente allí- cual si fuera El Solicitante Descolocado del gran Leónidas Lamborghini cuando: “Me detengo un momento / por averiguación de antecedentes / trato de solucionar importantísimos / problemas de estado”. O más bien, desempolvar alguna herramienta del remanido pensamiento crítico, pero no en el sentido argentino de buscar sólo y exclusivamente lo que está mal, sino en tren de fidelidad a la etimología que lo vincula con verbos como discernir, separar, decidir, juzgar, discriminar, distinguir. O algo así.
-¿Salario real? ¿Acaso hay un salario imaginario? ¿Imaginario como el peronismo del Comentarista de la Realidad? -se asoma Perogrullo en un intento de arrastrarnos nuevamente al amable terreno de la literatura mala. Un terreno que termina siendo preferible a una actualidad tan regresiva que vuelve actuales a economistas muertos hace tiempo.
Juan Escobar |
-“Las ideas de los economistas -interrumpe Keynes para citarse a sí mismo y un poco también para mandarse la parte- y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad el mundo está gobernado por poco más que esto. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto”.
Se impone la necesidad de una ronda de reconocimiento, inducir a la práctica -tan en boga- de la declaración indagatoria. Si es por economistas difuntos, llamemos entonces a comparecer al difunto en cuyo nombre más tropelías se han cometido. El eterno Adam (nada que ver con L'Éternel Adam de Julio Verne, salvo por el hecho de que hay que leerlos a los dos). El profeta Adam Smith.
-“En este sentido vulgar, puede decirse que el trabajo tiene como las mercancías un precio real y un precio nominal. Su precio real consiste en la cantidad de cosas necesarias y cómodas para la vida que se dan a cambio de él; su precio nominal, en la cantidad de dinero. -Hace una pausa para respirar.- El trabajador es rico o pobre, es remunerado bien o mal, no en proporción al precio nominal de su trabajo sino al precio real”.
No hace más que repetir lo que había dicho en su libro La riqueza de las Naciones. Sagradas Escrituras fundacionales de ese credo no exento de fanáticos, que adora a un Mercado de mano infalible pero que no se ve. Porque suele estar en tu bolsillo.
-Dejen tranquilo al abuelo- intercede Henry Hazlitt, precursor entusiasta en la difusión del Neoliberalismo, para aportar esclarecimiento insospechado de distribucionista. De paso, aprovecha para patear la pelota a la tribuna, acusando a Keynes, que compite históricamente con Perón en eso de tener la culpa de todo, hasta del clima.
-“¿Por qué se preocupa tanto Keynes de hacer esta distinción acerca de la actitud del trabajo frente a los tipos de salario nominales y a los tipos de salario reales, respectivamente? La palabra colectiva trabajo implica que no necesitamos pensar en términos de lo que los trabajadores individuales desearían o harían, sino solamente en términos de lo que los monopolistas sindicales desean o hacen. Se preocupa porque más adelante estará ansioso por probar que mientras es imposible persuadir a los sindicatos para que acepten una reducción de los tipos de salario nominales, será fácil engañarlos para que acepten una reducción de los tipos de salario reales por el simple proceso de la inflación monetaria -erosión del poder de compra de la unidad monetaria”.
Ya lo había dicho en The Failure of the New Economics, su minuciosa crítica de la Teoría General de Keynes. Pero hay gente a la que le gusta repetirse.
Queda picando aquello que Hazlitt dice que pensaba Keynes. Que a los sindicatos se los pueden engañar para que acepten la reducción del salario real a través de la inflación. Lo que hay que hacer. Engañar. Inflación. Erosión del poder de compra.
Salario real. En eso se convierte al final del día el salario nominal, que es lo que el trabajador gana, cobra, percibe. La que tiene. El salario real viene a ser el poder de compra del salario nominal. La que gasta. El rendimiento de lo que obtiene en el mercado laboral llevado al mercado de consumo. De allí que la vieja definición del salario real surge de la vinculación del salario nominal con el nivel general de precios.
-Si los precios suben por la inflación y el salario no, disminuye el salario real -comenta Perogrullo. -Es decir que le alcanza para comprar menos cosas. Y si este es el único camino, en lo sucesivo, es de esperar que le alcance para comprar cada vez menos.
Una caída cada vez más acentuada. Casi podría decirse, una caída libre. Para no desentonar con la sacrosanta libertad de los Mercados.
El protagonista ausente. “Cantidad de cosas necesarias y cómodas para la vida”, había dicho Adam Smith. Aunque no lo nombren como tal, sería previsible que El Consumidor, tan ineludible como involuntario y mudo sujeto del presente, despertara de la siesta y se le ocurriera darse por aludido. Que en definitiva no estamos haciendo otra cosa que hablar del Consumidor desde el comienzo. Porque si el salario nominal es lo que cobra el trabajador, el salario real es lo que gasta el consumidor.
-Ahora entiendo por qué dicen que el consumidor es el rey del mercado. Porque se gasta el Salario Real- reincide Perogrullo para dejarnos el mal chiste.
En tiempos de Adam Smith no se hablaba del consumidor sencillamente porque no existía. No era otra cosa que el trabajador cuando consumía su salario. Y para comprar lo que necesitaba no era necesario el consumidor. El consumidor pasó a ser necesario -para quienes tuvieran algo que vender-, cuando el volumen de la producción hizo imprescindible que la compra fuera una actividad continua e incesante. El “consumidor” nació para comprar, no solamente lo que necesita, sino especial y particularmente: lo que no necesita comprar, pero el vendedor necesita vender.
Le dicen Consumidor, y es el gran protagonista -ausente- de estos días. Sujeto social de pacotilla que no tiene épica ni mártires. No es que no tenga historia, pero no le importa. No la conoce. Si le preguntan por su historia: no sabe, no contesta.
Como sujeto social, no tiene la dimensión histórica del Burgués, -sea comerciante o empresario- que parió la Modernidad. O del Trabajador, que supo hacer de la reducción a la servidumbre -en el borde de la esclavitud al que lo confinaban las relaciones productivas-. un lugar de emancipación y dignidad, a fuerza de luchas y organización para la defensa de sus intereses individuales y colectivos.
El consumidor, en cambio, es un invento. Un producto más del Mercado que apareció de un día para otro en nuestras vidas como si fuera una novedad. Pero no cualquier producto. El Consumidor, esa identidad imaginaria que de la nada se descolgó con que tenía derechos. Y que por lo tanto, para más de un desprevenido, podía ser equiparable al Ciudadano. E incluso podría sustituirlo. Si no fuera porque los derechos del consumidor nunca se cumplieron del todo.
O precisamente por eso. Porque el consumidor no fue diseñado para saber qué hacer con esos derechos. Y entonces casi siempre hizo poco y nada. Dedica demasiado de su tiempo a pagar y pagar, que el consumidor no sabe vivir sin pagar. Situación derivada de un comportamiento del consumidor que viene siendo estudiado profusa e intensamente hace como cien años. Con el objeto declarado de lograr que compre y compre. Y no deje de comprar.
El Consumidor, esa nueva mentalidad que el neoliberalismo se encargó de difundir. Una nueva identidad social a medida de las necesidades del Mercado. Frente a la identidad siempre conflictiva del trabajador que lucha por sus derechos y se realiza en la defensa de sus intereses, la nueva identidad del consumidor es la de un ciudadano del placer, de la satisfacción, de esa utopía que vende por todos los medios la publicidad.
Desde que toma decisiones influido en forma determinante por la propaganda, si hay algo que caracteriza al consumidor es justamente la heteronomía, ya que esto lo convierte desde el vamos en carne de manipulación. La mentalidad del consumidor es la de un creyente del dios Mercado. Es el idiota que todos -en alguna medida- llevamos dentro. Idiota: palabra que según Wikipedia “empezó usándose para un ciudadano privado y egoísta que no se ocupaba de los asuntos públicos”. La cosa se complica en la justa medida en que lo dejamos manejar nuestra billetera.
Pero el problema no termina ahí. Y es que no solamente lo dejamos que maneje nuestra billetera, sino que además delegamos en el consumidor la responsabilidad del Ciudadano y lo dejamos que vote por nosotros. Así, después de evaluar la “oferta política”, termina comprando un presidente como si eligiera un detergente. Por lo que le dice la publicidad.
Después sucede como en la vida misma con las otras cosas que compramos, donde no es infrecuente que el producto termine siendo completamente distinto a lo que prometía la propaganda. Es que en las campañas electorales quizá debiera aclararse que ya no sólo la imagen humana, sino las ideas, los planes y la realidad misma han sido modificados digitalmente. Lo que antes de la "posverdad" se conocía con el nombre de mentira.
Llevamos años viendo el desempeño de una defensa del consumidor , que de mucho no ha servido. Será que al consumidor no hay que defenderlo como ese idiota que es, hay que avivarlo un poco. ¿Un imposible? En una de esas, el Ciudadano de hoy está llamado a rescatar al Consumidor que lleva dentro y encauzarlo en el sentido que al Trabajador lo llevó a convertirse en sujeto histórico. Es decir, hacia una organización colectiva de los individuos para la defensa de sus intereses comunes.
Pero ya volveremos sobre el asunto, que el juicio político al Consumidor, Rey del Mercado que reina pero no gobierna, siga postergado y quede pendiente por el momento. Que viene bastante golpeado últimamente.
(...)
-¿Y el peronismo?- pregunta Perogrullo, insatisfecho.
-¿Qué, cuál, cómo peronismo?
-No sé, cualquier peronismo. Qué sé yo, algún peronismo. Aunque sea el Peronismo Imaginario del Comentarista de la Realidad. Nunca tan ausente el peronismo como en todo esto que se estuvo diciendo.
-Si es por la imaginación, ese espacio donde residen los límites, posiblemente la actualización necesaria del peronismo consista en pasar de la defensa del salario nominal a la defensa del salario real. Quizás de eso se trate un peronismo potencial que afronte los desafíos que presenta la organización de la comunidad en el siglo 21.
-¿Pasar de un sindicalismo de los trabajadores a un sindicalismo de los consumidores?
-Posiblemente. Pero eso es arena de otro costado, como decía un amigo mío. Queda dicho. “Ya volveremos sobre el asunto.”
-Esperemos que no sea una de las tantas promesas incumplidas a las que nos tienen acostumbrados estos tiempos que (nos) corren.
-Esperemos y esperemos. Hasta entonces.
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