miércoles, 16 de mayo de 2018

PERONISMO UTÓPICO, Por Juan Escobar


A primera vista puede parecer contradictorio hablar de un peronismo utópico. Viéndolo siempre tan práctico, tan gauchito, tan predispuesto a la acción; siempre listo para arremangarse, poner manos a la obra y hacer lo que hay que hacer. Tan apegado a lo realmente existente y atento a las relaciones de poder que de allí emergen. La única verdad es la realidad. Dónde hay que firmar?


Utopía, ese lugar no existe. Sin embargo sí existe un peronismo utópico, y no está escondido en un sarcófago o entre los libros de la biblioteca de Babel. Ese peronismo utópico no es otro que el peronismo de Perón, aunque no necesariamente sea el único peronismo utópico. Porque cada peronista que se precie, tiene su propio peronismo imaginario, su peronismo como cada uno lo quiere ver. Ese peronismo imaginario que le permite seguir siendo peronista, trascendiendo las recurrentes decepciones que nos depara el peronismo realmente existente. 


Sin más vueltas, allí está entre líneas para el que lo quiera ver, en La comunidad organizada, el texto leído parcialmente en la jornada inaugural del Congreso de Filosofía de 1949. Es decir, ante un público compuesto por filósofos, profesores de filosofía y estudiantes de filosofía. De allí que se considere universalmente al texto como un discurso filosófico. Lo que ha generado más de un malentendido. Porque a partir de allí se lo ha leído precisamente así, como un texto meramente filosófico. Aunque ese meramente provenga en realidad de una interpretación política. O mejor, de una interpretación hecha desde la política. Desde ese realismo político de la realpolitik que mira con desprecio todo aquello que no le sirva para conseguir alguna ventaja en la coyuntura, un mejor posicionamiento en las listas, un efímero momento de gloria -o al menos de exposición- en la opinión pública.

Es llamativo todo lo que se puede escribir sobre aquello que no existe. Allí está la literatura de ficción, en apariencia infinita, para dar cuenta de eso. La imaginación y la interpretación hicieron prácticamente todo el trabajo.

Perón. Pocas personas hicieron tanto esfuerzo en la política para explicar y hacer comprensible su pensamiento y sin embargo dieron lugar a tantos malentendidos. En este sentido, también, la imaginación y las interpretaciones hicieron prácticamente todo el trabajo. Sumado a esto una sistemática obcecación en no entender, en desconocer y en malversar ese pensamiento tratando de adecuarlo a los propios pensamientos y fundamentalmente a la conveniencia, más de una vez meramente coyuntural y efímera, de cada intérprete.

Esta vorágine de interpretaciones, tanto convergentes como contradictorias en relación al peronismo, dio lugar incluso a que se lo caracterizara como un significante vacío, donde cada uno puede ver exclusivamente lo que quiere ver. Pero esto no necesariamente es una responsabilidad que puede achacarse a Perón o a su pensamiento o a su acción política, que han pasado por distintas etapas y variaciones a lo largo del tiempo. Porque si bien el peronismo puede ser muchas cosas, también es cierto que esto no necesariamente quiere decir que puede ser cualquier cosa.

Para este comentarista se trata de avanzar en la tarea siempre inacabada de comprender al peronismo para deducir cuál es el camino correcto a seguir en cada momento. Correcto en el sentido peronista, claro está. Para avanzar en esa dirección, resulta imprescindible distinguir entre lo esencial y lo accesorio. Lo permanente de lo circunstancial, tanto del pensamiento como de la acción política de Perón.

Distinguir lo esencial, esto es, aquellas constantes que permanecen a pesar de los devenires y los cambios. Lo esencial, es decir, lo que Perón llamaba los grandes principios. “Las doctrinas no son eternas sino en sus grandes principios, pero es necesario ir adaptándola a los tiempos, al progreso y a las necesidades” continúa repitiéndonos desde las páginas de su libro Conducción política. Esos grandes principios con los que el peronista no puede entrar en contradicción si se quiere seguir pensando como peronista.

¿Cuáles son esos grandes principios? Para el adoctrinado es sencilla una respuesta rápida: la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación. Grandes objetivos que se traducen en sus tres banderas que nos inducen a trabajar para una Argentina “socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”. En ese orden de prioridades y en orden inverso de viabilidad.

Asumiendo la Justicia social al tope de las prioridades, pero para que sea posible, antes es necesario que el país sea económicamente libre. Pero para que sea económicamente libre, es necesario previamente que la Patria sea políticamente soberana. Las noticias de hoy (cualquiera sea el día que se lean estas palabra) parecen hechas para confirmarlo: cuando se resigna la soberanía política, la libertad económica del país se evapora y la justicia social se convierte en una quimera sin condiciones de posibilidad.

Peronismos imaginarios, decíamos. Y nos arriesgamos a pensar que los peronismos imaginarios son los únicos verdaderamente existentes. Aquellos que nos impulsan individual y colectivamente al pensamiento y la acción política. Como peronistas, pero también como no-peronistas y aún como antiperonistas. Porque, insistimos y la realidad es cómplice, el peronismo no deja de ser una referencia obligada en el imaginario colectivo de la política argentina. De allí la pertinencia de estas reflexiones recurrentes sobre lo mismo de siempre.

Pero dejémonos de rodeos, que en un originario del conurbano bonaerense como el que suscribe, puede confundirse fácilmente con la sospechosa actividad del merodeo.

Lo que se intenta decir desde el comienzo es esto: hay un peronismo utópico en particular que nos interesa. El de Perón, ese peronismo imaginario del autor. Ese que nunca se materializó del todo. Porque se trataba nada menos de hacerlo en Argentina. Con argentinos. Que posiblemente no se trate del colectivo social más indicado para protagonizar un proyecto verdaderamente civilizatorio. En un lugar donde históricamente la peor barbarie se llevó a cabo en nombre de la "civilización".

Un peronismo utópico que está plasmado en ese texto: La comunidad organizada. Y cuya versión definitiva, casi un manual del usuario, es el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Su último intento de los infinitos intentos de hacerse entender. Casi podría decirse que al final de su vida, se trataba de La utopía de un hombre cansado, citando el título de un cuento no muy conocido de Jorge Luis Borges que forma parte de El libro de arena uno de los libros preferidos por el propio autor. Un fragmento (o más de uno) de este cuento viene al caso (para no decir “a cuento”): “En el ayer que me tocó, la gente era ingenua; creía que una mercadería era buena porque así lo afirmaba y lo repetía su propio fabricante.” A eso vamos.

Hay evidencia suficiente para imaginar que la comunidad organizada de Perón, no era una comunidad de individuos. O mejor dicho, no meramente de individuos. Cuando Perón habla de comunidad no está hablando de una pequeña aldea menonita aislada en el tiempo y el espacio. En principio es una comunidad nacional, refiere al conjunto humano que habita el territorio del país.

No es el proyecto de una sociedad homogénea. Porque nunca se trató de una visión normalizadora, de esas que se proponen aplanar las diferencias individuales. Muy por el contrario, su punto de partida es justamente el reconocimiento de esas diferencias personales, sectoriales, culturales, de género, o lo que sea, en toda su diversidad. Y a partir de esa diversidad de intereses encontrar una manera ordenada para que de su interacción se avance en el sentido del bien común. Que no es otra cosa que el bien de la comunidad, del conjunto social. Pero esos intereses comunes de individuos muchas veces dispersos deben confluir para poder expresarse en el diálogo social y hacer efectiva la defensa de esos intereses.

Para Perón el camino a seguir era claro, casi evidente. El camino de la organización. Los individuos dispersos debían confluir en una organización que defendiera sus intereses comunes, sectoriales. Y a partir de la organización de los distintos sectores, dirimir las diferencias naturales a través de la negociación colectiva, con el Estado oficiando de árbitro. Porque la Comunidad Organizada de Perón puede entenderse como una comunidad de organizaciones. Pero asimismo como un espacio donde la negociación colectiva es la herramienta para regular y armonizar la convivencia social.

Esa dispersión de los individuos de la que hablamos era una de las características del interés sectorial de los trabajadores. Pero no porque no quisieran organizarse. Sino porque un Estado patronal había puesto el monopolio de la violencia como garantía para el ejercicio abusivo de la posición dominante en las relaciones laborales por parte de los empresarios.

Perón hizo algo tan elemental como permitir que esa necesidad organizativa de los trabajadores pudiera expresarse, constituirse, desplegarse, consolidarse. En los hechos, el Estado les reconocía a los trabajadores -no sólo en los hechos sino también a través de la legislación-, algo tan básico como su carácter de ciudadanos. Con derecho a tener derechos. Y más, generaba un cambio estructural en los mercados de trabajo, donde la organización sindical se constituyó como un poder compensador que condicionó el abuso de posición dominante del sector empresario.

Dicho así parece simple. En los hechos significó una mutación genética irreversible. Al menos hasta ahora. Y la reacción de los intereses que veían mermada la discrecionalidad de su poder, no se hizo esperar. Con un resentimiento y un odio del que en estos días casi no hace falta describir.

Y eso que se trataba apenas del comienzo. Muchas épocas pasaron, muchas cosas cambiaron en el mundo, pero seguimos entrampados en las mismas contradicciones de entonces. El devenir argentino parece volver cada vez más utópico aquel peronismo imaginado por Perón. Pero a su vez, aunque suene nuevamente paradójico, los resultados de los sucesivos intentos en el sentido contrario parecen volverlo más actual en lo que puede aportar como solución a los problemas argentinos. Llegar a constituirnos en una comunidad organizada se presenta como una necesidad particularmente en cada una de las oportunidades en que nos asalta la sensación de que todo puede volar por los aires en cualquier momento.

Los motivos de la incomprensión quedarán para la próxima, porque son los fideos con crema los que ahora ponen un límite a los devaneos de este peronismo dominguero.


1 comentario:

  1. Muy buen texto: Frecuentemente se habla de la muerte del peronismo, y oigo a muchos compañeros añorar su desaparición para empezar algo nuevo, anclado generalmente en las interpretaciones clásicas de la izquierda y derecha. Bastante dijiste en la anterior nota, pero es que yo pienso también que la cosa es volver al ideario peronista, su anclado gobierno del 45 al 55 y el 73,74 que concluye en el Modelo Argentino. Pero también todo lo que Perón pensó y no pudo hacer o no alcanzó a pensar porque su propia época se lo impedía, y son necesidades irrefrenables de ésta, en cuanto sea ampliación de derechos o ejercicios naturales de los derechos sociales y humanos en general. Pero manteniendo lo perenne del pensamiento peronista, lo sustancial, las esencias aristotélico-tomista, que continúan en Hegel pero incluyendo el cambiante devenir de la historia. Se que es atrevido pero filosoficamente creo el peronismo tiene mucho de Aristóteles-Santo Tomás-Hegel-Marx. Una mezcla de todos ellos están en La comunidad organizada, donde la mano de Tomás Casares se nota. Hoy volver a esos filosfos resultan tan interesante como volver a Perón. Aunque volver a Perón resulta imprescindible por la desolación de la hora. Vayas tus textos y discusiones para ponernos al día. Hegel tiene una frase famosa en la gran lógica, que siempre repito: "Avanzar es retroceder al principio".

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