¿Patria Grande o factoría financiera[i]?
El alejamiento de la UNASUR, anunciado por Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Chile y Paraguay es un capítulo más del proceso reaccionario que padece nuestra región. La excusa es insensata. Acusaron falta de liderazgo de parte del presidente pro tempore, el primer mandatario de Bolivia Evo Morales, cuando la UNASUR cuenta con un procedimiento de toma de decisiones por consenso entre sus integrantes. Más bien lo que les molesta es la posición declaradamente antiimperialista del líder boliviano y la propia existencia del organismo, lo cual es un estorbo para sus propósitos de abandono del proceso de unificación regional promovido en el último ciclo político.
La Unión de Naciones Suramericanas fue fundada el 23 de mayo de 2008 con el objetivo de avanzar en la soberanía de la región en materia política y de defensa, a la vez que se declaraba a Sudamérica una zona de paz, libre de guerras y bases extranjeras con la excepción de Colombia. La UNASUR fue el instrumento de constitución de una voluntad común regional, para asistir a Bolivia cuando sufrió el intento de secesión por parte de los sectores de la Medialuna, a Ecuador cuando ayudó a frustrar el golpe policíaco contra Rafael Correa, medió entre Venezuela y Colombia en 2010 y, antes –en la reunión del Tratado de Río de Janeiro- entre Ecuador y Colombia. Y también el importante antecedente de haber denunciado fuertemente los golpes en Honduras, contra Manuel Zelaya, y Paraguay, contra Fernando Lugo. Su abandono tiene el significado de una expresa renuncia a los objetivos mencionados, a la soberanía nacional y a la constitución de una confederación de países sudamericanos, en un gesto de obsecuencia mendicante de los gobiernos de turno hacia el poder imperial de los Estados Unidos.
La unidad sudamericana tuvo el rol de sostener el despliegue de políticas de autonomía de los países, con la relativa, pero importante e inédita, autonomía del sistema financiero internacional, el perfil productivo con tendencia industrialista del desarrollo de sus economías, con preeminencia del mercado interno y la redistribución social de la riqueza generada, así como la defensa de las instituciones democráticas. Podemos contar, entre varios hechos destacados de ese ejercicio concreto de la autonomía económica, el pago en forma coordinada de la deuda total al FMI por parte de Kirchner y Lula, el crecimiento del comercio intrarregional y la proyección no concretada de una estructura financiera propia, a través del Banco del Sur, que le permitiera a la región responder a los problemas estructurales de fuga de capitales, la debilidad externa, necesidad de financiamiento para proyectos de infraestructura como los de transporte.
El vaciamiento de los organismos regionales se viene practicando junto con una serie de actos igual de humillantes y contrarios al interés regional. La hostilidad hacia Venezuela manifestada en la aplicación de la cláusula democrática para su exclusión del MERCOSUR, quebrando el principio de adopción de decisiones por unanimidad, lo que es un retroceso incluso a tiempos anteriores al acuerdo entre Alfonsín y Sarney. En peor situación se encuentra la casi inexistente CELAC, desde donde se había consolidado el reclamo regional sobre las Islas Malvinas y el Atlántico Sur, y cuya finalidad era, justamente, sustituir a la OEA, respecto de la cual Fidel Castro se preguntaba si tenía “derecho a existir” por su posición proimperialista[ii]. La CELAC venía cumpliendo la tarea de desplegar su autonomía geopolítica, a partir de acercar en bloque a la región a los BRICS.
Ahora, estamos ante una nueva ofensiva del imperialismo financiero en la región -grandes bancos, fondos de inversión, grupos económicos y su operador predilecto, el FMI-, por medio de los regímenes oligárquicos que funcionan como correa de transmisión de la crisis financiera internacional, del centro a la periferia. Esa alianza entre las oligarquías terratenientes, bancarias, mineras y petroleras, y el poder financiero occidental con centro en los Estados Unidos, despliega su proyecto de recolonización continental, después de más de una década de ciclo nacional democrático, mediante un proceso veloz de demolición de la Patria Grande y de imposición de políticas económica procíclicas, en el lugar de las anticíclicas que, en líneas generales, se ensayaban.
Sirve para ilustrar la opinión del FMI, difundida en recientemente en un documento, en el que expresó sobre Latinoamérica que “los niveles de apertura comercial son bajos si se los compara con los de otras regiones, y el problema es más pronunciado en Argentina y Brasil” y alertó, de paso para diluir dudas, sobre el riesgo del populismo para la ejecución de reformas muy necesarias”[iii].
En esa dirección contraria al interés de los pueblos latinoamericanos, las oligarquías locales confluyen en una voluntad común regional para la subordinación general, que se expresa, en la medida y fuerza de sus avances políticos, en agrupamientos propios. La Alianza del Pacífico, con su objetivo de recrear acuerdos regionales de libre comercio, tras el fracaso del TTP por decisión de política interna proteccionista del propio mercado industrial de los EEUU por parte de Donald Trump, y la insistencia del acuerdo de libre comercio entre Mercosur y la Unión Europea. Y el más reciente invento del Grupo de Lima, con el fin de atacar políticamente a Venezuela, con su postura de no reconocer un futuro y eventual triunfo electoral de Nicolás Maduro, lo que constituye una injustificada injerencia externa y anuncia una nueva ofensiva golpista. El fracaso de la última Cumbre de las Américas en Lima, con el desplante de Trump, la prohibición del acceso a la delegación venezolana –cuyo país, junto al golpismo y la agresión externa, sufre una guerra económica-, tuvo como temas principales los preferidos de Washington para la región: gobernabilidad y corrupción. Dos temas propios de una nueva agenda injerencista.
Claro que destacan las excepciones dignas de Bolivia, Venezuela y Nicaragua -que vive jornadas de drama, alta tensión y cuyo desenlace es incierto-, y por supuesto, la nota extraordinaria de Cuba. Este último con la significativa renovación de su máxima autoridad, mediante procedimientos democráticos, mientras los dos primeros sufren, de diferente manera, de la presión imperialista para hacerlos recorrer el camino transitado por Honduras y Paraguay. Ni qué decir de Ecuador, en donde se ha anunciado un giro hacia el poder financiero, dejando atrás la revolución ciudadana. Solo Evo Morales resiste, con base en la fortaleza de una alianza social y una visión antiimperialista que le permite caracterizar el juego perjudicial de intereses de los diferentes actores regionales.
La crisis económica de Argentina, que la empuja hacia la debacle social, se despliega en el contexto de esta regresión generalizada en el continente. Los casos de México y de Grecia deberían de servirnos como testimonio del futuro inmediato. Con una mezcla de revanchismo, odio de clase, oportunismo y vocación tradicional de servidumbre, los regímenes oligárquicos gobernantes nos conducen a la deriva y a la intemperie, en medio de una tormenta geopolítica donde, por otro lado, el imperialismo occidental choca, económica y militarmente, con las potencias emergentes, China y Rusia.
Sirve para ilustrar la opinión del FMI, difundida en recientemente en un documento, en el que expresó sobre Latinoamérica que “los niveles de apertura comercial son bajos si se los compara con los de otras regiones, y el problema es más pronunciado en Argentina y Brasil” y alertó, de paso para diluir dudas, sobre el riesgo del populismo para la ejecución de reformas muy necesarias”[iii].
En esa dirección contraria al interés de los pueblos latinoamericanos, las oligarquías locales confluyen en una voluntad común regional para la subordinación general, que se expresa, en la medida y fuerza de sus avances políticos, en agrupamientos propios. La Alianza del Pacífico, con su objetivo de recrear acuerdos regionales de libre comercio, tras el fracaso del TTP por decisión de política interna proteccionista del propio mercado industrial de los EEUU por parte de Donald Trump, y la insistencia del acuerdo de libre comercio entre Mercosur y la Unión Europea. Y el más reciente invento del Grupo de Lima, con el fin de atacar políticamente a Venezuela, con su postura de no reconocer un futuro y eventual triunfo electoral de Nicolás Maduro, lo que constituye una injustificada injerencia externa y anuncia una nueva ofensiva golpista. El fracaso de la última Cumbre de las Américas en Lima, con el desplante de Trump, la prohibición del acceso a la delegación venezolana –cuyo país, junto al golpismo y la agresión externa, sufre una guerra económica-, tuvo como temas principales los preferidos de Washington para la región: gobernabilidad y corrupción. Dos temas propios de una nueva agenda injerencista.
Claro que destacan las excepciones dignas de Bolivia, Venezuela y Nicaragua -que vive jornadas de drama, alta tensión y cuyo desenlace es incierto-, y por supuesto, la nota extraordinaria de Cuba. Este último con la significativa renovación de su máxima autoridad, mediante procedimientos democráticos, mientras los dos primeros sufren, de diferente manera, de la presión imperialista para hacerlos recorrer el camino transitado por Honduras y Paraguay. Ni qué decir de Ecuador, en donde se ha anunciado un giro hacia el poder financiero, dejando atrás la revolución ciudadana. Solo Evo Morales resiste, con base en la fortaleza de una alianza social y una visión antiimperialista que le permite caracterizar el juego perjudicial de intereses de los diferentes actores regionales.
La crisis económica de Argentina, que la empuja hacia la debacle social, se despliega en el contexto de esta regresión generalizada en el continente. Los casos de México y de Grecia deberían de servirnos como testimonio del futuro inmediato. Con una mezcla de revanchismo, odio de clase, oportunismo y vocación tradicional de servidumbre, los regímenes oligárquicos gobernantes nos conducen a la deriva y a la intemperie, en medio de una tormenta geopolítica donde, por otro lado, el imperialismo occidental choca, económica y militarmente, con las potencias emergentes, China y Rusia.
Globalización, democracia y crisis.
La globalización financiera impuso en Latinoamérica la hegemonía del capital financiero occidental y un modelo de acumulación basado en la especulación y la caída del ingreso de la clase trabajadora, la crisis del mercado interno y la desindustrialización de nuestros países, y, especialmente, una debilidad externa y una dependencia de los centros financieros por medio de la deuda externa o, como en el caso de Brasil, de la inversión extranjera directa del sector financiero. Esto impacta en los regímenes institucionales, sin que aún se pueda precisar sus contornos definitivos, aunque no serán los mismos que en los años 1980 y 1990.
Este modelo económico fue impuesto por las dictaduras del cono sur en los años 1970, a partir de una estrategia de represión brutal y planificada, por medio del Plan Cóndor y con apoyo de los Estados Unidos. Pionera fue la de Brasil, la más larga dictadura, desde 1964. Todas ellas, quebraron las iniciativas de soberanía y unidad regional de los diferentes movimientos nacionales -hoy, algunos, los denominan populismo- y las expresiones de organización de la clase trabajadora, como el caso del poderoso movimiento obrero en Argentina,
El regreso de los regímenes democráticos en los años 1980 no fue suficiente para revertir el proceso de entrega, y se rindió impotente ante la presión del FMI y el Banco Mundial. El Consenso de Washington imperó hasta la llegada al poder político de una nueva serie de movimientos nacionales. En 1999, llegó Hugo Chávez con su política de unidad regional para aunarse y confrontar, en la medida que las relaciones de fuerza lo permitían, con el poder imperial.
Pero el imperialismo norteamericano y financiero debió haber extraído sus propias conclusiones sobre el ciclo latinoamericanista, lo cual posiblemente impacte sobre la conveniencia de mantener regímenes democráticos. Las reglas de la democracia han sido fuertemente modificadas en sentido regresivo, por medio de la instauración de regímenes oligárquicos, con instituciones representativas fuertemente desprestigiadas con sustento esencial en los poderes económicos concentrados, las multinacionales, y una alianza de los grandes medios de comunicación y de los sectores judiciales. Sus orígenes están en los denominados “golpes blandos”, que son en rigor, quiebres de los órdenes democráticos mediante la utilización artera y desnaturalizada de las propias instituciones, en particular la connivencia espuria de los poderes legislativo y judicial. Se trata de una transformación profunda de las reglas del juego democrático, al menos tal y cómo se las conocía desde los 1980. Esto instala el interrogante acerca del procedimiento viable y eficaz para desplazar a las fuerzas reaccionarias del poder político, así como de la garantía de contar, de aquí en más, con elecciones libres y sin interferencias.
Las elecciones próximas en Venezuela, Colombia y México serán una prueba del rumbo inmediato de la región. A tono, recientemente ha alertado públicamente que EEUU y la OEA, implementan un plan para derrotar a Venezuela, por medio de acciones violentas apoyados por los medios de comunicación y que después de las elecciones intentarán una invasión militar con FFAA de países vecinos[iv]. En definitiva, así como el regreso a la dependencia económica y política de nuestros países es la causa principal de la crisis en la que están sumergidos, la renuncia a formar una voluntad en un bloque común es el camino de la profundización de la crisis regional.
La globalización financiera impuso en Latinoamérica la hegemonía del capital financiero occidental y un modelo de acumulación basado en la especulación y la caída del ingreso de la clase trabajadora, la crisis del mercado interno y la desindustrialización de nuestros países, y, especialmente, una debilidad externa y una dependencia de los centros financieros por medio de la deuda externa o, como en el caso de Brasil, de la inversión extranjera directa del sector financiero. Esto impacta en los regímenes institucionales, sin que aún se pueda precisar sus contornos definitivos, aunque no serán los mismos que en los años 1980 y 1990.
Este modelo económico fue impuesto por las dictaduras del cono sur en los años 1970, a partir de una estrategia de represión brutal y planificada, por medio del Plan Cóndor y con apoyo de los Estados Unidos. Pionera fue la de Brasil, la más larga dictadura, desde 1964. Todas ellas, quebraron las iniciativas de soberanía y unidad regional de los diferentes movimientos nacionales -hoy, algunos, los denominan populismo- y las expresiones de organización de la clase trabajadora, como el caso del poderoso movimiento obrero en Argentina,
El regreso de los regímenes democráticos en los años 1980 no fue suficiente para revertir el proceso de entrega, y se rindió impotente ante la presión del FMI y el Banco Mundial. El Consenso de Washington imperó hasta la llegada al poder político de una nueva serie de movimientos nacionales. En 1999, llegó Hugo Chávez con su política de unidad regional para aunarse y confrontar, en la medida que las relaciones de fuerza lo permitían, con el poder imperial.
Pero el imperialismo norteamericano y financiero debió haber extraído sus propias conclusiones sobre el ciclo latinoamericanista, lo cual posiblemente impacte sobre la conveniencia de mantener regímenes democráticos. Las reglas de la democracia han sido fuertemente modificadas en sentido regresivo, por medio de la instauración de regímenes oligárquicos, con instituciones representativas fuertemente desprestigiadas con sustento esencial en los poderes económicos concentrados, las multinacionales, y una alianza de los grandes medios de comunicación y de los sectores judiciales. Sus orígenes están en los denominados “golpes blandos”, que son en rigor, quiebres de los órdenes democráticos mediante la utilización artera y desnaturalizada de las propias instituciones, en particular la connivencia espuria de los poderes legislativo y judicial. Se trata de una transformación profunda de las reglas del juego democrático, al menos tal y cómo se las conocía desde los 1980. Esto instala el interrogante acerca del procedimiento viable y eficaz para desplazar a las fuerzas reaccionarias del poder político, así como de la garantía de contar, de aquí en más, con elecciones libres y sin interferencias.
Las elecciones próximas en Venezuela, Colombia y México serán una prueba del rumbo inmediato de la región. A tono, recientemente ha alertado públicamente que EEUU y la OEA, implementan un plan para derrotar a Venezuela, por medio de acciones violentas apoyados por los medios de comunicación y que después de las elecciones intentarán una invasión militar con FFAA de países vecinos[iv]. En definitiva, así como el regreso a la dependencia económica y política de nuestros países es la causa principal de la crisis en la que están sumergidos, la renuncia a formar una voluntad en un bloque común es el camino de la profundización de la crisis regional.
¿Se cerró definitivamente el ciclo histórico de los movimientos nacionales y populares en Latinoamérica?
Nuestros países tejen y destejen la historia de la Patria Grande sin lograr alcanzar la realización de la obra completa de un destino nacional común, mientras nos batimos entre un destino de patria grande o la frustración de ser una gris factoría financiera. La autodeterminación de los pueblos sudamericanos y latinoamericanos, se liga fuertemente a la construcción de una entidad comunitaria superadora que los integre en una única voluntad geopolítica y económica en el concierto mundial.
La cuestión nacional en Latinoamérica -cuya realización está pendiente desde las luchas por la emancipación política en el siglo XIX-, entró en retroceso. Los ciclos kirchneristas y del PT en Brasil, encontraron límites que no pudieron superar, pese a todo lo progresivo y defensa del interés nacional sudamericano que tuvieron.
La experiencia histórica concreta muestra incluso un panorama similar en otros tiempos, como la caída del peronismo en nuestro país y el varguismo brasilero -solo para citar los dos países más fuertes de sudamérica-, donde ambos procesos de liberación nacional, latinoamericanistas y de reivindicaciones sociales, se vieron interrumpidos por la ofensiva de las fuerzas reaccionarias locales aliadas al imperialismo. Los movimientos nacionales encontraron, de una manera o de otra, rasgos de agotamiento, principalmente a partir de las dificultades para modificar la estructura social y económica, en la integración regional en áreas estratégicas de la economía, y el debilitamiento de las alianzas sociales policlasistas, a partir de la erosión de la base. En el caso de Brasil, las disidencias razonables del MST y de la CUT derivaron en confrontación contra Dilma Rousseff, mientras que el final se precipitó por un acto de traición del partido aliado principal, en el contexto de un sistema político profundamente corrupto. Y tanto en Argentina como en Brasil, buena parte de los sectores medios se mostraron vacilantes o directamente brindaron su apoyo fervoroso a las propuestas conservadoras, debilitando así la alianza social nacional popular. La prisión política de Lula, además de mostrar la urgencia de los sectores dominantes por despejar cualquier posible regreso nacional democrático, a la vez revela la impotencia del movimiento popular por dar respuesta eficaz.
La esperanza está en mantener vigente en el seno de nuestros pueblos el ideario de la unidad latinoamericana, para desarrollarnos con independencia económica y soberanía política, a partir del cual los movimientos nacionales puedan relanzarse, tanto en lo organizativo como en la búsqueda de programas de país a partir de las enseñanzas que este retroceso generalizado nos arroja. Después de todo, como explicaba Perón en ese documento notable que es La hora de los pueblos: “la historia de los pueblos hasta nuestros días ha sido su lucha contra los imperialismos, pero el destino de éstos ha sido siempre el mismo: sucumbir”. Hay que bregar e insistir para que, pese a la actual crisis provocada por la presión imperialista en la región, vuelva a sonar en nuestra América, la hora antiimperialista de los pueblos, la única capaz de señalar correctamente un rumbo de paz, realización y liberación.
Mayo de 2018.
i) En portugués “feitoría”. La palabra factoría designaba, en la época del imperio portugués, a sitios establecidos en las colonias, generalmente cerca del puerto, donde la metrópoli comerciaba con los lugareños, por medio de una red de mercaderes que proseguían exclusivamente los intereses foráneos. Hubo factorías en la costa africana, con el fin de comerciar esclavos, oro, marfil, y otros productos.
ii) En una nota publicada en www.cubadebate.cu, el 14 de abril de 2009, en ocasión dela V Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago.
iii) https://www.pagina12.com.ar/114213-un-anticipo-de-las-exigencias-que-se-vienen
iv) https://www.elespectador.com/noticias/el-mundo/estados-unidos-y-oea-intentaran-invadir-venezuela-despues-de-elecciones-segun-evo-morales-articulo-755635
Fuente:https://cuestionesdelapatria.blogspot.com.ar/2018/05/patria-grande-o-factoria-financiera.html?spref=fb
Nuestros países tejen y destejen la historia de la Patria Grande sin lograr alcanzar la realización de la obra completa de un destino nacional común, mientras nos batimos entre un destino de patria grande o la frustración de ser una gris factoría financiera. La autodeterminación de los pueblos sudamericanos y latinoamericanos, se liga fuertemente a la construcción de una entidad comunitaria superadora que los integre en una única voluntad geopolítica y económica en el concierto mundial.
La cuestión nacional en Latinoamérica -cuya realización está pendiente desde las luchas por la emancipación política en el siglo XIX-, entró en retroceso. Los ciclos kirchneristas y del PT en Brasil, encontraron límites que no pudieron superar, pese a todo lo progresivo y defensa del interés nacional sudamericano que tuvieron.
La experiencia histórica concreta muestra incluso un panorama similar en otros tiempos, como la caída del peronismo en nuestro país y el varguismo brasilero -solo para citar los dos países más fuertes de sudamérica-, donde ambos procesos de liberación nacional, latinoamericanistas y de reivindicaciones sociales, se vieron interrumpidos por la ofensiva de las fuerzas reaccionarias locales aliadas al imperialismo. Los movimientos nacionales encontraron, de una manera o de otra, rasgos de agotamiento, principalmente a partir de las dificultades para modificar la estructura social y económica, en la integración regional en áreas estratégicas de la economía, y el debilitamiento de las alianzas sociales policlasistas, a partir de la erosión de la base. En el caso de Brasil, las disidencias razonables del MST y de la CUT derivaron en confrontación contra Dilma Rousseff, mientras que el final se precipitó por un acto de traición del partido aliado principal, en el contexto de un sistema político profundamente corrupto. Y tanto en Argentina como en Brasil, buena parte de los sectores medios se mostraron vacilantes o directamente brindaron su apoyo fervoroso a las propuestas conservadoras, debilitando así la alianza social nacional popular. La prisión política de Lula, además de mostrar la urgencia de los sectores dominantes por despejar cualquier posible regreso nacional democrático, a la vez revela la impotencia del movimiento popular por dar respuesta eficaz.
La esperanza está en mantener vigente en el seno de nuestros pueblos el ideario de la unidad latinoamericana, para desarrollarnos con independencia económica y soberanía política, a partir del cual los movimientos nacionales puedan relanzarse, tanto en lo organizativo como en la búsqueda de programas de país a partir de las enseñanzas que este retroceso generalizado nos arroja. Después de todo, como explicaba Perón en ese documento notable que es La hora de los pueblos: “la historia de los pueblos hasta nuestros días ha sido su lucha contra los imperialismos, pero el destino de éstos ha sido siempre el mismo: sucumbir”. Hay que bregar e insistir para que, pese a la actual crisis provocada por la presión imperialista en la región, vuelva a sonar en nuestra América, la hora antiimperialista de los pueblos, la única capaz de señalar correctamente un rumbo de paz, realización y liberación.
Mayo de 2018.
i) En portugués “feitoría”. La palabra factoría designaba, en la época del imperio portugués, a sitios establecidos en las colonias, generalmente cerca del puerto, donde la metrópoli comerciaba con los lugareños, por medio de una red de mercaderes que proseguían exclusivamente los intereses foráneos. Hubo factorías en la costa africana, con el fin de comerciar esclavos, oro, marfil, y otros productos.
ii) En una nota publicada en www.cubadebate.cu, el 14 de abril de 2009, en ocasión dela V Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago.
iii) https://www.pagina12.com.ar/114213-un-anticipo-de-las-exigencias-que-se-vienen
iv) https://www.elespectador.com/noticias/el-mundo/estados-unidos-y-oea-intentaran-invadir-venezuela-despues-de-elecciones-segun-evo-morales-articulo-755635
Fuente:https://cuestionesdelapatria.blogspot.com.ar/2018/05/patria-grande-o-factoria-financiera.html?spref=fb
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