La Palabra y el Discurso.
Jorge Luis Cerletti |
Existen palabras
cargadas de significación e historia. Como ser, comunismo y populismo, ambas relacionadas con el capitalismo. La
primera, como antítesis del orden social.
La segunda, como su rostro humano. Aquélla, como su negación. Ésta, como su adecuación
a las necesidades populares. En nuestro país, su mayor expresión la encarna el peronismo. Pero es importante considerar que la univocidad de lo invocado se diluye al
calor de la diversidad de políticas y discursos que lo nombran. Verbigracia,
una cosa era el comunismo para los seguidores de Stalin y otra para los de
Trotsky. O uno era el peronismo para John William Cooke y otro para López Rega…
Tales ejemplos son
ilustrativos de una determinación-indeterminada, valga el oxímoron. Se apela al
nombre desde diversas interpretaciones e historias que se contradicen a pesar
de la identificación masiva que producen. Diría que en política esa ambigüedad
es característica y demanda determinaciones sobre la
determinación-indeterminada.
Crear y no
repetir.
Actualmente nos
hallamos en un cruce de caminos sin GPS. Por un lado, el comunismo dejó de ser
lo que prometía en sus principios revolucionarios y en sus realizaciones iniciales
y pasó a fundirse con lo mismo que intentó superar. Mientras el populismo, término
también asimilable al socialismo del siglo XXI y al Estado plurinacional de Bolivia,
resurgió con varios gobiernos en Sudamérica pero, al no desmontar las bases del
poder económico-político concentrado, fueron desplazados o quedaron bajo
asedio.
Más allá de ese cuadro
sombrío, surgieron ideas y fenómenos novedosos. El eco socialismo, la lucha de
los pueblos originarios destacándose el zapatismo, las cuestiones de género,
los derechos humanos incriminando a las dictaduras genocidas, la emergencia de
múltiples movimientos sociales,…etc. etc. Y recientemente, a nivel de hechos en
nuestro país, se produjo una sucesión de seis formidables movilizaciones en las que cada una reunió cientos de miles de
personas. Su diversidad incluyó un factor común que fue el eje convocante de
las mismas: la oposición a la política macrista, tan cínica como agresiva
respecto de los intereses populares.
Sin embargo, dentro
de ese amplio y diverso espectro opositor, no se plantean políticas anticapitalistas
como no sean las de la izquierda anacrónica. En consecuencia, la oposición a la
derecha y sus CEOs tropieza con sus propios límites. Y las aperturas hacia la gestación de alternativas a este injusto orden
social aún son muy incipientes.
En general, un
factor sustantivo del afianzamiento capitalista en el mundo consistió en su
vitalidad y creatividad en el campo científico tecnológico. No sólo revolucionó
el aparato productivo y las
comunicaciones en particular, sino que esto incidió en el standard de vida de sectores
medios de la población. Transformación que le dio apoyo social al sistema que, operado
por los grupos de poder y su potencia mediática, fue generando la subjetividad
social dominante. La que se resume en la infravaloración de la solidaridad
sustituida por la “moral” del lucro. Y uno de sus efectos es el crecimiento de
la pobreza y sobre todo, de la exclusión. En suma, o sos un consumidor “feliz”
o “un paria que el destino se empeñó en deshacer”… (Gardel-Le Pera dixit).
Tal fenómeno refleja
una significativa ausencia que insta a la búsqueda de nuevos caminos hacia la
superación del statu quo en el marco de un horizonte emancipatorio. Salir del
círculo vicioso que supone la reiteración de experiencias perimidas o de efímeros paliativos es una verdadera
encrucijada de la época.
Marchar construyendo.
En política, hasta
ahora, construir se asocia inmediatamente al poder, su objeto. Y si se hace un
relevamiento histórico se puede apreciar que las luchas políticas directa o
indirectamente, siempre significaron disputas de poder, o sea, dirimir quiénes
eran los que decidían por el conjunto. Distinto es establecer la justicia de
las causas motivo de los enfrentamientos. En sentido amplio, evaluar las
causas, analizar la diversidad de procesos, su naturaleza e inscripción
temporal, es el objeto principal de la historia. No obstante y a pesar del carácter
científico que se le atribuye, conlleva distintas interpretaciones que en
general responden a los intereses en pugna. Claro está que los hechos y el
análisis documental proveen criterios de verdad. Y lo cierto es que la multiplicidad
y diversidad de fenómenos históricos exhiben una constante común, la subsistencia de la dominación, cualquiera
sea la forma que asuma. Fenómeno que
se asocia a la explotación, aunque no signifiquen lo mismo.
Semejante
característica si fuera visualizada por los oprimidos, generaría un giro
copernicano en la praxis política. Empero,
como las luchas por el poder se desarrollan produciendo situaciones de hecho y
la hegemonía del gran capital es tan aplastante como real, la problemática de
la dominación queda en el nimbo y su enfoque crítico limitado a ámbitos y
grupos minoritarios.
Más allá de los
condicionamientos sociales que gravitan sobre el ser humano, cada vida supone un
abanico de posibilidades y opciones. Surgen entonces las rebeldías contra las
injusticias que toman fuerza en lo colectivo. Y aunque los comportamientos sectoriales
son la regla, en las excepciones que emanan de los cuestionamientos radica la
potencialidad de los cambios.
Lo corriente es
que en cada coyuntura se transite la inercia de lo realmente existente. Y por
la misma razón, las opciones por la construcción de alternativas son
catalogadas de utópicas o idílicas. Ergo, nos hallamos frente a un desafío descalificante.
Es que hasta la fecha la dominación constituye
una condición universal. Luego, oponerse a la misma no sería una necesidad política,
resultaría una “necedad” voluntarista. Sin embargo, pensemos que, durante
milenios, las cadenas que ataban de por vida a los esclavos se naturalizaron en
su mente haciéndola posible.
Prejuicios aparte,
si apreciamos la coyuntura que nos toca vivir e imaginamos sus proyecciones
futuras, se avizoran serias contradicciones cuyos alcances dependen de cómo uno
se sitúe. Lo primero que debemos considerar es el estado actual de la sociedad
en la que vivimos, desde lo local hasta lo global. Y ante ese escenario,
reiteramos el gran divorcio político entre lo inmediato y lo mediato.
Los sucesos
cotidianos motorizan el “día a día” mediático cuya vigencia oscila entre la
saturación y la desaparición de escena. Y son los sectores hegemónicos quienes
prevalecen en el montaje del espectáculo y en sus tiempos de exhibición. En general los programas de opinión, aquiescentes
o críticos, se caracterizan por lo
reiterativo. En tanto que las críticas a
la opresión y las injusticias de los gobiernos de derecha y sus mandantes, al soslayar
la naturaleza del sistema, chocan con límites que tienden a bloquear los avances
de carácter popular.
Tomar conciencia
de los límites estructurales del “populismo”, no significa descartar las luchas
que genera o poner en la misma bolsa a los diferentes actores del ámbito
político. Por ejemplo, el triunfo de Lenin Moreno sobre el banquero Lasso en
Ecuador, no sólo es positivo sino que oxigena, en cierta medida, el giro antineoliberal
que se produjo en Sudamérica en el presente siglo. Asimismo, el gobierno
macrista ha despertado grandes resistencias y como ya mencioné, originó multitudinarias
marchas de rechazo a su política reaccionaria. Acompañar a las mismas no
significa integrarse a la política realmente existente que se desenvuelve dentro
de los parámetros del sistema, sino apoyar la resistencia popular. Es abrir canales
de confluencia a partir de las luchas ante semejantes enemigos y, sobre todo, generar
espacios de interlocución que posibiliten intercambios productivos.
Obviamente, la
militancia desinteresada de numerosos compañeros del campo popular se diferencia
radicalmente de los oportunistas que usufructúan cargos y porciones de poder en
beneficio propio. Luego, debatir ideas en torno a las situaciones y proyectos
políticos, es una necesidad que demanda horadar el blindaje del sectarismo. Y compatibilizar
lo inmediato con construcciones a largo plazo es un desafío insoslayable que exige
la participación de todos aquellos que luchamos por un orden justo, solidario e
igualitario.
Quienes alentamos los
procesos emancipatorios debemos combatir, mínimamente, en dos frentes. El
interno, debido a nuestras condicionamientos existenciales y el externo, enfrentar la agobiante hegemonía del
capitalismo. Y si bien avanzamos en múltiples ensayos micro, todavía navegamos
en el mar de los sargazos. Ignoramos cuánto tiempo se necesitará para la
gestación de nuevas alternativas al capitalismo pero de lo que sí estamos
seguros es que la historia no se agota en este orden injusto. Hoy, las
condiciones materiales posibilitan una vida digna para toda la humanidad. Su consecución
depende de nosotros los humanos, pero como sujetos de cambio.
Para cerrar aquí y
con el propósito de estimular los análisis e intercambios de opiniones, sugiero
el siguiente cuestionario, abierto a revisión y aporte de ideas:
** En esta etapa, ¿cuáles son las características dominantes del
capitalismo mundial?
** ¿Qué alcances tiene actualmente la cuestión nacional y el papel del
Estado?
** ¿Existe hoy la burguesía nacional como factor de poder frente a las
grandes corporaciones internas-externas?
** ¿Cómo influyen el triunfo de Trump en EE.UU. y el Brexit en Inglaterra
en el orden “neoliberal” dominante y cómo juegan en las disputas hegemónicas de
las potencias?
** ¿Qué implica el avance de la derecha en Sudamérica y cuáles son sus
perspectivas?
** La lucha por la defensa de las conquistas sociales y la cobertura de las
necesidades populares, ¿debe asociarse a la construcción de un proyecto
político estratégico que asuma la oposición al orden capitalista?
** La horizontalización y circulación del poder, ¿es viable en espacios
macro? ¿Se puede resolver el problema de la dominación sin producir aquellas
condiciones?
** ¿Cómo superar el aislamiento en las construcciones emancipatorias y
evitar el fenómeno de la cooptación?
Jorge Luis Cerletti
(10 de abril de 2017)
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