La jaula neoliberal
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Al contrario del liberalismo, el neoliberalismo defiende la supremacía del mercado y la reducción del Estado a mero gestor de intereses corporativos privados. La democracia, entendida como participación popular, es un estorbo para el neoliberalismo. Como cierto general brasileño, no soporta “el olor del pueblo”.
Ya en 1975, los autores del Informe Rockefeller, que enunció las bases de la Comisión Trilateral (Estados Unidos, Europa y Japón), se quejaban del “exceso de democracia” y admitían, sin ningún pudor, que solo funcionaría con cierto grado de apatía por parte de la población y desinterés de individuos y grupos.
Max Weber nos había advertido sobre la tiranía del mercado, que instaura en nuestras vidas –desde la subjetividad más íntima hasta la actividad política— la “jaula de hierro” de la que no resulta fácil librarse. El mercado se apropia de todo. Y le transfiere la culpa de sus males a la responsabilidad del Estado.
En la década de 1960, el hambre, la devastación ambiental, la corrupción, el desempleo, etc., se calificaban de (d)efectos del capitalismo. Hoy se atribuyen a la ineptitud del Estado. Él es el gran villano, responsable de todos los malestares sociales y económicos. De ahí el apresuramiento para aprobar la reforma laboral propuesta por Temer, para hacer retroceder los derechos laborales duramente conquistados, anular el papel del Estado como árbitro de las cuestiones sociales y restringir los derechos de los trabajadores a las parcas concesiones patronales formalizadas en acuerdos privados.
El neoliberalismo es la nueva razón del mundo. Promueve el desmontaje de la democratización, en la misma medida en que favorece la formación de monopolios y oligopolios. Desde los bancos hasta los medios de comunicación. La pirámide social y cultural se estrecha cada vez más.
En el neoliberalismo impera la teología de la culpa. En teoría, el Dios Mercado les ofrece a todos iguales oportunidades. Si en la práctica reina una desigualdad brutal, la culpa es de quienes no han sabido evitar el propio fracaso…
Pregúntele a un ciudadano corriente qué es el neoliberalismo. Es probable que no le sepa responder. Pregúntele entonces qué cree de la vida, del país, del mundo. Sin duda expresará esa ideología del éxito individual y de la supremacía de unos sobre otros, que legitima todo tipo de prejuicios y discriminaciones.
Dos áreas en las que el neoliberalismo invierte sin tasa son la educación y la cultura. Los libros didácticos se someten a la lupa censora de lo que hoy se denomina Escuela Sin Partido. La cultura se reduce a mero entretenimiento. Los medios masivos exaltan el mercado y execran al Estado. Si este favorece a la mayoría de la población, es populismo. La finalidad del Estado es facilitar el crecimiento de las grandes empresas y la elevación de los índices de la Bolsa de Valores, engordar a las corporaciones financieras y garantizar la seguridad del juego mercantil ante el descontento y, quizás, la revuelta de los excluidos de sus beneficios (huelgas, manifestaciones, etc.).
El neoliberalismo es una plaga que solo se puede combatir con un antídoto: el neosocialismo o ecosocialismo.
Frei Betto es el autor, entre otros libros, de O que a vida me ensinou (Saraiva).
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Traducción de Esther Perez
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