Horacio González |
Por Horacio González
¿Quién inventa las consignas? Consigna: esta palabra, como toda palabra, tiene múltiples significados. Mandato, entrega, señal, voz para permitir que se presienta un destino común, aunque sea por un momento, en una suerte de fugacidad ilusoria. Pero gracias a esos múltiples sentidos es que podemos hablar. Porque no estamos fijos a la idea de un significado igual, y solo igual para cada palabra. Las formas más expresivas, las que más nos conmueven, surgen del espíritu de la marcha, que se piensa así misma, que piensa al caminar, camina pensando, entrechocándose unos con otros. La marcha es infinita, son ríos insaciables, van por la avenida de Mayo hacia la Plaza del mismo nombre, como el explorador que está por descubrir una catarata, atraído por el fragor lejano de la cascada de agua al despeñarse sin temor a lo desconocido. Y allí las palabras cambian de significado y los significados de palabras. Gracias a eso hablamos.
Es esa Plaza y esas Avenidas que corren dentro de nosotros, más que nosotros caminar por ellas. Y no de ahora. Hace tiempo ya que esto se siente, y está presente. Como dijo Juan L. Ortiz, el rio corre en mí; esas Avenidas y Diagonales que desembocan en la Plaza corren en nosotros como nosotros caminamos sobre ellas. Caminar por las avenidas es un hecho natural, y de tanto en tanto surge la consigna, vamos a volver. ¿Vamos a volver? ¿A qué, a quién, a cuáles, a dónde se refiere? Sería fácil pensar que hay una persona de por medio, por cierto la hay, hay una y hay muchas, pero hay algo más, bastante más. Si alguien pensara en repetir una historia, en ser semejante a lo que fue, en saber que esa piedra que quedó en nuestro pasado basta volver nuestros pasos para recogerla otra vez y descansar en su tranquilizadora semejanza… no, no, la historia no es así. Su tiempo puede ser cíclico cuando lo pensamos lineal, y lineal cuando lo creemos cíclico.
Escuche Presidente: los guijarros que vamos a buscar en las pérdidas del pasado que nos miran, no son nunca los mismos. Algún asesor suyo podría explicarle esta frase. Pero lo perdido en usted es la mirada, cuanto más gélida la vemos, aunque usted sonría, socarrón y desafiante, más comprendemos que está ganando tiempo para hacer de la historia un páramo liso y sin que se oigan los gemidos. Su mirada asusta. Porque traduce el abismo, y sus temibles balbuceos aún los escuchan, intimidados, una porción popular extensa. Es la que se mira en los ojos presidenciales que le anuncian el precipicio, para obligarlos a que lo canjeen humillados, por una menguada seguridad quimérica. Pero siempre amenazada por el silencio y la servidumbre. Comprensible hondura del yo en la que para muchos es preferible hundirse sin pensar. No se extrañe, presidente, porque aunque está usted en la cima social, a diferencia de todos los desesperados, también ejerce su propia sumisión ante poderes que en parte conoce muy bien –son los suyos–, y que en parte lo asaltan como una nueva pesadilla en su vida.
Pero usted, Macri, no sabe quiénes somos y si me apura un poco, usted tampoco sabe quién es, aunque se lo hayan dicho mil veces percutiendo latas vacías de un idioma apócrifo. Al reducir la historia a sus andamios de aluminio, con su brillo inexpresivo; al reducir el dolor a un cálculo en hierro forjado de una cifra de máquina registradora; al reducir los duelos a la quieta solemnidad estadística de una sala de velatorios y no a una entera ciudad donde canta su letanía un murguista y el vendedor de panchos es el ornato vocinglero y popular que destila toda tragedia, ese afán reductivo suyo, lo lleva a no pensar. Le quita la posibilidad de proclamar lo que desearía; que nosotros no existamos, y le quita algo más grave, la posibilidad de salirse usted mismo de esa jaula de hierro donde, incómodas, retozan las marionetas rotas de una biografía, la suya, que se le escapa, que le huye.
Lo cierto es que …. vamos a volver. ¿Y entonces, alguien dirá cómo, cuándo, con quiénes, con qué cuadro de imágenes preparadas, que nómina de ministros y… no, tampoco. El vamos a volver solo se encarga de agrupar dramáticamente el presente en torno a sí, y ensaya crear el nosotros futuro. Solo eso, que es muchísimo. No somos nosotros lo que decimos vamos a volver, sino que es el vamos a volver el que nos busca a nosotros. Como busca a todos los caminantes del mundo y de todos los tiempos, en la tarea de pensar la historia. Y también: no son los historiadores los que piensan la historia, aunque hagan con eso su buena tarea. Pero es mejor cuando la hacen y dejan que la historia se piense en ellos, o que la historia finalmente los piense. Así también con el luche y vuelve. ¡Ajá! ¿Pero usted, profesor, no está confundiendo los tantos –permítame que me exprese así–, esa no fue una consigna de otros tiempos, a propósito de alguien que era depositario de ella y la escuchaba como un eco lejano, con la paciencia velada y astuta, propia de quien le venía mejor la distancia que la cercanía?
Claro que sí, usted acierta mi amigo. Pero escuche atentamente ese luche y vuelve, pegue el oído a la tierra, como Sarmiento y Jauretche decían del rastreador, del buscador de huellas en las pampas, las fábricas, los estadios, los pavimentos y hasta en el piso difuso de la estación del subte. ¡Ah, se asombra que a aquellos dos formidables cabezaduras los cite juntos! Es que de eso se trata. Y es que su llamado, presidente, a pensar la historia según “metas de inflación”, liquida el pensamiento histórico en su totalidad y hace que lo separado antes, se junte ahora.
El concepto de multitudes va y viene, pasa de moda y alguien, de repente, lo recuerda de nuevo. Lo cierto es que no es fácil abandonarlo, sea que se use de una forma conservadora o libertaria. Pero miremos estas multitudes, ese torrente de cabezas que forman extrañas figuras. Óvalos artísticos, riachos caprichosos que apretujan los cuerpos vivos que se dejan llevar por la libertad de la corriente, como nubes oblongas y momentáneas, como juncos que flotan en oleajes innumerables. Pero más atentamente mirados, esos hombres y mujeres van con pecheras diferentes, disímiles banderas, son agrupamientos heterogéneos, tienen ropajes distintos y cantan sus propios himnos triunfales, burlones o murguísticos. Madres, Abuelas, Sindicatos, Peronismos, Kirchnerismos, Alfonsinismos, Feminismos, Izquierdas, Libertarismos, Movimientos culturales, científicos, sociales, de economía popular, cochecitos con bebés que nada saben de escalinatas de Odessa y un solo Rostro desaparecido que habla por todos los demás rostros martirizados. Es el pueblo en su forma incesante, nunca fija. De repente algo los recorre a todos: luche y vuelve. ¡Pero otra vez! ¡Eso ya pasó! No, mi amigo, pasó y no pasó, pasó como historia realizada, consumada, tragedia a la luz del día y en las penumbras de los socavones. Pero el grito iba más allá y aún lo escuchamos. Porque trascendía el momento, la “coyuntura”, como dicen los analistas. Son los subsuelos de las gargantas sublevadas.
Las canciones colectivas tienen ancladeros de cada ciclo nacional, lo sabemos, pero van más allá de ellos. Si se prende una chispa adecuada en la muchedumbre nunca sale cualquier cosa; sale lo más fino, lo más profundo, lo más enclavado en los golpes más fuertes de la vida, ya lo sé. Todos lo saben. Y así el luche y vuelve se despierta y en medio de la plaza, como si fueran dos anónimos, dos cuerpos desconocidos que se empadronan por primera vez, se saludan. ¿Quiénes? El Luche y Vuelve, que le dice al otro: “lo vine a buscar”. Y el Vamos a Volver le responde, “sabía que vendrías, que te encontraría aquí”. No son espectros ni insignias partidistas. No tienen nada en su ojal que los encierre en un círculo de adhesiones específicas. Viven en la ventolina de la historia, siempre están ahí, sin ser notados, hasta que se produce el particular estado de ansiedad que el torrente humano siempre inspira. Y de lo más recóndito surge el pensamiento de la vuelta, el pensamiento esencial de la astucia de Ulises. ¡Pero eso ya pasó! Imagínese, ¡hace veinticinco siglos!
Sí. No es que lo quiera llevar tan lejos; los problemas actuales acucian. Pero el pensamiento de la vuelta es una forma de pensar que anida en lo arcaico de lo que somos como personas políticas, personas cívicas o ermitaños entre las baldosas que levantan los árboles en las veredas de nuestras casas. Como quieran llamarlo. En el luche está el volver, en ese volver está el vamos, en el vuelve está el luchar, en el vamos está la historia con sus diferentes ciclos. Estos existen en circunvoluciones nunca igual a como fueron antes. En el Coloquio Internacional de Consignas “Luche y Vuelve y Vamos a Volver”, el tema central es el de los reencuentros genuinos con las democracias del ágora y de la palabra, con los ciclos electorales obviamente incluidos. Allí nos encontraremos para medir fuerzas como en los grandes momentos de la historia argentina, porque como dice el uruguayo Fernando Cabrera, no hay ningún atracadero que pueda disolver en su escondite lo que fuimos, el tiempo está después.
Lucha y Vuelve y Vamos a Volver -con sus hilos percudidos de antigüedad y futuro-, pueden discutir un poco o bastante. Esa no es una discusión entre ellos sino entre sus diferentes características enunciativas. Sí, pasan sus mejores momentos entre cargaditas y chincaneos. Le dice Vamos a Volver a Luche y Vuelve: “vos le hablás de usted a los otros, das directivas…” Y Luche y Vuelve le responde, sorprendido. “Era otra época, no había tanto tuteo…” Pero no lo conformó la respuesta y avanzó más: “¿Y vos querido amigo, hablás desde dentro tuyo, te hablás a vos mismo …?” Y ambos callan y ríen. La política es esa conjunción. Precisamente la del que animará a los demás sin tutearlos y la del que sabrá introducir en sí mismo a todos los demás, poniéndose él a cambio, como decía Rousseau.
Y cuando escuchan ese nombre francés antiguo también se ríen con la vieja ciencia del organizador social. Lucharemos y vamos a volver con Rousseau, Manuel Ugarte, Rodolfo Walsh y Emma Zunz. Al volver siempre se adquieren rostros que antes no teníamos. No es necesario aclararlo. En el volver hay diferencia, distinción de un tiempo y de otro. El volver es un volver porque siempre es diferente. Los pueblos son como el agua, es el paciente y democrático volver. Como bien dijo Borges, los sentimientos más profundos, los motivos que despiertan la efusión de lo humano y lo político, siempre se extraen de lo más insondable de nuestras pasiones, que pueden ser las más desconocidas por nosotros mismos. Somos una verdad que es solo nuestra y acaso es ignorada por quienes llevamos banderas nuevas y antiguas. Los tiempos históricos, que son arenilla que escapa de los dedos, nunca son iguales a sí mismos. Siquiera hacen necesario decir que el volver será a condición de ser diferentes porque todo volver ya es por sí diferencia. Solo que se vuelve en los otros que vuelven. Y para distinguir un volver de otro volver hay que saber dos cosas. Una, que el corazón del problema es siempre el mismo. Es aquello por lo cual se es uno mismo, porque hay un malestar inquietante, un genérico malestar en la cultura. Que permanece en nuestra íntima compañía y en los aires de los tiempos. Y otra, porque siempre estaremos. Aunque varíe la hora, las circunstancias y uno o dos nombres propios.
¿Quién inventa las consignas? Consigna: esta palabra, como toda palabra, tiene múltiples significados. Mandato, entrega, señal, voz para permitir que se presienta un destino común, aunque sea por un momento, en una suerte de fugacidad ilusoria. Pero gracias a esos múltiples sentidos es que podemos hablar. Porque no estamos fijos a la idea de un significado igual, y solo igual para cada palabra. Las formas más expresivas, las que más nos conmueven, surgen del espíritu de la marcha, que se piensa así misma, que piensa al caminar, camina pensando, entrechocándose unos con otros. La marcha es infinita, son ríos insaciables, van por la avenida de Mayo hacia la Plaza del mismo nombre, como el explorador que está por descubrir una catarata, atraído por el fragor lejano de la cascada de agua al despeñarse sin temor a lo desconocido. Y allí las palabras cambian de significado y los significados de palabras. Gracias a eso hablamos.
Es esa Plaza y esas Avenidas que corren dentro de nosotros, más que nosotros caminar por ellas. Y no de ahora. Hace tiempo ya que esto se siente, y está presente. Como dijo Juan L. Ortiz, el rio corre en mí; esas Avenidas y Diagonales que desembocan en la Plaza corren en nosotros como nosotros caminamos sobre ellas. Caminar por las avenidas es un hecho natural, y de tanto en tanto surge la consigna, vamos a volver. ¿Vamos a volver? ¿A qué, a quién, a cuáles, a dónde se refiere? Sería fácil pensar que hay una persona de por medio, por cierto la hay, hay una y hay muchas, pero hay algo más, bastante más. Si alguien pensara en repetir una historia, en ser semejante a lo que fue, en saber que esa piedra que quedó en nuestro pasado basta volver nuestros pasos para recogerla otra vez y descansar en su tranquilizadora semejanza… no, no, la historia no es así. Su tiempo puede ser cíclico cuando lo pensamos lineal, y lineal cuando lo creemos cíclico.
Escuche Presidente: los guijarros que vamos a buscar en las pérdidas del pasado que nos miran, no son nunca los mismos. Algún asesor suyo podría explicarle esta frase. Pero lo perdido en usted es la mirada, cuanto más gélida la vemos, aunque usted sonría, socarrón y desafiante, más comprendemos que está ganando tiempo para hacer de la historia un páramo liso y sin que se oigan los gemidos. Su mirada asusta. Porque traduce el abismo, y sus temibles balbuceos aún los escuchan, intimidados, una porción popular extensa. Es la que se mira en los ojos presidenciales que le anuncian el precipicio, para obligarlos a que lo canjeen humillados, por una menguada seguridad quimérica. Pero siempre amenazada por el silencio y la servidumbre. Comprensible hondura del yo en la que para muchos es preferible hundirse sin pensar. No se extrañe, presidente, porque aunque está usted en la cima social, a diferencia de todos los desesperados, también ejerce su propia sumisión ante poderes que en parte conoce muy bien –son los suyos–, y que en parte lo asaltan como una nueva pesadilla en su vida.
Pero usted, Macri, no sabe quiénes somos y si me apura un poco, usted tampoco sabe quién es, aunque se lo hayan dicho mil veces percutiendo latas vacías de un idioma apócrifo. Al reducir la historia a sus andamios de aluminio, con su brillo inexpresivo; al reducir el dolor a un cálculo en hierro forjado de una cifra de máquina registradora; al reducir los duelos a la quieta solemnidad estadística de una sala de velatorios y no a una entera ciudad donde canta su letanía un murguista y el vendedor de panchos es el ornato vocinglero y popular que destila toda tragedia, ese afán reductivo suyo, lo lleva a no pensar. Le quita la posibilidad de proclamar lo que desearía; que nosotros no existamos, y le quita algo más grave, la posibilidad de salirse usted mismo de esa jaula de hierro donde, incómodas, retozan las marionetas rotas de una biografía, la suya, que se le escapa, que le huye.
Lo cierto es que …. vamos a volver. ¿Y entonces, alguien dirá cómo, cuándo, con quiénes, con qué cuadro de imágenes preparadas, que nómina de ministros y… no, tampoco. El vamos a volver solo se encarga de agrupar dramáticamente el presente en torno a sí, y ensaya crear el nosotros futuro. Solo eso, que es muchísimo. No somos nosotros lo que decimos vamos a volver, sino que es el vamos a volver el que nos busca a nosotros. Como busca a todos los caminantes del mundo y de todos los tiempos, en la tarea de pensar la historia. Y también: no son los historiadores los que piensan la historia, aunque hagan con eso su buena tarea. Pero es mejor cuando la hacen y dejan que la historia se piense en ellos, o que la historia finalmente los piense. Así también con el luche y vuelve. ¡Ajá! ¿Pero usted, profesor, no está confundiendo los tantos –permítame que me exprese así–, esa no fue una consigna de otros tiempos, a propósito de alguien que era depositario de ella y la escuchaba como un eco lejano, con la paciencia velada y astuta, propia de quien le venía mejor la distancia que la cercanía?
Claro que sí, usted acierta mi amigo. Pero escuche atentamente ese luche y vuelve, pegue el oído a la tierra, como Sarmiento y Jauretche decían del rastreador, del buscador de huellas en las pampas, las fábricas, los estadios, los pavimentos y hasta en el piso difuso de la estación del subte. ¡Ah, se asombra que a aquellos dos formidables cabezaduras los cite juntos! Es que de eso se trata. Y es que su llamado, presidente, a pensar la historia según “metas de inflación”, liquida el pensamiento histórico en su totalidad y hace que lo separado antes, se junte ahora.
El concepto de multitudes va y viene, pasa de moda y alguien, de repente, lo recuerda de nuevo. Lo cierto es que no es fácil abandonarlo, sea que se use de una forma conservadora o libertaria. Pero miremos estas multitudes, ese torrente de cabezas que forman extrañas figuras. Óvalos artísticos, riachos caprichosos que apretujan los cuerpos vivos que se dejan llevar por la libertad de la corriente, como nubes oblongas y momentáneas, como juncos que flotan en oleajes innumerables. Pero más atentamente mirados, esos hombres y mujeres van con pecheras diferentes, disímiles banderas, son agrupamientos heterogéneos, tienen ropajes distintos y cantan sus propios himnos triunfales, burlones o murguísticos. Madres, Abuelas, Sindicatos, Peronismos, Kirchnerismos, Alfonsinismos, Feminismos, Izquierdas, Libertarismos, Movimientos culturales, científicos, sociales, de economía popular, cochecitos con bebés que nada saben de escalinatas de Odessa y un solo Rostro desaparecido que habla por todos los demás rostros martirizados. Es el pueblo en su forma incesante, nunca fija. De repente algo los recorre a todos: luche y vuelve. ¡Pero otra vez! ¡Eso ya pasó! No, mi amigo, pasó y no pasó, pasó como historia realizada, consumada, tragedia a la luz del día y en las penumbras de los socavones. Pero el grito iba más allá y aún lo escuchamos. Porque trascendía el momento, la “coyuntura”, como dicen los analistas. Son los subsuelos de las gargantas sublevadas.
Las canciones colectivas tienen ancladeros de cada ciclo nacional, lo sabemos, pero van más allá de ellos. Si se prende una chispa adecuada en la muchedumbre nunca sale cualquier cosa; sale lo más fino, lo más profundo, lo más enclavado en los golpes más fuertes de la vida, ya lo sé. Todos lo saben. Y así el luche y vuelve se despierta y en medio de la plaza, como si fueran dos anónimos, dos cuerpos desconocidos que se empadronan por primera vez, se saludan. ¿Quiénes? El Luche y Vuelve, que le dice al otro: “lo vine a buscar”. Y el Vamos a Volver le responde, “sabía que vendrías, que te encontraría aquí”. No son espectros ni insignias partidistas. No tienen nada en su ojal que los encierre en un círculo de adhesiones específicas. Viven en la ventolina de la historia, siempre están ahí, sin ser notados, hasta que se produce el particular estado de ansiedad que el torrente humano siempre inspira. Y de lo más recóndito surge el pensamiento de la vuelta, el pensamiento esencial de la astucia de Ulises. ¡Pero eso ya pasó! Imagínese, ¡hace veinticinco siglos!
Sí. No es que lo quiera llevar tan lejos; los problemas actuales acucian. Pero el pensamiento de la vuelta es una forma de pensar que anida en lo arcaico de lo que somos como personas políticas, personas cívicas o ermitaños entre las baldosas que levantan los árboles en las veredas de nuestras casas. Como quieran llamarlo. En el luche está el volver, en ese volver está el vamos, en el vuelve está el luchar, en el vamos está la historia con sus diferentes ciclos. Estos existen en circunvoluciones nunca igual a como fueron antes. En el Coloquio Internacional de Consignas “Luche y Vuelve y Vamos a Volver”, el tema central es el de los reencuentros genuinos con las democracias del ágora y de la palabra, con los ciclos electorales obviamente incluidos. Allí nos encontraremos para medir fuerzas como en los grandes momentos de la historia argentina, porque como dice el uruguayo Fernando Cabrera, no hay ningún atracadero que pueda disolver en su escondite lo que fuimos, el tiempo está después.
Lucha y Vuelve y Vamos a Volver -con sus hilos percudidos de antigüedad y futuro-, pueden discutir un poco o bastante. Esa no es una discusión entre ellos sino entre sus diferentes características enunciativas. Sí, pasan sus mejores momentos entre cargaditas y chincaneos. Le dice Vamos a Volver a Luche y Vuelve: “vos le hablás de usted a los otros, das directivas…” Y Luche y Vuelve le responde, sorprendido. “Era otra época, no había tanto tuteo…” Pero no lo conformó la respuesta y avanzó más: “¿Y vos querido amigo, hablás desde dentro tuyo, te hablás a vos mismo …?” Y ambos callan y ríen. La política es esa conjunción. Precisamente la del que animará a los demás sin tutearlos y la del que sabrá introducir en sí mismo a todos los demás, poniéndose él a cambio, como decía Rousseau.
Y cuando escuchan ese nombre francés antiguo también se ríen con la vieja ciencia del organizador social. Lucharemos y vamos a volver con Rousseau, Manuel Ugarte, Rodolfo Walsh y Emma Zunz. Al volver siempre se adquieren rostros que antes no teníamos. No es necesario aclararlo. En el volver hay diferencia, distinción de un tiempo y de otro. El volver es un volver porque siempre es diferente. Los pueblos son como el agua, es el paciente y democrático volver. Como bien dijo Borges, los sentimientos más profundos, los motivos que despiertan la efusión de lo humano y lo político, siempre se extraen de lo más insondable de nuestras pasiones, que pueden ser las más desconocidas por nosotros mismos. Somos una verdad que es solo nuestra y acaso es ignorada por quienes llevamos banderas nuevas y antiguas. Los tiempos históricos, que son arenilla que escapa de los dedos, nunca son iguales a sí mismos. Siquiera hacen necesario decir que el volver será a condición de ser diferentes porque todo volver ya es por sí diferencia. Solo que se vuelve en los otros que vuelven. Y para distinguir un volver de otro volver hay que saber dos cosas. Una, que el corazón del problema es siempre el mismo. Es aquello por lo cual se es uno mismo, porque hay un malestar inquietante, un genérico malestar en la cultura. Que permanece en nuestra íntima compañía y en los aires de los tiempos. Y otra, porque siempre estaremos. Aunque varíe la hora, las circunstancias y uno o dos nombres propios.
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