miércoles, 20 de julio de 2016

CONDUCCIÓN, LIDERAZGO, CAUTELA, Por Horacio González (Fuente: La Tecl@ Eñe, Revista de Cultura y Política)


Reproducimos este artículo de Horacio González, publicado en La Tecl@ Eñe, hace unos días, un poco porque nos gusta volver sobre aspectos ya discutidos, a raíz del artículo, pero otro poco, porque la clamorosa prosa del articulísta remueve indescifrables enigmas del personaje, demasiado amado, demasiado odiado. "Cristina interesa por un elemento especial que constituye todos sus movimientos, diga poco o mucho de la política que le incumbe o por la que es incumbida. Interesa porque es un personaje dramático, una pieza incalculada y disruptiva del ajedrez dominante, que si falta ella o ella está afuera, se convierten en irreales todas las piezas," dice. 


Conducción, liderazgo, cautela



Por Horacio González*

(para La Tecl@ Eñe)



¿Quién es Cristina Kirchner? ¿Qué nos interesa de ella? ¿Hay encerrado un misterio en esa figura tan criticada, tan atacada, tan venerada? ¿O si no es un misterio, como el que en definitiva todo hombre público de alguna manera encarna, se trataría de alguna pequeña táctica basada en la sorpresa, el cultivo involuntario de una suerte de enigma que regula sus dichos y apariciones?



La última que se ha producido, la entrevista con Navarro en la televisión, fue la escena más apropiada para que no se cerraran las preguntas previas sobre su estilo de liderazgo, sino al contrario, para que en la carne viva del país quedarán aún más expuestas las incógnitas sobre su persona. En esa entrevista, esperada con verdadera ansiedad, Cristina no dijo explícitamente lo que se esperaba, aunque habló bastante de lo que se esperaba. En el primer caso, dejó sin respuesta la pregunta sobre su responsabilidad política en la dirección del flujo político que lleva su nombre, pero abundó en detalles sobre los efectos de la temperatura gélida sobre las cañerías domiciliarias, tema de todas maneras no despojado de interés, pues se refiere en última instancia a los aumentos tarifarios. Pero el primer tema es el que interesaba. ¿Podía ella decir, ante una pregunta de tanta envergadura, “sí, acepto la jefatura”, o bien “desde ahora me declaro conductora, por si alguien lo dudaba hasta este preciso momento”? Esa es la única pregunta que no puede tener respuesta, y no porque la respuesta esté implícitamente ya prefigurada. No obstante, algo de esto podría conjeturarse: una persona acosada judicialmente sale de un viaje aéreo que aterriza en el aeroparque en vuelo de rutina, en medio de sonrisas y abrazos, el cariño de sus no pocos partidarios, y como telón de fondo, flotando las acostumbradas banderas que en el período anterior, es cierto que con más frecuencia, solían abandonarse al capricho de las sudestadas. Parecía todo previsible y normal. Ese simulacro de normalidad marca otra cosa, el estado permanente de excepción en que se halla Cristina.


Sus gestos parecían distraídos, una curiosa indiferencia parecía presidir la escena, el viaje era un viaje regular de línea, algunas personajes eran conocidos y la rodeaban en el hall del aeropuerto, pero en contra de esas ráfagas de recepción alborozada y la disposición a saludar a todos los que se cruzaran en el camino, un céfiro de tragedia contenida cruzaba la atmósfera de tormenta que se evidenciaba en la Costanera. Una primera comprobación es posible: Cristina interesa por un elemento especial que constituye todos sus movimientos, diga poco o mucho de la política que le incumbe o por la que es incumbida. Interesa porque es un personaje dramático, una pieza incalculada y disruptiva del ajedrez dominante, que si falta ella o ella está afuera, se convierten en irreales todas las piezas. Su “conducción” es una inconducción. Y luego, porque la rodea cierto misterio, quizás involuntario, que responde de una manera tácita a los que reclaman jefaturas y decisiones políticas en pliegos semejantes a los antiguos y venerables “planes de operaciones”. No hay. Aquí no los hay. Lo que hay es ese misterio de las figuras políticas que –precisamente-, no dicen lo que se les pide. Cierto que otras, por el contrario, se especializan en proclamar muy especialmente lo que un público permanente o circunstancial les reclama. Cristina da poco de eso y da mucho de misterio, sorpresa o sigilo. Recuerda el modo en que fue juzgado Yrigoyen por Manuel Gálvez. “El hombre del misterio”. En este caso sería obviamente la mujer del misterio.



Muchos le reclaman que instituya un sitial fijo de su yo interno (o de su conciencia íntima) para proclamar la aceptación de la jefatura que se le requiere. No es un tema sin significado ni elocuencia. Pero eso, nunca lo haría ella hablando por un celular que ni siquiera funcionaba bien, en un programa de televisión, incluso un programa dirigido por un periodista que también esperaba amigablemente de ella esa respuesta y se había colocado como intermediario de los tantos y tantos que asimismo la reclaman. La conversación tuvo muchas aristas que pueden eslabonarse en una original cadena de observaciones. Hay en Cristina una noción de lejanía cortés, de observaciones incisivas –a veces tremendas- que parecen dedicadas a nadie y que valoran el momento a la manera de una comentarista desapasionada, trivial pero siempre tensa. Sin duda, es una astucia clásica, autodefensiva. Normalmente, no sería aceptable que una figura de la oposición responda que “no hay ideas en la oposición” (siendo ella, evidentemente, alcanzada por variadas responsabilidades a ese respecto) ni responder con una crítica a las vanguardias (aceptable en tantos otros planos) cuando se le pregunta por su compromiso en la dirección de un conglomerado social y político. Del mismo modo, llamar a que cada uno asuma su responsabilidad, supone el abecé de lo que el peronismo ha llamado “conducción”, y si lo que se pregunta es precisamente por la cuestión de darle vida a ese concepto, no puede ser buena una respuesta con la frase –por otro lado muy correcta y tantas veces empleada por ella misma- sobre la naturaleza “colectiva” de los movimientos sociales.



Las derivas en las que solía incurrir Cristina en sus discursos estatales estuvieron también muy presentes, como las explicaciones sobre cañerías y tanques de agua, también totalmente aceptables en un informe específico sobre las condiciones de vida en lugares de condición climática rigurosa, pero quizás poco significativos en esta presentación, si es que no fueran “alusiones indirectas”, típica de un lenguaje deliberadamente reticente cuando quiere denostar a los que superficialmente presenta de una manera calma y respetuosa. No querer “que le vaya mal al gobierno” o mencionar al pasar algunas de sus graves decisiones, como pudiendo ser “mejoradas”, forma parte de un estilo de confrontación que siempre decidió mostrar sus púas y momentos más incisivos, bajo un impulso muy “suaviter in modo” y fruto del enmascaramiento cordial de un sentimiento que se percibe tenaz e intransigente en sus convicciones de fondo. Es el estilo de Cristina, el “misterio” de su figura, lo que coadyuva con su sombra dramática. ¿Importaba que fuera personalmente al estudio de televisión? No lo creo, importaban los bajorrelieves de su efigie dramática, el hilo por momentos quebradizo de su voz, la precariedad aparentemente casual de la entrevista.



Con todo, sabe que no puede dejar de decir ciertas cosas, aún bajo el señuelo de una mera insinuación. Por ejemplo, que ella y su marido Néstor ya tenían bastantes propiedades antes del primer cargo político de él, y que “invertían en ladrillos”, según creo que fue la frase que empleó, poco feliz en tanto se trata de un parte específica del lenguaje de personas asociadas a otros estilos de vida (que no es el de la política nacional con su específica dramaturgia) y luego, que no alquilaba cuartos de hotel. También esta última frase la desliga de un compromiso con usos ilegales del dinero, del que torpemente se la acusa, pero para desmentirlo con cierta eficacia, tiene que recurrir a explicaciones que la dislocan de su ámbito político repleto de pasiones, alegatos y agonías. ¿Dónde poner en una vida trágica los dichos sobre el alquiler de cuartos, aunque sea para negarlo? Arriesgada es una auditoría general de los usos del dinero público, tal como la que propuso. Simplemente porque no hay nadie que hoy esté en condiciones de hacerla, ni el gobierno anterior, afectado por lo que la misma Cristina llamó “una trompada en el estómago” (tiene que extraer, obviamente, más consecuencia de esa frase) ni el actual gobierno, envueltos como niños complacientes con mamadera en la boca regurgitando Panamá Papers. Cristina se situó así en los prolegómenos, en los inevitables exordios y en los necesarios umbrales de lo que deberá ser un debate completo sobre su gobierno, con ella como protagonista central, de cuerpo presente, en ese debate. Ahora, su presencia nunca será plena, con exhaustiva “visibilidad televisiva”. Será oblicua, esquiva. Una presencia sorpresiva y enigmática. Por eso, ese programa de televisión no era el local propicio para dar las respuestas requeridas, sí para anunciarlo en medio de manifestaciones específicas del estilo de Cristina, con lógicas digresivas y pequeños reconocimientos esforzados de las laderas escarpadas de la política.



Su presencia indirecta ya es un hecho político, y eso incluye la expresión de su voz y su a veces indescifrable método argumentativo, siempre alerta hacia todos los costados, y con fórmulas de desvío de la atención del foco principal, que de todos modos puede inferirse por sus ironías y referencias indirectas. No estaba “exilada” pero “volvió”. Se dice perseguida y dedica mucha atención hacia sus nietos, que la remiten al mundo familiar. Traza un arco amplio desde su vida doméstica a la más cruda lucha por el poder, utilizando caminos paralelos en la expresión, que las antiguas teorías políticas llamaron “simulazione” y “dissimulazione”. Detenta ese arte. Los que le hacen preguntas deben saber que hay vías por las que no la obtendrán. Ella debe saber darlas de los modos que ha creado para sí misma, y que son interesantes al mismo tiempo que deben depurarse, hacerse más efectivos.



Todo lo hace, Cristina, sin preparación específica ni largos estudios ante el espejo. Logró, al fin, ser espontánea en sus recorridos sinuosos para meditar el complejo mundo que la alberga y la asedia. La cautela (que va desde la discreción hasta el secreto, el carácter reservado y el aura involuntaria de misterio que fluye de su presencia) y el liderazgo no puede proclamarlos ante una demanda. No es imaginable Cristina respondiendo una pregunta de ésas con una respuesta complaciente desde fronteras posibles, endógenas y suspicaces. Esa pregunta, si entraña una verdadera seriedad histórica, está más allá de la frontera que contiene el movimiento real de la militancia, sea de caracter más conformista o más inconformista, más profesionalista o más pasionalista. Cuando la pregunta se haga fuera de las fronteras ociosas que la contienen, quizás suene una respuesta que ni sea convencional ni conciba a los que la hacen como sujetos de una servidumbre voluntaria. Tiene razón ella en postular un colectivo pero no acierta al sentirse fácilmente inmersa en él, indemnizada y purificada por él, cuando lo está diciendo desde el fuerte privilegio que se le da a su figura, que desde luego, la incluye en un colectivo que al mismo tiempo la recorta en una dramática singularidad. ¿Cómo hacerse cargo de ella? Materia para reflexiones varias. Lo que hasta el momento se llamó conducción y liderazgo está en discusión, porque es tan cierto que ya se ha dicho “a mí no me conduce Cristina” como “preciso que ella me conduzca”. Estas dos frases complementarias están también bajo querella.



Si en la pregunta inicial de esta pequeña observación que hacíamos al costado de una pantalla televisiva es válida, comenzamos preguntando quién es Cristina –pregunta de carácter extraordinario pero necesaria-, y terminamos con la necesidad de preguntar a los que así lo reclaman, qué entienden por conducción o por sentir la carestía de un liderazgo. En este caso la pregunta puede ampliarse, pero más allá de un insuficiente “empoderamiento”, hay que pensar qué refuerza de nuestra presencia en el mundo la presencia de Cristina (cuya mera facticidad es una auto-conducción que libera una estirpe efectiva y multitudinaria de conciencias) y qué sendero de reflexión más avanzada puede expresar esta misma Cristina, dada la proliferación de fórmulas de misterio que produce su ostensible estilo, y dada la cualidad que se le reconoce, de índole escénica y paradojal. No puede responder a la pregunta de los que la necesitan jefa, ni puede dejar de cargar su máscara de dolor convocante a cualquier lugar que vaya. Por eso y con eso, pone en estado de excepcionalidad a la política argentina y neutraliza bastante aceptablemente a los espíritus menores que ya han renunciado a toda extrañeza, en suma, al juego con lo desconocido. En el rastro lleno de contingencias de ese juego, encontramos las idas y venidas de Cristina, hostigada, y hecha fuerte en el curso de ese hostigamiento.



Buenos Aires, 4 de julio de 2016



*Sociólogo y ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional

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