LA CLASE MEDIA
El sistema modela los dominadores y los dominados. Pero hay una masa humana, cuyos lugares en la pirámide social la modelan en una ambigüedad de la que pende el peligro de la desestabilización, de la pérdida de posiciones, de la caída en el pozo negro de la pobreza. Una masa que siente como enorme privilegio el ser “más” que muchos otros que han quedado debajo de ellos; de un ser “más” que siempre anhela continuar subiendo peldaños que la alejen del temor y la incertidumbre, que la aproximen a la seguridad que endulce los sueños diurnos y nocturnos, que prometa más aproximaciones al paraíso que destella en las alturas.
Economistas clasifican la clase media por sus niveles de ingreso, que ciertamente son muy desparejos, según el lugar que ocupan en la amplia faja intermedia de la sociedad. La división en estratos, que es real, muestra posiciones en la pirámide social en algunos casos muy alejadas unas de otras. Tampoco convence. Pero acaso hay un elemento, más o menos común, aunque lejos de una convincente homogeneidad: una cierta subjetividad e identidad que los identifica y distingue. Puede decirse que participan de situaciones que oscilan entre una vecindad de la pobreza y el andar trepando los sucesivos escalones que culminan en la cima. En sentido opuesto, descendiendo de ese arriba envidiable, y envidiado por una considerable fracción de los que luchan por salir de la ambigüedad, la calidad humana y los roles se agostan hasta culminar en lo que muchos ven una nada social, una nulidad definitiva. Las jerarquías equivalen a identidades sociales; las más prominentes anuncian su pertenencia a una realidad que los del suelo siquiera pueden atisbar y los del medio sueñan con obtener e instalarse definitivamente en ella. El concepto sintético y preciso de clase media está por ser creado.
Los del medio se distinguen (entre otras distinciones) por la tenencia de bienes posicionales a los que no tendrán acceso los grupos subalternos. Una posición de desahogo, así sea moderada, es suficiente para diferenciarse de los que medran en la pobreza. Perder esa condición supone herir un imaginario en que siempre deambularon exitosas ilusiones, planes y proyectos. Si el éxito confiere, siquiera, un pedazo de dignidad, status e identidad, el fracaso, o el temor de fracasar, amenazan con voltear al más pintado.
Los del medio conservan, en muchos casos, rasgos de lo que fueron, sumados a los adquiridos en su nueva situación y a los que corresponden al sueño de lo que aspiran llegar a ser. Saben que es necesario esforzarse, tensar al máximo las propias fuerzas, para subir los pisos de la pirámide; y son muchos los que están persuadidos de que es necesario estar bien con el gran Poder, y si posible, ganarse sus favores (los más memoriosos seguramente no olvidan que estos pueden ser tan efímeros como una garúa veraniega). El paraíso situado en las cimas de la sociedad es, sin duda, más gratificante que el situado en las alturas celestiales. Pero no se deja atrapar fácilmente. Los pasaportes para instalarse en él se muestran avaros en distribuirse. Entre tanto, no les preocupa la justicia social, ni el bienestar de los más desvalidos.
Entre las variadas situaciones en que encontramos a los del medio, están los que no reniegan de una previa e inferior condición social, aun presente en los modos del habla, las preferencias culinarias, los viejos amigos del boliche. Los a veces temporalmente cercanos días de las privaciones, permiten el no rápido olvido de hábitos, costumbres y relaciones personales; su recuerdo puede servir para alimentar el orgullo de haberlos dejado atrás, pero señalándolos como puntos de partida de una meritoria, exitosa escalada. Y están los otros, los urgidos por borrar un origen tenido como poco enaltecedor.
Ese conglomerado caprichosamente nominado clase media está disperso, como se dijo, en los escalones que distancian los grupos dominantes de la masa subalterna. Algunos a poca distancia de esta, otros han remontado hacia más altos horizontes. En las más gratas ensoñaciones, cada peldaño hacia arriba equivale a un ascenso jerárquico que acerca o iguala con los que antes estaban encima, y aleja de los que se han quedado. Si el ascenso proporciona un adicional de orgullo y acaso un sentimiento de mayor eminencia, la derrota y el fracaso arriesgan traer consigo martirizantes conflictos psicológicos. Gratifica el “ser más”, el saberse observando desde una creciente altura social la multitud de humanas hormiguitas. En el universo de la dominación tienden a jugar, y por lo menos una parcialidad juega de puntillosa clientela política del gran Poder.
Una característica que se aprecia en algunos, o muchos de ellos, que es lección que han aprendido del lidiar día a día en una sociedad escasamente generosa, y de un Poder, que lo es mucho menos, es el egoísmo impenitente y la ciega indiferencia por los destinos del prójimo más desposeído, y, en general, por el Otro sentido como un ajeno absoluto. La lógica cultural de la dominación y las relaciones personales que impone se meten en el alma, en las conductas y en los sentimientos. El sentido común que impera intransigente ejerce presiones poco o nada comprensivas y fraternales en relación a los Otros, no solo los más desposeídos. Pero seamos justos: no todos llevan grabado a fuego el sello inalterable de la indiferencia y del egoísmo sin fisuras; no todos están poseídos por la obsecuencia acrítica al sistema. Reconozcamos que de la clase media surgen luchadores anti sistema. La violencia social no siempre encuentra en ellos cordiales recepciones.
La fracción más elevada de la clase media, la más esperanzada de acceder a la cumbre social, trata de mimetizarse con los miembros de esta, de pensar y obrar como ellos y separarse, lo más posible, de los que permanecen en los peldaños donde aún priman rusticidades que declaran incómodos y olvidables orígenes. La cruda materialidad de la riqueza y la respetabilidad que se les atribuye, irradian, deslumbran y fascinan: difícil sustraerse a los modelos “ejemplares” que brotan de las alturas, imitados y consumidos con una diligencia que se acrecienta cuando la suerte o la antigüedad del grupo, en su relativamente alta posición, le habilita recursos para siquiera regodearse anticipadamente con los altos destinos que danzan en sus ilusiones.
El ingreso, siquiera en posiciones secundarias, a círculos “exclusivos”, exigirá adecuar los dispositivos psicológicos a las prácticas relacionales y a las maneras distintivas de la expresión verbal y corporal que rige en ellos. El tránsito a un nivel superior (a veces no más que un fervoroso deseo que se anticipa a lo que puede no suceder), conlleva mudanzas en los modelos conceptuales utilizados, deliberada o espontáneamente, para leer la realidad: algo como una otra racionalidad que se irá adoptando.
En los grupos medios económicamente mejor nutridos y con mayor consciencia de las diferencias que los singularizan, es de buen tono preferir las instituciones educativas y los servicios médicos privados: son algo más que muestras de holgura económica: a lo público y gratuito, ámbito de lo popular, se le adjudica baja calidad y modalidades de vida de que conviene diferenciarse. Shoppings, restaurants, clubes en los que “no cualquiera entra”, barrios cerrados, viajes al exterior y vacaciones en Punta del Este son otras tantas señales de una identidad social atrincherada en sus fueros, celosa de su situación, defendida con ahínco y, si necesario, propiciante de la violencia. Debe agregarse lo que llamaremos la identidad fingida, aparentando lo que no se tiene, arropándose con las señales de algo que se quiere ser.
En la lucha por abrirse un camino ascendente, se supone que triunfan y triunfaron los mejor dotados. El obrar en el exclusivo interés personal o familiar sin importar las consecuencias sociales que provoquen, tiene una manifestación notoria en la transformación de ahorros en prestigiadas divisas extranjeras, y su exportación a los infiernillos en que se supone que estarán a buen recaudo. Que esta práctica resta miles de millones a la economía nacional contribuyendo así a agravar uno de los factores que limitan seriamente su crecimiento, carece de importancia. El interés personal se sobrepone al interés colectivo. El país es inseguro. Si comparado con Miami pierde por goleada. Sirve para ganar dinero, no mucho más. Las cosas buenas son importadas. Gobiernos que imponen “cepos” a la libre adquisición de la verde divisa deben ser insultados, castigados, derribados. Una conducta que gobierna sectores de la clase media, tanto más frecuente cuanto más empinado el peldaño social al que se ha logrado acceder, pero no ausente en sectores más bajos, se expresa en la disposición a aprobar la aniquilación de los que puedan interferir en su situación de vida. El éxito obtenido en la elevación a una posición social expectable intensifica la sensación de peligro, cuando algo amenaza o parece impedir la prosecución de una carrera que se quiere ascendente. El nivel de expectativas que la realidad distribuye, actúa como estímulo o desestimulo, tranquiliza o inquieta.
Conservar y defender los bienes, la posición, la identidad y el auto respeto, conducen al conservadorismo político, a constituirse en la clientela de fuerzas dominantes para las cuales (hay elocuentes experiencias) los sectores medios importan como sacrificable masa de maniobras. Permanecer y afianzarse en lo que de alguna manera son espacios sociales privilegiados, no exime de padecer inquietantes sobresaltos. El 2001 argentino lo declara rotundamente. En una sociedad donde la regla manda que el interés particular debe prevalecer por sobre el interés general, ocurre con demasiada frecuencia que quienes operan (aunque no lo adviertan) como clientelas del Poder, al que admiran y del que se referencian, atenten contra sus intereses vitales apoyando a quienes los hicieron batidores de ollas y sartenes y volverían a hacerlo. Y si en algún crítico momento hubo una forzada confluencia con obreros desempleados, en tiempos de recuperación y de bonanza, aquellos devinieron mucho menos estimables, sobre todo por su pertinaz insistencia en continuar reivindicando derechos y comida, haciendo “ruido” y “cortando” calles y avenidas.
Bauman (2017:98) anota en su libro postrero, que las llamadas “políticas de la vida”, la exaltación del esfuerzo personal parejo a la devaluación de toda solidaridad, característico de ciertos sectores medios, son un motivo más para el desprecio de quienes requieren la ayuda del Estado para estudiar, para atender sus dolencias, para obtener una morada decente, y porque ”lujos” semejantes, no son para ellos, no les corresponden porque ponen en crisis las “normales” jerarquías impuestas por la sociedad. La autoafirmación de grupos medios, una suerte de singular narcisismo personal y colectivo, los enemistan con los gobiernos que gastan los dineros de sus impuestos en “mantener” las atribuidas pocas ganas de trabajar que tendrían lo que por eso son pobres. Gastar en políticas sociales “el dinero de los contribuyentes”, que por lo demás suelen ser evasores contumaces, contraviene convicciones de los del medio: es gastar pólvora en chimangos, y lo que es peor, alienta a levantar vuelo a quienes debieran conformarse con la desesperanza. El lector no ignora que hablamos de la Argentina, pero en un país tan diferente como la India, ocurre algo semejante: “las clases medias son menos favorables a políticas públicas que promuevan la inclusión económica y la redistribución” (Hasan, Poverty in focus, nº 26); son “críticas a la legislación basada en derechos”: derecho al empleo, a la información, a la educación, a la alimentación. “La clase media (seguimos con la India) padece de una completa falta de interés en regímenes públicos que garanticen el acceso a bienes y servicios básicos para la mayoría de las personas”. Un argumento usual: los gastos invertidos en esas políticas impiden el crecimiento de la economía.
Quedó dicho que los del medio desconfían del suelo social, que temen cuando este parece moverse y querer salir de los límites configurados por su pobreza, su miseria, su indigencia. Los quieren lejos. Las masas subalternizadas siempre son una amenaza; lo son más, cuando los beneficios que reciben aumentan su presencia en la escena política y acrece sus pretensiones, y acaso los deseos de vengar seculares postergaciones, agravios y humillaciones. En pocas palabras: los que se salen del lugar del que no debieran salir, y son incentivados y ayudados a hacerlo, son un peligro, como son insoportables las voces mal sonantes, los destemplados ruidos con los que suelen acompañar sus reclamos, la usurpación de espacios públicos que utilizan para perturbar. Cuando las distancias y las diferencias sociales son desafiadas, parte considerable de los sectores medios consideran que algo esencial está fuera de lugar, o está subvertido. Cunde el escándalo, incluso el susto, cuando gobiernos “populistas” facilitan con sus políticas el acceso de masas subalternas a bienes materiales que amenazan con achicar las distancias, defendidas ardorosamente por los que se imaginan detentores exclusivos de los espacios “dignos” de la escala social. Para gran parte de los sectores medios, suena mortificante que los habitantes del suelo se eleven a algo que semeje una “clase media baja”, provocando confusiones detestables, y para colmo de males, esparciendo rusticidades a diestra y siniestra. La clase media necesita marcar, ella también, un categórico contraste con las figuras que visualiza como de condición cercana a lo sub humano, instaladas en la pura mugre y el lodo apestoso. Los de abajo debieran cultivar una muda resignación. Como “todo acto de pensamiento es esencialmente una parte de la conducta” (Mannheim, 1962:2179), sentirse o creerse relegados, no reconocidos por lo que creen o pretenden ser, dictan conductas que acrecientan la identificación con la clase dominante, una suerte de presumible refugio y blindaje, porque es la única que puede colocar las cosas y las personas en el lugar que osaron abandonar.
León Pomer |
En grupos de clase media situados en los peldaños altos (y otros no tanto) hay una fuerte extranjerización mental: el mundo es observado desde el preciso lugar de sus ombligos, y por añadidura con lentes importados. Son muchos los que abominan de la tierra que los vio nacer. Cuando la contrastan con el país de sus sueños, que no es el propio, aquí nada funciona, excepto las fuentes de los ingresos monetarios que serán diligentemente exportados. El antropólogo Alejandro Grimson comprobó que en ninguna otra parte se denigra al propio país como en estas suculentas pampas. La extranjerización hostil a lo propio aparece en carteles, en leyendas inscriptas en vidrieras, en la copia servil de modas y modelos, en cerebros. Cuando se desprecia el país y se consume a diario adulteradas mercancías mediáticas, se incurre en el apoyo de políticas que ya mostraron su furia destructora, que no sirvieron como lección porque se vuelve a incurrir en lo mismo, por odio al pueblo, por no aceptarlo con la cabeza levantada. Esa suerte de amnesia ideológica carga consigo una bomba, que puede explotar en las manos de quienes juegan con ella. Porque en produciéndose la explosión, las esquirlas también habrán de victimar gravemente a los estratos medios que confiaron en ella para enseñar a los de abajo, de una vez por todas, a no querer lo que su papel social determina que no deben tener.
La sociedad está fragmentada, siempre lo estuvo. Y si la Constitución y las leyes reconocen la igualdad ciudadana de todos, la realidad no la corrobora ni jamás podrá corroborarla, salvo que alguna vez ocurra una sociedad de iguales en la realidad y no apenas en los papeles. Las desigualdades sociales transforman en un espantajo la justicia de los ojos vendados y la balanza equilibrada. Recuerda Bourdieu (2011:203): “El desconocimiento de los fundamentos reales de las diferencias y de los principios de su perpetuación hace que no se perciba el mundo social como el lugar del conflicto o de la competencia entre grupos de intereses antagónicos sino como un ‘orden social´”. Y finalmente, sea cuales fueren las políticas destinadas a favorecer a los menos favorecidos, en tanto tenga vigencia la lógica social capitalista las iniquidades continuarán siendo segregadas: la lógica es implacable, porque brota en catarata del sistema relacional y su cultura, de los poderes y jerarquías que lo constituyen, de las feroces ambiciones que engendra. La clase media es un ejemplo de modelaciones humanas funcionales al sistema.
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(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.
-Para ver el primer fragmento del capítulo "Modelar Seres Humanos": http://vagosperonistas.blogspot.com/2019/04/primer-fragmento-del-capitulo-modelar.html
-Para ver el segundo fragmento del capítulo "Modelar Seres Humanos": https://vagosperonistas.blogspot.com/2019/05/segundo-fragmento-del-capitulo-modelar.html
-Para ver el tercer fragmento del capítulo "Modelar Seres Humanos": https://vagosperonistas.blogspot.com/2019/06/tercer-fragmento-del-capitulo-modelar.html
-Para ver el cuarto fragmento del capítulo: "Modelar Seres Humanos"https://vagosperonistas.blogspot.com/2019/06/cuarto-fragmento-del-capitulo-modelar.html
-Para ver el quinto fragmento del capítulo:"Modelar Seres Humanos": https://vagosperonistas.blogspot.com/2019/07/quinto-fragmento-del-capitulo-modelar.html