lunes, 21 de octubre de 2019

VIGENCIA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN ARGENTINA, Por Javier Azzali(") para Vagos y Vagas Peronistas

El legado cultural indígena en cada uno de nuestros países americanos, de distinta intensidad según las regiones, pero de una gran complejidad y desarrollo, así como la existencia actual de comunidades y personas pertenecientes a los pueblos indígenas, torna imprescindible su justa reivindicación y consideración, para fortalecer el curso de la formación de una sociedad latinoamericana solidaria y autónoma. El protagonismo y peso de los pueblos indígenas en nuestro continente es ancestral, persistente y actual, aunque en Argentina su peso político sea marginal. Ellos son actores del mestizaje como factor constituyente de la cultura americana y principal de los legados del período colonial, un proceso de enorme intensidad presente, que lleva a Miguel León-Portillai, a decir que, ahora “Mesoamérica está presente hasta en Estados Unidos”ii

De la visión de los vencidos de la conquista española en México, según el ensayo de este mismo historiador, a la existencia de una filosofía permanente y propia, como muestran las investigaciones de Rodolfo Kusch; de las rebeliones mesoamericanas y andinas contra las estructuras virreinales a las luchas campesinas del siglo XIX, de los movimientos nacionales del siglo XX que los tuvo como protagonistas de una manera o de otra, como el MNR boliviano, la Revolución Mexicana y el cardenismo, el campesinado en los Andes peruanos retratado por Manuel Scorza, el peronismo; de la rebelión maya-zapatista, el mismo día de la entrada de México al NAFTA, el 1 de enero de 1994, a las guerras del agua y del gas en Bolivia, las seguidillas de rebeliones en Ecuador, y las recepciones constitucionales de sus aportes sobre los conceptos de Buen Vivir y Madre Tierra. El índice de la lucha política es tan variado como numeroso y potente. La razón es tan simple como fundada: el hecho de la condición mestiza y étnicamente rica de la identidad nacional de nuestros países de América. Más significativas son, aún, las recurrentes insurrecciones populares en los países andinos y en México, donde asientan los que Darcy Ribeiro llamaba los “pueblos testimonios”, descendientes de las antiguas civilizaciones precolombinas de mayor desarrollo (Azteca, Maya, Inca). En estos países, la identidad indígena encuentra un mayor fortalecimiento, lo cual se expresa en su participación política. En estos Pueblos Testimonios, el concepto jurídico político de autonomía adquiere un significado más desarrollado y se manifiesta en la forma de autonomía municipal, completa o relativa. En cambio, en los Pueblos Nuevos o Transplantados -como los rioplatenses, según la clasificación del autor brasilero-, la autonomía indígena no adopta la misma forma y es de menor intensidad. En México, casi 15% del total de la población es indígena, repartida en 62 etnias que viven en ciudades, municipios indígenas o con presencia indígena, y en EEUUiii. En Ecuador, de acuerdo con el último censo nacional de 2010, las personas que se autodefinen como indígenas representan el 7 % de la población totaliv. En Peru, de acuerdo a datos de 2018, alrededor del 27% del total de la población hace lo propiocomo parte de algún pueblo indígena u originario por sus costumbres y antepasados, y un 53% del total de la población como mestizav. En Bolivia, mediante un sistema complejo de análisis de información, se concluyó que de la población de más de 15 años, el 66% es identificada como indígena (plena y parcial)vi. En este país, el protagonismo indígena adquirió tal dimensión que erigió, por primera vez en el continente, a un presidente indígena. Evo Morales Ayma implementa una política de soberanía nacional, unidad regional, desarrollo productivo y descolonización estatal inédita para Bolivia. En verdad, Benito Juárez fue, tal vez, el primer presidente en el continente de origen indígena -zapoteco-, en México (1858-1872), aunque su programa no haya tenido un contenido de reivindicación específica de esos pueblos.



En Argentina.

En el Censo Nacional de Población y Vivienda 2010, se identifican indígenas un total de 955.032 personas, lo que representa 2.5 % de la población totalvii. Las organizaciones de pueblos originarios refieren la existencia de, al menos, 39 pueblos, etnias o culturas, con más de 1600 comunidades, De acuerdo al Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, están distribuidas por todas las provincias, con variado peso poblacional y complejos grados de organización y con realidades y necesidades no siempre adecuadamente visibilizadas y atendidas, con características más rurales algunas y de carácter más urbanas otras, donde se asientan más de la mitad de las personas indígenas. El número debería aumentar si se incluyen a los migrantes de países vecinos de origen indígena.
Las palabras indígena, aborigen u originario -que son sinónimos- son la manera en que son designados estos pueblos, cuyas diversidad y riqueza no alcanza a ser comprendida bajo esta denominación genérica. Sus identidades particulares tienen sus propios nombres: Atacama, Aymara, Chané, Charrúa, Chorote, Chulupí, Comechingón, Diaguita, Guaraní, Guaycurú, Huarpe, Logys, Kolla, Kolla Atacameño, Lule, Lule Vilela, Mapuche, Mapuche Tehuelche, Mocoví, Mbya Guaraní, Ocloya, Omaguaca, Pilagá, Quechua, Ranquel, Sanavirón, Selk'Nam (Ona), Tapiete, Tastil, Tehuelche, Tilián, Toba (Qom), Tonokoté, Vilela, Wichí.A veces, se las denomina naciones, pero en verdad son pueblos, etnias o culturas, ya que desde, al menos, fines del S. XVIII la posibilidad de realizar una cuestión nacional propia se encontraba perimida. Sus existencias y reclamos tienen su vía de realización solamente al interior de una formación social y nacional que las contenga. De ahí, que habitualmente se compartían la idea de Patria Grande Americana que también tenían los grandes líderes políticos criollos. Una visión multiétnica de la identidad americana también estaba presente en el ideario de los grandes líderes criollos en las luchas por la emancipación en las primeras décadas del S. XIX, del sur al norte del continente como San Martín, Bolivar, Castelli, Monteagudo y Artigas, Morelos e Hidalgo, quienes, además, les reconocían un protagonismo en las luchas. San Martín, significativamente, los denominó en una proclama suya, “nuestros paisanos los indios”.


En los márgenes sociales del país dependiente.

El régimen oligárquico argentino interpretó la igualdad jurídica, declarada en el artículo 16 de la Constitución de 1853, de manera racista porque en mayor o menor medida discriminó y persiguió al gaucho, peón, obrero, indígena, migrante pobre y a las masas populares en general. El modelo agroexportador con dependencia económica financiera, empujó a las comunidades a los márgenes de la sociedad, quedando excluidas del desarrollo tecnológico, del mercado y la atención del estado, siendo desalojadas, especialmente, de la zona pampeana. El odio de clase, bajo la consigna de la civilización contra la barbarie, característico de las castas dominantes blancas, propietarias, europeístas y antipopulares, se despliega por todo el abanico del pueblo, mostrando un especial desprecio hacia lo indígena. Civilizar fue desnacionalizar, según la síntesis de Arturo Jauretche, por lo que la marginación de los indígenas de la vida social fue una cruda manifestación de la enajenación del país.
Durante el S. XX, hombres y mujeres del interior del país y de los suburbios bonaerenses, son nombrados como cabecitas negras, dentro de los cuales, las personas indígenas sufren la indiferencia y la discriminación más acentuada, al punto de sentirse ciudadanos de segunda o tercera, como extranjeros en su propia patria. Con cruel sinceridad, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, ese antiguo guardián de las estructuras de poder, declaró en el Fallo “Lorenzo Guari” de 1929, que los indígenas no tenían derecho a la posesión comunitaria, ni a ser sujetos de derecho colectivo como comunidad, doctrina judicial que rigió hasta fines del siglo pasado.
Los estados nacional populares, en el S. XX, con su política de ampliación de la ciudadanía y de la democracia social, los incorporó en su condición de sujetos trabajadores rurales o proletariado urbano, como en el caso del indigenismo como política pública, a partir de 1940, especialmente en México, Bolivia y Argentina. Las comunidades fueron destinatarias, aunque insuficiente, de planes agrarios, de colonización agraria y reparto de tierras, promovidos por el estado, en línea con Mariátegui en eso de que "el problema del indio es la tierra". La Organización Internacional del Trabajo será, con el tiempo, el organismo a nivel regional que dará categoría de sujeto de derecho específico a las personas indígenas. Desde los primeros convenios, hasta el nro. 107 (1957) y el más conocido e invocado, nro. 169 (1989). En nuestro país, además del Peronismo, cabe resaltar el precursor “Informe sobre el estado de las clases obreras” de Juan Bialet Massé, en 1904. De a poco, tras la sanción del artículo 75 inc. 17 de la Constitución Nacional en 1994, y sus análogos provinciales, los jueces fueron reconociendo, a regañadientes y en forma parcial, sus derechos (tierra, cultura, participación, acceso a la justicia), los cuales hoy son parte de su principal reclamo: una mayor integración a la sociedad, en pie de igualdad real de ciudadanía, pese a la marginación social y jurídica y su escaso peso político. 
Aún hoy, padecen la negación de su existencia de personas titulares de derechos y ciudadanía, en pleno siglo XXI le atribuyen una condición inferior al resto, como se nota de este testimonio de una mujer qom quien, pese a que reclama porque la policía le mató a su hijo, también reclama lúcidamente por su pueblo: "también vengo por mi pueblo qom, que sufre mucho, la policía persigue a los hermanitos, los castiga y los largan, o no, así desaparecen muchos chicos, querés hacer la denuncia y no te la toman, te miran a la cara y no existís. Pero somos como las raíces de las plantas, no nos van a desaparecer, las nuevas generaciones seguimos estando". Luego de estar con el ministro del interio, Rogelio Frigerio, las mujeres indígenas dijeron: "fue racista y mal educado porque se levantó antes que termináramos de hablar" (https://www.pagina12.com.ar/226223-finalizo-la-ocupacion-de-las-mujeres-indigenas-en-el-ministe?fbclid=IwAR14C8nXWeGSxWMh-oVtFfkHJTOmM2DCup682_7U0b6mDp5tNHxBNrY68-k).


Algunas reflexiones.

Por lo general, cualquier reflexión sobre los pueblos indígenas nos remite al hecho de la conquista española. Sobre lo cual hay que señalar la insuficiencia de las lecturas habituales. Ni la leyenda rosa ni la leyenda negra sobre la colonización ibérica en el continente, alcanzan a brindar una comprensión integral, así como concluyen en la denigración de los pueblos indígenas y de nuestra identidad nacional.
En la primera, por subestimarlos en su condición propia, sea por justificar la subordinación económica y cultural en supuestas condiciones innatas, o bien directamente propiciar su negación y exterminio, en la actualidad bajo formas de racismo y etnocidio. En esta tarea se encargan los voceros mediáticos de las oligarquías terratenientes del continente. En la segunda, por subestimarlos y atribuirles cualidades de una cultura estática y abstracta, con una historia propia aislada de la sociedad, que ni los propios pueblos interesados suelen compartirla. Así, discursos varios se alinean para hablar en nombre de ellos, desde una interpretación descontextualizada de las sociedades y de la historia general de las regiones y los países, a veces en procura de describir hábitos y costumbres exóticas, otras para poner en evidencia atributos singulares de su cultura como factor del atraso. Esta interpretación suele operar como vía indirecta para denostar también a la identidad nacional por un supuesto origen criminal. Resulta relevante ver que, salvo expresiones marginales, no hay posiciones indígenas separatistas de sus países, como agitan fantasmas con discursos reaccionarios ligados a la derecha trasnacional, quienes propician un tratamiento ligado a problemas de seguridad y de terrorismo internacionalviii. Los impulsos de fragmentación del espacio nacional han provenido históricamente de las elites oligárquicas asentadas en las ciudades puerto, adversarias de un modelo de desarrollo tierra adentro, donde habitan los pueblos indígenas.
Darcy Ribeiro dio precisiones que considero válidas para la comprensión del presente americano, al ensayar una síntesis de las configuraciones histórico culturales de nuestros pueblos, como “poblaciones muy diferenciadas pero también suficientemente homogéneas en cuanto a sus características étnicas básicas y a los problemas de desarrollo que enfrentan”. Los latinoamericanos somos actualmente, dice “el producto de dos mil años de latinidad, mezclada con poblaciones mongoloides y negroides, aderezada con la herencia de múltiples patrimonios culturales y cristalizadas bajo la compulsión de la esclavitud y de la expansión salvacionista ibérica. Es decir, una civilización tan vieja como las más antiguas en lo que respecta a su cultura, a la vez que constituyen pueblos tan nuevos como los más recientes en cuanto a etnias”ix.En nuestro país, el predominio del tipo étnico europeo, que desplazó especialmente en la región pampeana y del litoral -donde esta el núcleo agroexportador-, a las generaciones criollas, cuyo primer origen en la misma zona, es neoguaranítico, no deriva en la negación de la existencia de minorías étnicas descendientes de los pueblos preexistentes. 

El 12 de octubre de 1992 un grupo de indígenas derribaron la estatua del colonizador español Diego de Mazariegos, fundador de la actual ciudad San Cristóbal de las Casas.

Para concluir, digo que la identidad de una nación se construye con la admisión del mestizaje dado por los aportes sociales de los diferentes sectores asentados en su territorio a lo largo del desarrollo histórico y la admisión de las particularidades de las visiones propias de cada uno (tradiciones, filosofías, normas, anhelos, lenguajes); de lo contrario, tiene lugar la confrontación, la fricción (“fricción interétnica” le llamaba Roberto Cardoso de Oliveirax) o la lisa y llana extinción de la cultura subordinada, lo cual conduce a una división dentro del pueblo que obstaculiza la formación de una conciencia nacional. Por eso, la comprensión de la vida de los pueblos y el devenir histórico y presente de las culturas indígenas, forman parte también de la de los problemas de la patria.



Javier Azzali, octubre de 2019.


i Miguel León-Portilla (1926-2019), historiador y filósofo mexicano estudioso de la cultura indígena y hablante del idioma nahuatl. Publicó numerosos libros y ensayos, entre ellos, el más conocido tal vez, “Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista.” (1959), traducido a varias lenguas.
iiiSegún el Censo de Población y Vivienda 2010, del INEGI.
ivhttp://www.ecuadorencifras.gob.ec/resultados/
vhttps://bdpi.cultura.gob.pe
vihttps://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/3566/S2009029_es.pdf?sequence=1&isAllowed=y
vii https://http://www.indec.gov.ar/ (del Encuentro Nacional de Organizaciones Territoriales de Pueblos Originarios (ENOTPO)), y https://www.tiempoar.com.ar/nota/un-mapa-de-las-lenguas-originarias-que-busca-revitalizar-el-concepto-de-pais-plurilingue
ixDarcy Ribeiro. “Las Américas y la civilización”. Buenos Aires, 1985, Centro Editor de América Latina.
xRoberto Cardoso de Oliveira en “Aculturación y fricción interétnica”. Disponible en: http://www.ciesas.edu.mx/publicaciones/clasicos/articulos/aculturacionyfriccion.pdf (visitado en 12/10/2019)


(") El autor es Abogado (UBA), profesor universitario, publicó “Constitución de 1949. Claves para una interpretación latinoamericana y popular del constitucionalismo argentino”, 2019, Ed. Punto de Encuentro. Tiene estudios en derechos humanos y antropología jurídica. Escritor de notas, artículos y publicaciones sobre pensamiento nacional, latinoamericano y derechos humanos. Contacto en javierazzali@hotmail.com

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