martes, 26 de noviembre de 2019

PUDRIR LA SOCIEDAD, Por León Pomer(") para Vagos y Vagas Peronistas

                         

En famosa declaración, Thatcher afirmó que no había «eso que se llama sociedad, sino únicamente hombres y mujeres individuales»; seguidamente añadió: "y sus familias". Todas las formas de solidaridad social debían ceder frente a un feroz individualismo egoísta, del que se desprende un inevitable: “arreglá por ti mismo tus problemas, que son solo tuyos y nadie tiene por qué hacerse cargo de ellos. Lo que no podés arreglar, solucionar, siquiera mejorar, será tu exclusivo fracaso. A raíz de esta incapacidad, probablemente vivirás en la privación, te corroerán, a ti y a los tuyos, dolencias que no podrás curar, y por añadidura, tus hijos se “educarán” como animalitos de la calle, ya que carecerás de recursos para mandarlos a la escuela paga que no podrás pagar”.


La ideología representada por esa concepción-visión de mundo, un tanto pavorosa, convengamos, fue poderosamente vehiculada, y es entusiastamente llevada a la práctica allí donde el capitalismo encuentra, o logra crear las condiciones para instalarla. Es el neoliberalismo, que para la entonces primera ministra de la Gran Bretaña, «tenía por objetivo cambiar el alma», cambiar debilitando todos los lazos de solidaridad social que estorbaran a la flexibilidad competitiva, que implicaba aceptar un horrible destino preconcebido, resignarse y hocicar en el barro, la miseria y una casi segura marginación de la sociedad.


De modo que “cambiar el alma” era asumir mansamente el proyecto de Thatcher, aceptarlo como una ley de la vida y renunciar a ilusorios devaneos, deseos y ambiciones que alguna vez calentaron excesivamente la imaginación. Bajar la cabeza, trabajar en silencio, no pensar sandeces: cambiar el alma”, un programa de vida.

De este modelo, y los intereses que lo suscriben con entusiasmo, (expresivo del ideal capitalista de sociedad en su etapa actual), surge el macrismo en la Argentina. Lo estamos viviendo. Es hambrear, dividir, fragmentar, despreciar, subestimar, odiar, agrietar. Sobre todo, odiar. Para dominar hasta lo exhaustivo y exprimir hasta el tuétano, nada mejor que destruir la sociedad, pudrirla y pudrir su gente. La manera de lograrlo es multiplicar los individuos desesperados, y constreñirlos, por medio de adversidades deliberadamente creadas por el Poder a robar, matar, olvidar los lazos de solidaridad, de convivencia pacífica, y sobre todo olvidar exotismos tales como el respeto recíproco y el amor.

La violencia en las calles y el sentimiento de inseguridad constituyen una muestra de la desesperación y la carencia de alternativas que se ha apoderado de miles de argentinos, particularmente de aquellos que tienen por delante, se supone, o se suponía, una vida por construir. El odio, deliberada y sistemáticamente predicado y practicado por una derecha que encuentra en él un gran instrumento de fragmentación social, de amedrentamiento y de temor, ha sido embutido en el cuerpo de sectores sociales medios, cancelando en ellos las posibilidades de un pensamiento racional, sereno y reflexivo. El hambre y las angustias, la incertidumbre que corroe el alma de los más vulnerables, la indiferencia del poder hacia ellos, la acusación infamante: negarse al trabajo como modalidad de vida, provocar el caos en las calles, vivir de planes sociales, armar el espectáculo de las ollas populares, la calle como morada en lugar de la modesta vivienda alquilada que hubo que abandonar, son ejemplos del “bienestar” que el macrismo le está brindando a gran parte del pueblo argentino. El gran poder económico y la masa de clase media son intransigentes. No ceder. Cada grupo social en el lugar que le corresponde. Los miserables, en la miseria. Lo que comienza por ser políticas económicas se transfigura en terribles frustraciones que invaden los cuerpos, dictan conductas, sumen en la irreflexión o dictan conclusiones caprichosas, equivocadas, ridículas o signadas por el más extremo pesimismo. La desesperanza es una pésima consejera. Comienza por sugerir la absoluta inutilidad de las normas sociales que en la práctica dejan impunes los desafueros de los más poderosos y castigan inclementes a los más débiles.

El sistema propone (y trata de construir) un mundo guiado por la desesperación: una nada que perder y caso un algo que “ganar” ejerciendo la violencia se ofrece a jóvenes en quienes el sistema se ha particularmente ensañado; jóvenes que fueron niños hambrientos, desnutridos, hijos de padres desesperados que lidiaron toda su vida con la escasez y el desempleo, con la vivienda infecta y la policía brava que mata por mera portación de cara. 

Las políticas que alegremente destruyen los lazos sociales, que inducen al total descreimiento y al escepticismo mayúsculo, características de los días actuales, son las adoptadas por las clases dominantes para dominar a su gusto y paladar. Tienen como antecedente y fundamento el feroz individualismo egoísta inherente a la relación básica del capitalismo, acompañada por la impresionante indiferencia frente al sufrimiento de enormes mayorías de seres reducidos a una suerte de subhumanidad.

Las clases dominantes locales nunca fueron benignas con el pueblo. No vacilaron en masacrarlo toda vez que creyeron necesario darle una lección. Pero ahora creyeron llegada la ocasión definitiva para exterminar en el toda veleidad tan desatinada y caprichosa como comer convenientemente, acceder a un buen centro de salud acogedor y gratuito, tener franqueadas las puertas de todos los niveles de la enseñanza, hacer del vivir una elemental dignidad. Las clases dominantes y gran parte de sus clientelas medias apoyaron la dictadura y apoyan a Macri, pese a que el desastre económico por este provocado afecta a no pocos de sus integrantes, incluso algunos de los más conspicuos. El odio hacia los de abajo es más fuerte que su interés material. No soporta que los de abajo suban un par de escalones, que se den algunos gustos. Temen que les hablen de igual a igual. Que lo enfrenten con la frente alta. Su sueño dorado sigue siendo la “reforma” laboral, si posible, la esclavitud. La sola idea de un futuro gobierno capaz de retornar a un capitalismo “bueno” los enardece. Eso es populismo, o sea dar alas a los pobres, repartir riqueza de manera más equitativa, evitar el hambre, cercenar el desempleo. Usaron la palabra, la usan pervirtiendo su significado: populismo igual a abominable, tenebroso. No se resignan a no seguir siendo poder dominante. Quieren ser la única voluntad que cuenta. El capitalismo “bueno” de Cristina es un denigrante populismo, o algo como un izquierdismo rabioso: le da a los miserables lo necesario para dejar de serlo. Insoportable. La gigantesca brecha existente debe ser mantenida, acrecentada, profundizada. Los miserables no deben hacerse ilusiones. Inadmisible que las tengan. Deben continuar en el mundo de la miseria, en las villas infectas, en la ausencia de educación y salud. Curiosamente, evocan el Caliban de La Tempestad. 

Signado el país por el macrismo, este, su sistema y su cohorte mafiosa le han inferido graves heridas. No solo hablo de las económicas, de las instituciones destruidas, del desamor por la patria; hablo de cerebros, de sentimientos, de sensibilidades, de moral quebrantada, de descreimiento, de creernos un país sin arreglo. Suele hablarse de batalla cultural. Me permito creer que la batalla es no solo por la cultura, sino por el entero ser humano argentino. La prédica de la derecha ha creado una complaciente estructura humana inaccesible a las razones y los sentimientos que creíamos inherentes a lo humano. Puede que exgere. Puede que no sean todos. Pero el 40% de votantes corroboraron a Macri. Impresionante. No vieron la catástrofe. Y si la vieron no los molestó demasiado. Fueron indiferentes al hambre. Lo siguen siendo. No parecen haber cambiado. No pocos creen que el hambre es el invento de una oposición artera y mentirosa. La prédica miserable del Poder ha sido parcialmente efectiva. Haber derrotado al pensamiento lógico es un gran triunfo. Haber instalado la indiferencia frente a los que sufren, lo es. Este es el desafío. ¿Estaremos a la altura del mismo?

(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.














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