Desde la más remota antigüedad humana mapeamos la realidad partiendo de señales, olores, ruidos, advertencias las más variadas abordamos incógnitas para develarlas, para eventualmente hacer de ella un auxiliar de nuestra vida. Lo que nos impacta emocionalmente y no nos permite la indiferencia es lo que se destaca del resto: queremos saber qué significa, pide significado. Lo piden los sueños y la muerte, los fantasmas que no hemos convocado, pero nos asedian. Hurgando en la realidad, de la que nuestro cuerpo es fundamental presencia y es misterio, descubrimos referencias indispensables para no errar en el desconcierto, aunque siempre habrá algo que nos deje desconcertados. El significado antecede al lenguaje, pero lo necesita. En apoderándonos de una, llamémosla verdad inicial y provisoria, consultamos nuestro léxico o inventamos la palabra que identifique lo aun no nominado, que de nombre al significado.
No es exclusividad humana explorar la realidad y significarla. Cuando no interviene la consciencia parece necesario postular el accionar de una inteligencia primordial, biológicamente desarrollada, inherente a todo ser vivo (Leroi-Gourhann, 1964: vol.1:42). El premio Nobel Gerard Edelman llama “consciencia primaria” la que otorga la capacidad de determinar, a partir de criterios internos, la importancia de cierto tipo de señales entre las múltiples que genera el entorno. La naturaleza quiere seres vivos dotados de una esencial capacidad de orientación en un medio determinado. Sólo un fragmento de este posee interés y tiene significado para los seres vivos. Pero en tratándose de la realidad social, es otro cantar.
Las ideas de valor, advertía Max Weber (1979:32), confieren significados que subrayan y ordenan los elementos de la realidad. Se supone que los primates profesamos ideas de valor que acuden a seleccionar lo que nos interesa significar. Y esas ideas de valor son culturales, es decir, son adquiridas o, para decirlo mejor, nos han sido imbuidas. Desde ellas elegimos lo que nos importa, nos interesa o nos es indiferente. La facultad cognitiva de que estamos dotados (la dominación la quiere coja, manca y enclenque), que proyectamos sobre la realidad, ha sido debilitada por un sistema de valores y desvalores cuya misión es debilitarla, porque ha sido modelada por los dominadores. No nos irá demasiado bien si intentamos descubrir (supuesto que lo intentemos) que significa realmente el arsenal de relatos, declaraciones y juramentos que el Poder nos endilga: qué significa ese fatuo aglomerado verbal. Pero descubrimos, a veces más tarde que temprano, que confrontado con un existente que se mueve vertiginosamente, diferencias, distancias, contradicciones, desmentidos que inicialmente nos provocan un cierto escozor: el significado de ciertos dichos del Poder no parece coincidir con las promesas e intenciones juradas y perjuradas. Antes de descender al desengaño total nos prometemos hacer un compás de espera, un darle tiempo al Poder para que limpie las herencias viles que dice haber recibido. Incluso admitiremos que talvez no nos da la mollera para entender sus altos designios. Puede que finalmente entendamos algo, atisbemos lo que es el Poder y el significado de sus actos; o talvez no lo entendamos nunca y concluyamos que el mundo es una porquería discepoliana, o sea, un infierno irredimible. Los significados que guían los actos del Poder (con la sola excepción “bolsonárica”, hasta el momento que esto se escribe) no son proclamados a los gritos, no son informados en las tapas de los diarios ni transmitidos por televisión en su más prístina verdad: son mantenidos en una discreta penumbra, en verdad no tan penumbrosa que no sean discernibles por quienes han salvado su razón del naufragio. De lo anterior es fácil deducir que los significados regulan prácticas, las conducen, las demoran, generan escepticismos o esperanzas o frustraciones: en no pocos casos son un sólido fundamento de peligrosísimas irracionalidades. Son constitutivos de la epistemología del Poder, de que se hablará en un próximo capítulo.
Gusdorf postuló que el individuo se “adueña” del mundo hablando un idioma; pudo agregar que el mundo hace lo mismo con el individuo. No hablamos de una abstracción, hablamos del mundo concreto, del que llamamos sociedad, de los contenidos semánticos que le son constitutivos y ofician de chaleco constrictor: las constricciones cuidan que no se produzcan desmanes peligrosos en las estructuras asimiladoras de saberes y en las racionalizaciones de las experiencias. Conviene subrayarlo: la estructura asimiladora filtra y selecciona lo que habremos de entender y asimilar.
En los significados se ocultan visiones del mundo humano. El poeta Bartolomé Hidalgo, iniciador de la poesía gauchesca, utiliza con encomio la palabra “indio”: para la cultura dominante de la época (y para la nuestra) equivalencia de barbarie. Para Hidalgo, indio es valor y coraje (visión transgresora) en la lucha contra el entonces enemigo realista.
Al introducirse en complejas experiencias, en más honduras y hallazgos, el ser hablante se obliga a imaginar nuevos significados, a expandir la polivalencia de la palabra. Por eso Sartori (2007:17) puede decir: “a cada palabra corresponden muchísimos significados”; “el número de palabras en cualquier idioma es menor que el número de significados que tenemos en mente “. El arsenal de significados lingüístico no parece dar cuenta de todo lo que necesitamos decir. Por eso los filósofos de verdad deben crear significados nuevos. Frente a la polivalencia potencial de la palabra el Poder se aferra a un significado específico: desecha lo que es susceptible de dirigir el pensamiento hacia direcciones que no le caben transitar al dominado: las estructuras perceptivo –asimiladoras del sujeto no deben descubrir contradicciones no autorizadas ni reconocidas, que hieran la imagen naturalizada de la realidad social. Conocer y padecer las inocultables ignominias sociales debe ser racionalizado como desarmonías epidérmicas, eventualmente corregibles, o definitivamente inherentes a la “imperfecta” condición humana.
En el lenguaje de la dominación, las palabras y su organización en la frase encierran múltiples y sutiles adulteraciones-limitaciones-cercenamientos semánticos: son ejemplo “democracia”, “populismo”, “libertad”. El Poder no propicia la palabra que rompa el sueño letárgico de lo conocido; teme noveles resonancias, inesperadas alertas. El Poder de la dominación se satisface cuando el dominado chapotea la vida entera en la pobreza de un vocabulario exasperadamente limitado que le impide pensar complejidades ajenas á lo que le es permitido. El encuentro de conexiones semánticas inhabituales son audacias susceptibles de romper el exclusivismo semántico que instaura la dominación. Así, la palabra “democracia” no debe significar no más que votar cada dos años. Y después dejarlo todo, sin control alguno, en manos de los que se supone representan la voluntad popular, pero con demasiada frecuencia se han emancipado de la misma.
LA PALABRA LEGÍTIMA
La palabra es un bien disputado: es un gran instrumento del dominador. Probablemente el mayor. Al dominado le es concedido el balbuceo, la confusión y el silencio. El monopolio de la palabra legítima confiere un poder enorme sobre aquellos que deben aceptar los significados que aquella vehicula; controvertirlo, abrirlo a dimensiones que la palabra alberga, pero son obturados, es gesto subversivo, es un pensar atrevido, exterior a lo normal. Significados cerrados, recluidos deliberadamente en una suerte de pequeña, limitada y poco aireada celda cerebral, no buscan mejorar la calidad de un discurso, sino la adhesión conformista al existente social, la impotencia verbal para cuestionarlo, el impedimento de examinar las penumbras que oculta. En lugar de descubrir, la palabra debe ocultar, condenar a la confusión o a un errar en el desorden mental. El significado debe quedar detenido en una inocente unilateralidad; romperla supone algo como arriesgarse a abarcar otros costados del objeto que no conviene menear, porque susceptibles de sugerir preguntas que el Poder no quiere escuchar. Cuando el monopolio de la palabra niega un abordaje de lo real sin cortapisas que lo mutilen, particularmente cuando el significado tiene gran alcance social, cabe inferir que busca generar pensamientos mutilados. En su momento, lo expresó así el filósofo norteamericano William James: “un gran número de personas piensa que está pensando, cuando no hace más que ordenar sus prejuicios”.
La frase hablada es una expresión del individuo que la habla, y de aquello que lo hace hablar como suele hacerlo. Al hablar su propio lenguaje, advierte Marcusse (1971:221), el individuo también habla el lenguaje de sus dominadores. Lo privado y personal está mediado por el material lingüístico disponible, que es material social. Además, lo que la persona quiere decir es también lo que no dice. Sus procesos mentales se revelan en el habla y en el silencio, y obviamente en su conducta. Lo que no se dice está presente en el en la práctica conductual. La sociedad se inscribe en el idioma. Hablar es someterse a un complejo de condicionantes.
Volosinov (discípulo de Bajtin) sostenía que el lenguaje organiza la experiencia que tenemos del mundo: es producción y recepción de sentido. Si no fuera así, sería ruido. La posibilidad de comunicarse reside en el sentido compartido. Lo que carece de sentido no puede ser comunicado. Al abrirse al diálogo el hombre pone en tensión sus virtualidades. Se ve obligado a reflexionar, a descubrirse poseedor de lo que ignoraba de sí mismo. De la experiencia concreta en el mundo se sigue el vocabulario que prevalece en el habla del individuo: será equivalente al aprendizaje de los significados (envueltos en palabras) que condicionan la manera de conducir la vida personal en un medio concreto. Si el pensar traspasa los confines del vocabulario en boga, aumenta las posibilidades del universo cognitivo, lo hace más vasto, más rico y más dúctil. El lenguaje que intenta administrar el sistema de dominación tiende a cristalizarse en palabras y significados precisos, limitando –y si posible, cancelando- la posibilidad de abrirse a un universo de críticas y de dudas.
La palabra deviene un clishé: el nombre de la cosa indica simultáneamente una función. La palabra “obrero” inmoviliza al sujeto en esa función. “La funcionalización del idioma, observa Marcusse (1971:117-118), expresa una reducción de sentido”, con una notoria “connotación política”. Los nombres de las cosas, propios del razonamiento tecnológico, agrega, no sólo son indicativos de su forma actual de funcionar, también definen y clausuran el significado: excluyen otras posibles formas de funcionar en el hoy y en el futuro.
La sociedad de clases, que aspira a la eternidad, tiene su correlato en esa forma del idioma. El lenguaje funcional es radicalmente antihistórico: incluso contribuye a rechazar los elementos no conformistas de la estructura y del hablar. Marcusse (1971:125) reivindica el concepto: no identifica la cosa con su función, opera con anterioridad a la misma. Distingue lo que es la cosa de su función contingente. En el lenguaje funcional la racionalidad operacional absorbe los elementos trascendentales negativos y oposicionales de la razón (Id.,Id.:127) .
EL USO EMOTIVO…
considerado la “más ancestral modalidad de la lengua”, puede calificarse de pre reflexiva. El Poder cultiva cuidadosamente en la masa popular los significados emotivos, asociados a la acción y a las pasiones, a los sentimientos y a la fe; el Poder niega los significados lógicos. No son lo suyo las proposiciones inequívocas, “y todas las proposiciones que constituyen una demostración lógicamente congruente entre sí” (Sartori,2007:18). En estando ausente lo lógico, o minimizado, en el lenguaje predomina, al decir de Sartori, lo “ideológico-emotivo”. En otras palabras: están presentes lo confuso, lo turbio, las conexiones arbitrarias.
No es habitual que el sujeto elija deliberadamente uno u otro uso: en variadas proporciones ambos están presentes en cada expresión verbal. Individuos de todos los estratos sociales suele exasperar la emisión y la recepción emocional de las palabras en detrimento del uso lógico. Lo emocional es una “turbación del ánimo” en que prima el impulso, y este (anota el diccionario), aparece como “esa fuerza que impele a hacer algo”, un algo no conducido por la reflexión serena y meditada. Los mensajes publicitarios son básicamente emocionales: incentivan el consumo, usan como “argumento” (entre otros) la alegría y la juventud, el atractivo personal, el sexo.
En lo emocional puro hay una minimización de la razón analítica, del pensamiento críticamente argumentado, de la curiosidad por indagar la verdad del aserto. Es la forma preferida por los demagogos que triunfan operando al margen del pensamiento lógico. La “más ancestral modalidad de la lengua” tiene uso considerable, por no decir prevaleciente, en la vida política: deviene medio principalísimo de ganar favores populares. La cultura de la dominación, con su prédica de todos los días de la vida, ha conformado los cerebros para la menor frecuentación posible de la razón que pide argumentos y demanda pruebas que excedan las palabras huecas, estrepitosas y edulcoradas. Sartori advierte: “Cuanto más asumen las palabras un significado lógico más se despojan de un impreciso contenido emocional”. Pero el lenguaje de generalidades y atrayentes promesas es el privilegiado por una cultura que ve en la lógica una molesta preguntona de explicaciones y conocimientos a que las masas no precisan acceder.
USOS Y FUNCIONES DEL IDIOMA
Sartori (2007:18)considera que “el uso lógico del lenguaje es una adquisición más reciente”, una “conquista difícil que cuesta un prolongado adiestramiento y mucha fatiga”(Id.,Id:19).Recuerda (1998:45 y ss.) que el ”vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en palabras abstractas que no tienen ningún correlato en cosas visibles, como casa, mesa, caballo, etc., y cuyo significado no se puede trasladar ni traducir en imágenes, como lo son soberanía, democracia, nación, Estado y tantas otras, salvo excepciones”. Todo el saber se desarrolla en forma de conceptos y concepciones mentales: “el mundo no es percibido solo por nuestros sentidos”.
Que en el idioma es posible distinguir diferentes funciones, también lo señaló Bruner (1999:130), que enumeró dos discordantes. Una es la pragmática, instrumental y reguladora, personal e interaccional: es el lenguaje que se limita a dar y recibir información. La segunda función es heurística, imaginativa e informativa: procura que los demás nos informen y nos corrijan. No es la que prefiere la dominación.
Lo real es un universo de designaciones y sentidos. Lev Vigotsky (1993:125) recogía de Paulham la siguiente noción de sentido: sería la suma de todos los eventos psicológicos que la palabra despierta en nosotros. Sentido y significado son parientes muy cercanos. En diferentes sujetos encontraremos estructuras perceptivas que descubrirán sentidos no coincidentes. En el ámbito de la dominación el sentido, igual que el significado, es minimizado, circunscripto, transformado en un reducto obtuso y negador, empobrecido. Los eventos psicológicos que escapen a lo “normal” deben ser desechados, eventualmente considerados delirios
Hay hábitos de lenguaje; los hay que revelan el grado de subordinación del sujeto hablante a un esquema que le ha sido impuesto sin que lo haya advertido. Marcusse (1971:115-116) opuso dos modos de pensar absolutamente antagónicos, expresivos de disímiles actitudes humanas frente a la sociedad: el “pensar bidimensional dialéctico”, en que prevalece la presencia y utilización de los conceptos de autonomía, descubrimiento, demostración y crítica”, y su opuesto, “la conducta tecnológica”, en que “la tensión entre apariencia y realidad, entre hecho y factor que lo provoca, entre substancia y atributo tiende a desaparecer”: prevalecen los conceptos “de designación, aserción e imitación. Elementos mágicos, autoritarios y rituales cubren el idioma, sostiene el filósofo, que está despojado de las mediaciones que forman las etapas del proceso de conocimiento y de evaluación cognoscitiva”.
León Pomer |
CONCEPTO Y FUNCIÓN
El Poder configura el universo del discurso, explica Marcusse, habla de libertad cuando hay trabajo esclavo y el desempleado está preso de la miseria; habla de la igualdad impuesta por la condición de ciudadanía, lo que en la realidad suele ser una burla: las contradicciones reales son ignoradas. En cambio, prosigue Marcusse (Id.:125) el concepto distingue lo que es la cosa (o la persona), de su función contingente. El lenguaje funcionalizado es irreconciliablemente anticrítico y anti dialéctico: impide el desarrollo conceptual, es contrario a la abstracción y la mediación, se rinde a lo inmediato, rechaza el reconocimiento de los factores presentes en los hechos y su contenido histórico (…) El lenguaje funcional no tiene espacio para la razón histórica. (Id..Id: 127 – 128),
Otra frecuente añagaza: “El que un sustantivo sea unido siempre o casi siempre con los mismos adjetivos y atributos `explicativos`, convierte la frase en una fórmula hipnótica: cuando infinitamente repetida, fija el significado en la mente del receptor “( Id.,Id.: 121). El discurso se cierra a la comprensión. “La pretendida estructura analítica, advierte el filósofo, aísla al sustantivo principal de todos los significados que podrían invalidarlo. Así, ¿son realmente expresivas de la voluntad popular las contiendas electorales, en que las promesas se revelarán mentirosas? Los elegidos “representantes del pueblo”, ¿representan al pueblo? Conceptos se ritualizan; su recurrencia los margina de toda reflexión, los hace inmunes al vacío a que han sido reducidos, a la contradicción que los anula o los pone en duda.
Si consideramos que el lenguaje es un hecho social, que al decir de Elías (1990:27) “se individualiza en cada individuo” hasta hacer parte de “su estructura personal”, parece necesario aceptar que sobre una básica individualización de clase se forjan las peculiaridades individuales: los miembros de una clase son portadores de un algo de común.
(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido oportunamente en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.
Para ver el primer fragmento del capítulo: http://vagosperonistas.blogspot.com/2018/12/lenguaje-por-leon-pomer-para-vagos-y.html
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