Durante los últimos años el director galés Peter Greenaway parece haberse vuelto más popular que nunca en la Argentina. Es cierto que ya lo era a partir de películas como El vientre del arquitecto (1987), El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989) o Escrito en el cuerpo (1996), que en su momento fueron muy bien recibidas por el público local. Pero desde que viniera por primera vez a Buenos Aires hace unos 15 años, sus visitas se han repetido de manera periódica. Ya sea para dar clases, presentar alguno de sus trabajos o recibir algún homenaje, de a poco Greenaway se ha ido convirtiendo en una figura cada vez más familiar para los argentinos. Como los Ramones pero en el cine. Por eso no es extraño saber que Greenaway volvió a pasar una semana por esta ciudad, esta vez invitado por la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), donde fue distinguió con un Doctorado Honoris Causa.
Además de ese reconocimiento el cineasta ofreció una serie de actividades en el campus de esa casa de estudios. El martes, después de la ceremonia, brindó una conferencia; el miércoles mantuvo una charla abierta con los estudiantes de la carrera de cine documental, y ayer, bajo el título de “El cine ha muerto, larga vida al cine”, expuso su mirada crítica acerca del lenguaje cinematográfico. Iniciado en el terreno de la plástica antes de convertirse en cineasta, en su obra Greenaway abunda en referencias a otras artes como la arquitectura, el dibujo, la pintura o la literatura, permitiendo suponer que tal vez acuerde con la idea del cine como arte total, una disciplina capaz de resumir en sí misma a las demás. “Me gustaría que fuera así, pero no es cierto”, se lamenta el director. “Esa idea del arte total no es nueva, ya Wagner trabajó sobre ella porque le interesaba que todas las artes culminaran en la ópera. Incluso André Bazin trató de definir al cine como una combinación de teatro, literatura y, con suerte, una o dos pinturas. Pero el cine está basado en la narrativa, no en la imagen, y el cine sabe que su contenido viene de ahí”, agrega Greenaway, quien ha filmado dos películas basadas en el cuadro La ronda nocturna, de Rembrandt y se dispone a rodar otra basada en obras de El Bosco. “El cine siempre necesita de un texto para poder crearse y eso es muy triste. Al comienzo de la Biblia se dice que el principio fue el Verbo y eso no es cierto: lo que hubo al principio fueron imágenes. Dios en el Génesis le encomienda a Adán la responsabilidad de darle un nombre a todas las cosas, ¿pero cómo podría haberlo hecho si antes no hubiera existido la imagen de esas cosas?”, dice. “La razón de mi tristeza es que no existe un cine basado en las imágenes. Incluso los críticos se refieren al cine con palabras y no con imágenes, y ambas cosas son trágicas. Umberto Eco decía que los expertos del texto deben hacerse a un lado para darle espacio a los expertos en imagen. Lamentablemente los productores también son visualmente analfabetos y uno no puede ir a ellos con un conjunto de pinturas, dibujos y litografías y decirles ‘denme dinero’, porque no entenderían de qué les estoy hablando.”
–¿Entonces cree que no ha habido ningún cineasta capaz de narrar a través de imágenes?
–Bueno, ocasionalmente eso ocurre, aunque no siempre de manera consciente. Eisenstein era uno de esos directores capaces de hacer un cine poéticamente visual de manera consciente...
–¿Y Tarkovsky, para seguir con los rusos?
–Demasiado aburrido. Sus guiones son muy elaborados y basados en el texto. Puede sonar raro, pero soy gran admirador de Ridley Scott. Por desgracia sus guiones son muy banales, a lo Hollywood, pero su talento para la imagen y la visualización, incluso la forma en que conecta imágenes, dan cuenta de una gran inteligencia visual. O Fellini, aunque su filmografía es despareja y ha hecho alguna película mala, tenía la capacidad de crear una gran emoción visual. Por eso creo que tanto Eisenstein como Fellini hubieran sido grandes artistas del dibujo animado. Pero estoy entrenado como pintor y eso sesga mi punto de vista. Picasso decía que la mejor pintura no era narrativa. El cine tiene la maldición de tener que contar historias y por eso habría que matar a todos los guionistas. El cine debería ser hecho por pintores, no por escritores.
–A pesar de esa frase de Picasso, usted está por filmar una película sobre El Bosco, que es un pintor narrativo, y ha filmado otras dos sobre un cuadro de Rembrandt que también cuenta una historia.
–Pero El Bosco no era un pintor narrativo. Para nada. Sus cuadros son afirmaciones, no hay narrativa en él. Podés inventarla, si querés, pero no pertenece a sus cuadros. Rembrandt tampoco cuenta historias. Él dice que el simple hecho de que tengas ojos no significa que veas, porque la mirada tiene que ser entrenada. La narrativa no existe en el mundo, si no que es creada por el hombre. Por ejemplo: ¿cómo se hundió el Titanic?
–Chocó contra un iceberg.
–Listo, eso es todo. No hay nada más para decir. ¿Ves? Y el cine no tiene nada que ver con la narrativa, sino con la concatenación de casualidades, de colores y sonidos. Pero hemos inventado una versión del cine que depende de las librerías para tener una estructura, pero acabás de probar que la narración no es tan importante. ¿Entonces por qué, por qué, por qué basamos el cine en algo que es tan poco importante?
–Usted dice que somos analfabetos visuales que valoran más el texto que las imágenes, pero curiosamente hace esa afirmación en una época en donde el uso de medios audiovisuales se encuentra en expansión.
–Sí, pero hay una brecha. Todos pintamos de manera natural cuando somos chicos. La gente suele decir que no sabe pintar, ni bailar, ni cantar, pero por supuesto que pueden, porque cuando eran chicos lo hacían. Cuando pasás de la primaria a la secundaria, el maestro te dice: “Olvidate de los crayones y los lápices, es hora de ponerse serios”, porque la educación está basada en textos y por eso todos somos muy sofisticados a la hora de manejar textos. Pero la habilidad de pintar o dibujar la perdés a los 9, 11 años y tenés que vivir hasta los 70 u 80 años sin eso. Es decir que nos pasamos casi toda la vida sin vincularnos con las imágenes. ¿Y eso no nos empobrece? Es muy triste. Es el sistema educativo el que nos hace analfabetos visuales. Pulimos constantemente nuestra habilidad de comunicar a través de textos, ¿pero estudiamos arte, diseño o arquitectura? ¿Entonces qué sabemos acerca de las imágenes, si no estamos entrenados para eso?
–¿Cómo afecta eso al cine?
–El cine está subdesarrollado y es creado por gente que tiene muy poco sentido acerca de lo visual y también es consumido por un público que tampoco posee una educación visual. Tengo la esperanza de que la revolución digital haga algo para resolver este asunto, porque la idea del celuloide en realidad nos retrasó, nos paralizó. Estás mirando en una sola dirección y la mayoría del mundo queda a tus espaldas. Es insatisfactorio ver el cine de esa manera. Godard lo dijo hace 25 años y él es un hombre muy sabio, como son sabios la mayoría de los pintores, pero nunca se les da ese crédito, porque se los damos a los escritores. Igual ya no hace falta seguir preocupándose por ese asunto, porque creo que el cine está muerto.
–Usted dice que perdemos nuestra conexión con las imágenes cuando dejamos de ser chicos. ¿Piensa que cine podría revivir si aprendiéramos a filmar como chicos, tratando de recuperar ese vínculo natural con la imagen?
–Podría ser, pero creo que para eso todas las escuelas de cine deberían estar asociadas a escuelas de arte, porque lo primero es aprender a mirar, como decía Rembrandt. Del mismo modo en que uno debe entrenarse si quiere ser matemático, también deberíamos tener que entrenar la mirada para ser directores de cine, pero la mayoría de los que estudian cine no tienen la posibilidad de esa educación. Tal vez pueda sonar reaccionario, pero creo que todo camarógrafo o director no debería poder levantar una cámara si primero no pasa al menos tres años en una escuela de arte.
–Y respecto de esa afirmación de que el cine ha muerto, ¿diría que en la actualidad la cinefilia ha devenido en necrofilia?
–Posiblemente ahí esté la clave del asunto. El cine se inventó durante la Navidad de 1895 en París. Seis semanas antes, en Viena, Freud presentaba su primer escrito sobre el psicoanálisis, titulado “La histeria en las mujeres”. Con lo cual el psicoanálisis freudiano y el cine han crecido juntos, y nunca han perdido esa conexión. El cine también está basado en principios cristianos, por eso las películas terminan con soluciones. Si son europeas ese desenlace será triste y si son estadounidenses el final será feliz. Martin Scorsese dice que el cine se trata solamente de lo malo y lo terrible, y pensar el mundo en términos del bien y el mal es terriblemente cristiano. Del mismo modo el cine recibe una gran influencia de la novela y toma de ella los dilemas morales. La realidad es que en el cine ya lo hemos visto todo. Al final de siglo XX, con el posmodernismo apareció cierta ironía, porque los posmodernos somos muy irónicos (sobre todo los británicos). Así que quizá los italianos todavía crean en la pasión, pero el resto de nosotros ya no.
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