Obertura del Editor:
Jorge Luis Cerletti nos
presenta un texto cuyo fondo trasunta dos conceptos problemáticos, uno, la
revolución como un hecho violento, dos, la revolución como hecho definitivo,
que fueron marcas de las luchas sociales y políticas del Siglo XX; ninguno de los dos se acoge a los nuevos
tiempo. Hoy una revolución, ni puede ser violenta, ni puede ser definitiva.
Porque no hay poder unilateral que tomar o derrocar, sino que es múltiple e
infinito, amén de la sangría que significaría, por el entramado internacional
de resistencia; asimismo, no hay prolongación en el tiempo de una revolución,
más la que determine el curso de la
hegemonía transitoria, que se someterá cada dos años a elecciones. La pregunta
es si este es el destino no solo de latinoamerica, sino del mundo democrático
en general. Es decir si se ha de aceptar el dominio, sin ambages, de las
corporaciones financieras internacionales sobre los Estados nacionales, o lo
que queda de ellos. Conquistar la democracia absoluta, como recuerda Cerletti,
que dice García Linera, o radicalizar la democracia, como propugna Ernesto
Laclau, o Chantal Mouffe, es un camino más cercano, en el cual Cerletti no se
siente del todo cómodo, pues su espesura conceptual se lo impide. Pero si las corporaciones dominan la democracia, encuentra justificación un Plan Condor Judicial II, ese dominio de las corporaciones también subyace como crítica de este excelente artículo de Cerletti. Aunque, “revolucionar
la democracia significa arrancarla de las manos de quienes la
bastardean y transformarla en un cabal instrumento para la gestación de una
nueva sociedad. Con ese anhelo, la revolución es un sueño eterno”.-
“LA REVOLUCIÓN ES UN SUEÑO ETERNO.” (1)
“Revolución se convertirá en la palabra
más reivindicada y satanizada del siglo XX”. (…) “para García Linera,
la contraposición entre revolución y democracia es un falso debate, porque ´´una revolución es la realización absoluta
de la democracia.´´ [de “La
Revolución Rusa, según García Linera”, artº de Emir Sader en Página 12 del 22/6.
Las bastardillas subrayadas corresponden a citas extraídas del libro de G.L.
(2)].
El término revolución, convocante
durante gran parte del siglo XX, en la actualidad se ha desdibujado así como las
dos adjetivaciones opuestas de la primer cita. Hoy el escenario mundial cambió
tanto que las reivindicaciones se han reducido notoriamente. Luego, la satanización de la revolución tiende a
serle innecesaria a los patrones y beneficiarios del status quo. Ahora más bien
apuntan a las experiencias contestatarias del llamado “populismo”, cuando
molestan.
La importante idea que
plantea la segunda cita debe enfrentar el desprestigio que generan los ataques a la historia de la revolución y a la causa de
los oprimidos. En la “democracia” real vigente desaparece de la
política la idea de revolución como respuesta al sometimiento. Esto es obra de los poderes dominantes que han logrado poner la democracia al
servicio de sus intereses contrarios a los de abajo. Distorsionaron el
contenido de las experiencias revolucionarias y denigraron la idea de revolución
para archivarla en el museo de las malas
palabras. Sin embargo, las resistencias populares no cesan y perturban los
designios de dichos poderes. Lamentablemente, las alternativas a la dominación del
gran capital siguen siendo una deuda pendiente.
Reformismo
vs. Revolución, contradicción pasada de moda.
Revolución, en política,
significa la culminación de los enfrentamientos entre los que sostienen la
dominación y la explotación y los sectores subalternos que las sufren y pugnan
por derribar el poder que los somete. Esas
luchas implican innúmeras situaciones y niveles reivindicativos cuya máxima
expresión es un cambio de orden social. Y este es el techo que aún no se ha
podido sobrepasar.
Ahora bien, como
consecuencia de la imprevista caída del comunismo, hoy reina en todo el mundo
el capitalismo. Las expresiones y formas de su dominación son multifacéticas y
variadas. Su agobiante hegemonía actual produce el debilitamiento de lo que se le oponga
y genera serias dificultades para la construcción de alternativas.
Desde hace más de siglo y
medio se discute si se puede cambiar el sistema mediante modificaciones internas graduales o sólo a
través de procesos revolucionarios. Lo cual se puede sintetizar en la tradicional
opción reformismo o revolución. Las
distintas variantes de la socialdemocracia testimonian la primer opción; el
comunismo, la segunda. Aquélla, en lo fundamental y excepciones aparte, terminó
siendo la “izquierda” del neoliberalismo. En la otra, los Estados comunistas implosionaron
y sus diversas variantes con inclusión de sus partidos, marcharon al
capitalismo. Esta súper síntesis proyectada al presente, sirve para constatar
la pérdida de actualidad de aquella antinomia. Hoy día existe un neto
predominio de un remozado reformismo frente a las carencias de las políticas antisistema
aún sin conseguir crear y desarrollar nuevas alternativas al capitalismo.
Mediáticamente se agita el estigma
de la violencia sobre cualquier intento de producir cambios de fondo. Mas, lo engañoso del asunto es que tras aquella
pantalla se oculta su principal causa. Ésta brota de las entrañas del capital: las injusticias e
inequidades que patrocina, sin hablar de las guerras que provoca. Las
relaciones sociales que engendra se naturalizan de modo tal que la violencia encubierta
pasa desapercibida.
Otra categoría histórica y
digna de consideración es “la lucha de clases”. Para el abc tradicional de la
izquierda, la revolución es producto de los enfrentamientos de las clases
sociales. Después de la Revolución Francesa y, en especial, desde la aparición
en escena del socialismo y el comunismo, dicha categoría ocupó un lugar
central.
La cuestión alcanza gran
complejidad pues el afianzamiento del capitalismo ha producido importantes
cambios en el escenario mundial y en las clases. Lo comentado esquemáticamente induce a encarar
algunas de las contradicciones emergentes.
Una de ellas, muy significativa y abarcadora,
proviene de los alcances de la “Democracia”.
La
“Democracia existente”, ¿es un sopor de época?
Abordar el controvertido
tema de la Democracia presenta distintas dificultades. Enfocando el dictamen
electoral, quien es elegido resultaría el gobierno del pueblo. Pero éste abarca
a toda la sociedad y por tanto engloba a las diferentes clases sociales incluso
a las antagónicas. Para salvar esta contradicción o la polisemia de la palabra,
se ha apelado a la antítesis pueblo-anti pueblo (vgr., explotados vs. explotadores).
A la imprecisión terminológica
se agrega el rol declinante del proletariado como protagonista fundamental de
un cambio revolucionario. Lo cual replantea la cuestión del sujeto y torna más compleja
las contradicciones de la sociedad. Problemática que abarca significativas
diferencias según las situaciones que se presentan.
La Democracia, como
institución política, resume buena parte de las contradicciones que ocupan un
lugar destacado en las pugnas sectoriales. Y aquí juegan las variadas interpretaciones acerca de los escenarios y
la multiplicidad de situaciones.
Para precisar la mía, parto
de la cita de García Linera: ”una
revolución es la realización absoluta de la democracia.” Entiendo que “absoluta” debe tomarse como la más amplia participación política de
los miembros de la sociedad. Hecha la aclaración, considero las dos variantes
de la democracia. La democracia representativa en cualquiera de sus
formas, a nivel de las naciones. La democracia
asamblearia que resulta aplicable a círculos más restringidos.
La democracia representativa exhibe
varias aristas contradictorias. A nivel mundial está tan generalizada como el
poder que la sostiene. Directa o indirectamente, el gran capital y sus
corporaciones son los protagonistas fundamentales. Y tan ínfimo es el número de
sus componentes como enorme es el peso que tienen en la sociedad. Se funda en
la hegemonía que ejercen sobre la población basada en la concentración del
poder económico y financiero que detentan. Su influencia se extiende a los distintos
órdenes de la vida social y es decisoria en política dado su poder de compra. Hoy
el dominio mundial del capitalismo es tan fuerte que casi no precisa los golpes
militares “disciplinadores” sobre la mayoría de los países dependientes.
Sin embargo, existen
contradicciones y fisuras en semejante dominación como las surgidas en algunas
confrontaciones electorales. Así como éstas posibilitan legitimar la dominación
de las minorías enriquecidas, en determinadas circunstancias también generaron
el acceso al gobierno de sectores que se les oponían. Sucesos vividos en este
siglo en varios países latinoamericanos, incluido el nuestro.
Fenómeno que la derecha atribuye
peyorativamente a los “populismos”, nominación que asumen de buen grado sus
gestores. Sin realizar inventarios,
basta comparar al gobierno de Macri con lo realizado por el kirchnerismo para
que no queden dudas de lo que representan. Empero, aquí las contradicciones se
agudizan. La misma derrota electoral de fines del 2015 testimonia las
limitaciones de la fisura K.
La situación actual plantea
más interrogantes que respuestas. En el presente aparece como una necesidad
para la vida de los de abajo que se
reabra la fisura de corte popular. Digamos, el empleo de los recursos del
Estado favoreciendo a la mayoría de la población. Pero, a la vez, surgen las limitaciones de
fondo que han servido a la derecha para legitimar electoralmente su dominación.
Para sintetizarlo en pocas palabras, basta con señalar que el poder económico
concentrado y mediático se mantuvo incólume en todos estos años. Algunos
recortes y perjuicios secundarios en general no alteraron los buenos negocios
del conjunto.
No veo mayores posibilidades para el campo
popular dentro del marco de una democracia representativa inmersa en las redes
del capitalismo. Incluso, cuando los factores de poder encuentran dificultades
que no están dispuestos a digerir, impulsan golpes blandos si es que el aparato
jurídico del Estado no les resulta suficiente.
Aclaro ahora el sentido de
“sopor” en la pregunta del subtítulo. Sugiere el conformismo que suscita la
obtención de beneficios en tiempos de bonanza económica si se resigna la
construcción política que tenga como objetivo indeclinable la liberación
nacional. Esto supondría renunciar a la lucha
por la ruptura de las cadenas de la dominación interna y externa. Entonces,
¿cuánto puede sobrevivir una democracia popular sin abatir el poder del gran
capital?
Revolucionar la Democracia.
Obviamente, semejante
objetivo remite a procesos de largo aliento. Pero mal se puede hablar de procesos si desde el vamos
no se encara su construcción. No partimos de cero. Existen experiencias
internacionales y propias como para incorporar sus aportes. Lo cual no significa
ignorar que transitamos un período sumamente incierto.
Referente a la democracia
asamblearia y atentos a las
circunstancias que vivimos, se torna problemática su expansión. Al incorporar
como praxis la horizontalización y circulación del poder choca con la política
realmente existente y la subjetividad social dominante. Sus ámbitos de actuación son los círculos y
movimientos minoritarios que se desarrollan en espacios micro. Aquí aparece una
grieta con lo macro que por ahora resulta insalvable. Intentar su articulación
es necesario y objeto de búsquedas.
Frente a esa difícil
situación surge el proyecto de revolucionar
la Democracia. Porque de la oposición democracia-dictadura emergió
trágicamente la segunda, empezando por las que padecimos en casa. Y aún la dictadura del proletariado, planteada
como la antesala de la emancipación, terminó siendo otra forma de dura opresión
a manos de los nuevos dueños del poder, mientras que el proletariado, bien
gracias…
Revolucionar la democracia
constituye un verdadero oxímoron. Pues revolución implica el enfrentamiento
violento entre oprimidos y opresores, terminar con la dominación por la fuerza.
Mientras que la democracia supone la resolución de los enfrentamientos por
medios pacíficos, a través del voto.
Voy a introducir una instancia
que no excluye su final con una revolución. Eso dependerá de la reacción de los
opresores, hasta hoy feroces defensores de sus privilegios. Aludo a un proceso
que comporte el desarrollo de nuevas políticas populares. Partir de la vigencia
de la democracia representativa con sus núcleos decisorios en la cúpula e ir
revolucionando sus prácticas desde abajo hasta lograr construcciones de nuevo
tipo.
Lo anterior significa ir
extendiendo la democracia asamblearia en cuanto espacio micro resulte
accesible. Así gestar una política efectivamente participativa que vaya sustituyendo
las viejas prácticas piramidales. De modo tal de ir creando comunidades con una
subjetividad social favorable a la horizontalización del poder y al compromiso solidario
de todos y cada uno. Porque si desde abajo y a todo nivel no se va creando esa
nueva cultura solidaria y combativa, los cambios que lleguen a producirse
terminarán cooptados por el eterno retorno de lo mismo que se combate.
Lo planteado no debe
entenderse como patrimonio de “intelectuales” iluminados, ni excluye a la
militancia de la política realmente existente. Es una necesidad de la mayoría
de la sociedad, consciente o no, que exige sobreponerse a la inmediatez que
inocula la ideología y la publicidad dominantes.
Debatir, sumar experiencias e
ideas, propiciar la solidaridad colectiva, son vías abiertas a la pluralidad, opuestas
a las conductas sectarias. Pensemos cuantos
ejemplos de entrega y solidaridad nos rodean aún en medio de nuestras
sociedades individualistas y monetizadas. Desde dadorxs de sangre hasta lxs
innumerables luchadorxs que dieron su vida para construir una sociedad mejor,
más justa. Las madres de plaza de Mayo lxs testimonian de hecho y
simbólicamente. Tanto en nuestro país como en todo el mundo.
Combatir la opresión propia del
orden social dominante es, metafóricamente, como subir a una escarpada montaña
por senderos que se van abriendo en el
mismo ascenso aún a riesgo de despeñarse. Pero si las injusticias e inequidades
del sistema no generan suficientes anticuerpos, el capitalismo seguirá
devorando al planeta y a su humanidad incluida. Frente a ello, revolucionar la democracia significa arrancarla de las manos de quienes
la bastardean y transformarla en un cabal instrumento para la gestación de una
nueva sociedad. Con ese anhelo, la revolución es un sueño eterno.-------
Jorge Luis Cerletti
(18 de Julio de 2017)
(1) “La Revolución es un sueño eterno”, título
de la novela de Andrés Rivera sobre la revolución de mayo de 1810 y la vida de
Juan José Castelli. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1992 y fue editada
en 1993.
(2) “¿Qué es una revolución”, subtitulado: ”De la
Revolución Rusa de 1917”, de Álvaro García Linera.
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