Vuelve incontrastablemente vuelve, cuando avanzamos, cuando vamos hacia otro lado, cuando giramos en un punto, nos sorprende, nos deja sin respiración, y miramos para atrás, como tratando de emular el sentimiento de la unidad esencial de la existencia, como diciéndonos que la memoria es infinita, aun en los momentos más inesperados, en una plaza en Buenos Aires, en una reunión, en un sueño; era un vals, que empezamos a tararear escuchándola cantar a Julia Elena Dávalos, a principios de los setenta:
"Buscaba mi alma con afán tu alma,
buscaba yo la virgen que mi frente
tocaba con su labio dulcemente
en el febril insomnio del amor.
Buscaba la mujer pálida y bella
que en sueño me visita desde niño,
para partir con ella mi cariño,
para partir con ella mi dolor.
Como en la sacra soledad del templo
sin ver a Dios se siente su presencia,
yo presentí en el mundo tu existencia,
y, como a Dios, sin verte, te adoré."
Pero esa interpretación de Julia Elena Dávalos, su forma de respirar, una voz que deshilvana el silencio de tantos años pasados.
Aquí, en Argentina, ese vals lo registraron varios, Antonio Tormo, entre ellos, como recopilación de la memoria de Mendoza, en verdad era del poeta mejicano Manuel María Flores.
"Amémonos mi bien en este mundo,
Donde lagrimas tantas se derraman,
Las que vierten quizás los que se aman
Tienen un no se qué de bendición.
Amar es empapar el sentimiento,
Con la fragancia del Edén perdido,
Amar, amar el llevar herido,
Con un dardo celeste el corazón.
Es tocar los dinteles de la gloria,
Es ver tus ojos, es escuchar tu acento,
Es en el alma llevar el firmamento
Y es morir a tus pies de adoración".
Tuve muy buena profesora de música, en la primaria y la secundaria: “Chela” Medina, que me hizo amar el folclore. Ese tiempo coincidió, con las décadas de oro de de esa música, los sesenta y setenta.
Recuerdo la armonía de las melódicas interpretando en la primaria “Tonada del Viejo amor”, de Eduardo Falú y letra de Jaime Dávalos:
"Yo nunca te he de olvidar, en la arena me escribías. El viento lo fue borrando y estoy muy solo mirando el mar".
¡Qué lindo cuando una vez, bajo el sol del mediodía, se abrió tu boca en el beso, como un damasco lleno de miel!
Herida la de tu boca, que lastima sin dolor. No tengo miedo al invierno con tu recuerdo lleno de sol.
Quisiera volverte a ver, sonreir frente a la espuma: tu pelo suelto en el viento, como un torrente de trigo y luz.
Yo sé que no vuelve más el verano en que me amabas; que es ancho y negro el olvido y entra el otoño en el corazón
Entonces la niñez que va hacia la adolescencia, pero no abandona el ser niño, ni aun cuando las trencitas de las niñas ocultaban sonrisas entre ellas.
Pero regresa, Julia Elena Dávalos, en esa interminable cacería y con esa tempranera novia adolescente, que nos acompaño todos esos años, de ir y venir, de amarse y despedirse, y volverse amar y volverse a despedir, de alguna forma hoy es “la fragancia del "Edén perdido"”.
“Amémonos mi bien en este mundo”; mundo que no entendíamos del todo, militares, Perón en el exilio; pero me acuerdo de "mayo del 68", porque coincidió con un Peugeot 504 de avanzada, que tenía techo corredizo, y en el pueblo hacían pinta los más grandes con esos Peugeot último modelo, llegó con Mayo del 68, con el primer “Boliche” que se abrió en el pueblo “Mondo Giovani”, los dueños se besaban en la playa, y eso no era tan común en el pueblo, escuché cuchichear a los grandes cuando lo hacían. Eran hippies o eso creía yo.
Como la canción de Serrat: “si alguna vez fui bello y fui bueno, fue enredado a tu cuello y tus senos”; amor de cartas y río, de cartas que se arrojaron en el hueco de la escalera, como en la novela de Manuel Puig: “Boquitas Pintadas”, y en la hermosa película de Torre Nilsson.
Cuando vi la película en 1982 presentí, lo que hoy ya nos presagio: “es andar sin pensamiento”.
Pero esa interpretación de Julia Elena Dávalos, su voz de mujer nueva, como en final del poema “Alta marea” de Enrique Molina:
“todo vuelve a su crimen como un alma encadenada a su dicha
y a sus muertos
todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa
unos labios lavados por el diluvio
y queda atrás
el halo de la lámpara el dormitorio arrasado por la vehemencia
del verano y el remolino de las hojas sobre las sábanas vacías
y una vez más una zarpa de fuego se apoya en el corazón
de su presa
en este Nuevo Mundo confuso abierto en todas direcciones
donde la furia y la pasión se mezclan al polen del Paraíso
y otra vez la tierra despliega sus alas y arde de sed
Intacta y sin raíces
cuando un hombre y una mujer que se han amado
se separan”
Molina decía que la vida es similar a la condena que los dioses griegos le dieron a Tántalo, hombre condenado a soportar hambre y sed perpetuas, todo estaba a su alcance, pero cuando se iba a servir se alejaba de su presencia.
Tal vez lo dijera porque cuando lo conocí tenía, 82 años. Quizás en la juventud no haya sido así, pero en la madurez oigo interpretar el vals "Amémonos" a Julia Elena Dávalos, en un teatro donde todos los asistentes se han retirado, termina una interpretación y empieza otra ininterrumpidamente, y así durante toda la vida.